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Una Navidad Imposible

Published by Guset User, 2021-12-28 11:22:26

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¿FELIZ NAVIDAD? CAPÍTULO 6: ¿ME ESTÁ ROBANDO LA VIDA ESE NIÑO? Mientras la madrugada se desvanecía tras aquel amanecer ro- jizo, el viento azotaba las calles y su silencio. En un auto, la chica dormía. La boca seca, el frío tensando su piel, las ganas de ir al baño la despiertan. No sabe cuánto tiempo ha pasado, le tiemblan las manos, toma un abrigo del asiento del copiloto y mientras la expresión en su rostro solo reflejaba cansancio, se había desvanecido con el sueño aquella tensión que le hu- medecía la entrepierna. La desesperación comenzaba a hacerse presente en aquellos movimientos repetitivos: los dedos de sus manos, sus pies, su pierna, su respiración. Después de ver cómo las sombras se arrastraban por la casa de la que no se percibía ninguna actividad, decidió bajar del coche y romper la única regla que debía mantener. Tomando el riesgo, entró tratando de no hacer ningún ruido que advirtiera de su presencia. El am- biente se sentía aún más frío que afuera, el vapor que salía de su boca era pesado, sus pulmones parecían tener que esforzarse más para que el aire entrara. Un peso inexplicable le hundía el pecho mientras su corazón se aceleraba. Recorrió cada pasillo que veía, las paredes estaban vacías, el color gris que las ador- naba la hacía sentir náuseas. Cuando dudó si seguir adelante o retirarse, algo llamó su atención. El sonido que escuchaba al fondo, desde una puerta inclinada por la que se podía descen- der, le produjo un escalofrío que le recorrió la espalda. Detrás de aquella habitación, escaleras abajo, un grito desgarrador surgía desde las entrañas de la chica que acompa- ñaba a los secuestradores. Los dientes de Tristán, que acababa de despertar, le rasgaban el cuello, y la sangre brotaba, sus bra- zos la rodeaban con fuerza. Los hombres anonadados por aque- lla reacción inesperada trataron de golpearlo con los bates; pero estos terminaron por agredir a su compañera, quien fue usada como escudo al mismo tiempo que Tristán la soltaba. Miró el 51

HASEN RAHUI cuerpo de Adán. Aquella bruma que cegaba la razón se disipaba y quedaba en su lugar la preocupación. Sus pies se movieron por inercia hacia la puerta, que se abría de forma repentina. La cómplice de Tristán lo miró a los ojos, luego advirtió a los dos hombres que se acercaban tras él y posó su mano en su cintura, palpo el arma y cerró los ojos al ver cómo frente a ella, el hombre era golpeado. Su mano deslizó con frenesí el arma, sintiendo la fría empuñadura apuntó hacia aquellos hombres cuya mirada reflejaba más miedo que ira. El arma se detonó cuatro veces antes de que Tristán tomara las manos de la mujer, que gritaba sin intención de detenerse. Aquella mujer cuya exaltación la mantenía alterada, vio cómo dos sujetos caían len- tamente al piso mientras sujetaban sus estómagos. Al apartar la vista observó con repentino terror a la chica desangrándose en el suelo y fue cuando se percató de la boca cubierta de sangre de Tristán. Trató de sujetar con fuerza la pistola y un disparo se escapó del arma. —Lo siento Greta —dijo Tristán justo antes de darle un fuerte cabezazo. El arma quedó en sus manos y miró con resignación los ojos de aquella mujer que sabía muy bien lo que le deparaba; sin embargo, una diminuta sonrisa seguía reflejada en su rostro luego de que una bala le atravesara la frente. Tristán se giró guardando el arma en su pantalón y escuchó los gemidos de Adán, quien volvía en sí con un fuerte dolor de cabeza. Una punzada en las costillas que apenas lo dejaba mo- verse, le hizo recordar la tragedia por la que estaban pasando. —Sophie —dijo en voz baja al notar los cuerpos que esta- ban en el suelo. Examinó con la mirada a sus agresores, a la mujer que re- conoció fácilmente, y sintió una minúscula tristeza al recordar el tipo de conversaciones que tenían, ese deseo tan vulgar, pero interesante que la hizo reconocerla de entre tantos hombres in- cautos y sin gracia. Luego de reconocerse a sí mismo en aque- llos cuerpos sin vida, se apresuró a buscar a la progenitora del 52

