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ENCUENTROS FANTÁSTICOS - NICOLÁS BUCETA Y BRENDA WECKESSER

Published by Gunrag Sigh, 2021-12-09 17:21:01

Description: ENCUENTROS FANTÁSTICOS - NICOLÁS BUCETA Y BRENDA WECKESSER

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Brenda Weckesser que se parecía a un Ángel. Se llamaba Graham. Él me explicó, que esas voces vienen del alma, que el alma sabe lo que una persona necesita para ser feliz y nos habla todo el tiempo. La primera vez no le di importancia, pensé que era solo un sueño, pero Graham volvió a visitarme noche tras noche. —Marco, debemos ver a un doctor —se angustió Chiara. —Sé que no me crees pero eso no me importa. Lo que me duele, es que tu voz y la de papá hablaban tristes y cuando pregunté a Graham por qué, él me dijo que ustedes no estaban cumpliendo su misión. —Marco debemos encontrarle una solución a esto. Pero te aseguro que no se lo diré a papá —Se amargó Chiara. —Yo sé lo que sientes Chiara, dices que te gusta la vida que tenemos, pero mientes. Complaces a papá porque crees que ser obediente es lo que debes hacer y piensas que no hay remedio pero ya no soportas más. —¿Quién te dijo eso? —Se sorprendió Chiara a punto de llorar. —Tu voz, me lo repite todos los días. Estas voces son reales Chiara. Yo jamás podría haberte mencionado esto sino, no te preocupes, Graham me dijo: “pronto sucederá algo que les ayudará a los tres”. Chiara no paraba de cuestionarse cómo fue que Marco puntuó las celadas intimidades de su angustia, peso que acu- mulaba en discreto y que ni el párroco en oído dominical co- nocía. Se mantuvo confidente, pues contar esto a su padre era pase inflexible al nosocomio y ella no permitiría que su her- mano acabara allí. Increíblemente dos semanas después de la conversación, Filipo comunicó a sus hijos: —El abuelo enfermó. Iremos a verle y lo traeremos aquí. Un tren los condujo a la campiña napolitana, fue entonces cuando Marco descubrió algo sorprendente. La copla intrín- seca y nefasta que habitaba en Chiara, mutó de inmediato y su 51

Encuentros fantásticos voz pronunció: “Este es mi lugar”. De Filipo surgía polar batalla, duelo tan reñido que no logró esclarecer el mensaje en totalidad. La misión del magnate consistía en desapego ma- terial. Una parte del alma le indicaba estar alineado pero, otra sucumbía al temor. Localizaron el hospital en el cual su abuelo quedó inter- nado, salilla rústica equipada con lo indispensable. Dieron con Nicola, uno de los médicos y súbitamente Marco se es- tremeció. También en él leía vozarrón. No comprendía por qué dilucidaba la consigna espiritual de un extraño. Su monó- logo resonaba amigable y en enfoque con el deber que le com- petía. Filipo lanzó el nombre del enfermo entre apurones e inquirió diagnóstico. —Su padre tiene una infección bastante severa pero está fuera de peligro —explicó Nicola. —Dele el alta, voy a trasladarlo a mi ciudad —ordenó el genovés prepotente. —De ninguna manera —negó Nicola. —Seamos realistas, aquí no tienen los recursos suficientes para atenderle como se debe —despreció Filipo. —Su padre no puede irse a ningún lado, si se mueve de aquí sufrirá un ataque y no lo permitiré. Filipo acató a regañadientes y no tuvo más opción que es- tancarse en este Nápole campal. Con el correr de los meses la voz de Chiara devino plena. Ella pasaba altas horas en el dis- pensario como mano diestra del abuelo. El sanatorio en- cendió su veta médica, en grado tal que las enfermeras ante la devoción le capacitaron para casos leves. Estaba a tono con su cometido basado en el servicio. El espíritu sagaz cautivo a Nicola, sentir recíproco y Marco comprendió que distinguió su vocecilla porque aquel lejos de ajeno era futuro cuñado. Los rumores de amorío llegaron al aristócrata por fuente pue- blerina, no bien los supo estalló con su hija: 52

