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JULIO CORTÁZAR - Vida y Obras

Published by Lidia Susana Puterman, 2021-05-02 16:26:49

Description: JULIO CORTÁZAR - Vida y Obras
Sus más bellos poemas y los cuentos más destacados

Keywords: poemas,cuentos,amor,vida,locura,muerte

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Julio Florencio Cortázar (Ixelles, 26 de agosto de 1914-París, 12 de febrero de 1984) Fue un escritor y traductor argentino; este último oficio lo desempeñó para la Unesco y varias editoriales.2 Sin renunciar a su nacionalidad argentina, optó por la francesa en 1981, en protesta contra la dictadura militar en su país,345 que lo persiguió y prohibió y que él denunció a la prensa internacional desde su residencia en París.6 Considerado uno de los autores más innovadores y originales de su tiempo, fue maestro del cuento, la prosa poética y la narración breve en general. Fue también creador de importantes novelas, las cuales inauguraron una nueva forma de hacer literatura en el mundo hispano, pues rompieron los moldes clásicos mediante narraciones que escapan de la linealidad temporal. Debido a los contenidos de su obra, que transitan en la frontera entre lo real y lo fantástico, Cortázar suele ser relacionado con el realismo mágico e incluso con el surrealismo.7 Además, es catalogado como uno de los exponentes centrales del boom latinoamericano, junto a otros escritores de renombre, entre ellos, los premio Nobel de literatura: Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, y Carlos Fuentes, ganador del Premio Cervantes.8 Vivió hasta los cuatro años en Bélgica, Suiza y España. Tiempo después, su familia volvió a Argentina, donde Cortázar residiría hasta 1951, año en el cual se estableció en Francia, país que sirvió a la ambientación de algunas de sus obras y donde vivió el resto de su

vida.910 Visitó por última vez su país el 12 de diciembre de 1983, después de la vuelta a la democracia.11 El 12 de enero de 1984 volvió a París, donde murió exactamente un mes después debido a una leucemia (cáncer de sangre).

POEMAS

A UN GENERAL Región de manos sucias de pinceles sin pelo de niños boca abajo de cepillos de dientes Zona donde la rata se ennoblece y hay banderas innúmeras y cantan himnos y alguien te prende, hijo de puta, una medalla sobre el pecho Y te pudres lo mismo. AFTER SUCH PLEASURES Esta noche, buscando tu boca en otra boca casi creyéndolo, porque así de ciego es este río que me tira en mujer y me sumerge entre sus párpados, qué tristeza es nadar al fin hacia la orilla del sopor sabiendo que el sopor es ese esclavo innoble que acepta las monedas falsas, las circula sonriendo. Olvidada pureza, cómo quisiera rescatar ese dolor de Buenos Aires, esa espera sin pausas ni esperanza.

Solo en mi casa abierta sobre el puerto otra vez empezar a quererte, otra vez encontrarte en el café de la mañana sin que tanta cosa irrenunciable hubiera sucedido. Y no tener que acomodarme de este olvido que sube para nada, para borrar del pizarrón tus muñequitos y no dejarme más que una ventana sin estrellas. AFTERMATH Dime por qué todavía te deseo, por qué tu nombre vuelve como el hacha a la herida en una amarga visitación de la medianoche, a la vera de un campo funerario donde larvas se multiplican húmedas babas, recuento interminable de torpezas, dime desde esa nada donde ahora te atrincheras, dime por qué me basta componer un mecanismo elemental de

sílabas, discar en el cogollo de la niebla las cifras de tu nombre para que solitariamente me agobie la espranza de una menuda migración de dedos por mi pelo, de una fragancia donde habita el musgo. De un silencio más fogoso que todas las vigilias. CANADA DRY Sé que me acordaré de un cielo raso donde las manchas de humedad eran un gato, un número, una mano cortada. Sé que me acordaré del ruido de un water en alguna habitación lejana del hotel, su triste catarata de bolsillo, su inevitable recurrencia. Chacun ses madeleines, chacun ses Albertines. Serás por siempre imán de imágenes, las más turbias y vanas me traerás con el gesto que en la caliente oscuridad del cuarto era encender los cigarrillos del hartazgo, ver asomar nuestros desnudos cuerpos flanco a

flanco, las más pequeñas turbias cosas, una uña lastimada que te dolía tanto, el triste rito de ir a lavarte y regresar, las servidumbres. Tan sólo compartimos los bares y las calles antes de amarnos contra tres espejos: ¿qué más podría darme tu recuerdo? Pero yo sé guardar y usar lo triste y lo barato en el mismo bolsillo donde llevo esa vida que ilustrará las biografías. Ve, pequeño fantasma, el baño está ahí al lado, yo fumaré esperándote, empezaremos otra vez. El cielo raso dibuja un gato, un número, una mano cortada. CEREMONIA RECURRENTE El animal totémico con sus uñas de luz, los ojos que junta la oscuridad debajo de la cama, el ritmo misterioso de tu respiración, la sombra que tu sudor dibuja en el olfato, el día ya inminente. Entonces me enderezo, todavía batido por las aguas del sueño, vuelvo de un continente a medias ciego donde también estabas tú pero eras otra, y cuando te consulto con la boca y los dedos,

recorro el horizonte de tus flancos (dulcemente te enojas, quieres seguir durmiendo, me dices bruto y tonto, te debates riendo, no te dejas tomar pero ya es tarde, un fuego de piel y de azabache, las figuras del sueño) el animal totémico a los pies de la hoguera con sus uñas de luz y sus alas de almizcle. Y después despertamos y es domingo y febrero. CINCO ÚLTIMOS POEMAS PARA CRIS Ahora escribo pájaros. No los veo venir, no los elijo, de golpe están ahí, son esto, una bandada de palabras posándose una a una en los alambres de la página, chirriando, picoteando, lluvia de alas y yo sin pan que darles, solamente dejándolos venir. Tal vez sea eso un árbol o tal vez el amor.

