Capítulo 43: “Dulce fragancia” “Dulce obsesión, la fragancia que impregnó nuestro primer encuentro”. Lo había presentido todo desde hacía tiempo. Sólo observando vuestras miradas tan profundas y persistentes, ya podía imaginarlo. Luego, los gestos más insignificantes decora- ban el buen gusto en cada encuentro programado ante el café humeante del invierno. Y por último, las largas charlas filosófi- cas después de cada cena denotaban un fulgor especial en la semblanza de la piel de vuestros rostros. Por momentos, siendo testigo involuntario, me sugestionaba con un desenlace precipitado, imprevisible, ante tanta formali- dad que sólo llegaba a ser transparente en esa exigua distancia que los mantenía separados. Sin embargo, las luces, desde lo alto, jugaban al encuentro de sus sombras y eso hacía latir mi corazón con más fuerza… Y mi imaginación siempre daba un paso más. Esa noche el café estaba postergado en el tiempo. Aún el gusto dulzón del vino oscuro de noble cepa se balanceaba en las copas en sus continuos brindis sonoros en sus roces. Los dos envases ya estaban vacíos tras el último contenido servido en ambos cuencos cristalinos, como si fuera la última ficha gana- dora en el casino de la vida… ¿Verdaderamente, lo fue para alguno de los dos? Más allá de las doce campanadas, el aire se respiraba un tanto más agitado, el sorbo del Malbec aceleraba al torrente sanguíneo y el corazón dudaba en saltar al vacío con adrenalina prestada. Las sombras se acariciaban tiernamente en el aire, yo lo sentía así y las pocas dudas mías se disipaban. Una grata fragancia lo invadía todo. Las manos se tomaban como reteniendo la levedad de sus almas. El cofre de perfume del cuarto de baño descubría su secreto: “Dulce obsesión”. El beso profundo, confesaba su pro- pio deseo, desde siempre, desde ahora y hasta esfumarse el sig- nificado “obsesión”. 51
Capítulo 44: “Disfraz equivocado” “Pretendí amarte… y equivoqué el disfraz con el cual soña- bas”. Te lo escuché decir a ti, en voz baja, como si le hablaras a las sombras o a tu reflejo en el espejo. Creo que te olvidaste de mi presencia o tal vez no, si es que buscabas una justifica- ción a todo lo sucedido. En ese caso, no me pondré el sayo de juez, aunque mi testimonio enmudecido sólo sea considerado como un cómplice virtual… Yo únicamente interactúo contigo, más allá que te agrade o no mi franqueza, aunque no veas mi rostro. A pesar de todo, tengo ciertas dudas. Dices: “Pretendí amarte”, como si a ti te fuera muy fácil hacerlo. Sí sé que no es parte de tu sana costumbre amar tan de pronto porque siempre esquivabas muy bien las flechas de cupido; un cupido insistente al cual tú, en todo momento, lo cubrías con el manto de la indiferencia. Es evidente que te equivocaste y bien lo sabes. Eso de usar un disfraz de tu personalidad como instrumento para maquillar un amor que no sentías, no fue más que un alocado recurso de tus deseos, de tu íntimo capricho. Puedo ir un poco más lejos aún si digo que también afloró en ti, una dosis de perversidad. Sabías en qué consistía sus sueños, y sin embargo, eso no te importó a la hora de actuar. Y sabes qué… si todo no fue perfecto para ti busca la causa en todas tus actitudes, sin dejar nada por analizar. Sé que estás a punto de tomar una decisión y te equivocarás nuevamente. En mis manos está tu curriculum de vida y adivino fácilmente tus próximas acciones. No te agrada lo imperfecto y tampoco volver atrás buscando un diálogo conciliador. Como siempre, quieres escapar de la escena, pero nunca lo haces decentemente, con una disculpa en los labios. Huirás dejando un rastro de incomprensión, perdiéndolo todo, con lo mucho que había por ganar. 52
Capítulo 45: “Cortina de cristal” “Me verás detrás de la cortina de cristal… no está en tu mente, mas su ausencia sí”. Siempre hubo días aciagos, de esos que los vives con el palpitar en el corazón y con ardor en el estómago. Son esos días que caminas con las manos atrás, de aquí para allá como deseando encontrar el rumbo perdido. Esos días en que afuera parece brillar el sol y adentro las penumbras se cruzan como si fueran tus propios fantasmas. Días en que la soledad te dice presente con su ausencia, y aunque busques entre las hojas de tu libro de recuerdos, tan solo encuentras imágenes desvanecidas en sus propias cenizas. Entonces, te detienes frente