¿FELIZ NAVIDAD? único legado del que podría estar orgulloso. Aquellos pasillos le hacían sentir como si de alguna forma recorrieran su cabeza, que en cualquier momento se abriría una puerta que le mostra- ría su pasado: las virtudes detrás de tanto horror, la dicha tras cada escenario donde se limitaba a ser el observador del caos. Divisaba en cada esquina al mismo Adán del que aprendió, que se toparía con ese odio hacia su abuelo y toda la humanidad, que le enseñó al único ser sobre la tierra capaz de atestiguar la más pura de las divinidades. Se preguntaba si en ese momento él mismo podría contaminarse con aquella debilidad. La única crueldad que estaba permitida por los suyos, era la compasión, y, sin embargo, alababan a quien era capaz de tal atrocidad. Sumergido en aquella profunda misantropía, repudiado por el asco, tratando de alcanzarse a sí mismo en aquel ideal distópico que adornaba cada visión que daba al futuro en su imaginación. Casi como si el último aliento de Sophie llamara a su puerta, sus pies caminaban hacia ella, mientras aquel ser al que se le estaban yendo las fuerzas poco a poco, lo seguía, Tristán vaci- laba, cuestionándose si aquello que intentaba hacer era lo real- mente correcto. Se dudó sobre lo que era y por qué estaba des- tinado a ser lo que era. Se sentía más apegado a aquello que tantas veces repudió por la fragilidad que deambulaba por el mundo. Tristán había aprendido a separarse de lo humano, hasta hoy. —¿Cómo sabes hacia dónde vamos? —preguntó Tristán. Adán negó con la cabeza, realmente no sabía qué hacer, solo sabía que tenía que hacerlo. Era una sensación que reco- nocía desde que tenía memoria. Motivo de la forma en la que había sido concebido, mantenía vivo dentro de sí cada minuto desde que su cuerpo era desprendido del vientre de su madre, que como todas las “Hacedoras”, morían al dar a luz, entrega- ban su último soplo de vida para alimentar a su hijo. Él, podía recordar el momento exacto en que su corazón se sincronizaba con el de su madre, y este en último instante se detenía para que el de él siguiera latiendo. Recordaba las nalgadas que le había 53

HASEN RAHUI dado el doctor, y cómo a sus cinco años era criado por una mu- jer a la que tuvo que llamar, “madrina”, y su padre, un sujeto acabado por los años se encargaba de ayudarle a entender aque- llas cualidades que lo hacían diferente a los otros. Recordaba la primera vez que vio a Tristán comportándose como un adoles- cente que hería a los otros por simple capricho, y también, la primera vez que sintió cómo su sangre hablaba con él. Apren- dió a comprender la voz que provenía desde lo más recóndito de su ser. Así fue como terminó frente a una puerta color beige. Giró la perilla despacio, ansioso por la incertidumbre que odiaba te- ner dentro de aquella certeza con la que se movía. Al abrir la puerta, después de cruzar un pasillo oscuro, encontró a Sophie, en una camilla iluminada por varias luces brillantes. Con su es- palda resistiendo un espasmo que no desaparecía, a pesar de haber recobrado la conciencia minutos atrás. Sentía cómo sus músculos se tensaban y su columna buscaba estirarse cada vez más. A medida que pasaba el tiempo, desde su ombligo sentía como si cada uno de sus ligamentos se tensaran cada vez más. Aquella sensación de que podría reventarse desde dentro au- mentaba mientras el día se acercaba más a su fin. Aquella es- trella que no desaparecía incluso de día se volvía intermitente. A su ritmo, la labor de parto seguía su rumbo. —¿Qué le pasa? —preguntó Tristán al acercarse a ella, sin saber cómo tocarla, sin saber qué hacer. —Está padeciendo tu nacimiento —la voz de Adán sonaba serena, cual hombre maravillado ante aquella oportunidad. Tristán lo miró sin entender claramente aquellas palabras. Entonces Adán al notar la expresión confundida en el rostro de su señor, busco en su memoria las palabras que le dijo su padre, y comenzó a recitarlas como era la tradición. —Esto, esta, tu vida —sintió orgullo por llegar hasta ese punto — no es más que un ciclo de los cuales nosotros, tus cui- dadores, somos responsables de que se siga repitiéndose. So- mos producto de la perversión que nos hace humanos, llevamos 54