Anoche te soñé sacerdotisa de Sekhmet, la diosa leontocéfala. Ella desnuda en pórfido, tu tersa piel desnuda. ¿Que ofrenda le rendías a la deidad salvaje que miraba a través de tu mirada un horizonte eterno e implacable? La taza de tus manos contenía tu libación secreta, lágrimas o tu sangre menstrual, o tu saliva. en todo caso no era semen y mi sueño sabía que la ofrenda sería rechazada con un lento rugido desdeñoso tal como desde siempre lo habías esperado. Después, quizá, ya no lo sé, las garras en tu seno colmándote. Nunca sabré porqué tu lengua entró en mi boca cuando nos despedimos en tu hotel después de un amistoso recorrer la ciudad y un ajuste preciso de distancias. Creí por un momento que me dabas una cita futura, que abrías una tierra de nadie, un interregno

donde alcanzar tu minucioso musgo. Circundada de amigas me besaste, yo la excepción, el monstruo, y tú la transgresora murmurante. Vaya a saber a quién besabas, de quién te despedías. Fui el vicario feliz de un solo instante, el que a veces encuentra en su saliva un breve gusto a madreselva bajo cielos australes. Quisiera ser Tiresias esta noche y en una lenta espera boca abajo recibirte y gemir bajo tus látigos y tus tibias medusas. Sabiendo que es la hora de la metamorfosis recurrente, y que al bajar el vórtice de espumas te abrirías llorando, dulcemente empalada. Para volver después a tu imperioso reino de falanges, al cerco de piel, tus pulpos húmedos, hasta arrancarnos juntos y alcanzar abrazados las arenas del sueño. Pero no soy Tiresias,

tan sólo el unicornio que busca el agua de tus manos y encuentra entre los belfos un puñado de sal. No te voy a cansar con más poemas. Digamos que te dije nubes, tijeras, barriletes, lápices y acaso alguna vez te sonreíste. DÉMONS ET MERVEILLES De colinas y vientos de cosas que se denominan para entrar como árboles o nubes en el mundo De enigmas revelándose en las lunas rotas contra el aljibe o las arenas yo he dicho y esperado Creo que nada vale contra esta caricia abrasadora que sube por la piel Ni el silencio, ese desatador de sueños Vivir oh imagen para un ojo cortado boca arriba perpetuo.

EL BREVE AMOR Con qué tersa dulzura me levanta del lecho en que soñaba profundas plantaciones perfumadas, me pasea los dedos por la piel y me dibuja en el espacio, en vilo, hasta que el beso se posa curvo y recurrente, para que a fuego lento empiece la danza cadenciosa de la hoguera tejiéndose en ráfagas, en hélices, ir y venir de un huracán de humo… ¿Por qué, después, lo que queda de mí es sólo un anegarse entre las cenizas sin un adiós, sin nada más que el gesto de liberar las manos? EL ENCUBRIDOR Ese que sale de su país porque tiene miedo, no sabe de que, miedo del queso con ratón, de la cuerda entre los locos, de la espuma en la sopa. Entonces quiere cambiarse como una figurita, el pelo que antes se alambraba con gomina y espejo lo suelta en jopo, se abre la camisa, muda de costumbres, de vino, de idioma. Se da cuenta, infeliz, que va tirando mejor, y duerme a pata ancha.

Hasta de estilo cambia, y tiene amigos que no saben su historia provinciana, ridícula y casera. A ratos se pregunta cómo pudo esperar todo ese tiempo para salirse del río sin orillas, de los cuellos garrote, de los domingos, lunes, martes, miércoles y jueves. A fojas uno, si, pero cuidado: un mismo espejo es todos los espejos, y el pasaporte dice que naciste y que eres y cutis color blanco, nariz de dorso recto, Buenos Aires, septiembre. Aparte que no olvida, porque es arte de pocos, lo que quiso, esa sopa de estrellas y letras que infatigable comerá en numerosas mesas de variados hoteles, la misma sopa, pobre tipo, hasta que el pescadito intercostal se plante y diga basta. Antes, después como los juegos al llanto como la sombra a la columna el perfume dibuja el jazmín el amante precede al amor como la caricia a la mano el amor sobrevive al amante

pero inevitablemente aunque no haya huella ni presagio aunque no haya huella ni presagio como la caricia a la mano el perfume dibuja el jazmín el amante precede el amor pero inevitablemente el amor sobrevive al amante como los juegos al llanto como la sombra a la columna como la caricia a la mano aunque no haya huella ni presagio el amante precede al amor el perfume dibuja el jazmín como los juegos al llanto como la sombra a la columna el amor sobrevive al amante pero inevitablemente EL FUTURO Y sé muy bien que no estarás. No estarás en la calle, en el murmullo que brota de noche de los postes de alumbrado, ni en el gesto de elegir el menú, ni en la sonrisa que alivia los completos de los subtes,

ni en los libros prestados ni en el hasta mañana. No estarás en mis sueños, en el destino original de mis palabras, ni en una cifra telefónica estarás o en el color de un par de guantes o una blusa. Me enojaré amor mío, sin que sea por ti, y compraré bombones pero no para ti, me pararé en la esquina a la que no vendrás, y diré las palabras que se dicen y comeré las cosas que se comen y soñaré las cosas que se sueñan y sé muy bien que no estarás, ni aquí adentro, la cárcel donde aún te retengo, ni allí fuera, este río de calles y de puentes. No estarás para nada, no serás ni recuerdo, y cuando piense en ti pensaré un pensamiento que oscuramente trata de acordarse de ti.

EL NIÑO BUENO No sabré desatarme los zapatos y dejar que la ciudad (me muerda los pies, no me emborracharé bajo los puentes, no cometeré faltas ( de estilo. Acepto este destino de camisas planchadas, llego a tiempo a los cines, cedo mi asiento a las señoras. El largo desarreglo de los sentidos me va mal, opto por el dentífrico y las toallas. Me vacuno. Mira qué pobre amante, incapaz de meterse en una fuente para traerte un pescadito rojo bajo la rabia de gendarmes y niñeras. ENCARGO No me des tregua, no me perdones nunca. Hostígame en la sangre, que cada cosa cruel sea tú que vuelves. ¡No me dejes dormir, no me des paz! Entonces ganaré mi reino, naceré lentamente. No me pierdas como una música fácil, no seas caricia ni guante; tállame como un sílex, desespérame.