al cortinado de cristal entrete- jido con hilos dorados formando soles, punteado con estrellas fugaces dentro de un firmamento inmaculado. Tú crees verme allí, pero el asombro se derrumba cuando la tela se estruja en tus manos y un haz de luz tibio penetra profundamente en tus pupilas. Te ofuscas, la expresión de tu rostro lo dice todo. Ahora el cortinado perdió su encanto inicial, algunas arrugas se dejan ver en sus extremos laterales. Seguramente, más de un sol se apagó y algunas estrellas huyeron más a prisa y tal vez un relámpago de oscuridad partió en dos su firmamento. Las som- bras parecen traicionarte, estoy allí pero no puedes verme. No está en tu mente, no busques un reflejo en ella que se asemeje a mí y quieras proyectarlo. No lo intentes, no resultará, por ahora no deseo ser parte de tu esperanza ni tampoco otra oportunidad que ya no mereces. Aquí estaré, como si fuera mi lugar de acecho, tan transparente que la luz acariciará mi ser al pasar por mi adentro y la oscuridad me prestará su ropa para vestirme de luto. Me verás detrás de la cortina de cristal en esas noches tormentosas cuando un relámpago me traspase con su luz y tus ojos estén a punto de cerrarse. 53
Capítulo 46: “Amor de mariposa” “Quisiste amar como aman las mariposas… y no hubo flor que no se haya sentido traicionada”. Tu niñez transcurrió entre letras de cuentos. Fue tu abuela quien, con su voz melódica, te hacía prestar atención a los más variados cuentos que a ti te gustaban. Había uno que adoptaste como cuento de cabecera: El de la mariposa viajera… y dormías con el libro debajo de la almohada. Sé muy bien que no lo olvidaste, solo que de grande lo tomaste como un ejemplo a seguir según tus reglas, tus métodos y tu interpretación tan singular: Disfrazaste al amor con alas de mariposas. Las mismas alas que volaron en tu imaginación en la niñez, ahora lo hacen siguiendo el sendero que el mismísimo Cupido recorre día a día. Él lanza la flecha y tú vuelas con ella hasta alcanzar el objetivo. En tu cuento, la mariposa no se posaba por mucho tiempo sobre la flor, la felicidad de ella consistía en tenerla a todas como prisioneras de su presencia. Adoptaste su costumbre co- mo si eso fuera parte de una misma naturaleza, la de ella y la tuya. En el cuento, las flores abrían más sus pétalos frente a ella y al marcharse, toda una brisa de encanto la acompañaba en su partida y ellas sonreían a la distancia. Tú crees que las páginas de tu vida son extensiones de aquellas y juegas peligrosamente en una realidad que muestra sólo flores plastificadas, inertes y perfumadas artificialmente, pues son seres con caretas mostrando un amor inexistente. Sé que para ti es un mero juego, un capricho, un pasatiempo, un delirio de tu imaginación. Y vuelas, te posas y escapas. Así una y otra vez, como un rito que busca satisfacción efímera y a la vez una venganza permanente. Tu ceguera nunca distingue la naturaleza de la flor que visitas; muchas de las que dejaste atrás, nunca fueron de plástico. 54
Capítulo 47: “Hábitos” \"Ya no son experiencias... son hábitos\". Claro que te lo dije, incluso te di una explicación: Si fueran experiencias, las desaprovechaste, pues no he visto progresos en ti. ¿Lo recuerdas? Por supuesto que sí, no puedes ahora decirme que no, a menos que no quieras recordar aquello que te hace tener culpa. Una y otra vez has repetido historias como si fueran un calco de errores consentidos, persistente en obtener una situación ventajosa mediante la sutil manipulación por medio de una lengua muy locuaz, una mirada de dulce apariencia y esa forma tan dócil de congeniar. Pudiste aprender mucho, un poco de cada cual, recogiendo lo útil que se veía a simple vista y de- jando aquello que perjudicaba a tu forma de ser. No fue así, te mimetizaste con todos ellos, arrastrando contigo todo lo dañino como si fuera un apego ineludible. Sabes que no puedo evitar que sucedan las cosas, ni las buenas y tampoco las malas; pero sí soy como el viejo termó- metro que te marca la intensidad de tus agravios, la energía negativa que va consumiendo tu persona proactiva y al final de cada día se te ve una transformación que te arruga la piel del alma. Y así vives y convives, en soledad y en compañía transi- toria, saltando las ondas del tiempo entre falsas alegrías y cul- pables inventados… Y la experiencia, ¿dónde quedó? No puedes alegar que nada has aprendido, que aquello que pasó por ante tus ojos, nunca hubo existido, porque entonces, tu espejo ya no tiene la capacidad de reflejar lo mejor de ti y sólo te muestra una mancha negra en donde te ves. Tú le llamas rutina, forma de ser, como tal la expresión “así soy yo”. Es un mal hábito que aún es posible sortear si lo tomas como el verdadero obstáculo que está interrumpiendo tu felicidad… y el cambio sólo proviene desde el adentro. 55
