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Un amor lluvioso

Published by carloshmacchiaroli, 2020-04-06 11:10:23

Description: Un amor lluvioso

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la comandancia superior regional de vuestro accionar, como así tam- bién informar en las altas esferas gubernamentales donde tengo no solo influencias, sino prestigio y honra. Ambos policías se miraron y permanecieron tiesos y mudos. Tal cual me los imaginaba, eran bravucones, violentos pero incultos, ig- norantes. Verdaderos trogloditas. -Vea –habló Ramírez pero ya con otro tono de voz distinto, dejando de ser el cascarudo de antes- Hay una testigo que dice que la vio en su casa. -No sé quién será esa testigo y sí será creíble su testimonio, pero usted sabe que soy un hombre intachable, un hombre de bien y que en diez años en esta comunidad nadie puede señalar nada de mí. -¡La testigo es su esposa! –señaló Ramírez como si yo no lo supie- ra. Ambos se quedaron viéndome para ver qué efecto me hacía, no tu- ve otra alternativa que contra atacar para defenderme: -¡Vaya, vaya, vaya! Miren ustedes de quien me vienen hablar. Nada menos que de una mujer que abandonó a su esposo, su hogar para irse con otro sujeto y lejos de este pueblo y que ahora regresa intentando recuperar su lugar. –manifesté y eché a reír, falsamente desde luego para después rematar: -Señores, ella es una mujer despechada porque ahora no le doy cabida en mi casa ¡Quien se fue de Sevilla perdió su silla! Por eso habla y dice cosas contra mi persona para recuperar su posición. Nuevamente no supieron que decir. -¡Caballeros, tengan ustedes muy buenas tardes! –di por cerrado el tratamiento y me alejé temiendo que saltaran sobre mis espaldas, pero no lo hicieron. 51

Epilogo Esa noche cenamos un poco más tranquilos, sin sobresaltos. Conté el episodio con los uniformados pero por arribita nomás, como comúnmente se dice. -¿Y qué impresión te dieron? –inquirió Nelly. -Se quedaron tranquilos. No pasará nada. -manifesté con total soltura como si realmente no pasará nada, pero en el fondo de mi al- ma... No habrá pasado más allá de un cuarto de reloj que unos fuertes golpes casi nos tira la puerta abajo. Con Nelly nos miramos asombra- dos primero, y temerosos después. Ella fue a ocultarse al dormitorio. Yo tomé el arma y al hacerlo sentí que no solamente me protegía, sino que me daba hasta cierto coraje que nunca antes experimente. -¿Quién es? –pregunté con la voz dura, grave. -¡Abra, la policía! – exclamaron del otro lado de la puerta y esta vez sí, reconocía la voz pringosa de Ramírez. -¡Abre, hijo puta! –Ramírez no venía solo. -¡No veo motivos ni razones para abrir! –repliqué y aguardé el contragolpe. -¡Es mi casa! –chilló Laura. -¡Soy la policía! – vociferaron Ramírez y Laura al unísono. 52

-¡Es mi casa, granuja, aun no la perdí! -Vaya y dígaselo al juez. –le contesté a ella. -¡No necesito ninguna orden! –habló el policía. -¡Abra le exijo! -¿Para qué quiere entrar a mi casa? -¡Busco a mi mujer! -Búsquela en otro lado, señor. -¡Usted la tiene bajo secuestro! ¡Abra, no complique más su si- tuación! –señaló Ramírez y me dejo pensando hasta que respondí: -¡Ella está por propia voluntad! ¡Usted la quiere matar! -¡Eso es mentira! ¡Déjeme entrar y hablemos como gente civili- zada! –tan justo este policía me habla de gente civilizada. -¡Espere un momento! –pedí y me puse a evaluar la realidad de lo que acontecía en esos instantes. Creí que había llegado el momento de ponerle coto a este complicado asunto de una vez por todas, de lo contrario continuaría hasta el infini- to y de este modo se hace difícil vivir en paz. -Tendré que dejar que entren. –la dije a Nelly que todo el tiem- po se mantuvo asomada a la puerta del dormitorio expectante y segu- ramente con los nervios de punta, pero no dijo nada. Consintió con la mirada. Abrí la puerta y entraron dos policías y detrás de ellos Laura. Ramírez echó un vistazo por toda la casa inspeccionándola pero no le permití ir más allá del recibidor. -¿Dónde está? -habló casi entre dientes apretados -¿Para qué la quiere? -Necesito hablar con ella. Que venga y me diga en la cara lo que tenga que decirme. –manifestó Ramírez mientras que sus acompa- ñantes parecían mantenerse al margen pero atentos, sobretodo el se- gundo policía que no era más que un novato no sé por qué pero daba la sensación de estar entre una espada y la pared. 53