Brenda Weckesser —Lo conoces de antes, ¿verdad? Por eso ese desgraciado quería que nos quedemos. —¿Qué está diciendo, papá? —Se sacó Chiara. —Nos iremos ya mismo y te aseguro que tú no harás más estupideces. —Usted quiere irse porque tiene miedo —dijo Marco triste. —¿Quién crees que eres para hablarme así? —lo increpó el padre furioso. —Es la verdad —siguió Marco, acongojado—, usted odia a los ricachones que le rodean, odia tener que conseguir lujos y dinero para que le respeten, pero tiene miedo de perder to- das esas cosas porque cree que si las pierde; nadie le querrá y se equivoca. Nosotros lo hemos elegido como padre mucho antes de que gane su fortuna porque, su alma viene a enseñar- nos grandes lecciones, pero está aterrada y no puede hacerlo. —¿De dónde sacaste semejante locura? —Negó con ira. —Basta, Marco —Lo frenó Chiara para protegerlo. —El abuelo te metió pamplinas en la cabeza para que nos quedemos, ¿no? —rugió el padre—, me escuchará. —El abuelo no hizo nada —continuó Marco—, y él en- fermó, porque su alma estaba sola. Desde que murió mamá, usted no le visitó ni una vez y tampoco dejó que fuéramos nosotros. Su voz pedía a gritos vernos, yo lo sé porque puedo oír lo que el alma siente, papá. —¡Estás loco, completamente loco! Pero ni tú, ni tu her- mana me enloquecerán a mí, ¡esto se acabó! Filipo neurótico y déspota decretó marcharse. Sus dos reos se le unieron a contra deseo. En la ciudad les recibió el in- fierno. Chiara acotada al claustro pupilo, Marco impedido en- tre verjas psiquiátricas. Cierta mañana el patriarca sacó a la chica del internado para prometerla con un colega pudiente. Apenas salieron, Chiara peleó por zafarse del brazo morrudo, victoria lograda con un codazo entre costillas. Se echó a la 53

Encuentros fantásticos fuga trepando un autobús, presurosa, por alcanzar el manico- mio. Arribando allí, la muchacha pidió por el paciente. Las autoridades del hospicio informaron que este se hallaba en zona roja y en estado crítico a causa de pulmonía. Marco, estático forzaba respiro y el habla era chirrido seco. De re- pente Graham se manifestó, ya no como epifanía nocturna, sino como escolta ante sus ojos. —¿Por qué estoy así, Graham? —Se asustó Marco. —Porque escuchaste la voz de todos, pero olvidaste oír tu propia voz. Es hora de que vengas conmigo, Marco. —¡Quiero quedarme con Chiara, por favor!, eso es lo que dice mi alma, la oigo. —No, eso es lo que dice tu mente. Ahora estás muy en- fermo, por eso ya puedes oír a tu alma, me está pidiendo que partamos, Marco. Fuiste piadoso con el alma de los demás, se piadoso contigo. Vamos. Cierra los ojos, acepta este momento y piensa en la luz. No tengas miedo. Marco dejó el cuerpo. La novedad alada y sutil le hizo re- volotear. Chiara entró al cuarto, gastado insulto, tirando ruego e hincándose desecha. Marco la rodeó acuñado a su modo el beso último. Se acercó a Graham para el éxodo que una luz favoreció enseguida. En los halos celestes no apretaba el tiempo pero, a nivel humano, los años transcurrieron. Estipu- lando las fechas avanzadas en la tierra Graham creyó que, Marco, podía iniciar su próxima vida. —Ya te preparaste lo suficiente, Marco. Puedes reencar- nar, si quieres. —Sí, quiero. En esta vida seré alguien normal, no escu- charé las voces, ¿cierto? —Así es, prometo que quitaré todo de tu memoria. No habrá errores. Para cerciorarme, primero borraré tus recuer- dos y luego abriré el portal. Comencemos. —Pero, no elegí a las almas que me acompañarán. 54

Brenda Weckesser —Yo las elegí por ti. Confía, son las correctas para este viaje. Una fiama limpió los restos de la aventura itálica y el pasa- jero descendió. No tenía idea adónde iba pero estaba entre- gado. Se alojó y buceó en un acuático hostal cuanto pudo, hasta que fuerzas le jalaron obstinadas y su cubículo empezó a abrirse. Oía el grito materno y un incentivo viril que repetía: —¡Puja Chiara, puja! ¡Ya está, ya salió! —se emocionó Ni- cola cortando el cordón y tomado al niño—, hola hijo, eres precioso. Aquí está mamá. —Bienvenido, cariño —se entusiasmó Chiara mecién- dolo—, ¿sabes?, tu tío Marco decía que el alma tiene una voz, que cuando somos felices, sale como si cantara. Yo no puedo oír la mía, pero sé que hoy canta sin parar, y haré que la tuya cante siempre. 55

