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Capítulo Uno

Published by Jim McBride, 2022-01-24 18:52:43

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Capítulo Primero CARACTERÍSTICAS CULTURALES DE LA AUDIENCIA DE QUITO John Leddy Phelan, en su estudio sobre El reino de Quito en el siglo XVII, luego de examinar los menguados resultados que alcanzaron los españoles, y posteriormente los criollos, en su propósito de extender la acción colonizadora a los territorios de la Audiencia de Quito situados en las selvas tropicales de la Costa y de la Amazonía debido al dificil acceso y a su condición inhóspita, concluye que la vida colonial se concentró principalmente en la región andina, espacio geográfico que años después, en 1830, será la base territorial en la que se constituirá la República del Ecuador. Dice el historiador estadounidense: \"Los dos Quitas que hemos analizado, el Quito de la Costa y el Quito del Oriente, eran marginales al tercer Quito, el más importante de todos: las hoyas interandinas de la Sierra”. Efectivamente, durante el extenso período colonial la Sierra fue la región más avanzada y habitada de la Audiencia de Quito, pues en ella se concentró más del 90% de la población y operaron la agricultura, la ganadería (ovejerías) y los obrajes, actividades de las que dependía la subsistencia de todos. En el siglo XVIII el próspero Quito de los Andes centrales y norteños se deterioró y cayó en la pobreza, por los destrozos provocados por los terremotos y la ruina de la industria obrajera, causada por la competencia externa, la reducción de la demanda por la declinación de los grandes centros mineros americanos y el contrabando introducido por franceses, holandeses e ingleses. Sin embargo, mantuvo su predominio por la escasa significación económica y demográfica que continuaron teniendo las otras regiones. La región interandina ofreció a los colonos buenas tierras, un clima saludable y abundante mano de obra. Según Gironaldo Benzoni, \"la provincia más fértil 1

de todo el Perú\" era Quito. El jesuita Mario Cicala se sorprende de la \"admirable feracidad\" de la provincia de Quito, en la que no hay \"clase de fruta, especie de granos, variedad de flores, género de hortalizas, multiplicidad de pastos, diversidad de hierbas, que no se vea campear, producir y germinar, en sorprendente abundancia\". Observación que comparte el anglo-irlandés William Stevenson, que trabajó como secretario del conde Ruiz de Castilla en los últimos años de la Audiencia de Quito, al señalar que los distintos climas permitían en el transcurso de pocas horas \"experimentar el frío de los polos, el calor abrasador del ecuador y todas las temperaturas intermedias\", por lo que era posible que sus habitantes dispusieran de una variedad grande de alimentos. Tanto le llamó la atención la riqueza circundante que aventuró el vaticinio de que el país sería \"en un futuro próximo uno de los más florecientes del Nuevo Mundo\", profecía incumplida por la forma en que quiteños y ecuatorianos mal usaron y desaprovecharon la riqueza que generosamente les había dado la naturaleza. Con excepción de Guayaquil los otros núcleos urbanos de la Costa eran pequeños pueblos aislados que recién comenzaron a desarrollarse a fines del siglo XVIII. Al progreso de Guayaquil contribuyó la ventaja de ser el único puerto de la Audiencia de Quito, a través del cual se exportaban e importaban productos e ingresaba clandestinamente el contrabando, actividades favorecidas por la reducción de las restricciones comerciales resuelta por los reyes Borbones. Su economía además se nutrió de dos importantes actividades, en las que encontraron ocupación los trabajadores llevados por las inmigraciones internas. La ciudad controlaba la producción, el acopio y la exportación de cacao, fruto que se cultivaba en haciendas de la cuenca del río Guayas y era llevado al puerto a través de sus afluentes. Los astilleros guayaquileños fueron tan importantes que llegaron a considerarse los mayores del Pacífico americano. Debido a su progreso, al terminar la Colonia Guayaquil se convirtió en la segunda ciudad de la Audiencia de 2

Quito, a pesar de lo cual la población de la Costa apenas llegó a representar el 14%. Las provincias andinas del sur fueron mucho menos importantes, económica y demográficamente. Pero adquirieron un mayor peso relativo al finalizar la Colonia, en virtud de que lograron sortear la crisis económica del siglo XVIII por no depender de la producción obraj era, además de beneficiarse de las utilidades generadas por la exportación de cascarilla, vegetal que fue usado para la producción de quinina. Este descubrimiento, al permitir curar el paludismo, generó una importante demanda americana y de las potencias europeas deseosas de proteger la salud de sus colonos en las tierras tropicales de África y Asia. Por las razones anotadas y porque fueron emigrantes serranos los que poblaron la Costa y el Oriente, región esta que recién se integró físicamente al Ecuador cuatrocientos años después, durante la segunda mitad del siglo XX, resulta pertinente centrar el estudio de la cultura colonial en las provincias andinas y, particularmente, en las del centro-norte que estuvieron ligadas a Quito, localizadas entre las ciudades de Ibarra, al norte, y Riobamba, al sur. UNA SOCIEDAD JERARQUIZADA Y EXCLUYENTE A diferencia de otros países de Europa en los que habían aparecido formas capitalistas de producción, durante la mayor parte del período colonial americano en España estuvo vigente el feudalismo, cuyas pautas y cuyos valores marcaron la conducta de quienes conquistaron y colonizaron los territorios que conformaron la Audiencia de Quito. Los españoles vinieron de una sociedad organizada jerárquicamente, dominada por una nobleza que se beneficiaba de la propiedad de la tierra y de los excedentes económicos que generaba el trabajo obligatorio y los tributos pagados por los campesinos 3

sometidos a una situación de servidumbre. En ella existía la extendida creencia de que la tierra constituía la principal fuente de riqueza y prevalecía un menosprecio de las otras actividades económicas y del trabajo manual. Antes de la llegada de los españoles, durante el breve período incásico y en la época precedente, los indios habían vivido en sociedades autoritarias en las que estuvieron sometidos al poder absoluto de caciques y soberanos. Estaban obligados a prestar servicios personales, pagar tributos y realizar toda clase de trabajos, como construir caminos y transportar cargas. La atención de las necesidades familiares, incluso la conservación de la vida, sólo era posible mediante la ciega obediencia y la fidelidad absoluta hacia quienes ostentaban el poder. No disponían de la tierra como una propiedad de la que pudieran hacer lo que les placiera, sino como un bien cuyo uso dependía de la voluntad del jefe al que se hallaban subordinados. En muchos órdenes, especialmente en el militar que tan importante fue para la conquista de los pueblos andinos, la sociedad indígena se hallaba muy atrasada con respecto a la española. Las enfermedades traídas por los conquistadores provocaron una catástrofe demográfica, en especial en la Costa, región en la que la población indígena prácticamente desapareció. Sin embargo, los indios continuaron siendo una amplia mayoría en la. Sierra, de manera que durante la Colonia representaron entre el 90% y el 75% de la población de la Audiencia de Quito. La lengua de los incas, adoptada por los pueblos indígenas de la Audiencia de Quito, enfrentaba limitaciones idiomáticas para competir con la castellana usada por conquistadores, colonos, burócratas y eclesiásticos. Según La Condamine, al quichua le faltaban vocablos \"que permitieran expresar ideas abstractas y universales\", como \"tiempo, duración, espacio, ser, sustancia, materia, cuerpo, virtud, justicia, libertad, agradecimiento, ingratitud y muchas más, a no ser de manera imperfecta y recurriendo a largas perífrasis”. Motivo por el que a los indígenas les resultó difícil dominar el idioma de los 4

conquistadores, conocimiento que les habría, permitido valerse de él para sus propios fines. Estas características del mundo español y del mundo indígena, y el tipo de estructuras económicas que se implantaron en la Colonia, llevaron a que se organizara una sociedad altamente jerarquizada en la que la cúspide de la pirámide social fue ocupada por los blancos y su amplia base por la gente de color, estatus que cada individuo adquiría el día de su nacimiento y mantenía a perpetuidad durante su vida. Para españoles y criollos estuvieron reservados la propiedad de obrajes y haciendas, las más importantes actividades comerciales, los cargos políticos y religiosos y el acceso privilegiado a la educación. Bienes de fortuna, actividades económicas y funciones representativas a los que no tuvieron acceso los hombres y mujeres de color integrantes de los, pueblos indígena, negro, mestizo y mulato que, en cambio, estaban obligados a pagar tributos y a trabajar para sus amos en condiciones de servidumbre o esclavitud. Naturalmente, no dejaron de producirse influencias culturales recíprocas, en especial de los españoles sobre los indígenas, pues la dominación que por siglos mantuvieron en todos los órdenes, incluso en el religioso, permitió que las costumbres de los conquistadores prevalecieran. La religión católica sustentó ideológicamente la sociedad jerárquica colonial al justificar, como queridas por Dios, las desigualdads económicas, sociales y políticas. Si el desarrollo de la sociedad estaba divinamente determinado y los hombres eran apenas un instrumento, poco podían hacer para cambiar las condiciones sociales en las que vivían. Por considerarse la pobreza un don antes que una carga, los hombres debían aceptarla con resignación y buscar consuelo en la caridad, actitud que sería compensada con largueza en \"la otra vida\" mediante \"la salvación eterna\". El lucro, el cobro de intereses por préstamos de dinero y la investigación científica fueron moralmente desautorizados, al menos vistos con sospecha, por estar en 5

contra del orden natural determinado por Dios. Estos valores fueron transmitidos por los clérigos católicos a través de la educación que impartieron en escuelas, colegios y universidades y con la prédica de \"la palabra de Dios\" en las iglesias, que, por entonces, fueron el centro social alrededor del cual transcurría la vida colonial. A esto se sumaron las estrechas relaciones existentes entre la Iglesia, las autoridades políticas y la sociedad blanca, la explotación directa que realizó la Iglesia a través del cobro de contribuciones económicas y su compromiso on el sistema dp dominación y explotación en razón de que las órdenes religiosas fueron propietarias de obrajes y de numerosas y extensas haciendas. El científico Alexander von Humboldt, que visitó por largo tiempo la Audiencia de Quito, escribió, \"En América la piel más o menos blanca es lo que decide el rango que ocupa un hombre dentro de la sociedad\", pues el color de la tez establece \"una forma de igualdad entre los hombres que afirman tener ciertos grados de superioridad debido a su raza y a su origen\". Diferenciación racial que el viajero alemán ilustra con el relato de la forma en que se ventilaban los conflictos, al referir que a una persona de elevada condición social cuando disputaba algún asunto con un hombre del pueblo a menudo se le escuchaba decir: \"Será posible que usted se crea más blanco que yo\". Es que los españoles, como lo señala Phelan, \"tenían su propia forma de ser racistas y etnocéntricos\", ya que si bien colaboraban con razas distintas, mucho más que otras naciones, lo hacían \"sin dudar por un solo momento de su propia superioridad sobre ellas\", de manera que \"la única igualdad que estaban dispuestos a otorgar a los indios era la igualdad en el otro mundo\". Esta segregación es confirmada por un investigador contemporáneo al decir que los indios, a pesar de los derechos y privilegios consagrados en la ley secular y en la canónica, se enfrentaban a la cruel paradoja de que eran tratados \"como animales o retardados mentales\". Hecho que pone en evidencia al citar que en 1609 por el alquiler de un caballo se pagaban cuatro 6

