Capítulo 92: “Amuletos” “De cómo la piedra hipnotiza y esclaviza a la fuerza del espíritu”. Tu figura exalta el brillo de tu ser. Son tus ojos los que tienen esa mirada tan lúcida que no hay otra que se anude a la tuya y pueda deshacer el hechizo. Tus manos guardan la pulcritud y la prolijidad que desde la niñez acostumbras mante- ner a pesar de todos los momentos difíciles y circunstancias negativas que debiste vivir. Un anillo en cada mano simboliza ciertos aspectos ocultos que no te niegas a mostrar públicamente. Incluso tu cuello y parte del pecho sueles realzarlo con una cadenita de plata con un dije grabado. “El hada de la suerte”, así es como la llamas cada vez que debes emprender algo nuevo, muy difícil o extremadamente peligroso… ¿superstición? ¿Fetichismo? Yo creo que aún algo más que eso, en especial después de aquel día al salir de ese local de venta de productos esotéricos con una amplia sonrisa, dichosa, satisfecha. El envoltorio escondía tu compra de una fina cadena sujeta a una piedra de cuarzo, que al decir de la vendedora, estaba cargada con todas las energías positivas. Eso no era todo, el bolsillo interior de tu chaleco gris unisex escondía algo que no te pertenecía: Un péndulo facetado de cuarzo cristal. Ya en la calle, ¿quién podría decir que no era tuyo? Una vez más, tu habilidad fue eficaz. Esa noche, el marco se presentaba propicio entre la penum- bra y velas encendidas en tu círculo de protección. Tu mirada se clavó en el reloj instantes previos a las últimas doce campa- nadas. Cerraste los ojos, tu mano izquierda sujetó con fuerza la piedra de cuarzo colgada en tu pecho y la derecha comprimió entre los dedos al péndulo de cristal de cuarzo. La mano del tiempo te llevó a pasear entre caminos de sueños oscuros, sólo de tu pecho y de tu mano derecha brotaron destellos rojizos. Yo fui testigo de cómo tu áurea corporal se comprimía más y más hasta desaparecer. 101
Capítulo 93: “Cadenas de fuego” “El poder es una serpiente venenosa que a nadie respeta”. Tu espíritu ha sido herido en este espacio sin tiempo, contro- lado y sometido entre barrotes y cadenas de fuego, inyectado con savia negra del árbol del poder. No cualquier poder, no todo el poder, sólo el necesario para que tu ego llegue a la cumbre y tu figura asegure un lugar en el podio del encumbra- miento. El honor, el prestigio y la distinción podrían contar contigo ya que fue parte de aquello, que en plegaria, habías solicitando. En tanto tu figura pública ascendía y tu imagen se veía más apuesta, por tu interior, las venas se hinchaban por medio de un sutil veneno que siempre acababa inundando a tus pensamien- tos llevándolos en caída libre por las cataratas del mal. Por allí escapaba esa cuota de poder para arrastrar y dañar a quien percibías como tu enemigo, aunque en la realidad no lo fuera. Doce campanadas, tiempo sin tiempo, espacio sin espacio, un más allá de umbral ancho, de oscuridad celestial sin estrellas; y en el fondo una llama roja por donde surge ella, Laverna, dueña provisoria de ese lugar e inquilina supervi- viente en tu mente. Tu cleptomanía declarada podría estar bien segura bajo su protección, tus simulaciones no correrían peli- gros y el cinismo absoluto lograría brillar en tu faz sin sospecha alguna. Laverna, esta “L”, cumpliría al pie de la letra aquello pactado en el pergamino escrito con tinta roja y firmado con sangre. El submundo de las diosas romanas dormidas, había desper- tado bajo el poder de la otra “L”, que aún debía darse a conocer en plenitud. Laverna parecía haber llegado a tu vida para quedarse, al menos en esta etapa de tu existencia. Sólo yo podía escuchar las campanadas, percibir el remolino que partía desde el reloj hasta llegar a tu cuerpo y ver como lentamente tu áurea comenzaba a expandirse, ya no tenía colores claros… un ma- rrón oscuro nacía desde tu piel. Tu veneno no podía tocarme. 102
Capítulo 94: “El genio agrio” “De la mente a la mano, la orden no tiene regreso”. ¿Dónde quedó el buen modo que con tanto amor despliegas a la vista de todos? ¿Es posible que tu paciencia se agote tan pronto cuando de eso depende sostener tu personalidad? Es verdad que un mal día está en la vida de todos, pero que éste lo sufran los seres más cercanos parece mucho más cruel. ¿Es que no te de- tienes ante nada? Está claro que no, cuando tu autoridad no es reconocida como tal, cuando tu grito de furia intima a corregir lo que es tenido como una desobediencia… y entonces llega él, el golpe y la ciega locura. Detrás de eso, siempre el temor hace nido para unos y otros. Unos, temblarán por la actitud desmesurada, por la aparente eternidad de ese tiempo incierto lleno de agresividad y por desconocimiento de cómo será la situación final. Tú eres parte de los “otros” y el miedo también te cerca y acecha. Ya no tienes vuelta atrás, nada fue simulado esta vez y no tienes ex- cusa para arrepentirte ya que no existe en ti la palabra perdón. El silencio te acorrala en tu escondida soledad, ocultándote de quien ose pedirte explicaciones… muchas veces nadie lo hace, pero en otras, son tus mentiras quienes intentan reflotar la posesión de la razón. Cuentas tu verdad extraída de tu propia mentira imaginada, inventas testigos invisibles que avalen tus dichos y nada te detiene aun cuando todo se agrave hasta llegar a consecuencias funestas. A veces, son tus lágrimas las que intentan convencer sagazmente a quien presume ser un mediador, ese tercero que de buena fe presta su hombro y calma el efecto de tu falta de responsabilidades. Y así tu vida sigue, convenciendo al espejo y esperando su aprobación con una sonrisa en los labios, festejando la vuelta al brillo de siempre. Tu sesión de terapia termina invariablemente abrazándote a quien compra tu mito- manía con el salario de una hora. 103
Capítulo 95: “Garganta agrietada” “La muerte juega contigo cuando prueba un disfraz”. Tú lo sabes muy bien, para ella, eres su público predilecto; aunque a veces, ella exagera su rol y tú le concedes un aplauso desme- dido pensando que con ello, te perdonará en el momento final. Lejos de eso, aplica todo su rigor con quienes desean ostentar el simbólico mote de “amigos”. Nadie está exento, ella es autónoma por naturaleza, pero a su vez, madre silenciosa en los misterios del más allá. Tu estado anímico y psicológico, en la más cruda patología de tus aberraciones mentales, es sólo una caricia de sus manos, un beso inerte que busca acercarte y poseerte, ser tu última visión y descanso final. ¡Ay de ti en aquellas noches que buscas con desesperación a tus drogas medicinales! Es cuando co- mienzas a temblar tras esos pensamientos momentáneos de culpa que nunca suelen aparecer, pero están ahí y a veces, emergen como un iceberg en el inmenso océano. Son momentos de angustiosa ansiedad, donde el corazón pareciera rugir como león enjaulado mordiendo sus barrotes, tú conoces esos latidos vertiginosos y quisieras contenerlos desde la piel de tu pecho. No puedes, el ritmo se acelera al son de golpeteos fuera del compás pausado que te daba paz. Entonces llega el momento en que transpiras temor por tus poros, aun con frío y con mantas adicionales. Te acurrucas y crees morir, tus músculos respiratorios parecieran detenerse, tu garganta desea gritar bajo la presión de un terror invisible… ¿Llegó el instante final? Te dejas llevar por el silencio que nace de tu garganta agrietada sin sonido… ella es invisible y pasa frente a ti gozan- do de su obra, de su disfraz, de su creída inmortalidad… y se aleja sonriendo. Tú crees, en cambio, que la dosis doble de medicación te volvió a la vida impunemente… hasta que la culpa vuelva a florecer. 104
