Important Announcement
PubHTML5 Scheduled Server Maintenance on (GMT) Sunday, June 26th, 2:00 am - 8:00 am.
PubHTML5 site will be inoperative during the times indicated!

Home Explore Del humano y Profundo fuego

Del humano y Profundo fuego

Published by magnoliabelen1, 2020-07-14 14:29:52

Description: delhumano13dejunio

Search

Read the Text Version

A Silo, con el mayor agradecimuento

Título: “DEL PROFUNDO Y DEL HUMANO FUEGO” 2018@Carlos Eduardo Lucero. 1a ed revisada. Diseño de portada: Carlos E. Lucero. [email protected] Maquetación y corrección: María Belén Ahumada [email protected] Edición independiente. Tamaño:100 pág.; 22 x 14 cm. ISBN 978-987-42-7419-9 Sitio web: 1. Humanismo. I. Título.CDD A863 Impresión: Futura Impresores- Salta 1897- Mendoza Mendoza, Argentina, 2018.

DEL PROFUNDO Y DEL HUMANO FUEGO Carlos Lucero Cano Edición 2018-Ampliada y Corregida



Reconforta formar parte del círculo de indagadores de orígenes. En este sentido afirmamos que, lo que aquí se ha de relatar, sucedió, aunque solo hayamos rescatado residuos de historias, que yacían en las entrañas de la Tierra. Algunas gestas enunciadas sobrevivieron en leyendas de pueblos que hoy nadie recuerda. No pudimos evitar cierta aprensión sobre el origen de las fuentes, no obstante nos aseguró nuestro amigo (perdón por nombrarte) Miguel Ángel Tallador, que muchas perduran, como notas al margen, en las páginas del inasible Akhás.



PERL OMETEDOR



Del Profundo y del Humano Fuego LAS PROFECÍAS DE LA LUNA “Quién diga que sus acciones desencadenan sucesos que se continúan en otros, posee parte del hilo de la eternidad. Por lo tanto, que tu corazón afirme: ¡Amo ese fulgor que veo!” Silo Muy arriba, suspendida del soplo azul del cielo, apunta una traza, en cerrado semicírculo, que devuelve luz. Original modo de reforzar una presencia que se completará en un arco, que a su vez, cobrará tensión, para quedar en lo alto. Allí tornará en “Ojo sin párpado”. Hoy asiste ante algo que la inquieta. Es madrugada y la “Mirona del brillo” no se recoge para dormir, ni se arropa en mantos de nubes para descansar…ha optado, por amoldar la altura de su aposento en intento de apresar la total dimensión del panorama. Son inciertos lo propósitos que engendran tanto preparativo. Y que nadie que responda. A poco, los rayos del sol, como saetas en resplandor, traen claridad. Según ellos, la esfera ensaya un acomodo con ventajas porque no concibe perder detalle. No existe antecedente del despliegue a contemplar. Nunca hubo un suceso que cautivara su celo de ese modo. El milenario cadejo del cielo ha resuelto aguardar el impacto frio de los vientos despejadores del norte. La estimula figurar como la primera en haber apreciado el lance que se avecina. (Una de sus tantas jactancias). En este recurso se concentra la esencia del astro. Vanidad que la impele a adueñarse del suspenso que emana de una proeza que se viene anunciando. (Que ya no se puede ocultar) Desde lejana superficie divergente, sigue en ascensos, escalando alturas, un gris bastidor que encubre, como un velo, la visual de la Redonda Mirona. La oclusión 9

Del Profundo y del Humano Fuego que irrita pupilas, proviene desde muy abajo. Torbellinos que estremecen, empujan confidencias de vapor… Es desconcierto que se agranda en las nubes y plasma retumbos que fugan a distancias. Luego disipan en cuchicheos que apenas importunan los giros del medallón astral. Corren rumores que tienden a justificar los motivos del descontento celeste. Reniegan de la manera, propia de doña Selene, de solazarse en la indiscreción, sin medir consecuencias. Otros lo entienden como un modo de afianzar su preeminencia en la noche. En el núcleo trajina una impaciencia originada, en su avidez por absorber lo que advierte. Es el modo con el que la Esfera se regocija. (Apreciación de aceptable certeza). Pero la noticia que más inquieta a la suma astral explica que esta vez, Ella habría admitido las advertencias que ha elevado un reclamo proveniente de los bajos. En otras palabras, petición intensa de los decanos de las tribus. En ese apremio, no cabe supresión, ni ajuste de plazos. La incógnita se plantea: ¿Qué eventos de prodigios habría invocado aquella congregación? ¿Han acordado acaso urdir un favor sin revelar? ¿Es que hubo una respuesta furtiva? El enigma flotará sobre la fluidez burbujeante que han iniciado las criaturas recientes. El acto va a comenzar, y la solidez lunar seguirá creciendo para inflamarse en ámbar doliente. Abajo, en la superficie, trepida un tramado de ensueños que inclina a esos seres que levantan chozas, que gustan de mirar los cielos, que se introducen en cuevas para criar a sus hijos… El Perseguidor del Fuego es uno de ellos. 10

Del Profundo y del Humano Fuego COMO UNA DANZA DE GUERRA Según versiones, la aureola brillante que acecha con descaro, se ha dejado fascinar por la temeridad que manifiestan las nuevas criaturas, que han comenzado a cubrir la Tierra. En círculos estelares, donde cunde con razón aguda suspicacia; ¿de dónde provienen, quien los engendró? no consentirán apatía ni dejadez, deberán ser observados con ojo despierto. Se les imputa poseer naturaleza anómala y de actuar de manera impredecible. Además, no se les conoce antecesores. Se dice que suelen apartarse y prescindir hasta de sus propias costumbres. Abajo, en la colina, la intranquilidad se transfigura, en discordancia. La estación de las sequías ha durado en extremo, levantando pedestales de sufrimiento y carencias, entre los habitantes. Ha sido enorme el temple demostrado, y sobrada la demora que padecieron en sucesión de amaneceres de congoja. En crepúsculos de respiración de fatiga. Consideran legítimo, entonces, reclamar por el retorno del tiempo de bendiciones. La retribución al retraso habría de plasmarse en la insólita aparición de una silueta, que proviene, no de áreas remotas, sino de la propia aldea. Es un sujeto en soledad. Tal vez un cazador con pericia, que se desliza con lentitud y aplomo. Se traslada con eficacia sobre dos prolongadas piernas que se mueven en sucesión. Su cuerpo vertical, opera con dos brazos, en uno porta un arma. No es lanza, sino larga vara. Luego no rastrea muerte, sino, rescate. Mirada atenta, que dirige hacia el frente, a la vez que escurre, para inquirir perspectivas. Viene meciéndose con aire de decisión tomada. ¿Acaso entendiera su protagonismo en un suceso de consecuencias? 11

Del Profundo y del Humano Fuego La marcha se enmarca en un paisaje de prórroga enfermiza y perfil inusitado. Todo habrá de mudar en derretido arrebol a medida que el día fluya hacia un cielo con salpicaduras de tensiones. En el piso, cada huella que imprimen los pies del perseguidor sobre el ballico en chamuscos, encarna el anticipo de una meta. Límite que avizora de inmediato, casi dejándose tocar por sus manos. La cuidada dilación que evidencia su caminar, se dibuja con una precisión vedada al descuido. Con depurada actitud, sus pasos se articulan con un previo análisis en cautela. Cada centímetro que el guerrero le gana al caos, es victoria en su resolución de someter la fiereza. Al extender su intento expande los bordes de este engendro que ignora derrotas. Abre y cierra el cazador sus brazos, en un vaivén que busca equilibrio. Como ensayo concebido para la mera aplicación del viaje. Cálculo mediante, dispone de su otra extremidad para dar un tranco que lo excede. La mirada del Caminante se arquea para reconocer, enfoca posibles peligros. No debe haber traspié, no puede despeñar. No sabrá de paso en falso, ni dejará que la barbaridad, que se encrespa frente a él, aguijonee sus músculos. Atenderá a su propio vacilar. Propina un brinco con garbo medido. Desliza la dinámica estudiada de su silueta, y atraviesa el ardor del aire negruzco, mientras se cuida del trastorno que sacude al medio. Incluida la elegancia como tránsito, sin falla ni error, el Individuo de la osadía, instaura la composición de una danza. Cual bailarín sobre un tablado, al que oculta el hollín, su caminar es ritmo. Y su marcha, como subiendo escalones, tiende a adquirir compás de zarandeo. Un solo que se perfila dentro de bravuras rojas. 12

