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Agatha Christie - Hércules Poirot 2. Asesinato en el campo de golf

Published by dinosalto83, 2022-07-05 23:59:17

Description: Agatha Christie - Hércules Poirot 2. Asesinato en el campo de golf

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—¿Supo usted siempre que era... la otra? —Sí, amigo mío. —¿Por qué no me lo dijo? —En primer lugar, apenas podía parecerme concebible que incurriera usted en semejante equivocación. Había visto la fotografía. Las hermanas se parecen mucho, pero no es imposible distinguirlas. —Pero ¿y el cabello rubio? —Una peluca usada para formar un contraste llamativo en el escenario. ¿Es concebible que entre dos gemelas una lo tenga rubio y la otra oscuro? —¿Por qué no me lo dijo aquella noche, en el hotel, en Coventry? —Se había mostrado usted algo arbitrario en sus métodos, amigo mío —contestó Poirot secamente—. No me dio la oportunidad. —Pero después... —¡Ah, después! Bueno, para empezar, me ofendió su falta de confianza en mí. Y luego, necesitaba ver si sus... sentimientos resistirían la prueba del tiempo; si en realidad se trataba de amor o de una llamarada en la sartén. No le hubiera dejado mucho tiempo en su error. Hice una seña afirmativa. Su tono era demasiado afectuoso para que le guardase resentimiento. Bajé la vista sobre los pliegos de la carta. De pronto, los recogí del suelo y se los acerqué. —Lea esto —le dije—. Deseo que lo lea. En silencio, los leyó por completo. Luego, me miró. —¿Qué le inquieta, Hastings? Era aquélla una actitud nueva en Poirot. Sus maneras burlonas parecían totalmente descartadas, y así pude hablarle francamente, sin dificultad: —No dice..., no dice..., bien: ¡no dice si me quiere o no! Poirot me devolvió los pliegos. —Creo que está usted equivocado, Hastings. —¿En qué cosa? —exclamé, adelantándome con ansiedad. Poirot sonrió. —Se lo dice en cada línea de la carta, mon ami. —Pero ¿dónde voy a encontrarla? No hay dirección en la carta. Un sello de Correos francés nada más. —¡No se excite! Déjelo en manos de papá Poirot. ¡Yo se la encontraré tan pronto como tenga disponibles cinco minutitos! www.lectulandia.com - Página 151

Capítulo XXVII El relato de Jack Renauld —Le felicito, Jack —dijo Poirot, estrechando al muchacho la mano calurosamente. El joven Renauld vino a reunirse con nosotros tan pronto le pusieron en libertad..., antes de partir para Merlinville para reunimos con Marta y con su propia madre. Le acompañaba Stonor. La animación del secretario contrastaba vivamente con el decaído aspecto del muchacho. Era claro que Jack se hallaba cerca de una crisis nerviosa. Sonrió tristemente a Poirot y dijo en voz baja: —He soportado todo esto para protegerla, y ahora resulta inútil. —Apenas podía esperar que la muchacha aceptase el precio de su vida —observó Stonor con sequedad—. Estaba destinada a presentarse cuando vio que se iba recto a la guillotina. —Eh ma foi! ¡Allí se iba sin la menor duda! —añadió Poirot con un ligero parpadeo—. De haber seguido así, hubiera tenido sobre su conciencia la muerte rabiosa del abogado Grosier. —Supongo que ha sido un borrico bien intencionado —dijo Jack—. Pero me ha atormentado horriblemente. Ya comprenden: yo no podía tomarle por confidente. Pero, ¡Dios mío!, ¿qué va a sucederle a Bella? —En el lugar de usted —dijo Poirot francamente—, yo no me acongojaría más de lo justo. Los tribunales franceses son muy clementes para la juventud y la belleza, y el crime passionnel. Un abogado hábil sacará un montón de circunstancias atenuantes. No va a ser muy agradable para usted... —Esto no me importa. Ya lo ve usted, monsieur Poirot; en cierto modo, me siento realmente culpable del asesinato de mi padre. A no ser por mí y por mi enredo con esta muchacha, estaría hoy vivo y en buena salud. Y luego, mi maldito descuido al equivocar el sobretodo. No puedo menos de sentirme responsable de su muerte. ¡Esta idea me perseguirá toda la vida! —No, no —dije yo, intentando calmarle. —Por supuesto, para mí es horrible el pensamiento de que Bella mató a mi padre; pero yo la había tratado de un modo vergonzoso —continuó Jack—. Después, conocí a Marta y me di cuenta de que había cometido un error. Hubiera debido escribirle y comunicárselo sinceramente. Pero me aterraba la idea de una disputa, de que Marta conociese mi anterior intriga y pensara que había más de lo que en realidad había habido nunca... Bueno: fui un cobarde y seguí esperando que la situación se resolvería lentamente por sí sola. Lo cierto es que continué a la deriva... y sin comprender que estaba enloqueciendo de pena a la pobre niña. Si me hubiese clavado www.lectulandia.com - Página 152