Capítulo 96: “Hazte amigo del enemigo” “Cada vaso a su bebedor, cada vela a su oscuridad”. No dejo de observarte. Tus estados de crisis van tomando una dimen- sión más acelerada de lo que intuía, porque aunque no lo creas, sí tengo esa capacidad de sentir aun cuando no lo demuestre. En poco tiempo, tu horizonte se redujo ostensiblemente, sólo hasta ahí, hasta tu círculo de ceremonias oscuras, donde la noche te presta su paraguas de celosa intimidad. Son seis velas las que arden equidistantes sobre la circun- ferencia perfecta dibujada en ese piso frío de cemento gris. Sueles colocar una regla y un compás dentro del círculo que se forma desplegando tu collar con la piedra de cuarzo, y todo esto, en el centro del círculo iluminado. Al principio creí que se trataba de alguna iniciación a un rito sagrado, y poco a poco me convencí de ello. Una vez más, mi intuición no se había equivocado. ¿Debería haber estado en el error, sabiendo que en algún momento de tu vida se te veía en una iglesia tradicional? Tal vez. Lo cierto es que esta noche es una más de las tantas especia- les, una más donde tus invocaciones nacen minutos antes de esas últimas doce campanadas que te transforman temporal- mente. Hoy tu deseo raya hasta la locura, tu afán de conquista no se detiene en hacerlo con seres iguales a ti, sino que intentas encantar hasta la misma muerte esperándola con las mejores de tus sonrisas. Tu consigna es clara: Ser amigo de tu enemigo. ¿Qué acto de demencia es esto? ¿El pavor es tan poderoso en ti como para arriesgarlo todo? ¡Así parece! La primera campanada del reloj retumba en el cuarto, el tiempo empieza a desplegar sus alas y un eco comienza a estallar en la tromba de viento que se abre como un cono infi- nito tocando el borde de tu frente. La voz resuena más clara- mente, voz desconocida de mujer jadeante, una voz que extien- de su mano y espera. 105
Capítulo 97: “¿El enemigo será amigo? “Quien fuego desata, cenizas lleva en sus pies”. Una luz con brillos dorados nace desde ese péndulo que imperceptiblemente se desliza como retenido por la mano del universo. Centellea en forma intermitente, con lo cual advierto que estamos inmer- sos en otra secuencia dimensional, tal si dentro del mismo tiempo detenido hubiese otro espacio, otro movimiento que fragmente los nuevos instantes que nacen de la nada misma. La mano, que se dejaba ver, ahora se mueve hacia ti exten- dida por un brazo largo, delgado, recubierto por una negra manga ancha. Veo como las pupilas de tus ojos abiertos dan un giro hacia atrás buscando un no sé qué, el cual no está a tu alcance, tu cuello no se flexibiliza, caen tus párpados y tu cabeza se desliza un poco más hacia delante. Tú estás a merced de lo que sea que fuese, yo sólo observo desde mi impunidad. El péndulo logra dar la segunda campanada en lo que parece ser una eternidad simulada y es entonces que cesa lo resplande- ciente y se logra ver abiertamente un rostro cadavérico que sobresale de una capucha sobre una larga túnica negra rasgada en varios lugares. La voz se hace más cercana, fina y chillona y con cierto eco que llega desde el fondo con acústica distorsionada. Sé que tú no puedes escuchar en términos humanos esa voz penetrante, pero tal vez sí logres hacerlo por medio de tu inconsciente. Yo intuyo esa posibilidad, aunque mientras tanto soy testigo presencial de todo lo que suceda… y ocurre ahora a través de sus palabras. —“Parte de tu plegaria roza mis intereses. Tal vez no lo sepas porque no me has nombrado, aunque sí sabes la inicial de mi nombre. Soy Libitina, diosa de la mitología romana, repre- sento a los muertos, los entierros y artes sexuales. Soy regente del inframundo, esa es parte de mi autoridad. ¡Ahora me perte- neces y sello tu frente con mi anillo!”. 106
Capítulo 98: “Escritos oscuros” “La pluma escribe lo oscuro con tinta de sangre”. La tercera campanada nos envuelve en una ráfaga de letras sueltas de co- lor rojizo que se van acomodando en páginas amarillentas de pergaminos antiguos, y éstos a su vez, se hacen diminutos entes que tocan tu piel y se disuelven al instante. Lentamente el flujo va disminuyendo y entre la cuarta campanada y la última la imagen de la diosa Libitina es succionada por el remolino que lentamente ingresa al péndulo del reloj. —¡Hecho está! Mi espíritu está oculto en tu mente y pro- cederé desde mi clandestinidad”. Las últimas palabras dejaron un eco persistente que se interrumpe en el postrero instante en que la aguja del reloj quiebra el minutero. Nada cambia y a la vez, todo es diferente. Las seis velas perdieron su luz, aunque sus débiles humaredas aún perduran desahogándose en el éter. La penumbra se torna oscuridad pero eso no me impide observar cómo tus párpados comienzan a moverse lentamente al compás de tus pestañas. Tu respiración se hace más agitada como si recobraras una vida suspendida, transpiras un rocío frío con cierto olor desagrada- ble y por instantes, tiemblas con esa sensación de escalofríos. Con cierta confusión mental, te levantas despaciosamente, un rayo de luna se cuela por el ventanal… la ducha espera mientras disipas tus miedos. Ahora la lámpara encendida sobre la mesa ilumina tu rostro un tanto sonrojado, tu computadora se halla lista para que la suavidad de tus dedos se deslice por sus teclas y aquello dictado por tu mente se transforme en historia. Algo ocurre, la veloci- dad de tus dedos no es la habitual ni tampoco te detienes a meditar una frase. Tu talento parece emerger como si fuese des- de la visión de una pantalla viviente. A los pocos minutos, un relato de sangre desde lo oscuro complementa las dos pági- nas… La última, firmada con dos iniciales: “L y L”. 107
Capítulo 99: “Historias para la muerte” “Despertar de un talento, morir por él”. Historias, relatos, poesías, cada cual emergiendo desde sus personajes siniestros, aquellos que tu mente elabora, procesa y le da vida en el papel, en la computadora y en los encuentros literarios a través de tu voz en un micrófono. Se instalan en los otros como garrapatas hambrientas, como diminutos “caballos de Troya” a la espera de un ataque final. El inframundo parece latir con más fuerza cada vez que uno de sus personajes logra encumbrarse en el podio con su hazaña abanderada por la maldad, lo oscuro y la muerte… escribes y con ello, se propagan. Escribes, y con ello, matas la inocencia. Un mínimo de concentración mental te es suficiente, no necesitas más. Tus letras nacen en el seno de la lujuria, sobre- vuelan en el espacio fantasmal y regresan al silencioso cemen- terio que las cobijas en libros cadavéricos que sólo los muertos en vida son capaces de leer, no todos fáciles de comprender y los pocos, de misterios guardar… “L y L” sonríen con felicidad a través de su obra sigilosa. Veo sus fantasmas ante mí. Sin saberlo, estás en prisión, tú no puedes ver tu áurea, pero en mi cercanía hacia ti, yo puedo sentir su desplazamiento intentando ahogar a tu persona y su marrón oscuro se transfor- ma en negro noche. Tus personajes no pueden tener un simple acto de bondad ni un simple gesto de piedad, aunque fuesen partícipes necesarios para ser derrotados por la maleficencia de los oscuros en el acto final. Allí es donde caduca el amiguismo y el beneplácito. La noche se transforma para ti en una lenta agonía de insomnios y malestares recurrentes hasta traspasar el amanecer. El sol sólo muestra tu palidez, tus ojos cansados, el peor de los humores y tus pasos inseguros… Y así, por los días de tu castigo. 108
Capítulo 100: “Amor de cama angosta” “Sonríe la lujuria desde el lado oculto del falso amor”. “L y L” mueven los hilos misteriosos que afectan a tus pensamientos tal como el titiritero acostumbra hacerlo, pero para tu desgracia, es para su propia diversión, su regocijo y su amplitud de poder. Puedo intuirlo constantemente desde que tu ego te llevo a ser dependiente inquebrantable pagando un alto costo para saciar tu sed de protagonismo de alto rango… ¿Acaso las promesa están incumplidas? ¿Qué más esperan de ti? Ahora eres tierra fértil para cultivar la semilla de la cizaña que ellos te proveen y tú haces muy bien el papel del labrador obediente. Desde que estoy asignado a ser vigía de tu persona, estos son los momentos más peligrosos para ti, ya que día a día cometes muchos errores no forzados, tras los cuales, vas per- diendo credibilidad, posicionamientos ya logrados y tu deca- dencia acelera los pasos… El tibio amor que solía sonreírte de vez en vez y tú lo despreciabas abusando de él, ahora lo buscas alocadamente para fingir una entrega lujuriosa y luego evitar todo reciclaje posible y transformarlo en una muerta amistad. Libitina transformó tu deseo sexual en un síndrome aún no catalogado por la ciencia disponible, sin embargo, en tus sue- ños sueles repetir una frase con tono de angustia y pesadumbre: “La maldición del clítoris ha llegado”. Pareces no recordarlo en esta realidad de apariencias, pero inconscientemente actúas de manera tal, que todos tus pasos, inalterablemente, te conducen al objetivo por ellos prefijado… y no importan los porqués que puedas indagarte si la respuesta está sólo en el universo del más allá. Te has transformado en un sello que marcas a tus presas. Quieras o no, el filo de tus pensamientos va moldeando a las conquistas amorosas tras el velo de tu inocente mirada, tu sutil sonrisa y en una angosta cama. 109