Del Profundo y del Humano Fuego Pero, en verdad, este ser que avanza, persigue su destino en condiciones de promesas. Convenio de propia imposición, que sella su salida y se afianza sobre voluntad de sílice. Viaja al encuentro de la sequedad del pastizal, que, hasta ayer, prodigaba cobijos de provecho para sus criaturas. Y que ahora ejerce el poder de expulsar, con severidad inaudita, a las que sobreviven al averno. Turbias columnas escurren en turbulencia. Se revuelven desde la estepa hacia el cielo repleto de bastidores que crujen. Bloque con opacidad de cendales, que a su vez se retuercen, se fusionan en un vaivén de ascenso y caída. Alteran su rumbo y vuelven a caer. Disparo de polvo negro. El tizón de la escena se concentra, otra vez, en el solitario Batallador de piernas largas, que asemeja una entidad cincelada en el brillo húmedo que emerge de sus vellos. Guerrero que enfrenta el combate solo con vara de extremo en horqueta. En el rostro, un grueso gotear gradúa la templanza de su resolución. De pronto, el asalto de un traspié. Se yergue y compone su pisada. Se asume con reserva, pero no vacila. Solo la hostilidad del entorno, que acrece y no cede, suspende la respiración. Lo estremece, eso sí, una diástole discontinua de aire y sed, que se apisona en la continuidad de la marcha, que se sustenta sobre tramos de angosturas. Los senderos que puede rastrear, subsisten escasos. Es que aquella encabritada ustión, no otorga ni admite tregua. (Ha comenzado la sed). Llanura en furia, con punzones de lenguas rojas. La radiación que encandila, juega a emplazar frentes de ataque que se menean, como si contaran con patas de lagarto. Sortea su puesto de un lado a otro, para cubrir 13

Del Profundo y del Humano Fuego todo flanco posible. Pero no cuajará en el cazador, la deserción. No somete resistencia, el caminante, a su obsesión por la humarada. En su temple, aunque flote sobre lago de aguas fortuitas, sobrevive un espolear que no atiende pausa. Él ejecutará esa acometida. Sin embargo una duda lo atraviesa ¿Batiendo incendios súbitos, pudiera desvanecer su desvelo? ¿Disiparía este esfuerzo, el pesar, reciamente cuajado en el pecho como noche destemplada? Desde su esternón aflora un magma de tenacidad, que lo consume, aunque no pueda soslayar una voz, que persiste en alerta. El Individuo decide, ya decidió, retar con temeridad al escándalo impetuoso, que a su vez lo rechaza, con fuerza de chicotazo, crecidos en hoguera de violencias. Desde la altura, el “Ojo que Emerge”, echa su fulgor, sobre la escena. Pero al contemplar, más le ahonda la inquietud. Resulta que la Esfera, con manifiesta inclinación, teme por la suerte del Realizador que camina. No concibe que esos seres hayan surgido como especímenes sin historial. Le afecta un devaneo y se pregunta acerca de aquel empeño enajenado en el acoso al peligro. ¿Qué insondable terquedad incita a estas criaturas al riesgo de perder la vida entre humos y lumbres? Las nubes la miran y van hacia lo alto, con grima en sus vientres. AZAR EN EL ESPACIO El temporal que hasta la cima subió la noche anterior, hubo de empeñarse en propinar azotes, con crudeza, a la altura del paraje donde anida el 14

Del Profundo y del Humano Fuego Perseguidor. (En arrime a muchas existencias como la suya) Sobre la cabeza azorada de la tribu, reventó un millar de centellas, que los vientos en torbellino hacían gruñír como una andanada de gigantes fuera de sí. A punta de la medianoche irrumpió la tormenta. Bravura de vientos, sin hálito alguno de lluvia. Horda de aturdimientos y solidez de chispazos. Y sus habitantes bajo la tiranía del insomnio, con las manos en sus oídos, y los ojos en compresión, para no sufrir el estruendo. Resistencia de esos seres que soportaron motines de miedo. En el interior de su morada, el Cazador de lo improbable, hubo de ser intimidado por el tronar que atravesó lo oscuro. Se conmueve el sentir del Atrapador. Para él, en ese rugir, se remece una rama de esperanza. Reaparece una salida que no piensa desterrar, sino conservar y hacer que prospere. Se proyecta una enramada en brotes. Adivina que la tormenta sin agua, puro estallido feroz, ha resbalado como un rojo pez que incendia el collado. Y lo vuelve ejido ardoroso de imposible acceso. Con su entendimiento en conmoción, sin haber conciliado sueños, procura reunir a sus compañeros para proponerles una aventura a compartir. El anuncio es breve. Operación colectiva destinada a apropiarse de la luz que ataca y abrasa. De la boca del Batidor de animales surgen rumores como borbollones. Sus dedos apuntan al arrebato que sobreviene de la colina. A su modo, explica la necesidad de emprender una cacería diferente. Pone empeño en hacerse entender, aunque exudara ansiedad. Sería una incursión de audacia imbuida. Será un esfuerzo del cual podría extraer un presente que beneficiara a todos. Luego, lo allegarán, con desprendimiento, al seno 15

Del Profundo y del Humano Fuego común. Procura convencerlos de que esa excursión brindará gran provecho para los habitantes del enclave. Que al marchar en conjunto, como lo hicieran tantas veces, obtendrán, un pedazo de esa fiera que había nacido anoche. Y la domarán. Le darán forma y la amansarán para su provecho. Tan pronto el Cazador de la promesa concluye su revelación, cae en cuenta de haber depositado su mirada sobre el rostro de la incredulidad. Aquel ofrecimiento, redobla en desconcierto. Ha resistido en el silencio, un esperado resonar. Pero la desconfianza acaba de cerrar las puertas de la comprensión. Que acaso estuvieran sordos, que no quisieron entenderlo. Pero ellos respondieron a su manera. Porque, si no hay bestias para matar, si no hay carne para acopiar y comer, no habrá beneficio para nadie… ¿para qué arriesgar sus vidas, entonces? Ellos se consideran valioso baluarte, del cual la tribu obtiene sustento y amparo. ¿Qué pasaría, entonces si el intento sucumbe? Ese talante tuvo la respuesta, y el Cazador de la soledad, advirtió el frío que producen las aguas del desánimo. Los rumores aseguran que, al verlo partir en solitario, los veteranos, con dureza, recriminaron la insensibilidad que detuvo a los demás cazadores. Regañaron la pobreza de coraje que los paralizó ante el peligro y destacaron el vacío de valor que hubo para cambiar la suerte del igual. Mientras, a lo lejos, el serpenteo de la criatura ígnea, consume, con desesperación de vientos, el paisaje. El Aventurero sin nombre despliega su andar. A pesar de la inquietud que conmueve su interior, la decisión sigue incólume. No renunciará. Resuelve que habrá de emprender , en solitario, una provocación propia hacia esa deformación que crece y se escapa. Esta noche 16

Del Profundo y del Humano Fuego regresará a su morada con un botín inédito. Victoria que él, y nadie más que él, se atreviera a conquistar. Su mente está clara cuando se decide a marchar solo. Tal vez otros lo siguieran. O tal vez no. El Acosador de hogueras contiene en el gris aire que respira, preguntas tardías que le duelen como aguijones clavados. Retiene dudas que penden de la inseguridad. Recuerda que antes de que comenzara la luz del nuevo día, hicieron presencia las sanadoras. Con gestos ajustados, lo detuvieron. Elevaron su mirada hacia el astro redondo de la oscuridad y luego lo cercaron con obstinación, para soplarle influjos en su rostro apretado. Entre palmadas y cantos le colgaron al Cazador, amuletos con carga de conjuros. La mujer de la cabeza blanca le hendió en la espalda y en el pecho, largos tajos, con filo de caracoles, para conferirle valentía y buena ventura. EL CÍRCULO DE LOS ALIENTOS No le apetece recordar pormenores. Reniega de ellos. El Perseguidor, en su entereza, debe sustentar con garra su gesta. En sus pies hay solidez de Tierra. En medio de la candencia atina a preguntarse: ¿Tendría este desamparado desafío a los espantos, menor mérito, de haber venido acompañado? Terca pregunta que se le aferra al costal. Hace un esfuerzo por descartar la duda, porque está obligado a reforzar su certeza. La reacción de sus compañeros, los ha convertido en responsables de ser el único merecedor de gratificaciones del clan. Porque ya su mente imagina los alaridos de victoria que saldrán de aquellas gargantas, cuando su hallazgo sea presentado ante la tribu. Será entonces su obsesión, 17