la daga a mí, como era su intención, no hubiera yo recibido más que lo que merecía. Y su modo de presentarse ahora es un verdadero acto de valor. Yo he resistido la prueba; ya comprenden el final. Guardó silencio por unos segundos, y luego se disparó en otra dirección. —Lo que no me cabe en la cabeza es por qué vagaba mi padre por allí en ropa interior y con mi sobretodo, a aquellas horas de la noche. Supongo que habría acabado de escabullirse de esos tipos extranjeros y que mi madre debió de equivocarse al decir que habían venido a las dos. O..., o ¿no sería todo eso una trama para desviar las sospechas? Quiero decir, ¿no pensó, no pudo pensar mi madre... que..., que era yo? Poirot se apresuró a tranquilizarle. —No, no, Jack. No tenga ningún temor por este lado. En cuanto a lo demás, yo se lo explicaré un día de éstos. Es una historia algo curiosa. Pero ¿quiere usted contarnos lo que ocurrió exactamente en esta noche terrible? —Hay muy poco que contar. Vine de Cherburgo, como se lo dije, para ver a Marta antes de irme al otro extremo del mundo. El tren llegó con retraso y decidí tomar un atajo a través del campo de golf. Desde allí podía entrar fácilmente en el jardín de Villa Marguerite. Había casi llegado a aquel lugar cuando... Se detuvo y tragó saliva. —Adelante. —Oí un grito terrible. No era fuerte..., una especie de ahogo entrecortado..., pero que me asustó. Por un momento me quedé inmóvil en el sitio. Luego di la vuelta a la espesura de maleza. La luna alumbraba. Vi la sepultura y una figura echada boca abajo con una daga clavada en la espalda. Y luego..., y luego... levanté la vista y la vi a ella. Estaba mirándome como si viese un aparecido..., y así debió de creerlo al principio...; el horror había borrado de su rostro toda otra expresión. Y entonces dio un grito, se volvió y echó a correr. Nuevamente se detuvo, esforzándose en dominar su emoción. —¿Y después? —preguntó Poirot con suavidad. —Realmente, no lo sé. Permanecí por algún tiempo aturdido. Y, después, comprendí que era mejor que me alejase de allí tan deprisa como pudiera. No se me ocurrió que fueran a sospechar de mí; pero temí que me llamasen a declarar contra ella. Fui a pie hasta Saint-Beauvais, como le dije, y me procuré un coche para volver a Cherburgo. Se oyó un golpe en la puerta y entró un ordenanza con un telegrama que entregó a Stonor. Éste lo abrió y se puso en pie. —Madame Renauld ha recobrado el conocimiento —anunció. —¡Ah! —dijo Poirot, levantándose de un salto—. Vámonos todos a Merlinville. Partimos, pues, más que aprisa, y Stonor, a instancias de Jack, se avino a quedarse www.lectulandia.com - Página 153

para hacer lo que fuese posible en favor de Bella. Jack y yo salimos en el coche del primero. El viaje duró poco más de cuarenta minutos. Al acercarnos a la puerta exterior de Villa Marguerite, Jack dirigió a Poirot una mirada interrogante. —¿Qué le parece si se adelantase usted para dar a mi madre la noticia de que estoy en libertad? —Mientras usted se la da personalmente a mademoiselle Marta, ¿eh? —añadió Poirot con un guiño—. Desde luego, desde luego; yo mismo iba a proponérselo. Jack Renauld no se entretuvo. Deteniendo el coche, se apeó y subió por el camino hasta la puerta delantera. Nosotros continuamos con el coche hasta Villa Geneviéve. —Poirot —le dije—, ¿recuerda nuestra llegada aquí, el primer día? ¿Y cómo nos encontramos con la noticia del asesinato de Renauld? —¡Ah, sí!, ciertamente. No hace tampoco mucho tiempo. Pero ¡cuántas cosas han pasado desde entonces!..., especialmente a usted, amigo mío. —Sí, muy cierto —contesté, suspirando. —Está usted considerándolo desde el punto de vista sentimental, Hastings. No me refería a esto. Esperemos que Bella será tratada con clemencia y, después de todo, Jack ¡no puede casarse con las dos chicas! Hablaba desde un punto de vista profesional. Esto no es un crimen bien ordenado y regular como los que encantan a un detective. La mise en scéne proyectada por George Conneau es ciertamente perfecta, pero el desenlace..., ¡de ningún modo! Un hombre muerto accidentalmente, en un arrebato de cólera, por una muchacha... ¡Ah!, verdaderamente, ¿qué orden ni método hay en esto? Y en la mitad de una carcajada mía provocada por las peculiaridades de Poirot, Francisca abrió la puerta. Poirot le explicó que tenía que ver a madame Renauld inmediatamente, y la anciana sirvienta le acompañó arriba. Yo permanecí en el salón. Poirot tardó algún rato en reaparecer. Su aspecto era desusadamente grave. —Vous voilá, Hastings! Sacre tonnerre!, ¡se acerca una borrasca! —¿Qué quiere usted decir? —exclamé. —Difícilmente lo hubiera creído —dijo Poirot con aire meditabundo—; pero las mujeres hacen lo inesperado. —Aquí están Jack y Marta Daubreuil —dije, mirando por la ventana. Poirot saltó fuera de la habitación y se reunió con la joven pareja en los peldaños exteriores. —No entre. Es mejor que no entre. Su madre está muy trastornada. —Ya sé, ya sé —dijo Jack Renauld—; pero debo presentarme a ella en seguida. —No, no, le digo. Es mejor que no lo haga. —Pero Marta y yo... www.lectulandia.com - Página 154