Guarda tu amor humano, tu sonrisa, tu pelo. Dalos. Ven a mí con tu cólera seca de fósforo y escamas. Grita. Vomítame arena en la boca, rópeme las fauces. No me importa ignorarte en pleno día, saber que juegas cara al sol y al hombre. Compártelo. Yo te pido la cruel ceremonia del tajo, Lo que nadie te pide: las espinas Hasta el hueso. Arráncame esta cara infame, oblígame a gritar al fin mi verdadero nombre. EN EL TABACO, EN EL CAFÉ, EN EL VINO En el tabaco, en el café, en el vino, al borde de la noche se levantan como esas voces que a lo lejos cantan sin que se sepa qué, por el camino. Livianamente hermanos del destino, dioscuros, sombras pálidas, me espantan las moscas de los hábitos, me aguantan que siga a flote entre tanto remolino. Los muertos hablan más pero al oído, y los vivos son mano tibia y techo, suma de lo ganado y lo perdido.

Así un día en la barca de la sombra, de tanta ausencia abrigará mi pecho esta antigua ternura que los nombra. HAPPY NEW YEAR Mira, no pido mucho, solamente tu mano, tenerla como un sapito que duerme así contento. Necesito esa puerta que me dabas para entrar a tu mundo, ese trocito de azúcar verde, de redondo alegre. ¿No me prestas tu mano en esta noche de fin de año de lechuzas roncas? No puedes, por razones técnicas. Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo, el durazno sedoso de la palma y el dorso, ese país de azules árboles. Así la tomo y la sostengo, como si de ello dependiera muchísimo del mundo, la sucesión de las cuatro estaciones, el canto de los gallos, el amor de los hombres.

NAUFRAGIOS EN LA ISLA (LA HABANA 1967) DIOS DE LOS CUERPOS ...toma estos dardos que te aseguran el dominio sobre todos... Ovidio, Metamorfosis, V. Eres el dios de los cuerpos, das y quitas la miel del abrazo más hondo, gozas en nuestro grito, en el ascenso, paulatino a la delicia para flotar después en el reposo, medusa a medio sueño entre el agua y el sol. Pero también esperas en el verbo, eres entonces más temible, te agazapas detrás de cada nombre, y cuando regresa del olvido una palabra que decíamos entre besos o lágrimas o Londres, oh el más amargo de los amos, cómo clavas tu dardo de infinitas espumas en mitad de mi vientre, tus uñas de tortura en plena boca! No puedo decir noche, decir lágrima, echar al vuelo la paloma de su nombre en los tejados de París, repetir su murmullo de colmena,

ser en sus dulces sílabas el viento y la campana, porque también estás ahí con tus mastines y tus águilas, única realidad de tanto olvido y tanto tiempo, el amor con su risa de mármol contra el cielo, su sexo cenital y su nocturna espalda. * El viaje fabuloso inmóvil en el vértigo tu pelo tus orejas el viaje lancinante las hélices del salto el fragor del que caer tu nuca tu garganta el ancla remontando con sus algas su limo la bocina en la niebla tu espalda tu cintura NOCTURNO Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.

Todo ha quedado allá, las botellas, el barco, no sé si me querían y si esperaban verme. En el diario tirado sobre la cama dice encuentros diplomáticos, una sangría exploratoria, lo batió alegremente en cuatro sets. Un bosque altísimo rodea esta casa en el centro de la ciudad, yo sé, siento que un ciego está muriéndose en las cercanías. Mi mujer sube y baja una pequeña escalera como un capitán de navío que desconfía de las estrellas. Hay una taza de leche, papeles, las once de la noche. Afuera parece como si multitudes de caballos se acercaran a la ventana que tengo a mi espalda. PARA LEER EN FORMA INTERROGATIVA Has visto verdaderamente has visto la nieve los astros los pasos afelpados de la brisa Has tocado de verdad has tocado el plato el pan la cara de esa mujer que tanto amas Has vivido como un golpe en la frente

el instante el jadeo la caída la fuga Has sabido con cada poro de la piel sabido que tus ojos tus manos tu sexo tu blando corazón había que tirarlos había que llorarlos había que inventarlos otra vez. OBJETOS PERDIDOS Por veredas de sueño y habitaciones sordas tus rendidos veranos me aceleran con sus cantos Una cifra vigilante y sigilosa va por los arrabales llamándome y llamándome pero qué falta, dime, en la tarjeta diminuta donde están tu nombre, tu calle y tu desvelo si la cifra se mezcla con las letras del sueño, si solamente estás donde ya no te busco. PODEMOS VIVIR SIN EL PAJARITO MANDÓN En el centro de la hostia una pestaña, esto afecta al sacerdote, pero no, en realidad nunca pareció más blanca, como el vello de un vientre lo empurece en designio. Manchas de pantera el tiempo corre con batallas, cismas , y la cicatriz de Ruán: Así se lo distingue

de la tapioca eterna, esa perfecta sopa de estrellitas, cada cosa en su lugar y un lugar para nada, el Señor como un árbol desparramando el exacto número de hojas y la semana tiene siete días justos, quién lo discute. Yo. Por eso quédate en la hostia, pestañita, obliga al monaguillo a darse vuelta ponte como un gran viento entre la misa. (Esto es un hombre: las fogatas que alzamos triangulando la noche, haciéndola de nuevo, aunque no dure). POEMA A DIOS, ESE PAJARITO MANDÓN No es necesario que me mandes, perro, el mar se asiste solo. Lo más mísero del pelo contraría la rueda pero ya sabemos tonsurar el destino. Estoy, por eso peligro. ¡Todo me empuja! En la multitud un fósforo presume del futuro penacho.

Pero sólo, solo con el perro mirándome. No me ordenes nada, no te obedeceré, y entonces será horrible. Vómito de ojos. TALA Llévese estos ojos, piedritas de colores, esta nariz de tótem, estos labios que saben todas las tablas de multiplicar y las poesías más selectas. Le doy la cara entera, con la lengua y el pelo, me quito uñas y dientes y le completo el peso. No sirve esta manera de sentir. Qué ojos ni qué dedos. Ni esa comida recalentada, la memoria, ni la atención, como una cotorrita perniciosa. Tome las inducciones y las perchas donde cuelgan palabras lavadas y planchadas. Arree con la casa, fuera todo, déjeme como un hueco o una estaca. Tal vez entonces, cuando no me valga la generosidad de Dios, ese boy-scout,

