Del Profundo y del Humano Fuego LA ENTRADA “La piedra es una espalda para llevar al tiempo con árboles de lágrimas y cintas y planetas…“ (F. García Lorca) Ajustado en el vientre de la tiniebla… un eco, sin certeza, de ondulación. Y un algo que devela titubeo…, Lento es el prodigio que, en la acogida del alba, se asoma en contraste. Tal vez un intento de avances sobre aquella condición borrosa… Enfrente se tensa, una opacidad de membrana, empeñada en resaltar los contornos. Aquel horizonte que desparrama dilatación, se desliza, sin espectadores. En ese cuadro en ambigüedad, sobreviene la impresión de un cobijar, de un sondeo en reservas. ¿Aspira acaso a cauterizar este entorno… de agreste roce? Lento oleaje de bruma en hebras. Apenas un sonido que adquiere colores, a medida que rechina,… y se vuelve galanteo de estría anhelando unirse a los ángulos. Ahora, la remota fluidez, se allega, como para reparar siluetas. Y los contornos se alinean. Arriba se encorva y tiembla, abajo respira con voluntad de florecer. A la distancia, percute un signo de pisadas en cadencias. Es lisura sobre el tapiz de niebla que ya ha dejado de cubrir la madrugada, cuando refleja el arribo de la humana procesión… No cabe ya incertidumbre, son ellos. El vivo resquicio de los que hoy, hace cuantiosas lunas, emprendieron el rastreo sobre las desolaciones. No por gusto, sino por la debida subsistencia de los cuerpos. 51
Del Profundo y del Humano Fuego Entre espoleos mutuos, la fila que ayer transcurriera, transita hoy el retorno. Viene rastreando el sendero que le ayuda con la carga que obtuvieron los cazadores bajo caudal de impíos soles. Inmensidad soportada en una soledad, que se maceró en noches espesas como la brea. A la pesadumbre de la cargazón, ellos la piensan ligera. No es un castigo soportar los bagajes, porque son tesoro. Es bien que suplirá las necesidades del ser colectivo, que contiene la memoria de los intrépidos. Aquella sensible conjunto de familiares que, más allá de las montañas, permanece en una espera de impaciencia, cuando en su seno se anteponen carestías y miserias. El sol acomoda sus rayos entre las rugosidades del horizonte. Las sombras se sentencian en disolución de sí mismas. (El vadeo de corrientes en crecida y en el espinoso ahondar de los valles, ha dispuesto impresiones en su piel. Y en su aliento) Con la mirada puesta en lo alto, los cazadores primerizos han aprendido a otear la dispersión de las manadas de búfalos, que erran por sabanas de color pasto, y comparten, el sol y la tierra, la hierba y la grama, con las rojas gacelas de hocicos con rayas. Los antílopes, de orejas que tiemblan como hojas, se desplazan con agilidad de patas largas. Con huesos casi huecos, y un pescuezo que se eleva como un soplo sobre los pastos, suben, bajan y vuelven a subir. Los que pueden, danzan con audacia, haciendo que su ligereza juvenil enfrente con aptitud al león. Están obligados a desviar y desalentar el ímpetu del hambriento acosador. _ Mírame bien melenudo, advierte, fijate cuan fuerte y ágil soy…Si me quieres comer,… será torpe tu intento. Te aconsejo no tratar de alcanzarme _ parece 52
Del Profundo y del Humano Fuego ser el mensaje que, con saltos y fascinación de piruetas, le dirigen, en la maraña de zarpazos que los rodean. Su compañera, también de estilizados contornos, proclama con descaro: _ Viejo león, será mejor que pongas tu mirada en los más débiles_ aconsejan con arrojo al instinto del felino_ Serán para ti, más fáciles de atrapar_ Y huye, no muy lejos. Sin mayor prisa, rebota entre el aire y la tierra. Y cuando se siente a salvo, la levedad de esa masa continúa con su pacer. La lentitud condena a los viejos. Vulnerables como los recién nacidos. El grupo de rastreadores de la tribu que vive más allá de la montaña, ha sobrevivido, en mayoría. Ellos pusieron hasta el extremo, empeño en las admisiones que hicieron en los fondos oscuros de los bosques. Fue allí donde, en pos de malhumoradas piaras, lograron asir cochinillos untados en sabrosura de perniles. Con inventivas de premura, distrajeron las agresiones de los fornidos machos jabalinos, logrando captura de familias completas. Hoy, los días de la partida, aparecen lejanos. El contorno de los cazadores, desanda pasos, rumbo a las moradas que añoraron. Vienen acarreando botines y blandiendo con potencia, los bastones de palo en sus manos. No alientan los cazadores alcanzar presas nuevas, ni piensan en recargar sus avíos, sino que se remiten a amparar la abundancia en carnes que ahora soportan sus espaldas. Sus ánimos se encuentran en conformidades, pero sin equilibrio. Las horas del alerta no han concluido. 53