Capítulo 48: “Máscaras quebradas” “Máscaras quebradas… Cuántas más, bajo los pies de tu verdugo”. Es en tono de pregunta esto que escuchas de mi boca a pesar de que ya es demasiado tarde para reconvertir el rostro de todas tus máscaras. Has experimentado esa amarga sensa- ción que se siente cuando cada una de ellas es pisoteada ante tu mirada y quebrada con dolor de quejido en su crujir. Yo lo he observado todo, vi como las flechas salían de tu boca y regresaban a ti transformadas en bumerang en busca de su nuevo blanco. Cada impacto te dolía y por cada uno, tu sonrisa se apagaba, el antifaz de la desfachatez quedaba al descubierto; y a tus pies, rodaban las luces de tu falsa ternura. Viviste en el engaño, para ti y para todos los demás y te conver- tiste en verdugo para los ajenos y fue tu propia hacha que ajusti- ció a cada uno de tus procederes enaltecidos por la rebeldía. ¿Cuántas más? ¿Qué debe suceder para que el curso de los acontecimientos futuros cambie de rumbo? No uno cualquiera, el que modifique radicalmente tus acciones y que sea nacido de la verdadera fuente de tu luz interior de origen, de la inocente, de la genuina… de esa que se fue apagando entre tus sombras. Es una carencia que aún no se deslumbra en su resurgir de entre lo oculto, aún sin soltarse de ataduras añejas. Sin embargo, mis dudas se acrecientan cada día y todas se avivan en una sola pregunta: “¿Quieres para ti ese cambio o prefieres seguir con tu colección de maquillaje externo? Tendrás que pensarlo muy bien. Insistir con la misma actitud sólo deja en descubierto una rotunda necedad de tu parte, y esa es la faceta que tu prójimo no desea ver en ti. Es la faz que daña, que hiere, que desilusiona; la misma que una vez descubierta, te condena a continuar en el ostracismo a perpetuidad. 56
Capítulo 49: ¿Doblarás la apuesta? ¿Doblarás la apuesta…? El espejo de tu vida te traiciona en una mentira más”. Creo que mis palabras ni siquiera te inmuta- ron, sé que no escuchas mi voz, así como si yo fuera cualquier mortal, pero sí tenemos una capacidad innata de comunicarnos. Sabes que estoy en ti y fuera de ti, y, aun así, no me aceptas como a un interlocutor válido. Son éstos los momentos cuando pienso en tu silenciosa indiferencia, en la tozudez de tus actos, en tu porfiada actitud de continuar por el camino que conlleva a tu propia adversidad. Te veo y leo en tus ojos, la nueva intención. Tu sonrisa, casi burlona, presagia una nueva envestida al sentido común. Do- blarás la apuesta una vez más, aunque olvidas que la última ficha va adosada a tu propia vida y tu espejo guarda el secreto de lo indebido y deja que se acumulen las imágenes detesta- bles… aunque te muestra el reflejo de tu sonrisa en su traición. Como siempre digo, es tu decisión. Yo sólo puedo permane- cer expectante, muy cerca de ti, tratando de adivinar qué colo- res usarás esta vez como maquillaje para tu nueva o quizás última actuación… es lo que nunca sabré: Si será la última. La víctima te verá de frente y nada sospechará. Será dulce contigo y no necesitarás repasar el libreto de tu comedia ya que al final de la actuación, se desatará el drama enjugándose las lágrimas. Será como siempre lo fue, una vez más. Aun así, no pierdo la esperanza. Nunca duermo, mi vigilia es un estado de eternidad que acunan a tus insomnios, esos que últimamente dejan grandes ojeras por debajo de tus párpados. Intuyo un derrumbe, un quiebre de espíritu, un espejo que ya no soporta el cúmulo de iniquidad y un grito de encierro que busca su libertad. 57