y esté igual que la alfombra que ha aguantado su lenta lluvia de zapatos ochenta años y es urdimbre nomás, claro esqueleto donde se borraron los ricos pavorreales de plata, puede ser que sin voz diga tu nombre cierto, puede ocurrir que alcance sin manos tu cintura. TE AMO POR CEJA… Te amo por ceja, por cabello, te debato en corredores blanquísimos donde se juegan las fuentes de la luz, te discuto a cada nombre, te arranco con delicadeza de cicatriz, voy poniéndote en el pelo cenizas de relámpago y cintas que dormían en la lluvia. No quiero que tengas una forma, que seas precisamente lo que viene detrás de tu mano, porque el agua, considera el agua, y los leones cuando se disuelven en el azúcar de la fábula, y los gestos, esa arquitectura de la nada, encendiendo sus lámparas a mitad del encuentro. Todo mañana es la pizarra donde te invento y te dibujo, pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese pelo lacio, esa sonrisa. Busco tu suma, el borde de la copa donde el vino

es también la luna y el espejo, busco esa línea que hace temblar a un hombre en una galería de museo. Además te quiero, y hace tiempo y frío. TODO LO QUE DE VOS QUISIERA Todo lo que de vos quisiera es tan poco en el fondo porque en el fondo es todo como un perro que pasa, una colina, esas cosas de nada, cotidianas, espiga y cabellera y dos terrones, el olor de tu cuerpo, lo que decís de cualquier cosa, conmigo o contra mía, todo eso es tan poco yo lo quiero de vos porque te quiero. Que mires más allá de mí, que me ames con violenta prescindencia del mañana, que el grito de tu entrega se estrelle en la cara de un jefe de oficina, y que el placer que juntos inventamos sea otro signo de la libertad.

UNA IDEA Una idea incandescente se me vino esta mañana una antorcha que flameaba en lo alto de mi mente pero sola y sin refuerzos tal vez pierda la batalla ya librada de hace tiempo por tu brillo y un cobarde un cobarde que vacila entre el olvido y tras la nada que vacila tras tus pasos y tu melódica mirada que se pierde encandilado tras el grito de tus ojos que se aturde enceguecido tras el brillo de tu nombre que se esconde tras las letras de algún otro nombre y aún así no se atreve a gritar de quien se esconde que hace frente tan valiente a enredadas tempestades y se escapa como un niño al descubrirse a tu lado que amanece al medio día y se duerme al despedirte que susurra tan potente y que grita tan despacio que camina tan de prisa y con los ojos bien cerrados sin valor por la cornisa que conduce a tu palacio Una idea de coraje se me vino esta mañana de sentarnos frente a frente y quitarme el

camuflaje de soplar mis emociones y transformarlas en palabras en palabras que te expliquen como cae el agua helada Una idea tan sublime como tantas que me diste tan tardía y predecible como tantas he tenido pero sola y sin refuerzos de valor y otros aliados ha perdido la batalla ya es de noche ya te fuiste. VOS VES LA CRUZ DEL SUR Vos ves la Cruz del Sur, respiras el verano con su olor a duraznos, y caminas de noche mi pequeño fantasma silencioso por ese Buenos Aires, por ese siempre mismo Buenos Aires. Quizá la más querida Me diste la intemperie, la leve sombra de tu mano pasando por mi cara. Me diste el frío, la distancia, el amargo café de medianoche entre mesas vacías. Siempre empezó a llover en la mitad de la película,

la flor que te llevé tenía una araña esperando entre los pétalos. Creo que lo sabías y que favoreciste la desgracia. Siempre olvidé el paraguas antes de ir a buscarte, el restaurante estaba lleno y voceaban la guerra en las esquinas. Fui una letra de tango para tu indiferente melodía. ZIPPER SONNET de arriba abajo o bien de abajo arriba este camino lleva hacia sí mismo simulacro de cima ante el abismo árbol que se levanta o se derriba quien en la alterna imagen lo conciba será el poeta de este paroxismo en un amanecer de cataclismo náufrago que a la arena al fin arriba vanamente eludiendo su reflejo antagonista de la simetría para llegar hasta el dorado gajo visionario amarrándose a un espejo obstinado hacedor de la poesía de abajo arriba o bien de arriba abajo

CUENTOS

CASA TOMADA Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia. Nos habituamos Irene y yo a persistir solos en ella, lo que era una locura pues en esa casa podían vivir ocho personas sin estorbarse. Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al mediodía, siempre puntuales; ya no quedaba nada por hacer fuera de unos platos sucios. Nos resultaba grato almorzar pensando en la casa profunda y silenciosa y cómo nos bastábamos para mantenerla limpia. A veces llegábamos a creer que era ella la que no nos dejó casarnos. Irene rechazó dos pretendientes sin mayor motivo, a mí se me murió María Esther antes que llegáramos a comprometernos. Entramos en los cuarenta años con la inexpresada idea de que el nuestro, simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por nuestros bisabuelos en nuestra casa. Nos moriríamos allí algún día, vagos y esquivos primos se quedarían con la casa y la echarían al suelo para enriquecerse con el terreno y los ladrillos; o mejor, nosotros mismos la voltearíamos justicieramente antes de que fuese demasiado tarde. Irene era una chica nacida para no molestar a nadie. Aparte de su actividad matinal se pasaba el

resto del día tejiendo en el sofá de su dormitorio. No sé por qué tejía tanto, yo creo que las mujeres tejen cuando han encontrado en esa labor el gran pretexto para no hacer nada. Irene no era así, tejía cosas siempre necesarias, tricotas para el invierno, medias para mí, mañanitas y chalecos para ella. A veces tejía un chaleco y después lo destejía en un momento porque algo no le agradaba; era gracioso ver en la canastilla el montón de lana encrespada resistiéndose a perder su forma de algunas horas. Los sábados iba yo al centro a comprarle lana; Irene tenía fe en mi gusto, se complacía con los colores y nunca tuve que devolver madejas. Yo aprovechaba esas salidas para dar una vuelta por las librerías y preguntar vanamente si había novedades en literatura francesa. Desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina. Pero es de la casa que me interesa hablar, de la casa y de Irene, porque yo no tengo importancia. Me pregunto qué hubiera hecho Irene sin el tejido. Uno puede releer un libro, pero cuando un pullover está terminado no se puede repetirlo sin escándalo. Un día encontré el cajón de abajo de la cómoda de alcanfor lleno de pañoletas blancas, verdes, lila. Estaban con naftalina, apiladas como en una mercería; no tuve valor para preguntarle a Irene qué pensaba hacer con ellas. No necesitábamos ganarnos la vida, todos los meses llegaba plata de los campos y el dinero aumentaba. Pero a Irene solamente la entretenía el tejido, mostraba una destreza maravillosa y a mí se me iban las horas viéndole las manos como erizos plateados, agujas yendo y viniendo y una o