¿FELIZ NAVIDAD? parte de lo que tú eres aquí adentro —señalando su cabeza—. Y lo que está aquí adentro, no es solo tu hijo, por que tu hijo morirá al nacer, con su madre, y entonces ese caparazón vacío, ese pedazo de carne, pus, huesos y heces; comenzará a absor- berte. Cada fragmento de ti, y crecerás, madurarás, y yo seré tu padre. Y entonces, espero que cuando pueda educarte de nuevo, pueda también corregir el error que mi abuelo implantó en ti, y que ni siquiera mi padre fue capaz de corregir. Yo seré quien forme al Mesías del mal, al niño de las futuras navidades que lo volverá cenizas todo. Antes de que Tristán pudiera siquiera formular otra pre- gunta, mirando el rostro deforme de su mujer, se percató de aquel movimiento de Adán. Lleno de ira, saboreo un ligero sabor a óxido, fue entonces que el golpe en su estómago con el bate que Adán blandía en sus manos lo hizo doblarse de dolor. Miró desde el suelo a la figura imponente de Adán. De su boca surgía una especie de neblina espesa de color negro que parecía mo- verse por voluntad propia. Flotando sin poder despegarse mucho de alguna superficie, llegó a la boca de Sophie. Los músculos de Sophie se relajaron, susurró algunas pa- labras antes de saber si lo que había pasado eran horas, o sim- ples minutos. Entre momentos que parecían vivirse desde lejos, tras un cristal, observaba a su esposo en el suelo, inconsciente, y a su lado Adán, que no dejaba de hablarle a pesar de que no era capaz de entenderle nada. Cuando recobró nuevamente la conciencia plena de todo lo que sucedía, Sophie sintió cómo algo dentro de ella se mo- vía, se agitaba, se golpeaba contra las paredes de su cuerpo. Sonidos que retumbaban en sus oídos, como los de alguna cria- tura que apenas descubre que es capaz de emitir algún ruido. Miró a su alrededor, Adán y Tristán no se encontraban. Escu- chó algunos gritos y reconoció la voz de su esposo entre tanto dolor. Miró su vientre y unas manos se formaban en su piel, un rostro, una boca. Las náuseas, la agonía. Padecer aquello era 55

HASEN RAHUI una tortura que poco a poco se robaba las ganas de vivir, de luchar. —Tranquila Sophie, todo estará bien, debes dejarlo salir, dejarte ir. Por él bebe, por tu nuevo señor. Una fuerza que pujaba desde adentro de Sophie se retorcía cla- mando por que todo se detuviera con un grito que parecía des- garrarla desde dentro, arrastrando por su garganta más miseria, hasta que el llanto de un bebe emergió de aquellos alaridos. Adán, que sostenía al bebé, cortó el cordón umbilical con los instrumentos que poseía en aquella habitación. Sophie comen- zaba a desangrarse, su garganta ya no respondía. Estiró su mano por última vez al tiempo que Adán cruzaba la puerta. Mientras la sangre fluía formando un charco que crecía bajo aquella mu- jer, esta no fue capaz de saber que su esposo estaba por entrar a la habitación. Todo fue calma, todo se detuvo, la última navidad de Sophie. EPÍLOGO ¿REGALOS PARA MI SEÑOR? Llovía, la casa se encontraba en silencio. Adán mecía un bebe entre sus brazos. Miraba por la ventana esperando algo, algo que estaba por llegar, pero como es costumbre, la intriga de lo que sería le carcomía por dentro. No era, ni sería capaz de acos- tumbrarse. El cielo gruñía como si se quebrara sobre ellos, el aire entre las hojas de los árboles orquestaba una caminata que llevaba bastante tiempo sin detenerse. Frente a la casa, a través de la ventana, la figura de tres hombres llamó la atención de Adán, que se aferró al bebe como si fuese su única salvación. Parecía que hablaban de algo y extendían sus manos señalando la casa. Aquel hombre se puso de pie al mismo tiempo que los visitantes de apariencia amenazante se acercaban. Caminó ha- cia su cuarto, recostó al bebe en una cama, y de un gabinete en 56

