Important Announcement
PubHTML5 Scheduled Server Maintenance on (GMT) Sunday, June 26th, 2:00 am - 8:00 am.
PubHTML5 site will be inoperative during the times indicated!

Home Explore Antologia Ariza, Andrea/Etapas Evolutivas

Antologia Ariza, Andrea/Etapas Evolutivas

Published by magnoliabelen1, 2020-08-11 15:35:41

Description: Antologia Ariza

Keywords: Antologia

Search

Read the Text Version

GÉNERO LÍRICO Con el objeto de encuadrar los poemas seleccionados y para justificar su elección, parafraseando a Laura Devetach se puede afirmar que la buena poesía antes de pasar a ser para niños o para adultos, primero, y por sobre todo, es poesía; que también la poesía es una forma de mirar y conocer el mundo para poder apropiarse de él pero de una manera poética, que es una actitud de vida y una forma diferente de decir las cosas. (Devetach, 2008) Sin ir más lejos, el uso coloquial de la Lengua está poblado de metáforas, de imágenes y de múltiples recursos poéticos, solo hay que abrir los oídos, la mente y el corazón para poder apreciarlos, por lo tanto, se toma indispensable mantener a los niños y niñas en el mundo poético al que acceden desde el nacimiento con las nanas permaneciendo en él a través del juego, de las canciones, de las rondas. Los poemas aquí seleccionados, además de permitir la cavilación, poseen un ritmo y una musicalidad otorgada, ya sea por la rima, ya sea por la métrica, o por ambas, que son requisitos indispensables en la poesía infantil para provocar placer y emoción. También se han seleccionado un par de adivinanzas ya que son un excelente medio de motivación que estimulan múltiples procesos cognitivos y que, por poseer elementos propios de la poesía como por ejemplo la rima y la metáfora, pueden actuar como un resorte que permite el salto hacia ella. 1. La gota fue al lago La gota fue al lago y del lago, al mar, del mar fue a una nube, de allí, a la ciudad. Rebotó en un plato, del plato, fue a vos. Como estás llorando, se convirtió en dos. No llores, no llores, las gotas son tres. Son cuatro, son cinco, llegaron a seis. Siete, ocho, nueve, de repente, diez. No llores, no llores, ya son más de cien. Mil gotas al rio, y del río, al mar. Porque estás llorando, llueve en la ciudad.

2- Canción de las preguntas ¿Por qué no puedo acordarme del instante en que me duermo? ¿Por qué nadie puede estar sin pensar nada un momento? ¿Por qué, si no sé qué dice la música, la comprendo? ¿Quién vio crecer una planta? ¿A qué altura empieza el cielo? ¿Por qué a veces necesito recordar algo y no puedo, y después, cuando me olvido que lo olvidé, lo recuerdo? De qué color es la luna ¿Por qué no hay ángeles negros? ¿Por qué no puedo correr cuando me corren en sueños? ¿Por qué hay gallinas que cantan como los gallos? ¿Y es cierto que hay relojes que se paran cuando mueren sus dueños? Y el pelo, ¿cómo nos crece? ¿por cuál de sus dos extremos? Y los peces, cuando duermen, ¿tienen los ojos abiertos? ¿Por qué decimos con jota mojca, rajgo, mujgo, frejco? Y el gato, ¿sabe que es él cuando se ve en el espejo? ¿Y sabe alguien en dónde, y cómo y cuándo, vivieron

los treinta y dos abuelitos de sus ocho bisabuelos? ¿Y podrá decir, quien pueda, contestar a todo esto, por qué en los días de lluvia me siento un poco más bueno, y lo que piensan las vacas que rumian en el silencio del atardecer, echadas y tristes, mirando lejos? José Sebastián Tallon 3- LA MURALLA Para hacer esta muralla, tráiganme todas las manos: Los negros, sus manos negras, los blancos, sus blancas manos. Ay, una muralla que vaya desde la playa hasta el monte, desde el monte hasta la playa, bien, allá sobre el horizonte. — ¡Tun, tun! —¿Quién es? —Una rosa y un clavel... — ¡Abre la muralla!

— ¡Tun, tun! —¿Quién es? —El sable del coronel... — ¡Cierra la muralla! — ¡Tun, tun! —¿Quién es? —La paloma y el laurel... — ¡Abre la muralla! — ¡Tun, tun! —¿Quién es? —El alacrán y el ciempiés... — ¡Cierra la muralla! Al corazón del amigo, abre la muralla; al veneno y al puñal, cierra la muralla; al mirto y la yerbabuena, abre la muralla; al diente de la serpiente, cierra la muralla; al ruiseñor en la flor, abre la muralla... Alcemos una muralla juntando todas las manos; los negros, sus manos negras, los blancos, sus blancas manos. Una muralla que vaya

desde la playa hasta el monte, desde el monte hasta la playa, bien, allá sobre el horizonte... Nicolás Guillén (Cuba) ADIVINANZAS Iba por un caminito, Entre pared y pared de pronto me la encontré, hay una flor colorada: la busqué y, como no la hallé llueva o no llueva, a casa me la llevé. siempre está mojada. (La espina) (La lengua) GÉNERO DRAMÁTICO La inclusión de dos obras en esta antología tiene una justificación: darle el valor que debe tener el teatro dentro del ámbito educativo y de la formación de niños y niñas, ya que, generalmente, se hace prevalecer el género narrativo por sobre el dramático y el lírico, relegando a estos a un segundo plano. Es bueno recordar que la dramatización es una continuación del juego de las etapas anteriores. Es fundamental darle al teatro un lugar relevante dentro del espacio de Lengua como así también dentro de las actividades escolares generales. El arte dramático, no solo favorece el desarrollo de habilidades comunicativas, lingüísticas y sociales; sino, y lo que es más importante estimula la creatividad y favorece el desarrollo de la Inteligencia Emocional, concepto popularizado por Daniel Góleman, y que es fundamental para tener éxito a lo largo de la vida laboral, afectiva y personal. Cabe destacar que la metodología de trabajo debe apuntar a la dramatización de la obra y nunca conformarse solo con su lectura, ya que esto atentaría contra la razón de ser del texto dramático. Sin necesidad de llegar a una puesta en escena, se puede generar

una clase de teatro leído en la que los niños y niñas, habiendo estudiado los personajes con la mediación del o la docente, se disfracen o se caractericen para la lectura de la misma, tratando de ir mejorando y corrigiendo la expresividad, el tono, el volumen, etc.; o por qué no, también se dispongan elementos y/o mobiliario para ambientar el espacio a la escenografía requerida. Por otro lado, la dramatización es un recurso excelente para impulsar buenas actitudes como el respeto, el diálogo y la responsabilidad, como así también brinda la posibilidad de que todos los alumnos y alumnas, incluso los que tienen alguna dificultad de aprendizaje, de comportamiento o con necesidades educativas especiales, participen activamente y de esta manera mejoren su autoestima y la confianza en sí mismos. Purificación Cruz Cruz, parafraseando a Tejerina, establece una diferenciación entre los niños de familias desfavorecidas de aquellos que están en buena situación económica en relación a las consecuencias pedagógicas de la dramatización ya que los primeros carecen de estímulos propios. Esta realidad negativa debe transformarse en el puntapié para potenciar el papel del arte dramático, sobre todo en las escuelas a la que asiste población vulnerable. Las dos obras elegidas: Hay una sopa en mi mosca del mendocino Fabián Sevilla y El reglamento es el reglamento de la genial Adela Basch juegan con el humor, el lenguaje y la ironía para poner en evidencia situaciones tan absurdas como cotidianas desde una mirada crítica de la realidad. HAY UNA SOPA EN MI MOSCA Fabián Sevilla Personajes: MOZO 1 MOZO 2 MOZO 3 ENCARGADO COCINERO LOS COMENSALES: ANÍBAL, ROSITA, JULIÁN, HUGO Y DOROTEA ENFERMERO 1 ENFERMERO 2 ENFERMERO 3 VOZ EN OFF: La escena transcurre en un restaurante. En tres niveles diferentes hay tres mesas y sus sillas, en donde cada mozo atiende a los comensales. En el centro del escenario hay una puerta vaivén que da a la cocina, como las de los restaurantes, por

donde entran y salen los mozos. Hay un mostrador, donde está el Encargado. Los comensales están ubicados en sus respectivas mesas, conversando y esperando que los atiendan o sirvan la comida. Los mozos también atienden a otros que no están en escena, para lo cual salen por los laterales como si estuvieran en otra parte del mismo restaurante. MOZO 1: (Con la bandeja en las manos, pasa delante del encargado.) ¡ Sale una especial de muzzarella y aceitunas! (La lleva a Aníbal, que está sentado solo a su mesa. ) ENCARGADO: (Detrás del mostrador.) Si sale, que lleve abrigo, afuera hace un frío terrible. (El mozo 1 le deja la pizza a Aníbal sobre la mesa.) ANÍBAL: (Exigente.) ¡Le pedí con vino y vino sin el vino! MOZO 1: ¿Quién no vino? ANÍBAL: Usted vino sin el vino. MOZO 1: Pero vine. (Duda mirando hacia la cocina.) ¿O acaso no vine? ANÍBAL: Usted vino, pero. MOZO 1: Ufff, me quedo más tranquilo, pensé que no había venido y todavía estaba en la cocina sacándome la mugrecita de las uñas. (Vuelve a la cocina.) ROSITA: (Acompañada en la mesa por Julián, le pide al mozo 2.) Mozo, tráiganos dos tecitos con azúcar. MOZO 2: (Con el anotador en la mano.) No tenemos té, pero le puedo traer el azúcar. JULIÁN: (Ofuscado.) Mejor, que sean dos cafés con leche. ¿Tiene leche, no? MOZO 2: (Apunta.) Es lo que sobra aquí. (Vuelve a la cocina.) COCINERO: (Desesperado, sale de la cocina.) Señor Encargado, se pudrió todo: los ratones tomaron la cocina. ENCARGADO: ¿No habíamos traído un gato? COCINERO: Si, pero recuerde que el minino se hizo adicto a la leche y tuvimos que traer un perro para que lo espantara de la heladera. ENCARGADO: ¿Y el perro, dónde está? MOZO 1: (Con la bandeja en las manos, pasa delante del encargado.) ¡ Salen dos pastas con albóndigas! (Sale de escena, como llevando la comida a otros comensales.) COCINERO: Ahí va, en esos platos, acompañando los espaguetis. Ojalá no ladre cuando lo pinchen con los tenedores. (Vuelve a la cocina. ) HUGO: (Almozo 3.) ¿Sopa con qué tiene? MOZO 3: Hay con fideos y arroz. DOROTEA: Pidámoslas con fideos, así no se nos llena la boca de granos. MOZO 3: (Vuelve a la cocina.) ¡Marchen dos sopas con fideos! ENCARGADO: ¡Si marchan, sacáles una foto, que seguro nos hacemos millonarios! ANÍBAL: (Mira asqueado la pizza.) ¡Mozo! (Cuando tiene adelante al mozo 1.) Yo le pedí una especial de muzzarella y aceitunas negras. Mire, el queso brilla por su ausencia y las aceitunas están caminando por la pizza. ¿Qué hacemos? MOZO 1: No se preocupe, en un instante se lo soluciono. (Vuelve a la cocina.) HUGO: (Mientras espera, conversa con Dorotea.) ¿Y cómo van tus estudios de piano? DOROTEA: Bárbaro, si hasta me han pagado una beca para terminarlos en una universidad de Alemania. HUGO: ¿Quién, el gobierno? DOROTEA: No, los vecinos (Al ver la sopa que el mozo 3 le acaba de servir.) Mozo, ¿se dio cuenta de que traía el dedo metido en la sopa? MOZO 3: Sí, pero no se preocupe, no está caliente. HUGO: (Va a meter la cuchara, pero se detiene porque se dio cuenta de algo.) ¿Qué hace esta mosca en mi sopa?

MOZO 3: (Mira el plato.) Yo diría que nada estilo pecho, señor. DOROTEA: (También mira su sopa.) Y en la mía hay una mosca muerta. MOZO 3: Sí, es que no todas nadan tan bien como la de la sopa de su amigo. COCINERO: (Se acerca.) ¿Hay algún problema con la sopa? HUGO: (Asqueado.) ¡Su sopa tiene una mosca muerta y la mía aún patalea! COCINERO: (Desesperado.) ¡Llame a un salvavidas! Mientras, tirémosle un grisín a ver si así se mantiene a flote. HUGO: (Fastidiado.) Ah, ¿son pillos? (Los empieza a seguir para golpearlos y así salen por un lateral. ) (El mozo 1 vuelve a la mesa de Aníbal llevando un tubo de insecticida y rocía la pizza.) ANÍBAL: ¡¿Qué hace?! MOZO 1: Mato las cucarachas y de paso le doy el toque que le falta a la pizza: este insecticida tiene sabor y aroma a muzzarella. ANÍBAL: ¿Y el vino? MOZO 1: No sé, creo que no vino (Se va a la cocina.) JULIÁN: (Le comenta a Rosita.) Me regalaron un reloj, pero no me gusta llevarlo por la calle. ROSITA: Tenés miedo de que te lo roben. JULIÁN: No, porque es de pared. (Al ver que el mozo 2 mete la corbata en supocillo.) Mozo, está metiendo su corbata en mi café con leche. MOZO 2: No se alarme, señor, esta tela no encoge. (Les sirve los cafés con leche a ambos.) ROSITA: (Descubre algo en la taza y se levanta espantada.) ¡Encima, hay una laucha! MOZO 2: Yo sabía que había oído mal: era con leche, no con laucha. Pero no se preocupe, no tomará mucho. JULIÁN: (Mientras apantalla a Rosita que se ha desmayado sobre su silla.) Pero, dígame, ¿qué hace esa laucha en el café con leche? MOZO: ¡¿Qué sé yo?! Soy mozo, no adivino. JULIÁN: Encargado, Encargado. Venga por favor. ENCARGADO: Sí, ya oí todo. (Almozo 2.) ¿Te parece bonito? Además, ese café con leche está helado MOZO 2: ¿Cómo sabe? Si ni lo probó. ENCARGADO: Porque la pobre laucha está tiritando de frío JULIÁN: (Enojadísimo.) Yo los mato. (Comienza a pelear con el encargado y el mozo 2 intenta separarlos.) ANÍBAL: (Al mozo 1.) Mozo, quiero que venga el encargado y vea a estas cucarachas pizzeras. MOZO 1: (Que ha ido a atenderlo.) Eso no va a poder ser. El encargado les tiene un asco terrible a las cucarachas. ANÍBAL: (Se le tira encima y lo quiere ahorcar.) ¿¡Me estás gastando!? ¡Te mato, pedazo de infeliz! MOZO 3 Y COCINERO: (Entran seguidos por Hugo y Dorotea.) ¡La policía, llamen a la policía! ¡Nos matan y aún soy joven para morir! (Se confunden en la trifulca general.) Los enfermeros entran súbitamente y, tras ver la pelea, se abalanzan sobre los mozos, el cocinero y el encargado, a quienes les ponen una camisa de fuerza.) ENFERMERO 1: Finalmente los pudimos atrapar. ENFERMERO 2: Hace una semana que estos cinco locos se escaparon del manicomio y pusieron este restaurante.

