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Rogelio Maidana

Published by jpedrogut, 2019-05-08 11:22:24

Description: Rogelio Maidana

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Un Tal… Rogelio Maidana Por Drugot Ediciones APER

Título: Un tal… Rogelio Maidana Autor: Drugot Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Reservado todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización del titular del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático. ISBN 978-988-12733-7-1 Cámara Argentina Del Libro Ediciones APER Abril 2019 [email protected]

I Llegó al pueblo pasado el mediodía, bajo la lluvia. Todas las casas y almacenes estaban cerrados, como dormidos. El único despacho de bebidas que había era el que estaba despierto. Adentro había un poco y na- da de animación. -3-

Antonio Amado Furlog ingresó al salón para apa- gar la tremenda sed que ardía en su cuerpo y de pasó tirar un bocado. Los parroquianos, poca importancia le dieron, pues casi todos los días merodeaban forasteros que andaban a la caza de al- gún trabajo. -4-

Un paisano de vieja data tocaba la guita- rra tratando de arrancarle una melo- día. Un par de mujeres de distintas edades trataban de agradarle a la clientela. -5-

Antonio Amado Furlog -Trabajo de esto. – pidió una ginebra y tras certificó Katty y no pu- otra se sentó en una mesa do evitar la tristeza en al fondo del salón. Katty sus ojos claros y her- no tardó casi nada en ve- mosos. nir a visitarle. -¿Uste se acuesta -¿Me invita una copa, con hombres? –quiso sa- forastero? –dijo ella con ber él alzando una ceja. una sonrisa abierta. -Mi tarea es acompa- -Gueno. –consintió An- ñar a los hombres a be- tonio Amado Furlog que ber. –dijo ella sonriente hallábase apagado como un y a las vez deslizando tábano. unas lágrimas por su bello y angosto rostro. -Soy Katty. –dijo ella tratando de ser amorosa, -Su cara dice que no agradable y simpática. está muy a gusto con este trabajo. -Gueno. –repitió Furlog seco como un desierto. -Debo hacerlo por una comida al día y un Ella prosiguió parlotean- camastro donde dormir. do y cada tres o cuatro –confesó su drama y la palabras plantaba una son- sonrisa que había dibu- risa forzada, hasta que… jado en su hermoso ros- tro se esfumó. -¿Por qué hace esto? –la interrumpió Antonio que estaba de mal ánimo para la conversa. -6-

Furlog lanzó su mirada en panorámica por todo el salón. Los hombres bebían como si se viniese el fin del mundo y otros fumaban y jugaban cartas con los ojos filosos y en- rojecidos. Las otras mujeres pasadas de edad y de kilos, seguían circulando por el salón pero nadie les daba una mísera atención. -¿Cuántos años? –preguntó Furlog a la chica que la veía sobradamente joven. -Veintidós. – confesó tímidamente pero en realidad te- nía veintiuno. -Cuarenta y seis. –tiró Furlog sin que ella se lo pidiese. -¿Y qué hace por estos lados, Don? –habló la chica un poco más animada. -Tengo un rancho por acá cerca. –declaró y echó otro un trago a su estómago. -Pues es curioso, nunca antes lo vi por acá. -Lo heredé y vengo a tomar posesión. -¿Con su familia? -No. –pronunció a secas y un halo de silencio pasó por allí, luego: -Y por dónde… -decía Katty pero el mandamás del salón le dio un grito y ella tuvo que irse sin más. Antonio Amado Furlog pasó esa noche del 21 de abril de 1901, en un pringoso cuarto de dormir a medio peso la cama que el mandamás le ofreció como lo mejor que había en todo el territorio de Roque Pérez. Pero el agotamiento no tiene privilegio. -7-

II Temprano en la mañana, cuando el sol salía, An- tonio Amado Furlog ya iba camino a su rancho. No apuraba a su caballo, le gustaba disfrutar del paisaje y del primer cigarro del día. -8-

Por las cercanías del viejo río, hallábase plantado el rancho de su tío abuelo que al mudarse de este mundo seis meses atrás, dejó por escrito “Para mi sobrino Antonio Amado Furlog todo lo que poseo”. Lo que poseía el viejo además del rancho a medio caer, eran 22 hectáreas, 35 vacunos de los cuales diez se habían perdido, otras cinco ya estaban muertas y el resto a medio morir. Dentro del rancho todo era un verdadero desastre. No tardaría horas, sino días en acomodar y limpiar la casa… a su manera, desde luego. Con el correr de los días, Furlog le dio un poco más de esperanza a las moribunda y esqueléticas vacas, que si no se habían muerto hasta acá es porque había un Dios. Pensaba sentado debajo del alero mientras observaba su nueva propiedad. La tierra no servía -9-

