Bastaron 8 segundos para caer perdidamente enamorado. La vi desde el tercer balcón; su actuación fue tan impecable como la sutileza de su belleza. Su cabello brillaba como su talento para mentir; sabía que lo que veía era mentira, pero ella lo hacía verdadero. Sus labios pronunciaban el color del amor y yo los vi por 8 segundos. Su vestido revelaba la delicadeza de sus movimientos, la pasión con la que realizaba sus sueños. Bastaron 8 segundos con sus dedos entrelazadas con los míos para saber que sería para siempre, bajo el sagrado matrimonio. Aunque era de día, algunas luces sobre nosotros se encendieron; Dios fue el testigo de nuestro amor, junto con otro ser que llegué a amar más que a Él. Juré lealtad, fidelidad y mi vida a aquella mujer que hice mía. Bastaron 8 segundos para saber que no sería para siempre, ahora lo sempiterno es la desgracia. Cometí el error de amar más de una vez más que a Dios; aunque, quizás, mi verdadero pecado fue amarlo poco a Él. Fui feliz y esa es la peor condena, una condena descolorida; mi vida fue tan solo un boceto del pecado mortal.
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