Capítulo 101: “Exorcismo” “Los emisarios de “L y L” muestran sus garras”. Esta noche parece especial dentro de la habitualidad de aquellas seleccio- nadas por tus espíritus interiores. Yo estoy en el lugar menos sospechado por ti, pero no merezco la atención de ambos ni siquiera por un instante, soy un desaparecido visual. Tu misión es la misma, aunque el ser que te acompaña luce su inocencia y espera de ti todo lo especial que como persona le representas. Sin embargo, tu iniciativa se dilata, el juego está latente, por primera vez la inseguridad te hace dudar, pero la misión no debe fallar y allí vas… el abismo es profundo y caen a ciegas en un remolino lujurioso que no permite pensar, sólo sobrevivir a él aun con marcas visibles en el cuerpo y perdurables en el alma… No en la tuya, allí todo es oscuro, confusión, nada que crezca por amor en una tierra tan arrasada y estéril. Sí, aunque no te agrade lo que digo, pero es así como la observo. Todo llega a su fin, tal vez no tan bien como tú lo esperabas, como “ellos” lo deseaban y quizá sea por eso que pronto caíste en un profundo sueño, que dejaste de percibir sus caricias, escuchar su voz melosa y sentir su protección cual ángel custodio. Me pregunto por qué es diferente esta vez, sólo intuyo tu derrota al verte fuera del combate habitual, donde tú siempre dominabas la situación con el arte y el aire de profesional. Aun en penumbras, veo su mirada compasiva, su medio abrazo protector y su mano derecha impuesta sobre tu cabeza sin necesidad de tocarla pero marcando incontables círculos sobre ella. Así en la profundidad del sueño, comienzas a lanzar puñetazos al aire y fuertes puntapiés intentando defenderte de algo o de alguien como ese ser de alma protectora. No das en el blanco. El tono de tu voz se alarga para intentar convencer con suavidad: “¡Vete, vete de aquí! ¡Déjanos en paz, mi padre Lucifer me da todo lo que deseo!”. 110
Capítulo 102: “Exorcismo II” “Las palabras mueren entre fracasos oscuros y despertares mudos”. Escuché una, dos, tres veces tu arenga de poder pero siniestramente matizada con figuras familiares bien reconoci- das por quien te protege para demostrar tu capacidad de acción. Los titiriteros del más allá saben cómo mover los hilos de estos actos “teatrales”, cómo impactar con la sorpresa a lo descono- cido y cómo tomar ventajas de esa situación creada, por sobre ti que prestas tu mente y tu cuerpo y por sobre quien estuviese observando en la cercanía más íntima… esta vez fueron tu acompañante y yo. Despertar a las “bestias” en su pedestal de descanso no sólo es un hallazgo de su existencia en carácter de “ocupas” sino un abierto desafío a poderosos misterios y secretos milenarios de oscuridad e inframundo. Así fue como las figuras carnales de tus padres fueron disociadas hasta llegar al recuerdo de ellas y allí, implantar la personalidad de la nueva especie que regiría tu vida desde los caminos de las sombras y entre los pasos del tiempo… pasos que andas en cada una de las doce últimas campanadas. Vuestro pacto secreto ya dejó de serlo en el momento en que a toda oscuridad le llega su luz y ésta no podía ser la excepción. Entonces, las palabras se ahogan en sí misma y regresan a un eco de silencio encarceladas en los callejones sin memoria de tu mente. Despiertas con un mutismo a flor de boca como si aún lo secreto debiera guardarse, como si imperara un código de honor traducido en miradas profundas y que debiera perma- necer en la historia privada de cada cual… en la de ustedes, y sin saberlo, en la mía. De momento, “L, L y L” no están en acción directa pero no son enemigos para ser derrotados en la primera de las batallas. Quien protegió alzó un muro entre ellos y su víctima, y es ésta, en nombre de ellos, que levantará por siempre su propio muro de encierro y de muerte. ¿Cómo? 111
Capítulo 103 “Dardos de algodones” “Planta cizaña y morirás ardiendo con ella”. Los silencios suelen parecer cuevas de refugios, lugares donde sólo la mente quisquilla como una coctelera con piezas de un rompecabezas y no se detiene hasta que éste se encuentre formado. “L, L y L”, como siempre, suelen ofrecerte una solución acorde a sus conveniencias, pero bajo la perspectiva de una visión humana que pueda convencerte plenamente. Ser tú quien le corte las alas al ángel de tu custodia desprestigiándolo hasta su íntima desnudez. La operación “difamación” se compone de gruesos ladrillos que separan y forma la indestructible y alta barrera que aísla de por vida vuestros alientos tras la profundidad de las miradas… ¿Ya nunca más? “Un nunca más” que deja un perenne sufrimiento detrás de él… Las tijeras y tus manos se mancharon con sangre en el intento, las alas siguen ahí, intactas, cubriendo las espaldas de otros, como antes, como siempre, sólo tú perdiste el privilegio de pertenecer. La mentira y la hipocresía en tus palabras fueron cerillas vivas que encendieron la cizaña plantada por tus dioses malvados, pero por ti regada como factor de crecimiento hasta quedar sobre ti, ocultándote. Tu propio fuego arrasó con ella, tu propio ardor destruyó tus vestiduras y ya tu cuerpo no tuvo resistencia, dejó ver tu alma abrasada y huyendo. Sólo “Ellos” rieron de ti, su trampa fue tuya a la vez, en todo su padecimiento; tu propio muro impidió el socorro que ofrece un nuevo perdón, imposibilitó la asisten- cia para que el shock tuviese una constante resiliencia. La paz esquivó sus efectos y tus viejos sueños se postergaron en los eslabones de los tiempos. Has perdido una gran batalla, has retrocedido hasta los primeros tiempos de tus comienzos… sólo que hoy el velo de tu hipocresía ya no cubre tu rostro, y tal como trabaja la araña, ya procuras tejerte otro a tu medida. 112
Capítulo 104: “Confusión mental” “El espíritu quebrado enferma el cuerpo y aprisiona el alma”. He notado que tu reloj biológico ha producido cambios muy trascendentes desde aquella primera vez en que el tiempo de las doce campanadas corrió por tus venas, tus fibras corpora- les y tus ondas mentales. La hiperactividad comenzó a ser de ti, un ser en constante irascibilidad con toda persona de tu entorno, y aunque deseabas disimular tal actitud asumiendo la idea que todo era producto del agotamiento físico, dejabas entrever un grotesco mal genio que surgía de tu interior reprimido… tu volcán había lanzado su primera lava. Tu espíritu sincronizado al ritmo del amor como especie humana, fue quebrado en ese túnel atemporal. Las defensas que de él emanaban fueron quebradas, superadas, e inundadas de un flujo oscuro, viscoso, de difícil supervivencia sin previo desprendimiento de ese ente pegajoso… Y vi a tu cuerpo luchar día a día gastando toda su capacidad energética hasta caer exhausto a pesar de los fármacos recetados para evitar tal desenlace… las doce campanadas nunca faltaron a la cita en el instante preciso. Desde mi lugar, tan cercano al tuyo, sólo puedo observar tu estado de decadencia, antes fue tu derrumbe moral y luego tu estado de deterioro corporal. No puedo ayudarte en mi condi- ción tan vulnerable ya que en cierta forma dependo de ti. Mi tiempo en este mundo, no es idéntico al tuyo, y por ello, sé que tu situación actual aún será peor. Tu aura oscura se tornará azabache y encerrará en sí misma los vestigios de libertad que aún tu alma dispone… y lentamente se sofocará a sí misma. Allí recordarás entre flashes, las letras chicas en tinta roja color sangre en un pergamino enrollado tragado por los vientos de un embudo de tiempo. Es tarde, “L, L y L” gozan de su victoria inminente como otras tantas veces, con otras personas, alimen- tándose de sus almas y sus miedos. 113