demasiado para trabajarla, no era muy acta para la cose- cha. Allá, cerca del río crecía un poco la hierba y era donde guiaba a su ganado a pastar. Tal vez allí se podría plantar un poco de maíz. Sobre la tarde de ese día Antonio Furlog bajó al poblado para adquirir algunos víveres y un conjunto de botellas de lo que sea. Siempre y cuando sea licor. La tarde del pueblo estaba animada, hombres, mujeres y críos que iban y venían le deba ese aspecto. Furlog compró lo que necesitaba en el primer almacén que divisó, luego ató la bolsa a su caballo y fue al salón a mandarse un buen tra- go. Lo necesitaba y además le sobraba el tiempo. Se ubicó en una mesa alejada del jol- gorio. Encendió su cigarro e hizo señas para que le sirvieran algo, no importaba qué pero tenía que ser un trago. - 10 -

Pasado unos cuantos minutos Antonio Furlog echó el ojo por el salón hasta que vio a Katty y ahí lo detuvo. No era de su incumbencia pero no le gustaba lo que veía. Un hombre corpachón de mediana edad, manipulaba a Katty a su antojo y contra la voluntad de la chica. Para los demás era una diversión, para Katty un drama. Aquel hom- bre trataba de llevarla a la trastienda y la empezó arras- trar de los pelos mientras ella daba alaridos, puñetazos y patadas al aire. El corpachón reía e iba saboreando lo que estaba a punto de hacer ¿Quién se lo iba a impedir? Un tal Antonio Amado Furlog se interpuso en su camino y aquel sujeto no lo podía creer, nadie de los presentes lo podían creer. Pues no había nacido quien enfrentara a Ro- gelio Ramírez, el más temido del pago de Roque Pérez. -Pe… pero… -balbuceaba Ramírez en su grandísimo asombro cuando recibió una tremenda patada, como de bu- rro, en los genitales. El tipo se dobló agarrándose lo que le dolía a la vez que en sus ojos malevos chispeaban un lacerado odio hacía ese sujeto desconocido salido de alguna parte. Todo el mundo estaba quieto como en una fotografía. Nadie hablaba, An- tonio Amado Furlog sí: -Vengase conmigo. –dijo extendiendo su mano a la chica que estaba desparramada por el piso. - 11 -

Katty también hallábase sorprendida porque nadie nun- ca había dado la cara por ella. No preguntó, simplemente tomó esa mano que se le ofrecía y juntos abandonaron el salón. El propietario del salón y de Katty, salió detrás de ellos, a los gritos para que ella volviese a donde correspon- día. Furlog la llevaba fuertemente aferrada de un brazo y sin echar la vista atrás ni oídas las amenazas, montaron en su caballo y salieron del poblado. El camino no era demasiado largo ni corto, pero en su recorrido no se dijo ni una palabra. Llegaron al rancho cuando la luna ya estaba ahí. Furlog le dio la bolsa de los víveres a la chica y la mandó para la casa. Él fue a desensillar su caballo y liberarlo a la buena de Dios que no era muy lejos. El caballo lo sabía. - 12 -

Furlog dijo: -Me acomoda algunas cosas, me cocina y tiene el techo, comida y el cuarto chico para usted. –señaló Furlog . -Sea. –consintió Katty asumiendo que estaría mucho me- jor de lo que estaba. -Y otra más, cuando quiera irse, se va. -finalizó Furlog y se fue a la batea del patio a lavarse la cara. - 13 -

III Al día siguiente, ambos estaban desayunando en la cocina. Furlog miraba a la chica sin pensamiento ninguno y la chica miraba su mate cocido sin saber qué pensar. Ninguno sabía qué decir y no abrían la boca hasta que… -¿Escucha eso? –dijo Katty alzando la vista hacia el hom- bre. -Sí, gente que viene. –respondió él. Furlog se limpió la boca con la manga de su camisa, miró a la chica y le dijo que se quedase ahí, sin moverse, sin hacer ruido y salió fuera acomodándose el revolver en su cinturón. Varios jinetes con caras desabridas estaban ahí, en el patio de la casa esperando a su morador. Todos llevaban sombreros ceñidos hasta los ojos. Dos de ellos fumaban y apuntaban con sus filosas miradas al sujeto desde sus monturas. -¿Quién? –fue Furlog que lanzó primero después de estu- diar a sus visitantes. -Comisario y mis ayudantes. – se presentó el jinete del me- dio con voz pastosa. -¿Tonces? –preguntó Furlog que no se le movió ni un pelo de su incipiente barba - 14 -

-Comisario y mis ayu- dantes. – se presentó el jinete del medio con voz pastosa. - 15 -

