El problema del Bien
La aparición de la filosofía en Grecia, posibilitada por una mezcla de culturas y el desarrollo previo de múltiples técnicas y ciencias, como la matemática y la geometría, supuso el inicio de una senda de pensamiento que buscaba dar respuestas a preguntas en su máximo grado de abstracción sobre la naturaleza del bien, el conocimiento o la realidad. En este curso nos ocuparemos de la ética que tiene como objeto de reflexión al Bien. Cada ciencia y cada técnica, como la medicina, la zapatería o el periodismo, tienen su propio campo de acción y un bien restringido. Así, el médico busca el bien del cuerpo; el zapatero, hacer un zapato bueno, lo más útil y bello posible, y el periodista la verdad pública para mantener informada a la población. Pero poco o nada le interesará al zapatero el bien del médico, salvo que tangencialmente se crucen sus campos. Por ejemplo, cuando un zapato cause daño físico a quien lo usa. Otras veces los bienes no están separados, sino que entran en conflicto entre ellos. Por ejemplo; cuando algo repercute positivamente en el empero resulta negativo para la empresa hablamos de un conflicto de intereses. O cuando el bien del ciudadano se opone al del Estado, véase el caso del padre de familia que para alimentar a sus hijos viola las normas robando en una tienda. O el del creyente que se salta una máxima de su credo por no perjudicar económicamente al amigo. O quien sabe que fumar le hace mal en el largo plazo, pero es un gozo y un bien en el corto plazo. Allí donde miremos siempre hay bienes y a estos les suelen seguir conflictos. ¿Qué hacer en tales casos? ¿Existe un bien superior que englobe, ordene y jerarquice todos? ¿Estamos condenados a vivir en una guerra de bienes constante? Los primeros pensadores griegos intuyeron que debía haber un orden superior susceptible de ser desvelado, algo más armonioso que el mundo de los hombres y que podría regir nuestro actuar.
Heráclito planteaba la existencia de una ley universal (logos) según la cual es y sucede cada cosa, pero la mayoría de los hombres dice, no la comprenden, ni siquiera cuando se la enseñas. Son muy pocos los que viven despiertos. La mayoría rechaza la búsqueda de la verdad y lo universal, y el cultivo de la auténtica virtud (areté) que es la razón, como dicen: “Los cerdos se divierten más en el barro que en agua limpia”. El camino del Bien será cuestión de hábito, pensamiento y perfeccionamiento de uno mismo. En una línea muy semejante irán los pitagóricos y otros autores presocráticos. Pero no es hasta Sócrates que encontramos una ética explícita, una reflexión sistemática sobre el Bien1 . Se percata que para realizar esta tarea debe dar antes unas reglas mínimas sobre cómo abordar la definición de conceptos tan abstractos. Con ello inicia la lógica, la búsqueda de definiciones universales. La tónica general de las éticas antiguas2 , la de Sócrates, Platón, Aristóteles, los estoicos, etc., es que el Bien nace de dentro hacia afuera. No puede haber una sociedad buena y justa si los individuos son malvados, ruines o egoístas. No estamos condenados a un mundo de lucha constante si somos capaces de mejorar como personas. El humanismo griego es, precisamente, el intento de mejorar al género humano mediante el cultivo de las virtudes, la búsqueda de la verdad y la belleza. El famoso intelectualismo moral de Sócrates nos dice que “quien conoce el bien hace el bien”, esto es, que el mal es ignorancia, que 1 Esta búsqueda no es gratuita, Sócrates piensa en el contexto relativista de la sofística. 2 Las éticas modernas, sobre todo a partir de Kant, son de corte formal. El bien es entendido como una regla o máxima que se debe seguir por verdadera y evidente, aunque no repercuta en la felicidad y el bienestar del que lo hace. tr
quien miente, roba o engaña lo hace porque no conoce otra forma mejor de actuar. El mal médico y el mal administrador hacen mal su trabajo porque no han tenido la suerte de cultivar la virtud, han carecido de buenos modelos, curiosidad, formación o una educación óptima. Igual sucede con la persona en general. Las principales virtudes que interesan a Sócrates son el coraje (andreia), la piedad (eusebeia, hosion), la sabiduría (sophia), la templanza o cordura (sophrosyne) y la justicia (dikaiosune). Pero esto ¿para qué sirven? En nuestros días, donde muchos no ven otra forma de medrar en la sociedad que, huyendo de estas virtudes, puede parecer extraño, casi una locura, que alguien se imponga el cultivo de unos ideales como estos. Para Sócrates es la única forma de ser feliz, el objetivo último de la vida. Aparece aquí una palabra central en las éticas antiguas, la eudaimonía, la felicidad. El Bien, social, comercial, familiar y el reto de órdenes de la vida, tiene que ver con el individuo que ha desarrollado sus capacidades y le ha sacado provecho a su vida. La felicidad no es tanto tener o estar -que es la visión de la felicidad hoy predominante- como hacer, hacerse a uno mismo conforme a una idea más elevada en los múltiples órdenes de la vida. A diferencia de nuestro tiempo, donde uno es ciudadano y persona por el solo hecho de nacer, los griegos tenían una noción de la persona como un ser en desarrollo, que podía progresar a una forma superior o involucionar a una forma animalizada o vegetal, inferior, por tanto. De hecho, la educación griega (Paidéia) se encargaba de esto, de crear ciudadanos y todo el proceso puede resumirse en tres frases célebres: a) Llega a ser el que eres, del poeta Píndaro. b) Conócete a ti mismo, frase que coronaba el frontispicio del templo del Oráculo de Delfos. c) Nada en exceso, todo con medida, del gobernante ateniense Solón. Así, a partir de Sócrates, la felicidad se marca como el máximo bien de la persona y el punto de llegada de la ética, pero aún quedan muchas dudas sobre qué es eso del bien. ¿Cómo se conoce el Bien? ¿Es un proceso práctico o intelectual, social o individual? ¿Son todas las virtudes igual de importantes? ¿Hay una virtud que reúna a todas?