¿FELIZ NAVIDAD? una esquina de la habitación, sacó un arma, revisó que tuviera municiones y la cargo. La puerta de la entrada principal retumbaba con un repi- queteo constante. —¿Adán? Venimos a ver al niño. Adán miró al niño como si este fuese capaz de entender lo que sucedía. El niño le devolvió una mirada con dificultad, in- dicándole que, posiblemente, tenía razón. —¿Cómo saben de ti estas personas? —¿Quiénes son? —preguntó sin abrir la puerta, mante- niendo su dedo firme sobre el gatillo de su arma. —Hemos seguido a la gran estrella roja sobre el cielo, sa- bemos que él ha nacido y traemos obsequios. Adán abrió la puerta manteniendo su arma detrás de sí —Hemos estado esperando esto por años, por décadas, y ahora seremos testigos del caos, de la purificación que tanto necesita el mundo. 57

UNA NAVIDAD IMPOSIBLE Sorprendidos por la historia, cuestionaron si todo eso se le aca- baba de ocurrir. —Sí y no —dijo Hasen—. En realidad, tenía una vaga idea y esta ha sido la ocasión propicia para concretarla. A veces así sucede, tienes una idea, pero no logras aterrizarla a la realidad. Quizá Filia ya tenga algo para nosotros… —Esperen, creo que sí —respondió. 58

UN MALDITO FLECHAZO Érase una vez una hermosa niña de cabellera larga, rizada y do- rada, llamada Paola. La pequeña vivía en un diminuto pueblo, muy desolado, donde apenas cabían una docena de casas, una panadería, una tienda y una minúscula parroquia. Los habitantes tenían que coger su coche para llegar a la ciudad más cercana, donde recogían a sus hijos de la escuela y podían hacer mayores compras. La mayoría vivía de lo que cultivaba y los demás so- lían trabajar en semana a las afueras, con el fin de poder traer algún que otro billete a la familia, cada fin de semana. Paola había sido desde siempre una hija ejemplar, y nunca dudaba en echarle la mano a sus mayores. Con su corta edad, ya había aprendido a cocinar uno que dos platillos —para el agrado de su mamá quién odiaba estar metida en la cocina— y siempre traía los mejores resultados de su salón, pues era tan estudiosa como lo era de linda. Se pasaba la mayor parte de su tiempo libre con sus numerosos peluches, inventándoles a todos un peculiar apodo y una curiosa historia, siempre repleta de magia y fanta- sía, pues tenía una grandiosa imaginación. Lo único que se le hubiese podido reprochar —y todo el poblado le hubiera dado la razón a esta reflexión— era su espan- tosa voz. Tan espantosa, que cuando se le ocurría canturrear bajo la ducha, el vecindario completo la mandaba a callar —incluso el pequeño Louis, que vivía perdidamente enamorado de ella— . Paola, quien había sufrido una operación de las cuerdas vocales hace un par de años, había adquirido una pavorosa voz que se despreciaba aún más cuando se ponía a cantar. Lastimosamente, era una actividad que le fascinaba realizar y aprovechaba cada momento de soledad que tenía para darle rienda suelta a su crea- tividad musical. El 24 de diciembre, todos los habitantes del pueblo solían re- unirse frente a la iglesia para cantar villancicos, contar leyendas 59

UN MALDITO FLECHAZO urbanas navideñas y tomar chocolate caliente con algún que otro pan dulce. Para aquellos momentos, Paola ya estaba entrenada: tenía que mover los labios sin emitir sonido alguno y aguantarse las ganas de tararear. Aquella Navidad sin embargo había resul- tado muy diferente, pues no les correspondía a los ciudadanos seguir la tradición ancestral, sino a un grupito de niños huérfa- nos que habían recibido una invitación especial del alcalde y ha- bían hecho un largo viaje para venir a lograr su misión. La idea era darse a conocer por aquellas familias que no podían procrear y organizar una recaudación de vestimenta, alimentos y regalos de todo tipo que serviría de donativos para los niños del orfa- nato. Al bajarse del bus todos los críos, Paola no pudo dejar de mirar a una pequeña morena que llevaba un vestido blanco des- teñido y deteriorado, pero de preciosos bordados. Había alcan- zado a oír a lo lejos su risa, y se había quedado maravillada con el sonido que emitía. La risueña chica tenía cerca de nueve años y había sido, seis días después de su nacimiento, abandonada frente a la puerta del orfanato, con una carta muy conmovedora, pero —para el descontento de las monjas— sin una moneda, ni siquiera un pan dentro de su cesta. Como no era de sorprenderse, al menos no para Paola, la desconocida conmovió con su voz angelical, aquella noche, a todo el escenario. Escucharla cantar era tan placentero que varios solos le fueron atribuidos y la muy adinerada pareja Danton, al terminar la celebración, se acercó a charlar con la Madre Anna, para solicitar los requisitos de su adopción. Aprovechando ese momento de distracción, Paola se acercó, con timidez a la pequeña diva y se quedó frente a ella, mirándola, sin atreverse a dirigirle la palabra. —Qué bonito cabello tienes —le dijo la morocha con una amplia y franca sonrisa—. ¿Cómo te llamas? —Paola. ¿Y tú? —Yo me llamo Lucía, Lucía la cantarina, así me dicen mis amigos. 60