reales por día, mientras que a un indio que se lo empleaba como guía solamente se le daba la comida y \"alguna vez dos o cuatro reales''. Jorge Juan y Antonio de Ulloa, marinos españoles que acompañaron a la Misión Geodésica Francesa que fijó el meridiano ecuatorial, en su célebre obra titulada Noticias secretas de América, escribieron: \"Son los indios unos verdaderos esclavos en dichos países y serían dichosos si tuvieran un solo amo a quien contribuir lo que ganan con el sudor de su trabajo\". Más adelante añaden que en el caso de los esclavos negros sólo ellos y no sus familias estaban obligados a trabajar y que las pérdidas que podía generar la actividad económica eran de cuenta del amo; en cambio los indios debían cargar con las pérdidas que se producían y compartir las tareas con mujer e hijos\". Stevenson cuenta que en la zona del monte Chimborazo contempló a los indios despojados de sus tierras, obligados a trabajar por una paga miserable, sujetos al \"látigo y otros castigos corporales\" y \"reducidos al más abyecto estado de servidumbre y esclavitud\". Caldas, al ver la turbación que produjo en una familia campesina la observación de una bujía con la que se alumbraba, expresó su asombro porque apenas a \"treinta leguas de Quito\" vivieran los indios \"casi en el mismo estado que en la época de la Conquista”. Las tierras que inicialmente recibieron de la Corona españoles y criollos, gracias a las \"mercedes reales\" y a las asignaciones realizadas por los cabildos, con el correr de los años las acrecentaron, especialmente en los siglos XVII y XVIII, durante los cuales se formaron las grandes haciendas. Según el historiador José María Vargas, \"en la forma del reparto de tierra hecho por el Cabildo puede señalarse el origen de la estructura social de la propiedad agraria del Ecuador”. A lo que se sumaron las compras realizadas por funcionarios enriquecidos en el desempeño de cargos públicos o en la administración desaprensiva de obrajes, como también la usurpación de las propiedades de los indios forzándoles a abandonarlas, obligándoles a 7

venderlas a precios irrisorios o despojándoles en los tribunales gracias a sus influencias en la justicia. Al finalizar la Colonia, los blancos se habían apropiado de las mejores tierras y relegado a los indígenas a la propiedad de pequeñas parcelas, poco productivas y alejadas de los fértiles valles interandinos. A partir de esta \"división espacial del terreno agrícola\" se edificó la jerárquica organización social de la época, en la que unos recibían beneficios y otros eran privados de ellos\". Algunas de las haciendas más extensas y prósperas pertenecieron a las comunidades religiosas, hecho que no implicó cambio alguno en su organización social y económica, quizá con la excepción de las que pertenecieron a los jesuitas. Por existir un sistema de castas, con límites definidos en lo social y legal, lo mismo sucedía con los otros individuos de color. Por ejemplo, en 1690 el Cabildo de Guayaquil estableció sanciones diferentes para quienes ponían mesas en las plazas y en las iglesias para vender mercancías. Mulatos, cuarterones, negros y mestizos recibían una pena de cincuenta azotes, mientras que la \"gente principal\" sólo estaba obligada a pagar una multa de cincuenta pesos. Por estos motivos la sociedad colonial no ofreció condiciones para que existieran iguales oportunidades y con ellas fuera posible la movilidad social y económica de los individuos en función de sus méritos y no de su pertenencia étnica. En este sentido, la más perniciosa segregación fue la que existió en el campo de la educación, de la que tanto depende el futuro económico de las personas. En la aristocrática universidad colonial sólo los hijos de las acomodadas familias blancas fueron admitidos, ya que los alumnos que pretendían obtener una matricula debían probar \"limpieza de sangre\". Por ejemplo, para ser admitido en la universidad, Eugenio Espejo tuvo que recurrir a subterfugios para probar un imaginario abolengo español. Los 8

indígenas ni siquiera pudieron acceder a la escuela, pues, por serlo, estuvieron excluidos de cualquier forma de educación. Para los mestizos estuvieron reservados establecimientos especiales, regentados por los franciscanos, en los que aprendían oficios artesanales por entonces denominados \"artes mecánicas\" u \"oficios viles\". El sacerdocio, fuente de riqueza, prestigio y poder, estaba vedado a indios e incluso a mestizos. Una sociedad que consagraba las desigualdades sociales desde el nacimiento y las mantenía de por vida, gracias a un sistema de dominación que aseguraba su inmutabilidad, cortó los incentivos que eran necesarios para que quienes ocupaban los estratos inferiores de la pirámide social convirtieran su trabajo en un medio para salir de la pobreza y elevar su condición social y económica. A su vez, los que ocupaban las escalas superiores, ante la seguridad de que su situación social no se vería amenazada, tampoco encontraron motivos para realizar sus actividades con dedicación y ahínco, a fin de sortear la amenaza de sus competidores, mantener y eventualmente acrecentar su posición económica. El origen histórico de la sociedad colonial, sus características estructurales y las rígidas jerarquías, sumadas a factores geográficos y demográficos, con el correr del tiempo dieron origen a los paradigmas que formaron las creencias y dictaron las conductas de los habitantes de la Audiencia de Quito. OCIOSIDAD GENERALIZADA A pesar de los siglos de explotación que ha sufrido el Litoral ecuatoriano sigue siendo una tierra extraordinariamente fértil. Un estudio contemporáneo afirma que \"tiene la más rica combinación de suelos y climas del hemisferio Occidental. El suelo contiene aproximadamente el doble de materia orgánica 9

en todo su perfil, comparado con los suelos de algunas de las más ricas praderas negras encontradas en los Estados Unidos. Añádase a esto un sol abundante, ausencia de viento, temperaturas diurnas que rondan los 80 Fahrenheit (27° centígrados) y un promedio de lluvias de más de setenta y cinco pulgadas. Todo esto explica por qué el potencial agrícola del Ecuador es inigualable\". Si tan fértil es el Litoral de hoy ya puede imaginarse cómo fueron sus tierras costeñas cuatrocientos años atrás. Si bien las tierras de la Sierra eran de inferior calidad y su disponibilidad estaba mermada por los extensos páramos y las numerosas montañas propios de la geografía andina, la región contaba con valles fértiles, frecuentes lluvias y abundante agua de riego. En ella los cambios de temperatura eran mayores pero no sufría calores veraniegos ni fríos invernales propios de los países de cuatro estaciones y su clima oscilaba entre una fresca primavera y un moderado otoño. La particularidad de que las tierras de la Costa y de la Sierra pudieran cultivarse todo el año y las dos regiones tuvieran una variedad de climas permitió que ricos y pobres dispusieran permanentemente de una amplia gama de alimentos. La existencia de un clima benigno tornó innecesarias las previsiones que estaban obligados a tomar los pueblos que vivían en ambientes geográficos rigurosos en los que podían morir de frío y hambre si no acumulaban comida y leña para los largos meses de invierno. En el caso de la Sierra, su clima templado además contribuyó a que sus habitantes no sufrieran las pestes que azotaron a las poblaciones de la Costa. Juan y Antonio de Ulloa relacionan la \"abundancia de frutos\" producidos en la Sierra con \"la vida ociosa y perezosa\" de sus habitantes\". Stevenson, refiriéndose a los nativos de la provincia de Esmeraldas, escribió una observación que era válida para todos los habitantes del Litoral. \"Ser industriosos no es justamente una virtud de estas personas\", señaló, para 10

luego añadir, \"donde fácilmente se puede alcanzar la suficiencia, donde los lujos en la comida y en el vestido son desconocidos, donde nunca se lucha por la superioridad y donde la naturaleza no sólo invita sino incluso parece tentar a las criaturas al reposo, “¿por qué habrían de rechazar su oferta?\". Apreciación que es confirmada por Cicala, para quien, \"si el cuidado y la solicitud en la agricultura y en trabajar la tierra estuviese a la par de su desidia y negligencia\", la riqueza que obtendrían blancos e indios superaría a la que conseguían los campesinos en Europa\". Dos nativos de la Audiencia de Quito, José Joaquín de Olmedo y Vicente Rocafuerte, en un informe que enviaron a la Corona en 1814 reiteraron estos conceptos al escribir: \"Es tan grande la feracidad y abundancia de esta provincia que con otro fomento y bajo otros auspicios sería hoy la más rica de la América. Pero el vigor de la naturaleza abandonada a sí misma, sin brazos, sin cultivo, sin arte, se conserva casi entero bajo este clima y produciendo continuamente, parece no debilitarse jamás\". La existencia de una numerosa población indígena y por tanto la posibilidad que tuvieron, primero conquistadores y colonos y luego criollos, de disponer de una ilimitada y barata mano de obra, les permitió eludir el desempeño de las fatigosas tareas manuales en la confección de textiles, en la labranza de la tierra, en la extracción de metales preciosos y en el servicio doméstico, todas las cuales quedaron a cargo de los indios. Fueron reclutados por los blancos y puestos a su servicio mediante la encomienda, a pesar de que no tenían derecho a hacerlo, ya que los indígenas asignados a un encomendero sólo estaban obligados a pagar un tributo en dinero o especie, a cambio de recibir protección y servicios religiosos. En contra de expresas prohibiciones legales de que se les sometiera a trabajo forzoso y a la prestación de servicios personales, y a pesar de las sanciones que la Corona estableció para quienes las burlaran, fueron obligados a trabajar en haciendas, obrajes y labores domésticas en el campo y en la ciudad. En unos casos el tributo se transformó en trabajo; en otros, recibieron míseras remuneraciones o 11

simplemente ninguna. Los \"socorros\" que recibían los indios en alimentos y vestidos les mantenían permanentemente endeudados Y sujetos a un trabajo obligatorio en haciendas y obrajes con el que devengaban la interminable deuda contraida. Los pujos nobiliarios de los criollos constituyeron otro obstáculo para que pudieran ganarse la vida mediante el trabajo laborioso y liderar con sus iniciativas el progreso económico. Según un investigador contemporáneo, en el período colonial tardío había en la Audiencia de Quito once familias con títulos de nobleza que habían comprado a la Corona, todas asentadas en su capital. En su pesquisa documental, con una excepción, Christian Büschges no encontró ningún indicio de que se hubieran interesado por el desempeño de actividades económicas y sólo un \"tenue\" interés por los emprendimientos, el riesgo y el éxito. En realidad muchos otros blancos, por el solo hecho de considerarse tales, se atribuyeron imaginarios abolengos que traían a cuento ante todo viajero extranjero que llegaba a la Audiencia de Quito, aunque su nobleza careciera de sustento por casi todos tener alguna sangre indígena en sus venas. Esta conducta llevó a que los visitantes expresaran su asombro porque los nativos reclamaran distinciones y privilegios, sin considerar su condición étnica y sus méritos y lo poco que hacían para labrarse un nombre mediante su esfuerzo y la prestación de servicios relevantes. Tal fue la banalidad y la ostentación de las clases altas quiteñas que para codearse con los visitantes europeos y demostrarles su valía personal les prodigaban desmedidas atenciones. Según testimonio de los franceses integrantes de la Misión Geodésica, fueron \"recibidos como reyes\", con opulencia, lujo y suntuosidad, y las familias más influyentes se disputaban \"por alojarlos, hacerles visitar la ciudad e invitarles a su mesa\". El citado investigador alemán encuentra en estas características de la nobleza quiteña y en la cooptación que hacía de quienes con sus negocios prosperaban económicamente, la causa de que no se haya conformado en la 12