—En todo caso, no lleve a esta señorita con usted. Suba, si se empeña, pero hará bien en dejarse guiar por mí. Una voz que resonó en la escalera nos sobresaltó a todos. —Le doy las gracias por sus buenos oficios, monsieur Poirot; pero expresaré bien claramente mis deseos. El asombro nos sobresaltó. Apoyada en el brazo de Leonia, madame Renauld descendía la escalera, con la cabeza vendada aún. La muchacha francesa estaba llorando e imploraba a su dueña para que regresara al lecho. —La señora se matará. ¡Esto es contrario a todas las órdenes del doctor! Pero madame Renauld continuó su camino. —¡Madre! —exclamó Jack, adelantándose. Con un gesto, ella le hizo retroceder. —¡No soy tu madre! ¡No eres mi hijo! Desde este día y hora, te repudio. —¡Madre! —repitió el muchacho, estupefacto. Por un momento, ella pareció vacilar, enmudecer ante la angustia que revelaba aquella voz. Poirot hizo un gesto como para intervenir. Pero instantáneamente, ella recuperó el dominio de sí misma. —Tienes sobre tu cabeza la sangre de tu padre. Eres moralmente culpable de su muerte. Le contrariaste y desafiaste con motivo de esta joven, y tu despiadado modo de tratar a otra muchacha ha dado lugar a un asesinato. ¡Sal de mi casa! Me propongo tomar mañana las medidas necesarias para que no toques ni un penique de su dinero. ¡Ábrete camino en el mundo con la ayuda de la hija de la peor enemiga de tu padre! Y lenta y penosamente subió de nuevo la escalera. Nos quedamos todos desconcertados... No estábamos preparados para aquella declaración. Jack Renauld, rendido por todo lo que había sufrido ya, osciló y estuvo a punto de caer. Poirot y yo nos apresuramos a sostenerle. —Está agotado —murmuró Poirot al oído de Marta—. ¿Adonde podemos llevarle? —¡A casa, naturalmente! A Ville Marguerite. Mi madre y yo le cuidaremos. ¡Mi pobre Jack! Llevamos al muchacho a la villa, donde cayó inerte en un sillón, en estado casi inconsciente. Poirot le tocó la cabeza y las manos. —Tiene fiebre —dijo—. Esta larga tensión nerviosa empieza a producir sus efectos. Y, por añadidura, este sobresalto. Llévenlo a la cama, llamaremos a un médico. El médico fue hallado muy pronto. Después de reconocer al paciente diagnosticó que se trataba de un sencillo caso de postración nerviosa. Con descanso y tranquilidad estaría casi restablecido al día siguiente; pero si se excitaba era posible que sobreviniese una fiebre cerebral. Era de aconsejar que alguien le velase toda la www.lectulandia.com - Página 155

noche. Por último, después de haber hecho cuanto era posible, le dejamos al cuidado de Marta y de su madre y nos dirigimos a la población. Había pasado nuestra hora de comer acostumbrada, y ambos estábamos hambrientos. En el primer restaurante que encontramos pudimos dejar nuestro apetito satisfecho con una excelente omelette, seguida de una entrecote no menos excelente. —Y, ahora, a nuestro alojamiento para la noche —dijo Poirot cuando, por fin, quedó completada nuestra comida con un café noir—. ¿Vamos a probar nuestro antiguo amigo el Hotel des Bains? Sin discutirlo más volvimos sobre nuestros pasos. Sí, los señores podrían disponer de dos buenas habitaciones con vistas al mar. Luego, hizo Poirot una pregunta que me dejó sorprendido: —¿Ha llegado una dama inglesa, miss Robinson? —Sí, señor. Está en el saloncito. —¡Ah! —¡Poirot! —exclamé, acomodando mi paso al suyo, mientras seguíamos por el corredor—, ¿quién es miss Robinson? Poirot sonrió con expresión bondadosa. —Es que le he preparado un matrimonio, Hastings. —Pero lo que digo... —¡Bah! —exclamó Poirot, dándome un empujón amistoso en el umbral de la puerta—. ¿Cree usted que deseo trompetear en Merlinville el apellido Duveen? Era Cenicienta, quien se levantó para recibirnos. Tomé su mano entre las mías. Mis ojos dijeron el resto. Poirot aclaró su voz. —Mes enfants —dijo—, de momento no tenemos tiempo para los sentimientos. Hay trabajo que nos espera. Señorita, ¿ha podido hacer lo que le pedí? A modo de contestación, Cenicienta sacó de su bolso un objeto envuelto en papel y se lo entregó en silencio a Poirot, que lo desenvolvió. Hice un movimiento de sorpresa, pues era la daga que, según tenía entendido, había sido echada al fondo del mar. ¡Es extraño cuánto les cuesta siempre a las mujeres destruir los objetos y documentos más comprometedores! —Muy bien, hija mía —dijo Poirot—. Estoy contento de usted. Váyase ahora a descansar. Hastings, aquí presente, y yo, tenemos que hacer. Le verá usted mañana. —¿Adonde van? —preguntó la muchacha, abriendo mucho los ojos. —Quedará informada mañana. —Porque adonde quiera que vayan yo voy también. —Pero, señorita... —Le digo que voy también. Comprendiendo que sería inútil discutir, Poirot cedió. www.lectulandia.com - Página 156