Capítulo 50: “Moneda al aire” “Ya no puedes buscarme en el seno de tu memoria… perdiste la partida en una moneda al aire”. Es lo que te dijo, ¿recuerdas? Fue otro capricho, uno más de los tantos que ace- chan a tus decisiones en el momento crucial de su gestación. Esta vez fuiste más lejos aún. ¿Cómo mitigar ese sentimiento de culpa cuando queda flotando alrededor luego de cada desca- labro emocional, después de clavar un puñal por la espalda con dardos nacidos desde la lengua? Se te ocurrió que el azar sería una muy buena solución para un destino ya sentenciado desde el principio. La moneda fue tu cómplice, aunque ella siempre es inocente. No tiene responsa- bilidad alguna, sólo es un juguete en tus manos y el aire un lugar para un vuelo muy corto. Y cae inexorablemente tal como tú quieres que sea… y no es magia. En ella, no está la trampa a pesar que su naturaleza es tener el mismo rostro en ambos lados. Es en tu mente donde se gesta el fraude y el falso perdón para justificar lo inaceptable. ¡Ay, de esos amores absurdos! A veces suelen ser como una gruesa pared, inexpugnable, de fortaleza extrema, aunque pa- rezca débil a la vista detrás de los sorbos del alcohol con sabor a fruta añejada. El sentido se pierde tras los sin sentidos de un corazón falto de piedad, de sentimientos desencontrados por los tiempos y sin rumbo fijo. La memoria se fragmenta en trozos de realidad y otros de fantasías formando un coctel de fantas- mas grotescos que deambulan sin descanso y la ilusión primaria muere desencantada. La noche muere y todo pasa, nada queda que pueda rescatarse dignamente. Todo es una incógnita encerrada entre dos almas distantes que maduran a destiempo, en tanto la mo- neda, tal vez descanse en el fondo de una fuente de los deseos. 58
Capítulo 51: “Punto de vista” “Cuando el punto no es el amor, sino la soledad”. Está claro que yo existo por ti, por lo que eres, por lo que haces y cómo lo haces; pero no coexisto para ti ya que no comparto un sinnúmero de tus actitudes. En todos estos años no me he desprendido de ti, sabes que no puedo y también conoces de mí aquello que pienso y te digo, aunque todo sea en vano y te irrites por dentro y arda tu fuego interior. De esto, ya hablamos alguna vez…, pero vi en muchas otras, un comportamiento in- comprensivo por lo cual comencé a prestar la debida atención. Cierto brillo de tus ojos me hacía creer que había nacido en ti un nuevo sentimiento el cual no estaba en tu idioma emocional. Eso me ponía en alerta y positivo, pues conocer lo nuevo y para bien, no dejaba de ser un aspecto generoso de la vida, y si éste fuese bien aprovechado, cuánta felicidad, ¿verdad? Me equivoqué. Vi muchos de esos brillos y cada vez con mayor constancia; pero nunca palpé en tu interior el efecto de la plenitud, más bien un descarte continuo de lo bueno por algo que sólo podía ser una incógnita por descubrir. Entonces, tú también te transformaste en una de ellas y yo, en un detective de primer caso. Las imágenes de toda tu vida estaban frente a mí, las piezas no eran parte de un rompecabezas por armar, sólo se debía dar un sentido a la brújula de tus aconteceres y detectar el hilo que unía aquellos que marcaban las cumbres y los abismos. De ambos los hubo y los hay aún hoy como si fueran situaciones pendientes de resolución. En este caso, la pesquisa marcó un camino que nace y muere en sí mismo, tal un círculo florecido en soledades, con sus silencios, sus sueños y despertares, con sus nostalgias y con ecos de fantasmas que fueron pasando entre sombras recorta- das… Quisiste huir, para regresar. 59
Capítulo 52: “Labios fríos” “No existe la eternidad para labios fríos”. Te lo escuché decir más de una vez, como si fuera un latiguillo verbal que justificara tu proceder en tantas situaciones de amor a corto plazo, tal como si un día fuese una eternidad. Esa eternidad que no acaba de acortarse entre el chasquido de un beso insípido, de manera que fuese una mera ilusión de una sombra de tiempo muerto. A juzgar por lo que vi, los labios fríos no conjugan con las manos calientes que siempre sueles tener. Parece una incon- gruencia, un absurdo difícil de comprender, pero la realidad muestra que el amor no está en las palabras de tu boca ni en los labios con que besas. En definitiva, es una autocrítica de la mirada en tu espejo, aunque quisieras que tu ocasional compa- ñía cargue con ese desliz. En realidad, ellos ya tienen su propia cruz que hacen valle sobre sus hombros, se llevan de ti la desilusión más atroz que hubieran imaginado y aun así, caminan por la vida inmersos en su agobio cotidiano. Tú te apartas y ellos intentan levantarse de la abismal profundidad de sus sentimientos rotos. Ya no existen para ti, incluso el tiempo borra sus sombras de una fallida eternidad que no alcanzó a encender su sol de salvación. Tú sigues adelante, entre necedad y necedad, te creas tu propio mundo y son tus leyes las que rigen el universo de la convivencia, las que son tan rectas o tan torcidas según conven- gan a tus caprichos del momento… y tienes muchos de esos momentos en tu haber. En estas circunstancias desearía decir algo amable sobre ti, algo que brotara de la nada pero que llevase una cuota de esperanza hacia ese futuro lleno de incer- tidumbre… aún no puedo, no ha nacido tu eternidad. 60