Audiencia de Quito una burguesía, esto es, una clase social que se diferenciara de la nobleza y se identificara por sus propios valores e intereses, diferentes a los que conformaban el orden jerárquico colonial heredado de la Madre Patria. Viajeros y funcionarios de varias nacionalidades, que en distintas épocas visitaron la Audiencia de Quito, coinciden en describir a sus habitantes, cualquiera fuera la condición social o étnica (peninsulares, criollos, ricos, pobres, blancos o de color), como gente poco dispuesta a realizar un trabajo sacrificado. Algunos tenían responsabilidades directivas o realizaban tareas manuales en la agricultura, la ganadería, el comercio, la minería, los obrajes, las artesanías y en la administración colonial y eclesiástica, actividades que les permitían disponer de medios para su subsistencia. Pero, según los visitantes, quienes tenían una labor a su cargo no la desempeñaban con el ahínco y la dedicación que habían visto en trabajadores y patronos de sus países de origen. Más aún, había blancos, principalmente criollos, que no tenían ninguna ocupación, situación que no parecía preocuparles. Son diversas las expresiones que usan para calificar esta falta de laboriosidad de los habitantes de los Andes quiteños: ociosidad, pereza, haraganería, vagancia, indolencia, abulia, flojera, gandulería y apatía. Alexander von Humboldt relata que encontró un país \"donde se evita todo lo que significa esfuerzo\", especialmente en el caso de los blancos, a los que califica de \"holgazanes”. Romualdo Navarro dice que en la provincia de Quito, a la que Dios premió con un clima benigno y una \"rara fecundidad\" de sus suelos, la mayor parte de sus habitantes se entregaba a \"una detestable ociosidad y el resto a despreciar vilmente su trabajo, de donde nace la grande miseria en que actualmente se hallan\". Jorge Juan y Antonio de Ulloa consideran que la mayor parte de los habitantes de la Audiencia de Quito \"no se ocupa en ejercicio ni trabajo que los tenga empleados y la imaginación divertida\", unos \"porque no tienen en qué emplear el tiempo\" y otros, porque 13

\"la pereza les mantiene desocupados\". Añaden que entre los integrantes de la sociedad blanca existía una aversión al desempeño de trabajos manuales, ya que los españoles \"no se acomodan a ninguno de los ejercicios mecánicos\" por considerarlos un \"desdoro\" de su condición social, ya que los veían como actividades reservadas a \"negros, pardos y tostados\". De los criollos dijeron que son muy pocos los que se dedican al comercio, ya que \"el único ejercicio en el que se emplean las personas de distinción\" que no ingresan a las órdenes religiosas \"es visitar entre año sus haciendas o chacras en las que pasan todo el tiempo de las cosechas\", entre julio y agosto. Stevenson confirma esta apreciación al escribir que \"el empleo principal de las personas de rango social elevado es el de visitar las haciendas, en las cuales viven parte del año''. Tres historiadores ecuatorianos coinciden con estas observaciones realizadas por extranjeros acerca de la molicie de los quiteños. Según el historiador González Suárez, sin que importaran la condición social y la profesión de quienes arribaban a la Audiencia de Quito (soldados, hidalgos, licenciados, burócratas, comerciantes, artesanos, clérigos y campesinos), \"todos cuantos de allá pasaban a estas partes miraban con desdén toda industria, todo oficio, y, en general, todo trabajo: los labradores, los mismos artesanos, cuando venían acá, se avergonzaban de sus oficios y era muy raro el que volviera a practicarlos\", por lo que, \"las faenas del campo y aun algunos oficios quedaron, pues, reservados solo para los indios, porque los blancos tuvieron a menos ejercerlos\". Opinión que comparte el historiador Luis Robalino Dávila al indicar que en cuanto se establecieron en los territorios que poblaron buscaron ennoblecerse, mediante la adquisición de propiedades agrícolas y el cobro de tributos en las encomiendas, a la par que se negaron a desempeñar las \"envilecedoras\" tareas manuales \"indignas de persona bien nacida”. 14

Francisco Aguirre Abad afirma que \"en la vida tranquila y viciosa de los colonos, en que casi no tenían industria que ejercer, viviendo con los productos de las haciendas, para no manchar su nobleza con ninguna especie de comercio, la juventud del país se entregaba a los placeres sensuales de toda especie. Las clases inferiores seguían el mal ejemplo. De manera que sin el trabajo de los indios no se sabe cómo habrían podido vivir los colonos, ni cómo hubiera ido adelantando el comercio si por fortuna no hubiesen llegado sucesivamente nuevos emigrantes de España que se dedicaban al trabajo, apoderándose de esta industria, reducida por otra parte a límites muy estrechos''. Algunos emigrantes españoles, avecinados o en tránsito, debido a la pobre condición económica en que arribaban y a la necesidad de superarla haciendo fortuna, fueron más inclinados al trabajo. Ejercieron actividades comerciales, particularmente las ligadas al intercambio entre provincias y regiones y al negocio de importación y exportación. Algunos se enriquecieron, situación que les permitió adquirir tierras, casarse con criollas de la clase alta e incorporarse al grupo blanco dominante. Los comerciantes proveyeron a las personas acomodadas manufacturas y bienes provenientes de Europa y China (vinos, aguardientes, aceites, jabón, hierro, cobre, estaño, plomo, azogue, vajillas, casimires, telas finas e hilados de oro y plata), y a los virreinatos de Nueva Granada, del Perú y de la Plata, de las ordinarias telas fabricadas en los obrajes. Coleti lo confirma al indicar que \"los que sostienen el tráfico y los negocios son europeos que viajan de una ciudad a otra, llevando las mercancías de estas partes y trayendo al retorno las de otros países\", extranjeros que también \"mantienen abiertas las tiendas\" de Quito. Cicala encuentra en los indígenas que vivían en las ciudades \"capacidad e ingenio singulares\" similares a los de los europeos. Los considera muy hábiles para \"las artes serviles y mecánicas\", sobre todo para las manufacturas y la ejecución de obras. En cambio describe a los indios que 15

vivían en el campo y trabajaban en haciendas y obrajes o desempeñaban otras labores como inclinados al hurto, a la bebida y a la mentira. Esta opinión es compartida por otros viajeros extranjeros. Benzoni observa que en Quito los orfebres hacían \"cosas maravillosas\" pese a no disponer de instrumental adecuado y que el mayor placer de los indios, como \"el de la demás gente\", era la bebida. Jorge Juan y Antonio de Ulloa encuentran en ellos \"muy poca afición al trabajo\", que atribuyen a que carecen de incentivos, pues igual será su ingreso \"trabajando dejándolo de hacer\", ya que les da lo mismo \"ganar dinero a costa de su sudor que no ganarlo, porque el interés que les resulta de ello es tan pasajero en sus manos que nunca llega el caso de que lo perciban\". Explicación que fundamentan al señalar que los indios libres \"cultivan las tierras que les pertenecen con tanta aplicación que no dejan retazo alguno desperdiciado\", y al recordar su antigua laboriosidad que les permitió construir, en la época precolombina, puentes, calzadas y caminos, vías de comunicación que en su mayor parte se dejaron perder por \"el descuido de sus nuevos habitantes\", esto es, los blancos venidos de España y los criollos nacidos en territoriós quiteños”. Aquella explicación es compartida por Stevenson al decir que en los indios del \"reino de Quito\", a consecuencia de la degradación a la que han sido sometidos por los blancos, son más visibles \"los vicios de la indolencia, la apatía y la pereza\", que en otros lugares del imperio colonial en los que \"la maldición de la conquista se ha dejado sentir menos\". Belisario Quevedo añade otras observaciones sobre el carácter de los indígenas. Si el español se caracterizaba \"por falta de disciplina\" el indio pecaba \"por el extremo 'opuesto\". No conocía \"la codicia y el afán de enriquecerse\" por ser \"perezoso y amigo de la vida indolente\", además de \"imprevisivo\", ya que consumía \"a medida de sus deseos presentes\" y era muy dado a ofrecer y evasivo en cumplir, pues de poco valían los compromisos que contraía si no iban \"afianzados por el temor”. 16

Los indios laboraron en las escasas minas que existieron en la Audiencia de Quito, en la importante industria obraj era y en las haciendas labrando la tierra, cuidando los rebaños de ovejas y trasquilando su lana. En las ciudades y pueblos trabajaron en conventos y casas de hacienda como servidores domésticos (huasicanzas) a cargo de caballerizas, mandados, provisión de agua, leña y hierba, movilización de literas y confección de textiles en pequeños talleres caseros. Los sirvientes fueron tan numerosos que llegaron a superar en número a los amos que atendían\". Con tantos domésticos a disposición de criollos y españoles para la realización de cuanta tarea se les ocurriera ordenar, no quedó labor alguna en la que pudieran entretenerse los blancos, ni siquiera las cotidianas del hogar. Los indios además laboraron en la construcción urbana y prestaron un apreciado servicio de transporte de personas que escandalizó a Humboldt. Cargaban sobre sus espaldas a los blancos en sillas confeccionadas para tal propósito, especialmente a mujeres, para ayudarles a sortear los intransitables senderos andinos. Fueron considerados mestizos los que provenían de antepasados indígenas y blancos y los que a través de la aculturación conseguían hacerse pasar por tales, muchos de ellos para escapar del pago del tributo al que estaban obligados los indios”. Cicala considera que la mezcla de las sangres española e indígena hizo que se combinaran \"las peores condiciones del europeo con lo negativo del indígena\". Si bien reconoce que hay excepciones y que en general son intrépidos, valerosos, listos, agudos e ingeniosos, les atribuye una sarta de defectos, \"descarados, desidiosos, borrachos, jugadores, ociosos, arteros, ladinos, maliciosos, mentirosos y amigos de los fraudes”. Juan y Antonio de Ulloa afirman que los mestizos, numerosos en la serranía, eran personas \"de corta o ninguna utilidad\" económica porque su \"inaplicación\" al trabajo los tenía \"reducidos a la vida ociosa y perezosa\". Explican esta pasividad por ser un grupo social que carecía de incentivos, pues \"sabían muy bien la poca o ninguna estimación 17

que tenían en sus países\", de modo que a pesar de las iniciativas que tomaran, la fortuna \"no podía serles más favorable por la poca suerte que les cupo en su nacimiento\". Concluyen diciendo que \"si por dejar de trabajar, y ser propensos a la ociosidad y a la pereza, se debiera imponer como castigo la mita, a ninguna otra gente le correspondiera mejor que a tanto mestizo como hay en aquellos países”. Los mestizos, en razón de ser \"menos presuntuosos\" que los blancos, aceptaban desempeñar artes y oficios, especialmente los \"de más estimación, como los oficios de pintores, escultores y plateros, y otros de esta clase\", dejando para los indios los que consideraban \"no de tanto lucimiento\", como los de zapateros, albañiles, tejedores, barberos, carpinteros y otros más. Las artesanías que elaboraban y los servicios que prestaban los negociaban directamente con sus clientes, en su mayor parte españoles y criollos. Muchos de estos artesanos se ocuparon en la construcción y decoración de las ricas iglesias quiteñas y de los espléndidos conventos aledaños. Juan y Antonio de Ulloa indican que los artesanos no se distinguían por la entrega cumplida en la fecha acordada de las obras encargadas, especialmente cuando habían receptado por adelantado el valor de su trabajo, tomándose necesario, por la \"lentitud y pereza\" con que confeccionaban las obras, encerrarlos hasta que fueran concluidas\". En la habilidad para elaborar pinturas, esculturas y otras obras de arte los artistas quiteños superaron a los de otros países de Sudamérica, pero sólo eran hábiles para imitar y copiar, pues carecían de condiciones para crear obras de su propia invención y fantasía”. Los mestizos también tuvieron a su cargo el pequeño comercio de tiendas de barrio, en las que expendían artículos para el consumo diario de los habitantes de las ciudades, principalmente alimentos y géneros fabricados en los obrajes. Este comercio era mínimo porque dada la pobreza existente muchas familias se autoabastecían de víveres y confeccionaban sus 18