—Venga entonces, señorita. Pero esto no va a ser divertido. Lo más probable es que no ocurra nada. La muchacha no contestó. Salimos al cabo de veinte minutos. Había ya oscurecido por completo; una noche cerrada que oprimía. Poirot nos llevo fuera de la población y en dirección de Villa Geneviéve. Pero al pasar por delante de Villa Marguerite se detuvo. —Quisiera asegurarme de que Jack Renauld sigue sin novedad —dijo—. Venga conmigo, Hastings. Quizá preferirá esta señorita quedarse fuera. Madame Daubreuil podría decir algo que la ofendiese. Descorrimos el cerrojo de la puerta exterior y subimos por el camino de la entrada. Al dar la vuelta hacia la fachada lateral llamé la atención de Poirot sobre una ventana del primer piso. Vivamente destacado veíase contra la cortina el perfil de Marta. —¡Ah! —dijo Poirot—. Me figuro que ésta es la habitación en que encontraremos a Jack Renauld. Madame Daubreuil nos abrió la puerta. Nos explicó que Jack continuaba en el mismo estado, pero que quizá querríamos verle. Subiendo la escalera, nos condujo al dormitorio. Marta Daubreuil estaba sentada junto a una mesa con una lámpara, trabajando. Al vernos entrar se puso un dedo sobre los labios. Jack Renauld descansaba; su sueño era inquieto y volvía continuamente la cabeza de un lado a otro; su rostro continuaba muy encendido. —¿Va a volver el médico? —preguntó Poirot en voz baja. —No; a no ser que le llamemos. Duerme, y esto es lo que importa. Mamá le ha hecho una tisana. Y se sentó de nuevo, con su bordado, cuando salimos de la habitación. Madame Daubreuil nos acompañó hasta abajo. Desde que conocía la historia de su vida pasada miraba a aquella mujer con creciente interés. Allí estaba, con los ojos bajos y la misma sonrisa tenuemente enigmática que yo recordaba. Y de pronto me sentí asustado de ella, como uno se asusta de una fascinadora serpiente venenosa. —Espero que no le habremos causado molestia, señora —dijo Poirot, cortésmente, al abrir ella la puerta para darnos paso. —Nada de eso, caballero. —A propósito —dijo Poirot, como si acabase de recordar algo—, monsieur Stonor no ha estado hoy en Merlinville, ¿verdad? No podía yo penetrar en absoluto el objeto de esta pregunta que, bien sabía, no debía de tener sentido en lo que se refería a Poirot. Madame Daubreuil contestó con perfecta compostura y seguridad: —No, que yo sepa. —¿No ha tenido una entrevista con madame Renauld? www.lectulandia.com - Página 157

—¿Cómo había yo de saberlo? —Cierto —dijo Poirot—. Pensaba que podía haberle visto entrar o salir, sencillamente. Buenas noches, señora. —¿Por qué...? —empecé yo a decir. —No hay porqués, Hastings. Tiempo tendremos para esto más tarde. Nos reunimos con Cenicienta y seguimos nuestro camino rápidamente en dirección a Villa Geneviéve. Poirot miró una vez por encima del hombro hacia la ventana iluminada y contempló el perfil de Marta inclinada sobre su trabajo. —Está protegido, de todos modos —murmuró. Llegados a Villa Geneviéve, Poirot se apostó tras unos arbustos a la izquierda del camino de los coches, donde, disponiendo nosotros de un espacioso campo visual, quedábamos completamente ocultos. La villa aparecía sumida en una oscuridad absoluta; todo el mundo estaba, sin duda, acostado y durmiendo. Nos hallábamos casi inmediatamente bajo la ventana del dormitorio de madame Renauld, que, según advertí, estaba abierta. Me pareció que allí era donde estaban fijos los ojos de Poirot. —¿Qué vamos a hacer? —murmuré. —Observar. —Pero... —No espero que suceda nada, por lo menos, hasta dentro de una hora; probablemente dos horas; pero él... Sus palabras quedaron interrumpidas por un grito largo y angustioso: —¡Socorro! Brilló una luz en la habitación del primer piso situada a mano derecha de la puerta delantera. El grito había venido de allí. Y mientras seguíamos observando, pasó por la cortina una sombra como de dos personas que luchan. —Mille tonnerres! —exclamó Poirot—. Debe de haber cambiado de habitación. Lanzándose de un salto pegó locamente contra la puerta delantera. Corriendo luego al árbol del cuadro, trepó por él con la agilidad de un gato. Yo le seguí cuando, con un brinco, entró por la ventana abierta. Mirando sobre el hombro vi cómo Dulce alcanzaba la rama detrás de mí. —¡Ten cuidado! —exclamé. —¡Ten cuidado de tu abuela! —replicó la muchacha-—. Esto es un juego de niños para mí. Poirot se había lanzado por la desierta habitación y pegaba en la puerta. —Cerrada y asegurada por fuera —gruñó—; y se necesitará tiempo para forzarla. Los gritos pidiendo socorro iban haciéndose sensiblemente más débiles. Vi la desesperación pintada en los ojos de Poirot. Los dos aplicarnos los hombros a la puerta. Llegó por la ventana la voz de Cenicienta, tranquila y desapasionada: —Llegaréis demasiado tarde. Me parece que yo soy la única que puede hacer www.lectulandia.com - Página 158

