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Revista POP!

Published by alexsolis188, 2020-05-11 00:39:11

Description: Una colección de ensayos relacionadas con temas de entretenimiento y cultura popular.

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(1937), un referente para entender el desarrollo visual del siglo XX. Él decidió mudarse a California en los años setenta y ganó prestigio al representar con vivacidad sus piscinas, sus suburbios y en general su paisaje. También relaciono la portada con la obra del artista estadounidense Ed Templeton (1972), reconocido por hacer el branding de la marca de skateboarding Toy Machine, y quien tiene un amplio y hermoso trabajo fotográfico sobre situaciones de playa en California. Él hizo parte de una generación de artistas que inicialmente fue destrozada por la crítica y luego fue erigida como una de las más originales, al utilizar la estética hazlo tú mismo del skateboarding, el grafiti y géneros underground como el punk rock y el hip-hop. • RECIPE FOR HATE Por primera vez Bad Religion deja a un lado el sonido hardcore de los años ochenta e incorpora elementos del rock alternativo, banda sonora de los años noventa. En la carátula de este álbum cobra protagonismo el collage, un recurso extensamente utilizado en los fanzines de hardcore punk en los años ochenta, en los que la textura de la fotocopia convive con múltiples tipografías, fotos e ilustraciones. Incluso la fuente de Bad Religion parece hecha con aerosol, otro recurso muy utilizado en el punk. La imagen representa un famoso caso judicial en Estados Unidos en los años treinta. Dos racistas del sur del país se mostraban victoriosos ante la prensa, después de asesinar a dos negros y ser absueltos por un jurado solo compuesto por blancos. Las cabezas de esos hombres evocan a los perros que solían proteger los campos de concentración nazis. Creo que el título del álbum rememora al escritor británico George Orwell (1903-1950) y sus “dos minutos de odio”. En la novela distópica 1984 (1949), los dos minutos de odio representan el momento del

día en que los ciudadanos, adoctrinados y encerrados en una habitación, descargan su ira contra el enemigo. En Recipe for Hate, dos hombres ladran: una metáfora de la irracionalidad humana. • THE EMPIRE STRIKES FIRST Este álbum definió el sonido de la agrupación para el nuevo milenio. Con el uso más frecuente de los coros apocalípticos y baterías más metálicas que de costumbre, el disco empieza, después de la apertura, con el asedio de Sinister rouge. Líricamente, está influenciado por la guerra e invasión estadounidense en Irak y tiene grandes comparaciones con la novela 1984 de George Orwell, pues conecta la vigilancia del Estado sobre los obreros que hay en el libro con la maquinaria militar de George W. Bush y el espíritu adormecido de la sociedad estadounidense del 2000. En la portada vemos una figura masculina en alto contraste con las manos juntas, en forma de rezo, cuyo telón de fondo es una bandera estadounidense en duotono rojo y negro. Vale la pena recalcar que en la década de The Empire Strikes First (2004) el movimiento street art estaba en auge. Las plantillas y los aerosoles formaron parte de la paleta de muchos artistas que deseaban expresar su inconformismo; uno de ellos fue el británico Banksy, que exponía sus potentes imágenes de crítica social y política en diversas paredes a lo largo del globo. Quizá no es gratuita la similitud de la portada, parecida a un cartel político, con el trabajo de del artista urbano y diseñador gráfico estadounidense Shepard Fairey: el color rojo, negro y crema, el alto contraste, la obsesión con el tema de la vigilancia a los ciudadanos y los “dos minutos de odio” de Orwell. Sin duda, este es uno de los principales trabajos que nos deja la agrupación californiana y su portada, una de las más enigmáticas.