vestidos, especialmente los indios, sobre todo en el crítico siglo XVIII, en el que, por la crisis de los obrajes, se produjo una dramática caída de los niveles de vida. En cuanto a los guayaquileños, el funcionario español Francisco de Requena describe su carácter como \"semejante al de los demás de la provincia de Quito\". No aprovechaban las posibilidades que les ofrecían los frutos de las ricas tierras porque les faltaba \"inclinación a los ejercicios penosos; apetecían más la quietud que la fortuna y las ganancias cuando cuestan grandes penas y fatigas, y así aman la ociosidad y la holgazanería.. \". Cicala se distancia de esta apreciación al señalar que había escuchado decir a los comerciantes extranjeros que \"no habían experimentado semejante honestidad y puntualidad en ninguna otra parte de América y ni siquiera en España, en los tratos y contratos\" celebrados por la gente de Guayaquil. Añade que eran personas de capacidad e ingenio que estaban en \"continua actividad de la mañana a la tarde\", que realizaban un comercio \"extraordinariamente activo y grande\", que sus artesanos eran excelentes artífices y que el vicio de la embriaguez no estaba arraigado como en otras ciudades y regiones\". AUSENCIA DE EMPRENDIMIENTOS Las costumbres que trajeron los españoles desde la metrópoli, su adopción por parte de los criollos, la sociedad jerárquica que constituyeron, la disponibilidad de una ilimitada mano de obra, la vasta extensión de las tierras agrícolas y las negativas actitudes frente al trabajo laborioso, de propietarios y administradores de haciendas y obrajes, no crearon condiciones favorables para que florecieran iniciativas empresariales. Al contrario, más bien interpusieron todo tipo de obstáculos para que españoles y criollos, los únicos en condiciones de emprenderlas, formaran capitales y los invirtieran, se asociaran para emprender negocios, buscaran el lucro, se interesaran en 19

la introducción de innovaciones, mejoraran los procesos productivos, aumentaran sus rendimientos y, en fin, promovieran el progreso de la Audiencia de Quito. Los indios, debido a su condición de pobreza y subordinación, estaban imposibilitados de hacerlo y en menor medida también los mestizos. Motivos por los cuales durante el extenso período colonial no se registraron progresos económicos públicos o privados, a pesar del ambiente propicio para el desarrollo de las actividades económicas creado por una paz cotidiana, de la que carecería el país durante el convulsionado período republicano. La propiedad de la tierra fue considerada un elemento de prestigio social y un instrumento de poder, mas no un recurso productivo, que debía ser cultivado con esmero para que rindiera resultados económicos óptimos. Al respecto Phelan dice que \"quien hacía fortuna en los obrajes y en el comercio y deseaba pertenecer a la élite del Cabildo\" compraba tierras, se convertía en terrateniente y \"ejercía sus operaciones mercantiles a través de intermediarios”. La vastedad de las tierras que tuvieron a mano españoles y criollos tornó innecesaria la introducción de técnicas destinadas a incrementar los rendimientos de los cultivos y del pastoreo de ganados. Resultaba fácil conseguirlos mediante la ampliación del área cultivable y el uso extensivo del suelo. A lo que habría que añadir que los hacendados, por no intervenir directamente en el proceso productivo, no tenían una idea cierta de sus deficiencias y de las posibilidades de mejorarlo. El control de las labores agrícolas y ganaderas estaba a cargo de administradores y mayordomos, pues los terratenientes no eran campesinos sino residentes urbanos y visitaban sus haciendas sólo en los períodos de cosechas, que coincidían con los días soleados y sin lluvias de julio y agosto. En los obrajes, actividad económica que se volvió importante a fines del siglo XVI y en el XVII alcanzó su apogeo, se producían telas \"comunes\" de algodón, lana y cáñamo, como bayetas, paños, franelas, lienzos, ponchos, 20

hilos y sombreros. Los grandes operaron en el campo junto a las grandes haciendas y los pequeños en las ciudades, especialmente en Quito. Estuvieron dirigidos por administradores nombrados por las autoridades, en el caso de los obrajes de \"comunidad\", o por su dueño, que pudo ser una orden religiosa en el caso de los \"particulares\", estando obligados a pagar un tributo a la Corona con cargo a los rendimientos obtenidos. En sus instalaciones trabajaban entre cien y quinientos indígenas (era un \"trabajo de indios\") que cumplían sus tareas en una condición de subordinación cercana a la esclavitud. Su labor era remunerada, en especie en los primeros, y mediante un salario en los segundos. En realidad por tarea cumplida, porque cada trabajador estaba obligado a entregar una cantidad de hilados, tejidos, tinturados o perchados, previamente determinada. El administrador, a pesar de que percibía una alta remuneración, se apropiaba ilegalmente de buena parte de los beneficios obtenidos\". En los obrajes \"particulares\" fueron mayores los abusos que cometieron sus dueños en la explotación de la mano de obra indígena, a la que regatearon su remuneración para de esta manera lucrar desmedidamente\". Excepcionalmente hubo obrajes de la Corona, por ejemplo en Otavalo. Debido a estas peculiares características del, proceso productivo, los obrajes no fueron verdaderas fábricas. Lo advierte Brynes Tyrer Robson al señalar que \"la tecnología y el contexto social de la economía de los obrajes de Quito no tenía nada que ver con las características de las sociedades manufactureras modernas\". Por ser la tecnología primitiva, \"la elaboración de los textiles era una labor bastante ardua”. Este carácter \"preindustrial\" de la manufactura obrajera se mantuvo intacto durante todo el período colonial sin que se modificara su estructura productiva y sufriera cambios tecnológicos, mientras que en Europa proliferaban los inventos que dieron origen a la Revolución Industrial. Durante tres siglos, a ningún obrajero se le ocurrió introducir elementos que permitieran mejorar y tecnificar el proceso manufacturero, de cuya suerte dependía la prosperidad de la región más 21

poblada de la Audiencia de Quito. A lo que se sumaron los obstáculos interpuestos por la política colonial para que iniciativas empresariales prosperaran. Stevenson relata que el conde de Casa Jijón trajo mecánicos y artesanos del Europa con el fin de establecer una manufactura de telas finas y buenos estampados, actividad que tuvo que suspender por las interferencias de las autoridades de la Audiencia y una orden venida de España que le \"obligó a destruir toda su maquinaria y a reembarcar a los artesanos con dirección a Europa”. La producción de los obrajes vivió etapas de auge y contracción determinadas por la demanda de sus manufacturas, especialmente la generada desde fuera de los limites de la Audiencia de Quito. Fueron altamente redituables mientras existieron compradores de sus géneros en los ricos centros mineros del continente y su producción estuvo protegida frente a la competencia extranjera. Estas dos fortalezas se convirtieron en debilidades al caer la demanda por el agotamiento de las minas, la reducción del empleo y la crisis económica de las ciudades que florecieron alrededor de aquellas. Como también debido al ingreso de textiles europeos y asiáticos por la libertad de comercio y el contrabando, frente a los cuales no estuvo en posibilidad de competir una manufactura que se encontraba empresarial y tecnológicamente atrasada con relación a las europeas y asiáticas. Razones por la que fueron cerrándose en el siglo XVIII y al finalizar casi desaparecieron, privando a Quito de la actividad en que se sustentaba su progreso. Una profunda crisis económica hizo que escaseara la moneda, cundiera la desocupación y se empobrecieran los ricos obrajeros y todos los que intervenían en los procesos de abastecimiento de materia prima, transformación industrial y comercialización interna y externa de tejidos. Si bien los obrajes fueron un centro de explotación de la mano de obra, también constituyeron una fuente de riqueza, porque al exportarse la mayor parte de la producción generaron importantes ingresos de metálico a la 22

economía quiteña, riqueza que explica el próspero siglo XVII y la suntuosa arquitecturá religiosa edificada en la capital de la Audiencia. Todos los que participaron en el proceso productivo se enriquecieron: cultivadores de algodón, criadores de ovejas, productores de lana, abastecedores de materias primas, propietarios y administradores de obrajes y quienes comercializaron los géneros en el mercado interno y externo. Una excepción fueron los trabajadores indígenas, pero aun ellos dispusieron de una fuente de empleo y cierta remuneración económica. Los obrajeros debieron tener habilidades empresariales nada comunes para la época, si se recuerda que en la sociedad colonial estuvieron ausentes el trabajo duro y los emprendimientos. Les correspondía dirigir una empresa de cierta especialización laboral, pues los trabajadores de los obrajes realizaban múltiples funciones individuales, como lavar, hilar, tejer, perchar, tinturar, entre otras. Bajo su responsabilidad estaba abastecer de materia prima (algodón, lana, colorantes), organizar el proceso manufacturero, mantener operables los . equipos y distribuir la producción en los centros consumidores, especialmente en el exterior, tarea extremadamente compleja por el aislamiento de Quito, la inexistencia características culturales de la Audiencia de Quito de caminos y las enormes distancias que debían recorrerse para llevar las mercaderías, por tierra sobre mulares y por mar a través de Guayaquil, a lugares tan lejanos como los virreinatos de Lima, Nueva Granada y de La Plata, además de la capitanía de Chile. Para apreciar la dimensión empresarial de los obrajes y la significativa importancia que tuvieron en la economía quiteña conviene señalar que debieron pasar cerca de trescientos años para que la Sierra-Norte volviera a ser una región exportadora, recién a fines del siglo XX. Criollos y peninsulares no trabajaban con sus manos en haciendas y en obrajes y estaban seguros de que nunca requerirían emplearlas en razón de la abundante mano de obra existente y de la estructura de poder que habían constituido para proteger sus privilegios. Motivos por los que carecieron de 23

incentivos para aliviar los duros trabajos manuales, mediante la introducción de innovaciones, tecnologías, máquinas e inversiones. La ausencia de cambios tecnológicos y de procedimientos empresariales impidió que se modernizaran las actividades agrícolas, ganaderas y obrajeras, aumentara su productividad, mejorara la competitividad y se elevaran los rendimientos, progresos que habrían producido efectos económicos virtuosos en el conjunto de la economía. Los míseros salarios y su pago en especie impidieron que se conformara una economía monetaria y se desarrollara un mercado consumidor interno, ambos necesarios para que pudiera elevarse la demanda de bienes producidos en obrajes y haciendas y, con ello, se crearan incentivos para que sus propietarios y administradores tomaran medidas para aumentar los rendimientos agrícolas y manufactureros. Tyrer Robson considera que \"los bajos salarios de los trabajadores de los obrajes y su pago en especie restringieron, en Quito, el desarrollo de una economía de dinero en efectivo y eliminaron, por completo, cualquier posibilidad de expansión del mercado doméstico generalmente asociado con el crecimiento de la manufactura\". El mercado en realidad se reducía a los pocos blancos adinerados y a unos cuantos mestizos. Los indios, que constituían una inmensa mayoría, vivían una economía de subsistencia y trueque que se nutría de los alimentos que cultivaban en sus chacras. Los que habitaban las ciudades vivían de las sobras y dádivas que recibían de sus amos. Su vestido consistía en una sola muda compuesta por rústicas telas que componían o tejían sus mujeres, \"nada adelantadas a las que usaban en tiempo de la gentilidad”. Al respecto Cicala indica que los indios no pensaban \"en el día siguiente\" por no tener un sentido de previsión, de manera que no guardaban dinero ni cosa alguna, ni siquiera alimentos, ropa o vituallas\". El despojo, por parte de los blancos, de las tierras que pertenecieron a los indios no fue la única manifestación de la falta de respeto a los derechos de 24