-Entonces jue que usted atacó al “niño” Ramírez y se robó a una fulana. –lo acusó el comisario y espero repuesta que tardaba en llegar. Finalmente hubo de apurar -¿Tiene algo que decir? -Sí. Jue en defensa de la muchacha que el grandote apo- rreaba a su gusto. Hice lo que ningún cobarde de ese puto pueblo se atrevió para defender a una pobre desgraciada. -¡Oiga! Mida sus palabras que tá hablando de nuestra gen- te, de nuestro pueblo. –dijo el comisario que trataba de pre- servar la calma. -¿Le doy? –intervino un ayudante que acariciaba a su arma. -¡Quédate quieto, Joroba! –ordenó el comisario y volvió a Furlog . – Usted ¿Qué hace en este rancho? ¿De ánde viene? ¿Cuál es su nombre? - Antonio Amado Furlog es mi nombre y soy propietario de este rancho. –declaró Furlog . -¿Quién lo dice? -Lo digo yo. –señaló Furlog y apoyó su mano en el revolver que llevaba al cinto como dando advertencia. El comisario y sus ayudantes lo percibieron claramente y se pusieron inquietos. -¿Tiene papeles que lo acrediten? –preguntó el comisario y dijo: -Si tiene muéstrelo. -Los dejé en el letrao. –dijo Furlog señalando hacia el pue- blo. - 16 -

El comisario pensaba sopesando la situación, el restó aguardaban una decisión del mandamás. -Lo notifico señor, deberá bajar al poblado y aclarar su situación lo ante posible. -Notificado. –respondió Furlog y dio por finalizada tal entrevista. -Y otra más –prosiguió el de la ley. – Cuando regresen del norte los hermanos Ramírez…se va a armar una muy gorda con su persona. -Guen, ¿Qué quiera que haga? -Que se vaya de la comarca y pronto. -¿Y mi propiedad? -La vende, se marcha y todos tranquilos. Los jinetes uniformados dieron vueltas sus monturas y empezaron a marcharse cuando Joroba dijo: -¡Comisario! ¿Y la fulana? Entonces fue que el comisario, mirando hacia atrás, vo- ciferó: -¡Lleve con usted a esa mujer! Antonio Amado Furlog no dio ni un sí ni un no. Sólo les miró irse. Antonio entró a la casa y le preguntó a Katty, que toma- ba mate cocido, si había oído la conversa. -Sí. -¿Uste quiere que yo la devuelva? -¡No, por favor! Déjeme acá. Trabajaré, haré lo que me pida, pero no me deje ir. –era el ruego lastimoso de Katty. -Tonces pongamos las cartas sobre la mesa. –dijo Furlog mientras armaba su cigarro. -¿Cuántos años tiene? - 17 -

-Yo… Veintiuno. – dijo Katty con titu- beo y ocultando su mirada. - 18 -

-¿Padre y madre? -No los tengo. Madre falleció cuando yo tenía catorce y a padre no lo vi nunca. Me crió una tía hasta los veinte en que me pude ir y eso es todo. -Muy bien. Si se va a quedar en las casas a partir de ahora su nombre es Katty Furlog ¿Se entiende? -No, ni media de lo que me dice. –respondió la chica con asombro. -Para que la ley no haga que la devuelva a ese salón de pu- tas y juerga, usted es siendo mi hija y yo siendo su padre. –habló Furlog dispuesto hacer lo que decía. -Pero… ¿Dan las edades? –quiso saber ella con cierto entu- siasmo. -Vea que sí. -Entonces me gusta. –consintió Katty emocionadamente. Antonio Amado Furlog no sabía muy bien en qué se estaba metiendo, pero entendía muy bien que no podía dejar a esa chica sola por el mundo a merced de los buitres del pago. - 19 -

IV Furlog presentó los papeles del rancho al comisario y éste, tras un soplido dijo: -Gueno, parece que está todo en orden. – dobló y devolvió los documentos. Furlog dio media vuelta para irse cuan- do… -¡Quieto ay, matrero! Todos miraron a Joroba con asombro y mucho más el comisario. -¿Qué te propones, Joroba? –preguntó su superior con cierta alteración, pues no cabía que un subordinado intervenga sin su permiso. -¡Este canalla tiene que devolver a la pu- ta que secuestró y pagar por ello! –Joroba - 20 -

-¡Cuide sus pala- bras milico por- que se las haré tragar! –advirtió Furlog . Todo ocurrió en un segundo. Joroba se sintió ofendido y en un santiamén sacó su revólver y apretó el gatillo. Pe- ro una milésima de segundo antes Antonio Amado Furlog hizo lo suyo. Cuando Joroba apretó el gatillo ya estaba muerto, la bala del revólver de Joroba fue a dar al techo. El comisario, su otro ayudante y el juez Lanbourne que también estaba allí presenciando la escena, quedaron ató- nitos, a boca abierta. -Pero… ¿Cómo puede atreverse a… a matar a Joroba? – habló el comisario cuando las palabras ya podían salir de su boca. -¡En mi despacho y en mis propias narices! - 21 -