dos canastillas en el suelo donde se agitaban constantemente los ovillos. Era hermoso. Cómo no acordarme de la distribución de la casa. El comedor, una sala con gobelinos, la biblioteca y tres dormitorios grandes quedaban en la parte más retirada, la que mira hacia Rodríguez Peña. Solamente un pasillo con su maciza puerta de roble aislaba esa parte del ala delantera donde había un baño, la cocina, nuestros dormitorios y el living central, al cual comunicaban los dormitorios y el pasillo. Se entraba a la casa por un zaguán con mayólica, y la puerta cancel daba al living. De manera que uno entraba por el zaguán, abría la cancel y pasaba al living; tenía a los lados las puertas de nuestros dormitorios, y al frente el pasillo que conducía a la parte más retirada; avanzando por el pasillo se franqueaba la puerta de roble y mas allá empezaba el otro lado de la casa, o bien se podía girar a la izquierda justamente antes de la puerta y seguir por un pasillo más estrecho que llevaba a la cocina y el baño. Cuando la puerta estaba abierta advertía uno que la casa era muy grande; si no, daba la impresión de un departamento de los que se edifican ahora, apenas para moverse; Irene y yo vivíamos siempre en esta parte de la casa, casi nunca íbamos más allá de la puerta de roble, salvo para hacer la limpieza, pues es increíble cómo se junta tierra en los muebles. Buenos Aires será una ciudad limpia, pero eso lo debe a sus habitantes y no a otra cosa. Hay demasiada tierra en el aire, apenas sopla una ráfaga se palpa el polvo en los mármoles de las consolas y entre los rombos de las carpetas de macramé; da trabajo sacarlo bien con plumero, vuela y se suspende en el aire, un

momento después se deposita de nuevo en los muebles y los pianos. Lo recordaré siempre con claridad porque fue simple y sin circunstancias inútiles. Irene estaba tejiendo en su dormitorio, eran las ocho de la noche y de repente se me ocurrió poner al fuego la pavita del mate. Fui por el pasillo hasta enfrentar la entornada puerta de roble, y daba la vuelta al codo que llevaba a la cocina cuando escuché algo en el comedor o en la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta. Me tiré contra la pared antes de que fuera demasiado tarde, la cerré de golpe apoyando el cuerpo; felizmente la llave estaba puesta de nuestro lado y además corrí el gran cerrojo para más seguridad. Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a Irene: -Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo. Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados. -¿Estás seguro? Asentí. -Entonces -dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir en este lado. Yo cebaba el mate con mucho cuidado, pero ella tardó un rato en reanudar su labor. Me acuerdo

que me tejía un chaleco gris; a mí me gustaba ese chaleco. Los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos. Mis libros de literatura francesa, por ejemplo, estaban todos en la biblioteca. Irene pensó en una botella de Hesperidina de muchos años. Con frecuencia (pero esto solamente sucedió los primeros días) cerrábamos algún cajón de las cómodas y nos mirábamos con tristeza. -No está aquí. Y era una cosa más de todo lo que habíamos perdido al otro lado de la casa. Pero también tuvimos ventajas. La limpieza se simplificó tanto que aun levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados. Irene se acostumbró a ir conmigo a la cocina y ayudarme a preparar el almuerzo. Lo pensamos bien, y se decidió esto: mientras yo preparaba el almuerzo, Irene cocinaría platos para comer fríos de noche. Nos alegramos porque siempre resultaba molesto tener que abandonar los dormitorios al atardecer y ponerse a cocinar. Ahora nos bastaba con la mesa en el dormitorio de Irene y las fuentes de comida fiambre. Irene estaba contenta porque le quedaba más tiempo para tejer. Yo andaba un poco perdido a causa de los libros, pero por no afligir a mi hermana me puse a revisar la colección de estampillas de papá, y eso me sirvió para matar el tiempo. Nos divertíamos mucho, cada uno en sus

cosas, casi siempre reunidos en el dormitorio de Irene que era más cómodo. A veces Irene decía: -Fijate este punto que se me ha ocurrido. ¿No da un dibujo de trébol? Un rato después era yo el que le ponía ante los ojos un cuadradito de papel para que viese el mérito de algún sello de Eupen y Malmédy. Estábamos bien, y poco a poco empezábamos a no pensar. Se puede vivir sin pensar. (Cuando Irene soñaba en alta voz yo me desvelaba en seguida. Nunca pude habituarme a esa voz de estatua o papagayo, voz que viene de los sueños y no de la garganta. Irene decía que mis sueños consistían en grandes sacudones que a veces hacían caer el cobertor. Nuestros dormitorios tenían el living de por medio, pero de noche se escuchaba cualquier cosa en la casa. Nos oíamos respirar, toser, presentíamos el ademán que conduce a la llave del velador, los mutuos y frecuentes insomnios. Aparte de eso todo estaba callado en la casa. De día eran los rumores domésticos, el roce metálico de las agujas de tejer, un crujido al pasar las hojas del álbum filatélico. La puerta de roble, creo haberlo dicho, era maciza. En la cocina y el baño, que quedaban tocando la parte tomada, nos poníamos a hablar en voz más alta o Irene cantaba canciones de cuna. En una cocina hay demasiados ruidos de loza y vidrios para que otros sonidos irrumpan en ella. Muy pocas veces permitíamos allí el silencio, pero cuando tornábamos a los dormitorios y al living, entonces la casa se ponía callada y a media luz, hasta

pisábamos despacio para no molestarnos. Yo creo que era por eso que de noche, cuando Irene empezaba a soñar en alta voz, me desvelaba en seguida.) Es casi repetir lo mismo salvo las consecuencias. De noche siento sed, y antes de acostarnos le dije a Irene que iba hasta la cocina a servirme un vaso de agua. Desde la puerta del dormitorio (ella tejía) oí ruido en la cocina; tal vez en la cocina o tal vez en el baño porque el codo del pasillo apagaba el sonido. A Irene le llamó la atención mi brusca manera de detenerme, y vino a mi lado sin decir palabra. Nos quedamos escuchando los ruidos, notando claramente que eran de este lado de la puerta de roble, en la cocina y el baño, o en el pasillo mismo donde empezaba el codo casi al lado nuestro. No nos miramos siquiera. Apreté el brazo de Irene y la hice correr conmigo hasta la puerta cancel, sin volvernos hacia atrás. Los ruidos se oían más fuerte pero siempre sordos, a espaldas nuestras. Cerré de un golpe la cancel y nos quedamos en el zaguán. Ahora no se oía nada. -Han tomado esta parte -dijo Irene. El tejido le colgaba de las manos y las hebras iban hasta la cancel y se perdían debajo. Cuando vio que los ovillos habían quedado del otro lado, soltó el tejido sin mirarlo. -¿Tuviste tiempo de traer alguna cosa? -le pregunté inútilmente. -No, nada.