ANÍBAL: (Que, como los demás, está muy sorprendido por la situación) ¿Y son peligrosos? ENFERMERO 3: No, pero estaban a cargo de la cocina del hospital y desde que se escaparon tenemos que pedir comida por teléfono. Ahora, vamos que los están esperando para que preparen la cena. ENCARGADO: ¿Pero no podemos irnos sin antes cobrarles a los clientes? COMENSALES: (Molestos.) ¡Yo no pienso pagar! ¡Pero si casi nos envenenan! ¡Lo único que falta, que nos cobren! MOZO 1: Bueno, si no quieren pagar, no paguen. Pero, al menos, déjennos unas buenas propinas. TELON Fin de Obra EL REGLAMENTO ES EL REGLAMENTO ADELA BASCH Personajes Señora Cajera Supervisor Gerente ESCENA UNO La escena transcurre en un supermercado. La señora está en la caja, pagándole a la cajera. Cajera: Su vuelto, señora. Señora: Gracias. Buenos tardes. Cajera: Un momento. Todavía no se puede ir. ¿No vio ese cartel? (La señala y lo lee.) \"Señores clientes es obligación mostrar la cartera a las amables y gentiles cajeras\". Señora: Discúlpeme, pero yo no se la puedo mostrar. Cajera: ¿Qué dice? Imposible. Me la tiene que mostrar antes de salir. Señora: Por favor, no insista, señora cajera. No le puedo mostrar la cartera. Cajera: Mire, lo lamento, pero es el reglamento. ¿Me está escuchando lo que le digo? Señora: Sí, la escucho. Pero lo siento mucho. No-le-pue-do-mos-trar-la-car-te-ra (Pronuncia las últimas palabras con mucha fuerza.) Cajera: Pero, ¿qué es esto? ¿Cómo que no-le-pue-do-mostrar-la-car-te-ra? (Imita la forma en que lo dijo la señora.) Señora: (Grita) ¡No me haga burla! Cajera: ¡Y usted, mejor no me aturda! Señora: ¡Y usted, no diga cosas absurdas! Cajera: Creo que usted exagera. Solamente le pedí que mostrara la cartera. Señora: Por favor, no me haga perder el tiempo. Estoy apurada. Tengo invitados para la cena. Cajera: ¿Ah, sí? ¡Qué penal Si esta apurada, no sé qué espera. ¡Muéstreme la cartera! Señora: ¡Déjese de pavadas! ¡No se la muestro nada! Cajera: ¡No me hable de ese modo! ¡Y mejor me muestra todo! Señora: ¿Pero que tiene usted en la sesera? No se la puedo mostrar y no es porque no quiera. Lo que pasa, mi querida, es que no tengo cartera. Cajera: ¿Cómo? ¿Está segura? Señora: (Toma una planta de lechuga) Como que esto es verdura.

Cajera: ¡Pero qué locura! No puede ser. No sé qué hacer. No sé qué pensar. No sé cómo actuar. A ver, empecemos otra vez. Yo le pido a usted que me muestre la cartera y... Señora: Y yo le digo que no se la puedo mostrar aunque quiera, simplemente porque no tengo cartera. Cajera: ¿Y ahora qué hago? Señora: Haga lo que quiera. Cajera: Muy bien, quiero ver su cartera. Señora: ¡Pero no tengo! Cajera: No comprendo... No entiendo... Soy la cajera y estoy obligada a revisar las carteras. Usted no tiene cartera, así que no puedo cumplir con mi obligación. ¡Qué situación! ¡Qué complicación! Esta situación imprevista me saca de las casillas. ¡Necesito mis pastillas! Señora: ¿Quiere una de menta? Cajera: No, no me gusta la menta. Señora: Lo lamento. Cajera: ¿Qué lamenta? Señora: Que no le guste la menta. Cajera: (Toma un teléfono) ¡Por favor, por favor, que venga el supervisor! ESCENA DOS Entra el supervisor. Supervisor: ¿Qué sucede? ¿Qué ocurre? ¿Qué pasa? Señora: Me quiero ir a mi casa. Compré, pagué y me quiero ir. Pero la cajera insiste en que muestre la cartera. Y yo... Supervisor: Es correcto. Si no la muestra, no se puede ir. (Saca del bolsillo un papel enrollado y lo desenrolla) Así dice el reglamento de este establecimiento. Cajera: ¿Vio, señora, que no miento? Señora: Si, pero no tengo nada que mostrar. Supervisor: ¿Por qué? ¿Tiene algo que ocultar? ¿Lleva algo sin pagar? Señora: No, señor supervisor, usted está en un error. ¡No soy una delincuente! ¡SOY una mujer decente! Supervisor: Entonces, ¿qué espera? ¡Muéstrenos la cartera! Señora: Señor, si no se la muestro, no es por mala voluntad. Supervisor: ¿Y por qué es? Señora: ¡Terminemos con esta sonsera, trate de entender que yo no tengo cartera! Supervisor: Entiendo. Es una situaci6n complicada, pero no puedo hacer nada. (Mira el papel.1 Tenemos que cumplir con el reglamento. V el reglamento dice... Cajera: Que es obligaci6n de los clientes mostrar la cartera... Señora: ¡A las amables y gentiles cajeras! ¡Pero yo no traje cartera! Supervisor: Señora, 10 hubiera pensado antes. No se puede salir a hacer compras de cualquier manera. EI reglamento es el reglamento. Y hay que cumplirlo. Si no, ¿a dónde vamos a ir a parar? Señora: ¡Yo quiero ir a parar a mi casal ¡Esto es una locura! Supervisor: Usted es una cabeza dura. Si hubiera traído alguna cartera... no tendríamos este problema. Señora: Señor, no traje cartera y no me voy a quedar aquí toda la vida. Así que pensemos en alguna solución. Supervisor: A mí no se me ocurre. Las situaciones imprevistas me paralizan el cerebro.

Cajera: Y a mí me atacan los nervios. Señora, usted me está impidiendo cumplir con mi obligación de revisar las carteras, y eso me confunde, me irrita y me desespera. Se me nubla la mente... Supervisor: Tengo una idea... ¡Llamemos al gerente! Cajera: (Toma el teléfono) Por favor, es muy urgente. ¡Necesitamos al gerente! Entra el gerente. Gerente: ¿Qué sucede? Supervisor: Tenemos un problema. Cajera: Una situación imprevista. La señora quiere irse sin mostrar la cartera. Gerente: Eso es imposible. Cajera: Es incomprensible. Supervisor: Es increíble. Gerente: Además, es contra rio al reglamento. Cajera: Y el reglamento... Supervisor: ... es el reglamento. Gerente: Señora, usted tiene la obligación de mostrar la cartera. Señora: Lo siento, no traje cartera. Gerente: Si no la trajo, es porque no quería mostrarla. Y si no quería mostrarla, seguramente quería ocultar algo. Señora: Pero señor... Gerente: Déjeme terminar. Si quería ocultar algo, tal vez se lleve algo sin pagar. Señora: Pero señor... Si no la traje, ¿cómo voy a ocultar algo? Gerente: Ya le dije. ¡No la trajo porque no la quería mostrar! ¡Y el reglamento dice que tiene que mostrar la cartera! Señora: ¿Pero qué cartera? Gerente: ¿Qué se yo? ¡Cualquiera! Señora: ¿Cualquiera, cualquiera, cualquiera? Gerente: Si, cualquiera. ¡Pero muestre la cartera! Señora: Muy bien. Gentil y amable cajera, ¿tendría la bondad de prestarme su cartera? Por un minutito, nada más. Cajera: Está bien. Tome. (Le da su cartera.) Señora: ¿Quiere revisarla, por favor? Cajera: ¡Cómo no! (La abre y la mira por todos lados.) Está bien. Señora: Entonces, me voy. Le devuelvo su cartera. Cajera: Gracias por su compra. Vuelva pronto. Da gusto atender a clientes como usted. Señora: (Tratando de disimular su fastidio.) Sí, sí, cómo no. Supervisor: Ah, nos podemos quedar tranquilos. Gerente: Tranquilos y contentos. ¡Hemos cumplido con el reglamento! TELÓN

NIVEL SECUNDARIO: TERCER AÑO La presente selección de obras se realiza partiendo del DCP para el Ciclo Orientado del Bachiller en Economía y Administración que propone dentro del eje Escritura y Lectura de textos literarios los siguientes saberes para el Espacio de Lengua y Literatura: > Comprender una amplia variedad de textos literarios (narración, poesía y teatro), pertenecientes a la literatura universal. > Interpretar el discurso literario a partir de sus características distintivas y de sus relaciones con otros discursos. > Caracterizar los géneros literarios a partir de la lectura de obras narrativas, dramáticas y líricas pertenecientes a la Literatura universal. > Escribir textos ficcionales que se adecuen a las convenciones de los géneros literarios También se considera el momento del Desarrollo Intelectual en que se encuentran los y las adolescentes de tercer año, ya que alrededor de los 12 o 13 años el pensamiento cambió radicalmente y se sitúan, por lo tanto, en la etapa del pensamiento Abstracto o Hipotético-Deductivo. Los y las jóvenes ya empiezan a razonar como adultos y a tener opinión propia. Ya no es necesario partir de lo concreto porque el pensamiento se ha vuelto más abstracto, lo que permite plantear situaciones en términos hipotéticos. Como consecuencia del pensamiento hipotético-deductivo les surgen preguntas en relación a su propia existencia y a la búsqueda de la identidad; se vuelven reflexivos y sumamente críticos y su aguzado pensamiento les permite ser graciosos y sensatos al mismo tiempo. Por otro lado, debe destacarse la necesidad de prestar atención a la multiplicidad de factores que inciden por ser un momento sumamente complejo de la vida. Como consecuencia de la enorme producción hormonal, es una etapa fuertemente atravesada por la sexualidad y en la que aparece una revisión de la imagen corporal, lo que vuelve a los y las jóvenes sumamente vulnerables. La dependencia del grupo de pares y su aceptación también juegan un rol muy importante. Atendiendo a todas las características desarrolladas de este grupo etario y considerando el contexto social y económico desfavorable como un factor que en ellos genera aún más vulnerabilidad y riesgos, el rol de la Literatura adquiere mayor dimensión y trascendencia. Pero, paradójicamente, la realidad revela que entre los 13 y

los 18 años de edad se produce el mayor distanciamiento entre el texto literario y su consumo, siendo una de las principales causas su asociación con la institución escolar; situación que se agrava en las clases sociales más bajas. En cuanto a los temas de preferencia les gustan los relatos realistas pero con tendencia al drama sobre todo donde se presenten problemáticas adolescentes, familiares y sociales; las injusticias; el terror; el fútbol; el policial; la ciencia ficción (dependiendo de la trama); por supuesto que el amor, la amistad y la sexualidad también figuran entre sus favoritos. GÉNERO NARRATIVO A propósito de la importancia de la ficción literaria en la construcción del yo durante la adolescencia afirma el catedrático Francisco Alonso: “.Las historias de ficción permiten proyectar los factores afectivos originarios de la personalidad y ello tiene una incidencia especial en la adolescencia, etapa en donde la dependencia del grupo y la elaboración ficticia de su propia realidad hace que el joven viva una especie de biografía imaginaria. La lectura de ficciones desempeña un importante papel en la formación y desarrollo de la personalidad del lector, al punto que su madurez comunicativa necesita adentrarse en mundos ficticios para contrastar su imaginario con la realidad y construir el sentido de su experiencia.” (Alonso Blázquez, 2005) Por este motivo, es indispensable que los chicos y las chicas consuman literatura, más aun en escuelas con población vulnerable, para lo cual, deben proponerse lecturas amenas, más breves que largas, muy vinculadas a los temas que les interesan y que en principio no propongan un esfuerzo que termine en el abandono de la misma. La mediación del docente y la graduación en la dificultad de las obras es un requisito importantísimo para no perder lectores en el camino. De acuerdo a lo expuesto, haciendo la salvedad obligatoria de que en esta propuesta de canon prevalecen las obras de escritores locales y nacionales y basada en la experiencia personal de que en general hay mayor preferencia por los relatos realistas con tendencia al drama, es que se seleccionaron los siguientes cuentos: ^ Cómo llegué a ser un famoso diseñador en Nadie te creería de Luis María Pescetti. ^ Inconexa en Inconexos de Luciana Condorelli. ^ La magia de Pascualito en Penales en la siesta de Rogelio Aguilera. ^ Un e-mail a fuego lento en Salamandras de Liliana Bodoc.

Otro género que sirve como gancho para atraerlos a la lectura es la leyenda urbana, sobre todo si es autóctona como es el caso de Mendoza Tiembla de Martín Rumbo, de la cual se seleccionaron: ^ Las siete puertas del infierno en Mendoza ^ La trágica historia de los chicos de San Martín En cuanto a las novelas, considerando la poca experiencia lectora con la que llegan a tercero, se seleccionaron solo tres, ya que se prioriza la calidad de la lectura y la cantidad de estudiantes que lean por sobre la cantidad de obras propuestas: ^ Los vecinos mueren en las novelas de Sergio Aguirre ^ El almacén de las palabras terribles de Elia Barceló ^ El buscador de finales de Pablo de Santis Una nota de color respecto a la novela El almacén de las palabras terribles es que se ganó el lugar de: EL CLÁSICO de tercer año de la Escuela “El Plumerillo” y ocupa el primer puesto en el ranking de lecturas de primero a tercero. En cuanto al policial del argentino Sergio Aguirre y después de buscar bastante, se la incluyó porque que se adapta muy bien a las necesidades de esta edad ya que no es infantil ni muy compleja y, además, posee un vocabulario accesible y una trama con relatos dentro del relato que no decae nunca. 1­ 2- INCONEXA LUCIANA CONDORELLI Ese día simplemente se desvaneció. No se hallaba en casa con sus hermanos, ni en clases, ni con amigas, ni en casa de su padre en el sur. Su novio tampoco conocía su paradero por lo que al final del día todos se sentían muy afligidos. Su teléfono celular estaba apagado o fuera del área de cobertura, tal como repetía la grabación una y otra vez. Su hermana menor chequeó sus cuentas en diversas redes sociales pero no había indicios de movimientos en las últimas horas. Preguntaron también a sus contactos virtuales y a quienes formaban parte de su entorno pero tampoco sabían de ella. Las horas pasaban y se hacía más difícil imaginar dónde se encontraría. El fantasma de las atrocidades que les suceden a las jóvenes que desaparecen por estas latitudes, no paraba de rondar a la familia. No obstante, debían mantener la calma. Cada uno repasó cuál había sido su último encuentro con Mayra para descubrir alguna pista que contribuyera a esta desconcertante situación. Su hermano mayor la había visto el día anterior luego de la cena, pero no habían cruzado palabra. Lourdes, con quien compartía habitación, la divisó con sus ojos entreabiertos por la mañana cuando Mayra partía a clases. Su novio, Sebastián, quien no vivía en la misma