Del Profundo y del Humano Fuego LOS PROYECTILES El tufo de cadáver animal hace dispersión, que brota desde los fardos con los soplos de la noche. Peligro máximo para los cazadores que acelera la respiración. Obligación de vigilancia en demanda. Los miembros de sus cuerpos se endurecen cuando oyen las avanzadas de las hienas. El miedo se amplifica con los aullidos, que incita el hambre de la jauría. Amenaza que taladra aquella humedad sin luz. El grupo de cazadores no debe perder ni una de las valiosas capturas. Los perseguidores se sienten a salvo solo cuando han obtenido refugio en la elevación cumbre de las acacias. El temor apura a la prevención. Habrán de envolver los cadáveres en cueros que cubrieron con arena. Velan sobre esos bultos, con ojo avizor, mazo en mano. Sin embargo, el cazador más joven, mira el acto con una punzada en sus adentros. Es pesadumbre que porta, desde que partieron, en esta empresa de montería. Es duda que permanece sin variación. En su cavilar, refiere que le han defraudado los garrotes. Que es necesario emplear herramienta más efectiva. El cazador de la primera vez, descalifica a los bastones con convicción. Porque son poco eficaces ante los crueles sacudones de la caza. Piensa que no permiten tomar distancia de las garras, que son débiles ante los cuernos y no detienen a los colmillos. Que su memoria le envía la imagen de los amigos caídos tristemente, bajo el trance que desespera a las bestias en los momentos de su caída. Que esas pérdidas de cazadores han podido evitarse, si el grupo hubiese adquirido pericia en el arrojo de proyectiles. Celeridad y distancia para alcanzar el blanco. En definitiva, que para él, no existe arma más 54
Del Profundo y del Humano Fuego apropiada para la caza, que la dureza de las piedras. Ellas son más severas en el ataque porque quebrantan el cráneo del animal con mayor certeza. “Solo hay que arrojarlas en el momento oportuno, y con todo el ímpetu de los brazos”_ masculla para sí…y trata luego de ilustrar a sus camaradas. En las pausas el joven rescata de su fresco pasado, aquel solaz que permitían las marchas de aprendizajes bajo tutela de sus mayores. Cuando asimilaba, junto a los compañeros, lecciones sobre el trabajo repartido. Tareas del difícil manejo de los bastones. Sus dimensiones, su balanceo, el proceder, y el momento exacto de sorprender a los animales. Y entonces saber asestar el porrazo en el medio de la testa. Tampoco en esos días, podía advertir que su mirada se remontaba sola, hacia el pedregal, como si alguna lo llamara, desde el paisaje. Para su suerte, las orillas del camino en este día, se le revelan rebosantes en mixtura de silicios. Entre ellos, algunos que se apiñan cerca de la huella y que al brillar, semejan sembradíos de esmeraldas. Otras se exponen en arrugas, semejando semillas que toleraron ingente remojo. Tampoco se ocultan, las rocas que parecen firmes estacas signatarias de un sendero que no existe. Otras, prisioneras de una pilastra, son lajas grises que se han afirmado en las laderas de las colinas donde crece verdor de helechos. Estas son el contraste de las compactas, que se depositaron al azar, reluciendo montaraces, en las bajadas de los arroyos. Pero también abunda mineral que se compara con inmensos granos de sal, que se amalgaman al suelo, y sus reflejos adornan el entorno de las raíces retorcidas de los árboles. En esta faja cunden peñascos, que los siglos redondearon y se acumulan, en las sombras del cañaveral. Lugar por donde el joven transite, pedruscos de toda 55
Del Profundo y del Humano Fuego laya, serán caudales que inunden el curso de su atención. Aunque a menudo resultara interminable, la aridez del trayecto le había permitido conocer suelos y lejanías, de variopinta rocalla. Inundada en mármoles oscuros como pizarra, al que cruzan bandas blancuzcas, las sendas suelen destacar destellos de rodocrosita como flores rojas. Otros senderos, cerca de los montes, pintan sus orillas con sílices de tonos cobrizos. No faltará al ruedo, la gentileza que muestran el rosario de lascas ambarinas, preñadas de reflejos que juegan con lustre impecable. Cerca del río, descansan otras que son frágiles Arrimadas a las micas, se quiebran al tacto, se desgranan en un crepitar. Pero es cierto que proliferan cantos que muestran su cuerpo atravesado por parduzcas pinceladas, que se confunden con el lomo de una tortuga. En el lugar se multiplican porciones, donde el ripio se extiende como tapiz impuesto en el camino, que al pisarlo, ocasiona ruidos de fricción. Estrujón culpable de magulladuras que punza con ardor en los pies. EL ESTUDIO Mundo de hallazgos, este de las piedras. Sin ayudas, el novel cazador continuará con descubrimientos en una perspectiva a prosperar. Sucede como si las oyera. Cuando toma cada guijarro en sus manos lo gira en examen. Pretende con la mirada escarbar la construcción de su intimidad. Recibe en su tacto la áspera sensación y el peso lo toma en un suave vaivén vertical. Cierra sus ojos para aislar la percepción como si pretendiera ingresar en su rústica densidad. Un áspero sabor a salitre se le adhiere a los dedos. Al reconocer con atención sus vericuetos, el cazador 56