Capítulo 53: “Rojo carmesí” “Rojo carmesí en tu boca, tatuaje en sangre en mi pecho, llora el alma con sus lamentos al caer de párpados en sus som- bras eternas”. Esa noche fue muy especial, incluso debí mante- nerme escondido entre las penumbras como si fuera la silueta de un fantasma inmóvil, ser un desapercibido más para vuestros ojos que ya no tenían una mirada atenta al afuera. Lo exterior ya no importaba, ni siquiera existía, el perímetro de visión eran sólo dos cuerpos grises que se movían acompasados por la respiración profunda, densa… y más allá, más allá nada. El rimel carmesí florecía en unos labios carnosos y fue la otra boca que sintió el desgarro en un beso profundo, como si una marca en sello rojo se convertía en sangre y ésta pintaba un cuadro de amor en la tela de la piel entre las dunas del pecho. Camino lento, dócil, con sabor a rocío salado, con destino a las cataratas del éxtasis entre el cálido desierto sin follaje. El silen- cio había sido quebrado, los ecos no parecían tales, sino un constante murmullo de voces huecas, monocordes, sin estruc- tura. La noche, fue sólo una noche, como siempre lo fue. Otras veces los días parecían eternos, aunque la esperanza estaba muerta; esta vez, ya no hubo días y la esperanza tuvo compañía dentro de la misma tumba. Pasiones agitadas, dijeron algunos; corazón débil, murmuraron otros. Tú te mantuviste muy a la distancia, como si nada hubiera acaecido, un juego trágico del propio destino al que no debías cabalgar en él. Las noches sucedieron en rebeldía contigo mismo, tus párpados pedían descanso, pero tu mente no atendía al llamado, la palidez visitó tu rostro y la fiebre fue un volcán por días interminables. Creo que tu consciencia comenzó a palpitar con otro ritmo cuando tu primera sonrisa se dibujó en la boca reseca por sed y por la ausencia de otros besos. 61
Capítulo 54: “Corazón de cristal” “Aquel beso fue la despedida que nadie sospechaba, como si los corazones fuesen de cristal y el abrazo fuerte, su verdu- go”. No esperabas ese desenlace, ¿acaso alguien, sí podía? No estaba en los planes de nadie y menos de quien la muerte llamó a su puerta. Comprendo que todo pudo haber ocurrido esa misma noche y en el lugar menos pensado, pero no, ahí tan solo quedó ese largo beso de despedida momentánea que se trans- formó en definitiva. Sé que para ti fue toda una sorpresa, aunque tu pesadumbre inicial estaba dotada de una mezcla de emociones y una gran cuota de temor: ¿La muerte se contagia? Por fortuna, tus síntomas eran diferentes. Tu corazón no es de cristal, no se astilla tan fácilmente ante los latidos con ecos a sonoras campanadas. Siempre escuchaste decir que eres “rompe corazones” en el sentido imaginativo y popular… pero así, tan real y cruel, sin duda que no. ¿Y qué decir de ese abrazo casi eterno? Tan fuerte, tan desesperado, quizá tan lleno de verdad y de esperanza, ¿para ambos? Hoy veo más claro, esos sentimientos no están en ti, tal vez nunca existieron, como nunca se halla la misericordia en el hacha del verdugo. Esta vez es fácil reconocerte, no tenías capucha. Pero algo quedó entre las penumbras que flotaban en el interior de ese cuarto lleno de misterios. Aún hoy se percibe una esencia a recuerdos recientes colgados sobre las perchas vacías, tal vez esperando que sea tu ropa quien se impregne de ella y estar contigo en tanto el tiempo vaya sacudiendo el polvo de la ausencia. Tú ya no extrañas… detrás de cada sombra siempre encuentras consuelo en otras manos, en otra piel, en otras bocas, y con los mismos deseos del ayer. 62