Capítulo 105: “Vida muerta” ¿Se vive si sólo se respira? Te lo pregunto mientras observo tus flaquezas, tu desgano, tu falta de interés en aquello que antes constituían tus sueños, tus luchas por ser, por alcanzar la cúspide, por el brillo mismo de resplandecer. ¿Qué no has hecho por lograrlo?, pero también, ¿qué has hecho para no alcanzarlo? Yo puedo sacar mis propias conclusiones desde mi posición privilegiada, tengo esa ventaja. Tú te ves cada día más obstinada en lo imposible, tanto que desechas el primer escalón de la factible como si no supieras que todo se comienza con el primer paso. Respiras muerte aunque la vida aún no se agota en ti. No puedes entender muchos porqués y tampoco tienes a quién culpar por ello, se agotaron los títeres serviles que tanto te reverenciaban… la soledad que antes gustabas, ahora te trai- ciona por la espalda al mismo modo como actuabas con quienes te amaban. El espejo de tus actos te devuelve sus imágenes con sufrimiento en carne propia, tus silencios no pueden acallar las voces que repiquetean con el mismo sonido, una y otra vez, en el seno de tu mente. Tu ira descontrolada es contra ti misma, pues deseando morir, aún te niegas a cruzar ese límite que lleva al vacío tenebroso de un más allá permanente. Allí es donde desean verte “L, L y L”, como trofeo de su victoria, como un símbolo más de su poderío espiritual. Lo he visto otras veces, sus paciencias parecen eternas, pero no es tal como parece. Nunca disponen de un solo plan; el de corto plazo parece dulce al paladar y acelerado en su hacer. El de largo término es lento, atroz y siniestro, de él nadie escapa… es un laberinto sin salida y con cúpula cerrada. La respuesta a la primera pregunta parece obvia: No se vive si sólo se respira. Es una agonía a gotas, gotas de un veneno propio y que no admite antídoto posible. 114
Capítulo 106: “Síntomas” “Agua de vida, agua de muerte”. La noche no fue una cualquiera, sino una de las que tú llamas “especiales”. De esas donde todo parece siniestro bajo los acordes de las últimas doce campanadas para llegar al término del día. Esta vez, el cono del tiempo lo trajo a él en persona, y bajo mi atenta mirada, vi como tu cuerpo parecía desdoblarse y tu silueta de cristal introducirse en esa tromba impetuosa. Su luz fue penetrando dentro de su perfil y todo quedó irradiado por breves instantes, observán- dolo desde mi posición externa y en mi tiempo real… pero sé que allí dentro todo se hace diferente, terriblemente disímil. Es la primera vez que “L” toma una porción semejante a tu todo como una muestra de absoluto poder. Yo soy único hasta que llegue mi hora y por lo tanto estoy a tu lado, mientras las campanadas se van sucediendo, marcando su inexorable paso hasta llegar a la última, y ver a tu “otro yo”, reingresar en ti como una llama viva por cuerpo, el cual se va extinguiendo en el mismo momento de la fusión. Ahora tu cuerpo parece completo, con el alma de siempre… ¿O no? Permanezco casi piel a piel contigo, ahí en el piso sobre la vieja alfombra de tus ceremoniales secretos. Noto en ti una gran humedad en la piel, tal como si transpiraras en demasía, sin embargo, no llega a mí ese calor característico que provoca una fiebre. Parece algo diferente, incluso tu escasa ropa íntima se percibe muy mojada y mal oliente; pero no puedo despertarte, tu sueño esta vez es demasiado profundo y tu respiración más agitada. Por momentos, parte de tu piel por debajo del cuello comienza a enrojecerse como si una quemadura hubiera sur- gido, así, de pronto. Incluso yo me siento molesto por no poder hacer nada; desearía ser agua fresca para mitigar el sufrimiento que sentirías al despertar… agua de vida por sobre la otra, de muerte interna. 115
Capítulo 107: “Sudor alérgico” “Nada es tan candente como calcinar los desechos del alma”. El sobresalto, al despertar era previsible. Tus manos recorrieron tu cuerpo tendido sobre la alfombra, palpaste tu escasa ropa toda mojada y que lo cubría sólo en parte. Tu estado no te era familiar y sin comprender, la pregunta nació espontá- neamente de tu boca: ¿Qué es esto? ¿Qué me está pasando? Las primeras luces de la mañana se reflejaron en el espejo junto a tu figura desalineada y de cabellos revueltos. Un ardor y pica- zón comenzaste a padecer sobre la piel rojiza y con diversos sarpullidos en distintas áreas. Tomaste tu cabeza entre las dos manos, apretaste los dientes con furia y unas lágrimas saltaron de tus ojos. La ducha fría te pareció una excelente solución. El agua resbalaba vertiginosamente sobre tu cuerpo desnudo, a la vez, tus ojos iban escudriñando el resto de tu piel donde antes estaba cubierta por la ropa y te sorprendiste aún más al cerciorarte que esa zona estaba latiendo calor hacia el exterior. Un gran temor te sobrevino entonces; yo lo veía en tu rostro de facciones desencajadas y ojos desorbitados… la ducha de agua fría conti- nuó hasta que tu piel se normalizó como si nada hubiera ocu- rrido. Mucha sed y boca reseca fueron los primeros síntomas que pudiste percibir y de a largos tragos, en pocos instantes, bebiste cerca de medio litro. Momentáneamente te tranquilizaste. Te vestiste con prendas livianas y telefónicamente pediste un turno a tu médico de ca- becera. Respiraste profundo y con alivio al saber que la cita medica sería para la última hora de ese día. Sin embargo, con tu mente inquieta, decides marcar otro número en tu celular. Luego del “¡hola!”, cuentas con lujo de detalles y sin detenerte, todo lo sucedido desde que despertaste hasta este instante. Nue- vamente comienzas a transpirar frío, en tanto del otro lado, la vieja bruja del barrio sólo repite: “Quemazón del alma”. 116
Capítulo 108: “El recetario rojo” “Agua y fuego, niebla de confusión”. Hay frases que no llegas a comprender, que están fuera de tu dialéctica científica que dices tener y aunque te la repitan no puedes medir su alcance. “Quemazón del alma” te parece un absurdo que tal vez, como misterio, pueda quedar develado en la cita médica, en tanto las horas del día se te hacen insoportables entre los reiterados procesos de transpiración profunda, ardor, duchas y consumo de líquidos azucarados. Tu mente se asemeja a un animal enjaulado, no puedes liberar esos pensamientos prisioneros de la nueva preocupa- ción, es tu ansiedad quien estimula aún más el proceso físico de tales síntomas. Incluso tus cuidados corporales de crema con vitamina “A”, hoy no surten el efecto deseado, pareciera que tu piel se ha vuelto en franca rebeldía. Tu estado emocional opaca tu rostro vivaz, mientras esperas tu turno médico en la antesala del consultorio disimulando leer una revista sin dejar de pasar un pañuelo por tu frente y mejillas. Aunque no lo notes, yo sigo a tu lado al entrar al consultorio, la sonrisa de tu médico te da cierta dosis de tranquilidad y su voz amable te hace sentir contenida. Él pregunta y tú inicias el relato desde el momento en que despertaste como si todo lo anterior no existiera en tu vida, como secreto bien oculto para todos los demás. Él actúa como un buen profesional, te pide recostarte en la camilla y observa detenidamente tu piel debajo del cuello, pecho, vientre y espalda. El sudor es intenso y la piel se sonroja en distintas zonas como si desafiara al propio diagnóstico médico. Tu impaciencia te delata: —¿De qué se trata, doctor? Nada grave, ¿verdad? —En principio, no. Es alergia al sudor, la que provoca una urticaria colinérgica probablemente debido a un alto estrés emocional y estados nerviosos frecuentes. Le dejo las indica- ciones por escrito, así nada le será confuso. 117