Del Profundo y del Humano Fuego de peñascos, siente que halla los fondos de la vetusta criatura de la tierra. Se ha convencido de que todas conservan, en su dureza, un fragor de milenios, que a él le insufla nervio. Percepción que no puede compartir. El muchacho recuerda episodios con las piedras, que lo sorprendieron. Tal cual aquella vez, que no pudo darse una explicación de lo sucedido. Fue una mañana de persecuciones, cuando, su suerte estuvo ligada a la ira de un facóquero macho, que emergió, de improviso en su camino. El cazador se distrajo y en un suspiro había quedado pasmado, lejos de su bastón y a merced del ataque del impresionante puerco. La furia bestial lo declaró enemigo en el acto. Esperó el joven esa embestida de media tonelada, que no tenía posibilidad de ser contenida en soledad. Cayó en cuenta de que no podría escapar de aquellos colmillos encrespados, que solo demandaban despedazar su vientre. Al no poder ahuyentarlo, pretendió trepar a un árbol, darle velocidad a sus pies y tomar máxima distancia. Con dificultad, pudo rasgar el aire con un grito. Alertas al peligro, los compañeros lo oyeron. Supieron ser oportunos (y fraternos) en el socorro, y tener certeza con sus armas. Incontables bastonazos sobre la cabeza de la bestia, pudieron contenerlo a tiempo. El último estertor que salió de su garganta, le suministra al cazador una tranquilidad de frío. Del aquel animal muerto, sus compañeros, con adelgazadas puntas, extrajeron el peligro de los marfiles con forma de ganchos. Serán para colgarlos en su cuerpo como testimonio de su valor en combate. O quizás, como regalo… para alguien que espera. No dejaron de congratularse con evidente satisfacción. El equipo había ratificado la validez de su estrategia en equipo. A continuación, se permitieron, acampar juntos, 57
Del Profundo y del Humano Fuego en el mismo predio. El joven acechador de las piedras sintió fatiga y disturbio en su interior, y procuró tenderse sobre el piso. Apenas cierra los ojos, aparece en su imaginación, el ronquido de la bestia. Los abrió con fastidio y restos de temor Seguramente el ánimo alterado en jadeos, el sudor y la agitación a flor, fue lo que retrasó su afán de sosiego. Con su espalda pegada a los pastos del suelo, esperó bajo el tejido de ramas que semiocultaban la luz. Podía oír el bufido de su propia respiración y su corazón en medio de un zarandeo, que no declinaba. Como para aplacar su ánimo, apartó la cabeza del suelo y echó un vistazo a las inmediaciones. Muy cerca de él, tallado en apretados triángulos de nácar, se destaca la blancura de un sílice, que lo seduce con destellos de transparencias. Cuando la luz lo toca, brilla como los haría una estrella del tamaño de un puño, que se hubiera descolgado del cielo. A pesar de aquel resabio de conmoción que le castigaba, lo alienta una incontenible necesidad de asirla, de recogerla. Dispone sus piernas e incorpora de su altura con decisión. Su mirada busca y se pega al peñón de cuarzo blanco. No puede resistir aferrarlo con fuerza. Y fue entonces, cuando sucedió lo incomprensible. Abrupta protesta, con ruido de crujir. Un solo estallido, y la consistencia de aquel cristal se volvió suma de pedazos en dispersión. Decenas de fragmentos que se desparramaron en las cercanías, como rictus de reproche hacia el contacto. El cuerpo del cazador, todo su ser, había quedado intimidado. Pero hubo una inmediata metamorfosis en su coraje, que le relajó la musculatura completa. Aflojó también su respiración. 58
Del Profundo y del Humano Fuego No intentó comprender. Solo sintió que cedía la tensión de su pecho y tuvo la certeza de que, esa piedra blanca tan extraña, lo había liberado de aquel pesar y de la opresión que sintiera en todo su ser. Ahora sí, con un respiro a fondo, se puso a reposar en plenitud. Dudó en confesar a los demás, este nuevo incidente. Los compañeros, afectados por lo ocurrido con el animal anterior, no estarían predispuestos a comprender la índole de su historia, y optó por guardarse a silencio. El joven se ablandó, limpio. Y en un remanso del bosque, un conjunto de cazadores, descansa y duerme. “TICTIC TACTAC” Dimensión de aciertos el de las piedras. Su consistencia hace posible arrojar lejos, con poder para golpear y derribar. Y luego, volverlas a recoger. No necesitan mayor búsqueda porque brotan por doquier. Aunque de diferentes colores y formas, siempre han de poseer dura estabilidad. Desde sus primeros años, el cazador imaginaba que las piedras pudieran ser armas para impactar en el cráneo del veloz impala, o frenar la temible carga del búfalo. Otros cazadores se arriesgarán a conseguir presas a fuerza de bastonazos, castigando con fuerza a las desprevenidas bestias, hasta hacerlas caer. El piensa en una cacería en la que pueda llevar sus piedras para batir, embestir, clavar, herir con arranque. Y el joven prolonga su elucubración sin nada que lo interrumpa. Pero, sobre el valle, viene desplazándose el crepúsculo y es turno de obtener, de las piedras, buenos filos antes de la noche. Es el momento de colaborar en el corte y desmembrado de las carnes. Cada cual elabora, 59