ÍNDICE DE OBRAS DEL GÉNERO NARRATIVO 1. Inconexa_Luciana Condorelli 2. La magia de Pascualito_ Rogelio Aguilera. 3. Las siete puertas del infierno en Mendoza_Martín Rumbo 4. La trágica historia de los chicos de San Martín_Martín Rumbo 5. Cómo llegué a ser un famoso diseñador -Luis María Pescetti. 6. Un e-mail a fuego lento_Liliana Bodoc. 7. Los vecinos mueren en las novelas _Sergio Aguirre 8. El almacén de las palabras terribles_Elia Barceló 9. El buscador de fínales_Pablo de Santis

ciudad se había contactado la noche anterior con mensajes colmados de corazones y palabras cursis, sin mostrar nada diferente a la comunicación de otros atardeceres. Su amiga y compañera de estudios confirmó que no había asistido a clases ese día, lo cual resultaba extraño porque debían consultar a un profesor sobre un trabajo final. A pesar de su aspecto un poco bohemio y su amor por la literatura, Mayra cursaba estudios en ciencias exactas, particularmente, Ingeniería en Telecomunicaciones. Luego de unos meses de cursado, sus compañeros, que probablemente pensaron que no pertenecía a ese ámbito, se sorprendieron por su óptimo rendimiento y su facilidad para los cálculos. Sin embargo, las personas más allegadas afirmaban que su verdadera vocación se encontraba en la simpleza de las letras. Su padre se inquietó al recibir varios llamados el mismo día indagando si se había comunicado con Mayra en las últimas horas. La relación entre ellos había cambiado mucho luego de la muerte de su madre, generosa y consejera por naturaleza siempre oficiaba de mediadora entre ellos, pero desde que ella partió, solo se visitaban por eventos familiares o en vacaciones. Como padre, no concebía pensar que algo malo podría haberle ocurrido y subió al primer bus a la ciudad para tomar las riendas de esta situación confusa y angustiante. Otra noche en vela, todos especulaban sobre lo que podría haberle sucedido y se movilizaban por sus propios medios para encontrarla. Al revisar la habitación de Mayra, sus hermanos concluyeron que faltaba su mochila, con todo lo que habitualmente llevaba dentro, además de su computadora personal, unas prendas de ropa, calzado, y por supuesto, su bicicleta. Luego de recorrer los alrededores que ella frecuentaba a diario, sus familiares y amigos visitaron las clínicas y hospitales en caso de que hubiera tenido un accidente. Nada se halló en estas instituciones, por lo que se dirigieron a la universidad, y al café donde trabajaba como mesera los fines de semana. En los testimonios, sus compañeros de clases y su jefe aseguraban no haber percibido nada ajeno a su habitual actitud distante, aunque amable y comprometida. Las horas pasaban y las redes sociales se colmaban de fotos, pedidos de búsqueda y hasta de súplicas a la misma Mayra de que se contactara lo antes posible. La televisión también difundía su nombre y fotografía; y la policía ya había comenzado el operativo habitual. Su pueblo natal en el sur estallaba con todo tipo de conjeturas, ya que no circulaba un chisme de tal magnitud desde que el doctor del lugar tuvo amoríos con la esposa y con la hija del intendente. Era inevitable pensar en los serios problemas en los que podría encontrarse Mayra, ya quela familia no concebía que hubiera desaparecido por su propia voluntad sin dejar huellas. Revisaron su correspondencia, hablaron con agentes del banco de su tarjeta de crédito y hasta intervinieron su cuenta de correo electrónico, pero no hallaron señales de algo diferente a lo usual, ni de movimientos en las últimas horas. Con los días se recaudaron evidencias tales como el video de una cámara de seguridad donde se la veía circular con su bicicleta por varias esquinas, y en la última imagen captada el día de su desaparición, se percibía su figura esbelta subiendo al tranvía que atraviesa la ciudad. Según algunas inferencias, bajó en la última estación y echó a andar hacia el este, sin develarse ningún indicio de su destino o paradero desde ese punto. Llegando a los tres meses de desaparecida, los medios ya no le daban al caso la importancia que merecía porque existían tantísimas otras noticias más actuales por transmitir. Su padre había envejecido como diez años en esos días, lo consumió la angustia y el desasosiego, sus hermanos y amigos retomaron sus vidas de a poco pero sin dejar de buscar e indagar por doquier. La universidad colaboraba con la investigación aportando fondos y personal especializado, mientras que sus compañeros tomaban apuntes para ella como si estuviera pronta a regresar. Su novio se debatía en

silencio entre el dolor de la pérdida y el peso de la conciencia, ya que no se animaba a comentar a la familia que llevaba algún tiempo en una relación paralela con una mujer de la ciudad donde trabajaba. Temía también que la policía pensara en una fuga por desamor pero consideraba imposible que su novia hubiera averiguado esta situación. El tiempo transcurría, los anocheceres llegaban sin cesar, hasta que al fin el padre de Mayra decidió abandonar la ciudad y volver a su hogar para continuar la búsqueda desde su pueblo, en compañía de sus afectos de toda la vida. Cuando Pedro ingresó en su casa, tropezó con todo el correo acumulado en esos meses, pero no le prestó atención sino hasta unos días después tras despedir a sus visitas y no poder conciliar el sueño. Entre resúmenes bancarios, impuestos sin pagar y algo de folletería, encontró un sobre color marfil sin remitente. Su aspecto inusual lo invitó a abrirlo con ansiedad y su sorpresa se incrementó al descubrir que era su hija ausente quien firmaba al pie de la hoja. Lágrimas de todo tipo brincaron de sus ojos, se devoró la carta pero no comprendió una palabra por la desesperación y el estupor. Su corazón palpitaba embravecido y sus manos transpiraban el papel, por lo que debió tranquilizar su pulso para poder releer las palabras en tinta azul que expresaban: Querido Papá: Espero que puedas perdonarme por causarles preocupación o tristeza ante mi ausencia repentina. Quiero que sepas que estoy bien, comenzando una nueva vida lejos de casa, sin acceso a internet ni teléfonos celulares, algo nuevo en mí ya que paradójicamente estaba a unos pasos de convertirme en una profesional de las comunicaciones. Hace tiempo que siento que no formo parte de este sistema TAN comunicado, que no me deja tiempo ni para pensar durante el día ni para soñar por las noches, porque siempre hay algún artefacto sonando, algún correo electrónico en camino o alertas de redes sociales. Me sentía sofocada, sobrepasada de tanta información y mensajes que no quería leer pero que su mera presencia me invitaba a abrirlos. Me agobié de ver en qué se convertían mis compañeros al finalizar los estudios, y cualquier otra carrera que eligiera no sería la solución a esta opresión. La vida en la ciudad me había ahogado la libertad de elegir lo que quiero hacer y hasta me había coartado mi tiempo libre debido a esa necesidad incesante de llenar todos los espacios en blanco con actividades sociales, o lo que es peor, con una constante conexión con el mundo exterior. Me agoté, me cansé de no poder manejar mis tiempos de soledad y creatividad, ya que había continuamente alguien preguntando dónde estaba y qué hacía, o alguien comentando una foto o video en la nube, seguido de un alerta que me anunciaba que eso estaba sucediendo. Necesité marcharme, encontrarme conmigo misma en otro lugar fuera de la ciudad, fuera del alcance de señales y redes. No me sentía preparada para alejarme de Uds.- mi familia, mi novio y mis amigos, hasta que entendí que el amor y el apoyo de la familia trascienden fronteras y que los amigos perduran en el tiempo a pesar de las diferencias. Y con respecto a Sebastián, con quien creí tener una relación seria y perdurable, fue más sencillo entender lo efímero que nos vinculaba ya que descubrí que mantenía una relación con otra mujer. Por lo tanto, ya no existían más obstáculos para aventurarme en esta decisión de cambiar mi vida radicalmente. Alguien más está conmigo, Leonardo, un joven tan simple como excepcional, a quien saludé distraídamente durante meses, pero a quien conocí realmente hace poco tiempo, ya que alguien con su oficio primitivo y casi invisible, pasaba desapercibido en una gran ciudad. Sus palabras sencillas de puño y letra pudieron más que cualquier elogio presuntuoso o promesa de una vida llena de lujos. Al principio pensé erróneamente que esas cartas provenían de Sebastián, y la curiosidad me llevó a seguir las pistas para

descubrirlo y agradecerle, pero me estrellé con la amarga sorpresa de que dedicaba su atención y romanticismo a otra persona. Fue así que me refugié en mí misma, en mi lectura y en mis nuevos anhelos, pero también en Leonardo, cuando descubrí que era el autor de esas palabras tan simples pero tan vastas, llenas de realidades que nada tienen que ver con lo tangible ni con lo virtual, sino con la simpleza de la vida en sí misma. Y lo sentí cómplice de la filosofía de vida que había latente en mi interior. Este tiempo lejos de lo que me rodeaba, confirma que mi decisión es correcta y que estoy transitando pasos acertados en un camino nuevo, modesto pero real, sin interrupciones innecesarias ni conexiones de tiempo completo. Deseo que no te preocupes por mí, me siento plena y llena de nuevas energías, prometo escribirte a menudo y visitarte más adelante. Todo el amor para ti y mis hermanos, a quienes llevo en el alma y el corazón. Mayra Pedro releyó la carta una y otra vez llorando de alivio y desconcierto. Cuando recobró fuerzas comunicó las novedades a sus hijos y a la policía, quienes se acercaron de inmediato para acompañarlo y para analizar la veracidad del escrito. Los peritos comprobaron que la escritura pertenecía a la joven, también constataron que la carta estaba fechada a pocas semanas de su desaparición y que el matasellos mostraba fecha pero no lugar. Conjuntamente se realizaron las investigaciones necesarias para obtener información de Leonardo, la persona que nombraba en su carta. Con extrañeza descubrieron que se trababa del joven cartero del edificio donde Mayra vivía con sus hermanos, quien escurría sus cartas anónimas entre la correspondencia habitual, tocando la sensibilidad de alguien que ya estaba desconectándose del ajetreo de este mundo intercomunicado. La tranquilidad llegó a la familia y a la comunidad entera, aunque los medios retomaron la noticia con otro enfoque. Los titulares de los diarios hacían referencia al colorido caso en el que una estudiante de la profesión que representaba el futuro y el avance tecnológico de la sociedad, sucumbió ante la comunicación más básica, antigua y efectiva, la que no se interrumpe por fallas técnicas ni se desvanece por una desconexión: la comunicación desde el corazón, en tinta, y de puño y letra. 3- La magia de Pascualito Rogelio Aguilera A la una; a las dos y a las tres. Carlos se trepó primero, él tenía más cancha, mil veces se había colado en el tren carguero. De chiquito viajaba de polizón con su padre y sus hermanos. Los domingos era una fija, nos escondíamos en el monte a orillas de la línea del ferrocarril y esperábamos a la salida de la estación de San José a que el tren comenzara a moverse para subir y acurrucarnos entre vagón y vagón. A veces hacía frío, mucho frío. El aire calaba los huesos, así que el padre de Carlos cargaba una frazada y nos tapábamos hasta los ojos calentándonos las manos con el humito del aliento. Algunas veces me daba miedo treparme y mucho más cuando sabíamos que el tren no iba a parar y nos teníamos que largar. Había que buscar un claro que no tuviera muchas piedras, sino te raspabas hasta el alma y no sólo te podías quedar sin jugar, sino que además cuando llegabas de vuelta a la casa, no podías decir ni “mú”, porque sino silbaba el rebenque. Bueno, peor era quedarse en el puesto a cuidar las cabras y pasarse el domingo entero escuchando al abuelo cantar tonaditas gustosas hasta que se hiciera de noche o se le acabara el vino. Eso era peor, además a mí me gustaba jugar a la pelota.

Al Pascualito lo llevamos medio engañado, le dijimos que don Nelson necesitaba un arquero porque el “Gorrión González” se había lesionado y sí o sí tenía que ir con nosotros. Catorce años tenía, nunca se había subido al tren. Siempre nos acompañaba hasta la estación e incluso se escondía con nosotros, pero cuando aparecía el “tira humo” se quedaba helado viendo cómo todos se trepaban desordenados y se amontonaban donde podían. Nosotros le gritábamos: “dale Pascualito, dale.” pero él nada, se quedaba estaqueado como cuero al sol mirando sin mirar hasta que el bullicio y el tren se perdían sin dejar rastros. ¡Atajaba el Pascualito! ¡Mamá, si atajaba! Habíamos armado la canchita cerca de don Zalazar, ahí nos quedaba a un pasito a todos, no tenía mucho pasto, pero por lo menos estaba pareja y no habían tantos algarrobos cerca, así es que se podía jugar tranquilo sin que se pinchara la pelota tan seguido. ¡Atajaba el Pascualito! ¡Mamá, si atajaba! Está bien que los arcos eran chiquitos y que nosotros no le pegábamos tan fuerte, pero el Pascualito volaba de un lado al otro. Llegaba bien abajo y bien arriba; como dicen los relatores chillones de Buenos Aires “donde tejen las arañas”. Una vez nos contó que lo entrenaba don Pablo Nievas. Nosotros nos reímos porque el viejo casi que no se podía mover, pero era verdad. El viejo decía que había sido arquero en San Martín. Nosotros nos reímos, pero era verdad. Un día trajo las fotos donde salía vestido de arquero en una cancha re linda, habían unas tribunas de maderas y unos eucaliptus gigantes. Claro nunca pudimos comprobar si era el Club San Martín porque la foto era en blanco y negro, pero no quedó otra que creerle al Pascualito y dejar de hacerle burla. Un mañana me fui a pispearlo junto con el Goly para ver cómo entrenaba el Pascualito. Nos escondimos detrás del médano esperando a que se pusiera a patear con su hermano, pero nos jodió. Apareció vestido con unos pantalones de gimnasia viejazos que usaba para el corral, una camiseta de arquero amarilla, una gorra blanca que nos habían regalado en la escuela la gente del gobierno y unos guantes de cuero como los que se usan para la viña. Con el Goly nos reíamos como locos, nos agarrábamos la panza, nos revolcábamos pero no hacíamos ruido. Se fue derecho al corral como quien va por el túnel que lleva al campo de juego. Antes de entrar se acomodó la ropa, se persignó y abrió la puertita. Atado al palenque había un ternero gordo que balaba desesperado cuando lo vio entrar. Le estaban empezando a salir los cachos y parecía más malo que doña Gringa cuando le robábamos los huevos de la pinina. Pascualito sacó un cencerro del bolsillo, chiquito el cencerro. Se arrimó hasta el animal y se lo ató con una piola blanca en una de las patas traseras. Después sacó un pañuelo de esos que usan los hombres para el cuello y se vendó los ojos. Ya con los ojos tapados, nos dejamos de reír y nos arrimamos sin hacer ruido, total no nos veía, qué nos iba a ver. Se acercó al palenque, desató lentamente al ternero, se acomodó la ropa y lo soltó al bruto. El animal salió disparado como diablo en plena misa. El Pascualito se empezó a mover lentamente, tanteando en el aire, como jugando al “gallito ciego”. El ternero se movía, sonaba el cencerro, el Pascualito se arrimaba. el animal se movía nervioso y cuando el Pascualito lo tenía a tiro, se le tiraba de cabeza a las patas tratando de arrancarle la campanilla. En la primera revolcada nos matamos de risa con el Goly, hasta el ternero creo que se reía. En la segunda casi se va de cabeza contra el palenque, pero la tercera vez el tipo se quedó parado y se arremangó la camiseta. El ternero paró las orejas y abrió los ojos como asustado. El Pascualito agitó sus brazos y cuando el animal se movió, el tipo voló casi dos metros y a mano cambiada le arrancó el cencerro de un saque sin siquiera tocarle un pelo. Así fue dos, tres y hasta cuatro veces seguidas. El tipo no fallaba, se largaba de cabeza como si estuviese en la laguna y zas, chau cencerro. Cuando se cansó o vio que era muy fácil, le ató la campanilla en la cola. El