Estábamos con lo puesto. Me acordé de los quince mil pesos en el armario de mi dormitorio. Ya era tarde ahora. Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos así a la calle. Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla. No fuese que a algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada.

LA SEÑORITA CORA We'll send your love to college, all for a year or two, And then perhaps in time the boy will do for you. The trees that grow so high. (Canción folclórica inglesa.) No entiendo por qué no me dejan pasar la noche en la clínica con el nene, al fin y al cabo soy su madre y el doctor De Luisi nos recomendó personalmente al director. Podrían traer un sofá cama y yo lo acompañaría para que se vaya acostumbrando, entró tan pálido el pobrecito como si fueran a operarlo en seguida, yo creo que es ese olor de las clínicas, su padre también estaba nervioso y no veía la hora de irse, pero yo estaba segura de que me dejarían con el nene. Después de todo tiene apenas quince años y nadie se los daría, siempre pegado a mí aunque ahora con los pantalones largos quiere disimular y hacerse el hombre grande. La impresión que le habrá hecho cuando se dio cuenta de que no me dejaban quedarme, menos mal que su padre le dio charla, le hizo poner el piyama y meterse en la cama. Y todo por esa mocosa de enfermera, yo me pregunto si verdaderamente tiene órdenes de los médicos o si lo hace por pura maldad. Pero bien que se lo dije, bien que le pregunté si estaba

segura de que tenía que irme. No hay más que mirarla para darse cuenta de quién es, con esos aires de vampiresa y ese delantal ajustado, una chiquilina de porquería que se cree la directora de la clínica. Pero eso sí, no se la llevó de arriba, le dije lo que pensaba y eso que el nene no sabía donde meterse de vergüenza y su padre se hacía el desentendido y de paso seguro que le miraba las piernas como de costumbre. Lo único que me consuela es que el ambiente es bueno, se nota que es una clínica para personas pudientes; el nene tiene un velador de lo más lindo para leer sus revistas, y por suerte su padre se acordó de traerle caramelos de menta que son los que más le gustan. Pero mañana por la mañana, eso sí, lo primero que hago es hablar con el doctor De Luisi para que la ponga en su lugar a esa mocosa presumida. Habrá que ver si la frazada lo abriga bien al nene, voy a pedir que por las dudas le dejen otra a mano. Pero sí, claro que me abriga, menos mal que se fueron de una vez, mamá cree que soy un chico y me hace hacer cada papelón. Seguro que la enfermera va a pensar que no soy capaz de pedir lo que necesito, me miró de una manera cuando mamá le estaba protestando… Está bien, si no la dejaban quedarse qué le vamos a hacer, ya soy bastante grande para dormir solo de noche, me parece. Y en esta cama se dormirá bien, a esta hora ya no se oye ningún ruido, a veces de lejos el zumbido del ascensor que me hace acordar a esa película de miedo que también pasaba en una clínica, cuando a medianoche se abría poco a poco la puerta y la mujer paralítica en la cama veía entrar al hombre de la máscara blanca…

La enfermera es bastante simpática, volvió a las seis y media con unos papeles y me empezó a preguntar mi nombre completo, la edad y esas cosas. Yo guardé la revista en seguida porque hubiera quedado mejor estar leyendo un libro de veras y no una fotonovela, y creo que ella se dio cuenta pero no dijo nada, seguro que todavía estaba enojada por lo que le había dicho mamá y pensaba que yo era igual que ella y que le iba a dar órdenes o algo así. Me preguntó si me dolía el apéndice y le dije que no, que esa noche estaba muy bien. “A ver el pulso”, me dijo, y después de tomármelo anotó algo más en la planilla y la colgó a los pies de la cama. “¿Tenés hambre?”, me preguntó, y yo creo que me puse colorado porque me tomó de sorpresa que me tuteara, es tan joven que me hizo impresión. Le dije que no, aunque era mentira porque a esa hora siempre tengo hambre. “Esta noche vas a cenar muy liviano”, dijo ella, y cuando quise darme cuenta ya me había quitado el paquete de caramelos de menta y se iba. No sé si empecé a decirle algo, creo que no. Me daba una rabia que me hiciera eso como a un chico, bien podía haberme dicho que no tenía que comer caramelos, pero llevárselos… Seguro que estaba furiosa por lo de mamá y se desquitaba conmigo, de puro resentida; qué sé yo, después que se fue se me pasó de golpe el fastidio, quería seguir enojado con ella pero no podía. Qué joven es, clavado que no tiene ni diecinueve años, debe haberse recibido de enfermera hace muy poco. A lo mejor viene para traerme la cena; le voy a preguntar cómo se llama, si va a ser mi enfermera tengo que darle un nombre. Pero en cambio vino otra, una señora muy amable vestida de azul que

me trajo un caldo y bizcochos y me hizo tomar unas pastillas verdes. También ella me preguntó cómo me llamaba y si me sentía bien, y me dijo que en esta pieza dormiría tranquilo porque era una de las mejores de la clínica, y es verdad porque dormí hasta casi las ocho en que me despertó una enfermera chiquita y arrugada como un mono pero muy amable, que me dijo que podía levantarme y lavarme pero antes me dio un termómetro y me dijo que me lo pusiera como se hace en estas clínicas, y yo no entendí porque en casa se pone debajo del brazo, y entonces me explicó y se fue. Al rato vino mamá y qué alegría verlo tan bien, yo que me temía que hubiera pasado la noche en blanco el pobre querido, pero los chicos son así, en la casa tanto trabajo y después duermen a pierna suelta aunque estén lejos de su mamá que no ha cerrado los ojos la pobre. El doctor De Luisi entró para revisar al nene y yo me fui un momento afuera porque ya está grandecito, y me hubiera gustado encontrármela a la enfermera de ayer para verle bien la cara y ponerla en su sitio nada más que mirándola de arriba a abajo, pero no había nadie en el pasillo. Casi en seguida salió el doctor De Luisi y me dijo que al nene iban a operarlo a la mañana siguiente, que estaba muy bien y en las mejores condiciones para la operación, a su edad una apendicitis es una tontería. Le agradecí mucho y aproveché para decirle que me había llamado la atención la impertinencia de la enfermera de la tarde, se lo decía porque no era cosa de que a mi hijo fuera a faltarle la atención necesaria. Después entré en la pieza para acompañar al nene que estaba leyendo sus revistas y ya sabía que lo iban a operar al otro