Del Profundo y del Humano Fuego con paciencia, su utensilio. Tic tic, tac tac. Destino de mirar, tocar, descargar y golpear, con paciencia en extensión. Magullar, obtener una marca en la piedra, ubicar el punto justo, y viene el desgarre. De canto, de lado, variar ángulos, cambiar los cortes. Pensamiento remoto en cuclillas. Las anchuras de sus manos se despliegan sobre los cantos que acumuló. Ciego sondeo. Con fortaleza pero sin la habilidad que otros contienen para el cincelado de bordes, el joven retiene en su mente variedad de piedras puntiagudas que sus ojos encontraron junto al camino. Pero esas parecían esconderse. No eran fáciles de hallar en este lugar. Habrá que seguir dándole. Golpear y quebrar, tictic, tactac, hasta encontrar el corte con filo. Las convertirá en láminas penetrantes para efectuar el desmantelamiento de las carnes. El trozado de miembros y la separación de los cueros de las presas. Es la razón por la que debe extraer máximo filo de su dureza. Esa tarde, entre tallas y golpes, cae en cuenta de que el grupo le ha dejado atrás. Recoge con prontitud sus erarios para emprender carrera. No le es difícil alcanzarlos. Resulta urgente la reunión, porque la noche viene avanzando con impulso. Es hora de armar campamento y ubicar un árbol con copa en alturas. Junto con las tinieblas, el viento del norte, insolente y enredador de murmullos, suave al principio, emprenderá, osado vuelo hacia las frías mesetas del alto. Y en su violencia, buscará envolverlas en cortinas grisáceas de vapor, y negarle, hasta una minucia de claridad al crepúsculo. El improvisado campamento resguarda la ocasión para el descanso. Pero también para continuar, sin levantar la cabeza, en la búsqueda del filo de la piedra. 60
Del Profundo y del Humano Fuego Juvenil obsesión sin tregua. Un golpe tras otro golpe y el quebrado eco. En su repetición, logra alterar el pasar de un insolente racimo de azulejos de plumas espejadas que reciben los choques de esa actividad sin historial de los cazadores. Núcleo de cuervos de pico grueso que ha decidido revolotear, con atrevimiento, sobre el poblado pastal de las cercanías. Muy junto a bandadas de suimangas. De ellas se desprende un canto intermitente que llama la atención, como el brillo de sus plumas. También los mirlos de la montaña, vocean con ahínco, para demostrar su queja. A los pájaros les ha llegado la época de incubación y repudian esta ocurrencia de asonancia en su territorio. Tic Tic Tac Tac… Una amalgama rotunda de nubes se encargó de que el sol dejara de alumbrar temprano. Del otro lado, el vendaval arrastra tinieblas. Viene apoyando la bruma entre sus manos para amasar la somnolencia del valle. Y el marrón del rio, que fluye y murmura a todo lo ancho, se instala como un marco que persiste. Estaría, seguramente, anunciando tormenta sobre el valle… Rodeado de fragmentos de cuerpos, huesos, miembros, pieles y raciones de bestias, la juventud del cazador rastrea el sosiego, para compartir con los objetos que prefiere. Antes de proceder a la guardia nocturna en la parte exterior del refugio, busca enfrentar tareas como el desuello de crías de búfalos. También forma parte de su trabajo, la faena de aquellas pieles espumosas, como el de las liebres, esa criatura que no posee detractores a la hora de comerlas, en las que resaltan las motas blancas y pardas del pelaje. De los cabríos de la sabana, hay que separar las astas, algunas cortas, y algunas, tan largas como sus brazos. El mocetón se encuentra con cuernos de los patilargos 61
Del Profundo y del Humano Fuego cérvidos de la llanura, que fueron obtenidos a fuerza de correrías y tácticas de sorpresa. Otros animales, de abultadas pieles, requieren de mayor esfuerzo, de toda la potencia de sus manos y el manejo de cantos con bordes aun más penetrantes. Busca la soledad para concentrar la atención en sus dedos, porque la luz se ha desvanecido. Necesita, con urgencia, perfeccionar el pulido del filo del sílice de la roca, para quitar, con prontitud, membranas de sus presas yermas. Labor que demanda contar con herramientas adecuadas. Su trabajo lo predispone a no perder de vista los detalles de la pequeña obra que sale de sus manos. Tic tic, tactac, tictic, tactac, poco a poco, con cuidado porque si no hay tajo, no habrá hendiduras ni reparticiones que aligeren el peso a sobrellevar. IRRADIACIONES Transcurría en mesura la noche, cuando un acontecimiento, que carecía de antecedentes en la vida del joven, colisionó dentro de su ser. Fue la clave que marcó el trayecto de aquel regreso con imprevistos. Golpe sorpresa en el cual, el corazón del héroe de las partidas de caza, sumergió todo su arrojo. Albur que sólo las piedras pueden brindar. Esa noche, a pesar de su cansancio, el joven intenta fructificar doblemente su trabajo, dándole continuación a la forma filosa a los peñascos. Pero es allí cuando desacierta el tiro. Uno de los golpes escurre y hubo de producirse un espectáculo sin discusión. Es un solo tac, trabajado de refilón,… y la obtención, en el fragor de un instante, de un prodigio impensado. 62