Capítulo 55: “Velo de conciencia” \"Un vacío en el estómago, obnubilación de conciencia, un palpitar en el corazón... el recuerdo sigue siendo imagen en la pantalla del insomnio\". Fue de improviso e inesperado, como un rayo cayendo bajo el próximo paso que se deslizaba en el aire. Tu malestar comenzó por la noche, con posesión de tus secretos ocultos, cómplice fiel de tus desvíos. Siempre fue el ambiente climatizado donde tu orbita se desplegaba, aunque esta vez la noche te pareció más oscura que nunca. Tu estómago fue el centro neurálgico por donde pasaron los miedos y los temblores, donde fue quedando un vacío lleno de limitaciones y un ardor colmado de impaciencia. Nunca antes fue así, y por lo tanto, no previste la flacidez de tus músculos y la debilidad de ellos antes de caer en el lecho de la inconciencia. Grandes nubarrones se cruzaron ante tu luz interior, ya nada tenía sentido tras la opresión de tu garganta cuya fuerza interior engrosaba sus paredes. El aire sólo significaba un hilo entrecor- tado que circulaba entre silbidos rugientes. El corazón aún estaba fuerte, luchaba en cada contracción palpitando con más intensidad, haciendo del pecho, una caja de resonancia sin armonía, sin equilibrio. Por primera vez cerraste los ojos, como si fuera la última, como si todo acabase y no saber qué encontrar detrás de la cortina de la oscuridad. Allí comenzó tu delirio mental, tus demonios dieron rienda suelta a sus instintos impuros. Describiste una pantalla con luces multi- colores que formaban piezas de un rompecabezas de emociones olvidadas nacidas en el tiempo de la niñez. Yo estaba contigo y te vi sonreír como flor llegada del más allá, como un vestigio de agua cayendo por la pendiente de una nueva vida. El pánico huyó una vez más, sin llevarte en sus alas eternas. 63
Capítulo 56: “Cruce erróneo” \"Cruzaste la línea del error... y te enamoraste de mí\". Los sueños suelen traicionar cuando hablas en él y luego nada recuerdas al despertarte. Muchas veces te ocurrió, pero en nin- guna ocasión eran frases relevantes como lo es ésta. Siempre estoy contigo y no hallo a esa persona a quien adjudicarle tus dichos. Tal vez el amor llegó a ti y no sea más que un reflejo de tu propio sentir, y en ese caso, tu rostro nunca denotó una emoción tan profunda. Está claro que a mí ese detalle no me podría pasar desapercibido, por ello descarto esta loca idea mía. Sé que tampoco me contarás, ni aun estando a solas, así que tendré que intentar deducir este enigma sentimental partiendo hacia atrás en el tiempo y confiando en mi memoria. En reali- dad, a ti tampoco te inquieta que sea yo quien lo sepa como primicia, bien sabes que no puedo contárselo a nadie. A lo sumo, sería mi juicio aquello que no tolerarías, como tantas otras cosas ya pasadas. Sospecho que saber tanto de una per- sona, como yo sé de ti, puede significar un muro donde no puedes colgar tu espejo de hipocresía… y eso, sí te es molesto. Debo entender que para ti, el amor es una frontera que divide dos estados de ánimo y que tú, claramente, te ubicas fuera de su radio de acción. Pareciera ser una enfermedad contagiosa por la forma vertiginosa en que huyes… hasta la cueva del os- tracismo que siempre te espera con las puertas abiertas. Un ostracismo a tu medida, a medias, sólo para este tipo de ocasio- nes, donde el “error” es del otro ser, por sentir en un estado más elevado, más pleno, más gozoso. Nunca te atreviste a tanto, a romper tus límites en cuestiones tan profundas de los sentimientos propios hacia alguien digno de ellos. Tal vez debieras ser tú quien traspase la línea del “error” transformándola en la del “amor”. 64
Capítulo 57: “Espejo pulido” “Conocerse a sí mismo, se requiere de un espejo bien pulido”. La primera vez que te mencioné esta frase fue allá, en tu niñez, y la consideraste tan literal que no dudaste en enjabo- nar el espejo y asearlo en su totalidad. Entonces dijiste: ¡Qué bien me veo, ahora! Hubiese deseado que con el paso del tiempo, tu mente abier- ta en amplia gama, pudiese darle a esa frase el adecuado contexto de su real significado simbólico espiritual. Creo que dejaste pasar la oportunidad, más bien la desaprovechaste; no obstante, hoy he vuelto a repetirla porque considero que se ha llegado a un punto tal, que es necesario hacer un quiebre a un método de existencia tan dañino en sí mismo. Por supuesto que no insistiré mucho en el tema si tu mirada y algunos gestos particulares bien definidos se ponen de manifiesto