• NEW MAPS OF HELL Esta portada guarda una relación directa con la portada del álbum debut de Bad Religion, How Could Hell Be Any Worse? (1981), que muestra una fotografía del centro de Los Ángeles en un duotono rojo y negro. Conceptualmente, ese álbum construye una distopía donde la ciudad es controlada por el capitalismo y el fanatismo religioso a finales del siglo XX. Bad Religion parece decirnos que la distopía se consumó en 2007, cuando fue publicado New Maps of Hell, que retrata la cara moderna de la metrópoli y también muestra una fotografía panorámica de Los Ángeles. Ambos álbumes remiten a la idea del infierno; cómo el infierno encuentra rutas para seguir esparciendo su poder. New Maps of Hell lleva, impresas en los discos, dos reproducciones de los grabados en madera que el artista francés Gustave Doré (1832 - 1883) hizo para la edición inglesa de La divina comedia (1867), escrita por Dante Alighieri. De hecho, la contraportada de How Could Hell Be Any Worse?, álbum debut de los californianos, también lleva uno de los grabados que Doré hizo para la obra maestra de la literatura italiana. • AGE OF UNREASON Esta es la portada más atípica de Bad Religion: una fotografía completamente digital y sin la intervención de otros recursos. Muestra una cabeza que remite a los filósofos de la Antigua Grecia puesta en el asiento de cuero de un auto. O dicho de otro modo: muestra a un pilar del pensamiento occidental descabezado y en la comodidad de un auto (recordemos la trascendencia de la industria automotriz para la cultura gringa). Esta imagen fue capturada por el estadounidense David Black (1980), retratista de agrupaciones legendarias como Daft Punk y Sonic Youth.

Revisando su portafolio, encontré una serie de fotografías de objetos hechas en un auto, como la portada que escogió Bad Religion para su más reciente álbum, cuyo tema dominante es el efecto Donald Trump. El ascenso de Trump —y la drástica influencia de las fake news en su victoria— permite dilucidar que vivimos en una era de la sinrazón. Así lo explica en una entrevista Brett Gurewitz, guitarrista y miembro fundador de la banda: “Bad Religion siempre se ha soportado sobre los valores de la Ilustración. Hoy esos valores —la libertad, la tolerancia y la ciencia— están en verdadero peligro. Este disco es la respuesta a todo lo que está en riesgo”.

The Cargo y la influencia del cine de terror en la modernidad Luz María Rodríguez Collioud El presente ensayo se basa en la hipótesis de que el cine de terror, particularmente el de zombies, se ha convertido con el paso del tiempo en uno de los exponentes más grandes para aquellos directores independientes que quieren transmitir un mensaje social o moral de forma metafórica y con bajo presupuesto. ¿Maquillaje exagerado? Sí. ¿Sangre falsa? Por supuesto. ¿Espacios cerrados y música tenebrosa? No pueden faltar. ¿Monstruos y una larga cadena de seres sobrenaturales inspirados en folklore e incluso cuentos de hadas que hasta el día de hoy se sigue expandiendo de las maneras más insanas posibles? Pues, ése es el fundamento principal del cine de terror, en donde las criaturas extrañas, posesiones demoníacas, y seres queridos fallecidos que repentinamente salieron de sus tumbas para devorar nuestros cerebros son algo común en el verosímil del film. Y nunca un personaje realmente se detiene a pensar “Pero, ¿tendría que estar pasando esto?” porque todos los seres humanos que participan de ellas nos enseñan a nosotros, el público, cómo sobrevivir a los imprevistos de la vida y hacer de las situaciones más terribles una manera de superarnos como personas. El cine de terror moderno toma a los clásicos de aquellos viejos tiempos y pone de frente una manera más de representar la realidad y aquellos temores que nos plagan a todos, no importa el monstruo sobrenatural. George A. Romero presentó en 1968 lo que se podría considerar la primera película de zombies, titulada Night of the Living Dead, en donde los ahora tan reconocidos muertos-come-cerebros

eran simplemente personas que caminaban despacio y pasaban los brazos de entre paredes para cazar a sus víctimas. Pero el creador seguramente no tenía idea que en ese momento estaba fabricando un género que no sólo dio un éxito tras otro (Romero mismo sacó otros seis films de este tipo, cuatro siendo secuelas/ precuelas de la original, y hubo al menos dos remakes de películas dentro de esta franquicia) sino que hasta el día de hoy se utiliza por realizadores independientes y se le da un toque propio, ya que el cine de terror permite una expansión increíble de lo que en otros géneros sería repetición incansable de la misma historia. The Cargo, del director indie Phillip Granger, tiene sus buenas similitudes con el debut de Romero pero, a su vez, difiere en extensiva distancia debido a los componentes históricos, adelantos tecnológicos, y conciencia social que han permitido esta evolución del género. Las lentas personas son ahora experimentos gubernamentales que salieron mal, las víctimas ya no corren sin cesar hasta ser devoradas sino que ahora luchan con lo primero que encuentren, y varios otros desarrollos en los que ahondaremos luego, pero eso sí: no hay entremés más delicioso que un buen plato de entrañas. El cine de terror es un género que está constantemente evolucionando, pero a su vez prestándole sus mayores respetos a las temáticas y apariencias originales, y es por eso que no hay películas que no sean de mayor importancia al cinéfilo como las de este tipo.