El bolígrafo azul del médico se mueve de izquierda a derecha con cierta velocidad que impide ver los rasgos legibles de lo escrito en el recetario, pero su rostro no denota preocupa- ción ni alteración que te infunda una leve sospecha de un ocultamiento. Pacientemente, tú esperas que la firma y sello del médico rubriquen el pie de página y así poder leer las debidas indicaciones. Sin embargo, alcanzas a detectar una de las últimas palabras y tu pregunta rompe el silencio. —¿Reposo absoluto, doctor? Ud. me conoce y sabe que mis obligaciones no me lo permiten. —¡Aquí tiene! Le aumente hasta la dosis máxima estos tres genéricos que ya está tomando y con el reposo adecuado du- rante una semana, espero estabilizar el comportamiento sintomático. Mientras persistan y aminoren los síntomas actua- les es importante la ingesta de agua, se debe evitar todo cuadro de deshidratación. Miraste al médico con una mueca de resignación, su postura firme te generó un silencio con sabor a impotencia y un gesto rígido al guardar el recetario en el bolsillo interno de la campera negra. Te sobrevino un fastidiado humor, como siempre sucede cuando un infortunio toca a tu puerta, pero esta vez, acompa- ñado por punzantes temores respecto a tu salud. El aumento de las dosis acostumbradas no podía reflejar tranquilidad aunque el médico trató de restarle valor de verdadero peligro… Sólo tú sabes que no guardarás el descanso. La noche siempre fue tu aliada y piensas que no existe razón para que esta vez no lo sea. Ahora entiendes que la desespera- ción te llevó a la consulta médica, pero que en realidad, practi- cas otra ciencia, una que aún sólo conoces bajo el título de aprendiz, pero que “L, L y L” se dignan en aparentar ser tus maestros. El círculo mágico está iluminado con velas rojas y tú, de rodillas en su centro. Colocas el recetario médico por sobre el calor que se desprende de la llama de cada vela y éste se transforma en color fucsia y sus letras se tornaron invisibles… ¿Es tu cura? 118
Capítulo 109: “Gota a gota” “Se transpira aquello que agita a la conciencia y al corazón”. La paz del silencio de la noche se quebró por la madrugada. Creíste que tu salud ya no era el caos de los últimos días, que lo mágico de las virtudes ocultas había producido en ti buen fruto y hasta que debías agradecer a las potestades del más allá por el éxito obtenido. Te dormiste con esta idea, con esta con- vicción íntima e incluso, y como acto de fe, descartaste tu medicación corriente y la tan ansiada agua que debías beber… allí, en la mesa de noche quedaron relegados y fuera de tu voluntad. Por eso, la madrugada vibró en un grito nacido desde la profundidad de tu garganta. Tu sueño se hizo imágenes traduci- das en tu balbuceo hipnótico, recordabas fases de tu vida ín- tima, ocultas algunas para muchos, otras, públicas y vergonzo- sas. El delirio recorría tus caminos del adentro y toda sombra te parecía un fantasma que te perseguía con su pancarta acusa- toria. Vi como tus manos temblaban y tus pies se movían como deseando escapar de cada prisión que cada situación te repre- sentaba… y el fino límite entre las fuerzas nocturnas y el amanecer se quebró en ese grito de terror. Tu cuerpo enrojeció en pocos minutos y muy densa tu transpiración fue cubriendo toda tu piel, el sarpullido trans- formó tu imagen en una figura casi desconocida por ese espejo en el cual te reflejabas y el que fue testigo como gruesas gotas caían desde tu frente hasta las puntas de tus dedos. Tu rostro ardía en temperatura anormal para un ser humano, tu respira- ción agitada y tus temblores tan pronunciados no dejaban de mover y hacer crujir el lecho que te sostenía. Creí padecer algo similar estando tan apegado a ti pero esa sensación se perdió entre el eco de tu grito. La madrugada te recibió con un silencio sepulcral, un silencio que sólo se puede escuchar en la antesala de la visitación de la muerte. 119
Capítulo 110: “Anomia mental” “El volcán encendido se apaga en el camino del regreso”. El tiempo se me hace eterno. Los tenues rayos de luz que se cuelan de las ranuras de las celosías dejan ver un cuadro casi trágico. Yo, a tu lado, inmóvil como tú, mientras las penumbras nos envuelven. Ahora, sólo puedo desplazarme muy lentamente según la luz me lo vaya permitiendo, pero en todo momento no me aparto de ti. Las horas van marcando su rumbo y tú no despiertas. El estado en que te encuentras excede mis expectativas, nunca te vi así, tan diferente, tan fuera de tu estampa habitual, aún peor que en los momentos previos, durante y después de tu travesía atemporal entre las doce campanadas de la noche. Ésas, las que tú buscas con ahínco como si fueran el pan de cada día. Mi naturaleza no me permite ayudarte, sólo puedo permane- cer en la misma quietud que tú hasta que puedas moverte… pero ¿quién podría dar respuesta a ese “cuándo”? Por ahora, únicamente intento hacer memoria de cómo comenzó toda esta locura y a medida que voy hilvanando las secuencias, temo por un desenlace atroz. Nuevamente, las penumbras van ganando terreno dentro de tu búnker de soledad y es que el sol está recorriendo los últimos recodos del crepúsculo a punto de esconderse. El ocaso intenta llevarse nuestros secretos del día cuando se escuchan voces lejanas que van acercándose. La puerta se abre tras un previo e incesante golpeteo y la luz se enciende de inmediato. Los co- nozco, son tus hermanos, que al verte en ese estado de aparien- cia y tenue respiración, desesperan por ti tratando de que recu- peres el conocimiento. No lo logran aunque te sacuden con fuerza y determinación. Al poco tiempo, una ambulancia esta- ciona junto a la entrada y los paramédicos actúan acelerada- mente en los primeros auxilios… Te cargan en una camilla y junto a uno de tus hermanos, partimos hacia la clínica médica. 120
Sí, tal como lo acabo de expresar, sabes que no puedo abandonarte, y como siempre, soy un testigo íntimo de tu vida. Yo te conozco desde que has llegado al mundo pero soy mudo para los demás, por lo tanto, no soy una bendición completa para ti; ya que si bien puedo guardar tus secretos, no podré dar tu historial médico en este momento en que más me necesitas. Una cama en la terapia intensiva espera por ti, en tanto una serie de estudios coordinados intentan explicar un diagnóstico dudoso y descubrir la causa que justifique el cuadro que presentas. Por las expresiones en los rostros del equipo médico dudo que lo hayan descubierto, pero sí ordenan lo más elemen- tal dado la visión de ti que tienen por delante. Suero fisiológico y respirador artificial son las dos medidas urgentes que justifican tu total deshidratación y tu insuficiencia respiratoria, en tanto evalúan tu alta temperatura corporal que supera los 41 grados. Ahora eres un ser más en esa amplia sala, sujeto a los designios de Dios, o tal vez aún, en tu caso, a la cruel decisión de “L, L y L”. La noche se hace larga como todas mis noches, tú sabes que no duermo y como buen vigía, puedo observar como una enfer- mera coloca el contenido de una ampolla de color ámbar en el suero de tu goteo. No hay cambios en ti, ni antes de las doce campanadas que marcan el inicio de un nuevo día, ni ahora por la madrugada. Se te ve como en un estado de coma profundo, pero sé que ése no es el término correcto, pues todos esperamos con ansias que tus ojos se abran. Sin embargo, no es así. Son las ocho de la mañana, momento en que la enfermera constata tus signos vitales, instante en que comienzas a balbu- cear frases incoherentes, palabras sin sentido, recuerdos fuera de tiempo, desorientación ambiental aunque tus ojos continúan cerrados: Son alucinaciones acompañadas por muecas en tu rostro y movimientos violentos con tus piernas y brazos. La enfermera, desorientada, pide urgente colaboración. ¿Quién lidiará contra quién? 121