FILIA STELLAE —¡Te queda estupendo! Yo me enamoré de tu voz, es her- mosa. —Y yo de ti —le confesó sin titubear—. De hecho, me quedé toda la noche esperando a que vinieras a verme. Paola, avergonzada y sin saber qué responder, agachó la ca- beza y se quedó balbuceando un “gracias” casi imperceptible. —¡Pao! Hija mía, llevo un buen rato llamándote, que no escuchas, ¿o qué? Es hora de irnos a casa. —Lo siento mucha mamá, no escuché —pronunció, recu- perando sus sentidos y levantando la cabeza hacia donde estaba el rostro resplandeciente de su admiradora—. Tengo que irme, cuídate, Lucía. —Nos volveremos a ver pronto, lo sé. Al volver a casa, tras ducharse, ponerse el pijama y apagar las luces, Paola agarró entre sus delgados brazos a Noel, su osito de peluche favorito. Lo abrazó muy fuerte, le deseo una feliz Navidad y lo sentó a su lado, para contarle todo lo que le sucedió esa noche. Al terminar de relatarle la perturbadora noticia de aquella declaración de amor, le confesó a su fiel consejero que le gustaría mucho poder tener la voz de Lucía, para cantar sin parar y que nadie se burle de ella o la vuelva a callar. —¿Quisieras que te conceda ese deseo, Paolita? —le pre- guntó Noel. —Pues, no lo sé, recuerda lo que pasó el año pasado cuando te pedí un deseo, las cosas no salieron muy bien… —Todo tiene un precio en esta vida mi niña, incluso la ma- gia. —Y, ¿cuál sería el precio esta vez? —Lucía nunca más podría volver a cantar. —Eso no es muy justo para ella, y ha sido muy mona con- migo hoy. —Ella lleva muchos años gozando de esa voz, incluso me contó un pajarito por ahí que ya se aburrió de siempre tener que cantar a donde sea que la lleven. 61

UN MALDITO FLECHAZO —¡¿De verdad?!— exclamó sorprendida Paola—. Pues, ¡qué tonta! —¿Vas a sacrificar esa oportunidad y dejar que se sigan burlando de ti por alguien que no lo valora? Además, por lo visto, seguro te regalaría lo que fuera. La niña de cabellera rubia se quedó pensando un buen rato antes de aceptar, aún dubitativa, el engañoso trato que le había pro- puesto su compañero de cuarto. Tras abrazar con su meñique la pata del osito, en forma de juramento sagrado, se quedó profun- damente dormida. Aquella madrugada, soñó que se ponía a can- tarle a una minúscula niña muda, de cabellera oscura y ancha sonrisa, la cual cargaba en su espalda unas alas traslúcidas, en forma de libélula. Aquel 25 de diciembre, el pueblo no se despertó con el canto de los gallos, ni con la campana de la iglesia, sino con la melodiosa voz de Paola. A unos cuantos cientos de kilómetros, un orfanato había despertado con una gran pérdida, y la majestuosa familia Danton con la frustración de nunca poderse llamar papá y mamá. «Ángel, hada y princesa la hizo Dios» como nos dijo algún día Víctor Hugo, incluso si la muerte había resultado ser el precio de aquel milagro navideño. 62

UNA NAVIDAD IMPOSIBLE —Hmmm, no está mal —pronunció Matías—, aunque me hubiera gustado que Paola muriera y no la otra niña; no sé, hu- biera sido una justicia poética. Pero vamos, ¿no tienes algo me- nos sentimental? — Bueno, puedo contarles otra historia si gustan, pero no me hago cargo de lo que pueda pasar. —¿A qué te refieres? —le preguntó con curiosidad, Danny. —Lo que les voy a contar está basado en hechos reales, y sucedió hace treinta años, según lo que rumorean aquí en el pue- blo. —Te escuchamos —dictó Hasen. 63