Uno podría pensar que es el racional de la gente el que llevó a la creación de películas de este tipo, una necesidad de tener a la población en su mayoría asustada y a raya, una versión más adulta de los cuentos que a uno le narran de chico para evitar un posible desastre. Así como el Coco, el Hombre de la Bolsa, o mismo la ocasional criatura que vive debajo de la cama o en el armario, los monstruos de las películas de terror vienen de todas las formas y tamaños: cualquier cosa puede asesinarte, desde un padre recién salido de la tumba, un rottweiler que parecía muy adorable a primera vista (Cujo), un hombre producto de años de relaciones sexuales entre familiares que disfruta de hacerse máscaras con piel humana (Leatherface de Texas Chainsaw Massacre), o un lagarto de enormes proporciones que creció de este modo porque demasiadas pruebas químicas fueron hechas donde residía (Godzilla, Cloverfield). El terror no tiene fronteras, ni conoce los límites del buen gusto, porque no nos olvidemos que una de las películas más recientes dentro del subgénero del foundfootage estuvo situada en Chernobyl (The Chernobyl Diaries), como si las inocentes víctimas de esta catástrofe química en realidad se hubiesen vuelto monstruos deformes que el gobierno ruso había escondido hasta que justo seis “mocosos entrometidos” decidieron entrar a la zona prohibida. Las aterradoras criaturas no son más que un producto del folklore local: las brujas, que tanto fueron nombradas en épocas de antaño y que en realidad eran personas inocentes cuyo fin fue encontrado en un grupo de gente ignorante y una gran hoguera, ahora persiguen a turistas desprevenidos por los bosques (The Blair Witch Project) y hasta tienen que ser cazadas por Hansel y Gretel (Hansel & Gretel: Witch Hunters); el Hada de los Dientes deja de ser la versión anglosajona del Ratón Pérez y se vuelve un monstruo que una vez al año aparece en un pequeño pueblo para extraer las mandíbulas de los primogénitos de la zona (Darkness Falls); Papá Noel es encontrado por un grupo de trabajadores finlandeses y casi son devorados por éste (Rare Exports, que también es una comedia). Ni siquiera los productos de uso diario se salvan de tener su sangriento protagonismo, porque en la modernidad podemos ver incluso a ruedas vengativas con poderes telekinéticos que al parecer sólo sirven para volarle la cabeza a más de uno (Rubber). Afortunadamente, la

variación de criaturas le dio permiso para descansar a los tradicionales vampiros, hombres lobo, y aberraciones humanas que dieron origen al género, comenzando por el Drácula de Tod Browning en 1931 y que, mirando hacia atrás, no daban miedo en absoluto… Eso, a menos que uno tenga una increíble fobia a gente húngara con expresiones de enfado. Esto último posiblemente sea una de las grandes complicaciones que plagan al género en la modernidad: el público ya no se asusta, por lo que los directores cada día tienen que recurrir a extremos más y más sangrientos para mantener a su público al borde del asiento, algo que parece trivial considerando los adelantos tecnológicos y demás herramientas cinematográficas introducidas en este último siglo, pero que ha causado una ruptura definitiva en el género. Así, hoy en día tenemos dos tipos de films de terror: lo que se considera torture porn, empezado por la saga Saw y prolongado in aeternum por cineastas como Eli Roth y Rob Zombie, y el terror cerebral, que además de presentar una gran cantidad de monstruos con todos los jump scares y gritos posibles tiene un profundo mensaje social o, al menos, una crítica o intento de hacer algo innovador. Esta última división viene gestándose desde hace muchísimo tiempo y, si bien no se encuentra tan seguido en el film taquillero de Hollywood, es utilizado cada vez más en el circuito independiente por cineastas que no tienen el dinero suficiente como para hacer una representación gráfica de intestinos y ojos que salen por todos los poros, y prefieren gastar el poco presupuesto en una rica historia que dejará al público pensando, y posiblemente más aterrado de la vida de lo que ya estaba previo a entrar a la sala de cine. Así es como encontramos a The Cargo, una película que entra ampliamente en esta categoría, incluso cuando a primera vista pareciese entrar en el grupo de los largometrajes con zombies que ya no saben cómo arrancarte partes del cuerpo, y desafía toda expectativa moderna, evocando a esos clásicos, a los pioneros de este terror inteligente, con su toque actual. The Cargo comienza con la típica ubicación tan popular en las películas de este género: el pueblo abandonado en medio de la nada, que en su pasado ha sido hogar de caníbales incestuosos (The Hills Have Eyes, The Devil’s Rejects), locos