Capítulo 111: “Pecados imborrables” “Volverás a buscar el recuerdo que dejaste”. Fue una media hora tétrica, inolvidable por todo lo que sucedió dentro del marco hospitalario de la terapia intensiva. Médicos y enfermas, acostumbrados a situaciones semejantes, no dejaban de asom- brarse por la situación vivida. Claramente, no existía paz inte- rior en ese ser enfermo ni vivencias coherentes naturales a un humano en esas condiciones. Parecía la excepción a toda regla. Un poderoso sedante reestableció un nuevo cuadro de situa- ción, en tanto se esperaba los resultados de los últimos estudios efectuados. En todo este proceso, yo también me sentí afectado en todo mi aspecto exterior, sólo que tengo el don de presencia muy bien camuflado y por lo tanto nadie repara en mí. Aun quien me ve me naturaliza, tal como lo hace con el aire que respira, sólo que yo nunca soy tan esencial para sus vidas. Es la media tarde y abres los ojos con dificultad, tu mirada se pierde sobre lo blanco del techo, luego de reojo sobre tus dos costados y los vuelves a cerrar. Sé que intentas comprender tu nuevo estado bajo el calor de tu cuerpo y el sudor intenso que se desliza por tu frente hasta llegar a la almohada tras recorrer tus mejillas sonrojadas. Algunas lágrimas gruesas y candentes también recorren el mismo camino, es una fuga líquida de la savia del alma y que descomprimen tu volcán interior. Ahora es tu voz, un tanto más fina que la habitual y en pala- bras entrecortadas llamas a tu madre y a tu padre en repetidas ocasiones. Sabes que ya están muertos, pero no dejas de llamar- los. Nadie te contesta. En tu mente parece resurgir una larga lista de nombres. Yo los recuerdo… No puedo olvidar a todos aquellos que les has hecho algún tipo de daño, a quienes maltrataste, ofendiste y de quienes hiciste todo tipo de escarnio. ¿Les pedirás perdón? 122
Capítulo 112: “Desesperanza” “La esperanza no tiene cola por donde sostenerse”. Tu lista de rostros parece interminable en la pantalla de tu delirio. Los pocos que pueden escucharte dentro de la sala creen que estás en el centro de un mal sueño, de una pesadilla de angustia; pero yo sí creo que los ves como en un desfile de inquisición, de conocer los porqués, los tantos porqués que nunca tuvieron respuesta porque la lógica no estaba en ellos. No soportas sus presencias en las burbujas espejadas de tu conciencia pues no tienes palabras de disculpas ni de arrepentimiento, sólo aflora en ti, los temores de una venganza activa, de una rebelión masiva… y tú, inmersa en la desesperación, cuelgas en un abis- mo a punto de caer. Mi naturaleza es un reflejo mudo, uniforme, amorfo según quién y cómo pueda verme, nuestro hilo de unión se tiñó de gris desde nuestro nacimiento. Es un cordón umbilical corredizo en su aspecto y tan largo como se me pueda ver en cada ocaso o amanecer. Por él puedo palpar tu sentir, tu estado de conscien- cia y la vibración de tu espíritu, y por último, callar para los demás. Pero a ti puedo decírtelo con sólo una pregunta: ¿Dónde dejaste a Dios que no lo encuentras en tu vida? Tu piel está excesivamente roja, más que nunca y sus poros abiertos como puertas giratorias emanando líquido en cada rotación, tu fiebre quema las palabras que emites y sus cenizas acusan al destinatario que fuera una parte de tu vida. Aún juzgas desde tu altanería sin revisar cada paso de tu vida, tal vez perdiendo la última oportunidad de redimir las alas de tu alma que te librarían de las llamas del abismo. De él aún cuelgas… ¿Por quién esperas? Te sientes en estado de desáni- mo aun cuando los inocentes rostros de luz continúan rondán- dote, esperando por tan solo una buena palabra. Sabes que ya no se trata de tu culto habitual, lo intuyes… “L, L y L” ya abandonaron la cola de tu esperanza y ya no tienes por dónde aferrarte. 123
Capítulo 113: “A un paso de las sombras” “La maldición de crear un tobogán hacia el infierno”. La nueva noche ya entró en su sueño y tú te ves en un rosado pálido y húmedo, como esa piel de durazno bajo el rocío de invierno. No es efecto de la luz ni de las sombras del lugar, sólo existen los grises como cenizas apagadas. El calor no está afuera, el volcán erupciona en tu adentro y su lava se disfraza de sudor para caer en un lago imaginario en el cual tu balsa aún te man- tiene a flote. Tu conciencia se va por momentos, en donde el silencio vela el espejismo interior y regresa, proyectando toda la furia en tu lengua mordaz. Es un ida y vuelta y yo, ahí, contemplándote entre sábanas mojadas, enfermeras y médicos que dan lo mejor de sí para calmar la tempestad de tu océano en sus profundidades. Los tratamientos aplicados sólo asemejan ser un paliativo momen- táneo, y las explicaciones en el parte médico a tu hermano, parecen ser insuficientes. Él estuvo contigo dos veces en los momentos de calma profunda y de ojos cerrados. Nunca lo supiste, pero sus manos acariciaron a las tuyas y leyendo sus labios, pude comprender que una oración a Dios se desprendía de ellos. Allí, en esa actitud, comprendí la diferen- cia entre tú y él… ¿Estará preparado para aceptar la voluntad de Dios, sabiendo que él escucha pero no está obligado a obedecer? He visto su rostro muy preocupado cuando posó su última mirada en ti, de hecho creo que fue una despedida anticipada y un tanto forzada, ya que por tres veces fue invitado a retirarse de este recinto de terapia intensiva. Mientras te observo, recuerdo los viejos tiempos. La com- paración me es inevitable. Entre tu hermano y tú existía una gran empatía, quizás mucho más que con los otros en tanto convivían bajo el mismo techo. Algo se rompió luego, él tomó su vida en serio y tú preferiste hacerla un juego: “Un tobogán hacia el infierno”. 124
Capítulo 114: “El paso” “Cuando el adiós sólo es soledad”. Las manecillas del reloj de pared de la sala de terapia sólo están separadas por noventa grados antes de que se superpongan en forma vertical tocando el número doce. En este momento es cuando despertaste des- pués de un fuerte sacudón de tus piernas. Afortunadamente, una de las enfermeras asistentes está colocándote una nueva dosis de sedante dentro del horario prefijado como si se hubiese adivinado el justo momento de su real necesidad. Esta vez tus movimientos son más intensos, tan llenos de energía, que el equipo médico opta por sujetar tus pies y tus manos sólo dejando un espacio reducido de movilidad. Es el instante de mayor transpiración que emana de tu cuerpo junto a un ácido olor que se percibe por primera vez. Tus quejidos son cada vez más graves y más altos en tono de voz. Tu temperatura corporal tan elevada pone de manifiesto la lucha por la existencia misma ya que el oxígeno suministrado, con dificultad es tomado por tus pulmones, y entonces, el respirador artificial comienza con su trabajo de plena emergencia. Tu corazón va a un ritmo desmesurado, por momentos te veo en situación de ahogo, noto como tu pecho rojizo tiembla reaccionando a los palpitares de la taquicardia en proceso. El médico te inyecta una nueva droga en su dosis máxima y espera. Nada es inmediato, la asistente sujeta fuertemente tus brazos y te observa con asombro, cruza mirada con el médico y ambos intentan contener sus propias ansiedades… catorce minutos han pasado. Yo estoy ahí, en medio de todos, recordando la última mirada de tu hermano en su despedida y viendo tu rostro desen- cajado como todas las veces que sucede tu entrada en trance. El reloj pulsera del médico marca los últimos segundos del día, un cono de silencio rodea esa intimidad, tus pulsaciones se aquie- tan y se pierden… un persistente sonido indica lo peor. 125
Capítulo 115: “Transición” “Nadie se va sin pagar”. Desde mis orígenes soy conocedor de este proceso, sé cada uno de sus pasos y qué nos espera luego de finalizado, yo también me encuentro en el mismo camino de transformación, y aunque puedo intuir mi nuevo futuro, no sabré mi nuevo destino hasta que éste se manifieste en el mismo instante de la despedida. “Un persistente sonido indica lo peor”, y es verdad. Es una última trompeta que abre un libro de luz sobre una pantalla azulina y permite que el reflejo en un negro espejo, sea la voz muda de los hechos de tu vida. Ambos estamos nuevamente en esta frecuencia impalpable de tiempo. Yo, testigo expectante, tú, ante una balanza que irremediablemente se inclinará al pronunciarse la sentencia y abrirse la última puerta que conten- drá tu estado de eternidad. La urgencia médica agota todos sus recursos, te inyectan una medicación color ámbar en tanto se alista un desfibrilador como un último intento de resucitación corporal. El procedi- miento es inmediato, tu pecho está libre y pronto a recibir las descargas necesarias… se escucha la voz del médico al decir: uno… dos… tres… Los rayos de luz muestran la película de tu vida, el espejo no miente, incluso puedo verme yo como parte de tu paisaje íntimo sólo que no soy más que una consecuencia de ti, y siendo etéreo, no tengo peso en esa balanza justiciera. Todo, absolutamente todo, está ante ti… “L, L y L” aparecen en escena. ¡Sonríen! Es él quien te alcanza con su mano, el perga- mino de tinta roja. El trueque es la vida, es aquello que habías prometido, es lo que ahora has olvidado… y lo tomas con total confianza y con una amplia sonrisa creyendo que tu pedido anhelado te será concedido al final de este proceso, que tu sueño, al fin, tendrá cabida en tu vida. 126