animal corría y Pascualito volaba, caía se levantaba y volvía a arrojarse. Con el Goly ya no nos reímos más. ¡Atajaba el Pascualito! ¡Mamá si atajaba! Esa mañana, la primera vez que lo llevamos a jugar con nosotros, no le costó tanto subirse al carguero, le dio un poco de miedo verse trepado a semejante monstruo y ver cómo pasaban presurosas las piedras entre los rieles. No le dio tanto miedo, pero jodió y jodió con que la madre lo iba a matar cuando volviera; que si no le daba las bolitas a su hermano lo iba a delatar, que si no conseguían tren para volver, que si. Esa mañana, la primera vez que fue con nosotros don Nelson lo puso de titular contra los de Punta del Agua. Me acuerdo que ganamos uno a cero con un gol del Carlos y aunque nadie dijo nada el Pascualito se atajó todo. Así fue cada domingo. Convencimos a doña Nilda de que el Pascualito era bueno atajando, que don Nelson quería que firmara para el club, que si ganábamos el campeonato nos iban a llevar a jugar un partido a Buenos Aires y tantas otras cosas juntas, que la pobre vieja no pudo decir que no, soñando con ver a su hijo convertido en un gran jugador de fútbol. Esa mañana, la primera de todas las mañanas de Pascualito, subió al carguero con un bolsito viejo y gastado donde llevaba la ropa con la que entrenaba en el corral. Cuando llegamos al club parece que le dio vergüenza ver a los otros chicos con sus camisetas, botines, medias y pantalones de jugar al fútbol así que escondió el bolso y se quedó esperando a que el utilero le diera la ropa para entrar a la cancha. Con el correr de los partidos el Pascualito se fue haciendo figura del equipo, volaba de a acá para allá pillando cencerros sin ruido que se habían convertido en balones. Era difícil hacerle un gol, hasta los más grandes le pateaban con furia tratando de acobardarlo, pero el Pascualito no se achicaba, ponía sus manos curtidas y aguantaba los disparos como si nada, como si tuviera puesto los guantes de cuero. Para cuando comenzó el campeonato ya había firmado para el club. Don Nelson tuvo que ir hasta el puesto del Pascualito para que doña Nilda diera el consentimiento y pusiera la cruz lastimera de su ignorancia y la mancha de su pulgar como rúbrica de su voluntad. Con el Goly le chapamos el carnet cuando se estaba bañando en el club para ver qué decía, a nosotros nunca nos habían hecho firmar y eso que llevábamos más tiempo que el Pascualito. Salía bonito en la foto, peinado con raya al medio, una camisa blanca y una corbata azul. Parecía un chofer de micro, con el Goly nos matamos de risa, pero no tanto, a nosotros nunca nos hicieron firmar. Ese año la categoría del Pascualito salió segunda, un punto detrás de los mediaguinos, pero todos hablaban de nuestro arquero como el mejor de la liga. Algunos equipos quisieron comprar el pase, pero él no quería saber nada, le había dado la palabra a don Nelson de que se quedaría hasta que saliera campeón o viniera algún club grande a buscarlo. En la tercera fecha contra Cochagual se lesionó el negro Videla y le dieron la cinta de capitán al Pascualito. Qué bien le quedaba, el tipo no se las creía, seguía tan humilde y callado como siempre, pero nosotros que mirábamos desde el banco de suplentes, nos dimos cuenta de que él tenía algo especial. Esa estampa de hombre, esa mirada perdida y penetrante a la vez, que intimidaba a los rivales cuando tenían que encararlo o patearle un penal. El pibe “tenía magia”, como dicen algunos, “magia”. Cuando cumplió los dieciséis años lo citaron para jugar en primera. Para entonces yo lo acompañaba a los partidos algunas veces, porque como al Goly, a mí tampoco me hicieron firmar, así que mi papá se enojó y me dijo que si no era jugador de fútbol iba a tener que estudiar; fue así que me puse a estudiar no más. Ya no nos costaba tanto treparnos al tren. Algunas veces cuando la máquina la manejaba don Chicho, nos hacía sonar la bocina dos veces y ya era sabido que no nos teníamos que trepar, él nos hacía un lugarcito en el último vagón siempre y cuando le cebáramos mates y le convidáramos con torta al rescoldo. Era lindo el último vagón, no sentíamos frío y las

piedras pasaban más despacio, al Pascualito le gustaba, a veces cuando se le daba por hablar me decía: “cuando juegue en primera en avión vamos a viajar, en avión”. Yo me ría, no me imaginaba cómo se verían las piedras desde el cielo. Su primer partido en primera fue contra los “chimberos”, entró cuando lo expulsaron al flaco Aguirre. Veintitrés minutos del primer tiempo, el partido cero a cero, pelota en cortada para el Tati Molina, arrastra al dos como si nada. El Flaco que sale a achicar y se lo lleva puesto; penal y expulsión. El técnico miró al Pascualito como diciendo “salvame pibe”, le hizo seña con la mano para que se levantara y pidió el cambio. Yo lo miraba desde la tribuna, pegado a la tela justo a la altura del área; él no me veía como aquella mañana en el corral. No lo podía creer, era el día, el día tan soñado. Me hubiera gustado que estuviera el Goly así nos abrazábamos, después de todo nos reímos poco, nunca nos reímos tanto del Pascualito, él era nuestro amigo. Pisó la raya de cal, le mostró los tapones al línea mientras se calzaba los guantes, lo saludó al Flaco que salía destrozado, como sabiendo que ese era su último partido como titular, se persignó y entró al campo de juego como si nada. El nueve de ellos con la pelota pisada en el punto letal le dijo a la pasada “puesterito andá a buscarla al fondo”. El Pascualito ni lo miró, caminó hasta el arco, se paró en el medio, se arremangó los puños, y aunque muchos no se dieron cuenta, cerró los ojos esperando el silbatazo del juez. El delantero sorprendido por la osadía del muchacho remató con fuerza al palo derecho. Pascualito se quedó quieto y cuando todos lo creían vencido se impulsó como un resorte y en medio del grito de gol de los visitantes, para asombro de todos, se quedó con el balón apretado entre sus manos. Sólo ahí abrió los ojos y pudo ver cómo el nueve se agarraba la cabeza y sus compañeros se le venían encima por la hazaña. El partido terminó cero a cero, pero la hazaña no fue sólo la atajada del Pascualito, sino que además fue la primera vez que un encuentro de nuestra liga tuvo su comentario en el diario local. Cuando se terminó de bañar yo lo esperaba en la puerta del vestuario para darle un abrazo como siempre, pero se me adelantó don Nelson junto con un señor alto muy bien vestido que quería conocerlo. Se quedaron charlando un rato, casi que no quedaba nadie en el vestuario. Yo no podía escuchar lo que decían pero suponía que era un dirigente de algún club importante que lo había visto atajar y se lo quería llevar. Cuando se fueron el Pascualito se quedó sentado, sentado como en el aire, no hablaba, no miraba, no respiraba. sólo soñaba: “Se me dio hermano, se me dio. En avión vamos a viajar, en avión”. Nos fuimos al bar de los Ponce a tomar una cerveza como siempre y a esperar el tren que nos llevara de regreso al campo. Esa tarde don Cholo le dijo: “nene te pasaste hoy, consumí lo que quieras, yo invito”. Tomamos más cervezas que otras veces, el tren no venía y qué íbamos a hacer, tomamos cerveza, más cerveza que otras veces. Para cuando llegó el tren y tuvimos que treparnos ya estaba oscuro, a mí me daba vueltas todo y el Pascualito un ratito antes había vomitado. Me dio miedo treparme; estaba oscuro, le dije al Pascualito que nos quedáramos hasta el otro día, pero él quería ir a darle la noticia a su mamá, así que subimos. Estaba oscuro, nadie nos vio subir, nadie. Lo seguí casi tres horas buscando el rastro que dejaban las alpargatas gastadas en la arena, llevaba una mochila chiquita, una botella plástica forrada con tela, un sombrero marrón y una angustia seca que lo hacía sollozar sin derramar una lágrima. El Pascualito era mi amigo, no podía dejarlo solo y menos ahora cuando la soledad era la primera que tenía ganas de llevárselo para siempre. Lo seguí por ese miedo intenso que sentía en el pecho de creer que se quitaría la vida, la única que le quedaba, porque la otra, la del fútbol ya la había perdido para siempre. Estaba cayendo la tarde, habíamos entrado en el bajo de la salina cuando se detuvo a tomar agua. Sacó un pañuelo de la mochila, se secó la frente, miró hacia atrás, se acomodó la bolsa y siguió tranqueando despacio como buscando un lugar. Se detuvo justo debajo de un algarrobo corpulento y chamuscado

que dominaba el paisaje con su aspecto de gigante dormido, se echó de rodillas a los pies del árbol, abrió la mochila y sacó su vieja ropa de arquero, el cencerro que siempre le ataba al animal y un lazo trenzado que usaba en muy raras ocasiones. Ya casi no se veía, como aquella noche del tren. Me acerqué despacio tratando de interrumpirlo en el momento justo, para no darle tiempo a nada. Como pudo se puso su ropa de arquero, hasta la gorra se puso, sacó el cuchillo con mango de plata que le había regalado don Pablo Nievas y para mi asombro se ató el lazo a la cintura y se cinchó bien apretado dándose varias vueltas contra el árbol. Al principio no entendía y estuve a punto de pegarle el grito para terminar con la locura del Pascualito, pero cuando me acerqué vi con los últimos destellos de luz que sobraban en aquella tarde, relucir el filo del cuchillo que comenzaba a cavar el pie del algarrobo. Ahí estaba, la leyenda del pueblo se revelaba ante mí como una verdad absoluta, “el hormiguero del diablo”, aquel socavón profundo del que brotaban miles de hormigas doradas que según los viejos curaban a las personas de sus males y pesares más íntimos. Un susurro comenzó a poblar el silencio del campo, el Pascualito seguía cavando desesperado como quien busca un tesoro, hasta que de pronto apareció la primera hormiga dorada y como un niño que trepa a un árbol comenzó a recorrer el cuerpo del Pascualito lentamente. Así fueron floreciendo miles de hormigas que brillaban con su luz incandescente e iluminaban aquella mágica escena. La noche sólo mostraba siluetas, sombras, tal vez sueños y deseos. Sólo comprendí lo que sucedía cuando el Pascualito dejó ver el triste pedazo de brazo que le había quedado después de que el tren se lo cortara aquella noche en la que tomamos más cervezas que otras veces, en la que no se veía nada, en la que nadie nos vio subir, ni bajar del tren. El grito desgarrador y los tirones desesperados que pegaba el pobre Pascualito resonaban en la inmensidad del monte, estremecían las mismísimas estrellas y hasta las voces profundas de las deshoras hicieron silencio cuando el niño penetró el muñón desprolijo y mal cocido en el centro del hormiguero. Después de unos minutos la calma volvió al lugar, las hormigas desaparecieron como arena que se lleva el viento y no quedó ni rastro del hormiguero y su magia, sólo el cuerpo desvanecido del Pascualito cinchado al viejo algarrobo como muestra brutal de aquella noche. Me acerqué despacio para ver si estaba bien. Dormía plácidamente, como un niño, tal vez con un sueño de gloria volando de un lado a otro en su humilde corazón. Me fui despacio, masticando la poca esperanza que guardamos los que nunca la perdemos, rogando en silencio que el Pascualito volviera a pillar los cencerros dorados que vuelan en los potreros olvidados del tiempo, deseando con el corazón verlo llegar vestido con su ropa de arquero ingresando a un campo de juego. Yo siempre dije que el Pascualito tenía algo especial, tenía “magia” como dicen algunos. Aquella tarde tres años después de su debut en primera, Pascualito llegaba a una final, tal vez la única, tal vez la última de su vida. Don Nelson lo dejaba ingresar al banco de suplentes como uno más del equipo. Él se sentaba en su lugar de siempre y miraba en silencio cada encuentro con el mismo brillo en los ojos de la primera vez, esperando su oportunidad, su momento, su sueño. Una vez más la historia se repetía: partido complicado, ganábamos uno a cero y sólo faltaban tres minutos. Nos tenían contra el arco, yo estaba prendido a la tela justo a la altura del área, como siempre. En la última jugada fue incontenible el desborde del puntero izquierdo, centro al corazón del área, el arquero que sale a buscar el balón en alto y le da de lleno con su rodilla en la cara al delantero; nada más que decir, penal y expulsión. Un silencio sepulcral invadió el estadio, nadie podía creer lo que estaba pasando, después de tantos años de espera el sueño del campeonato y del Pascualito se desvanecían una vez más. Don Nelson desencajado miró al banco de suplentes, un pibe jovencito y asustado se levantó tímidamente acomodándose la ropa; el Pascualito miraba casi llorando a don Nelson,