Del Profundo y del Humano Fuego que el trozo caliente y luminoso, esa parte del animal que creían indomable, fuese lo que él asiente, con humilde parsimonia, ante la reunión de la comunidad. Y se convertirá en bendición segura. Lo arrastrará hasta el centro y a su alrededor se congregarán los alientos. Nadie querrá alejarse de él. Habrase convertido, pues, en enaltecido protector. Orgullosos del valor demostrado por su héroe, los cachorros, no le asoman dudas, habrán de batir, en bullicios, las manos. Celebrarán, el cumplimiento de aquella, su promesa. Y se desplegarán voces que avivarán el júbilo. Más allá resonará robusta alarma de mirlos que hacen vida en el palmeral. Entrometidos, soltarán su opinión con estridencias de batahola en chillidos. Aunque también inquieta al cazador, imaginar la presencia de aquella joven hembra que le atrae. Ella dejará escapar una mirada de admiración, cuando entre orgullos, lo vea aparecer con la penachera ardiendo en el extremo de su lanza horquilla. Abriga la convicción de que ninguno de los ancianos habría de desaprobarlo. Sabe que asentirán con gestos positivos, el radiante aporte de su esfuerzo. Los ojos de sus familiares y camaradas de correrías, reflejarán los estallidos que emanen de ese ser caliente que él estará entregando. Él, solitario cazador de quemas, habrá sido el autor de la hazaña, definitivamente más peligrosa que enfrentarse con las bestias que rujen en la estepa. Será un día, por muchas lunas, recordable con fiestas y sonrisas. Ahí permanecerá entonces, su promesa sin desliz, cumplida. 18

Del Profundo y del Humano Fuego LA INJUSTICIA DE LA NOCHE Pero ahora, en la mitad del calcinar, el Perseguidor ha suspendido su marcha. Quizá haya sido instante para retomar aliento. En el modificar de sus cavilaciones, reafirma su intento. Vuelve a comprender que es posible asirle el cuello al fragor, y volverlo dócil. Someterlo a la fuerza de su mano, y de su ingenio. Se ha propuesto utilizar ese destello en la prolongación del resplandor, que fatalmente se lleva consigo el sol cuando desaparece. En esos momentos en que la comarca queda bajo el albur mustio de las sombras. Por lo tanto, será posible, necesario, negarse al sometimiento de las oscuridades. Que ellas son las que revierten en inclemencias la vida de las familias. Que devienen a la noche, en más noche. Que hacen que las miradas mueran, y se diluyan en incógnitas de anonimatos. Porque es verdad que la oscuridad instala en el lugar donde se vive, su totalizador e injusto manto de brumas. Transfigura todo en arbitrarias tiniebla espesas que cercena las sobremesas, y borra las líneas de los rostros. Y sin consultar, confina el bienestar que engendran los intercambios. Que, por el contrario, favorece la tristeza y agranda el miedo. Que profundiza el sentimiento de desamparo cuando se huele el rondar de hienas con ansias de presas. Algo le dice que esa chispa que continuará en un batir de brillos en la hojarasca, que acercará con desinterés a la aldea, será lo que pueda mitigar la tiniebla. La espesura opaca que deja ausencias, y soledades. El bien que aporte, transformará lo negro en un júbilo que acompañarán con hábitos de tertulias y prácticas de juegos. Intuye que se convertirá en válido auspicio de miradas que se entrecruzan. Que otorgara certidumbre en forma de risas compartidas cuando las 19

Del Profundo y del Humano Fuego noches son largas. ¡Cuántas cosas más, ese centelleo podría cambiar…! ¿Cómo habrá que realimentar el resplandor para que no expire? Se responde que él también sabrá encargarse de la tarea, y todos le ayudarán. No volverán a dejarlo solo. Así piensa el Cazador cuando soporta las afrentas del bosque en candela rabiosa. Cuando el obligado parpadeo, franquea estas ponderaciones de sobresalto en el esfuerzo. Siente el cansancio y se detiene. Respira la viscosidad del humazo en concentración, hasta que le causa dolor en el pecho. Y recuerda el arroyo de su niñez, que siempre gozó de Agua fresca para él y su gente. Se ve a si mismo, abriendo su boca frente al arroyo para que entre el regocijo transparente que reanima. LA FIDELIDAD Y EL MIEDO Indecisión en el centro del combate sin designio. El Explorador se toca los labios buscando humedecerlos. (Sed) Aunque él no lo sepa, lejos de la candencia, al pie de la colina, han quedado ojos que brillan con zozobra, porque no quieren perder la huella del hijo compañero. Pero nadie afronta el temor. Terquedad del Guerrero puesta en afianzar su rumbo. No puede evitar que lo atormente una convicción: no habrá acierto, si no apela al riesgo máximo .Elucubra que no obtendrá trofeo, sin el escamoteo táctico, que necesita de continuo. Que no cumplirá su promesa ante su gente, si no concurre con obligación suma, en la cacería de este ardor que no se deja atrapar. Suma de desavenencia que aplasta su comprensión. 20

Del Profundo y del Humano Fuego El ignoto poseedor de extensa vara, retoma el andar sobre el ampollar de sus pies. Mientras transpone vivas brasas, lo afiebra, como avispas zumbadoras, cavilación de disgustos en hartazgo. El combate reaparece más arduo de lo pensado. Lo comprueba cada vez que respira la plomiza ráfaga. (Que también puya en los ojos). Polvo caliente. (Es la sed). Es la sed que lo ahoga y lo zarandea hasta el cansancio. Individuo obstinado, que no quiere ceder ante esa corriente que serpentea según le signan los vientos. Da un salto. Con agilidad, eluden sus pies golpes de ramas que se precipitan frente a él, entre la tiniebla que corta su respirar. Otra vez vuelve a azotar su organismo, la ráfaga caliente. Desea con urgencia, la compañía de sus amigos. Entre cazadores los peligros pierden fuerza, disminuyen su rigor y retroceden. Sin embargo, en este encierro que lo ahoga, prevalece la impotencia de no poder elevar un grito para que lo oigan. (Nunca intuyó el Caminante el yerro que primaba en los ojos de los que, con tardanza, lamentaron su partida). Con escozor, pretende responder la pregunta que lo golpea sin satisfacción. No entiende por qué, ninguno ha querido acompañarlo. Ni siquiera aquellos otros hijos de su propia madre, con los que tantas veces supo aventurarse. ¿Acaso no eran ellos tan valientes como él? Piensa que estimaron en menos su juicio y se aflige. Cree que sus compañeros han ingerido tragos del ardiente terror a las zarandeadas del monstruo. Sintieron, tal vez, el horror de imaginarse víctimas del calcinar. No serán nunca más sus compañeros, concluyó. Se han convertido en hijos y hermanos del miedo. Porque no eran cazadores. Que no tuvieron la fibra requerida 21

Del Profundo y del Humano Fuego para estar junto a él. Tocará entonces, sentir pena por ellos_ se volvió a responder. Un recelo lo azuza desde los nervios. No volver atrás, ni pedir ayuda. Si en abandono, había logrado herir el vientre de la criatura, no corresponderá conformarse ante la aprensión. Él es quien prometió traer un pedazo de aquello que arde y el será el único en recibir los agasajos del clan. En última instancia, fue él quien dispusiera llevar adelante la dureza de ese plan. Se lo había prometido a los demás. Y a sí mismo. UN LINAJE DIFERENTE Colina de metal fogoso es estampa en destello. Terruño del ajetreo, negación de lo que se aspiró a que pasara. Nunca le enseñaron al Prometedor el modo de doblegar el accionar de esta fiera, que vive al corriente de asesinar. Que lo elude cuando se le acerca y lo agrede cuando se descuida. Reptil que refulge, imprevisible, letal como la peor bestia. ¿Alguien habría intentado engañarlo, sujetarlo, o vencerlo antes de él? Desde su infancia había aprendido a obtener alimentos para el clan. Le asistió el coraje para perseguir, junto con sus compañeros, amplia diversidad de bestias. Más tarde aprendió a quitarles la vida, y desmenuzar sus cuerpos, para comer su carne. Tal hubo de ser su rutina, apenas dejó de ser niño. En su agobio, el cazador acude a la clara memoria de haber observado a sus mayores, capturar presas que, para defender, rasgaban, mordían o topeteaban. Que se abalanzaban contra los cuerpos de los cazadores armados 22