día. Como si fuera el fin del mundo, me mira de un modo la pobre, pero si no me voy a morir, mamá, haceme un poco el favor. Al Cacho le sacaron el apéndice en el hospital y a los seis días ya estaba queriendo jugar al fútbol. Andate tranquila que estoy muy bien y no me falta nada. Sí, mamá, sí, diez minutos queriendo saber si me duele aquí o mas allá, menos mal que se tiene que ocupar de mi hermana en casa, al final se fue y yo pude terminar la fotonovela que había empezado anoche. La enfermera de la tarde se llama la señorita Cora, se lo pregunté a la enfermera chiquita cuando me trajo el almuerzo; me dieron muy poco de comer y de nuevo pastillas verdes y unas gotas con gusto a menta; me parece que esas gotas hacen dormir porque se me caían las revistas de la mano y de golpe estaba soñando con el colegio y que íbamos a un picnic con las chicas del normal como el año pasado y bailábamos a la orilla de la pileta, era muy divertido. Me desperté a eso de las cuatro y media y empecé a pensar en la operación, no que tenga miedo, el doctor De Luisi dijo que no es nada, pero debe ser raro la anestesia y que te corten cuando estás dormido, el Cacho decía que lo peor es despertarse, que duele mucho y por ahí vomitás y tenés fiebre. El nene de mamá ya no está tan garifo como ayer, se le nota en la cara que tiene un poco de miedo, es tan chico que casi me da lástima. Se sentó de golpe en la cama cuando me vio entrar y escondió la revista debajo de la almohada. La pieza estaba un poco fría y fui a subir la calefacción, después traje el termómetro y se lo di. “¿Te lo sabes poner?”, le pregunté, y las mejillas parecía que iban a reventársele de rojo

que se puso. Dijo que sí con la cabeza y se estiró en la cama mientras yo bajaba las persianas y encendía el velador. Cuando me acerqué para que me diera el termómetro seguía tan ruborizado que estuve a punto de reírme, pero con los chicos de esa edad siempre pasa lo mismo, les cuesta acostumbrarse a esas cosas. Y para peor me mira en los ojos, por qué no le puedo aguantar esa mirada si al final no es más que una mujer, cuando saqué el termómetro de debajo de las frazadas y se lo alcancé, ella me miraba y yo creo que se sonreía un poco, se me debe notar tanto que me pongo colorado, es algo que no puedo evitar, es más fuerte que yo. Después anotó la temperatura en la hoja que está a los pies de la cama y se fue sin decir nada. Ya casi no me acuerdo de lo que hablé con papá y mamá cuando vinieron a verme a las seis. Se quedaron poco porque la señorita Cora les dijo que había que prepararme y que era mejor que estuviese tranquilo la noche antes. Pensé que mamá iba a soltarle alguna de las suyas pero la miró nomás de arriba abajo, y papá también pero yo al viejo le conozco las miradas, es algo muy diferente. Justo cuando se estaba yendo la oí a mamá que le decía a la señorita Cora: “Le agradeceré que lo atienda bien, es un niño que ha estado siempre muy rodeado por su familia”, o alguna idiotez por el estilo, y me hubiera querido morir de rabia, ni siquiera escuché lo que le contestó la señorita Cora, pero estoy seguro de que no le gustó, a lo mejor piensa que me estuve quejando de ella o algo así. Volvió a eso de las seis y media con una mesita de esas de ruedas llena de frascos y algodones, y no sé por qué de golpe me dio un poco de miedo,

en realidad no era miedo pero empecé a mirar lo que había en la mesita, toda clase de frascos azules o rojos, tambores de gasa y también pinzas y tubos de goma, el pobre debía estar empezando a asustarse sin la mamá que parece un papagayo endomingado, le agradeceré que atienda bien al nene, mire que he hablado con el doctor De Luisi, pero sí, señora, se lo vamos a atender como a un príncipe. Es bonito su nene, señora, con esas mejillas que se le arrebolan apenas me ve entrar. Cuando le retiré las frazadas hizo un gesto como para volver a taparse, y creo que se dio cuenta de que me hacía gracia verlo tan pudoroso. “A ver, bajate el pantalón del piyama”, le dije sin mirarlo en la cara. “¿El pantalón?”, preguntó con una voz que se le quebró en un gallo. “Si, claro, el pantalón”, repetí, y empezó a soltar el cordón y a desabotonarse con unos dedos que no le obedecían. Le tuve que bajar yo misma el pantalón hasta la mitad de los muslos, y era como me lo había imaginado. “Ya sos un chico crecidito”, le dije, preparando la brocha y el jabón aunque la verdad es que poco tenía para afeitar. “¿Cómo te llaman en tu casa?”, le pregunté mientras lo enjabonaba. “Me llamo Pablo”, me contestó con una voz que me dio lástima, tanta era la vergüenza. “Pero te darán algún sobrenombre”, insistí, y fue todavía peor porque me pareció que se iba a poner a llorar mientras yo le afeitaba los pocos pelitos que andaban por ahí. “¿Así que no tenés ningún sobrenombre? Sos el nene solamente, claro.” Terminé de afeitarlo y le hice una seña para que se tapara, pero él se adelantó y en un segundo estuvo cubierto hasta el pescuezo. “Pablo es un bonito nombre”, le dije para