¿Después se irá como vino? –pregunté sabiendo de antemano lo que vendría. -Ya lo veremos. -Entonces no hay trato. –puntualicé firmemente. -No vengo hacer ningún trato ¡Vengo por esa mal parida! –dijo Ramírez que a cada segundo aumentaba de revoluciones. -¡Cuide su lengua, esta es mi casa! –advertí drásticamente. -¡Y este es mi revólver! –lo desenfundo al mismo tiempo que lo decía y decidi- do, me apuntó a la cara. Comprendí que no era mo- mento de achicarse. -¿Acaso quiere cometer un asesinado ante testigos? –solté muy suelto de cuerpo pero por dentro se me anudaban los nervios. El policía que estaba muy tenso se quedó por unos ins- tantes obnubilado sin saber pa- ra dónde ir. -Guarde el arma, señor. – habló el novato y lo hizo con mesurado respeto y temor. ¡Y este es mi revólver! Desde luego Ramírez no obe- deció ni lo miró. Proseguía ob- nubilado pero enseguida me di cuenta que estaba sopesando el escena- rio y por un chispazo del cielo que me vino como un rayo, juzgué que Laura, que estaba a un costado de Ramírez, corría serio peligro y 54

quise actuar pero él fue mucho más rápido. La tomó de un brazo y le puso el arma en la cabeza y amenazó: -¡Trae a mi mujer o ésta muere! Los brillosos ojos negros de Laura se llenaron de pánico y mirándo- me suplicaba que la ayudase. La misma mujer que horas antes confron- taba agresivamente conmigo cual si fuese una tigresa, veíase una gatita asustada y perdida. -¡Ramírez…! –intervino el novato. -¡No te metas en es- to, chico! –lo cortó su superior y el chico ca- lló. -¡Espere! Esa mujer no tiene nada que ver con nuestra situación. – decía en el momento que aparece Nelly y se expone: -¡Aquí estoy, déjala! Ramírez soltó a su rehén y llevó la mira de su revolver hacia la frente lisa y ancha de Nelly. En sus ojos ma- liciosos, vi brillar la lo- cura y el odio. Supe de inmediato que la iba a matar y entonces sin ¡Aquí estoy, déjala! ningún otro pensamien- to le disparé un tiro con 55

su misma arma que extraje de entre mis ropas. La bala le entró por el medio del pecho y el tipo me miró desorbitado como diciendo qué le hice. Intentó apuntarme y tirar con su revólver, pero ya no le quedaba tiempo. Sus bisagras se doblaron y cayó al suelo, de rodillas primero y tendido para siempre después. En la justicia declaramos todos y por separados. Todos dijimos exactamente lo ocurrido del mismo modo, incluido el policía novato. Quedamos libres por legítima defensa pero yo no podía alejarme del pueblo. -Me voy a Buenos Aires –dijo Laura- La casa es tuya. -La venderé y obtendrás tu parte. –manifesté afectuosamente y ella besó mi mejilla y subió al tren. -¿Nos veremos en Córdoba? –una vez más quiso saber Nelly con sus ojos claros humedecidos. -Por supuesto que sí. Muy pronto. –nos besamos como sellando una promesa y también subió al tren. Me quedé en el andén de la estación viendo cómo se alejaba el tren llevando a bordo a las dos mujeres que anidaron en mi corazón. Nelly aún sigue allí. Seis meses más tarde, subí al mismo tren, en el mismo horario y con el mismo destino, el de Nelly. 56



Diseño gráfico Diagramación Compaginación Drugot [email protected] 2020


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