Del Profundo y del Humano Fuego con sus cuernos, dientes, o zarpas. Y a veces lograban escapar con mayor rapidez que sus perseguidores. Que caían exhalando sangre y muerte, bajo la certeza de su golpe. Pero éste es diferente. No retrocede, no teme, no busca esconderse. Sería él, entonces, su primer domador. Y de este modo enseñará a sus futuros hijos. Se lo vuelve a prometer para sí. Inmóvil, un instante, la densidad que lleva la savia de cazador que lo recorre, alcanza a gritarle ¡cautela!. En una mueca de desagrado, entrecierra los ojos para evitar el acre de la ceniza del viento. La tempestad que quema, embiste sin avisar. El Prometedor no cesa en su avance sobre hogueras. (La sed). Ha penetrado el círculo. Cual veterano leopardo de oscuridades, el cazador de la horqueta calcula con prevención, cada brizna que pisa, atento a la malicia. Se va acercando del único modo en que el miedo debe ser vencido: contraponiendo al rival, una fuerza de igual o mayores proporciones. A lo lejos, manada de jirafas interrumpe su ramoneo y se reviste de arrestos. En su amblar de nervios, sus alturas patean, bufan en lucha que se impone entre cabezas, patas y pescuezos. Se atropellan y el encuentro de sus tamaños, resuena como timbalazos, en ritmo. Amortiguado latido que reverbera en el aire. El Caminante del hervidero, se arrima a su objetivo. Da pisaduras cortas, observa, respira briznas del desatino. Retoma el sendero y vuelve con pies en levedad. (Es la sed) Mandíbulas y ojos que se oprimen. Que pugnan sobre sí mismos en el desespero de aproximarse. No dejará crecer la frustración ni el retroceso. Empinará con afán otro empujón de mando. Se detiene, se endereza y se estira para inhalar aires altos. (La sed) 23

Del Profundo y del Humano Fuego Como enemigo mal avenido se agrega, el cansancio. Brote de piel con goteo de hollín. El extraño sujeto otea, y aguarda. Atención en jadeos. Vuelve a recordar. La memoria es un lazo que envuelve su cabeza y no lo suelta. Que no había dormido, o quizá lo hizo de a ratos. Que el torso le trepidaba. Al despertar supo que iba a capturar esa Luz que no se deja alcanzar. Era la promesa. Y ahora se desliza por su médula. (Sed en los labios, en el paladar) LAS PESTAÑAS DE LAS JIRAFAS Complejo presente para el que salió a cazar llamaradas. Es un punto inerme en medio de una inmensidad en ardor. La terquedad que lo impulsa lo hace padecer rudeza de vapuleos en la llanura que crece al consumirse. El entorno completo es injuria y vibración. Alarido del viento que arroja puntales hacia lo alto. Los árboles, carne de remolinos, revierten en látigos quemantes y crujen bajo su peso, enviando mechazos al caer, que suenan a órdenes. A amenaza provista de crueldad de látigo. (Que vete de aquí, ofensivo intruso, has abusado de tu suerte. Que no eres bienvenido. Que si no te retiras, morirás de modo atroz) Rojo ciclón en tropel. El Perseguidor será terco, sordo a quien le impida adueñarse, aunque fuera de una pizca, de ese fulgor. Parpadeo en un fugaz aclarar de la visión. Y tragar restos de seca saliva. Boca que se infiltra de cenizas que nadan en maraña. Inhalación de negrura en el aire, tragantadas para compensar la sed del aliento (la sed) Apretar las mandíbulas, prevenir los pasos. Apurar 24

Del Profundo y del Humano Fuego los pies, recomponer el equilibrio y el enfoque de la mirada. Engullir aridez. La sombra que se enclavó en el pecho, se reitera en la memoria. E imagina que, al volver, les recordará que él no hubiera actuado como ellos lo hicieron. Que, en su caso, a nadie hubiera dejado en soledad de combate. Habíase acostumbrado a vivir con la lealtad de sus compañeros de cacería. En ellos encontraba el apoyo que necesitaba para aplacar sus miedos cuando derrapaban. ¿Dónde están hoy, cuando los necesita? ¿Por qué lo abandonaron? Entorno y espíritu en inquina. De todos modos, se consoló, hubieran evadido el reto. Estarán sometidos a llevar sobre sus espaldas la vergüenza de la huída ante el peligro. Porque ninguno concibió lo que él, en los insomnios, con sus ojos bajo las luces que perforaban su mirada. Torbellino de candela y ardor de recuerdos. Que no es hora de detenerse a pensar, que no se volverá atrás. Otro empellón de la flama, lo obliga, con impotencia, a retroceder ante la densidad de la muralla. Lo intentará de nuevo. Esa maldita sombra, casi sólida que se desprende de los leños, penetra en su nariz, lo empuja, sin poder oponerse, hacia atrás (Dislate de cuervos ciegos) Embiste con su vara. Sabe, algo se lo dijo, que se encuentra en el sitio indicado. Presume tenerlo, pulsa y lo toca. Aprieta con firmeza insensata, la vara que vibra y se tuerce. Dilata al máximo sus brazos para herir sin herirse. Aguanta la asfixia. Encaja y arranca. Examina entre nieblas el extremo del fuste. Ahí está. Al pequeño manojo que arde en intermitencias, le cuelgan gotas como de un gajo en quiebre. El prometedor lo ha conseguido. Lo tiene, lo mira, se asegura,… al fin es suyo. Es su prisionero, es el trofeo que ansía… la 25

Del Profundo y del Humano Fuego promesa que está a punto de cumplir. Nervios contenidos que le provocan abreacción de risas en sacudones del vientre. Emoción que pide aire. Echa de nuevo, un vistazo a su presa… que comparece inofensiva en sus crepitaciones de protestas. Eleva los brazos de su intento para mirar el entorno y se concentra. Momento en que su vida se reduce a liberarse de la opresión del escenario. Toca asir con certeza plena la pértiga. Tensar los tobillos. Girar y correr. Deviene en felino listo para impulsarse. Instantánea captación del escape, carrera extrema como ladrón al descubierto, que persigue la salida a través de una jornada, convertida en interminable acoso. (La sed y la asfixia) Arribar con urgencia, alcanzar la meta antes de que ese pequeño hijo del averno se apague y cese de respirar. Antes de perderlo. Antes de que se desplome. Antes de que la bestia encuentre la forma de recuperar su extremidad. Es el recorrido del Audaz que no reniega de su misión, que ha podido hacerle frente a las luces de la tormenta, que ha superado el negro escollo de la humarada en los pulmones. Es él, el mismo Impertinente que logró llegar más allá de la combustión que le escaldaba los pies. Que se animó a dar el zarpazo certero para obtener su premio. Puñado de seco pastizal en hoguera, del cual se encuentra ahora como definitivo dueño. Que solo le resta ponerse a salvo, portando la urgencia del ardiente prisionero en desmayo y alejarse de aquella tenacidad que asola. Es ese ser que ahora arranca en velocidad, con sus piernas en vuelo. Al que la mente sigue.Imagina los rostros de la gente de su clan, que lo espera con su triunfo, y eso lo impulsa. Elude, brinca, huye. (El sofoco de la noche en la sed) Aparece la contracción de una curva, maniobra hacia 26