-Defensa propia, todos lo vieron. –fue lo que respondió Furlog . -¡Declárese detenido ahora mismo! –ordenó el comisario y peló el revolver con el que le apuntó. -El muchacho tiene razón –decía el juez interponiéndose entre ambos. –Todos lo vimos. -Aun así… -Comisario he sido testigo de lo ocu- rrido. –remarcó el juez Lanbourne y sentenció: -Fue en defensa propia. - 22 -

Entonces el comisario buscó por otra parte: -¿Qué me dice de la Fulana? ¿La trajo con usted? -Satamente, está ayá juera. –señaló Furlog . -¡Que dentre!. –ordenó el de la ley con actitud maleva. .No creo que sea necesario –despacho Furlog tranqui- lamente y mandó otro flechazo: -¡Es m’hija! -¡¿Su hija?! –alzaron las voces el comisario y su ayu- dante. -Sea. –dijo Furlog mientras encendía un cigarro pa- cientemente. El juez preguntó que sucedía con la muchacha y enton- ces los de la insignia explicaron el caso. -Que venga la muchacha a ver qué nos dice. –pidió el juez y sin más vuelta que darle hicieron ingresar a Katty. - 23 -

V -¿Cuál su nombre? –interrogó el juez. -Katty Furlog . -Conoce a este hombre. –Furlog fue señala- do. -Es mi padre. –declaró Katty con firmeza y a todos convenció. -Caso cerrado –dijo el Juez. –Pueden irse. Antes de salir de la comisaría, Furlog reci- bió una dura advertencia. El comisario le dijo a Furlog en sus propias narices, casi salivándolo: -La muerte de mi ayudante no quedará así. Dónde pueda echarle el gancho se lo echó y us- ted no verá nunca más la luz del sol. Furlog sin responderle, lo empujó hacia atrás con su dedo para que lo dejara pasar y se llevó a Katty asida de un brazo. - 24 -

¿Tiene algo suyo que re- Antonio Amado Furlog coger de ese salón? – sopeso el tiempo mirando preguntó Furlog ya metido el sol y decidió que era ho- en plena calle. ra de echarse un trago an- tes de regresar al rancho. -Unos trapos que no valen la pena. –entonces fue que Se acodó sobre el mos- respondió Katty. trador, echó un sorbo de caña, encendió un cigarro y -Tome –dijo Furlog dán- se puso a pensar de cómo dole un dinerillo. –Vaya a en tan poco tiempo ha cam- comprarse algo en aquella biado su vida. No hacía ni tienda y luego me espera cinco meses que Margarita, junto al bayo ¿Tamo? su mujer, lo había echado de su propia casa, simple- -Tamo. –dijo la chica y mente le había dicho que fue a comprarse algunas ro- no lo quería más. Que se le pas. habían ido los sentimientos y ya no sentía más nada y que otro… -¡Oiga matrero! –irrumpió una desagradable voz tras suyo y todo el murmullo del ambiente silenció instantáneamente que ni una mosca se atrevía a volar. Los pensamientos de Furlog se hicieron trizas para dar pa- so a un mal presagio. Trató de mantenerse en calma. Pero no lo dejaron. -¡Oiga usted cobarde! –insultó Anselmo Ramírez enfureci- do. - 25 -

La palabra cobarde ya era demasiado insulto en este tiempo y lugar para dejarla pasar por alto. Furlog notó que los demás sujetos que es- taban cerca desaparecieron. Su única salida era darse vuelta y enfrentar la situa- ción. Lo hizo y aquel grandulón y fornido igual que su hermano muerto, simplemente dijo con labios apretados y los ojos enrojecidos por la ira: -¡Le doy tres segundos pa- ra que la pele! Ambos pelaron al mismo tiempo y dispararon, ambos quedaron de pie con sus re- vólveres humeante por varios segundos, hasta que uno de ellos perdió el equilibrio, se rompió en dos y quedó tendi- do en el piso para siempre. - 26 -

Todo el mundo vio el espectáculo y nadie lo podía creer. Todos los ojos fueron a dar a la figura de Anto- nio Amado Furlog y empezaron a admirarle pero mu- cho más a temerle. Furlog se dio la vuelta y apoyán- dose en la barra pidió otro trago y prosiguió como si no hubiese hecho nada más que matar a una mosca. Sin lugar a dudas, los pre- sentes estaban ante un matón, de sangre fría. La ley se presentó enseguida y apuntando sus armas hacia Furlog , le dijeron que estaba detenido. -¿De qué se me acusa, comisario? –dijo aquel girando lenta- mente. -¿Entuavía lo pregunta? –se alarmó el comisario señalando al muerto. -Fue en legítima defensa. –se defendió Furlog y dijo que pregunte a los presentes. Los presentes, más de quince sujetos, primero miraron a Furlog , luego al muerto y dijeron que sí, que fue en defen- sa propia y el comisario se lo tuvo que masticar. En el poblado, Antonio Amado Furlog empezaba a ser leyenda. - 27 -