Del Profundo y del Humano Fuego El joven se estremece y se aparta, para guarecerse dentro de la crecida tiniebla. No se anima a duplicar el golpe. Silencio e inacción de sus manos. Luego de un momento, lo refrenda… pero no es igual. Prueba otra vez. Está ratificando, frente a sus ojos, que algunas rocas despiden un copioso batir de luces, cuando reciben el choque de otras. Es solamente la pequeñez de un relámpago que, sin embargo, le hace parpadear, echar la cabeza hacia atrás y lo toma en satisfacción. Él es capaz de producir estrellas luminosas, como una breve luz clara, que se alimenta de brillos, y adquiere vida. Se enciende y se apaga en un instante con devoción. Y en las tinieblas, atarean la cabeza de aquel principiante explorador. Pausa con tensión en la mente… Vuelve el joven a golpear, con pericia bajo estudio. Y retorna, por terquedad, la extracción de chisporroteos, que son siempre hermosos. El resplandor encandila y refresca. Engendra vibración en los párpados. El que ahora talla piedras, necesita aspirar aire para entender… insiste con sus manos el choque de piedras, sin descanso, para entusiasmarse, para corroborarlo. Lo disfruta entre jugueteos de alegrías. No se incomoda, más bien continúa,… quiere repetirlo y mejorarlo. Se detiene y evoca… hubo un momento en que esta historia llegó, alguna vez a sus oídos, relatada, por los padres de su padre…pero él nunca lo había comprobado. Y siempre pensó que eran invenciones y fantasías de los viejos picadores de rocas. Lo hace feliz saber, que en aquella antigua transmisión, anidaba una substancial verdad. Las ganas de transferir su fanfarria, se le escapan por la piel, y lo impulsan hacia sus camaradas. Quiere contagiarlos. Ellos lo miran y él produce una terminante demostración. En la pegajosa 63
Del Profundo y del Humano Fuego sombra del campamento, afirma dos rocas que difieren entre sí. Una en cada mano. Retiene aire y descarga los golpes de refilón. Un solo chorro de purpurinas electriza la oscuridad en sobresalto. Juntos, lanzan con desatino, alaridos de asombro y se alegran con él. Otro quiere imitarlo. Lo intenta y fracasa. Vuelve y lo produce. Entre todos, escandalizan el lugar. Como niños, golpean piedras nuevas, compiten, juegan con el fenómeno descubierto,… Las chispas de las piedras han nacido entre ellos… y retozan hasta que, la proximidad en violencia de la tormenta, pone fin al solaz. En un minuto, nadie quedará lerdo para robarle un refugio a la noche. Bajo el chubasco, el campamento redundó en eficaz cobijo para todos. Porque, aunque diezmados, conservan de manera intacta, el propósito que le dio inicio. La mayoría duerme, cuando otros velan. No obstante, al cazador de piedras le siguen rondando pensamientos tercos. Juicios que no concluyen, que no se le van. Estos chisporroteos que ha descubierto en las piedras, llegaron para espolear su imaginación. Decide aventurarse a pensar que tal vez el cielo fuese una gran piedra que se frota con la tierra para que surja aquella gran chispa, que suele encender los pastizales de la llanura y que provoca la huida de los animales y la curiosidad de la tribu. Saborea de mil maneras, la idea que ha rebasado su cabeza y le agita el corazón. Se siente convertido en presa de un hondo desvelo que lo impulsa a soñar con audacia. Alcanza a asociar el diminuto torbellino de sus criaturas piedras, con los gigantescos destellos que golpean el campamento. Entiende que el trueno es el ruido de una enormidad de lascas entrechocando, bajo las órdenes de la divinidad del cielo. Y es allí cuando se producen las descargas que enceguecen. Piensa que en el mundo, las cosas se dan en 64
Del Profundo y del Humano Fuego proporción. Las alturas disponen de sus luces…pero, a su modo, él será capaz de lanzar surtidor de refulgencias, simplemente cuando ponga a lidiar dos de sus peñascos. La enjuta complexión del cazador es manifiesto de tiritona y su mente se altera en una sola inquietud. Cae en cuenta que la roca negra es contundente cuando da contra la rosada, aunque mejor será golpearla de lado. Batirla con cuidado contra esta otra blancuzca. Solamente hay que encontrar el borde apropiado y luego asestar un impacto en inclinación. LA DECISIÓN En los desvelos del joven que salió a cazar, no cabe, no hay sitio para el reparo. Su futuro será actuar tal cual lo hace la divinidad. A él le cabe enseñorearse de las pequeñas tormentas con luces. Así lo siente y lo afirma Más tarde encontrará en los montes, un nido en marañas de abandono, y juntará pasto de hojarasca muy seca, reunirá motas voladoras u otras yescas, y construirá, con barro, un lecho de la cual surgirá la caliente luz, que a todos dejará pasmados. Al día siguiente, cuando arribe al poblado, aguardará el momento de la gran reunión. Será el momento de comunicar sus resultados a las autoridades del asentamiento. Altivo, pugna para obtener tranquilidad. Trata de disponer de la restauración que brinda el momento de los alivios. Estos son los pensamientos del muchacho al que la fatiga obliga a cerrar los ojos al tiempo que su torso y piernas van logrando sosiego paulatino. Sueña con arroyos que llevan aguas claras con brillos de sol. . 65