propiedad. Un funcionario español escribió que \"eran notorios los perjuicios que las clases poderosas, distinguidas y privilegiadas causaban a los artesanos, porque sin atemperarse a sus rentas, tomaban al fiado las obras y artefactos y dilataban la paga, valiéndose muchos del fuero militar, y otros que gozaban de ser grandes y tener títulos, lo cual cedía en la ruina de muchas familias de estos menestrales y en perjuicio público, porque no florecían ni prosperaban los oficios”. Observación que comparte un autor anónimo inglés al decir que cuando el dueño de un negocio es de condición social inferior \"el viajero toma las provisiones que quiere y decide lo que tiene que pagar o paga nada\", por lo que \"para evitar el saqueo al que están expuestos, no recolectan más granos que los que son necesarios para el sustento su familia\". En Quito y sus contornos la falta de respeto a la propiedad ajena fue tan difundida y la inseguridad acerca de la tenencia de bienes muebles tan grande, que los vecinos de la ciudad fueron forzados a establecer un servicio de ronda\". Los constantes robos que al menor descuido sufrieron los integrantes de la Misión Geodésica, mientras trabajaban en el campo realizando sus investigaciones científicas, les llevaron a dejar el duro testimonio de que \"indígenas y mestizos tienen un punto en común que viene a añadirse a sus cualidades dudosas: todos son ladrones inveterados. Roban absolutamente cualquier cosa\". Caldas cuenta la forma en que, por reiteradas ocasiones, trataron de cobrarle el \"duplo o cuádruplo\" de cualquier cosa que deseaba comprar servicio que necesitaba contratar, por el solo hecho de ser extranjero\". Tampoco existieron sentimientos de responsabilidad para asumir y cumplir compromisos, aptitudes para organizar eficientemente una tarea, perseverancia para concentrarse en su ejecución hasta concluirla, habilidad para identificar un objetivo, visión en el encuentro de medios que lo hicieran posible, voluntad para seguir por el camino escogido a pesar de las dificultades, el uso económico del tiempo y un sentido práctico de la vida, atributos que han sido decisivos para que una empresa o una comunidad 25

puedan enfrentar los problemas diarios, encontrarles soluciones, concretar iniciativas empresariales, llevar a cabo proyectos y alanzar el progreso económico general. Stevenson acota, luego de alabar el carácter amable de los quiteños, que un rasgo negativo \"es una especie de inconstancia o volubilidad\" que les tiene permanentemente listos \"para cualquier cambio\". Relata que un quiteño, amigo suyo,le dijo: \"Si tenemos una procesión penitencial en la mañana, todos asisten en sus galas más penitentes y tornan sus miradas más graves, si en la tarde tenemos una corrida de toros, nadie está ausente, salen del circo en la noche para asistir al sermón de un misionero y el resto de la noche lo ocupan en bailes y reuniones de cartas”. Lo propio señaló el sociólogo Belisario Quevedo refiriéndose a los que denomina \"españoles\". \"Indisciplina, movilidad, facilidad en el olvido de las reglas, dificultad para ofrecer una obediencia sostenida y paciente, hábito de contar con el apoyo ajeno, de esperar siempre de otro, en la ayuda extraña, de evitar responsabilidad y de descargarla sobre el vecino”. Los viajeros y funcionarios que describieron la sociedad colonial no encontraron la virtud del ahorro en los habitantes de la Audiencia de Quito, por el contrario, los pintan como dilapidadores del mucho o poco dinero del que disponían. Jorge Juan y Antonio de Ulloa afirman, de manera reiterada, que en Quito existía una inclinación generalizada a fiestas (las corridas de toros improvisadas en plazas de ciudades y pueblos eran las más populares), bebida y juego, en blancos, mestizos e indios, a lo que eran adictas incluso \"algunas de las personas más condecoradas y respetables por su calidad y estado\". Ambos autores dicen que el derroche llevaba a los ricos a perder sus fortunas y a los pobres a la miseria, en juegos de cartas y dados, en bailes y fiestas (\"fandangos\") y en la realización de \"suntuosos entierros\", cuya \"pompa y vanidad\" sobrepasaban a los que habían visto en otras partes, gasto ostentoso y extremo en el que \"se arruinan y destruyen muchos caudales\" pues nadie quiere ser menor que otro\". Un funcionario colonial escribía a fines del siglo XVIII que los quiteños \"eran asiáticos en el 26

fasto, amigos del lujo y de la decoración”. Una estudiosa de la Misión Geodésica relata que La Condamine, ”a pesar de estar habituado al lujo de las fiestas parisienses\", se sintió \"incómodo ante semejante ostentación, en una recepción ala que fue invitado por el presidente de la Audiencia de Quito\". Afirmaciones que son compartidas por otros viajeros extranjeros. El italiano Coleti menciona el caso de \"familias muy nobles reducidas a necesidad extrema\", no sólo por la decadencia econónica de Quito en el siglo XVIII, sino también \"por el gran lujo derrochado por cada uno, pueda no pueda, en competencia con los otros\". Podían no probar \"un pedazo de pan hasta mediodía\", añade, antes que no comprar \"un rico vestuario o endeudarse hasta las cejas\", pues el marido y la mujer se hallaban de acuerdo \"en dar en quiebra la casa y dejar en la miseria a sus hijos\". Advierte que los quiteños \"en el día se abandonan al sueño para digerir la embriaguez y en la noche vuelven a la misma ocupación, y hasta que se agota el dinero no se piensa en otra cosa\". Añade que \"No menor lugar ocupa el juego, otro hijo del padre común de los vicios, la ociosidad\", pasatiempo en el que \"aún personas distinguidas\" perdían los diarios ingresos y sus pertenencias. Cicala dice que del vicio de la embriaguez no escapaban \"personas nobles, sacerdotes, frailes y aun monjas\", que no es fácil enumerar \"las familias reducidas a una escasez y miseria total en la ciudad de Quito y sus contornos\" por esa causa, que es \"increíble la cantidad de aguardiente que cada día se consume\" y que el vicio del juego ha conducido a la ciudad a un \"deplorable estado de pobreza y miseria\". Observaciones que repite cuando visita otras ciudades de la región interandina. La afirmación del historiador Jouanen es concluyente, cuando dice que a la Compañia de Jesús le fue más fácil desterrar en los indios la \"superstición y la brujería\" que el vicio de la embriaguez que \"no se pudo extirparlo por completo\". 27

Los capitales que se conformaron, a pesar de las limitaciones señaladas, no tuvieron un destino compatible con las necesidades del desarrollo económico de la Audiencia de Quito y del progreso de sus habitantes. En unos casos se atesoraron y en otros fueron destinados a la edificación de iglesias y conventos, y no a invertidos en mejorar el bienestar familiar, capitalizar las actividades productivas y atender la provisión de servicios públicos. En lugar de invertir los ahorros en actividades que produjeran réditos a sus tenedores y a la comunidad, fue una costumbre de los ricos de la época, y no sólo de ellos, atesorar metales preciosos, joyas y monedas de oro y plata. Los enterraban en lugares secretos con el propósito de asegurar su protección y conservación frente a parientes, amigos y desconocidos que pretendieran apropiarse fraudulentamente de sus caudales, obteniendo mediante mañas préstamos que nunca pagarían (sablazos) o simplemente robándolos. Por entonces fue un pasatiempo nada excepcional, y en ocasiones lucrativo, descubrir entierros realizados por personas adineradas a cuyo encuentro solía atribuirse el súbito enriquecimiento de familias que carecían de medios económicos. Al terminar el período colonial Humboldt escribía que los valores recaudados por el obispo de Cuenca para construir la catedral eran \"dinero muerto, guardado en cajas fuertes\" como \"todos los fondos particulares\", razón por la que \"no había ninguna industria”. Otra parte de los capitales, especialmente en el caso de las ricas órdenes religiosas, se destinó a la edificación de iglesias y conventos, que para la gente de la época merecieron más atención que la construcción de infraestructura, la apertura de caminos, el tendido de puentes y el mejoramiento de las condiciones higiénicas de las ciudades. Todas las suntuosas iglesias y los monumentales conventos de Quito fueron edificados durante la Colonia. Hassaurek dice que \"si la décima parte de los millones que costó construir estas iglesias y monasterios - sin mencionar a los miles de indios que perecieron mientras eran azotados para que continuaran con la 28

ingrata tarea de llevar sobre sus tambaleantes espaldas cada uno de los bloques de estas edificaciones - hubiera sido utilizada en la construcción de caminos, este país habría tenido desde hace tiempo un sitial entre las naciones civilizadas”. Por estos motivos las condiciones físicas de las viviendas de Quito y otras ciudades andinas, de acuerdo con los testimonios de la época, fueron pobres, precarias y mal cuidadas, no solo en el caso de las personas de modestos recursos económicos, lo que resultaba apenas lógico, sino también en el de quienes los tenían abundantes. A ello seguramente se debe que los ricos del Quito colonial no hayan legado ningún palacio y el enorme contraste que existe entre la modesta arquitectura civil y la opulenta arquitectura religiosa. Una excepción, difícil de explicar porque los latifundistas no vivían en el campo, constituyen las elegantes, espaciosas y cómodas casas de hacienda, aunque se debe tener en cuenta que fueron pocas las que reunieron estas características. La falta de ahorro e inversión por parte de los particulares y del Estado impidió que la sociedad dispusiera de servicios públicos que fomentaran el progreso y atendieran las necesidades básicas de los ciudadanos. Su inexistencia fue una constante que no se modificó en los trescientos años del período colonial, en los campos de la educación, de la salud y de las comunicaciones. Fueron pocos los quiteños que pudieron educarse, ninguno dispuso de al menos mínimas condiciones higiénicas y la Audiencia careció de caminos. Tan grande fue el aislamiento en el que vivieron que cada provincia se autoabastecía con los bienes producidos dentro de su hoya geográfica. A Caldas, que no era europeo y provenía de la vecina Santa Fe de Bogotá y visitó Quito cuando finalizaba la Colonia, le llamaron la atención las deplorables condiciones higiénicas de la capital, en la que las \"casas eran 29

muy desaseadas\", sólo tres contaban \"con agua perenne para el aseo y las necesidades\" y las calles estaban convertidas en \"cloacas comunes”. Desaseo al que seguramente se debió que años atrás la ciudad perdiera \"cerca de la mitad de su población por dos fuertes epidemias\" producidas en 1759 y 1785. La falta de caminos convirtió a mulas, burros y caballos en el único medio de transporte del que podían disponer viajeros, comerciantes y agricultores. Por su versatilidad, los mulares dieron origen a un apreciado servicio de cuadrillas, lucrativo negocio que perduró por cerca de cuatrocientos años hasta principios del siglo XX. En sus crónicas los viajeros ponderan la sagacidad, destreza y seguridad de estos animales que, guiados por su instinto, podían superar escarpados senderos sin que corrieran ningún riesgo sus jinetes, que se limitaban a sujetarse sobre sus lomos dejando sueltas las riendas con la certeza de que serían conducidos sanos y salvos a su destino. En los lugares en que no era posible el uso de acémilas, por la precariedad de los \"chaquiñanes\" o la fragilidad del bien movilizado, las bestias de carga fueron reemplazadas por cuadrillas de indios. La falta de caminos por los que pudieran rodar coches y carretas convirtió a la rueda, desconocida por los indios e introducida por los españoles, en una tecnología inútil que no pudo aportar al progreso ni facilitar las comunicaciones y los intercambios comerciales mediante el uso de carretas, coches y diligencias. Según un viajero que visitó Quito al terminar la Colonia, los vehículos eran \"poco menos que desconocidos\". A pesar de no conocer la rueda, los antiguos indígenas habían puesto mayor atención que españoles y criollos en la construcción y el mantenimiento de caminos, si se recuerda lo dicho por Juan y Antonio de Ulloa. Desidia que Humboldt confirma al relatar que en su viaje por la zona de Cuenca encontró vestigios de un \"camino magnífico\", hecho por los incas con piedras \"talladas y bien adaptadas\", que se había echado a perder debido al descuido de las 30

