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Published by jesusgabriel1999, 2020-09-01 18:49:06

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La lavandera y el DUENDE







La lavandera y el DUENDE Ilustrador por: Jesús Gabriel Lafuente Gonzales

En Riberalta a orillas del rio Beni, en el mirador hay pequeños pauros. Los cuales los pobla- dores apreciaban mucho ya que era un recurso natural al cual se podía recurrir muy fácilmente.

Como siempre una machucha muy bonita va siempre a la misma hora a este lugar para lavar su ropa y la de sus hijas, ya que era un lugar muy tranquilo y agradable por la vista que tenía.

Cerca del lugar hay unos toborochis, especie particular por su panza que la caracterizaba, ella siempre noto que detrás de este grupo de árbo- les siempre había algo que se movía como si la observaran.



Un día que volvió noto que algo cambio en el ambiente no se escuchaba nada alrededor, per- sonas, perros, animales, insectos, ninguna sola alma. Pero cuando estaba por terminar de lavar escucho ruido de venia de aquellos toborochi, pero no le dio mucha importancia.

Pero al ver el agua, vio un reflejo que parecía ser un pequeño niño y cuando alza la mirada ve a un ser que con una sonrisa de lado a lado y con una voz gruesa le dice que es muy bonita, la mucha- cha con un poco de miedo le dice -Gracias-.

-Yo he estado buscando a alguien como tu para que fuera mi esposa- Ella ya en ese momento con miedo de aquel ser empezó a guardar su ropa. -Siempre quise darles estas joyas- y saca de mano una pepita grande de oro. -Tengo mas en mi casa, ¿Quieres ver? - El ser agarra de la mano a la muchacha.



La muchacha y la lleva donde estaba el toboro- chi a una puerta pequeña que nunca había visto antes. Logra pasar por la puerta y en el interior puede ver grandes montones de joyas. El ser se voltea a hacia la muchacha y le pregunta. -¿Te casarías conmigo? Si lo haces tendrás todas estas joyas. Ella no respondió, pero el pequeño le dejo una joya en la mano y se va a su casa.

Desde aquel día cuentan que ella iba a lavar ropa mucho más seguido, aunque solo fuera una sola prenda. Y un día callo en una enfermedad miste- riosa, que ningún doctor fue capaz de sanarla. En su lecho de muerte les dijo a sus hijas, que ella en su velador en el último cajón que tenía con lla- ve había mucho oro que se había dado el duende. Después del su entierro las hijas fueron a aquel cajón, al abrirlo lo único que encontraron fueron un motón de huesos de animales.














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