Del Profundo y del Humano Fuego el flanco izquierdo. Un súbito detenerse, duda, cálculo, y retoma del camino. No concibe despojar a la tribu de su promesa. (Intensidad que enturbia el mirar) Ansía unírseles ahora mismo, y compartir su hazaña. Sin quitar la mirada al vellón ardoroso que porta en su vara, se dirige hacia su triunfo. Debe localizar la corrección del sendero. El más breve, el más directo. No fuera que le atrapara la venganza de este ignívomo ofuscado, que apenas cae en cuenta de la pérdida. (¿Cómo pretende éste loco robar una parte de mí?) El Amo de la tozudez corre, salta y elude porque conduce la promesa en sus brazos.. La traición es una ráfaga de ardor que aguarda en un recodo. Porque de improviso, el viento revierte hacia el sur. Y en una fracción, la llanura estalla en raudal de fogata que se embravece. Que lo enceguece por completo. Que lo circunda y luego envuelve la materia del cazador. Que resopla, amenaza y no le deja escape. Sórdido estigio, clausura las puertas de la prisión de candela (el humo, lo alcalino, el ahogo) Pierde el caminante la orientación y deja de avanzar. Tropieza. Ha sido acorralado entre ardores que oprimen su entorno como murciélagos brillantes, hasta quemar las hebras de su cabellera. En afán de sofocar la antorcha, deja que la vara se pierda. Dobla sus rodillas y sujeta su cabeza que recibe el resplandor que se acrecentó de golpe, y que logra tumbar todo el peso de su cuerpo. Ahora es el ser que se esfuerza para seguir respirando, aunque comprenda que la enormidad lo petrificará en un instante, y su piel se convertirá en polvo gris. Simple ceniza del humano intento. En el suelo, palo y hojarasca en humo, se hacen parte del fragor, en eco de ascua sin fuerza. 27

Del Profundo y del Humano Fuego Las jirafas contienen de golpe su carga y dan un giro a sus cabezas. Los hocicos no paran de husmear. Vibran sus pestañas para buscar al obstinado cazador, que no quiso aceptar la natural oscuridad del mundo. . Allá, en cremación, se había esfumado el cumplimiento de la promesa. En altitud, la “Pupila de Cielo” lo siente en profundidad. Ciertamente, nada hay que pueda mitigar su aflicción, porque sabe que tendrán que sucederse cuantiosos giros más, para que el intento se repita. (Aseguran que hubo una lágrima que se disimuló en rocío) Cierto es que en la noche del silencio, no se oyeron festejos. Tampoco nadie percibió luminaria alguna, en el clan de la colina. Solo un murmullo de ancianos, que modula el quebranto del viento. 28

EL ROJIZO ANIMAL DE LAS LLAMAS



Del Profundo y del Humano Fuego LA SEQUÍA “Todo irá bien, y todas las cosas irán bien, cuando las lenguas de llama se enlacen en el nudo postrero de fuego. Y el fuego y la rosa sean uno” (Thomas S. Elliot) Hubo de suceder que, en la elevación, dilatada marcha de lunas, huecas cada una de aguas de alivio, se prolongara, hasta el límite, en copia de humores del más nítido sequero…(Extendida en demasía la ausencia de mojaduras, no sobrevenía ningún alivio desde el azul, que alcanzara a mitigar la aridez del aliento) Pobreza en apogeo, penuria en hilos, ahogo de certezas. Disminución y desaliento en el fluir de los cauces en crisis. Los grandes soles de privación, hicieron surgir solamente opacidad en las piedras que yacen en el badén de los ríos. Laxitud de vegetales, desmayo de la vida. Porque, desde la ampliación del estiaje, todo en lo alto había permanecido en subsistencia exigua. Y la solidez animal que dejó de moverse y los ojos que tuvieron que cerrarse. Y los rebaños y los tropeles que se ausentaron, más allá de las lejanías, donde el escollo se encuentra fuera del alcance del hambre. Hubo de persistir la comarca en ayunos de alegría, en rigidez estancada, como resisten las losas. Los remolinos, conformados con un viento que marchita y abrasa, extendían en el perímetro, una pena de sostén de pastos y cebas. Tan parecido al desierto, que al cabo, solo le servía a la desesperanza. Análogo al rostro que, con el tiempo, toman las osamentas. Y cuentan que no hubo ser que no padeciera la sed y harto agobio, durante extensa suma de lunaciones. Y en el interior de las chozas, resistieron los habitantes 31

Del Profundo y del Humano Fuego su espera. Esas jornadas de desecación, tuvieron sin embargo, un desenlace de bienes. Habría de volver, de la mano de las conmociones, una grande ira de tormenta, derrame de vendaval. El final de los dolores principió, no con gotas de aguacero, sino con la rapidez de un parpadeo sin medida. Una luz encandiló el paisaje huraño de la medianoche. Al repetirse, hizo que se distinguieran los ángulos donde se quiebran los montes que circundan la aldehuela. Y dio comienzo el traspié de estallidos que ciegan por adelante, que cortan por el costado, y no permiten que sobreviva espacio sin ajar en la colina, que ahora parece sostener, con espanto, la atmósfera. Encandiladas retinas por los resplandores, la tribu auscultará, la cólera de la borrasca. Centelleo de saetas filtrando castigo con saña sobre el declive del norte. (Falda de altura que había soportado en sed de pastos, donde antes hubo resguardo de un mar de verdores en oleaje) Loma, en otros tiempos cordiales, hoy se reviste de matorrales que enflaquecieron al faltarles el agua que se hace esperar. En el cielo, golpes de martillo contra férreo yunque, disparan incandescencia que aturden. Rayos con brillo de cólera que se estampan contra la tierra. Sones y ronquidos de tambor alertan hasta los confines del paisaje. Fraguas en presencia formidable lograron erizar la dureza superficial de la colina…Así fue la noche del desquicio, hasta poco antes del alba… Abusando de los secos restos del monte, en tropel sin ataduras, ha cobrado vida el rojizo animal de las llamas. Para muchos, fue un descubrimiento porque jamás lo habían contemplado. La fiereza continuó, su agitar sin querer darse cuenta de que el día había llegado, y de que su continuidad sin justificar, ya no provoca espantos en la aldea. 32

Del Profundo y del Humano Fuego FIESTA Reaparición en reposo de la normalidad. Espejada en bronce, la inmensidad de un amanecer, expone esplendores. Al desplegarse, el sol ha disparado un desperezo precoz en las aves. Desde la colina se alcanza a divisar el revuelo de los ibis cabeza negra, que, alzándose en centenas, transluce un manto de irradiación. En la punta de sus alas, un regalo de pigmentos en el aire. Las aves recrean ese cielo, que pronto será cubierto con la tenacidad de los cúmulos. Iridiscencia de los ánades azulones. ¿Estarían avisados de que pronto, los estanques se inundarían con suculencia de insectos, cuantía de varas y abundancia de brotes? Precipitación de anuros que, a la noche sabrán quebrar con voz propia. A mínima distancia de donde la colina es rozada por la mengua del río, el montón de pobladores del lugar, se despabila. Con tramos de inquietud, afloran para buscarse entre sí. Han pasado una noche sumergidos entre aspavientos y desvelos de coacciones. Pero algo está por suceder. Lo presienten, aunque ignoran que habrá de continuarse en un ciclo de ansiedades. Desde el oeste, una brisa que ondula, ensaya con solapa, su tránsito. Es como si temiera una previa divulgación de los eventos. Ocurre que, un aire inusual de murmullos, sin nadie que lo descifre, decide anunciar que ese hábitat, sería pulsado por un encanto. El mensaje circunvala los aires. Se hace pulpa en enjambres de runrunes que, como mariposas, irán a posarse en el ánimo de cada quien. La expectativa, en transmisión escala espacios con vibraciones de energías. Nerviosismo que atraviesa lo amplio de la multitud, hasta asestar sobre la ansiedad de cada uno. 33

