VIII El telegrama que Furlog le- vantó de la oficina de Telégrafo decía lo siguiente: “Día 20 llegará Juancito en el tren de la noche”. A Furlog co- menzó a latirle el corazón a un ritmo más acelerado, pues era una noticia que no esperaba de ningún modo. Le temblaba el pulso, para tranquilizarse nece- sitaba un trago fuerte aunque fuese media mañana y no más. Se apoyó en la barra y pidió una ráfaga del mejor whisky y fue cuando alguien con voz tenebrosa dijo: -¡Ay tá! Un sujeto de casi dos metros de altura y de anchos hom- bros acompañado por otro sujeto similar, se le acercó a Fur- log y lo escupió en la cara: -¡Usted es el asesino que mató a nuestro hermano! –el suje- to acompañó la oración con una fuerte trompada al mentón de Antonio Amado Furlog que éste no hizo otra cosa que caer al piso viendo estrellas. - 51 -
Antonio no podía levantarse por sí solo, el grandote lo levantó del piso como a una hoja de papel para mandarlo otra vez al piso con un trompazo en plena boca que a Fur- log le saltaron unos dientes y se le aflojaron otros. Aquel hombre venía otra vez con cuchillo en mano, para lim- piarlo de la faz de la tierra de una vez por to- das. - 52 -
Con la mirada turbia y la mente confusa, por instin- to Furlog peló el re- vólver y apretó el gatillo cuando Ramí- rez ya estaba a milí- metros de él. La bala de Furlog dio entre los ojos de aquel limpiándolo en el acto. En el instante el otro Ramírez también peló y también cayó al lado de su hermano sin darse cuenta de na- da. Los pocos parroquianos que estaban allí, lo vieron todo y todos le dijeron al comisario, cuando llegó a los pocos mi- nutos, como fueron sucediendo los hechos. -Igual lo tengo que detener. –indicó el de la ley y ya lo esposaba cuando alguien dijo: -¿No será mejor que la enfermera lo atienda antes? Pues tiene la boca rota. -¡No hay contemplativas para los asesinos! –sentención Pérez y se lo llevó a la arrastra. Cuando lo metió en la cárcel y advirtiendo el estado po- bre que tenía Furlog , lo atacó rompiéndole un poco más la cara y escupiéndole: - 53 -
-¡Te has metido en el pueblo equivocado! ¡Acá mando yo y sólo yo! –y le mandó dos patadas a las costillas para que se revolcara un poco más. El comisario estaba decidido a concluir la obra que ha- bían comenzado los Ramírez y cuando creyó que ya estaba liquidado, lo dejó más muerto que vivo en la cárcel y se fue a su escritorio a esperar al juez, a la enfermera, al perio- dista y otros que no se tardaron casi nada en llegar. -Los Ramírez le ha dado una buena lapiza a ese criminal que lo limpiaron del todo. –fue lo primero que dijo el comi- sario a los presentes y concluyó: –Por suerte hay testigos de todo lo que ocurrió. -Déjeme verlo. – pidió Elena con desespero. - 54 -
-No pierda su tiempo, enfermera. El sujeto está muerto. –señaló el comisario y disimulando tranquilidad se puso a armar un cigarro -Igualmente debe- mos verlo. –se impuso el juez y dijo: -Nosotros certificaremos su muerte. -Pasen nomás. – autorizó el comisario creyendo que el otro ya estaba cocinado. Antonio Amado Fur- log tenía más vidas que un gato. Todavía respi- raba aunque le dolía to- do. Lo internaron en ca- sa de la enfermera y el juez avisó que iba a buscar a su hija. - 55 -
IX -¿Cuándo dejará de meterse en líos, señor Furlog ? –preguntó la enfermera y le notificó de cómo estaba su estado. -¡Deshecho! Furlog intentó sonreír y ni siquiera una leve mueca le vino a la cara. Recién una semana después pudo ponerse de pie. -Gracias doña Elena por todo lo que ha hecho por mí. ¿Cuánto debo? -Esta vez no le cobraré, pero la próxima que lo muelan a palos, sí.-dijo sonriente. Furlog recordando la vez que la invitó a cenar, fue y le ma- nifestó a Katty por lo bajo: -¡Ahora tendré que casoriarme con ella! -¿Qué ha dicho señor? –saltó Elena con ojos azorados. -No, nada. Que estoy muy agradecido. –expresó Furlog con cierta palidez. -Ha dicho que quiere casoriarse con usted, eso ha dicho. – susurró Katty a Elena. -¿Es verdad lo que dice Katty? –quiso saber Elena. -Pues, comprendan que estoy convaleciente y por ese hueco se dicen muchas cosas. –quiso defenderse de lo in defendible, mientas echaba sonrisas y de pronto preguntó yéndose a otro carril: -¿A qué hora llega el tren? - 56 -
-Llega… -Elena consultó un reloj y señaló que en un hora. Antonio Amado Furlog empezó a sentirse inquieto y buscó un espejo donde mirarse. Luego trató de que no se notaran tanto sus magullones y por último trató de arreglarse el ca- bello. -Pareciera que aguarda a una reina. Señor Furlog . – habló Elena con cierta curiosidad y cierta sensación de celos.. -A una reina no, a un príncipe. –respondió Furlog orgullo- so y pidió anhelante: -¿Pueden acompañarme? -¿Es importante? –quiso saber Elena. Furlog dijo sí y le expresaron: -Entonces iremos. El tren de pasajeros llegaba con cuarenta y cinco minutos de atraso. - 57 -