suplicándole con el recuerdo y el corazón, una última oportunidad. No hubo dudas en el entrenador, con firmeza lo miró al pibe y le dijo “vos no nene, el Pascualito”. Qué más puedo contar de aquella tarde, fue la última de todas las tardes, nunca más volvimos por el club, para qué, todos habíamos cerrado el círculo, habíamos resueltos los misterios, cumplido las promesas. Cuando ingresó el Pascualito el tiempo se detuvo, todo quedó en descanso, en armonía. Sólo él y yo podíamos ver y sentir aquella escena mágica. Una hormiga dorada trepó la tela de alambre en la que yo estaba colgado y comenzó a caminar lentamente frente a mis ojos, una lágrima recorrió mi mejilla. Yo estaba ahí justo a la altura del área donde él no me veía como la mañana en el corral. El nueve puso la pelota en el punto indicado, el juez rompió el misterio y el balón voló despiadado al palo derecho queriendo robarse el sueño eterno del Pascualito, él se quedó quieto y aunque nadie lo notara, yo lo vi cerrar sus ojos. 4­ 5- Las siete puertas del infierno en Mendoza Las siete puertas del infierno en Mendoza Cuenta la leyenda que en toda metrópoli hay siete puertas que conducen directo al infierno. Son portales ocultos, siniestros, secretos, pero como todo lo relacionado con el diablo, están a la vista de cualquiera, solo basta buscar para encontrar. Y Mendoza no está exenta de ellas. Estas puertas se abren todas las noches puntualmente a las 3 de la mañana y liberan por la ciudad a las más nefastas almas que se encargan de atormentar, confundir, tentar y hostigar a propios y ajenos de la ciudad. Como una horda de alimañas hambrientas, los demonios se cuelan entre las galerías, en los locales, en los semáforos solitarios de la noche, entran por las ventanas de los departamentos, por las hendijas de las puertas de los cafés, por las cerraduras de las farmacias de turno y los tugurios de mala muerte. Suelen poseer por algunos minutos u horas a esas almas débiles o depresivas, tristes, arruinadas, melancólicas, para hacerlas cometer atrocidades de todo tipo. Se meten dentro del cuerpo de los taxistas y los transforman en violentos conductores suicidas o en mudos y momificados fantasmas vacíos e insulsos. Se les aparecen a los locos que deambulan errantes por las calles del centro para asustarlos y muchas veces instarlos al suicidio o a cometer actos vandálicos, como orinar paredes o defecar en la puerta de las iglesias urbanas. Cuando una pareja discute luego de las 3 de la mañana en la ciudad, sin duda un demonio se mete dentro de uno de los dos y lo pone violento o escurridizo. En los bares poseen a las mozas lindas, para ningunear y tratar con desprecio a los clientes solitarios, que buscan en el refugio del alcohol la solución a sus infortunios y desamores. En boliches citadinos y antros bailables están en cada una de las mujeres hermosas, para defenestrar a todo desdichado poco agraciado que intente incursionar en el arte de la seducción, porque el demonio es débil ante la belleza ajena, así que solo hace sufrir a los mártires del cortejo, aquellos acostumbrados a los fracasos sentimentales. Los más afectados psicológicamente por los demonios son los ludópatas nocturnos, quienes sienten la necesidad física de apersonarse en los casinos luego de la hora maldita a jugarse sueldos, hipotecar inmuebles y prendar autos, padeciendo todos los sinsabores de este espantoso vicio. Están en todos los actos funestos, en todo asesinato, en todo suicidio, en todo siniestro o acción violenta. Son los demonios los culpables de todas las atrocidades que se comenten en el centro de las metrópolis

por las noches. Solo ellos. Además, las horrorosas puertas, suelen abrirse al público en general en algunas oportunidades, para que personas corrientes ingresen, y una vez dentro... , una vez dentro suceden los más macabros festines demoníacos, como fiestas turbias, farras prohibidas, bailes diabólicos, sacrificios sexuales, espectáculos de magia negra y todo tipo de rituales paganos. Las puertas son confusas y nadie tiene claro a dónde llevan, por qué están ahí o qué sentido tienen. Pero todos las pueden ver. desde tiempos inmemorables. Hay una forma, solo una, de cerrar estas puertas. Pero el sacrificio que esto implica es prácticamente imposible de llevar a cabo. Tiene que entrar un menor puro, virgen, libre de pecados de cuerpo y alma, en el momento preciso en que las puertas se abren, a la hora maldita, y cerrarlas desde el lado de adentro, quedando atrapado para siempre. Cada puerta que se cierra aumentaría el flujo de demonios en las restantes aún abiertas, por lo que el sacrificio sería cada vez mayor al ir cerrando puertas. Incluso al cerrar seis, la séptima sería custodiada por el mismísimo Diablo. Habría que conseguir muchos jóvenes mártires que deseen entregar su vida por el bien de la humanidad y que a cambio reciban la condena eterna de ser atormentados por los siglos de los siglos, dentro del más miserable infierno. Incluso la batalla que se libraría en las últimas puertas sería brutal y sangrienta. Cuando escuché de la leyenda decidí investigar y creo haber encontrado al menos seis de las siete puertas del infierno en Mendoza. Comencé preguntando en el lugar céntrico más sagrado de la ciudad: la Iglesia de los Jesuitas. No puedo nombrar al cura con el que hablé por motivos obvios, pero me llevé una gran sorpresa cuando me dijo que una de las puertas estaba en la mismísima Iglesia y que la habían intentado tapiar inútilmente. Del otro lado no había absolutamente nada, la puerta no llevaba a ningún sitio. Esta puerta pertenecía a la parroquia; hoy una publicidad clausuraba su normal uso. Sin dudas había encontrado la primera de las siete puertas. “Hay una en el baño del café más antiguo de la ciudad. Yo no sé cuál es, pero dicen que uno de los mozos, el más viejo, sabe más del tema de las puertas”, dijo el cura. Recorrí más de cinco cafés históricos, hasta que rendido me detuve en el Automóvil Club Argentino a descansar. Ahí le llamé por teléfono a mi amigo Hugo para que me dé una mano, él es un bicho de ciudad, amante de los lugares nostálgicos. — Estoy en el café de siempre —me dijo, y una imagen mental me asaltó al punto de sentirme un idiota por haberme olvidado del tradicional café de la calle Amigorena; el legendario café del centro donde viejos y periodistas pululan a diario. Llegue al local y ni siquiera saludé a Hugo. Me fui hacia adentro, miré por todos lados. No observaba nada extraño. Entré al baño. Y ahí creí verla. Una chapa soldada con candados oxidados bloqueaba el acceso a uno de los sanitarios. Algo me indicaba que había encontrado la segunda puerta, porque evidentemente había algo detrás. Algo prohibido, algo terrible. Por ese motivo estaba tapiada y vedada al paso. Me acerqué a la mesa de mi amigo que miraba confundido y le pregunté por el mozo más antiguo. Me señaló a un personaje casi octogenario. Sin chistar me arrimé al anciano. —Necesito hablar con usted un segundo —le dije. —¿Café o cortado? ¿Con o sin medialunas o tortitas? —me dijo automático con la vista perdida en la nada. —No, es por otro asunto. —¿Qué otro asunto? —preguntó sin siquiera mirarme. —Las puertas del infierno de la ciudad. Sé que hay una en el baño. — de pronto sus ojos se incendiaron y me clavó una mirada penetrante. Me tomó del

hombro con la energía de un joven y me empujó hacia la cocina del café. Luego de amenazarme y preguntarme sobre lo que sabía logré que se calmase y le conté que conocía la historia, y que solamente quería documentarla. El mozo había padecido los tormentos infernales de conocer la leyenda y trabajar en el mismo lugar donde se ubicaba una de las siete. Me dijo que jamás quiso investigar sobre el tema pero que estaba seguro que otra de las puertas estaba en la Galería Tonsa. Salí del lugar apurando el paso de las dos cuadras que me separaban. Al llegar a la galería lo primero que hice fue ir hacia los subsuelos. Ahí encontré una gran puerta. En realidad era una especie de portón, justo donde terminan las escaleras que descienden al subsuelo. El sitio estaba todo pintado de un bordó sucio y apagado, y las hojas de la puerta tenían unos curiosos marcos marrones. Estaba entreabierta. Era de día, me armé de valor y entré. Apenas la abrí sentí un ruido y me asusté, se me acercó un muchacho de mantenimiento. Me pregunto qué estaba haciendo y sin dudar le expliqué todo lo que sucedía. —Mirá, esta una puerta es común y corriente. En este lugar guardo mis materiales. Yo trabajo hace veinte años acá, me encargo de que la galería este limpia y, como verás, no hay mugre. Pero hay una parte donde todo está desordenado y sucio porque nunca voy, y es que siento algo raro ahí, una presencia, no sé., y de noche ni te cuento, no me animo ni siquiera a ir a ver qué pasa. Ahí he visto que hay una puerta rara. Está en el segundo piso, en el cine abandonado, hacia la derecha. Apenas subí supe cuál era el lugar. Se encontraba al final de un pasillo, al fondo, atestado de muebles rotos, mugre y suciedad. Y ahí, entre el lío. la tercera puerta. Estaba hacia la derecha de las puertas del abandonado cine City. Tenía rejas que habían sido violentadas y manchas oscuras al rededor. Cuando me acerqué pude ver puntos de soldadura para impedir su apertura. Se estaba poniendo oscuro. Pero esta era la tercera puerta. Al fotografiarla presentí algo extraño, como unos gritos lejanos detrás de mí. Las manos comenzaron a temblarme y sentí una puntada en el estómago. Estaba solo. Me asusté y decidí que por momento había sido suficiente. Las pesadillas que me acosaron por la noche no me dejaron dormir. Por la mañana del día siguiente decidí recorrer una de las calles más históricas de Mendoza, la Peatonal Sarmiento. Caminé desde su nacimiento, en la plaza Independencia hacia el Este, esperando encontrar algo, ver alguna puerta, algo raro, no sabía qué. En Internet no había absolutamente nada al respecto, en la biblioteca pública General San Martín tampoco (donde presumí sin suerte que podía situarse alguna puerta), ni en el archivo del Diario Los Andes. Me detuve a pensar un poco sobre la fuente que hay en la intersección con la calle San Martín, cuando miré hacia el norte y vi el famoso “Pasaje San Martín”, una de las galerías más antiguas y clásicas de la ciudad, que además tiene un pasado oscuro y violento. Entré para hablar con el conserje, le conté la historia y me dijo que no sabía nada al respecto, y que por favor me retirase del lugar. Pude percibir nervios y temor en su mirada. Algo lo había puesto incómodo. Yo llevaba el estuche de la cámara así que apenas se dio cuenta me dijo: “No podes sacara fotos dentro de la galería, si no te vas, voy a llamar a la policía”. Evidentemente había algo raro, pero ante la actitud del hombre preferí hacerle caso y caminar en dirección a la salida por San Martín. Metros antes de llegar miré a la derecha, hacia las escaleras

que subían a los pisos superiores. Y ahí, entre los escalones, como un mamarracho de la ingeniería, estaba la cuarta puerta burlándose de todos los transeúntes, que no entendían su función. Una puerta antigua en la pared curva, entre los escalones que suben en caracol. Nadie sabe que hay detrás ni cómo pueden haberla construido ahí, entre los peldaños. Si, esa extraña puerta en las escaleras del Pasaje San Martín es un portal del infierno. Saqué la cámara del estuche y sentí un ruido a vidrio que se rompía. La lente se astilló de punta a punta, mi cámara estaba arruinada. A lo lejos el guardia de seguridad me gritó y se abalanzó hacia mí. Hice una toma con el celular y salí corriendo. Caminé un par de cuadras, mirando hacia todos lados, asustado. No vi al guardia, pero de pronto alguien por atrás me tomó del hombro, era Manuel, el linyera calvo y loco que anda con una colcha, barba y sin zapatos por la ciudad desde tiempos remotos, divagando entre lo confuso y lo real. Me miraba fijo. — Están en las galerías. Conozco dos más —me dijo. —¿Cómo sabés que estoy.? ¿Cómo sabés que las estoy buscando? —Porque vi cómo te quedaste frente a la puerta del Pasaje, y que le sacaste una foto. —Ya encontré una. Está en la Tonsa — le dije sacándomelo un poco de encima con ese aliento agrio y olor denso—. ¿La otra.? —¿En la Tonsa.? No sabía que había una en la Tonsa, entonces conozco otras dos más, ¡pero no te acerques! ¡No vayas! —me advirtió. —¿Por qué? ¿qué pasa? —Te huelen. Mientras más te acercas, los demonios más te huelen. Vas a ver. Van a seguir tu rastro, y te van a empezar a pasar cosas. Cosas malas. Te van a pasar, vas a ver. Se te van a aparecer., se te van a aparecer vivos. Mirame a mí — me dijo al tiempo que se corrió unos metros para que observase su semblante, una suerte de harapo viviente. —Me voy a cuidar, quedate tranquilo, pero tengo que publicar esto. ¿Dónde están las otras dos puertas? —Sobre San Martín, pasando Genera Paz, en la misma cuadra. Son dos galerías viejas, sobre esta misma vereda, antes de llegar a la Alameda. Seguí mi camino, apenas pasé General Paz encontré la entrada a una galería, oculta entre carteles de “compro oro” y un café de mala muerte. Me bastó atravesar el pórtico para ver no solamente la locación de la quinta puerta, sino un lúgubre y espeluznante sótano, clausurado para cualquier mortal, en el subsuelo de aquel oscuro reducto. La puerta era de chapa amarilla y varias franjas municipales de “clausurado” la decoraban. Las escaleras que descendían hacia ella estaban sucias, partidas y manchadas, como si nadie hubiese bajado en mucho tiempo. Además de un extraño local en el subsuelo. Ahí deberían de realizarse los rituales y las fiestas paganas que me habían comentado. Nuevamente sentí los alaridos de fondo, me di cuenta que solo yo los oía, porque en el café nadie se inmutó. Eran como lamentos, como gritos circenses. Otra vez la puntada en el estómago, tenía que terminar de encontrar las puertas indicadas. Escuché un trueno y todo se nubló, un aguacero típico de Mendoza comenzó a azotar la ciudad. Salí corriendo de aquel horroroso lugar, caminé unos metros más y encontré la galería Ruffo. “Esta debe ser la puerta más aterradora de todas —pensé— la peor”. Un mareo me impidió seguir caminando, tuve que sentarme no sin antes tomar la última foto del día. Esta puerta también descendía a un sótano, estaba enmarcada por metal negro, como sus rejas y barandas. No había nada debajo, una habitación oscura y fría. Otro de los sitios donde las peores herejías debían acontecer.