Como reguero de pólvora corrió que Furlog había sido detenido y antes de que fuese interrogado, ya estaban allí el juez Lanbourne que nadie citó, el periodista del pasquín que distribuía noticias una vez cada quince días y tres testigos que había comprometido el comisario, también Katty que no la dejaron ingresar a la oficina. Mientras se debatía el destino inmediato de Furlog, na- die dabase cuenta, ni Furlog , que por la manga de su camisa la sangre empezaba a destilar gota tras gota. El juez fue el primero. -¡Este muchacho está herido! -Iré por la enfermera. –habló uno de los testigo y salió de prisa, no tanto para ir por la enfermera, sino para irse de allí y ya no regresar. -Todo indica –dijo el juez al comisario. –legítima defensa, señor comisario. Aconsejo dejarle libre ya mismo. -¡Exactamente es lo que vengo a proponer! –irrumpió el único abogado de la comarca que nunca le llegaba un caso y por eso, él mismo iba en busca de algún caso que le diera de comer, aunque este caso ya estaba resuelto. -¡Lo que nos faltaba! –exclamó el comisario mirando hacia el techo. -¡Smithy, abogado Smithy –se presentó Smithy ante Fur- log . –Para su defensa. -Güeno . –emitió Furlog y no más. Antonio Amado Furlog echó la mirada sobre los presente y se detuvo en el juez Lanbourn, hombre de más de sesenta años, contextura física con unos kilos demás, pero al parecer muy perspicaz y sosegado. Comisario Pérez de unos cuarenta años, delgado, de bigote prolijo, de cara angulosa, hombre del que hay que tener cuidado. Abogado Santiago Smithy, tam- bién de unos cincuenta años, delgado y baja estatura. El pe- riodista Tomás Gilaberto Rodríguez, no más allá de los treinta y cinco, de mirada inquisidora. - 28 -

Por último el ayudante del comisario y los testigos que fueron pasados de alto en la descripción de los presentes por Furlog . Mientras aquellos deba- tían, Furlog miraba a través de la ventana que Katty es- taba allí. La chica estaba im- paciente. Furlog hizo un gesto que estaba todo bien. La enfermera de mediana edad y de ca- bellos rubios, llegó con su cajuela de primeros auxilio y no necesitó preguntar quién era el herido. El brazo de Furlog ya lo indicaba. - 29 -

Mientras la enferme- ra Carabelli revisaba y cu- raba la herida, Furlog la observaba de reojos y lo primero que se dijo que no le gustaban las de pelo amarillo y menos con el serpenteado. Pensamiento que la enfermera Carabelli jamás lo sabría. Cuando todo acabó y empezaron a irse de la oficina, el comisario detu- vo a Furlog y le dijo seve- ramente: -Ya me mató a dos hombres y recién es me- diodía. Quiero que se vaya del pueblo. La próxima vez no habrá “en defensa pro- pia” que lo salve de la cár- cel. ¿Entendió? -Gueno. – asistió Fur- log y salió. En la calle lo esperaba Katty ansiosa por saber cómo estaba. Y la enfermera al pasar, le dijo que tenía que ver- le la herida en veinticua- tro horas. - 30 -

VI Ese mismo día y a esa misma hora, en la oficina del comi- sario se estaba cocinando algo bastante turbio. -Decía yo –hablaba el ayudante Ray Varela de la segunda categoría: -¿Va a dejar que ese maldito matón se salga con las suyas? -Ya lo ves Ray –decía el comisario. –Estoy de manos ata- das. El juez intermedió a su favor. Mató a dos personas, hay testigos que fue en defensa propia ¿Qué más puedo hacer? – finalizó resignadamente. -Decía yo que… hay formas y formas. -¿A qué te refieres? –arqueó las cejas el comisario. -Si lo limpiamos nadie tiene por qué saberlo, decía yo. -Pero…¿Qué taís diciendo, pedazo e’ bruto? – habló el comisario sobrecogido, como impresionado. -¡Maldita sea, somos la ley! -Decía nomás, decía. –dijo echando un paso atrás y enrojeciendo un poco sus mejillas. -¡Que no te vuelva a pillar diciendo otra de tus barbarida- des! -Descuide Jefe. El Comisario Pérez salió a dar un paseo para calmar su in- comodidad, su enojo. - 31 -