Del Profundo y del Humano Fuego EL FUEGO Y LA FLOR Ella también lo sintió. Y respondió. Asomándose, con intriga, a los espacios, que a esa hora, lucían irradiados, hizo que concluyera el chupar de los críos. Los eventos la habían tornado absorta y quiso reaccionar. Palpaba ella su rostro, buscando distinguir quizá, los sonidos. Sus pupilas, timbre de metal, absorben la luz de la mañana. (Aunque sin entender el alboroto aguijoneado por el desconcierto de sus vecinos) Nacida en el corazón de la colina de la fertilidad, cuna del suceso que auspiciaban aquellos borbolleos, Ella desplaza con gracia, un cuerpo saludable de juventud, de una delgadez más bien huesuda. Su piel es un solo reflejo de la noche con empolvado de estrellas, como las alas de los cuervos azules. Porta en su andar, la satisfacción de haberse estrenado como madre. De manera reciente, hubo de dar a luz a dos retoños que en su inquietud, consumen, en creces, la totalidad de sus esfuerzos. Aunque alguna vez temió por la vida de ellos, habría de dispensarles afanes gozosos, todos los días, agregando repetición de ternuras, que refuerza en noches en las que la paciencia se alía con el deleite. Entretanto, utiliza, valora, atesora el refuerzo que le brindan otras hembras más experimentadas, en la crianza de sus cachorros. No fuera que, a los críos, les faltara algún cuidado de alimentos. Desde la amplitud de los alrededores, bajo colmo de soles que colorean las miradas, la fineza de su oído percibe ecos de alborozos, y cantos regulados. Le sorprende el aire que algunos de sus contiguos, le entregan a los brincos. Son los mocetones los que lanzan, hacia arriba, sus piernas, para caer con la misma agilidad que despliegan los simios, sin contenerse. 34

Del Profundo y del Humano Fuego Responden a un éxtasis que llevan dentro. El enigma se le vuelve sacudón de piel. Todo es un anuncio que la aguijonea a participar e inundarse en esa extravagancia, que es posición propia de las lozanías de la tribu. Voluntad unánime ha de ser entonces, no quedarse inmóvil, sino coger senda para recibir a los que llegan. Se precave y vuelve su torso para echar un vistazo sobre el par de críos que habrán de quedarse solos por un momento. Han consumido el alimento que les dio su seno, y duermen. Puede Ella ahora, continuar con el latido que la estimula. Su ánimo dio la bienvenida al jaleo y de a poco comenzará a contagiarse. En un momento, deja que la algarabía del contento, la lleve, sin estar segura de los causales., Ella ha decidido arrimarse, no con certidumbres, sino íntegra de expectaciones, para ver de cerca lo que afuera circula. El remolino de ruidos, ahora se le revela más claro. LA FRACTURA DEL TIEMPO “Yo amo los cantos que llevan dentro aire, agua, tierra y fuego”. (Rafael Lasso) Hacia el viviente núcleo se aproxima un piquete en el auge de su decisión. Se divisa un ameno bullicio que advierte en voz alta, su arribo al seno tribal. Aturden con gritos de triunfo. Su paso va dejando en los suspiros del camino, un vaho que se dilata como exhalación, en quemazones. Un desquicio que va pegando gotas de olores diferentes en cada hoja, en cada rama de los árboles. Ella tiembla. Estira su cuello, y alza su cabeza para enterarse mejor de las llamadas. Empinándose endereza 35

Del Profundo y del Humano Fuego la vista hacia el norte, y alcanza a verlos. No son muchos, apenas poco más de los dedos de sus manos. Ella quiere cubrir con la mirada todo lo que está pasando. Cuando los mozos se arriman, comienza su contagio del clima. Brotará la emoción y será parte de la alegría. De mano de los rapaces, aparece la falta de tino en la aldehuela. Vienen marchando con el aliento entrecortado, mostrando huellas uñadas de granate que han hendido su piel mojada en sudor. Secos rastros de arcilla y de polvo se han adherido a los cuerpos en caldeo. Los mozos cazadores de la tribu elevan gritos al avanzar, como si exhortaran a los habitantes a incluirse en ese juego de grupo. Sostienen con sus brazos, un improvisado camastro de palos y ramas renegridas. No acarrean cadáver, ni portan animal prisionero alguno. Sobre sus hombros brilla, con orgullo y regocijo en el cansancio, los restos de un fulgor humoso pleno de misterio, que presume para muchos, una parte pequeña, pero viva, que se extrajo, quizá en ritual de riesgo, de la materia en ardor. Temerario gesto. Con audacia hirieron el cuerpo de aquella tortuosa bestia, que anoche supo escalar el colosal tamaño de los montes. De ese conjunto provenía el rumor que fluía en esa aldehuela de cuevas y refugios montados en entramados de ramas y tallos. Seguramente el escándalo era el resultado del esfuerzo que coordinaron los jovenzuelos, solamente para indagar en experiencias de peligro. ¿O tuvieran, por ventura, la visión anticipada de un rompimiento? Según los corrillos que denunciaron la maniobra, desde muy temprano y en silencio, habían comenzado a partir los más impacientes. Como en confabulación de silencio, conjurando entre sigilos, los aventureros supieron acordar un levantamiento, detrás de una cacería sin certezas. Cuando las familias dormían y la tormenta se retiraba con regodeo, la audacia de estos 36

Del Profundo y del Humano Fuego mozos que, sin solicitar permiso, ni dar siquiera aviso a los ancianos, dispuso descartar temores y arrimarse hasta donde nacen los reflejos que calientan. Entreteniéndose en frescuras, con plena substancia de desafío al acaso, procedieron los muchachos al imprudente hurto. Puso Ella atención al esmero con que el grupo acomodaba, entre homenajes y exclamaciones, ese vástago sin forma que emite una pestífera secuela con resabios de un empalago que molesta a su nariz. Minúsculo retazo de aquella bestia sin medida, que aún vibra en rojo sobre la colina, y que, bajo apariencia, no acusa dolor. Avanzando entre los suyos, en solemnidad de ofrenda, los mozos perseguidores de las llamas, han detenido su desfile. Hacen un repaso alrededor con inseguridad en la mirada. Sin embargo, consideran que este es el momento y el sitio indicado para depositar ese fragmento que refulge, para que descanse en el suelo. Se ha impuesto en la aldehuela, algo así como un asombro sin sonido. Ninguna boca deja que escape un murmullo. Los que acudieron, alcanzan a apreciar un resplandor que yace con perplejidad. Que deja asomar extraños chispazos frente a la entrada de las cavernas, en el centro de reunión. Ha quedado a la vista la comunidad, la inusitada ofrenda, que nadie pidió, pero que ha dejado en la respiración, un ahogo de cautiverio. Íntegro asombro que no se recupera.. .Y sus captores, alrededor, como centinelas en displicencia. Esperando quizá, por la reacción del conjunto. (Colina arriba, el dragón de las escamas refulgentes, se retuerce, en su reptar en locura, montando en cólera de humillación, atropellando hasta la muerte, a lo se le oponga) 37

Del Profundo y del Humano Fuego INDESCIFRABLE OCURRENCIA Mediodía completo de calma. Un suspenso se alza con animosidad de aldea. Ojos en lagrimeo, irritación de narices, pungente sensación. Devenir desconocido. En rara convergencia de fisgoneo, se cruzan las miradas de los habitantes, procurando atravesar los telones opacos que discurren en el aire. Perfil de superficie de esa rareza, que no alcanza a ser comprendida por los habitantes. Novedad bajo inspección de las intenciones, y que convocan al siseo, para encontrar alivio y dispersarse entre vaivenes de nervios. Mas el regalo allegado mediante la falta de prudencia de los cazadores, no fue capaz de resguardar su fausto. A esta hora de sol intenso, ha depuesto gran parte de su brío inicial. Y se asoma, apenas, mostrando una condición de fogosidad en declive. Suerte que se disgrega entre una fetidez que repele, que sobrevive apenas sobre dispersa quemazón de palos, hojas y ramas. Desvalido resplandor que habla crujiendo y apunta huella en los vientres. Sonidos diferentes, que dejan escapar algo así como gemidos congelados o, quien sabe, como gruñidos en ahogos. Los moradores se alejan de él y retornan. Inevitable vacilación ante lo nuevo. Es un avivar que los asusta y los apresa. Madres bajo pánico, que las impulsa a recoger sus crías y alejarlos de esos ruidos de incertidumbre. La candidez de la aldea esboza preguntas ¿cuánto tiempo faltará para su muerte? ¿Será posible su resurrección? Y en tal caso… ¿cómo hacer para volver a darle vida? O tal vez sea mejor que termine de morir… y así excluirse para siempre del peligro… 38