Del Profundo y del Humano Fuego En lo alto de la noche, un chorro multicolor de estrellas le concede al joven una mirada de requiebro. Tan larga, que traspasa el horizonte. Cuentan que el viento, juzgó propicio transformarse en brisa y entregar un precoz susurro en los oídos del cazador. Así está dicho,… así se escribió y así ocurrió. BIENVENIDA En la mañana de colores vigorosos, la inmensidad de la sabana cobra vida. El grupo se congrega para desayunar trozos desecados de gacela. Imbuido en su excitación, el cazador de chispazos, procura ejercitar prácticas de sencillez. Sus amigos lo azuzan y lo apuran, porque saben que sus familias aguardan apenas allí, detrás de la altura del monte mayor. Y, aunque el mozo de las gráciles luces, solamente ha podido obtener resultados de insuficiencia, se siente preparado para exponer, ante todos, aquel flamígero poder que le pertenece. Acomoda sus bártulos, cantos incluidos, y se coloca a la par de sus compañeros. En el despertar del día, se impone un avivar de verdes y más verdes. Tonalidades que, en su diversidad, sobrecoge el pecho de quien los ve. Extravagancias, con que las colinas acentúan el territorio natural, íntegro solaz de los cazadores. Sobre brisas de vuelo mañanero, aparición de multitud de insectos cristalinos. Más allá las aves que asoman al horizonte en inmigración profusa. Las lejanías reflejan resplandores de cumbres azules, que semejan irregulares crestas de saurios. El espectáculo de las cigüeñas azules junto al de las garzas, que exhiben puntas de picos en controversia de líneas puras, atrapa, bajo las espumas, un espasmo de 66
Del Profundo y del Humano Fuego alimento impregnado de escamas. Variedad de tonos encendidos incita las emociones, y activa las lenguas de los cazadores, haciendo de la tarea del retorno, una marcha pavimentada de comentarios. Aquellas que devuelven la emoción de las vivencias. Con la comprobada carga de presas faenadas, confluye lentamente, el grupo de caza, hacia el ansiado asentamiento de la ribera, donde, con cada sol, innova vida la tribu. La unanimidad de un griterío hace presumir al conjunto, la bienvenida en cierne. La aldea se transforma. Ha despertado para estallar en eco de tambores y piernas que empujan brincos y elevan sonrisas laxas. Gargantas que emiten dispar tonalidad, pero en armonía de ánimos. Las mujeres imponen su tónica al golpearse el pecho y dar voces con regocijo. El ruido de la reunión con las familias, se mezcla en hartazgos de carnes frescas y frutas que se recogieron entre festejos de reencuentros. Todos quieren participar y agasajar a los cazadores. Sienten la necesidad de homenajear, la contribución que han hecho a la vida de la aldea. Se han acumulado historias para contar. Para escuchar y emocionar. El rapaz labrador de raederas, muestra, en alardes, los trofeos que la habilidad de sus manos ha transformado en collares y pulseras. Y con poco disimulada vanidad, asegura a su familia que ahora caza luces… y todos ríen, sin entender, solo para consentir al regresante. Impaciencia del mozo cazador que lo impulsara a buscar reunión con los veteranos picapedreros de la tribu. No obstante, le advierten que se impone un descanso colectivo, hasta el día siguiente, cuando la amplitud de la asamblea convocada, se crezca con los integrantes de su pueblo. El cazador de piedras, el mismo que halló chispazos 67
Del Profundo y del Humano Fuego en su camino, está seguro de que será el momento más apropiado, para dar cuenta de la novedad que lo apasiona. LA ASAMBLEA La totalidad de la aldea despierta en una madrugada bañada de nubes curiosas y frescores de hierbas que el airecillo enreda. Atentos a la reunión, los habitantes más antiguos cuidarán distribuir con equidad los alimentos que han arribado en abundancia. El colectivo bajo apretada inquietud, recibirá las novedades. Les darán las gracias por las ofrendas y reconocerán la valentía demostrada en su expedición. Los jóvenes saben que, para los viejos, las mujeres y los niños, no habrá preocupación de hambre por un buen tiempo. El linaje va completándose de a poco. En un rincón se reúne el bullicio con el atisbo curioso de los más pequeños en brazos de sus madres. Más acá, los viejos cazadores de habilidad comprobada con el mazo, con lentitud de acomodar su osamenta en parsimonia. Entre sus manos arrugadas, se asoma el instrumento con el que, en su juventud, desnucaran bestias y defendieran a la tribu de ocasionales enemigos. Queda claro que, de sus miradas, parte un cierto recelo, como si hubieran adivinado el tenor contenido en las posteriores palabras del cazador. Ante la preocupación de sus compañeros, el joven ratifica su deseo de hablar. Impaciente, quiere referir aquel hecho singular producto de su esfuerzo y que a todo el grupo conmovió. Todos habrán de conocer el fulgor que brota de la fricción de las rocas y sus consecuencias. 68