autoridades, por lo que al transitarlo cayó \"en el lodo hasta el vientre de la mula\". Apreciación en la que coincide Cicala al señalar que españoles y criollos no habían puesto el menor empeño por remediar senderos peligrosos, barrizales profundos, cuestas empinadas, pendientes inclinadas y pasos de ríos en los que se despeñaban arrieros, viajeros, acémilas y mercaderia. La orden religiosa de los jesuitas fue una notable excepción a esta rutina de la sociedad colonial, por lo que su expulsión ordenada por Carlos III en 1767, que duró 87 años, resultó perjudicial para la educación de la juventud, el progreso del país y la modernización de las costumbres. La importancia de sus establecimientos educativos, cuyo nivel académico fue superior al de los de otras órdenes religiosas, es señalada por Jouanen al afirmar: \"Grande sin duda y muy de lamentar fue el daño causado por la expulsión de los Jesuitas, a la instrucción pública que ellos principalmente tenían a su cargo en especial fuera de Quito''. También contribuyeron a transmitir valores éticos, tan necesarios en la permisiva sociedad colonial, aporte que es recogido por un autor al señalar que el colegio de la Compañía en Ambato contribuyó a que sus pobladores abandonaran sus malas costumbres. El exilio forzado de los jesuitas influyó en el deterioro económico del siglo XVIII, pues la Audiencia de Quito perdió el único elemento de modernidad y progreso con el que contaba luego de la quiebra de los obrajes. Según Nicholas Cushner, autor de un estudio sobre el \"capitalismo agrario\" de los jesuitas, para ellos \"la tierra era un negocio que debía ser conducido tan eficaz y redituablemente como fuera posible\". Con este fin colocaron al frente de sus haciendas y obrajes un miembro criollo de la Orden, conocedor de las tareas a su cargo, domiciliado en su lugar de trabajo, con facultades para tomar iniciativas y adoptar innovaciones. Los jesuitas atribuyeron una alta prioridad al ahorro, a la formación de capitales y a la inversión, por considerar que en los medios financieros se sustentaba el éxito de los 31

negocios. Para mejorar la gestión empresarial y elevar los rendimientos económicos, realizaron una integración vertical de sus operaciones, mediante la especialización de cada unidad agrícola o fabril en producir alimentos para los trabajadores, cultivar pastos para las acémilas y vacunos, proveer mulares para el transporte, producir algodón y criar ovejas laneras para los obrajes. En el comercio de los productos finales utilizaban las redes formadas por los conventos y para obtener mejores precios importaban bienes de capital directamente desde España y realizaban compras centralizadas al por mayor. Cada unidad productiva se financiaba independientemente y trabajaba con presupuestos, contabilidad, inventarios y registros de ingresos y gastos, a fin de que el administrador y sus superiores pudieran verificar el cumplimiento de las tareas acordadas y la obtención de las utilidades previstas. Todo lo cual permitió que las inversiones de los jesuitas arrojaran altas tasas de retorno. En las últimas décadas del siglo XVIII aparecieron en Guayaquil las primeras manifestaciones de un positivo cambio cultural, gracias a las oportunidades económicas abiertas por la producción y exportación de cacao, el negocio importador y la exitosa industria naviera. Espíritu mercantil que contribuyó a que el puerto saliera del inmovilismo colonial e iniciara un sostenido progreso que se prolongó hasta las primeras décadas del siglo XX. Los astilleros prosperaron por la privilegiada ubicación geográfica de Guayaquil que era a la vez un puerto fluvial y marítimo, la abundancia de maderas finas que existían en los copiosos bosques circundantes (el mangle se usaba para las quillas de los barcos) y su fácil movilización a través de los ríos que conforman la cuenca del Guayas. En cambio, debían importar las otras materias primas necesarias para la construcción de barcos, especialmente hierro. Según marinos españoles, ingleses, franceses, holandeses y flamencos no había \"astillero alguno que pueda tener todas las comodidades y facilidades y las maderas Más aptas para ser ensambladas, 32

más finas, más fuertes y más durables y más a proposito para construir toda clase de naves\". Los astilleros llegaron a producir barcos de hasta 500 y 700 toneladas, lo que permitió que a comienzos del siglo XIX se convirtieran en \"la actividad más importante de Guayaquil\". Los astilleros promovieron el trabajo laborioso y especializado, dieron empleo a un gran número de mecánicos, carpinteros y otros artesanos, fomentaron la circulación de dinero y favorecieron \"la independencia económica de gran parte de los habitantes\" de Guayaquil. A diferencia de lo que sucedía con otras actividades que se limitaban a comerciar bienes en el estado en que eran extraídos, el astillero \"conseguía dar el mayor valor posible a los productos naturales\". En terminología contemporánea es significa que los astilleros incorporaron un importante valor agregado a la materia prima resultante del corte de la madera. La construcción de barcos promovió el desarrollo de capacidades empresariales, necesarias para emprender en el complejo proceso productivo de reunir capitales, transportar enormes troncos de árboles, importar materias primas, sustituirlas por productos locales, organizar el trabajo, reducir los costos, incorporar tecnologías y vender el producto final. Según un investigador contemporáneo, los astilleros \"produjeron una comunidad, sorprendentemente igualitaria, basada en el mérito y en la capacidad de trabajo\", por lo cual en quienes en ellos laboraban no había distinciones por su \"procedencia o color de la piel''. A pesar de estos progresos empresariales los guayaquileños no pudieron distanciarse de valores culturales que por siglos habían sido comunes a los habitantes de la Audiencia de Quito. Si bien los barcos producidos en los astilleros eran muy apreciados \"por sus méritos arquitectónicos\", en su construcción no se usaban técnicas que eran corrientes en otras partes, como la de doblar madera y aserrarla en máquinas\". La falta de innovaciones tecnológicas y el agotamiento de los bosques que proveían de materia prima 33

llevaron a que los astilleros perdieran su ventaja competitiva y colapsaran hacia mediados del siglo XIX. Una investigadora encuentra que en el siglo XVIII los guayaquileños, \"con sus descuidos y negligencias\", en la mayoría de los casos eran los responsables de los constantes incendios que se limitaban a comerciar bienes en el estado en que eran extraídos, el astillero \"conseguía dar el mayor valor posible a los productos naturales\". En terminología contemporánea es significa que los astilleros incorporaron un importante valor agregado a la materia prima resultante del corte de la madera. La construcción de barcos promovió el desarrollo de capacidades empresariales, necesarias para emprender en el complejo proceso productivo de reunir capitales, transportar enormes troncos de árboles, importar materias primas, sustituirlas por productos locales, organizar el trabajo, reducir los costos, incorporar tecnologías y vender el producto final. Según un investigador contemporáneo, los astilleros \"produjeron una comunidad, sorprendentemente igualitaria, basada en el mérito y en la capacidad de trabajo\", por lo cual en quienes en ellos laboraban no había distinciones por su \"procedencia o color de la piel''. A pesar de estos progresos empresariales los guayaquileños no pudieron distanciarse de valores culturales que por siglos habían sido comunes a los habitantes de la Audiencia de Quito. Si bien los barcos producidos en los astilleros eran muy apreciados \"por sus méritos arquitectónicos\", en su construcción no se usaban técnicas que eran corrientes en otras partes, como la de doblar madera y aserrarla en máquinas. La falta de innovaciones tecnológicas y el agotamiento de los bosques que proveían de materia prima llevaron a que los astilleros perdieran su ventaja competitiva y colapsaran hacia mediados del siglo XIX. 34

Una investigadora encuentra que en el siglo XVIII los guayaquileños, \"con sus descuidos y negligencias\", en la mayoría de los casos eran los responsables de los constantes incendios que asolaron la ciudad. No tomaban previsiones para evitar que se produjeran, ni cumplían con las responsabilidades que se les encargaban para vigilar las casas a fin de actuar oportunamente y evitar que se propagara el fuego. Concluye diciendo: \"Habrá que esperar al año 1764, cuando se produjo el más terrible incendio de la historia moderna de Guayaquil, el célebre fuego grande, para que las autoridades se decidan a adoptar medidas más severas y efectivas en este problema\". Al finalizar la Colonia, Stevenson anota que \"pese al peligro al cual está expuesta la ciudad, las duras experiencias que ha debido vivir y la facilidad con la que se puede conseguir agua en cualquier parte del pueblo para apagar los incendios, no hay ninguna máquina para extinguir el fuego ni un cuerpo de bomberos regular''. Con parecida indolencia reaccionaron ante las crecientes del río Guayas, a pesar de que sus casas corrían peligro, problema que habría podido prevenirse si con la \"unión de su vecindario\" y \"poco gasto\" se hubiera \"construido una escollera mediana\" que habría garantizado \"la total defensa de Guayaquil\". Un funcionario informa que en \"esta ciudad, la más rica de esta América por su naturaleza y la más pobre\" por la \"desidia de gobernadores y vecinos\", sus habitantes beben el agua del río \"a lo menos mixturada con la del mar, y no tienen ni arbitrio ni agilidad para hacer que con facilidad les venga de las cabeceras de estos ríos un caudal que fertilice toda su fácil carrera y entre en la citada ciudad\". Stevenson considera que los agricultores no le prestan \"debida atención al cultivo y a la cosecha\" del cacao y que si lo hicieran su producción \"se incrementaría en cantidad y calidad\" porque \"no hay suelo y clima mejores para el crecimiento de esta planta\". Añade que \"la única cosa que hace falta aquí es un incremento de capital, de actividad y de habitantes, porque el clima y el suelo son propicios para producir cualquier cosa que se encuentre entre los trópicos''. 35

Dada la riqueza que generaron el cacao, los astilleros y el comercio importador, sorprende que en Guayaquil no se conformaran capitales qué tan necesarios eran para el incremento de las actividades existentes y la fundación de nuevos negocios. Stevenson atribuye el hecho a los destrozos de viviendas y mercancías producidos por los frecuentes incendios, ingentes pérdidas económicas que no podían resarcirse por no existir compañías de seguros, como también porque los comerciantes guayaquileños eran intermediarios de grandes casas compradoras de Lima, Panamá y México con las que debían compartir sus ganancias\". A lo que es necesario sumar los saqueos realizados por piratas ingleses y holandeses que en 1624 y 1687 \"dejaron la ciudad en escombros\". ARTICULACIÓN DEL PATERNALISMO La sociedad colonial propició la conformación de una mentalidad paternalista, qile se volvió determinante en las relaciones entre los individuos y de estos con las instituciones políticas. A lo que contribuyeron el carácter de la sociedad indígena precolombina y de la sociedad feudal española, la existencia de rígidas jerarquías sociales, las abismales desigualdades económicas, sociales y educacionales, la inexistencia de iguales oportunidades, la idea de que las personas no podían valerse por ellas mismas y la creencia católica de que la organización social y económica colonial era inmutable. El enorme poder que ostentaron hacendados y obrajeros y el aislamiento en el que vivieron las zonas rurales crearon condiciones para que sumaran, a las funciones económicas propias de las actividades agrícolas y manufactureras a su cargo, las que correspondían a quienes representaban a la sociedad política conformada por la Audiencia de Quito. De hecho hacendados y obrajeros se convirtieron en la autoridad a la que 36

habitualmente concurrían indígenas y mestizos para que fueran atendidos sus problemas y resueltos sus conflictos. Por lo que las relaciones interpersonales, los derechos y obligaciones de los individuos y sus controversias no se sustentaron en el sistema jurídico imperante, sino en las discrecionales decisiones de los detentadores del poder económico. En las encomiendas, los indios estaban además obligados al pago de un tributo a cambio de recibir la protección del encomendero y ser instruidos en el cristianismo. Como los campesinos no estaban en condiciones de acceder directamente a las instituciones políticas, en razón de sus limitaciones económicas, escasos conocimientos, desconocimiento del idioma castellano y su aislamiento, necesitaban que sus amos les representaran y recomendaran ante las autoridades. De esta manera se estructuró una sociedad paternalista en la que el patrón otorgaba a sus dependientes protección, apoyo, guía, consejo e intermediación, a cambio de lo cual los beneficiarios de estos favores le prodigaban respeto, adhesión, fidelidad y diversas prestaciones laborales. Esta relación paternalista se tomó tan importante, que el campesino que contaba con la ayuda de un benefactor era un aventajado y el que no la tenía un desamparado. Años más tarde a Stevenson le llamaron la atención estos comportamientos sociales de los mestizos, a los que describe como \"sorprendentemente dóciles, amables y atentos\" ante los individuos pudientes, por lo que \"cualquier señal de atención por parte de una persona de rango social mayor veían como una muestra de honor real\". La remuneración que percibían los indígenas por las tareas que realizaban en haciendas, obrajes y casas de sus amos no era vista como el pago al trabajo que desempeñaban sino como la entrega de una generosa y voluntaria dádiva. El irrisorio estipendio era imputado a la suma que, como adelanto, les había proporcionado el patrón en dinero o en especie, para que fuera paulatinamente devengado con su trabajo, con la consiguiente 37