científicos y criaturas inmortales (Frankenstein, Drácula), radios propensas a ser influenciadas por lo satánico (The Lords of Salem), o hoteles con actividades extrañas (Hostel), pero que para este film es un simple pueblo en Ohio, hogar de nuestros protagonistas. A la orilla de éste aparece un navío abandonado que, respetando el verosímil y la curiosidad humana que tantos gatos ha matado, los personajes principales deciden revisar, extrañados. Lo que éstos no saben es que el barco estacionado a la salida del pueblo es hogar de personas que sufrieron un pequeño percance químico que los ha dejado en un estado vegetal, con la excepción de que pueden moverse libre y agresivamente para cazar su presa: otros humanos muy deliciosos. Ambas especies, porque definitivamente la tripulación del navío ya no es homo sapiens, se enfrentan dentro de este espacio cerrado y nos saldrán de éste hasta que una de las dos esté vencida del todo. The Cargo rompe así con más de una convención marcada por el cine de terror actual, ya que nuestros monstruos fueron creación del hombre y su ambiciosa estupidez, y los protagonistas no son carnada móvil sino que son estrategas forzados a tomar medidas extremas al verse cara a cara con un peligro alienígena. Sí, hoy en día a eso lo llamaríamos una película promedio de zombies, pero eso es porque ese subgénero del cine de terror es el que más ha evolucionado con el paso del tiempo, y es por eso que es utilizado por muchos cineastas independientes así como Granger. George A. Romero, en 1968, era un director poco conocido, caracterizado principalmente por tener ideas originales que, desafortunadamente, jamás llegaban a completarse o se veían en pantalla como esfuerzos mediocres de imitar a grandes del ridículo así como Ed Wood Jr. Éste, sin rendirse a pesar de las repetidas bromas, e inspirado por un film previo titulado White Zombie (de 1932, dirigido por Victor

Halperin), decidió hablar de los muertos vivos como una metáfora de la sociedad actual, el capitalismo, y el poder de los medios sobre las personas. Es así que surge, con un presupuesto de sólo US$114.000, Night of the Living Dead, que hacía mayor alusión a la naturaleza de estos monstruos, jamás llamarlos zombies a lo largo del film, y que tuvo la particularidad histórica de recaudar más de 12 millones de dólares en su primera exposición en cines. Marcó un récord para un lanzamiento independiente y el primer éxito oficial de un film de horror moderno, además de lograr posicionar a los zombies y ser pionero del terror inteligente. Romero continuaría cementando este subgénero con las subsecuentes secuelas y saga Living Dead, que usa con cada film una metáfora de la realidad mediante la intervención de estas criaturas aterradoras. Los zombies entraron en el inconsciente de la gente como producto del vudú, una técnica utilizada en los tiempos antiguos por algunas tribus haitianas para traer de regreso a sus seres queridos o como maldición para dejar a un enemigo como si estuviera muerto en vida, pero siempre estando presente la intervención del hombre en el proceso. Romero, respetando siempre estos orígenes, jamás menciona realmente en sus films cómo surgen estos zombies, pero sí los pone a merced del hombre y la sociedad: en Dawn of the Dead (donde los sobrevivientes toman asilo en un centro comercial y comienzan a luchar entre ellos debido al estrés, así como lo hacen las personas promedio frente a una barata en una tienda); en Day of the Dead (donde un científico logra educar a un zombie, pero termina siendo asesinado por un coronel hambriento de poder; quien, a su vez, es devorado lentamente por esta criatura hasta el momento buena); Land of the Dead (centrada en las políticas migratorias estadounidenses, poniendo a los zombies detrás de una valla cercada bien monitoreada, situación que hasta hoy en día viven los ciudadanos de la vecina México); en Diary of the Dead (en la que el apocalipsis zombie se ve por los ojos de la era digital, las redes sociales, y los videos virales) y, por último, en Survival of the Dead (que sucede en una isla apartada donde dos familias se enfrentan a zombies).