Del Profundo y del Humano Fuego Cuando se lo permiten, el muchacho se manifiesta. Comienza con un desgrane de gestos y sonidos que suenan a crujidos para la tribu. No le es fácil resumir el encanto que obtuvo, de aquellas partículas en centellas. Tartamudea, se traba. Realiza apariencias de vigor, agrega entusiasmos disonantes, e incluye exclamaciones en timbre refrenado. Con débil seguridad, intenta probar al consejo que él posee capacidad para repetir la hazaña del dios de la tormenta. Asegura, con carga en la voz, que nunca más habrá espera de los caprichos de las alturas. Ni se aguardará la decisión celestial en encender los resecos pastizales de la colina, fuente de la luz que calienta. Que él puede remedar las proezas divinas, golpeando sus angulosas rocas. Garantiza que lo hará construyendo un pequeño matorral a su medida. Procura convencer, persuadirlos a todos. Mueve los brazos y hace brillar el tamaño de sus ojos. Asevera que él ha hecho llegar esa chispa a la tribu, como una fogata sin límites, para el beneficio de todos. No le faltarán gestos ampulosos, que aspiran a dar respaldo a la explicación. De manera anticipada, considera que su relato merece un redondeo final. Lo hace con un hondo respiro que tiende al desahogo. Alrededor del cuadro, los niños juegan, pero escuchan. El ECO DEL NO Ha caído en cuenta el mozo de las piedras, que en su derredor sobrenada un callado reflujo… un envión de suspicacia en el cruce de las miradas. Alcanza a reparar en un dejo de pulsaciones que lo detiene. Reconoce que la impaciencia le hace aguardar exclamaciones de aprobación, que no llegarán. Admite 69
Del Profundo y del Humano Fuego que la impericia, y la torpeza, han formado la solidez de una muralla que le impide descifrar el fondo de sigilo tribal. Silencio que lo aplasta, bajo la congoja y la incomprensión. Cuando la suspensión se apodera del auditorio, no se admiten más palabras,… al menos de él. No tarda el escándalo en tomar dimensión. Vocerío que nació como cuchicheo de comadres, crece como sordo enredo, para derivar en estridencia de opresión. Al cabo, uno de los ancianos de cuerpo en huesos, irrumpe sin freno. Con tono de abucheo, su recado anuncia lo temido. La mayoría de los viejos respetados de la tribu, han acordado condenar su osadía. Luego del consejo de los gerontes, se ha decidido penar, con desdén patriarcal, los terribles intentos, que ha proclamado el jovenzuelo. Entre todos rechazan, con barullo, la necedad que contiene tal propuesta. Recuerdan y apelan que antes, ellos conocían el destello de las piedras. Sin embargo, jamás habrían de convertirlo en tamaña herejía. Afirman, con vehemencia, que la propuesta del mozo, establece un irrespeto imposible de aceptar. De a poco, fueron exponiendo, con detalles, sus argumentos. Que tal maniobra con las piedras de chispas, es tarea que conlleva peligro y contraría el deseo de los dioses de las alturas. Que ese poder retiene la sacralidad de las deidades, quienes, en su compasión sin fin, otorgaban los rayos, para que la tribu recibiera la luz que necesitaban. Los argumentos se han ratificado con un matiz irrefutable, con un tono que no concede apelación. La mayoría dirá estar de acuerdo, otros callarán en prudencia y duda. Según la reunión, que se efectúa ante la presencia de los ancianos, que sustentan experticia de añares, no es 70
Del Profundo y del Humano Fuego sensato intentar parecerse a los dioses. Explican con gestos de dureza, que no se podrá evitar su castigo y en divina represalia, condenarán con horrores del cielo que caerán sobre la tribu. Además, continúan, existe el grave riesgo de que, en afán de venganza, las ánimas de las colinas, no volvieran a despertar la serpiente de escamas rojizas que se desplaza entre los pastales, de donde todos extraían el fulgor que necesitaban. Aquella lumbre que, paulatinamente, con ingenio y esfuerzo, las mujeres del asentamiento, habían aprendido a almacenar como un tesoro, dentro de sus grutas. En verdad, no era necesario, ni conveniente, intentar competir con el poder que tienen las fuerzas de las alturas. Ratifica el reclamo, una voz aguda, que se dirige al conjunto y advierte que, si tal cosa sucediera, las lluvias castigarían el valle, para apagar, con fatalidad de ahogos, el desventurado atrevimiento de un mozalbete. El joven cazador, desearía responder, pero se contiene. Calla, trata de dominar el sentimiento que lo abate. Considera que, sin prudencia alguna ha explicado sus deseos y esto solo provocó ofensas impensadas. Exaltación de su gente. Consecuencia que nunca esperó. Sumersión del muchacho, bajo un deslave de hojarasca que le impide ponerse de pie, y lo sofoca. Es como si, la densidad de una placa sobre el pecho, apisonara su respiración. Hace un esfuerzo por abandonar el sitio, correr, pero las piernas no le obedecen. Permanecerá con sus extremidades en escalofrío. Continuará su expresión de nervios de aturdimiento. Se da cuenta de que debe bajar la vista para no continuar en la deshonra a sus mayores. Vuelve a escuchar las voces, que se elevan para protestar, ante el desacierto que significó su intervención. Entre el aliento y el pecho, un coágulo de aire y sombra, 71