Su paseo fue corto, se detuve en la puerta de la casa de la enfermera y buscó darse una nueva oportunidad. Golpeó suavemente y entro al consultorio de la enfermera como un paciente más. Ella estaba con unos papeles y al verlo exclamo: -¡Comisario Pérez! ¿Qué lo trae por aquí? ¿Algún problemi- ta de salud? -Sí, la verdad tengo un problema y no sé cómo decírselo pero debo hacerlo. -Cuénteme. -No vengo como paciente, sino… -No entiendo. –manifestó ella poniéndose algo tensa. -Bueno, mire, yo soy un hombre, usted una mujer y ambos estamos solos, y entonces pensé que tal vez… -¡Por favor! ¿Qué está diciendo? –se alarmó la enfermera Carabelli y retrocedió unos pasos para mantener cierta dis- tancia de aquel, pero aquél la perseguía hasta que estalló: -¡Quiero que sea mi mujer! Nos enyuntaremos y… -Pero ¿Qué clase de insolencia es esta, señor Pérez? No le permito que… -Me gusta desde hace tiempo y… -Pérez trató de tomarla entre sus brazos y lo consiguió a medias. -¡Por favor! ¡Le ruego que corrija su conducta! ¡Déjeme y váyase! –pedía con severidad, tratando de poner coto a la es- cabrosa situación. Pérez ya estaba lanzado y no se podía detener. Sus ojos maliciosos brillaban demasiado -¡Será mía quiera o no! –sentenció el comisario perdiendo la huella. -¡Usted está realmente loco! –ella remarcaba con furia y temor, el tipo se veía lejos de sus cabales. - 31 -

Una paciente llamó a la puerta y esa fue la salvación de la enfermera Carabelli. Por un instante las filosas miradas se congelaron y él retrocedió y se marchó dejando una ad- vertencia: -¡Volveré! Pérez fue al bar, -Raymond, ven aquí. – necesitaba un par de dijo el comisario ingresan- copas. En su demencia do en su despacho y fueron pensaba que ella esta- a la trastienda. ría enamorada de otro hombre y por eso no le -Usted manda. – habló daba ninguna chanse, Raymond lejos de saber lo pero… ¿Qué otro hom- que se venía. bre? Debía averiguar quién se interponía en- -Estuve pensando en tus tre ella y él. Antonio palabras y creo que no es Amado Furlog ingresó descabellada tu idea. – a su mente y se le ocu- manifestó Pérez mientras rrió pensar que Furlog se servía un trago. era ese hombre. -¿Qué palabras? ¿Cuál -Hagamos que la chica idea? se vaya también. – -Que ese tal Furlog nos expresó Raymond pe- dará problemas y que lo lando su revólver. mejor será que… -¿Ande? -Con su padre. -¿Limpiarlo? –preguntó con cierto hilo de entusias- mo. -Sí, pero no en su ran- cho que está Katty. Tene- mos que encontrarlo a so- las por ahí. - 33 -

-Sabes, a veces te miro y hasta miedo me das. –indicó Pé- rez y no se habló más, pues la bola ya estaba lanzada. - 34 -

Al día siguiente, hora antes que diesen el mediodía, el juez Lanbourn se dejó ver por el rancho de Furlog . La muchacha salió a recibirlo. -¿Está su padre? –preguntó descendiendo de su calesa. -Está por allá. –señaló Katty hacia el río y agregó: – Tratando de abrir la testaruda tierra para echarle algún grano. ¿Está trabajando la tierra? –se sorprendió el juez sabien- do lo árido de esa tierra. -Sea. –respondió Katty y los dos personajes quedaron sin un decir hasta que: -Sí –decía el juez. –Te pareces bastante a tu padre. No di- go igual, pero bastante parecidos. -Sea. –dijo Katty y sonrió ligeramente. - 35 -

Katty se ilusionaba con tener un papá como Furlog . Para con ella era un hombre muy bueno. Ningún otro la trató jamás de esa manera tan platónica. Nunca supo cómo era tener un padre - 36 -

El juez Lanbourn le caía bien por eso fue que… -¿Se quedará a comer con nosotros, Don? -¡Oh! No quisiera que… ¡Allá viene Furlog ! –y callados aguardaron su llegada al patio. - 37 -

-¡Guen día juez! –saludó Fur- -¿A que debemos su log llegando y dijo: -Gusto de llegada? ¿Asunto so- verlo otra guelta. cial? -Igualmente, muchacho. -Invité al juez a comer con nosotros. –señaló Katty con son- risa amplia. -¡Muy bien hecho! - .dijo Fur- log con complacencia y pregun- tó: -Se lo diré –devolvía el juez viendo que Katty se iba para la casa. El juez llevó de un brazo a Furlog a la sombra de un ár- bol y entonces fue dijo: -Recibí noticias de que otro de los hermanos del “Niño” Ramírez salieron del penal de Azul y se dirigen hacia nues- tro pueblo. -¿Usted cree que debo preocuparme? -Sí y mucho. – sostuvo el juez más preocu- pado que Furlog. Y no hablaron más porque Katty llamaba para el almuerzo. - 38 -