Del Profundo y del Humano Fuego La insolencia de los jóvenes es la culpable de la innovación sin fortuna. Porque aconteció sin esperarse. Porque ha sacudido, ha hecho pedazos la rutina que marcaba el paso en ese asentamiento de las cuevas y las chozas de ramas. Porque estremeció, de improviso, la quietud de la vida del conjunto. No será entonces de extrañar que un sordo fermento se extienda como respiración, en códigos de divergencias, del mismo modo en que lo hace el hedor que sigue cayendo de la alta colina. En el núcleo de la comuna, enfoques que se ciñen en disidencia altisonante: Posiciones que sobreviven en los gestos de quienes fueron atraídos por la inesperada donación. Se comprende que no todos acompañan. Que no haya acuerdo, y que falte acorde en el disfrute de lo que están viviendo. Sustancia de lenguajes de ancianidad que hacen oír, en estridencias, casi a dentelladas, su desprecio por la introducción de aquel fragmento del animal candente, en el corazón de la tribu. Se apoyan entre quienes resuena un eco en ronqueras de temores removidos. Demacrados índices que baten manos curtidas, se alzan en tirites de censura. Están invocando anatemas de gravedad muy conflictiva y extienden augurios de desgracias sobre sus autores. Más allá, reposa la posibilidad que decae sobre rostros que se reflejan entre sí, sin divisar el suceder del disenso. En silencio, con un pie en cada orilla, sin tomar partido. Por este otro lado, se define un vibrar, un sentir que se hace grito en un enredo de ojos frescos. Una muchedumbre en complicidad de mayoría, que no reprime su entusiasmo. Que mediante expresión de lozanía, insuflan parabién a la ofrenda recientemente llegada. 39

Del Profundo y del Humano Fuego Nadie niega que rueda en el lugar, un desapacible atardecer de ventoleras que levanta polvo y agita la incógnita que produce la lumbre. No hay memoria de una peripecia, en la que, un grupo se atreviera como pioneros, a treparse sobre los miedos, y se haya adelantado con un impulso propio de las mocedades. Aunque para algunos haya adquirido signo de delito, el inesperado cumplido que dejaron los mozos, seguirá emitiendo destellos. Cada vez que la brisa hurga esa especie de animalejo, vuelve a derivar en espinillos de luz. Consiguen descollar entre las sombras que comienzan a envolver la colina. DESVELOS Noche de las que no hay recuerdos para comparar. Aullidos de alarma y desconcierto, están descosiendo la oscuridad del terreno. El bosque se condensa en una sola tiniebla. Noche en la que tajan chisporroteos que interrumpen el diálogo de los tordos de alas amarillas. Presencia en baraúnda de gorjeos que se zarandean en sustos, cuando les llega la hora de arrepollarse en el entresijo de matorrales. Noche con hendiduras que afila las puntas de las orejas del viejo Chacal de Lomo Negro. El que prefiere la ausencia de luz, oficioso orillero de las sombras, líder que saca tajada de la ausencia de luz para patrullar la ribera, escoltado por la jauría. Camarilla oscura que se dispersa para aumentar el miedo. Por otro lado, en la débil aldehuela, abruma la presencia del huésped repentino. Eso, que fue incluido como temeridad de mocedades, ahora ha comenzado a mostrar grietas y provoca conflictos entre sus expectantes. 40

Del Profundo y del Humano Fuego Para algunos, se acaba por silenciar las visiones, y encubrir los diálogos. Asomos que, se pegaron a esa rara fogosidad que tiembla. La reacción caliente alcanza a ser mantenida en rudimento por las manos de voluntarios de la tribu sin experiencia. En cambio, los que no tienen miedo, los que gozan de audacia, se animan a hundir trozos de ramas entre las brasas, como queriendo espolear a la alimaña. Otros quedarán en alerta. Se alejarán y bajo suspicacia de temor, buscaran quedar bajo la protección que presta la distancia. Ofrenda de las acacias que rodean la aldehuela. (Ella no quita el ojo…) Ironía de los hechos. Los jóvenes cazadores que habían subido a la colina para aproximar la flama en cuestión, ahora no contaban. Ausentes, están pagando con su descanso, la intensidad que demandó el afán de su aventura. A pesar del evento, alrededor de la lumbre que irrumpe en la oscuridad, continúan en congregación un puñado de bisoños habitantes que se limitan a observar. Silencios de agazapo derivan sobre el objeto extraño. Permanecen los que no salen de su asombro. Los que le temen, pero se rinden al antojo de su cercanía. En un extremo de la ronda, la grácil madre de los hermanos permanece en balanceo de quietud. Ella se encuentra en descanso con atención. En vaivén sobre sus talones, abraza la delgadez de sus piernas. Aspira a descubrir, con la vivacidad de sus ojos, los secretos del fulgor. Se concentra en el vigor extraño y profundo que permanece sin formular mayor sonido. En espera, quizá, de algún desatino de los que lo atraparon. Ella, por su parte, quiere entender cuál es la esencia de ese ser que, hasta hoy, había contemplado desde 41

Del Profundo y del Humano Fuego lejos, pero que ahora lo detenta frente a su rostro. Y en la lozanía de sus ojos tan abiertos… la captación! Ella observa y en su cerebro hay pensamiento. Recibe la provocación de eso que rebosa enigmas. Es lo que le atrae. Cuando acecha, la espontaneidad de una sonrisa que le asoma cuando el viento de los montes se avecina, haciendo roces sobre el objeto. Justo cuando aquella rareza sin calificar, desgrana en chasquidos y deja ver luces. Despeja Ella sus oídos y no quita la vista de lo que le provoca hechizo. Ha descubierto la complicidad inmediata que se dispone entre los soplos y las lenguas de brillo, que se levantan en viveza, como si disfrutaran de lamer el aire. Que son caricias que se desflecan en la penumbra. Trasformado su ser en acto de los encandilados, Ella disfruta de esa presencia que chispea en la noche de la colina. Son los momentos en que cultiva una curiosidad que la hace someter temores. Como si le frotara una congoja ante el brillo que parece agonizar, la madre se pone de pie y dirige sus pasos hacia el herbaje que rodea el cuadro. Habrá de comprobar una suposición que le aguijonea el vientre. Se auxilia con ramas para hacer suyo un manojo de follaje marchito, para arrojar sobre aquel brillo que continúa tiritando. En el fondo de sí, Ella esperaba que la reacción de luz se activara en destellos, como agradeciendo su gesto. Pero al cabo, la luz vuelva a ser pequeña como si hubiera engullido el ramillete que le arrojó, y ahora necesite más. En merodeo, reitera Ella su acto, y lanza otro puñado de hojarasca… y la alegría tierna de la luz, que replica. De íntima conexión es la oleada que se arraiga entre Ella y esa vibración, que despide fulgores como 42

Del Profundo y del Humano Fuego los que acompañan a las luciérnagas cuando vuelan. Con estremecimiento en la piel, ha comprendido que el resplandor goza de vida. Es como un brote que se mueve. Se parece al pataleo de sus críos en llanto. Aproxima su cara. Sus pupilas espejan una flor tímida que parpadea y se evade. Es un tímido destello que la mira como temiendo ser identificado por esos extraños ojos, que a su vez han puesto, con precaución, su mirada en él. El corazón de Ella en pálpito, se convence que el fulgor es una criatura. Que emite, con timidez, azules sacudidas, entremezcladas con intentos de color naranjas casi rojos, que suben y bajan para tomar fuerza. Que se enroscan en el aire y lo calientan. A medida que se arrima, adquiere firmeza, y al abrir sus manos de pájaro, forma una especie de estrella parda, cuyas puntas relucen como hojuelas de otoño. Sus dedos reciben el calor que el brillo otorga a todo el que se le aproxima. Una fuerte atracción de ese agitar, punza su cerebro, le hace madurar necesidades. Imagina con premura. Le cala en los huesos un sentimiento que desconoce, pero que la atraviesa entre prisas y ansiedades. En la frágil configuración de su conciencia, las imágenes se suceden con lúcida velocidad, asociándose. Articulando un verdadero pensamiento. Un aguijonazo en el interior de su frente, que le atiza en el pecho, le hace vincular los brillos con la presencia de sus cachorros. Las criaturas duermen en el grosor de jergones caprinos. Adormecidos en sumersión de una oscuridad que cuaja en frío. ¿Sería esa luz un pequeño sol que hoy brilla, emplazado frente a ella? Ahora sabe que debe hacerse de una porción del centelleo. Escudriña. Sus ojos sondean los límites con cuidado. 43