algo. Antes que yo acertase a mover una mano para detenerla, pareció saltar de la ventana al espacio. Me precipité y miré hacia arriba. Con horror la vi colgada, por las manos, del techo y avanzando a sacudidas en dirección de la ventana iluminada. —¡Dios mío! Se va a matar —grité. —Olvida usted que es acróbata profesional, Hastings. La Providencia del buen Dios es lo que la ha hecho insistir en acompañarnos esta noche. Sólo ruego que pueda llegar a tiempo. ¡Ah! Al desaparecer la muchacha por la ventana flotó en las tinieblas de la noche un grito de inmenso terror; luego, en el timbre claro de la voz de Cenicienta, llegaron las palabras: —¡No! ¡Te he cogido!... Y mis muñecas son de acero. En el mismo instante Francisca abría cautelosamente la puerta de nuestra prisión. Poirot la apartó sin ceremonia y corrió por el pasillo hasta el lugar en que las otras camareras se habían agrupado, junto a la última puerta. —Está cerrada por dentro, señor. Se oyó caer al suelo un cuerpo pesado. Un momento más tarde giraba la llave en la cerradura y se abría la puerta lentamente. Cenicienta, muy pálida, nos indicó que entrásemos. —¿Salvada? —preguntó Poirot. —Sí. He llegado en el último momento. Estaba agotada. Madame Renauld, medio sentada y medio echada en el lecho, luchaba por recobrar la respiración. —Casi me había estrangulado —murmuró penosamente. La joven recogió algo del suelo y se lo entregó a Poirot. Era una escala de cuerda de seda arrollada. Muy delgada, pero muy resistente. —Para escaparse —dijo Poirot— por la ventana mientras nosotros aporreábamos la puerta. ¿Dónde está... la otra? La muchacha se hizo a un lado y señaló. En el suelo yacía una figura envuelta en una tela oscura, uno de cuyos pliegues le cubría la cara. —¿Muerta? La joven hizo una seña afirmativa. —Así lo creo. La cabeza debe de haber dado contra el mármol de la chimenea. —Pero ¿quién es? —exclamé yo. —La que asesinó a Renauld, Hastings; y la que estaba asesinando a madame Renauld. Curioso y sin comprender aún, me arrodillé y, levantando el pliegue del paño, vi ¡el rostro bello y muerto de Marta Daubreuil! www.lectulandia.com - Página 159

Capítulo XXVIII El término de la jornada Son algo confusos mis recuerdos relativos a los acontecimientos subsiguientes de aquella noche. Poirot parecía sordo para mis repetidas preguntas. Estaba ocupado en anonadar a Francisca con sus reproches por no haberle avisado que madame Renauld había cambiado de dormitorio. Le cogí por el hombro, decidido a atraer su atención. —Pero usted debía de saber esto —alegué—. Usted fue acompañado arriba para verla esta tarde. Poirot se dignó prestarme su atención por un breve instante. —La habían llevado en un sillón de ruedas al sofá de la habitación central, su boudoir —explicó. —Pero, señor —exclamó Francisca—. ¡La señora cambió de habitación casi inmediatamente después del crimen! ¡Los recuerdos... le daban mucha pena! —Entonces, ¿por qué no me lo dijeron? —vociferó Poirot, dando manotazos sobre la mesa y excitándose él mismo hasta alcanzar un enojo de mil demonios—. Pregunto: ¿por-qué-no-me-lo-dijeron? Es usted una vieja completamente imbécil. Y Leonia y Dionisia no valen más. ¡Todas ustedes son triples idiotas! Su estupidez ha estado a punto de causar la muerte de su ama. A no ser por esta valerosa niña... Se interrumpió y, cruzando la habitación hasta el lugar en que estaba la muchacha inclinada para atender a madame Renauld, la besó con fervor galo (lo que no dejó de disgustarme un poco). Me despertó de mi aturdimiento una orden seca de Poirot para que fuese inmediatamente a buscar al médico, a fin de que reconociese a madame Renauld. Después de esto podría ir a llamar a la Policía. Y añadió, para completar mi fastidio: —Casi no vale la pena de que vuelva aquí. Yo estaré demasiado ocupado para atenderla, y a esta señorita voy a nombrarla enfermera. Me retiré con tanta dignidad como me fue posible asumir. Cumplidos mis encargos, volví al hotel. De cuanto había ocurrido, comprendía poco más que nada. Los acontecimientos de aquella noche parecían fantásticos e imposibles. Nadie contestaba mis preguntas. Nadie parecía oírlas. Irritado, me eché en la cama y dormí el sueño de las personas aturdidas y completamente agotadas. Al despertarme vi que entraba el sol por las ventanas abiertas y que Poirot, limpio y sonriente, se había sentado al lado del lecho. —¡Por fin se despierta usted! ¡Es usted un grandísimo dormilón, Hastings! ¿Sabe que son cerca de las once? Gimiendo, me llevé una mano a la cabeza. www.lectulandia.com - Página 160