Platón (como su maestro) es eudemonista, en el sentido de que está enfocado al logro del supremo bien del hombre, la posesión de lafelicidad verdadera. El bien supremo del hombre se puede decir que es el desarrollo auténtico de su personalidad como ser racional y moral, el recto cultivo de su alma, el bienestar general y armonioso de su vida. Cuando el alma de un hombre se halla en el -estado en que debe hallarse, entonces ese hombre es feliz. +- Sócrates nos había dicho que “quien conoce el bien hace el bien” lo que lleva a Platón a preguntarse ¿cómo conozco yo el bien? La respuesta no es fácil, nos exige que desplacemos el debate a la ontología y la teoría del conocimiento. La conocida como Teoría de las Ideas o de las Formas es original de Platón y dice: vemos que hay cosas más o menos buenas, más o menos bellas, más o menos justas, algunas incluso son contradictorias al serbuenas en un sentido y malas en otro. Tomando como modelo la matemática que desde los pitagóricos supuso una revolución en el mundo antiguo, plantea que por los sentidos siempre vemos una línea, un triángulo o una circunferencia imperfecta, pero a través de demostraciones racionales podemos deducir la forma perfecta de esas figuras (vg. un triángulo tiene 180 grados, hay tres tipos de ellos, etc.). No hay líneas rectas en el mundo sensible, como no hay nada plenamente bueno, luego, ¿no habrá una Idea pura de Bien en la que se reflejen todas las cosas que tengan algo de bueno como hay una idea pura de triángulo?
Esto es lo que hay detrás de la Teoría de las Ideas de Platón. El mundo de los sentidos es cambiante, mutable, pero a pesar de ello calificamos las cosas como justas, buenas o bellas. Luego, algo de esto tiene que haber en las cosas (participan de estas Ideas, dice Platón) y algún conocimiento habremos tenido de estas Ideas cuando sabemos reconocerlas (saber es recordar, a través de un mito nos dice que las conocimos en otra vida). El alma es como los ojos: cuando se posa sobre lo que la verdad y el ser iluminan, el alma percibe y comprende, e irradia inteligencia; pero cuando se vuelve hacia el crepúsculo del devenir y del perecer, entonces sólo posee opinión, y anda guiñando, y tiene tan pronto una opinión como otra, y no parece tener inteligencia. Lo que imparte verdad a lo conocido, y el poder del conocer al que conoce es lo que quisiera que llamarais la idea del bien y lo estimaseis como causa de la ciencia. (----) Esto nos lleva a la famosa Alegoría de la Caverna que no podemos explicar aquí. Pero recuérdese que en esta se nos dice que el conocimiento de las Ideas, en este caso del Bien, es una cuestión de abstracción, de ir pasando de las cosas concretas, el bien de esto o aquello, hasta formarnos una idea abstracta, general del Bien, aquella que recoge lo que en común tienen todos los bienes. Aristóteles reconoce “ser amigo de Platón, pero más amigo de la verdad”, lo que le lleva a contradecir al maestro. Las Ideas no son, dice, cosas que están en otro mundo y de las que participan en mayor o menor grado las cosas de este mundo3 . Más bien nos formamos mediante un proceso de abstracción la idea de comida, perro o bien. Es a partir de los sentidos, y no contra estos, que conocemos la esencia de las cosas. “Todo arte y toda investigación e, igualmente, toda acción y libre elección parece tender a algún bien”, frase con la que da inicio la Ética a Nicómaco y que está en perfecta concordancia con Sócrates y Platón. Aristóteles niega que el Bien sea una idea unívoca, una cosa a la que acercarse mediante un proceso de abstracción intelectual. En contra dirá que hay un bien del 3 Véase el argumento del tercer hombre. Si un hombre es hombre porque se parece al ideal hombre, debe haber uno, aún más ideal, al cual se parecen tanto los hombres corrientes como los ideales. Sócrates es hombre y animal a la vez.