consolarlo un poco; casi me daba pena verlo tan avergonzado, era la primera vez que me tocaba atender a un muchachito tan joven y tan tímido, pero me seguía fastidiando algo en él que a lo mejor le venía de la madre, algo más fuerte que su edad y que no me gustaba, y hasta me molestaba que fuera tan bonito y tan bien hecho para sus años, un mocoso que ya debía creerse un hombre y que a la primera de cambio sería capaz de soltarme un piropo. Me quedé con los ojos cerrados, era la única manera de escapar un poco de todo eso, pero no servía de nada porque justamente en ese momento agregó: “¿Así que no tenés ningún sobrenombre. Sos el nene solamente, claro”, y yo hubiera querido morirme, o agarrarla por la garganta y ahogarla, y cuando abrí los ojos le vi el pelo castaño casi pegado a mi cara porque se había agachado para sacarme un resto de jabón, y olía a shampoo de almendra como el que se pone la profesora de dibujo, o algún perfume de esos, y no supe qué decir y lo único que se me ocurrió fue preguntarle: “¿Usted se llama Cora, verdad?” Me miró con aire burlón, con esos ojos que ya me conocían y que me habían visto por todos lados, y dijo: “La señorita Cora.” Lo dijo para castigarme, lo sé, igual que antes había dicho: “Ya sos un chico crecidito”, nada más que para burlarse. Aunque me daba rabia tener la cara colorada, eso no lo puedo disimular nunca y es lo peor que me puede ocurrir, lo mismo me animé a decirle: “Usted es tan joven que… Bueno, Cora es un nombre muy lindo.” No era eso, lo que yo había querido decirle era otra cosa y me parece que se dio cuenta y le molestó, ahora estoy seguro de que está resentida

por culpa de mamá, yo solamente quería decirle que era tan joven que me hubiera gustado poder llamarla Cora a secas, pero cómo se lo iba a decir en ese momento cuando se había enojado y ya se iba con la mesita de ruedas y yo tenía unas ganas de llorar, esa es otra cosa que no puedo impedir, de golpe se me quiebra la voz y veo todo nublado, justo cuando necesitaría estar más tranquilo para decir lo que pienso. Ella iba a salir pero al llegar a la puerta se quedó un momento como para ver si no se olvidaba de alguna cosa, y yo quería decirle lo que estaba pensando pero no encontraba las palabras y lo único que se me ocurrió fue mostrarle la taza con el jabón, se había sentado en la cama y después de aclararse la voz dijo: “Se le olvida la taza con el jabón”, muy seriamente y con un tono de hombre grande. Volví a buscar la taza y un poco para que se calmara le pasé la mano por la mejilla. “No te aflijas, Pablito”, le dije. “Todo irá bien, es una operación de nada.” Cuando lo toqué echó la cabeza atrás como ofendido, y después resbaló hasta esconder la boca en el borde de las frazadas. Desde ahí, ahogadamente, dijo: “Puedo llamarla Cora, ¿verdad?” Soy demasiado buena, casi me dio lástima tanta vergüenza que buscaba desquitarse por otro lado, pero sabía que no era el caso de ceder porque después me resultaría difícil dominarlo, y a un enfermo hay que dominarlo o es lo de siempre, los líos de María Luisa en la pieza catorce o los retos del doctor De Luisi que tiene un olfato de perro para esas cosas. “Señorita Cora”, me dijo tomando la taza y yéndose. Me dio una rabia, unas ganas de pegarle, de saltar de la cama y echarla a empujones, o de… Ni siquiera

comprendo cómo pude decirle: “Si yo estuviera sano a lo mejor me trataría de otra manera.” Se hizo la que no oía, ni siquiera dio vuelta la cabeza, y me quedé solo y sin ganas de leer, sin ganas de nada, en el fondo hubiera querido que me contestara enojada para poder pedirle disculpas porque en realidad no era lo que yo había pensado decirle, tenía la garganta tan cerrada que no sé cómo me habían salido las palabras, se lo había dicho de pura rabia pero no era eso, o a lo mejor sí pero de otra manera. Y sí, son siempre lo mismo, una los acaricia, les dice una frase amable, y ahí nomás asoma el machito, no quieren convencerse de que todavía son unos mocosos. Esto tengo que contárselo a Marcial, se va a divertir y cuando mañana lo vea en la mesa de operaciones le va a hacer todavía más gracia, tan tiernito el pobre con esa carucha arrebolada, maldito calor que me sube por la piel, cómo podría hacer para que no me pase eso, a lo mejor respirando hondo antes de hablar, que sé yo. Se debe haber ido furiosa, estoy seguro de que escuchó perfectamente, no sé cómo le dije eso, yo creo que cuando le pregunté si podía llamarla Cora no se enojó, me dijo lo de señorita porque es su obligación pero no estaba enojada, la prueba es que vino y me acarició la cara; pero no, eso fue antes, primero me acarició y entonces yo le dije lo de Cora y lo eché todo a perder. Ahora estamos peor que antes y no voy a poder dormir aunque me den un tubo de pastillas. La barriga me duele de a ratos, es raro pasarse la mano y sentirse tan liso, lo malo es que me vuelvo a acordar de todo y del perfume de almendras, la voz de Cora, tiene una voz muy grave para una

chica tan joven y linda, una voz como de cantante de boleros, algo que acaricia aunque esté enojada. Cuando oí pasos en el corredor me acosté del todo y cerré los ojos, no quería verla, no me importaba verla, mejor que me dejara en paz, sentí que entraba y que encendía la luz del cielo raso, se hacía el dormido como un angelito, con una mano tapándose la cara, y no abrió los ojos hasta que llegué al lado de la cama. Cuando vio lo que traía se puso tan colorado que me volvió a dar lástima y un poco de risa, era demasiado idiota realmente. “A ver, m’hijito, bájese el pantalón y dese vuelta para el otro lado”, y el pobre a punto de patalear como haría con la mamá cuando tenía cinco años, me imagino, a decir que no y a llorar y a meterse debajo de las cobijas y a chillar, pero el pobre no podía hacer nada de eso ahora, solamente se había quedado mirando el irrigador y después a mí que esperaba, y de golpe se dio vuelta y empezó a mover las manos debajo de las frazadas pero no atinaba a nada mientras yo colgaba el irrigador en la cabecera, tuve que bajarle las frazadas y ordenarle que levantara un poco el trasero para correrle mejor el pantalón y deslizarle una toalla. “A ver, subí un poco las piernas, así está bien, echate más de boca, te digo que te eches más de boca, así.” Tan callado que era casi como si gritara, por una parte me hacía gracia estarle viendo el culito a mi joven admirador, pero de nuevo me daba un poco de lástima por él, era realmente como si lo estuviera castigando por lo que me había dicho. “Avisá si está muy caliente”, le previne, pero no contestó nada, debía estar mordiéndose un puño y yo no quería verle la cara


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