Encuentros fantásticos VERDAD AL ÓLEO Sin que nadie lo viera bajó las escaleras. Logró ritmo de fisgón cauto y se atrevió al espionaje. Adem era un niño de ocho años. Vivía esa etapa blanca donde lo ingenuo tiene li- cencia y la maldad es atributo ficticio. Pero aun así era buen observador. Intuía que Tarkan, su padre, ocultaba algo desde hace tiempo. Lo delataban urgentes fugas en madrugada, más la obsesión eremita de recluirse en su escritorio. Adem quería cortar la intriga. Se escurrió por los pasillos a sigilo profesional e identificó la biblioteca donde halló al patriarca. Hubiera pre- ferido no haberlo hecho. Quedó horrorizado. Tarkan calzaba las telas de incógnito beduino cubriéndose además el rostro con un pañuelo que solo le liberaba la mirada. Listo el disfraz, se previno con la equipada pistola que sacó de un mueble y que fue auxilio infalible en el cinturón. Abandonó la casa. Adem lo siguió. Aquella noche de 1920 el pequeño exploró las sendas otomanas de Urfa. En esa época la guerra había concluido. Pero los turcos conservaban su saña genocida por lo que las masacres continuaban. Adem cazó al padre. Hacía junta con una dama dócil y aterrada que se había encontrado entre esquinas. La mujer llevaba a una niña de la mano. Ambas parecían armenias por el acento distintivo. —Vamos mujer, ¿qué estás esperando? —le dijo Tarkan nervioso. —Tengo miedo —decía entre lágrimas. —Si no haces esto, te juro que las cosas irán peor y tú lo sabes. ¿No entiendes que no tienes opción? Si al menos te importa la vida de tu hija me seguirás y harás todo lo que te diga. Como ternero maleable la joven obedeció. Guiada del há- bil califa y aferrada a su niña en acto protector, entró a un 56

Brenda Weckesser callejón. Adem ya no quiso mirar. Se guardó defraudado de- trás de un muro. Oró para sí, inquiriendo a la divina benevo- lencia. Finalmente un continuo de balas más los gritos del dúo femenino revelaron el crimen audible y fatal. Adem volvió al hogar todavía sin creer lo que había escuchado. Por un mo- mento se lo otorgó a la imaginación errada. Su padre, ser arisco aunque íntegro jamás podía cometer tal fechoría. De repente notó que alguien intentaba abrir la puerta. El chicuelo huyó hacia la cocina pero pispió a distancia. Tarkan había lle- gado. Traía la túnica manchada de sangre. Aquella imagen ta- chó el beneficio de la duda y toda explicación que sería sin más, pésima cuartada. Luego del hecho negro Adem jamás pudo conceptuar al padre como antes. Siempre lo había te- nido por jefe tosco pero apoyado en la honradez. Aquello cambió. Su vínculo de por sí seco llegó a la indiferencia y aun- que compartían techo, el chico le esquivaba. Al convertirse en adolescente y saber las salvajadas de su raza carnicera Adem comprendió que el pecado de Tarkan fue el emblema de su pueblo turco quien destrozó a los armenios. Esto logró que el muchacho no solo ignorara al progenitor sino que se sublevara contra el mundo incomprensible y sá- dico. Adem despertó gran piedad por las víctimas de este ho- locausto, aunque claramente no podía comunicarla. A los quince años dejó el domicilio paterno, alojándose en Estam- bul con un amigo pintor. Desarrolló el gusto por las acuarelas e hizo del arte buena terapia. Solo regresó a Urfa en el ´81 a pelo cano y con varios abriles, para cuidar de Tarkan cuya sa- lud era lamentable. Pese a que mantuvo el lazo frío creía justo pagarle los años de paternidad responsable, por ello lo asistió hasta que este falleció. Después del velatorio, Adem duró se- manas en su región natal. Una mañana ojeando los diarios locales quedó atónito. Un 57