Del Profundo y del Humano Fuego Siente que el desafío la recorre. Explora los alrededores y se da ánimo. Ella busca y se dota de una resistente enramada con la que hurga y remueve. Amontona, con maestría, un trozo del revoloteo. No otra cosa es aquel nido de centellas enanas. El conjunto que permanece bajo el insomnio que rodea el acto, sitúa, sin aliento, una plural mirada que converge sobre los pasos de la hembra con materia de soplo en su poder. Ella va instalando lentitud y dulzura en su celo, cuando se encamina hacia la cueva. Es allí donde reposan sus sueños de futuro. La fría cueva donde los cachorros aún no despiertan. Sostiene Ella, con sus manos, un trozo inestable que humea con olores mezclados con vientos. El montón de habitantes es testigo, desde afuera, del derrame de gritos que festejan la presencia de la madre en aureolas. Ha penetrado Ella y se ubica en cuclillas con el raudal en sus brazos. Ella que dispone, con esmero, de un sitio para depositar el calor que temblequea adentro de la cueva. Y sabe que tiene que darle aire para aumentar su fuerza. Con suavidad y precaución, intenta esforzar su boca… y pugna su mandíbula para insuflar aliento al animalejo que humea… Y de ese rústico modo, aprende a soplar. Aspira y exhala. Puede comprobar con su experiencia, que éstos son brillos que detienen, con firmeza, el castigo del frío y aleja las durezas de las tinieblas, para que unos a otros, aprecien la belleza que brota de sus alegrías. Las paredes de la gruta congratulan al trío, y lo celebran con deslumbre de cristales. 44

Del Profundo y del Humano Fuego OTRA VEZ LA ESPERA El jolgorio que había alborotado a la convergencia, fue interrumpido. Desconcierto en la aldea ante el batir de lluvia que ha comenzado a derramar caudal sin aviso. El presente, que fuera entregado sin retaceos por los jóvenes cazadores, expira sin remedio bajo la ofensiva del aguaje. El presente de los mozos, no ha podido resistir la inmersión. Es como si recibiera escarmiento por haber abandonado el madrigal que lo originó. Solamente establece humareda exánime. En la cueva, el alegre retozar de Ella junto a los cachorros, encubre un deterioro sin palabras. Inexorable. El manojo de luz se está disolviendo y apenas le quedan fuerzas para vacilar. La oscuridad es una amenaza que intimida con su retorno. Rápidamente reacciona, mueve Ella la potente delgadez de sus manos nudosas y le agrega hojarasca, ramas, paja. Y atina nuevamente una maniobra con sus mejillas y labios, para encastrar el aire que lleva en sus pulmones. Y logra otra vez, arrojar un soplo de vida. Una sonrisa En medio de la desazón que no puede controlar, le agrega energía, sintiéndose viva como el viento de la colina cuando baja por la tarde. Y la luz que se restablece en alivios. Y de este repetido modo… lo ejerce, hasta que el ramaje se agota y cansancio asedia su cuerpo. La noche la hace entrar en sueños, muy arrimada a los cachorros. Y el racimo de astillas, en consumación, unta de oscuridad la terrosa matriz que los envuelve. (En la madrugada de la cueva, un rescoldo que languidece…) Desvaneciendo en restos de cenizas, sobrevive un brillar que acabará por deteriorar su lustre. Nulidad de 45

Del Profundo y del Humano Fuego luz. Ansiedad y vacío. Se ha marchado el hechizo que mitigaba el frío. Que ha retornado, en la textura helada de la piedra a oscuras. Cuando Ella despierta, se silencia en vibración de eco y descubre la hondura de la sombra, sin comprender. Aprieta sus labios y pretende apaciguar un disgusto que acaba de agriar en su garganta. _ Revive. Revive te digo_ y son sus manos que se mueven en desacierto junto al sonido de su voz que suena como imperativo en postración. Como conjuro sin desenlace. Con manos de plumas, Ella tantea las tinieblas, y encontrará a los críos, y los abrazará con aliento para que dejen de tiritar. Los tres volverán a apretarse, para sentirse bajo el amparo de los resto de calor que se reserva, entre el vello de los jergones. LA REFLEXIÓN Mientras su abrazo persiste, Ella les otorga la flama de su ternura que envuelve. Cierra los ojos. Antes de dormir, hace esfuerzos por asimilar lo que ha pasado. Sabe que ha descubierto algo nuevo y ya nada será igual que antes. En su mente. Ella intenta reconstruir los que sucedió, los pasos que dio… la huella que marcó. Brega en su cerebro para restablecer el orden de sus comprensiones. Su respirar no se rinde aunque le azucen tensiones. Lo que vivió en esta jornada le hace pensar que la lumbre que decidió introducir en la caverna, es buena. Que no pudo hacerla durar hasta el día. La ansiedad que campea en su pecho, muchas veces negada, la conduce sin remedio hasta el fondo de lo que se esconde. Detesta Ella concebirse vencida por la oscuridad y 46

Del Profundo y del Humano Fuego el frío. Ahora puede, con todo su ser, proyectase en el tiempo. Ir más allá de esa cueva que la envuelve. Que la circunda y la limita. Que deberá prever. Que es necesario otro intento. Concluye por exigirse, entre la seguridad y la duda, que no reaparecerá la frustración. Que no habrá de volver a sentir la rudeza de la helada. Ella habrá de acumular en su cueva, suficiente cantidad de ramas, hojas y troncos como para que los cachorros transcurran sus noches sin sufrir. Como para que el escurridizo brillo que se alimenta de ramas, se quede más tiempo con ellos. La hora del calor y luz, habrá de volver, para vencer la sombra. Ella sabe que tendrá que esperar lunas, soles y más lunas. Que habrá que darle tiempo al cielo, para que en alteración, vuelva a encender los resequedad de los pastos de los montes, que a su vez revivirá las fuerzas que impulsan al rojizo animal de las llamas. Y que los cazadores se animen a emprender, de nuevo, el peligroso sendero del rescate de la luz. Cuando eso ocurra, Ella estará preparada. La claridad de esa esperanza, le disuelve el vinagre que se le había estancado en el pecho. Suspira largamente y vuelve a cerrar los ojos. Ahora siente sorbos de aguas de palmera en sus labios. Ella, entre acurruques, al lado de los cachorros, se queda dormida… deja que mechones de sueños, la abriguen con tibieza. LOS RESTOS Afuera, la esencia de la noche se resume con vigores de lluvia. Agua que precipita en raudales, y no cesa en su derrame. Que concluye con ahogar, para siempre, el resto de aquel latido, de aquel fulgor pleno de intensidad, que supo ensañarse con los pastos resecos 47

Del Profundo y del Humano Fuego de la colina. Repuestos los jadeos, los jóvenes cazadores despertarán con el amanecer y encontrarán, la gallardía de su ofrenda convertida en lamentos de hojas, y restos en grisura, que la lluvia empapó sin contemplar. Los rostros en desolación, se topan y callan. Siempre será que el desánimo de los jóvenes, obtenga consuelo en el futuro. Aceptan, a su pesar, que aquellos aventurados no podrán repetir su hazaña, sino hasta que retorne la seca. Pero antes, Ella y sus hijos habrán de tomar previsiones. La luz que calienta encontrará entonces, soportes y atención para su persistencia Por su parte, el sol, cuando aparezca en la mañana, divisará a través de una rejilla de nubarrones voladores, solo estertores de aquello que le dio vida a la bestia rojiza y humeante. La inconcebible sierpe que se encendió en la noche de la colina alta y se dejó arrebatar, quizá con dolor, un retazo. Comprueba que su memoria sobrevive en troncos de árboles que, sometidos en tierra, van disolviéndose en raquítico humo que se encolumna, se desplaza y luego precipita en remolinos sin potencia. En lo hondo de la cueva persiste la crudeza pegada a las paredes. Pero no morirá el recuerdo de la luz porque lo conocieron y les hizo bien. Con insistencia, desde los sueños de los hijos de Ella, habrá de levarse un propósito que traspondrá épocas. Y aunque nadie logre entenderlo en la colina, los soles, las lunas y la brisa, harán que, debajo de la arena, en la profundidad que protege a la raíz de los agaves, palpite una obligación de retoño. 48

PL I E DAR A SS “La piedra es una espalda para llevar al tiempo con árboles de lágrimas y cintas y planetas…“ (F García Lorca)


Like this book? You can publish your book online for free in a few minutes!
Create your own flipbook