—Debo de haber estado soñando —dije—. ¿Sabe usted que he soñado que habíamos encontrado el cadáver de Marta Daubreuil en la habitación de madame Renauld, y que usted declaraba que había asesinado a monsieur Renauld? —No ha soñado usted. Todo esto es verdad. —Pero ¿no fue Bella Duveen quien mató a Renauld? —¡Oh, no, Hastings, no fue ella! Verdad que dijo que le había matado...; pero esto fue para salvar de la guillotina al hombre a quien amaba. —¡Cómo! —Recuerde lo que contó Jack. Los dos llegaron al lugar del crimen en el mismo instante, y cada uno dio por cierto que el otro lo había cometido. Ella le mira a él con horror, lanza un grito y echa a correr. Pero cuando sabe que está acusado como autor del crimen, no puede soportarlo y se presenta y se acusa a sí misma para salvarle de una muerte cierta. Poirot se recostó en su silla y juntó las puntas de los dedos en un estilo familiar. —El caso no me pareció enteramente satisfactorio —observó juiciosamente—. Estuve siempre bajo una fuerte impresión de que nos hallábamos ante un crimen premeditado y cometido a sangre fría por alguien que (con mucha habilidad) se había contentado con utilizar los propios planes de Renauld para despistar a la Policía. El gran criminal (como, quizá, recuerde que lo observé una vez) es siempre supremamente ingenuo. Hice una seña afirmativa. —Ahora bien: para sostener esta hipótesis, el criminal debía tener un conocimiento completo de los planes de Renauld. Esto nos lleva a madame Renauld. Pero los hechos desmienten la suposición de su culpabilidad. ¿Hay alguien más que pudiera conocerlos? Sí. Con sus propios labios admitió Marta que había oído la disputa de Renauld con el vagabundo. Si podía oír esto, no hay razón para que no hubiese oído otra cosa cualquiera, especialmente si Renauld y su mujer cometieron la imprudencia de ir a sentarse en aquel banco para discutir sus planes. Recuerde con qué facilidad oyó usted desde aquel lugar una conversación entre Marta y Jack Renauld. —Pero ¿qué posible motivo tenía Marta para asesinar a Renauld? —le pregunté. —¡Qué motivo! ¡El dinero! Renauld era varias veces millonario, y a su muerte (o así lo creían ella y Jack), la mitad de su gran fortuna tenía que pasar a su hijo. Vamos a reconstruir la escena desde el punto de vista de Marta Daubreuil. Marta Daubreuil oye lo que hablan Renauld y su mujer. Hasta ahora, Renauld ha sido una bonita fuente de ingresos para las Daubreuil, madre e hija, pero ahora se propone libertarse de sus redes. Es posible que, al principio, la idea de ella fuese sólo evitar que se les escapase. Pero a ésta sigue otra idea más atrevida, ¡y que no alcanza a horrorizar a la hija de Jane Beroldy! En aquel momento, Renauld es un obstáculo inexorable en el www.lectulandia.com - Página 161

camino de su matrimonio con Jack. Si éste desafía a su padre, quedará reducido a la pobreza..., lo que no entra en modo alguno en los proyectos de Marta. En realidad, dudo de que Marta haya sentido nunca el menor afecto por Jack Renauld. Sabe simular la emoción, pero lo cierto es que pertenece al mismo tipo frío y calculador de su madre. Dudo también de que estuviese muy segura de su dominio sobre los sentimientos del muchacho. Le había deslumbrado y cautivado; pero, separada de él, como tan fácilmente podía procurarlo su padre, podría perderle. En cambio, muerto Renauld y heredero Jack de la mitad de sus millones, el matrimonio se celebraría en seguida y ella alcanzaría de una vez la riqueza... y no los miserables millares que habían sido extraídos hasta entonces. Y su hábil cerebro adopta el sencillo plan. Todo será fácil. Renauld está disponiendo todas las circunstancias de su propia muerte..., a ella le bastará adelantarse en el momento oportuno y convertir la farsa en una triste realidad. Y llega ahora el segundo punto que me ha conducido infaliblemente a Marta Daubreuil: ¡la daga! Jack Renauld había hecho fabricar tres recuerdos. Uno se lo dio a su madre; otro, a Bella Duveen... ¿No era muy probable que hubiese dado el tercero a Marta Daubreuil? Así, pues, resumiendo, hay cuatro puntos que considerar contra Marta Daubreuil: Primero, Marta Daubreuil pudo haber oído los planes de Renauld. Segundo, Marta Daubreuil estaba dilectamente interesada en la muerte de Renauld. Tercero, Marta Daubreuil era hija de la célebre madame Beroldy, que, en mi opinión, fue moral y virtualmente la autora del asesinato de su marido, aunque pudo ser George Conneau quien descargó el golpe efectivo. Cuarto, Marta Daubreuil era la única persona, aparte de Jack Renauld, en cuya posesión era probable que estuviese la tercera daga. Poirot se detuvo y aclaró la voz. —Por supuesto, cuando tuve noticia de la existencia de la otra muchacha, Bella Duveen, me di cuenta de que era perfectamente posible que fuese ella la autora de la muerte de Renauld. Esta solución no me gustaba mucho, porque, corno ya se lo indiqué a usted, Hastings, a un perito como lo soy yo le gusta encontrar un antagonista digno de su acero. No obstante, uno debe tornar los crímenes tal como los encuentra, no tal como quisiera encontrarlos. No parecía muy probable que Bella Duveen vagase por allí con un cortapapeles «recuerdo» en la mano; pero, naturalmente, podía haber tenido siempre la idea de vengarse de Jack Renauld. Cuando se presentó confesando el asesinato todo parecía haber terminado. Y, no obstante, yo no estaba satisfecho, amigo mío. No estaba satisfecho. Repasé el caso minuciosamente, y llegué a la misma conclusión. Si no era Bella Duveen, la única persona que podía haber cometido el crimen era Marta Daubreuil. Pero ¡no tenía una sola prueba contra ella! Y entonces me mostró usted esa carta de Dulce y vi una posibilidad de dejar el asunto resuelto de una vez. La primera daga había sido robada por Dulce Duveen y echada al mar..., ya que, como ella lo creía, pertenecía a su www.lectulandia.com - Página 162