carpintero, del médico, del zapatero y cada uno tiene su forma de lograrlo. Concibe la ética como un campo distinto de las ciencias teóricas, entre ellas la matemática que había sido tomada como modelo por Platón. Siguiendo a Sócrates y Platón, considera que las virtudes son fundamentales para una vida buena. Como Platón, considera las virtudes éticas (justicia, coraje, templanza, etc.) como habilidades racionales, emocionales y sociales complejas. Pero rechaza la idea de este de que la virtud se debe adquirir mediante una formación teórica en ciencias, matemáticas y filosofía, una comprensión abstracta acerca de lo que es el Bien. Lo que necesitamos para vivir bien, entonces, es un conocimiento adecuado del papel que los bienes como la amistad, el placer, la virtud, el honor y la riqueza juegan en el todo de nuestra vida. Saber qué peso deben tener, cómo regular su búsqueda, deseo o ausencia. Para aplicar esto debemos adquirir mediante la educación, buenos hábitos y consejos, la forma de bajarlo a los casos particulares de nuestro día a día. Por tanto, la sabiduría práctica, tal como la concibe Aristóteles, no puede adquirirse únicamente mediante el aprendizaje de reglas generales. En este bloque nos centraremos en la teoría aristotélica del Bien contando con los desarrollos posteriores que ha tenido a manos de autores como Tomás de Aquino, Suárez o Kant. a) Todo tiende al bien Sócrates nos había dicho que todos buscamos el bien, aunque no todos lo alcanzan en la misma medida. Hasta quien obra mal cree que está haciendo un bien4 . Pero ¿dónde buscamos el bien? Acaso, como se suele creer hoy, ¿cabe perseguir solo el bien individual? Podemos cifrar nuestra búsqueda del bien en tres campos. I) El bien individual: que tiene como fin el perfeccionamiento constante de nuestras facultades, la eliminación de los vicios y su transformación en virtudes. 4 Esto contrasta con la idea hoy, predominante del mal. La persona más malvada que podemos imaginar es aquella que tiene conciencia de los códigos morales, sabe lo que está bien y lo que está mal, suele tener una inteligencia muy afilada y, aun así, hace el mal de forma intencionada. Es el psicópata el que hoy encarna el mal absoluto pues no solo conoce el bien, sino que hace el mal y disfruta con ello. Casi todos los malos de las ficciones actuales cumplen este perfil. Véase Hannibal Lecter..
II) El bien intersubjetivo: esto es, el que tiene que ver con los otros. En nuestras relaciones privadas nos juntamos con los demás por la utilidad que nos reportan (relaciones comerciales) o por el amor y la amistad. En estas relaciones siempre hay algún tipo de bien que es imprescindible. III) El bien público o bien común: es por excelencia el perseguido por la política. Para los griegos no podía haber un bien comercial, amistades fuertes o individuos virtuosos si el todo social no lo permitía. Por eso los filósofos antiguos pensaban la relación de estos tres niveles a través de metáforas orgánicas (la sociedad es como un cuerpo) o técnicas (la sociedad es como un barco) que marcaban la interrelación de estos tres bienes. Ahora bien, desde la parte gnoseológica -la que tiene que ver con los campos del conocimiento- las personas tenemos tres tipos de saberes principales que buscan distintos bienes. Los saberes teóricos (contemplativos) como las matemáticas, la física o la biología, lo que hoy llamaríamos las ciencias, constituían para los griegos el saber más elevado posible. Se trata de desvelar las leyes de la realidad, la composición de las cosas, algo que para ellos era totalmente inútil y, precisamente por ello, cercano a los dioses. Los dioses no se ocupan de nada más que de gozar en la contemplación de la realidad. En este caso Bien es sinónimo de Verdad. Por aquí irá, luego, la propuesta final de vida buena de Aristóteles. Este bien es tanto individual como social. Él nos propone una comunidad donde el mayor número de personas puedan gozar del saber, llevar un estilo de vida direccionado a este. Los saberes productivos (poiético) son los destinados a producir o fabricar y se corresponden con las labores de los artesanos y con las técnicas. Es un tipo de saber que conduce a la creación de una obra. Los saberes prácticos están dirigidos a la guía de la acción humana. A diferencia del saber productivo, no crea ningún objeto, sino que la acción es su propio fin: actuar bien o mal individualmente (ética) o colectivamente (política).