como es costumbre en ti. Sin embargo, ¿sabes qué?, presiento que esta vez será diferente. No digo que lo aceptes lisa y llanamente, pero los últimos acontecimientos te han dejado extremadamente sensible. Tanto, que todavía no puedo asegurar si para bien o para mal. ¿Dije bien? ¿Para mal?, ¿más aún? Al menos esta vez, no has enjabonado el espejo y eso, ya es un avance considerable. Más allá de esta última y pequeña cuota de humor, creo que el tema está dentro de tu agenda mental de pronto tratamiento, haciendo un revisionismo pormenorizado de tus pros y tus contras, del equilibrio o no de los platillos de tu balanza interior y de todo aquello que se halla en cada uno de ellos. Aun así será tu visión, pero como primer paso no deja de tener importancia sobre un tema que demoraste años en tenerlo en cuenta. No necesito que digas nada al respecto, ni siquiera urge si deseas manifestarte, nada cambiará de la noche a la mañana. Aquello que sea, se manifestará por fuera de lo que resultara de la ebullición que haya por dentro. 65
Capítulo 58: “Punto ciego” \"Ni tan cerca ni tan lejos... en el punto ciego del pasado sin retorno\". Siempre he sido curioso, mi naturaleza aporta una gran dosis de imprudencia al respecto y mi genio no me permite ser menos. Lo he observado detenidamente desde siempre, pero creo que hoy llegó el momento de hacer un comentario que tal vez tú lo consideres inadecuado o, al menos, entrometido. En verdad, no tengo otra opción que ser indiscreto, sólo que mi boca calla para los demás y mis palabras retumban para ti… así que iré al punto con cierto sigilo. Y el punto no es otra cosa que ese corto radio de acción en el que te encuentras, ese que te impide moverte con libertad y decisión. Es un punto ciego que te mantiene con ataduras a tu ausencia de voluntad, tanto que tus pasos son pequeños círculos que transitan tus tiempos mentales. Tu futuro te exaspera, tu pasado desea condenarte y tu presente es como la llama de una vela… y te consume despacio e irremediablemente. Nunca aceptas a ese soplo salvador que aquiete la quemazón y te mantenga vivaz, respirando lentamente como si fuesen sorbos de agua fresca que vivifiquen tu adentro y te muestres, entonces, con la dosis de empatía la cual se contagia y se multi- plica en el prójimo. Pareciera que extrañas tus tiempos pasados, los mejores, los más puros, aquellos que no tienen un dedo índice que te señale cada hito de culpa que has acumulado. Es difícil recordar lo bueno sin pisar el pozo de una ciénaga por donde caer y tú lo sabes sobradamente… y lo evitas instalán- dote en ese punto ciego donde la luz no te reclame una deuda de integridad. El halo de la indiferencia te rodea una vez más, era previsi- ble tal situación de apatía, como si tu espejo personal se hubiese apagado ocultando la realidad a la luz de tus ojos. 66
Capítulo 59: “Hamaca inquieta” “Hacia delante, luego atrás… dudas, indecisión… se pier- den las miradas…y ya no estamos”. Pareciera que ahora habla- remos del mismo tema que el anterior, pero no es así, aunque tenga ciertas similitudes. Esta frase la escuchaste no hace mucho y quien la dijo gran parte de razón tenía. Es casi el segmento final de una relación, de las tantas que acumulas en tu íntimo álbum de coleccionista serial de amores frustrados. La pregunta es: frustrados, ¿para quién? Que yo recuerde nunca tomaste una cita con la debida seriedad, más bien te comportaste como un ser superior, manipulando todas las acciones creadas y recreadas a tu antojadizo capricho. Jamás hubo ese acercamiento empático de corazón a corazón, esa sintonía fina que nace en cada simbiosis de sentimientos puros. Claro, yo solamente observo desde mi capacidad innata de percibirlo todo desde el silencio y de mi cuna junto a la cabe- cera de la consciencia. En todos los casos, siempre es tu contraparte quien se retira de la escena con altas dosis de frustraciones a cuestas. Para ti, todo da igual, es un juego que aseguras no perder, cuando con un empate ganas aquello que muchos desearían obtener para una eternidad. Cuando es así, te transformas en una hamaca inquieta, de cuyo vaivén sólo resaltan las dudas, el que sí y el que no; y esa lógica indecisión hacen de las miradas, un desencuentro, un desenfoque total, una inercia única, destructiva y acelerada. ¿Quién puede permanecer allí contigo en ese estado de vibra- ción negativa? Entonces todo se derrumba, pero tú nunca sales con heridas mortales, ni siquiera rasguños que indiquen que has estado allí, eres tu propio testigo invisible. Los rastros quedan en cada uno de los otros, aunque no todas las huidas hayan sido a destiempo. 67