Entonces se cortó la luz en la galería y todo comenzó a girar. Salí como pude. Entre el mareo y el dolor de estómago, los gritos, los alaridos, todo era confuso. Paré un taxi y le pedí que me llevara a casa. Esperé una semana para volver al centro. Me faltaba una sola puerta. No volví a ninguna de las locaciones anteriores porque al acercarme sentía una sensación extraña en el cuerpo. No tenía forma de ubicar la última puerta más que la intuición. Pasé toda la tarde caminando hasta que se hizo de noche y entré en un restaurante de la calle Las Heras donde trabajaba un amigo. Le comenté un poco lo que estaba haciendo, primero me escuchó entre risas, hasta que le empecé a mostrar las fotos de las seis puertas. Yo no me reía y por fin se dio cuenta que hablaba en serio. A media noche nos despedimos, salí del restaurante en dirección hacia el estacionamiento donde tenía el auto, cuando de pronto un hombre me silbó y me arrimé hasta él. —Estaba comiendo dentro del restaurante y no pude evitar escucharte. He sentido la leyenda de las siete puertas —me dijo. —Si, yo encontré seis. Me falta una —le contesté. —Si, la puerta que te falta está en el parque, pero yo te recomiendo que no la busques jamás —dijo al tiempo que una sonrisa macabra apareció como mueca. —¿En el parque? Pero ¿por qué no la puedo buscar? —Vos no la busques —me dijo, dio media vuelta y se fue. Nuevamente el mareo, los gritos, la noche se empezó a apagar, los lamentos, mis manos temblando, dolor de estómago, dolor, dolor profundo, caigo al piso, la noche, más oscuridad, asfixia., me asfixiaba., y todo se volvió negro. Amanecí al otro día en el hospital Central. Me había descompensado misteriosamente. Por suerte mi amigo me encontró en el piso, desmayado. La séptima puerta tendrá que esperar aún, al menos hasta que tenga nuevas respuestas. 6- La trágica historia de los chicos de San Martín El rumor de “la chica de la fiesta” me llegó hace un tiempo, probablemente sea de público conocimiento como toda leyenda urbana. El tema se puso más escabroso cuando un amigo de San Martín me comentó de un evento macabro muy cercano a él que justamente estaba relacionado con el rumor de la chica. Me tomé el tiempo necesario para escribir este relato porque tardé en averiguar detalles, ahondar las fuentes, charlé con gente de la zona este, indagué en diarios sobre los sucesos de aquella fecha, y llegué a la conclusión de que esta historia más que una leyenda urbana era espantosamente real. Antes que nada les cuento sobre la leyenda, típica de todo pueblo. La historia es nocturna, sucede en fiestas y en boliches, en Mendoza. Los lugares donde el rumor se repite es en Corralitos, La Primavera, Fray Luis Beltrán, San Martín y Palmira. Este último pueblo es donde el mito es más latente y poderoso, pero en cada zona rural del país la pueden escuchar: Una joven vestida de blanco, de tez pálida y pelo negro es sacada a bailar por un chico. Luego de pasar la noche bailando y charlando él le ofrece llevarla a su casa, lo que ella acepta gustosa. Lo hace dar varias vueltas y le pide que paren en un lugar solitario. Él se detiene entusiasmado por la posibilidad de intimar con ella pero solo se lleva unos besos y una que otra caricia. La anécdota concluye cuando ella se baja en el

lugar, el cuál es el cementerio zonal, e ingresa por la puerta, a veces incluso hasta traspasando las rejas. Una variante, que escuché en La Primavera, mucho más jugosa y tétrica, es: ...él la lleva hasta su casa, ella entra y él se va. Al otro día encuentra en su auto una campera de jean y vuelve al domicilio donde la dejó. Lo atiende el padre de ella y le comenta dolorido que su hija murió hace unos años. Le pregunta por qué la busca, el chico le comenta aterrado la historia y el padre se da cuenta espantado de que la campera era de su hija. Sobre esta variante avancé bastante, al punto de que llegué hasta la casa donde teóricamente había sucedido el tema. Me atendió un señor muy viejo. Me hice pasar por periodista de un diario (cosa que he hecho para averiguar todo lo que sé). No me dejó entrar pero desde la vereda me contó que era viudo, que efectivamente hacía unos años había perdido una hija y cuando le pregunté por el tema de la campera de jean se le llenaron los ojos de lágrimas y me cerró la puerta en la cara. Con todo esto saco dos conclusiones: o la historia es verdad y el viejo no quiere contar nada, o la historia no es verdad y está cansado del rumor. Me he tomado las precauciones de cambiar absolutamente todos los nombres y lugares por respeto a las víctimas, en agradecimiento a los familiares y los allegados que me dieron detalles, y por cuestiones legales, ya que el caso está aún en la fiscalía. Era sábado a la noche, Marcos, Ignacio y Damián, eran tres amigos de San Martín que habían ido a bailar al “famoso boliche del este”, como religiosamente lo hacían cada fin de semana. Damián era un seductor nato e implacable, Marcos lo acompañaba bastante bien e Ignacio era el que menos atinaba pero siempre estaba con sus amigos. Los tres eran inseparables, sus estudios primarios y secundarios los habían hecho juntos, solamente se distanciaron en la universidad, cuando Marcos se decidió por las Ciencias Económicas, Ignacio por Policía y Damián por la Enología. La noche era calurosa y nublada, Ignacio se quedó con una chica que conocía, Damián y Marcos estaban buscando chicas en la pista vip. Damián se quedó con una rubia al segundo intento y Marcos siguió deambulando por la pista hasta tarde. Una vez que se resignó a que ésta no era su noche, tomó varios tragos de más, como le solía pasar. Al cabo de un par de horas estaba ebrio, por lo que salió a la pista del patio a tomar algo de aire. Estaba mirando hacia el cielo, respirando profundo con ánimos de que el aire le aplaque el mareo, cuando de pronto le tocaron la espalda. Solamente bastó que la chica le pidiese fuego para que Marcos activase todas sus virtudes de galán y terminase conociendo desde que se llamaba Amalia, hasta el sabor de su boca. Se hicieron las seis de la mañana y se juntaron en la puerta del boliche para volverse en el auto de Damián, pero no volvían solos sino que Amalia los acompañaba. Ella vivía también en San Martín y Marcos se había ofrecido a llevarla. “Nospagás con esa medallita que tenés en el pecho”, le dijo Damián en broma mientras subían al auto. Manejaron por el acceso hasta la entrada a San Martín, en vez de tomar hacia la ciudad se dirigieron hacia el norte. Los tres le hacían chistes a la chica por lo lejos que vivía, a lo que ella correspondía con una mueca, un gesto con sus ojos, o con una sonrisa casi forzada. Luego de varios kilómetros Amalia señaló que debían tomar por un callejón hacia el este, saliéndose del asfalto y entrando a un camino de tierra. Las cargadas se terminaron. Manejaba Damián, iba de acompañante Ignacio y atrás iban Amalia y Marcos abrazados. La mirada de Amalia era misteriosa y seductora. Damián e Ignacio no podían dejar de observarla por el espejo retrovisor, su palidez era abrumadora. Pasados varios minutos la calle se angostó y a unos metros apareció una curva pronunciada hacia la derecha.

Marcos ya no quería más besos y se impacientaba por llegar a destino. Amalia le señaló a Damián que no doblase a la derecha, sino que se metiese despacio por otro callejón que había hacia la izquierda. Damián dobló dubitativo y un poco asustado. De pronto un viento comenzó a zamarrear los sauces llorones que poblaban la zona. Estaban solo ellos en aquel callejón angosto, la última vivienda había pasado hacía kilómetros. Ninguno de los tres hablaba. Manejaron unos doscientos metros más, donde el callejón se había transformado en una mera huella. No se veía absolutamente nada. Damián detuvo la marcha sin apagar el auto porque era casi imposible seguir avanzando. Marcos le preguntó sorprendido si ella vivía ahí. La chica contestó que sí, que vivía unos metros más adelante, que siguiera un poco más. Su voz había cambiado y su palidez resplandecía en la oscuridad del auto. Ignacio bajó el vidrio polarizado para tratar de mirar mejor el lugar, un frío gélido y el ruido del silencio penetraron el habitáculo del auto. Damián titubeó y tartamudeando le dijo a Amalia que no podía seguir avanzando... No sabía que más decir. Amalia le dijo que solo faltaban unos metros. Marcos estaba mudo, el frío del cuerpo de la chica lo estaba congelando. Damián encendió las luces altas y no vio absolutamente ninguna casa, ni rastros de luces o ranchos, incluso no había más huella. La mirada de Amalia estaba fija en él. De pronto Ignacio reaccionó y le repitió a Amalia que no podían seguir, que se iba a enterrar el auto, que bajase y que ellos la iban a acompañar caminando. Damián le clavó una mirada desesperada a Ignacio y le dijo susurrando que él no se iba a bajar, que no iba a dejar el auto solo. Marcos le soltó la mano a Amalia y dijo que tenía mucho frío, que no se iba a bajar porque se iba a enfermar. Ignacio miró hacia la oscuridad, ahora la mirada de Amalia penetraba sus pupilas desde el retrovisor, entonces bajó la vista y le dijo que fuese sola, que ellos la iluminarían y la mirarían desde el auto. Amalia levantó una ceja en señal burlesca. “No importa chicos, ustedes vayan. Yo me voy sola. Sólo que no tenía ganas de caminar”, dijo serena. Mitad sorprendidos, mitad aterrados vieron como Amalia se bajaba del auto, saludaba con un beso a Marcos y luego se perdía entre el forraje silvestre del descampado. Los tres tiritaban de frío, pero más de miedo. El viento comenzó a correr más fuerte y se empezó a levantar polvo y tierra, Ignacio subió el vidrio y le pidió a Damián que se fuesen, que le daba miedo estar en el medio de la nada con la oscuridad de la noche envolviéndolos. El lugar era tenebroso y solitario. Las ramas de los sauces se movían y con las luces del auto generaban un efecto de sombras que hacía aterradora la escena. Entonces comenzó a llover y las ráfagas de viento azotaron violentas el vehículo. Salieron marcha atrás del callejón y condujeron a toda prisa hasta la calle asfaltada. El susto y los nervios les impidieron hablar hasta no estar nuevamente cerca de casa. La noche llegó a su fin y cada uno se fue a acostar. Antes de dormir algo se les vino a la mente a los tres. esos ojos, esa mujer, ese lugar horrible. Al otro día, como todos los domingos, se juntaron después de almuerzo para comer algo previo al partido de Boca-San Lorenzo. Siempre se contaban las aventuras y desventuras de la noche anterior, pero obviamente ese domingo todo se centró en el suceso de Amalia. Ninguno se animaba a comentar sobre el pánico tremendo que habían sentido. Luego de un rato, Marcos les pidió a sus amigos que lo acompañaran hasta la casa de Amalia y puso la excusa de que se había olvidado de pedirle el teléfono y que era una linda mujer para

volverse a juntar, aunque los tres sabían que quería volver para ver realmente donde vivía, porque ninguno la noche anterior pudo conciliar bien el sueño pensando en lo extraño de la situación. Ignacio tenía que cumplir horario nocturno en la comisaría de San Martín esa noche, pero Marcos y Damián fueron a buscarla. Lo hicieron antes de que anocheciese otra vez. La tarde del domingo era nublada y gris, fresca, como luego de haber llovido durante la madrugada. Se dirigieron hacia el norte, tomaron por la calle de tierra hacia el este, manejaron varios kilómetros hasta la curva pronunciada y doblaron lentamente hacia la izquierda por el callejón. Manejaron los doscientos metros y pararon el auto. La claridad de la tarde aún iluminaba bien la zona. Tan bien como para que ambos pudiesen ver que no había ninguna casa a la redonda... ni rastros de viviendas, incluso ningún material que demostrase que por ahí pasase gente, como papeles, bolsas, o mugre. Damián observó la calle de tierra y solo vio las huellas del auto, la lluvia de la noche anterior permitía marcarlas con claridad. Las recorrió con su mirada hasta llegar al lugar donde estaba estacionado y siguió con la cabeza hasta la puerta por donde se bajó Amalia. De pronto encontró las huellas de ella, entonces le avisó a Marcos y ambos comenzaron a seguir el rastro. El agua las había borrado un poco pero no las había hecho desaparecer. Caminando tras las huellas se dieron cuenta cómo las pisadas sorteaban yuyos y piedras, hasta que algo les llamó la atención. Las pisadas se fundían con un montículo de tierra fresca, de distinto color a la tierra del lugar. Se dieron cuenta de que era tierra removida. Ambos se miraron y una corazonada de miedo les generó una duda y una seguridad. No hicieron falta palabras. Marcos cortó una rama gruesa y comenzó a escarvar la tierra. Se agachó para hundir más el palo en la tierra y entonces sintió que topaba con un objeto de contextura blanda. Continuó cavando desesperado con sus manos, al tiempo que Damián lo miraba nervioso. Socavó un poco más y sintió que su mano tocaba una especie de tela, removió la tierra y vio efectivamente sobresalir de la superficie un paño negro. Le quitó la tierra al rededor y dejó aquello al descubierto. Marcos saltó para atrás aterrado, ambos vieron parte del cuello y del hombro de un cuerpo en estado de putrefacción. Una cadenita sobresalía por contraste en la tétrica imagen. Los dos huyeron espantados hasta el auto, subieron, hicieron marcha atrás al tiempo que el viento se levantaba nuevamente. Mientras Damián manejaba a altísima velocidad por la calle de tierra, Marcos llamaba por teléfono a la comisaría donde estaba Ignacio de guardia. Al cabo de algunos minutos de espera en el asfalto llegaron dos móviles de policía dirigidos por Ignacio que conocía perfectamente la locación del siniestro. Marcos y Damián siguieron a los móviles, pero les prohibieron entrar a la zona donde habían visto el cadáver de Amalia. Un oficial se quedó acompañando y custodiando a los dos amigos que estaban en estado de shock, los otros policías junto a Ignacio fueron directo a la zona señalada. Pasó un tiempo que se hizo eterno, cuando por fin regresó Ignacio. Le pidió al policía custodio que los dejara solos. “Muchachos nos vemos nada”, fueron las palabras de Ignacio. Volvieron a señalarle donde habían estado y ante la negativa de hallar algo nuevamente los llamaron para que entren en el lugar. Marcos y Damián iban adelante, acompañado por el séquito de oficiales. Llegaron a la zona donde habían visto enterrado el cadáver de Amalia. Estaba cercado y hurgado, pero no había rastros de nada. Un calor invadió el cuerpo de ambos, mezcla de horror y