De esta ciencia práctica, la ética no es más que una parte y, en consecuencia, Aristóteles no habla nunca de \"ética\" como una ciencia independiente, sino solamente del \"estudio del carácter\" o de \"nuestras discusiones sobre el carácter\" El tono general de la ética se halla en la primera frase de la Ética a Nicómaco: \"Todo arte y toda investigación científica, toda acción y toda elección deliberada parecen apuntar a algún bien; de allí que el bien haya sido justamente definido: aquello a que tienden todas las cosas.\" (Aristóteles, ----, p.--) Toda acción apunta a alguna otra cosa que sí misma, y de su tendencia a producir esta cosa deriva su valor. b) Teleología Lo que hay de fondo, como sustrato metafísico de esta visión ética, lo encontramos en la idea teleológica5 que Aristóteles tiene de la realidad. Del griego τέλος, fin, y λογία, discurso o razón, la filosofía aristotélica plantea que todas las cosas están ordenadas hacia un fin. Dice \"La naturaleza, no hace nada en vano, nada superfluo.\" \"La naturaleza se comporta como si previese el futuro.\" En suma, la realidad es una totalidad donde cada parte hace su papel, busca cumplir su fin, conforme a las leyes internas que rigen sus cambios. Las plantas y animales buscan algo, sol y nutrientes unas, comida otros, aún sin ser conscientes de su papel en el Todo de la realidad. Considerad cómo el médico o el arquitecto encaran su obra. Comienza por formarse una idea bien definida (…) del fin que persigue (…) y esta idea es la razón y la explicación de cada paso que da en seguida (…). Ahora bien, en las obras de la naturaleza lo bueno y la causa final dominan aún más que en las obras del arte en cuanto tales.6 Las cosas inanimadas, este teléfono, esa silla carecen de la más mínima autonomía -que para Aristóteles y Tomás de Aquino es igual que carecer de vida-, y no pueden, por tanto, darse sus fines, sino que le vienen impuestos por otros seres. 5 La ciencia moderna, sobre todo a partir de Descartes, ha pretendido estudiar la naturaleza prescindiendo de la teleología, las causas finales. Hoy el sentido común mayoritario es mecanicista, las cosas se mueven por una especie de leyes eternas de la física, la química, la biología, etc., sin suponer que esto deba conducir a algún fin. 6Cf. la defensa del estudio de los animales 57 639 b16-21
Las plantas se mueven por sí mismas (crecen, se reproducen, evitan obstáculos) pero el fin no se lo dan ellas mismas, este está fijado por la naturaleza, siguen el plan de su especie que no pueden negar ni modificar. En los animales su fin está fijado por naturaleza (por el instinto), no lo conoce ni lo juzga. Pero al tener un mayor número de sentidos (vista, oído, tacto, etc.) y una mayor perfección de estos, poseen más autonomía. Cuanto más perfectos son con mayor soltura se mueven. En cambio, la persona se mueve por unos fines fijados por ella y, de hecho, es capaz de negar sus instintos (no comer, no beber o negar el apetito sexual), direccionar el entendimiento (investigar esto o aquello) así como la voluntad (juzgar y preferir una cosa frente a otra). En términos clásicos se dice que la persona posee espíritu y gracias a este una amplia autonomía para hacer, conocer y desear. Pero, añade Tomás de Aquino, aunque la persona puede darse sus fines, su autonomía no es perfecta. Siempre estará buscando algo que no ha elegido y que no puede rechazar: la felicidad. Igualmente está sometida a una forma de pensamiento discursivo, la racionalidad, y a los principios de la lógica. Dios será la autonomía perfecta. No carece de nada y no busca nada porque está en posesión de todo. En el mundo cristiano, con Tomás de Aquino como seguidor de Aristóteles, Dios pasa a ocupar el fin último al que tiende todas las criaturas. Los ángeles solo tuvieron que elegir al principio de los tiempos. En el inicio, los que quisieron se volvieron hacia Dios en un acto único que les otorgó de inmediato la felicidad eterna. Las personas elegimos constantemente por efecto del libre albedrío y la búsqueda del Bien cuyo culmen es la salvación. El hombre no conoce a Dios de forma inmediata, como los ángeles, ni está ordenado a un fin de forma ciega, por instinto, como las plantas y animales. Dotado de libre albedrío, es decir, voluntad e inteligencia, debe decidir sobre sus fines en cada acto.
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