hermana. Pero si, por una casualidad, no era la de su hermana, sino la regalada por Jack a Marta, ¡la de Bella Duveen debía continuar intacta! No le dije a usted una palabra, Hastings (no era el momento adecuado para novelar); pero busqué a Dulce, le dije tanto como me pareció necesario, y le encargué que registrase los enseres de su hermana. ¡Imagine mi alegría cuando vino a buscarme (según mis instrucciones) bajo el nombre de miss Robinson, con el precioso recuerdo en sus manos! Entre tanto, yo había dado mis pasos para obligar a Marta a que saliese a la superficie. Por orden mía, madame Renauld repudió a su hijo y declaró su intención de otorgar al día siguiente un testamento que le privaría para siempre de recibir parte alguna de la fortuna de su padre. Era un recurso desesperado, pero necesario, y madame Renauld se mostró dispuesta a correr el riesgo..., aunque, por desgracia, también ella se olvidó de hacer mención de su cambio de dormitorio. Supongo que dio por entendido que yo lo conocía. Todo sucedió como yo lo había pensado. Marta Daubreuil hizo una última y atrevida tentativa para coger los millones de Renauld... ¡y fracasó! —Lo que no puedo comprender en absoluto —objeté— es cómo pudo meterse en la casa sin que la viéramos nosotros. Parece un verdadero milagro. La dejamos en Villa Marguerite; luego vamos directamente a Villa Geneviéve... ¡y allí estaba antes que nosotros! —¡Ah!, pero es que no la dejamos en Villa Marguerite. Había salido de allí por la puerta posterior mientras nosotros hablábamos con su madre en el vestíbulo. ¡Aquí es donde se lució a costa de Hércules Poirot, como dirían los americanos? —Pero ¿y la sombra tras la cortina? La vimos desde la carretera. —Bueno; cuando miramos allí, madame Daubreuil había tenido el tiempo justo de correr arriba y ocupar su sitio. —¿Madame Daubreuil? —Sí. Una es madura y la otra es joven; una es morena y la otra es rubia; pero, para los efectos de una silueta sobre la cortina, los perfiles son muy parecidos. Yo mismo pensé (¡como un gran imbécil!, imaginando que tenía tiempo de sobra) que no intentaría penetrar en la villa hasta mucho más tarde. No le faltaban sesos a esta hermosa Marta. —¿Y su objeto era asesinar a madame Renauld? —Sí. Toda la fortuna pasaba entonces al hijo. Pero esto hubiera sido un suicidio, amigo mío. En el suelo, junto al cuerpo de Marta Daubreuil, encontré una almohadilla, un frasco de cloroformo y una jeringuilla hipodérmica con una dosis fatal de morfina. ¿Comprende? Primero, el cloroformo...; luego, cuando la víctima esté inconsciente, el pinchazo con la aguja. Por la mañana, el olor del cloroformo ha desaparecido por completo, y la jeringuilla está donde se ha caído de la mano de madame Renauld. ¿Qué hubiera dicho el excelente Hautet? «¡Pobre mujer! ¿Qué les dije a ustedes? ¡La emoción de su alegría fue demasiado, encima de todo lo demás! www.lectulandia.com - Página 163

¿No les dije que no me sorprendería que su cerebro quedase desequilibrado? ¡Todo él es verdaderamente trágico, este caso Renauld!» No obstante, Hastings, las cosas no pasaron enteramente como las había planeado Marta. Para empezar, madame Renauld estaba despierta y esperándola. Hay una lucha. Pero madame Renauld está aún terriblemente débil. Hay una última probabilidad para Marta Daubreuil. Hay que desechar la idea del suicidio; pero si puede imponer silencio a madame Renauld con sus fuertes manos, escapar con su escala de seda mientras golpeamos la puerta lejana, y regresar a Villa Marguerite antes que nosotros volvamos allí, sería difícil probar nada contra ella. Sólo que iba a recibir un jaque mate, no de Hércules Poirot, sino de la pequeña acróbata de las muñecas de acero. Reflexioné sobre toda la historia. —¿Cuándo empezó usted a sospechar de Marta Daubreuil, Poirot? ¿Cuando nos dijo que había oído la riña en el jardín? Poirot sonrió. —Amigo mío: ¿recuerda el día en que llegamos a Merlinville? ¿Y la hermosa muchacha que vimos de pie junto a la puerta? Usted me preguntó si no había advertido la presencia de una joven diosa, y yo le contesté que sólo había visto una muchacha con ojos acongojados. Ésta es la razón de que haya pensado en Marta Daubreuil desde el principio. ¡La muchacha de ojos acongojados! ¿Por qué estaba acongojada? No a causa de Jack Renauld, pues no sabía entonces que había estado en Merlinville la noche anterior. —A propósito —exclamé—, ¿cómo está Jack Renauld? —Mucho mejor. Continúa en Villa Marguerite todavía. Pero madame Daubreuil ha desaparecido. La Policía anda buscándola. —¿Cree usted que iba de acuerdo en todo con su hija? —Nunca lo sabremos. Esta señora es una dama que sabe guardar sus secretos. Y mucho dudo de que llegue la Policía a encontrarla. —¿Se lo ha... comunicado ya a Jack Renauld? —Todavía no. —Será una impresión terrible para él. —Naturalmente. Y, sin embargo, ¿sabe usted, Hastings, que dudo de que su corazón estuviese seriamente prendado? Hasta ahora, hemos mirado a Bella como a una sirena, y a Marta Daubreuil como a la mujer que realmente amaba. Pero creo que invirtiendo estos términos nos acercamos más a la verdad. Marta Daubreuil era muy hermosa. Se propuso fascinar a Jack y lo consiguió; pero recuerde su curiosa resistencia a romper con la otra muchacha. Y observe qué dispuesto estaba a ir a la guillotina antes que comprometerla. Tengo una pequeña idea de que, cuando conozca la verdad, quedará horrorizado, trastornado..., y que su falso amor se desvanecerá. —¿Y qué hay de Giraud? www.lectulandia.com - Página 164