Capítulo 116: “Abismo rojo” “La muerte es sólo una mensajera que recoge frutos”. El “uno… dos… tres” del médico se hace incesante durante estos dos últimos minutos. Cada shock eléctrico es una esperanza entre la ansiedad y la angustia por no perder un paciente que incomprensiblemente no debiera estar presentando este cuadro de fatalidad. Yo estoy aquí y allá, no me fue dado dejarte a la deriva, pasara lo que pasase. Tus párpados se abren y se cierran cada vez que el desfibrilador es accionado y es entonces que descu- bro que tus ojos se ven completamente blancos, tus pupilas se perdieron en el horizonte interno en este tránsito entre el trance y la muerte... y el sonido que indica “la nada” no deja de ser un continuo llamado a la realidad que nadie desea aceptar. Admito que me siento perturbado, como sombra de una sombra, superpuesta en gajos entre mundos paralelos y con tiempos dispares, pero que en un instante, se encuentran, se reconocen y no desean separarse. Tú aquí y allá, yo siempre contigo, sólo difiere tu compañía; unos para abrazarte a la vida, otros para llevarte y romper un misterio y si pierdes la batalla, yo no podré entrar en él… entonces sólo podré ser como un vuelo de mariposa. Tu mano tiembla, las letras rojas del pergamino se transforman en gotas de sangre que se deslizan por ella y pene- tran en tu piel, lentamente la carcomen después de convertirse en negros hematomas. Ellos ríen, tu asombro se agiganta a cada instante, la luz pierde su fuerza y el espejo oscuro se torna una puerta que se va abriendo lentamente. El último rayo de luz me quita de la escena, alcanzo a percibir el calor de un abismo rojo por la rendija de la puerta y oír tu voz desencajada en un grito: “¡Todo fue un engaño!”. El platillo de la balanza se inclina definitivamente. —¡Un, dos, tres…! ¡Ya nada se puede hacer! Cubra su cuerpo, por favor. 127
Capítulo 117: “Mariposas grises” “Nacido del alma, con creatividad y amor”. Estoy en prisión, contenido en un recipiente en plena oscuridad silenciosa, en ese silencio sepulcral que suelo escuchar en las horas previas a mi transformación. Vivo ciclos, todos diferentes, pero no ceso en renacer, en volver y estar al lado y ser parte de un todo viviente. Sucederá pronto, estoy en camino, transcurro mis últimos momentos dentro de este cuerpo gris reducido a la mínima expresión. No es para asustarse, es parte de mi naturaleza… como lo es también, dejar mi último testimonio de quién es la piel a la que aún me hermana. Sólo diré que el cortejo fue muy íntimo, su vida en soledad le determinó un destino de auto-exclusión permanente hasta que la vida le mostró un espejo en dónde formalizó su aparien- cia narcisista. Su historia es bien sabida como para comprender la intimidad de su final. El fuego del crematorio recibió su cuerpo con total indiferencia, nunca pregunta por el nombre ni qué juicio hizo Dios de su alma, sólo quema, reduce sin piedad. Yo lo sé, estuve ahí, lo viví y sufrí mi primera transformación entre las luces de cada llama y el humo envolvente que arrastraba la ausencia hacia los cielos. Al final, sus cenizas se apagaron, ya todo se había conver- tido en imagen de lo inerte para toda una eternidad. Una vez más, pude comprender cuán pequeños somos cuando el pedes- tal de la vida nos sacude con fuerza y nos hace caer en la tinaja de los desechos. ¡Partículas de polvo en busca de su lugar entre el polvo!, y hoy, ese es parte de mi camino y espero… Sí, a pesar de todo, espero. Fui el primero en recibirte cuan- do la luz se te hizo en este mundo y seré el último en dejarte cuando el látigo del destino corte nuestro cordón umbilical. Esta vez no puedo imaginar cómo será mi nuevo hábitat, todos son diferentes pero similares entre humanos; todo dependerá del lugar de la última ceremonia… sólo sé que no puede haber lágrimas de mi parte en nuestra despedida. Tú, ya no puedes 128
llorar y yo no tengo la capacidad para producirlas. Quedaré nostálgico hasta los instantes previos a la metamorfosis, siempre es así en cada paso de existencia a existencia. El auto se detiene después de un largo trayecto, no puedo hablar de kilómetros pero sí de un tiempo considerable, lo sabré cuando acabe esta oscuridad que me rodea. Nos movemos agitadamente, intuyo que cuesta abajo por un par de minutos, puedo oír el rumor de olas rompiéndose sobre los acantilados. Es un lugar ya conocido por mí, el habitual de sus momentos tristes de su infancia, el que más dibujó en los trabajos prácticos de la escuela. Alguien muy querido lo recordó. Escucho la voz temblorosa del hermano mayor con una plegaria en sus labios, emotiva, llena de sentimientos y el final con un “amén” apenas audible. ¡Alguien le amó y tal vez nunca lo supo! La tapa de la urna fue quitada con sumo cuidado, la luz del sol me da vida y compruebo que no me había equivo- cado de lugar. El mar está muy agitado y sus olas rompen abajo, en las rocas. Sé que mi tiempo se acaba, mi final está a la vista, nunca fue de esta forma y eso me inquieta, me perturba. El momento es sagrado para mí, es estar y desaparecer… y tal vez, ¿qué? Me despido con un ¡Adiós!, mientras las cenizas caen en abanico lentamente desde las alturas. Junto con ellas, me desintegro según sean la cantidad de partículas. El agua se cubre de color gris claro al momento que cientos de mariposas sobrevuelan por ella… ahora, revoloteo con cada una como una nueva sombra recién nacida. 129
Epílogo Ahora voy rumbo a un nuevo destino, por el momento incierto y lleno de incógnitas, es la primera vez que soy la sombra de una mariposa y por lo tanto tendré nuevas cos- tumbres; extrañaré mis acotaciones a un ser inteligente como lo fue mi anterior proyección. Esta vez, mi vida será demasiado insignificante en la línea del tiempo, pero seguramente esta nueva experiencia será necesaria para alimentar mi compren- sión hacia todas las criaturas. Ser un dibujo amorfo de ellas, es parte de la naturaleza creada a mi alrededor, es la constancia fehaciente de que la luz es una onda viva y yo soy su rastro dinámico en tanto ella brille para otros. Mas también guardo un misterio al que nunca ocul- to, pero que nadie observa y al cual, sólo un niño en su inocen- cia, puede atreverse a indagar sin colorear sus mejillas. ¿Dónde va la sombra cuando la luz desaparece y la oscuridad lo invade todo? La respuesta siempre está a la vista: Jamás dejo de ser el huésped silencioso de aquello a lo cual fui asignado. ¿Acaso cuando regresa la luz, no soy una extensión automática de su figura? Siempre estoy en ella y sin desprenderme, me convierto en un dibujo indefinido. Ésta es mi forma de ser, mi vida mimetizada según las circunstancias. Muy pocos han reparado en ver mi naturaleza como un ser viviente en una ficción literaria, más bien lo hicieron dándome un lugar inmóvil en la memoria o en lo grotesco desde una forma fantasmal… Mi mariposa gris vuela y se posa y vuelve a volar, es una nueva sensación para mí, es como un columpio de movimientos indefinidos, me extiendo velozmente por la superficie para lue- go unirme nuevamente a ella y así, una y otra vez. Sólo llegué tarde para ser la sombra de quien me dio vida en las letras… pero no hay celo en mí para aquella que ahora lo está cuidando.