Del Profundo y del Humano Fuego lo enmudece. Habrá de mantener su pudor frente a la posibilidad de ser culpable. Las palabras lo marcan en el medio de un infortunio, solo por haber creído en una idea imposible. Su pecho se estrecha en un jadeo. Concluye que, simplemente, ellos tienen razón. ¿Quién es él para intentar igualar el poder de los dioses de la tormenta? ¿Quién es él para proponer rupturas atrevidas? Pretende ignorar el momento en que le surgió esa idea irritante y sin proporciones. Seguramente fue el cansancio del regreso lo que extravió sus pensamientos. No abrazaba duda alguna. Él había caído en el equívoco y su falta de humildad le hizo cometer los errores, que los mayores acaban de anunciar. Agradece haber sido entrado en razones, mediante la sabiduría explícita de los ancianos. Comprensión que no habrá de cuestionar. Porque producir resplandores con piedras, en definitiva, revela enfermedad del ánimo. Aconsejable resultará por lo tanto, permitir que el bendito temblor de luz y calor continúe por voluntad sagrada, resbalando del cielo. La divina esfera donde residen los dioses. En esta certidumbre, la reunión llegó a su fin, y la gente se ha marchado a sus lugares de familia. El recinto rebalsa en abandono de ecos. Y las lunas fueron sucediéndose con la quietud de siempre… DEL CALOR Soledad. Ausencia de compañía para el joven de las rocas con luz. Circula, más bien deambula, el mozo lejos de la aldea, y nadie que se le acerque. Solo 72
Del Profundo y del Humano Fuego los pequeños rondan sin perderle pisada. Y juegan con piedras. La hora del resplandor y de la sed, se desploma como el gris de las telarañas, sobre su espalda en arco. Etapa de la brisa en ausencia cuando se eleva el zumbar de moscas que le rozan el cuerpo y lamen su frente. Permanece, con las rodillas en encierro, convertido en un repliegue de la campiña. Repasa sus días, mientras percibe letanías de sol. Un desvarío le resuena en el vientre. Un “tictic tactac” repiquetea como suspiro que se agrieta. La memoria le lanza un impacto en el pecho, que hiere. En la insistencia de un machacar de bordes y envíos de corte, el joven, como aprendiendo, alisa asperezas, reduce tamaños. Afila con sus dedos perfiles y sopesa aflicciones. Solo el vacío subsiste. Nada que inflame intensidad de piedra. Solo calor y campaneo de niños. 73
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Del Profundo y del Humano Fuego NOTAS FINALES: Que no se diga que son cuentos con pretensiones antropológicas. En un principio titulé este trabajo como el Tríptico del Fuego porque los tres relatos contienen faces del azoro que, supuse, experimentaron aquellos seres bípedos, que habitaron el planeta hace mucho, mucho tiempo. Según cuentan los que cuentan, les sucedía cada vez que contemplaban, impresionados, ese frente de combustión que solía aparecer en las cercanías de sus moradas. Con seguridad, estos homínidas, de aspecto algo simiesco y todavía inefables, se encontraban dejando atrás su suerte y recorrían (como nosotros), una coyuntura de rauda transición hacia una fase superior. Primeramente, nos ubicamos en la aventura de un cazador, quien al percibir este fragor, emprende la posibilidad de su captura y arriesgando su vida, no elude el compromiso en favor de su comunidad. En el segundo descubrimos a una joven madre de aquella especie, que, deslumbrada con el mismo objeto cuando logra contemplarlo de cerca descubre que le resultará beneficioso para su proyecto. En la tercera historia, un joven de esas épocas, en su empeño por conseguir herramientas de caza, se involucra en un episodio que afectaría su vida y la de su medio. Cada uno de ellos, a su modo, participa de esa transformación que venía teniendo lugar en el rudimento de sus mentes. “Más Zaratustra contempló al pueblo y se maravilló. Luego habló así: El hombre es una cuerda tendida entre el simio y el superhombre, - una cuerda sobre un abismo” ( F. Nietzsche ) 75
Del Profundo y del Humano Fuego Corresponde destacar la decisiva contribución siloísta a la perspectiva de la evolución humana. Bastaría solamente con ese estudio para que su fundador sobresaliera en los anales de la historia de la filosofía. Sin embargo, aproximándonos a obra de Silo nos sorprende una fertilidad infinitamente más dilatada y especialmente, digna de ser conocida y cultivada. Por nuestra parte, nos hemos ceñido a una cuestión crucial de la definición de ser humano. Eso fue la que nos inspiró redactar estas inocentes ficciones. Porque sobresale el significado trascendente que anida en la aparición de un ser dotado de “intencionalidad”. Es en ese homínido, que antes huía de lo que concibiera como peligro, donde comienza a manifestarse un ardor, que brota de sí y lo hace avanzar, premeditadamente, hacia el mundo que lo rodea, superando los mecanismos del instinto. Ha nacido un ser con el mandato de modificar, edificar y en definitiva, humanizar para siempre el entorno en que le toca vivir. Al releer estas narraciones, nos queda una sensación particular, un clima que se ramifica por nuestro interior. Porque pudiéramos haber rozado una metáfora que, en cierta medida, disponga de nuestra actual situación en el mundo. Carlos Eduardo Lucero Cano Mendoza, primavera de 2017 76
ÍNDICE PORTADA pág. 3 EL PROMETEDOR pág. 7 EL ROJIZO ANIMAL DE LAS LLAMAS pág. 31 LAS PIEDRAS pág. 49 Notas finales pág. 75 Índice pág. 77
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