Luego de la comida, la chica fue a la cocina a la- var los platos Los hombres arma- -También recuerdo que era ron sus cigarrillos y muy hábil con el empleo de las ar- empezaron a platicar. mas. Manejaba muy bien el revól- ver. Por eso, como era muy co- -Sabe Furlog – rrecto y hábil con el revólver, la decía Lanbourn. – gente de Arrollo Seco lo respe- quisiera contarle una taba mucho y los forajidos hasta historia. le temían, pero un buen día desa- pareció…. -Adelante, juez. –le animó Furlog. Furlog escuchaba con atención y no decía nada. Solo fumaba. -Una vez – empezó a contar el juez. - Conocí a un comisario, joven por cierto, que era muy correcto y es- tricto con hacer cum- plir la ley. - 39 -

El juez tras un largo suspiro manifestó un pensamien- to al aire: Era... ¡Un tal Rogelio Maidana! Furlog se quedó viéndolo sin pestañar- - 40 -

-¡Quisiera saber que ha sido de aquel muchacho! –y mi- rando a Furlog dijo: -¿Habrá hecho abuso de autoridad? ¿Habrá cometido algún ilícito? ¿Usted qué opina Furlog ? -No creo que haya hecho nada de eso, juez –respondió Furlog bajo la mirada inquisidora del juez. -¿Entonces qué habrá sucedido para que se marchara de allí?. –preguntó el juez como pensando en voz alta. -Tal vez… Tal vez descubrió que su mujer no le era fiel y prefirió irse sin armar ningún escándalo y ser la ver- güenza pública después. -¿Es eso lo que piensa usted, Furlog? -Sí, sin más. –aseveró Antonio tan tenso como triste. -¿Cuánto hace de esta historia? –preguntó el juez. -Bastante –respondió Furlog . – como diez años, tal vez. -¿Y… no regresó más a Arrollo Seco aunque sea para ver a su hijo, porque tengo entendido que tenía un hijo? -Sí, un hijo de dos años. –confesó Furlog con angustia y lágrimas secas. –Pero Cada tanto –continuó diciendo: - Ese tal Rogelio Maidana envía algún dinero para la crianza del niño. -¡Vaya! La vida siempre tiene para darnos una etapa in- grata. –manifestó el juez. Furlog no dijo más, su pensamiento lo alejó de allí. - 41 -

-Bajaré al pueblo con usted para que me vean la herida. –avisó Furlog y se fue en su bayo. -Bueno, está muy bien la herida. – dijo la enfermera luego de revisar. –Ya no es necesario que regrese, solo manténgala limpia un par de semanas y ya. -Chas gracias doña. ¿Cuánto debo? -Pues… -cavilaba Elena Carabelli por unos segundos. -¿Qué le parece si me invita una cena en la fonda de Doña Elvira? -Pero… -se sorprendió Furlog , no había tanta confianza como para ello. Jamás se le ocurrió pensar que él y la enfer- mera Carabelli… de todos modos acepto con gusto. Cualquier hombre aceptaría con mucho gusto salir con una mujer de sus cualidades y hermosura, se dijo Furlog y empezó a ama- sar unas ilusiones. -Gracias, pero yo… - expresó tristemente y casi vuelca a llorar. -¡No puedo, no puedo hacer esto! –dijo y se sintió acomplejada, sino con vergüenza y triste. - 42 -

Furlog mucho más sorprendido que antes ni siquiera al- canzo a preguntar qué ocurría. Su mente era un laberinto de pensamientos todos confusos. Se caló el sombrero y comenzó a irse. Ella lo detuvo. -Espere, le debo una explicación. -No señora, no me debe nada. –respondió él sobre su hom- bro. -Al menos yo me la debo. Déjeme decírselo. -Bueno, si le cae bien, escucho. –dijo Furlog retrocedien- do unos pasos -Como estoy sola en esta parte del mundo, soy acosada permanentemente por el comisario y se me ocurrió que si me veía saliendo con alguien, desistiría de su acoso. Pero ya ve señor Furlog , es una muy mala ocurrencia. -Desde un principio que no me cae bien ese sujeto. – Furlog se dijo así mismo y le dijo a ella: -Vayamos a cenar una de es- tas noches con la sola intención de dársela por las narices a ese acosador. -Usted cree que… -Insisto. -Puede ser peligroso, es un hombre muy vengativo. -No le temo y si me permite, yo cuidaré de usted. -Le agradezco infinitamente, pero… me avergüenza tener que meterle en un buen lío. -Despreocúpese enfermera. Viernes anocheciendo pasaré por aquí. -manifestó Furlog y se marchó a paso firme. - 43 -