dependencia del campesino endeudado. En forma paternalista, de alguna manera era compensado con ciertos favores que le concedía el amo, como el usufructo de una pequeña parcela y de una choza para vivienda y la posibilidad de disponer de agua de riego y de un lugar para pastar animales y recolectar leña. Las relaciones personales, familiares, de amistad y de lealtad, encabezadas por una autoridad patriarcal que habitualmente operaba a través de clanes y clientelas, fueron decisivas a la hora de repartir prebendas o designar funcionarios públicos. La historiadora Pilar Ponce dice que constituía un símbolo de estatus y un signo de prestigio la capacidad que tenía un individuo \"para mantener una clientela formada por familiares, amigos o paniaguados que dependiera por completo de él\", esto es, una organización familística que compartía casa y mesa, cuyos miembros recibían \"todo tipo de concesiones, mercedes y amparo de su protector\". Quienes estuvieron en mejores condiciones para encabezar tales redes, cuyo núcleo era una familia extendida de la que formaban parte compadres, allegados y clérigos, fueron aquellos que, además de tener riqueza, desempeñaban funciones públicas como presidentes de Audiencia, cabildantes, oidores, corregidores e intendentes, particularmente los segundos. Según la citada autora, entre 1593 y 1701 el 68,6% de los integrantes del Cabildo mantuvieron algún tipo de vínculo familiar con otros miembros de la organización municipal\". Desde tales funciones distribuyeron favores entre familiares y dependientes, incorporándolos a su seno, concediéndoles tierras, repartiéndoles indios y otorgándoles licencias comerciales y artesanales. En la medida en que, como se verá más tarde, las leyes frecuentemente se redujeron a un intrascendente texto escrito meramente formal y las instituciones sólo ocasionalmente cumplieron su función, no contaron en la vida diaria del mundo campesino, por lo que no estuvieron en posibilidad de regular las relaciones económicas, sociales y políticas de sus integrantes, 38

que generalmente se desarrollaron al margen de las normas jurídicas. Esta ausencia de la ley impidió que las relaciones institucionales prevalecieran sobre las relaciones personales sustentadas en vínculos familiares, de amistad, de compadrazgo, de dependencia y de lealtad. Es pertinente lo que al respecto escribió Belisario Quevedo: \"Con frecuencia se oye decir a un subalterno dirigiéndose a su superior: “no le hago caso como autoridad, pero hago lo que usted me manda como amigo\". Tenemos respetos personales, pero difícilmente respetamos una ley, una autoridad, una institución por el solo carácter de tales. Obedecemos mejor órdenes personales que disposiciones generales''. El carácter intervencionista de la legislación y de la administración colonial contribuyó a que el paternalismo se afianzara. La excesiva reglamentación legal y el intervencionismo de las autoridades limitaron la posibilidad de que los ciudadanos pudieran tomar iniciativas, asumir decisiones y de esta manera resolvieran asuntos y problemas de su incumbencia. El Cabildo regulaba casi todos los ámbitos de la vida diaria en los centros urbanos, al fijar precios de productos alimenticios y tarifas de los servicios artesanales, prohibir la exportación de bienes, regular las salidas de personas fuera de las ciudades y autorizar la venta de armas. Como lo dice el historiador Robalino Dávila, todas las manifestaciones de la vida colonial estaban normadas con tanta estrictez, que no hubo actividad \"en la cual no interfiriera el Gobierno y no tratara, cuando menos, de reglamentarla\". A tal punto que \"las Leyes de Indias, las Cédulas Reales, los Autos de Audiencias, prescribían lo que se debía plantar; qué rama de industria debía ejercerse en este o aquel distrito; dónde se compraría y qué estaba permitido vender; con cuáles puertos se podía comerciar y a cuáles se podía ir no ir; cuándo estaba autorizado importar o exportar\". Este paternalismo emanado de las normas jurídicas y de las prácticas administrativas hizo que se adormecieran las iniciativas económicas, no 39

apareciera una clase empresarial y las personas preparadas que habrían podido tomar iniciativas se volvieran dependientes del Estado y de quienes le representaban: el rey, el virrey, la Audiencia y el Cabildo. A ellos acudían, directamente o a través de intermediarios, para que fueran atendidas sus necesidades y resueltos sus problemas, muchos de los cuales habrían podido ser enfrentados por los individuos con sus propios esfuerzos. La forma en que el Estado adormeció las iniciativas particulares fue advertida por Humboldt cuando señaló que el \"poder absoluto\" ejercido por el gobierno municipal \"reducía el espíritu independiente de las pequeñas comunidades\" y les impedía impulsar su desarrollo haciéndoles que \"asumieran su libertad”. Este paternalismo social y económico y las conformistas prédicas católicas antes analizadas incidieron en la formación de una mentalidad pasiva y contemplativa que impidió que los individuos asumieran sus propias responsabilidades y se valieran de ellas para labrar su destino. Sin que importara su condición social, en todos existió la creencia de que para obtener un trabajo, un beneficio, una mejora, una solución, un progreso, en suma, el éxito económico, antes que méritos, esfuerzos e iniciativas, contaba el acceso que pudieran tener a la persona que se hallaba en condición de dispensarles favores y hacerles concesiones. Como también la idea de que las carencias que les afectaban, los fracasos que sufrían y las dificultades que encontraban para salir adelante en sus vidas no se debían a sus errores, culpas, omisiones y descuidos, sino a hechos que se hallaban fuera de su control, a la falta de ayuda e incluso a perjuicios deliberadamente causados. A su vez, en las relaciones entre quienes ocupaban una posición superior y los subordinados contaban más el otorgamiento de favores y la entrega de concesiones que las leyes y el cumplimiento de sus obligaciones. Las características culturales de la sociedad colonial analizadas en las páginas precedentes, tan negativas para incentivar el progreso, pudieron modificarse a través de la acción transformadora de la educación, de las 40

ideas y de las leyes. Estos instrumentos habrían permitido reemplazar estructuras y comportamientos inconvenientes, por otros que fueran compatibles con el mejoramiento económico individual y colectivo. Esta posibilidad no pudo cumplirse por el carácter de la educación, las restricciones que existieron para la libre circulación del conocimiento y el inveterado incumplimiento de las leyes. EDUCACIÓN Y CONOCIMIENTOS INEXISTENTES La colonización de los territorios que formarían la Audiencia de Quito coincidió con la introducción de la Inquisición por parte de los Reyes Católicos, institución que descalificó y persiguió toda idea considerada contraria a la verdad cristiana, posición que llevó a la Corona a exigir que quien viniera al Nuevo Mundo antes probara su condición de \"cristiano viejo\". Por este motivo se prohibió que emigraran a las colonias judíos, moros y \"herejes\", esto es, los grupos humanos que mejores aptitudes tenían para difundir nuevos conocimientos científicos y emprender actividades empresariales, como lo habían demostrado en países europeos en los que desarrollaron la banca, el comercio y la industria. \"Las puertas de la colonia estaban vedadas a la inmigración de gente extraña, de libros y de ideas. Los habitantes no gozaban la libertad de establecimiento, de comercio, ni menos, naturalmente, de conciencia ni de discusión'', dice el historiador Robalino Dávila. Phelan añade: \"El espíritu cauteloso y conservador de la Contrarreforma llegó a prevalecer en todo el imperio, dejando muy poco espacio para la innovación y la experimentación\". Tan escaso era el contacto de los quiteños con el mundo que \"la llegada de un correo era una novedad que causaba asombro\", en tal grado, \"que se recibía con repique de campana el cajón de Espaila\". Por lo que, como lo reconoce el historiador Aguirre, \"no debe pues extrañarse que con semejante sistema de completo aislamiento, las colonias españolas no hayan progresado en el largo período de más de dos siglos”. 41

Las universidades que se fundaron en Quito en los albores de la Colonia - las únicas existentes en el territorio de la Audiencia - se establecieron para que los descendientes de los españoles se educaran de acuerdo con su cultura y los principios católicos, estos transmitidos de manera dogmática y sectaria. El carácter teocrático del Estado, el monopolio de la Iglesia en la enseñanza y el hecho de que los clérigos fueran los hombres mejor preparados de la época permitieron que el catolicismo determinara los contenidos de la educación y estableciera lo verdadero y lo falso en todo asunto en el que surgía discrepancia o planteaba una duda. Debido a que la Metrópoli, durante su larga dominación colonial, nunca se interesó en promover las ciencias, en razón de que toda idea debía pasar por el filtro de la Iglesia católica, los quiteños no pudieron acceder a conocimientos que les habrían permitido corregir el déficit científico existente, mudar comportamientos contrarios al progreso y modernizar las actividades productivas. Según el historiador González Suárez, después de fundada la Real Audiencia, durante un largo tiempo \"no hubo más que escuelas de primeras letras en Laja, en Cuenca, en Guayaquil y en Quito, una en cada ciudad\". Cuando faltaba algo más de medio siglo para que terminara la Colonia, según Coleti había en Quito dos universidades. En la de San Fernando se dictaban clases de Filosofía, Teología, Derecho Civil y Canónico y Medicina, esta última siempre vacante por falta de maestro. En la de San Gregorio se enseñaban Teología, Filosofía, Sagrada Escritura y Legislación Civil y Canónica. Con respecto al contenido de la enseñanza señala que \"la juventud distinguida después de dos o tres años de gramática mal enseñada y peor aprendida, pasa al estudio de las ciencias mayores como son la Filosofía, la más vieja y rancia que exista en el mundo, descendiente del fétido peripatetismo; la Teología del todo especulativa y por lo común ocupada de cuestiones inútiles y en el estudio de los posibles\". Y añade que \"se ignora totalmente las matemáticas, se desprecia la mecánica\", y que si 42

alguno \"aprueba alguna cosa de los filósofos modernos\", inmediatamente se lo mira \"como enemigo común y como tal se lo persigue\" Al finalizar la Colonia, el sabio Caldas acota que en Quito había \" un prodigioso número de doctores\" y que exceptuando los que algo habían aprendido con su propio esfuerzo los demás sólo eran de nombre, pues existía \"una condescendencia sin limites\" en los exámenes, de manera que no había memoria de \"una sola reprobación\". Luego de describir las prácticas corruptas de los superiores de las comunidades religiosas, añade que poco podía esperarse de la educación impartida por personas de esa naturaleza, que consideraban \"una fábula las leyes astronómicas de Kepler\", tenían una \"adicción sin límites a la letra de Santo Tomás, poca severidad en el trabajo y en la disciplina y mucho cuidado en el adorno”. Por la misma época Von Humboldt observó que la biblioteca de los jesuitas se había reducido en un tercio a consecuencia de pérdidas sufridas - se supone que durante su expulsión - que el precio de los libros era cuatro veces mayor que en Europa por lo difícil que era conseguirlos y que los textos de historia, medicina y ciencias exactas eran \"muy pobres”. En la Colonia estas debilidades de la educación impidieron que a través de su virtuosa influencia se produjeran cambios en las ideas y en los valores culturales que trajeron e implantaron los españoles, cuando arribaron a los territorios quiteños como conquistadores, autoridades o colonos. Viajeros extranjeros que visitaron la Audiencia de Quito coinciden en señalar que en sus habitantes había una ausencia generalizada de conocimientos científicos. Juan y Antonio de Ulloa, en el lenguaje de la época, dicen que si bien eran \"sutiles de ingenio y propios para el estudio\", ya que con, poco esfuerzo aprendían lo que les enseñaban, en cambio eran \"muy cortos en las noticias políticas, en las históricas y en las otras ciencias naturales, que contribuyen al mayor cultivo de los entendimientos, o que los ilustran y los conducen a cierto grado de perfección\". Stevenson comparte esta opinión al 43