Encuentros fantásticos encabezado anunciaba la exposición de Sahak Bedrossian, ar- tista reciente de nombre menor, cuyo cuadro más elogiado se titulaba Tarkan Baziraoglu. Adem hubiera pensado esto como casual antojo. Aunque el retrato sobresaliente en el periódico era la copia de su padre. La noticia fue chocante. Aquella re- dacción que sitió irónica y casi surrealista lo descolocó com- pletamente. No necesitó meditarlo. A modo relámpago se presentó por la tarde en aquel evento. El lugar lo ocupaba un público chico que contemplaba las obras del armenio. Pasa- dos algunos minutos pudo apreciar a solas el dibujo miste- rioso. Tarkan lucía como jeque reverencial, con la pose franca de los valientes, con el mirar altruista de quien suda por pró- jimo y un sonreír amable casi heroico le surcaba la cara e in- fundía paz a todo espectador que lo descubriese. Adem ya no lo soportó. Estaba repleto de interrogantes. Corrió pregun- tado por Sahak Bedrossian le señalaron a un veinteañero de amplio bigote que fumaba sereno en las ventanas. —Disculpe joven, usted es ¿Sahak Bedrossian? —Sí, soy yo —le sonrió gentil. —¿Podríamos hablar un momento? Necesito preguntarle algunas cosas —confesó aturdido. —Sí claro, desde luego —aceptó un poco extrañado. —Yo soy el hijo de Tarkan Baziraoglu. —¿Usted es el hijo de Tarkan? —Saltó feliz—, que placer conocerlo, señor. Supe que Tarkan falleció, en verdad lo siento. —Gracias, no entiendo por qué usted pintó el retrato de mi padre. —Bueno comprendo que esa pregunta la hagan muchas personas porque Tarkan no era hombre conocido pero que me lo pregunte usted me sorprende. —Aquí el sorprendido soy yo, con el mayor respeto usted ni se imagina la clase de persona que fue mi padre. Pero yo sí 58

Brenda Weckesser lo sé. Fue un asesino, yo mismo vi que una noche se encontró aquí en Urfa con una mujer armenia y una niña. Estaban asus- tadísimas y él las amenazaba, las obligó a entrar en un callejón. Yo moría del miedo y me escondí, sabía lo que iba a pasar y no quise verlo pero, oí una cantidad de disparos que jamás olvidaré, y esa noche mi padre llegó a casa con la ropa llena de sangre. Él las mató, ¿entiende? Y contar esta historia le juro me repugna. —Pues yo le contaré otra historia. Es la historia de una mujer armenia que había quedado viuda, tenía una hija y todas las noches rezaba sin pegar un ojo porque no sabía si ella y su niña estarían vivas a la mañana siguiente. La mujer estaba de- sesperada necesitaba irse de Turquía y entonces algunos co- nocidos le aseguraron que había un hombre turco hermanado con los armenios que podía hacerle cruzar la frontera. Ella fue a verlo y el hombre le dijo que le ayudaría aunque tomó re- caudos. Se disfrazó para que nadie lo viera porque tenía un hijo pequeño al que debía cuidar y nada podía salir mal. —Pero, ¿y los disparos y la sangre, por qué ocurrieron? — dijo ya con lágrimas. —Porque cuando llegaron al callejón un soldado los envis- tió, el hombre se enfrentó a disparos con él y lo mató sin em- bargo, la mujer armenia también murió desangrada, aunque el hombre turco hizo de todo para que ella viviera. —¿Y la niña? —preguntó Adem sin casi poder hablar. —La niña sobrevivió y el hombre turco no quiso que cru- zara la frontera, así que le consiguió papeles falsos y la dejó con una buena familia. La niña creció, se casó con un armenio y tuvo un hijo. Un hijo pintor que un buen día quiso retratar al varón más noble que conoció en toda su vida. 59



BIOGRAFÍA Nicolás Buceta Su frase por excelencia es: “Escribo desde que no escribo”, a través de la palabra en su expresión oral desde pequeño inventaba historias que su madre plasmaba en un papel, a fin de atesorar ese recuerdo. Estudió con ahínco, logrando cada nuevo desafío propuesto; su primer cuento conocido por el público fue “Mujer de carbonilla” inspirado en una pintura, de ahí en más su palabra escrita ha continuado su camino con la pasión que lo caracteriza. Brenda Weckesser Su pasión por escribir nació a los doce años, desde entonces expresa lo que siente y piensa a través de las letras. Sus investigaciones históricas dieron origen a la novela “Enmiendas en el tiempo”, que además fue adaptada para una ver- sión teatral. Estudia la carrera de Filo- sofía, lo cual puede percibirse en su manera de desarrollar una técnica narrativa muy particular.



Índice 5 7 Prólogo 9 Cuentos de Nicolás Buceta 12 15 La dama de fuego 20 El barco de papel 22 La partida galáctica 27 Las hadas de los sueños 29 Entre luz y sombra 34 Cuentos de Brenda Weckesser 39 Barreras entre mis barreras 47 Enigma blanco 56 Humanismo artificial 61 Recuerdos celestes Verdad al óleo Biografía

Esta obra se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Ediciones del País SRL en el mes de diciembre de 2021




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