vergüenza. Los dos sabían lo que habían visto. Marcos cavó un poco más, al tiempo que Damián se agarraba la cabeza desorientado y caminaba alrededor intentando encontrar otro sitio. Dos horas después anocheció, entonces decidieron terminar la búsqueda y echarle la culpa al cansancio de los muchachos por la jornada anterior. El tema era ¿dónde vivía Amalia? Uno de los móviles regresó junto a Damián y a Marcos y el otro, conducido por Ignacio, se quedó por la zona para preguntar por aquella tal Amalia en las casas que estuviesen más cercanas al lugar. Ignacio tenía grabada a fuego su mirada y la tez de su piel, esa piel blanca de tintes fantasmales bajo el claro de la luna. Por la noche llamó a sus amigos comentándoles que no había nada, ni rastros de Amalia. Dijo que iba a ver en los registros de personas por mujeres de aproximadamente esa edad y con sus mismos rasgos que pudiesen vivir por la zona, porque le llamaba la atención lo sucedido. Desde esa noche comenzaron a tener pesadillas extrañas. No se animaron a volver al boliche, no tenían ganas de nada. Las reuniones se habían transformado en un constante contar y rememorar la historia. Había algo que los ataba a lo ocurrido, que les impedía continuar con normalidad sus vidas. Fue Marcos el que comenzó con las apariciones. Una noche, los padres de Marcos llamaron aterrados a Ignacio, que todavía estaba cumpliendo su turno en la comisaría. Cuando el policía llegó a la casa, Marcos estaba bajo un ataque de pánico en la cocina y no quería entrar a su habitación. En compañía de su amigo se animó. La pieza estaba absolutamente desordenada e Ignacio pensó que el desorden lo había hecho él en su estado alterado, pero éste juró que solo la cama había quedado desarmada. Al cabo de unas semanas las pesadillas se habían hecho tan frecuentes y espantosas que Marcos se angustiaba cuando se avecinaba la noche, e indefectiblemente debía intentar dormir. Una energía oscura se percibía no sólo en su habitación, sino en cada lugar donde iba. Una fuerza negativa, una sensación de dolor y tristeza, de miedo, algo lo estaba consumiendo. Dos meses después vendieron la casa y la familia de Marcos se mudó a otro barrio. Por vergüenza, el muchacho no había querido contar que las pesadillas no habían cesado en la nueva casa. Mientras tanto Ignacio continuó averiguando en la policía y en los registros por alguna Amalia desaparecida, asesinada o fallecida. Había algunas pistas pero nada contundente. De vez en cuando mandaba a algún oficial a que observase la zona, porque jamás ninguno de los tres se animó a volver. El turno de Damián fue peor. comenzó con pesadillas para luego tener visiones despierto. Todo empezó una noche que se estaba afeitando y pudo ver por el rabillo del ojo como alguien lo observaba desde la ducha. Al darse vuelta, ese alguien desapareció. También le pasaba de estar en cualquier lugar y presentir que algo lo miraba, sin encontrar quien. El miedo en el que estaba sumergido lo había llevado a dejar de salir por las noches. Hasta que un día tuvo que viajar obligado hacia la ciudad de Mendoza en horario nocturno. Le pidió a sus amigos que lo acompañasen. Marcos estaba realmente devastado psicológicamente, no solamente por la falta de sueño, sino que había dejado de estudiar y de salir. Ignacio no trabajaba esa noche así que fue sin dudar. Apenas subieron al Acceso Este se descargó una lluvia torrencial, Damián iba manejando despacio por precaución. Los dos iban callados, atentos a lo

que pasaba alrededor. De pronto vieron algo delante de ellos, Damián prendió las luces altas del auto y ambos observaron a una chica caminando al costado de la ruta. vestida de negro. El corazón les comenzó a latir fuerte, y sin saber si continuar o seguir de largo, pasaron al lado de ella. En ese preciso instante la chica alzó la mirada y pudieron verla a los ojos. Era Amalia. Ignacio le dijo a Damián que se detuviese, pero este se negó rotundamente. Desenfundó su arma y le ordenó que pare. Damián lo miró y continuó acelerando. El policía le mostró el arma dándole a entender que por fin acabaría con ella, pero Damián asustado lo increpó diciéndole que no podían andar matando mujeres así porque sí. Los dos discutieron fuertemente. Mientras Ignacio más insistía con frenar, Damián más aceleraba. Alguien les hizo cambio de luces desde atrás. a la distancia. Ignacio contó que no fue un vehículo el que irradió luz, intuitivamente los dos miraron por el espejo retrovisor y ahí estaba ella. El conductor perdió el control del auto y pagó con su vida las consecuencias. Ignacio se salvó de milagro, pero recordaba todo lo sucedido, incluso los ojos de Amalia en el asiento trasero. donde no había ninguna persona. Nadie le creyó. Le dieron licencia en la comisaría, parte por las heridas y parte por la pericia psicológica que no había sido muy decorosa. El encierro, la soledad, la angustia de haber perdido un amigo, y sobre todo aquellos sucesos paranormales sumergieron a Ignacio en un estado calamitoso. Las apariciones eran cada vez más frecuentes y aterradoras, uno de sus allegados contó que Amalia se le aparecía y lo increpaba por haberla abandonado, por no haberla acompañado hasta su hogar. Un martes a la noche Ignacio no soportó más el espanto y se despidió de este mundo con un tiro en la boca. Los compañeros de la seccional hicieron alusión a una pelea con una supuesta novia, pero Ignacio no estaba de novio y los vecinos no escucharon ningún grito, ni vieron a nadie en el lugar, solo un niño pequeño dijo haber visto entrar una chica vestida de negro de piel muy blanca por la puerta del fondo. Nadie le dio importancia salvo los oficiales que lo habían acompañado aquella noche a buscar el supuesto cuerpo enterrado de Amalia, quienes prefirieron olvidar el asunto. Marcos estaba inmerso en una locura total, sus padres desesperados decidieron hacerle un tratamiento y medicarlo, pero no hubo droga que calmase su miedo. Temiendo lo peor se contactaron con un hospital psiquiátrico de primer nivel ubicado en Temperley, provincia de Buenos Aires, pero no llegaron a llevarlo a ningún lado. La mañana de ese domingo los sorprendió con el espantoso cuadro de Marcos colgando en el perchero de su placard. Su habitación estaba desordenada y los cajones revueltos. Unos días después, entre tanto desorden encontraron en la pieza una cadenita, un colgante extraño que tenía una inscripción en la parte de atrás... “Gracias por acompañarme a casa ”

ZONA LIBRB ¡y * «ii 11»®*, vecinos IH • |P 4 ¿ e m u e r e n ¡ j j ■«♦las novelas 1 é í/fÍL ' ^ *F9io *9“lr'’» ¡> B SfeT í I: ni , i n i .ti. .; _ g: <r 8-

GÉNERO LÍRICO Muchos adolescentes, a medida que se alejan de la infancia también lo hacen de la poesía. Como ya se dijo, es uno de los géneros relegados y por lo tanto esto obliga a duplicar los esfuerzos para acercarlos nuevamente a ella. Es una buena estrategia pedagógica que el joven no sea solamente la meta sino el más bien el punto de partida, entonces, resulta exitoso empezar desde lo que ellos conocen y más les gusta: la música, las buenas canciones y letras de bandas reconocidas. Para eso se incluyeron las letras de dos canciones de Calle 13 y de Babasónicos respectivamente; una romántica y la otra netamente filosófica y existencialista, pero ambas repletas de recursos poéticos, imágenes y metáforas que los toman de la mano para conducirlos lentamente hacia la lírica. El punto de llegada son dos poemas del mendocino por adopción Dionisio Salas Astorga uno breve y profundo y el otro romántico y sensual en el que el amor se vive y se percibe como en las películas. Ojos color sol Calle 13 Hoy el sol se escondió Y no quiso salir

Te vio despertar Y le dio miedo de morir Abriste los ojos Y el sol guardo su pincel Porque tu pintas el paisaje Mejor que él Cuando amanece, tu lindura Cualquier constelación se pone insegura Tu belleza huele a mañana Y me da de comer Durante toda la semana Tus ojos hacen magia, son magos Los abriste y ahora se reflejan las montañas En los lagos, la única verdad absoluta es Que cuando naciste tu A los arboles le nacieron frutas Naranja dulce Siembra de querubes Como el sol tenia miedo Se escondió en una nube Hoy el sol no hace falta, esta en receso La vitamina d me la das tú con un beso La luna sale a caminar Siguiendo tus pupilas La noche brilla original Después que tú la miras Ya nadie sabe ser feliz A costa del despojo Gracias. La Pregunta Babasónicos A veces me echan de mi propia casa Una hora antes que me lo merezca El tiempo es curioso, como aquel jurado de ese show de baile Que todos pretenden ganar o participar Donde se muestra gente al borde La pregunta es La vida es un vaso de gaseosa aguada Como una secuencia de bromas pesadas Disfruta este trago porque al terminar

Habrá que pagar y quizá pagarlo de más Habrá que insistir como lo hicimos tantas veces La pregunta es ¿Quién está dispuesto a matar? ¿Quién está dispuesto a morir? ¿Quién va a defender? La pregunta es... ¿Quién va a defenderte de mí? ¿Quién está dispuesto a luchar? (¿Quién está dispuesto a luchar?) ¿Quién está dispuesto a luchar por amor? ¿Quién está dispuesto a pelear por honor, Por lo que no vale nada? (¿Por lo que no vale nada?) ¿Cuál sería la gracia? La pregunta es ¿Quién va a reclamar, para qué? ¿Quién va a reclamar para sí? ¿Quién se va a ensuciar si al final Nunca le va a pertenecer? La pregunta es ¿Quién va a defenderte de mí? ¿Quién va a defenderte de mí? ¿Quién va a defenderte de mí? ¿Quién va a defenderte de mí? (La pregunta es...) A veces conspiran en mi propia cara Con una cascada de putaradas No se puede sólo desatar el nudo con un estribillo pop Que lo repetís Hasta que lo pueden cantar Un conjunto de orangutanes La pregunta es ¿Quién está dispuesto a matar? ¿Quién está dispuesto a morir? ¿Quién va a defender? La pregunta es ¿Quién va a defenderte de mí? ¿Quién está dispuesto a luchar? ¿Quién está dispuesto a luchar por amor? ¿Quién está dispuesto a pelear por honor Por lo que no vale nada?

(¿Por lo que no vale nada?) ¿Cuál sería la gracia? Quiero que pensemos la pregunta Y que nos la dejen preguntar ¿Quién va a reclamar? ¿Quién va a reclamar? ¿Quién va a reclamar? ¿Quién va a reclamar? La pregunta es La pregunta es ¿Quién está dispuesto a matar? ¿Quién está dispuesto a morir? ¿Quién va a defender? La pregunta es ¿Quién va a defenderte de mí? La pregunta es ¿Quién va a defenderte de mí? La pregunta es ¿Quién va a defenderte de mí? La pregunta es ¿Quién va a defenderte de mí? La pregunta es ¿Quién va a defenderte de mí? Compositores: Adrian Hugo Rodriguez Dionisio Salas Astorga El tiempo es una moneda que cae en el forro descosido de la vida La vida es una moneda que cae en el forro descosido de la muerte El amor de vez en cuando da sus puntadas invisibles aunque no pretenda eliminar la rotura

sino simplemente simularla (De Sábanas sin flores) Como en las películas tomaron champaña sobre un puente dispararon sus risas de corcho a las estrellas brindaron por la noche y los ríos de Heráclito como en las películas dijeron toda la verdad para que no pareciera mentira se balancearon como un paréntesis de carne en la baranda se trajinaron el corazón los bolsillos de la piel recitaron poemas de memoria como en las películas ella bailó sin música bajo la mantilla de una noche de película le enseñó unos pasos que aplaudían el aire su pasado la vida que no tendrían mañana como en las películas le repitió veinte veces no le alcanzó su boca para que no rodara en el vacío lo envolvió en sus piernas para que no temblara como los niños cuando están solos en la fiebre como en las películas aceptaron comerciales en el momento de la pena hicieron

un segundo de silencio/ como en las películas tejieron una red para cazarse para tomarse en el tropiezo para equivocarse juntos como en las películas llegaron a la casa manosearon el sexo de sus libros se atrincheraron en una pared se desabrocharon se ataron a una boca entraron a la cama para salirse de las culpas para vengarse para comer/ como en las películas ella le dijo cosas en la lengua ronca del gemido buscaron tesoros en la espalda del otro rasguñaron un camino invisible en la espalda del otro marcaron su laberinto para ciegos como en las películas una semana después era un mes un año después hablaban con los ojos se tomaban de las palabras para caminar el silencio manchaba las sábanas de amor el amor era una luna roja en las cortina verdes donde no entraba la mañana como en las películas se espiaban de reojo olfateaban sus recuerdos callaban hablando/

descubrieron sin sorpresa que los días no caben en la vida del otro cuando el otro es una vida como en las películas cambiaron el escenario de sí mismos la música de fondo fueron los dos sonando se persiguieron en la arena se salpicaron con lecturas secaron la humedad de papel que los tapaba en la cama/ abusaron del perdón del no importa del mañana de los ojos como el mundo era grande lo achicaron a las tres de la tarde/ a las cuatro/ a las cinco de amor se mataron (De \"Como en las películas\")

GÉNERO DRAMÁTICO Como se trató en el apartado del mismo género pero para primaria, el teatro se ofrece como una herramienta inmejorable para el desarrollo de numerosas habilidades cognitivas, lingüísticas, expresivas, sociales, afectivas y por sobre toda apunta al mejoramiento de la Inteligencia Emocional. En el caso del Nivel Secundario, como ya han tenido Teatro, el adolescente ya maneja el código del lenguaje teatral lo que le permite cierta autonomía e intencionalidad expresivo-comunicativa, por lo que el trabajo puede resultar más fácil y placentero. Debido a que el diseño propone abarcar lecturas pertenecientes a la literatura universal, es a través de dicho género que se puede acceder a los clásicos sin riesgos de que esto genere el alejamiento de los jóvenes lectores y por el contrario se acerquen a historias y personajes pertenecientes a la cultura de la humanidad occidental, como es el caso de la Tragedia de Romeo y Julieta de Shakespeare. La propuesta es llegar a través de la versión libre de Romeo y Julieta de María Inés Falconi: V De cómo Romeo se transó a Julieta de María Inés Falconi V La Tragedia de Romeo y Julieta de William Shakespeare 1- Mari* irtfifitoti De cómo Romeo se transó a Julieta

BIBLIOGRAFÍA Aguilera, R. (2012). Penales en la siesta y otros cuentos. Mendoza: Zeta Editores. Aguirre, S. (2000). Los vecinos mueren en las novelas. Buenos Aires: Norma. Alonso Blázquez, F. (2005). Sobre la literatura en la adolescencia. Zona próxima, 130-145. Andruetto, María Teresa; Lardone, Lilia. (2011). El taller de escritura creativa en la escuela, la biblioteca, el club. Córdoba: Comunicarte. Basch, A. (2002). El reglamento es el reglamento. Buenos Aires: Norma. Obtenido de Las abuelas nos cuentan. Ministerio de Educación. Presidencia de la Nación: http://www.bnm.me.gov.ar/giga1/documentos/EL006161.pdf Bodoc, L. (2015). Salamandras. Buenos Aires: Alfaguara. Borneman, E. I. (1976). Poesia infantil estudio y antología. Buenos Aires: Editorial Latina. Chanti. (2012). Mayor y menor. Buenos Aires: Sudamericana. Condorelli, L. (2018). Inconexos. Buenos Aires: Aries. Cruz Cruz, P. (2014). El juego teatral como herramienta para el tratamiento educativo psicopedagógico de algunas situaciones y necesidades especiales en la infancia. Tesis doctoral. España: UNED. De Santis, P. (2017). El buscador de finales. Buenos Aires: Santillana.

Drennen, O. (08 de 2015). La gota fue al lago. Obtenido de Crecer en poesía. Espejos en el suelo: http://planlectura.educ.ar/wp-content/uploads/2016/01/Crecer-en- poes%C3%ADa-Espejos-en-el-suelo-segundo-ciclo-primaria.pdf Falconi, M. I. (2017). De cómo Romeo se transó a Julieta. Buenos Aires: Quipu. Mariño, R. (1991). La casa maldita. Buenos Aires: Alfaguara. Pérez Alonso, M. (2018). Cartas para una ballena. Mendoza: Bambalí. Pescetti, L. M. (2017). Nadie te creería. Buenos Aires: Santillana. Ramírez S., N. (2014). La bella durmiente: análisis de algunas versiones tradicionales y sus reescrituras. Revista IIPSI Facultad de Psicología UNMSM, 203-213. Rocha, R. (1986). Con muchas ganas. Buenos Aires: Emecé Editores. Rumbo, M. (2016). Mendoza Tiembla. Buenos Aires: Autores de Argentina. Salas Astorga, D. (2013). Como en las películas. Mendoza: Luna Roja. Sevilla, F. (Noviembre de 2014). 7 Comedias breves. Obtenido de Todo teatro: http://www.todo-teatro.com/7-comedias-breves-de-fabian-sevilla/ Shakespeare, W. (1939). La Tragedia de Romeo y Julieta. Buenos Aires: Espasa-Calpe. Sommer-Bodenburg, Ángela. (2004). Bárbara en Cuentos de miedo Para asustarse de veras. Buenos Aires: Estrada.