Aunque tengan sus buenas diferencias, The Cargo es muy similar a este último film, y no es sorpresa que gran parte de su realización esté inspirada por la eterna saga de Romero y otros cineastas del lado de Alfred Hitchcock, y hasta Francis Ford Coppola, debido al ambiente que se crea en un espacio tan cerrado, en esta guerra que jamás parece terminar. Si bien The Cargo parece el típico film de zombies que salen de la nada y comen personas desprevenidas, tiene varios puntos a favor. El legado construido por los demás realizadores del subgénero juega a favor para Granger y así como el elenco; el origen en este caso de las criaturas (un error del gobierno, que al parecer sabía del destino que sufrirían los pasajeros del navío), además del sitio cerrado en donde se lleva a cabo la guerra entre estas especies. Todo hace de este film una experiencia inolvidable para todo buen fanático del cine de terror de antaño y de la buena utilización del lenguaje audiovisual. Los pasillos cerrados se ven entrecruzados por largas líneas de luz que más de una vez cortan a los protagonistas de una manera que ni los sangrientos tripulantes conseguirían. Estas criaturas constantemente se ven en picado mientras que sus contrapartes humanas de forma cenital, algo que el director hizo para marcar lo indefensos que son estos monstruos y lo inocentes que son por culpa de la intervención del hombre. Por otro lado puede apreciarse el constante contraste de colores resalta en estos zombies: los ojos, una de las pocas cosas que conserva la humanidad en éstos a pesar del cambio de color, que los hace más similares a felinos (nuevamente, animalillos inocentes). Es interesante la preparación de los protagonistas para enfrentarse a estos seres, un rasgo obviamente alusivo a la sociedad norteamericana y su insistencia por entrar en guerras con diversos países. ¿Y qué mejor manera de remarcar a estas inocentes criaturas que con múltiples primeros planos? Granger se reserva la utilización de planos medios y americanos para que el espectador conozca en absoluto cómo lucen los protagonistas y los villanos, pero son aquellas expresiones vacías y hambrientas las que mueven el

largometraje, que nos preocupan cuando son cubiertas en sombras (algo que también pasa seguido), y cuya aparición es remarcada por un alto timbre dentro en la banda sonora que interrumpe el silencio y paz que rodea a los protagonistas. Una vez que estos personajes principales son heridos, o están cansados, cada vez lucen más y más como sus monstruosas contrapartes, y en más de una escena realizan acciones que ni las criaturas mismas y su instinto brutal osarían realizar. Las vistas panorámicas se ven reducidas, al ser ésta una producción independiente, pero eso no quita que entremos en el panorama de los distintos hogares, el pequeño pueblo y el navío maldito, en toda su gloria y decadencia mediante la utilización de planos generales y la composición que eventualmente realizará el espectador con las diferentes escenas, una unión casi de rompecabezas para completar un todo que explicará aún más el comportamiento de ambos bandos. Siendo un film independiente, The Cargo lleva orgulloso el estandarte del género de terror actual, en especial de la subdrama de los zombies (si bien el término no es preciso debido a que no hubo intervención de vudú, es la denominación que se le da a estos personajes en el subgénero, por más que sean mutaciones químicas o adorables criaturas como Bub de Day of the Dead.). The Cargo es un ejemplo de cómo los realizadores modernos lograron capturar la sociedad y la pusieron frente a una amenaza muy particular: el mismísimo ser humano, quien finalmente muestra sus instintos más primitivos y cuyo origen y control reflejarán el estado del mundo según la época en la que el film fue creado. El cine independiente está posicionado en un espacio que sufre de una gran discriminación por parte de un público que sólo está acostumbrado a ver la mitad más sangrienta de esta clase de Films. Esta clase de espectadores saben que las criaturas pueden venir de los extremos más bizarros, que la sangre puede salir literalmente de dentro de los colchones (Johnny Depp sufre este destino en la Nightmare on Elm Street original), que han aprendido a

desconfiar de todo aquello que parece normal (pero no tanto) y a normalizar la sobreutilización de los instintos más racistas. ¿Cuántos films de terror conocen cuyos villanos son familias de hillbillies? Seguro muchos, ya que realmente hay una gran cantidad de films de este estilo. El éxito, depende de algún modo, de que cada film supere al anterior en locura y horror. Es un honor para todos los cinéfilos el saber que el cine independiente aún lleva consigo el estigma de la sociedad y cómo a veces el monstruo del que hay que huir es el mismo ser humano, que merece ser temido, descubierto, y puesto en evidencia frente a toda la población, cueste lo que cueste.

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