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Published by marivalen0921, 2021-05-12 04:44:54

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La Máscara Y La Muerte Roja María Valentina Montilla





La Máscara Y La Muerte Roja Adaptación ilustrada del cuento de Edgar Allan Poe © María Valentina Montilla, 2020 © Edgar Allan Poe, 1842 ISBN: 978-014-056-440-2 Primera edición © Blackie books, 2020 Esglèsia 4-10, 4º, 08024 - Barcelona Impreso por La imprenta editores S.A. Cl. 77 #No. 27 A - 39 Impreso en Colombia Reservados los derechos. No se permite reproducir, almacenar ni transmitir cualquier parte de esta publicación, en cualquier medio ya sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación, etc., sin el permiso previo de los titulares de los derechos de la propiedad intelectual

María Valentina Montilla

Un extraño y mortal virus azotó a un pequeño reino de un pequeño país, sus habitantes tenían una apariencia de muertos vivientes y habían cadáveres en cada hogar del reino, pero esto no impidió que el príncipe próspero disfrutara de sus riquezas y lujos.



El príncipe vivía con sus sirvientes en el castillo, pero debido al mortal virus la mayoría de ellos perecieron, excepto un pequeño grupo de trabajadores, entre ellos: tres jinetes, el mensajero y la cocinera.



El príncipe escribió una carta donde invitaba los nobles del reino a una espectacular esta en el castillo, le entregó la carta al mensajero para dar el anuncio y mensajero partió.



Le ordenó a los jinetes a que encontraran a los mejores músicos, comediantes y bailarines para que asisteran a su esta y así poder entretener a todo el público que llegaría, los cuatro jinetes partieron.



En el castillo solo quedaron el príncipe y la cocinera real. Pasaron unas cuántas semanas y los aldeanos seguían muriendo; el virus no paraba, pero el príncipe tenía cosas más importantes por las cuáles preocuparse.



¿Por qué ningún invitado había llegado aún?, Se preguntaba; ya ha pasado más de una semana. Deberían estar aquí los músicos, los invitados y sus sirvientes. El principe aún tenía esperanzas de que llegaran todos, así que le pidió a la cocinera que hiciera un gran banquete para recibir a los invitados en su llegada.



Un día el principe despertó entusiasmado y empezó a gritar: “¡Ya están aquí!, ¡ya llegaron todos!” El principe abrió la gran puerta del castillo y una multitud de nobles, músicos y bailarines entraron y se acomodaron en los diferentes salones del castillo, siete salones, los cuales se diferenciaban por sus llamativos colores.







Todos los invitados se esparcieron por los coloridos salones y el príncipe empezó a beber y bailar al son de la música. La cocinera real miraba con incertidumbre al príncipe y se preguntaba el por qué estaba tan entusias- mado y por qué bebía, si los invitados aún no llegaban. Decidió no decirle nada al príncipe debido a que este era conocido por tener un carácter agresivo si se le llegase a cuestionar por su actitud, así que se quedó en la cocina esperando alguna orden del principe.



Pasaron varias horas en las que el principe bailaba, cantaba y se embriagaba cada vez más y le ordenó a la cocinera a que matara un puerco para asarlo y dár- selo a sus invitados. Era imposible obtener al puerco, los granjeros y trabajadores del castillo habían muerto, en ese momento fue cuando la cocinera se dio cuenta de que probablemente el mensajero y los cuatro jinetes habían sido alcanzados por el virus y por esta razón no habían vuelto en semanas.



Pero eso no explicaba el comportamiento del príncipe, estaba delirando; veía cosas que la cocinera no podía ver o comprender.



La noche había llegado, la cocinera decidió salir a conseguir alimentos a una aldea cercana debido a que la comida que había preparado para el banque- te ya estaba podrida, se puso su capa, una máscara protectora para no contagiarse y fue a avisarle al príncipe que se ausentaría por unas horas.





La cocinera entró al salón donde se encontraba el principe, el cual la vió de reojo y enojado dijo: “¿Quién eres tú?, ¿cómo de atreves a disgustarnos con tu apa- riencia y tu presencia en esta esta tan maravillosa?”



Fue entonces cuando el príncipe Próspero, exaspera- do de ira y vergüenza se lanzó precipitadamente a través de los salones, alcanzando a llegar a unos dos pies de la cocinera. Asustada dio un paso hacia atrás, causando que la luz de la luna sobre el ventanal escarlata se re ejara en su rostro y prendas.





El príncipe al ver la gura y cara roja de la cocinera, empezó a retorcerse de dolor y ya muerto, cayó des- plomado al piso de tapiz negro. La cocinera asustada volteó el cuerpo del príncipe y vio que su rostro y manos estaban llenos de llagas y tenia un aspecto terrorí co y enfermizo. Entendió en ese instante que el príncipe deliraba debido a que el virus lo alcanzó y cuando la vio fue cuando conoció a la muerte roja...

...la misma que trató de camu ar con estas y trago, amigos e invitados. La misma que rodeaba el castillo y de la cual, al nal, no pudo huir.






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