—Éste, ¡ha tenido una rabieta! Se ha visto obligado a volver a París. Poirot resultó un verdadero profeta. Cuando, por fin, el médico declaró que Jack Renauld estaba bastante fuerte para oír la verdad, él se la comunicó. La impresión fue realmente tremenda. No obstante, se repuso mejor de lo que yo hubiera supuesto posible. El afecto de su madre le ayudó a pasar aquel trance difícil. La madre y el hijo son ahora inseparables. Quedaba otra revelación que hacer. Poirot le había comunicado a madame Renauld que conocía su secreto, y le había hecho ver que Jack no debía ignorar el pasado de su padre. —¡Ocultar la verdad nunca da buen resultado, señora! Sea valiente y dígaselo todo. Con gran tristeza en el corazón, madame Renauld consintió, y supo su hijo que el padre que había amado había sido, en realidad, un fugitivo de la Justicia. Una pregunta embarazosa fue contestada prestamente por Poirot. —Tranquilícese, Jack. El mundo no sabe nada. Hasta donde yo puedo comprender, no tengo la obligación de revelar nada a la Policía. En todo el curso del caso he actuado no para ella, sino para su padre. La Justicia le alcanzó, por fin; pero nadie necesita saber que él y George Conneau eran la misma persona. Había, por supuesto, en el caso varios puntos que dejaron perpleja a la Policía; pero Poirot explicó las cosas de un modo tan plausible que, paso a paso, fue cesando toda investigación acerca de los mismos. Poco después volvimos a Londres. Sobre la chimenea de casa de Poirot advertí la presencia de un espléndido modelo de sabueso. En contestación a mi mirada interrogante, Poirot afirmó con la cabeza. —Sí, señor. He recibido mis quinientos francos. ¿No es magnífico? Le llamo Giraud. A los pocos días vino a vernos Jack Renauld. —Monsieur Poirot, he venido a despedirme. Salgo para América del Sur inmediatamente. Mi padre tenía vastos intereses en el Continente y me propongo comenzar allí una nueva vida. —¿Se va usted solo, Jack? —Viene mi madre conmigo..., y conservaré a Stonor como secretario. Le gustan las regiones remotas del mundo. —¿Nadie más va con ustedes? Jack se sonrojó. —¿Se refiere a...? —A una joven que le quiere a usted profundamente..., que ha estado dispuesta a dar su vida por usted. www.lectulandia.com - Página 165

—¿Cómo puedo pedírselo? —murmuró el muchacho—. Después de todo lo que ha pasado, ¿puedo ir a encontrarla y...? ¡Oh, qué clase de triste historia podría contarle! —Las mujeres tienen un genio maravilloso para fabricar muletas para este género de historias. —Sí, pero... ¡he sido tan condenadamente loco! —Todos lo hemos sido, una vez u otra —observó Poirot filosóficamente. —Hay algo más. Soy el hijo de mi padre. ¿Se casaría nadie conmigo sabiendo esto? —Dice usted que es el hijo de su padre. Hastings, aquí presente, le dirá que yo creo en la herencia... —Pues ¿entonces...? —Aguarde. Conozco a una mujer, una mujer valiente y sufrida, capaz de un gran afecto, de un supremo sacrificio personal... El muchacho levantó la mirada. Sus ojos se enternecieron. —¡Mi madre! —Sí. Usted es hijo de su madre tanto como de su padre. Vaya a ver a Bella. Dígaselo todo. No le oculte nada... ¡y ya verá lo que ella le dice! Jack parecía irresoluto. —Vaya a verla, no ya como un niño, sino como un hombre..., como un hombre inclinado bajo el Destino del pasado y del presente, pero que mira hacia adelante, hacia una vida nueva y maravillosa. Pídale que la comparta con usted. Usted puede no darse cuenta de ello, pero el amor del uno por el otro ha sido sometido a la prueba del fuego y ha salido intacto de esta prueba. ¿Y qué más hay del capitán Arthur Hastings, humilde cronista de estas páginas? Se ha hablado algo sobre ir a reunirse con los Renauld, en un rancho, al otro lado del Océano, pero para el final de esta historia prefiero volver a una mañana en el jardín de Villa Geneviéve. —No puedo llamarte Bella —dije yo—, puesto que éste no es tu nombre. Y Dulce parece poco familiar. Por tanto, tendrá que ser Cenicienta. Recordarás que Cenicienta se casó con el Príncipe. Yo no soy príncipe, pero... Ella me interrumpió: —Cenicienta le previno; estoy segura. Ya lo ves, no podría prometer convertirse en princesa. Después de todo, no era más que una pequeña fregona... —Ahora le toca al Príncipe el turno para interrumpir —observé—. ¿Sabes lo que dijo? «¡Demonio!..., dijo el Príncipe, ¡y la besó!» Y uní la acción a la palabra. www.lectulandia.com - Página 166

Notas [1] Alusión a la «Sra. Harris», amiga imaginaria de la caricaturesca enfermera Sara Gamp, en la novela de Dickens Martin Chuzzlewit, a la que Sara menciona con frecuencia como interlocutora de interminables diálogos. (N. del T.) www.lectulandia.com - Página 167


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