decir que los jóvenes quiteños no se interesan en las ciencias debido a la ausencia de medios y no de voluntad, pues la falta de libertad de los profesores, las restricciones eclesiásticas y la inadecuada selección de libros e instrumentos académicos impedían que la Universidad de Quito pudiera competir con las \"más famosas de los países Europeos\". Una educación teológica, meramente teórica y especulativa, que no proporcionaba habilidades prácticas, enfatizaba los asuntos religiosos, se desinteresaba de los problemas temporales y formaba abogados, clérigos y literatos, no estuvo en posibilidad de incidir positivamente en las costumbres y creencias de los habitantes de la Audiencia de Quito. En lugar de impulsar cambios culturales que hicieran que los valores de las nuevas generaciones se volvieran consistentes con los requerimientos del progreso individual y colectivo, más bien contribuyó a que se refrendaran los comportamientos tradicionales. La educación impartida en escuelas, colegios y universidades tampbco proporcionó a los estudiantes destrezas y conocimientos técnicos que facilitaran el trabajo eficaz y productivo, necesario para transformar la realidad circundante. El aislamiento de la sociedad colonial y las restricciones interpuestas por España impidieron que llegaran inmigrantes de los otros países europeos, que con mentalidades abiertas y aptitudes profesionales habrían aportado al progreso de la sociedad colonial. Una experiencia vivida por Jorge Juan y Antonio de Ulloa demuestra lo ajeno que fue para las élites de la época el conocimiento científico, al relatar que en su visita a Cuenca \"personas cultas y de jerarquía\" se negaron a aceptar que quienes habían logrado \"averiguar la figura y magnitud de la tierra\" no hubieran \"descubierto muchos minerales en los páramos\", creencia que no pudieron desvanecer a pesar de los argumentos que usaron, ya que los cuencanos consideraban que los académicos franceses y los marinos españoles estaban poseídos de \"algún arte mágico\"1\". El geógrafo Villavicencio, ciento diez años después, resume muy bien el pavoroso atraso 44

de las ideas en el período colonial, al decir que en la Audiencia de Quito, \"enclaustrada por sus inmensas cordilleras y los océanos, y dominada por el oscurantismo de los monjes, se sabía tanto de los hombres y de las cosas, como sabemos ahora de los hombres y acontecimientos en la Luna\"1\". INOBSERVANCIA DE LA LEY Ocho años después de que Sebastián de Benalcázar fundara Quito, en 1542 Carlos V expidió las Nuevas Leyes de Indias, que, junto con las que se publicaron con posterioridad, conformaron la Recopilación de las Leyes de los Reynos de las Indias promulgadas por Carlos II en 1681. Fue notable la preocupación de los monarcas españoles por proteger los derechos de los indígenas, con normas tan adelantadas que en algunos casos eran similares a las constantes en la legislación laboral del siglo XX. Ellas prohibían los servicios personales y el trabajo forzado, que la jornada fuera superior a ocho horas diarias, que se pagara en especie, que se empleara a menores y a mujeres encinta, que los indios trabajaran como cargadores, que el tributo se transformara en trabajo, que las autoridades pudieran tener intereses económicos en los territorios de su jurisdicción, que los encomenderos tuvieran tierras en el lugar de su encomienda y que prestaran dinero a los indios para que luego devengaran con su trabajo. Disponían que todo trabajo recibiera una remuneración, que el salario se fijara en relación con las necesidades, que el trabajo doméstico fuera voluntario y remunerado, que se indemnizara a quienes sufrían accidentes en las minas, que se protegiera las tierras de los indígenas, que se restituyeran las que hubieran sido despojadas, que se impidiera que sufrieran \"molestias y vejámenes\" y que se castigara a los opresoresm. La sociedad colonial se organizó y funcionó de manera radicalmente distinta a lo que disponían las Leyes de Indias, como si no existieran, según se ha 45

podido advertir en las páginas anteriores. A lo largo de la Colonia las cédulas reales reiteradamente mencionaron el incumplimiento de las disposiciones de aquel cuerpo jurídico, por lo que sistemáticamente, hasta cuando terminaba la Colonia a principios del siglo XIX, llegaron al Consejo Real de Indias quejas sobre las exacciones y los vejámenes sufridos por los indios”. La inobservancia de las Leyes de Indias se debió a que los funcionarios que fueron encargados de hacerlas cumplir en la Audiencia, cabildos, corregimientos, gobernaciones e intendencias estaban estrechamente vinculados con los intereses que disponían controlar y con los abusos que buscaban corregir. Los integrantes del Cabildo eran hacendados, encomenderos, obrajeros o mercaderes, condición que continuamente debían reunir para acceder a tal institución. Algo similar sucedía con quienes desempeñaron otras funciones en la administración colonial, y los que no tenían ninguna habitualmente contaban con un pariente en alguna función pública. Además, fue extendida la costumbre de que los funcionarios compraran sus cargos, inversión que les llevaba a desempeñarlos buscando extraer de sus funciones el máximo provecho. Hacer fortuna fue la mira de quienes dejaron España, navegaron la Atlántico y ascendieron los Andes para incorporarse a la burocracia colonial. Cuando las autoridades locales consideraban que las Leyes de Indias y las cédulas expedidas por los monarcas eran inconvenientes, por ser contrarias a lo que estimaban era la realidad de su terruño, podían exonerarse de cumplirlas recurriendo a la fórmula sacramental de besarlas y decir \"obedezco pero no cumplo\". Cuando algún celoso funcionario quiso hacerlas respetar fue forzado a volverse atrás, por la resistencia que interpusieron los que nutrían sus caudales con la explotación de los indígenas. Aquellos que persistieron en su empeño se volvieron impopulares y terminaron perdiendo sus cargos, como sucedió con los presidentes de Audiencia Manuel Barros y Francisco López. En la llamada revuelta de Las Alcabalas, que los quiteños ejecutaron en 1592 46

con el propósito de impedir que se les cobraran nuevos impuestos, mucho tuvo que ver la política proindígena del presidente Barros, considerada por los sublevados como contraria a sus intereses. Por estos motivos, durante la Colonia cualquier regulación que menguara los beneficios del sector dominante fue \"difícil, si no imposible, de hacer cumplir”. El hecho de que la ley tuviera un papel simplemente decorativo ocasionó que las poblaciones de la Audiencia de Quito se acostumbraran a vivir en la ilegalidad. Violar las normas jurídicas, manipularas o simplemente ignorarlas se convirtió en una práctica cotidiana de todos los sectores de la sociedad colonial, particularmente de los blancos, para los cuales la ley no fue, como correspondía, un necesario punto de referencia de sus vidas sino más bien un estorbo que era preciso obviar, con la complicidad de las autoridades, valiéndose de su negligencia o imponiéndoles su poder. A pocos se les ocurría pensar que con estos comportamientos se estaban desconociendo derechos de otros miembros de la comunidad, e incurriendo en conductas delictuosas, favoreciendo intereses particulares, consagrando privilegios, irrogando daños económicos a la sociedad y perjudicando al Estado, representado por el erario real. La moral laxa y permisiva de los quiteños justificaba las violaciones de la ley o su uso utilitario. Cabe citar un expresivo dicho de la época: \"Dios está muy alto, el rey muy lejos, el dueño aquí soy yo\". Algunos testimonios confirman cuán difundidas estaban las actitudes contrarias a la ley y cómo sus disposiciones se estrellaron con la generalizada costumbre de eludirla. Un corregidor de Cuenca en 1765 escribió: \"No hay en este país sujeto más despreciable que un juez: si manda no le obedecen, si corrige le reprenden, si ruega le desprecian y si alguna vez se intenta castigo, ni hay personas que presten auxilio ni ministros que lo ejecuten, antes por el contrario, sobran 47

protectores que amparan y defienden al delincuente\". Jorge Juan y Antonio de Ulloa relatan que al modo de \"consentir y aun patrocinar\" el contrabando llamaban \"comer y dejar comer\", y a los jueces que lo toleraban, \"hombres de buena índole, que no hacen mal a nadie\". Un investigador refiere la forma en que armadores guayaquileños, en el siglo XVII, eludieron las disposiciones reales que pretendían garantizar el uso de maderas adecuadas para la construcción de barcos. A pesar de demostrarse la violación de la norma jurídica en repetidos juicios, el Cabildo de 1689 terminó inculpando a \"mestizos, zambos, indios, mulatos y negros\", mientras pasaba por alto \"investigaciones y juicios de los cuarenta años anteriores, que implicaban inequívocamente a miembros de su propia clase\". La ausencia del imperio de la ley impidió que existiera lo que hoy ha dado en llamarse seguridad jurídica, esto es, normas de carácter general a las que los individuos se someten voluntariamente o son obligados a cumplirlas por la acción coercitiva de autoridades y jueces. A este vacío se sumó el hecho de que en la sociedad colonial haya sido moneda corriente la duda sobre la recta intención con la que iban a proceder las personas, cuando discutían un trato económico o pactaban un compromiso, muchas veces librados a la buena voluntad de las partes. Como suele suceder en sociedades en que se dan estas perturbadoras circunstancias, cundió el germen de la desconfianza, acerca de la disposición de las personas para cumplir los compromisos económicos acordados. Problema agravado por la lenidad de autoridades y jueces para proteger los derechos de los afectados y tornar obligatorio el cumplimiento de las leyes. Por no existir relaciones sustentadas en la confianza recíproca sino más bien en la sospecha y requerirse toda clase de resguardos para cubrir los consiguientes riesgos, las personas no fueron proclives a asociarse para concretar iniciativas, llevar adelante proyectos, resolver problemas comunes y sumar capitales y esfuerzos. En este déficit asociativo se encuentra la 48

explicación de que en las crónicas de viajeros y en los informes de funcionarios no existan referencias al espíritu de unión de los quiteños. Como los proyectos innovadores siempre fueron individuales, no lograron reunir fondos suficientes para llevarlos a cabo. Fue el caso de la iniciativa de construir un camino que uniera Quito y Esmeraldas, para que la capital saliera de su aislamiento andino y dispusiera de un puerto cercano que le permitiera impulsar sus intercambios comerciales, iniciativa solitaria del sabio Pedro Vicente Maldonado, en la que perdió buena parte de su fortuna. La costumbre de ignorar la ley caló tan hondo en los comportamientos cotidianos que ni siquiera se cumplieron leyes, cédulas y ordenanzas dictadas por las autoridades a petición de los propios interesados, las que además convenían a todos y a nadie perjudicaban. Es lo que sucedió en Guayaquil, en donde las disposiciones expedidas por pedido de sus propios pobladores fueron incumplidas, a pesar de que habrían ayudado a sus vecinos a preservar la integridad de sus casas, salvar sus pertenencias y evitar cuantiosos perjuicios económicos. Fueron dictadas para evitar que por imprudencia de sus habitantes se repitieran incendios, que habían destruido barrios enteros y puesto en peligro toda la ciudad\".Pasado el susto, en los guayaquilefios \"cundía la indiferencia y el descuido\", por lo que las ordenanzas que obligaban a tomar providencias que evitaran los incendios pasaban a \"reposar acumulando polvo en los archivos del cabildo\". Por ignorar las disposiciones de las autoridades, contravenir las normas de seguridad y repetir irresponsables comportamientos, al cabo de poco tiempo terminaba produciéndose un nuevo y devastador flagelo, dice Lavianal\". 49


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