Cuando la enfer- mera Elena Carabe- lli llegó al incipiente pueblo de Roque Pé- rez, dos años atrás, todo el mundo vio que estaba sola y nunca nadie la había visto con un hombre antes como este viernes que pasadas las 20 horas, entro en la fonda de doña Elvira colgada del brazo de Antonio Amado Furlog. Los habitués quedaron de piedra al verlos ingresar, tan ele- gante ella como ele- gante él. Era toda una gran noticia y como tal, corrió co- mo reguero de pólvora hasta los confines del pueblo. Y por supuesto, donde más taladró fue en el comisario Pérez. -¡Ahora sí, se la tengo jurada! –le di- jo a su ayudante y revisó sus armas, que no le faltase ninguna bala. - 44 -

-¿Qué piensa hacer? ¡Espere! –lo detuvo el otro. –En público no. Esperemos el mejor momento. -¡No puedo esperar! –sostuvo con loco afán y salió cuál hoja llevaba el viento. - 45 -

VII El ayudante Varela corría detrás de su jefe para detenerlo y lo detuvo. -Si lo mata ahí dentro, será un asesinato. Si lo limpiamos en la oscuridad jamás nadie lo sabrá. El comisario sofrenó su ímpetu por unos instantes y pensó que su ayudante tenía razón, pero más que eso no le daba pa- ra pensar esa noche. -¿Cómo lo hacemos? -Lo esperaremos fuera del pueblo y lo emboscaremos en el camino. -Buena idea Ray, pero igual entremos ahí para tomar una copa y ver qué hacen. Furlog y Elena dialogaban de - Antonio. –se nombró trivialidades y trataban de Furlog y una de sus aparentar tranquilidad. Pero cuerdas vibró. por dentro de sus humanidades las cuerdas estaban tensas. Por la órbita de su ojo Más las de ella que las de él. derecho entró el comisa- rio y desde donde senta- -Calme señora, no creo que… do estaba parecía poder -Puede llamarme Elena. – leer la mente de aquel. indicó ella. – Y yo lo llamaré por su nombre… - 46 -

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-Su inquietante mirada me dice que ha llegado ¿Verdad? –habló Elena con cierto temor. -Sí, pero uste no se dea la guelta. El sujeto está allí pe- ro no creo que intente nada por el momento. -¿Qué es lo que está haciendo? ¿Mira para acá? – preguntó Elena con preocupación. -Sí, y el sujeto echa el ojo para acá. –dijo Furlog y de- volvió la mirada a la mujer que estaba con él. –Olvidemos a ese sujeto. –terminó diciendo. La cena fue servida y Elena quiso saber de él. -Cuénteme de usted. -¿De dónde viene, a qué se dedica- ba antes? ¿Ha tenido esposa? Entonces Antonio Amado Furlog relato la historia de su separación y su posterior alejamiento. -Usted ha tenido bastante temple, cualquier otro en su lugar la hubiese matado. -Tal vez debí hacerlo. –se dijo Furlog con tristeza y hu- bo una larga pausa en las palabras. El jefe del telégrafo, mister Lazzarino, vio a Furlog y fue a decirle: -Disculpe que lo interrumpa, señor. Tiene usted un tele- grama en la oficina, pase mañana después de las ocho a le- vantarlo. -Así lo haré, gracias. Faltando un cuarto de reloj para que dieran las diez, Furlog acompañó a Elena hasta el portal de su casa. Ella lo invitó a pasar. Furlog miró hacia la noche que estaba sin la luna y luego soltó las siguientes palabras: -Si lo hago… Temo no poder irme después. - 48 -

Entonces ella preguntó con cierto romanticismo y com- placencia si era tan así y por toda repuesta, él la apoyo suavemente contra el marco de la puerta y la beso. Fue un beso correspondido donde comenzó a escribir- se una nueva historia. - 49 -

Mientras tanto el comisario y su ayudante en vano lo es- peraron fuera del pueblo. Después de dos horas advirtieron que demoraba demasiado y decidieron regresar. -Anda pa’ las casas Ray y descansa. –mandó el comisario y el otro qué más quisiera. El comisario merodeó la casa de la enfermera Ca- rabelli y le llamó la aten- ción una luz del interior que nunca antes había vis- to encendida a tal hora de la noche. Pegó su oído a la madera y con sorpresa y espanto oyó murmullos y sobre todo identificó la voz varonil. Escondió su humanidad entre los arbustos y aguardó a que saliera para matarlo de una vez por to- das. Pero Furlog salió ho- ras después y por la puer- ta de atrás. - 50 -


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