GÉNERO LÍRICO

ÍNDICE DE OBRAS DEL GÉNERO NARRATIVO 1. Inconexa_Luciana Condorelli 2. La magia de Pascualito_ Rogelio Aguilera. 3. Las siete puertas del infierno en Mendoza_Martín Rumbo 4. La trágica historia de los chicos de San Martín_Martín Rumbo 5. Cómo llegué a ser un famoso diseñador -Luis María Pescetti. 6. Un e-mail a fuego lento_Liliana Bodoc. 7. Los vecinos mueren en las novelas _Sergio Aguirre 8. El almacén de las palabras terribles_Elia Barceló 9. El buscador de fínales_Pablo de Santis

Otro género que sirve como gancho para atraerlos a la lectura es la leyenda urbana, sobre todo si es autóctona como es el caso de Mendoza Tiembla de Martín Rumbo, de la cual se seleccionaron: Las siete puertas del in fierno en Mendoza La trágica historia de los chicos de San Martín En cuanto a las novelas, considerando la poca experiencia lectora con la que llegan a tercero, se seleccionaron solo tres, ya que se prioriza la calidad de la lectura y la cantidad de estudiantes que lean por sobre la cantidad de obras propuestas: Los vecinos mueren en las novelas de Sergio Aguirre El almacén de las palabras terribles de Elia Barceló El buscador de finales de Pablo de Santis Una nota de color respecto a la novela El almacén de las palabras terribles es que se ganó el lugar de: EL CLÁSICO de tercer año de la Escuela \"El Plumerillo\" y ocupa el primer puesto en el ranking de lecturas de primero a tercero. En cuanto al policial del argentino Sergio Aguirre y después de buscar bastante, se la incluyó porque que se adapta muy bien a las necesidades de esta edad ya que no es infantil ni muy compleja y, además, posee un vocabulario accesible y una trama con relatos dentro del relato que no decae nunca. INCONEXA LUCIANA CONDORELLI Ese día simplemente se desvaneció. No se hallaba en casa con sus hermanos, ni en clases, ni con amigas, ni en casa de su padre en el sur. Su novio tampoco conocía su paradero por lo que al final del día todos se sentían muy afligidos. Su teléfono celular estaba apagado o fuera del área de cobertura, tal como repetía la grabación una y otra vez. Su hermana menor chequeó sus cuentas en diversas redes sociales pero no había indicios de movimientos en las últimas horas. Preguntaron también a sus contactos virtuales y a quienes formaban parte de su entorno pero tampoco sabían de ella. Las horas pasaban y se hacía más difícil imaginar dónde se encontraría. El fantasma de las atrocidades que les suceden a las jóvenes que desaparecen por estas latitudes, no paraba de rondar a la familia. No obstante, debían mantener la calma. Cada uno repasó cuál había sido su último encuentro con Mayra para descubrir alguna pista que contribuyera a esta desconcertante situación. Su hermano mayor la había visto el día anterior luego de la cena, pero no habían cruzado palabra. Lourdes, con quien compartía habitación, la divisó con sus ojos entreabiertos por la mañana cuando Mayra partía a clases. Su novio, Sebastián, quien no vivía en la misma

ciudad se había contactado la noche anterior con mensajes colmados de corazones y palabras cursis, sin mostrar nada diferente a la comunicación de otros atardeceres. Su amiga y compañera de estudios confirmó que no había asistido a clases ese día, lo cual resultaba extraño porque debían consultar a un profesor sobre un trabajo final. A pesar de su aspecto un poco bohemio y su amor por la literatura, Mayra cursaba estudios en ciencias exactas, particularmente, Ingeniería en Telecomunicaciones. Luego de unos meses de cursado, sus compañeros, que probablemente pensaron que no pertenecía a ese ámbito, se sorprendieron por su óptimo rendimiento y su facilidad para los cálculos. Sin embargo, las personas más allegadas afirmaban que su verdadera vocación se encontraba en la simpleza de las letras. Su padre se inquietó al recibir varios llamados el mismo día indagando si se había comunicado con Mayra en las últimas horas. La relación entre ellos había cambiado mucho luego de la muerte de su madre, generosa y consejera por naturaleza siempre oficiaba de mediadora entre ellos, pero desde que ella partió, solo se visitaban por eventos familiares o en vacaciones. Como padre, no concebía pensar que algo malo podría haberle ocurrido y subió al primer bus a la ciudad para tomar las riendas de esta situación confusa y angustiante. Otra noche en vela, todos especulaban sobre lo que podría haberle sucedido y se movilizaban por sus propios medios para encontrarla. Al revisar la habitación de Mayra, sus hermanos concluyeron que faltaba su mochila, con todo lo que habitualmente llevaba dentro, además de su computadora personal, unas prendas de ropa, calzado, y por supuesto, su bicicleta. Luego de recorrer los alrededores que ella frecuentaba a diario, sus familiares y amigos visitaron las clínicas y hospitales en caso de que hubiera tenido un accidente. Nada se halló en estas instituciones, por lo que se dirigieron a la universidad, y al café donde trabajaba como mesera los fines de semana. En los testimonios, sus compañeros de clases y su jefe aseguraban no haber percibido nada ajeno a su habitual actitud distante, aunque amable y comprometida. Las horas pasaban y las redes sociales se colmaban de fotos, pedidos de búsqueda y hasta de súplicas a la misma Mayra de que se contactara lo antes posible. La televisión también difundía su nombre y fotografía; y la policía ya había comenzado el operativo habitual. Su pueblo natal en el sur estallaba con todo tipo de conjeturas, ya que no circulaba un chisme de tal magnitud desde que el doctor del lugar tuvo amoríos con la esposa y con la hija del intendente. Era inevitable pensar en los serios problemas en los que podría encontrarse Mayra, ya quela familia no concebía que hubiera desaparecido por su propia voluntad sin dejar huellas. Revisaron su correspondencia, hablaron con agentes del banco de su tarjeta de crédito y hasta intervinieron su cuenta de correo electrónico, pero no hallaron señales de algo diferente a lo usual, ni de movimientos en las últimas horas. Con los días se recaudaron evidencias tales como el video de una cámara de seguridad donde se la veía circular con su bicicleta por varias esquinas, y en la última imagen captada el día de su desaparición, se percibía su figura esbelta subiendo al tranvía que atraviesa la ciudad. Según algunas inferencias, bajó en la última estación y echó a andar hacia el este, sin develarse ningún indicio de su destino o paradero desde ese punto. Llegando a los tres meses de desaparecida, los medios ya no le daban al caso la importancia que merecía porque existían tantísimas otras noticias más actuales por transmitir. Su padre había envejecido como diez años en esos días, lo consumió la angustia y el desasosiego, sus hermanos y amigos retomaron sus vidas de a poco pero sin dejar de buscar e indagar por doquier. La universidad colaboraba con la investigación aportando fondos y personal especializado, mientras que sus compañeros tomaban apuntes para ella como si estuviera pronta a regresar. Su novio se debatía en

silencio entre el dolor de la pérdida y el peso de la conciencia, ya que no se animaba a comentar a la familia que llevaba algún tiempo en una relación paralela con una mujer de la ciudad donde trabajaba. Temía también que la policía pensara en una fuga por desamor pero consideraba imposible que su novia hubiera averiguado esta situación. El tiempo transcurría, los anocheceres llegaban sin cesar, hasta que al fin el padre de Mayra decidió abandonar la ciudad y volver a su hogar para continuar la búsqueda desde su pueblo, en compañía de sus afectos de toda la vida. Cuando Pedro ingresó en su casa, tropezó con todo el correo acumulado en esos meses, pero no le prestó atención sino hasta unos días después tras despedir a sus visitas y no poder conciliar el sueño. Entre resúmenes bancarios, impuestos sin pagar y algo de folletería, encontró un sobre color marfil sin remitente. Su aspecto inusual lo invitó a abrirlo con ansiedad y su sorpresa se incrementó al descubrir que era su hija ausente quien firmaba al pie de la hoja. Lágrimas de todo tipo brincaron de sus ojos, se devoró la carta pero no comprendió una palabra por la desesperación y el estupor. Su corazón palpitaba embravecido y sus manos transpiraban el papel, por lo que debió tranquilizar su pulso para poder releer las palabras en tinta azul que expresaban: Querido Papá: Espero que puedas perdonarme por causarles preocupación o tristeza ante mi ausencia repentina. Quiero que sepas que estoy bien, comenzando una nueva vida lejos de casa, sin acceso a internet ni teléfonos celulares, algo nuevo en mí ya que paradójicamente estaba a unos pasos de convertirme en una profesional de las comunicaciones. Hace tiempo que siento que no formo parte de este sistema TAN comunicado, que no me deja tiempo ni para pensar durante el día ni para soñar por las noches, porque siempre hay algún artefacto sonando, algún correo electrónico en camino o alertas de redes sociales. Me sentía sofocada, sobrepasada de tanta información y mensajes que no quería leer pero que su mera presencia me invitaba a abrirlos. Me agobié de ver en qué se convertían mis compañeros al finalizar los estudios, y cualquier otra carrera que eligiera no sería la solución a esta opresión. La vida en la ciudad me había ahogado la libertad de elegir lo que quiero hacer y hasta me había coartado mi tiempo libre debido a esa necesidad incesante de llenar todos los espacios en blanco con actividades sociales, o lo que es peor, con una constante conexión con el mundo exterior. Me agoté, me cansé de no poder manejar mis tiempos de soledad y creatividad, ya que había continuamente alguien preguntando dónde estaba y qué hacía, o alguien comentando una foto o video en la nube, seguido de un alerta que me anunciaba que eso estaba sucediendo. Necesité marcharme, encontrarme conmigo misma en otro lugar fuera de la ciudad, fuera del alcance de señales y redes. No me sentía preparada para alejarme de Uds.- mi familia, mi novio y mis amigos, hasta que entendí que el amor y el apoyo de la familia trascienden fronteras y que los amigos perduran en el tiempo a pesar de las diferencias. Y con respecto a Sebastián, con quien creí tener una relación seria y perdurable, fue más sencillo entender lo efímero que nos vinculaba ya que descubrí que mantenía una relación con otra mujer. Por lo tanto, ya no existían más obstáculos para aventurarme en esta decisión de cambiar mi vida radicalmente. Alguien más está conmigo, Leonardo, un joven tan simple como excepcional, a quien saludé distraídamente durante meses, pero a quien conocí realmente hace poco tiempo, ya que alguien con su oficio primitivo y casi invisible, pasaba desapercibido en una gran ciudad. Sus palabras sencillas de puño y letra pudieron más que cualquier elogio presuntuoso o promesa de una vida llena de lujos. Al principio pensé erróneamente que esas cartas provenían de Sebastián, y la curiosidad me llevó a seguir las pistas para

descubrirlo y agradecerle, pero me estrellé con la amarga sorpresa de que dedicaba su atención y romanticismo a otra persona. Fue así que me refugié en mí misma, en mi lectura y en mis nuevos anhelos, pero también en Leonardo, cuando descubrí que era el autor de esas palabras tan simples pero tan vastas, llenas de realidades que nada tienen que ver con lo tangible ni con lo virtual, sino con la simpleza de la vida en sí misma. Y lo sentí cómplice de la filosofía de vida que había latente en mi interior. Este tiempo lejos de lo que me rodeaba, confirma que mi decisión es correcta y que estoy transitando pasos acertados en un camino nuevo, modesto pero real, sin interrupciones innecesarias ni conexiones de tiempo completo. Deseo que no te preocupes por mí, me siento plena y llena de nuevas energías, prometo escribirte a menudo y visitarte más adelante. Todo el amor para ti y mis hermanos, a quienes llevo en el alma y el corazón. Mayra Pedro releyó la carta una y otra vez llorando de alivio y desconcierto. Cuando recobró fuerzas comunicó las novedades a sus hijos y a la policía, quienes se acercaron de inmediato para acompañarlo y para analizar la veracidad del escrito. Los peritos comprobaron que la escritura pertenecía a la joven, también constataron que la carta estaba fechada a pocas semanas de su desaparición y que el matasellos mostraba fecha pero no lugar. Conjuntamente se realizaron las investigaciones necesarias para obtener información de Leonardo, la persona que nombraba en su carta. Con extrañeza descubrieron que se trababa del joven cartero del edificio donde Mayra vivía con sus hermanos, quien escurría sus cartas anónimas entre la correspondencia habitual, tocando la sensibilidad de alguien que ya estaba desconectándose del ajetreo de este mundo intercomunicado. La tranquilidad llegó a la familia y a la comunidad entera, aunque los medios retomaron la noticia con otro enfoque. Los titulares de los diarios hacían referencia al colorido caso en el que una estudiante de la profesión que representaba el futuro y el avance tecnológico de la sociedad, sucumbió ante la comunicación más básica, antigua y efectiva, la que no se interrumpe por fallas técnicas ni se desvanece por una desconexión: la comunicación desde el corazón, en tinta, y de puño y letra. 3- La magia de Pascualito Rogelio Aguilera A la una; a las dos y a las tres... Carlos se trepó primero, él tenía más cancha, mil veces se había colado en el tren carguero. De chiquito viajaba de polizón con su padre y sus hermanos. Los domingos era una fija, nos escondíamos en el monte a orillas de la línea del ferrocarril y esperábamos a la salida de la estación de San José a que el tren comenzara a moverse para subir y acurrucamos entre vagón y vagón. A veces hacía frío, mucho frío. El aire calaba los huesos, así que el padre de Carlos cargaba una frazada y nos tapábamos hasta los ojos calentándonos las manos con el humito del aliento. Algunas veces me daba miedo treparme y mucho más cuando sabíamos que el tren no iba a parar y nos teníamos que largar. Había que buscar un claro que no tuviera muchas piedras, sino te raspabas hasta el alma y no sólo te podías quedar sin jugar, sino que además cuando llegabas de vuelta a la casa, no podías decir ni ”mú”, porque sino silbaba el rebenque. Bueno, peor era quedarse en el puesto a cuidar las cabras y pasarse el domingo entero escuchando al abuelo cantar tonaditas gustosas hasta que se hiciera de noche o se le acabara el vino. Eso era peor, además a mí me gustaba jugar a la pelota.


Like this book? You can publish your book online for free in a few minutes!
Create your own flipbook