MONSIEUR FONTAINE Las grandes bolsas blancas de plástico yacían, amontonadas, en el piso del pasillo principal, esperando ser abiertas y luego desechadas. La niña daba pequeños y lentos pasos contorneando aquellas bolsas y cajas, y contemplaba a su vez cada elemento que formaba parte del universo mágico del hogar de Monsieur Fontaine y en el cual se encontraba ahora inmersa. De haber sa- bido antes que el hombre de 73 años seguía concediéndole esa singular importancia a la navidad, esforzándose en ofrecer a sus visitantes, cada año, un increíble espectáculo visual, Alicia no se hubiera pensado tanto el pasarla en su casa. Hacía seis años ya que había fallecido la esposa del anciano y quince años que se había marchado su hija menor del hogar familiar para conti- nuar sus estudios de actuación, lejos de un pueblo que no podía ofrecerles mucho a esos ambiciosos artistas que soñaban con volverse dueños de un reconocido apodo. Monsieur Fontaine, quién había sido un hombre aventurero y excéntrico en una juventud que hoy no parecía más que un sueño, se había acostumbrado con el paso de los años y la suma de las ausencias a una rutina navideña, la cual consistía en ador- nar su sala y la fachada exterior de su casa desde los primeros días de diciembre para luego poder dedicarse plenamente a la cocina el día de Nochebuena. Sus hijos y nietos solían aparecer a la hora de la merienda de los más pequeños, y para ese enton- ces el viejo hombre tenía usualmente todo listo. En aquella tarde del 2021, el señor compartió sus últimos soli- tarios momentos del año con una compañía totalmente inespe- rada. Alicia se había quedado observando durante horas, con un aire maravillado en su gélido y pálido rostro, la decena de 64

FILIA STELLAE figuras que componían la casita del nacimiento y reposaban so- bre el aparador del salón de Monsieur Fontaine cuando el tono de llamada del móvil de este último la hizo resurgir de su sueño donde se imaginaba ser parte de aquella repetitiva escena de na- cimiento. La chiquilla escuchaba con atención la conversa- ción… 65

UNA NAVIDAD IMPOSIBLE Un par de golpes a la puerta de la entrada cortaron su inspira- ción. Se trataba del casero, quien finalmente había leído nuestro mensaje. De inmediato, le abrieron y se dirigió a resolver el pro- blema. Debió ser algo muy absurdo, pues no tardó más de diez minutos en hacerlo. Una vez que se marchó, continuaron con los preparativos de la cena, y de aquel cuento solo nos quedó la curiosidad de saber qué pasaría después. Por fortuna, Matías tuvo el detalle de do- cumentar todo lo que ocurrió esa noche para que luego, alguien como yo pudiera transcribirlo y compartirlo contigo, lector. ¿Que quién soy yo? ¡Es demasiado tarde para preguntar algo semejante! Soy un efluvio. Soy como el viento que bordea la superficie de todo lo que te rodea, pero sin llegar completa- mente a poseerlo. Un ser inexplicable que no se puede ver si no es a través del efecto producido en otros, y, sin embargo, me puedes sentir. Puedes sentir como poco a poco entro en contacto contigo, y, produciendo un leve escalofrío, me apodero de ti. Pero si la duda te mantiene inquieto, simplemente digamos que, Yo soy el espíritu navideño. ¡Felices fiestas! 66

ÍNDICE UNA NAVIDAD IMPOSIBLE Y DE NUEVA CUENTA, ES NAVIDAD............................... 5 PREÁMBULO: UNA NAVIDAD IMPOSIBLE ..................... 9 UNA VÍSPERA DE NAVIDAD ............................................ 18 PRONTO SERÁ NAVIDAD.................................................. 22 KRAMPUS ............................................................................. 26 UNA GUITARRA PARA NAVIDAD................................... 31 ¿FELIZ NAVIDAD? .............................................................. 36 UN MALDITO FLECHAZO ................................................. 59 MONSIEUR FONTAINE ...................................................... 64 67