Índice 5 7 Prólogo 9 10 Dedicatoria 11 Capítulo 1: “Inseparables” 12 Capítulo 2: “Mirada gris” 13 Capítulo 3: “Pesar el brillo” 14 Capítulo 4: “El cántaro” 15 Capítulo 5: “El molde” 16 Capítulo 6: “Evidencia” 17 Capítulo 7: “Toques mágicos” 18 Capítulo 8: “Ilusiones imposibles” 19 Capítulo 9: “Soñar y vivir” 20 Capítulo 10: “Inocencia” 21 Capítulo 11: “Notas mojadas” 22 Capítulo 12: “Contemplación” 23 Capítulo 13: “Simpleza” 24 Capítulo 14: “El rincón que late” 25 Capítulo 15: “Reiniciar” 26 Capítulo 16: “Horizonte de niebla” 27 Capítulo 17: “Ojeras del insomnio” 28 Capítulo 18: “Evolución conceptual” 29 Capítulo 19: “Fuerza de imán” 30 Capítulo 20: “A flor de piel” 31 Capítulo 21: “Campanarios congelados” 32 Capítulo 22: “Soy” 33 Capítulo 23: “La miel del perdón” 34 Capítulo 24: “No tan mal” 35 Capítulo 25: “Velo de inocencia” 36 Capítulo 26: “Laberinto sin alas ni ojos” 37 Capítulo 27: “Un dibujo en las sombras” 38 Capítulo 28: “Efecto cósmico” Capítulo 29: “Resabios” Capítulo 30: “Tumba de actitudes”
Capítulo 31: “Nuestros votos” 39 Capítulo 32: “La nada, nunca es nada” 40 Capítulo 33: “Fuego del deseo” 41 Capítulo 34: “Eternidad sin paraíso” 42 Capítulo 35: “Aspiraciones” 43 Capítulo 36: “Figura cubierta” 44 Capítulo 37: “Recuerdos quebrados” 45 Capítulo 38: “Lo obvio, lo absurdo” 46 Capítulo 39: “Imagen de insomnio” 47 Capítulo 40: “Infinita e inalcanzable” 48 Capítulo 41: “Excepcional” 49 Capítulo 42: “Sostén invisible” 50 Capítulo 43: “Dulce fragancia” 51 Capítulo 44: “Disfraz equivocado” 52 Capítulo 45: “Cortina de cristal” 53 Capítulo 46: “Amor de mariposa” 54 Capítulo 47: “Hábitos” 55 Capítulo 48: “Máscaras quebradas” 56 57 Capítulo 49: ¿Doblarás la apuesta? 58 Capítulo 50: “Moneda al aire” 59 Capítulo 51: “Punto de vista” 60 Capítulo 52: “Labios fríos” 61 Capítulo 53: “Rojo carmesí” 62 Capítulo 54: “Corazón de cristal” 63 Capítulo 55: “Velo de conciencia” 64 Capítulo 56: “Cruce erróneo” 65 Capítulo 57: “Espejo pulido” 66 Capítulo 58: “Punto ciego” 67 Capítulo 59: “Hamaca inquieta” 68 Capítulo 60: “Mal presagio” 69 Capítulo 6l: “Desagotar lágrimas” 70 Capítulo 62: “Troyano” 71 Capítulo 63: “Dedo índice” 72 Capítulo 64: “Amor volátil” 73 Capítulo 65: “El vino del amor”
Capítulo 66: “Un tal vez” 74 Capítulo 67: “Dinamita de brazos largos” 75 Capítulo 68: “Sordo adiós” 76 Capítulo 69: “Juego de marionetas” 77 Capítulo 70: “Inalcanzable” 78 Capítulo 71: “Extrañarás mis besos” 79 Capítulo 72: “Ganar o perder” 80 Capítulo 73: “Soltar cadenas” 81 Capítulo 74: “Destello del portal” 82 Capítulo 75: “Túnel del tiempo” 83 Capítulo 76: “Cordón sin límites” 84 Capítulo 77: “Dulce veneno” 85 Capítulo 78: “La bala perdida” 86 Capítulo 79: “Sólo una vez” 87 Capítulo 80: “Cornisa agrietada” 88 Capítulo 81: “Alma negra” 89 Capítulo 82: “Fuera del tablero” 90 Capítulo 83: “¿Tú, eres tú?” 91 Capítulo 84: “Alucinando” 92 Capítulo 85: “Por aquel tiempo I” 93 Capítulo 86: “Por aquel tiempo II” 94 Capítulo 87: “Por aquel tiempo III” 95 Capítulo 88: “Por aquel tiempo IV” 97 Capítulo 89: “Por aquel tiempo V” 98 Capítulo 90: “Por aquel tiempo VI” 99 Capítulo 91: “Manos ágiles” 100 Capítulo 92: “Amuletos” 101 Capítulo 93: “Cadenas de fuego” 102 Capítulo 94: “El genio agrio” 103 Capítulo 95: “Garganta agrietada” 104 Capítulo 96: “Hazte amigo del enemigo” 105 Capítulo 97: “¿El enemigo será amigo? 106 Capítulo 98: “Escritos oscuros” 107 Capítulo 99: “Historias para la muerte” 108 Capítulo 100: “Amor de cama angosta” 109
Capítulo 101: “Exorcismo” 110 Capítulo 102: “Exorcismo II” 111 Capítulo 103 “Dardos de algodones” 112 Capítulo 104: “Confusión mental” 113 Capítulo 105: “Vida muerta” 114 Capítulo 106: “Síntomas” 115 Capítulo 107: “Sudor alérgico” 116 Capítulo 108: “El recetario rojo” 117 Capítulo 109: “Gota a gota” 119 Capítulo 110: “Anomia mental” 120 Capítulo 111: “Pecados imborrables” 122 Capítulo 112: “Desesperanza” 123 Capítulo 113: “A un paso de las sombras” 124 Capítulo 114: “El paso” 125 Capítulo 115: “Transición” 126 Capítulo 116: “Abismo rojo” 127 Capítulo 117: “Mariposas grises” 128 131 Epílogo Esta obra se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Ediciones del País SRL en el mes de agosto de 2020
Search
Read the Text Version
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
- 6
- 7
- 8
- 9
- 10
- 11
- 12
- 13
- 14
- 15
- 16
- 17
- 18
- 19
- 20
- 21
- 22
- 23
- 24
- 25
- 26
- 27
- 28
- 29
- 30
- 31
- 32
- 33
- 34
- 35
- 36
- 37
- 38
- 39
- 40
- 41
- 42
- 43
- 44
- 45
- 46
- 47
- 48
- 49
- 50
- 51
- 52
- 53
- 54
- 55
- 56
- 57
- 58
- 59
- 60
- 61
- 62
- 63
- 64
- 65
- 66
- 67
- 68
- 69
- 70
- 71
- 72
- 73
- 74
- 75
- 76
- 77
- 78
- 79
- 80
- 81
- 82
- 83
- 84
- 85
- 86
- 87
- 88
- 89
- 90
- 91
- 92
- 93
- 94
- 95
- 96
- 97
- 98
- 99
- 100
- 101
- 102
- 103
- 104
- 105
- 106
- 107
- 108
- 109
- 110
- 111
- 112
- 113
- 114
- 115
- 116
- 117
- 118
- 119
- 120
- 121
- 122
- 123
- 124
- 125
- 126
- 127
- 128
- 129
- 130
- 131
- 132
- 133
- 134
- 135
- 136
- 137