Entre los pasa- jeros descendió Juancito, vestido de pantalón ne- gro, camisa, cam- pera, y su metro diez de altura. -¿Se encuentra Rogelio Maidana entre los presen- tes? –preguntó el comandante del tren con un sobre en la mano. -Furlog dio un paso al frente y se presentó como tal. -Entonces esto es para usted. –dijo el conductor y le entregó el sobre, un pequeño equipaje y al niño. - 58 -
El chico miraba a Maidana con el ceño fruncido, pues no conocía a ese hombre. Maidana miraba al niño con emoción y orgullo que no sabía qué hacer. Elena y Katty se miraban entre ellas, mudas y perplejas, el niño era más que un Antonio Amado Furlog en miniatura. -¿Sabes quién soy? – preguntó Maidana al niño. -Debe ser mi padre. –habló el niño sin ningún tipo de emo- ción. -Sea. –afirmó Maidana cogiendo la maleta del chico. -Vayamos a casa –dijo Elena. –Seguramente debe tener hambre. -Sea. –respondió Juancito y Elena le dijo a Katty por lo bajo: -Sin lugar a dudas es un verdadero Furlog o como se llame ese señor. En el almuerzo Ro- gelio habló: -Hijo, uste debe saber que Katty es como si fuera su her- mana. La señora Elena es como si… como si… -¿Madre? –soltó el chico sin una mueca. -Guen... –titubeó Rogelio sin atreverse a mirar a Elena ni responder al niño. -¿Y usted como mi Padre? - 59 -
-Como si fuera no. ¡Soy su padre! – manifestó Maidana con firmeza. -Bueno. –dijo el chico como si le diese lo mis- mo. -Quiero que sepa señor Antonio Amado Furlog o Ro- gelio Maidana… Que apenas -Señor Furlog, tenemos nos conocemos como para que hablar a solas. –habló tanta familiaridad y tampoco Elena con seriedad e incomo- le he dado motivos como para didad y condujo a Maidana a que… la cocina. -Gueno, yo pensé que como -Gueno, señora. –sopló Mai- la otra guelta usted y yo… dana mientras pelaba un ciga- -¡Usted y yo nada, señor! rro. -¿Tá segura? -¿Resulta que ahora tengo -¡Segurísima! una familia, de la mañana a la -Gueno, no sé qué decir. – noche? –habló ella con cierto decía Rogelio perplejo. enojo. -No diga más nada y… -la en- Maidana no hallaba pala- fermera Carabelli fue inte- bras para defenderse y tam- rrumpida por una severa voz poco era su intención. que provenía de las afueras . - 60 -
-¡Furlog cobarde, salga a la calle! -¡Salga ya Furlog ! ¡No es más que un asqueroso cobarde! –el comisario gri- taba en plena calle y ante los curiosos que se iban amontonando. -¿No irá a salir, usted? –se preocupó Elena. – ¡Ese hombre está descontrola- do! -Tengo que hacerlo.me ha llamado cobarde. –sostuvo Roge- lio mientras acomodaba su revólver y se disponía a salir. -¡No lo haga! Piense en su hijo. -Precisamente. -¡Furlog , piensa en mí, por favor! –suplicó ella tuteándolo. -Lo siento doña Elena. -¡Si sale, ya no regrese!. –sentenció ella con ira y dio la vuelta y se encerró en su habitación. - 61 -
Maidana abrió la puerta y salió a la calle. Numeroso público estaba pre- sente, pues había un espectáculo y gratis. A la gente le gustaba ver las peleas, la sangre y los muertos. -¡Te mataré como a un perro! - ladró Pérez que ya tenía la san- gre en los ojos y la mano le voló al revólver. Fue tan solo milésima de se- gundos que ocurrieron los hechos. La bala de Pérez pegó en una nu- be pasajera. La de Rogelio Maida- na dio en la frente del desafian- te limpiándolo en el acto. Los ojos acerados y fríos de Chocaron chocaron con los del ayudante de Pérez. -¡No tengo nada que ver, Fur- log ! –apuró Ray Varela levantan- do las manos al cielo. -Mejor así. Rogelio Maidana y sus hijos y se alejaron del pueblo. Elena miró a través de la ventana - 62 -
Epílogo Dia después el juez Lanbourn apareció por el rancho de Maidana y dijo: -Tenemos una vacante de comisario, Furlog. -No para mí. -Qué pena. Yo había pensado en usted. Es el hombre indi- cado. -Se lo agradezco, juez. Ahora pasemos a tomar una copa para brindar. -¿Por qué o por quién hay que brindar? –preguntó Lanbourn. -¡Por la amistad! ¡Por la vida! -¡Eso me gusta! –exclamó el juez. –Y yo agregaría algo más. -dijo aquel levantando su vaso; ¡Por el amor! -¿El amor? –se sorprendió Rogelio. -Sí –respondió el juez y mirando por la ventana indicó: - ¡Ese que viene allí! La enfermera Elena Carabelli llegaba en su coche y tanto Katty como Juancito salieron a su encuentro. Rogelio Maidana y el juez salieron detrás. -Me alegro mucho de verla y... ¡Tenerla en las casas! – manifestó Rogelio. -Gracias, señor Furlog. - -expresó ella sonriendo feliz. -¡Maidana, Rogelio Maidana! –corrigió él. - 63 -
Dedicado A los poetas, escritores, músicos y recitadores que me honran con su amistad.
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