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SOBRE LOS AUTORES Danny Prowls (México, 1994). Cursó la carrera de técnico en enfer- mería en el Centro de Estudios Científicos y Tecnológicos “Miguel Othón de Mendizábal” del Instituto Politécnico Nacional (IPN). Ac- tualmente cursa estudios en la Escuela Superior de Medicina (IPN). Fue miembro estudiante de la Sociedad Mexicana de Anatomía du- rante 2016. Interesándose en la filosofía y la teología, ha tratado de compaginar su vida profesional con las inquietudes que la formación de su pensamiento le exigen, buscando aportar ideas que contribu- yan a mejorar el área de la salud, especialmente, la relación médico- paciente. Ganó el Premio de ensayo de Innovación Educativa (2020) con su ensayo Hacia una ciencia de la felicidad, y publicó su primera obra Si yo muriera esta noche (2020). Filia Stellae (Francia, ). Hasen Rahui (Venezuela, ). Matías Rouss (El Salvador, ) 69

OTRAS OBRAS DE LA “COLECCIÓN DE AUTORES IMPOSIBLES” La Sociedad de los Imposibles (Daniele de Vitoria, 2019). “Cuando se tiene una idea rondando la cabeza, uno no puede desempeñarse efi- cientemente en el día a día hasta que no se toman cartas en el asunto. Tal vez sea posible despertar, mirarse en el espejo y sentir ese punto que marca la diferencia entre hacer de este día uno más o uno menos, pero cuando la idea nos acecha, los días pueden trans- currir indefinidamente, y si no se hace algo al respecto, así se nos irá la vida entera. Puede llegar a creerse en algunos momentos que por fin se ha vencido a la idea, o bien, que se ha logrado negociar con ella de tal modo que ambos queden satisfechos, pero nada más lejos de la verdad. La idea permanece ahí, latente, exigiendo aquí y ahora realidad. No es extraño ver hombres con un increíble talento para desarrollar las más increíbles ideas, pero que, por más capacidad que la Providencia les haya dado, también tuvo el divertidísimo detalle de no otorgarles la capacidad de llevarlas a término. Por otra parte, tam- poco es raro ver hombres con toda la disposición, pero incapaces de rondar a la idea, por mucho empeño que pongan en ello. Si yo muriera esta noche (Danny Prowls, 2020). “Esta es la noche más oscura de todas, la noche de la angustia, aquella que jamás pareciera amanecer, donde la pregunta se vuelve un latente temor, pues se sabe que en cualquier momento puede ser contestada y quizá no sea la respuesta esperada. «Si yo muriera esta noche»... ¿Qué pasaría si yo muriera esta noche? Bien, en tanto se resuelve la cuestión, trataré de considerar semejante posibilidad haciendo una especie de reco- rrido por los pensamientos que me rodean en esta circunstancia. Fi- nalmente, he de advertir que por momentos todo parecerá la conse- cuencia de mi estado, un delirio febril, así pues, todo lo que se diga debe leerse teniendo en mente que ha sido producto de la fiebre que padece un hombre a quien la muerte hoy ha venido a visitar: habrá momentos de lucidez, habrá momentos de locura y desvarío”. 70

FILIA STELLAE Las huellas de los sin nombre (John Deacon, 2017). “El silencio de los desafortunados es la virtud de aquellos que perdieron el miedo de dirigirse a sus semejantes. Soy John, el joven que finge ser escritor, el joven que fuma, que bebe y escribe a su antojo. Aquel que se volvió un manojo de obscenidades para no aburrirse del día a día”. Ella: a través de mis ojos (Matías Rouss, 2019). “Una novela que ma- tiza con otro tono a la muerte, al amor cómo tragedia y que el final; a veces, es la primera hoja de otra historia”. Destellos de locura (Matías Rouss, 2018). “A veces, nos perdemos en los prejuicios de las desviaciones mentales, buscando tratar de cata- logar «lo real», en lo comprensible y lo palpable.\"Destellos de lo- cura\", es una recopilación de cuentos escritos desde otra perspec- tiva, con la ambición de conseguir \"el equilibrio\", de lo desequili- brado; consta de 30 historias, que van entre el drama, la ficción, el amor, (incluso prosa poética) y algún que otro toque de suspenso; buscando darle otro punto de vista a temas controversiales, tratando de entrar en la mente y el sentir de aquel «o aquello», que transita por esa circunstancia”. 71


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