Capítulo 60: “Mal presagio” \"Tu naturaleza siempre es un mal presagio, todo está expuesto a la luz de un ciego\". Aquellos que te conocen ya lo saben. Asimilaron de ti toda tu aura negativa, todo ese conjunto de actitudes que rayan a la perversidad muy bien camufladas detrás de la amplia sonrisa y el brillo sagaz de tus ojos. En eso, el camaleón nada tiene que envidiarte. El escorpión tampoco, tu aguijón siempre ataca por la espalda aunque en tu rostro se ven los atributos del encantamiento. Quien lo haya padecido, difícilmente vuelve a caer en el cerco de tu trampa, aunque las excepciones nunca faltaron y aquellos que te dieron una segunda oportunidad se convirtieron en los estafados a la moral por reincidencia. Por naturaleza, no puedes ofrecer una mejor versión de ti, tampoco intentas un remiendo purificador a tus actitudes ni mejorar tus escasas aptitudes carentes de honorabilidad. Te has convertido en un mal presagio, en un mal presen- timiento cargado de explosivo y mecha corta encendida… el tiempo de espera casi siempre es efímero y la destrucción, inminente. ¿Pero, qué hay de los otros, de aquellos que tú cazas en tus redes por primera vez? Ellos ven una luz en ti, mas no dejan de ser ciegos por ignorancia, otros lo son por caer ante tu falso hipnotismo de dulce seducción… porque siempre, de una manera u otra, la hay. Son ciegos, sin saberlo y es demasiado tarde para cuando descubran la realidad en la cual se hallan inmersos, y a partir de allí, pasan a engrosar la lista de los desencantados. No sé cuánto tiempo permanecerá en ti esta distorsión de tu conducta, pero sí sé, conociéndote en demasía, que los platillos de tu balanza han perdido el equilibro desde hace mucho tiem- po… y el más inclinado está rebosante de malos presagios. 68
Capítulo 6l: “Desagotar lágrimas” \"Sabes en qué camino buscarme... estoy en el mismo desier- to donde tu reloj de arena suele desagotar las lágrimas\". Fue una voz en tu sueño, una voz que escuchaste desde lo lejos y acercándose tal como un eco del más allá. Te vi en ese sueño como si hubiera una pantalla entre tú y yo, y en ella, se te veía con notoria desorientación, mirando hacia todos lados como esperando ver una imagen de alguien que nunca aparecía. La frase se repetía una y otra vez hasta que el absoluto silencio cortó ese mantra persistente y un tanto misterioso, la pantalla estalló en sí misma y acabó tu sueño en un sobresalto lleno de sudor. La frase no dejaba de sorprenderme, al menos era sumamente reveladora. Alguien te incitaba a ir en su búsqueda como si tú necesitabas de ese encuentro, incluso, metafórica- mente te indicaba un camino, un camino que parecía ser que tú conocías muy bien. Era evidencia suficiente de un mensaje encriptado que aun yo no debía descubrir su significado. Pues, hasta en tus sueños tu inconsciente trata de eludirme, pero es en ellos donde percibo el preludio de tu conducta real ante los nuevos acontecimientos que se avecinan. No tienes muchos lugares donde “desagotar” tus lágrimas. Ante mí es una posibilidad que siempre has descartado a la luz del día, no así por las noches cuando crees que estás en soledad; pero aun así, ya ni lo dudas… sabes que estoy. Sólo existe un lugar donde hay un desierto para dos y cuyas “arenas” son frías y cómodas y el paisaje que lo circunda se asemeja a un oasis, aunque éste no tenga agua donde sumergirse. Ella está allí, prestándote los oídos, acariciándote el alma, llenando de afecto a tu corazón, dando vueltas las páginas de tu vida… y tú, como siempre, derramando esas frías lágrimas mojadas de mentiras y vanidad. 69
Capítulo 62: “Troyano” “Estoy dentro de ti, como un troyano del amor... saltando de pensamiento en pensamiento... y no hay donde huir\". Algo imprevisto ha sucedido en tu interior, jamás impensado, fuera de toda lógica de las estadísticas, un cuasi imposible que de pronto tomó forma piloteando el timón de tu mente. Incluso yo, siendo testigo invisible me siento atosigado ante su presencia inmutable. Tu mente se asemeja a una alcancía vacía que va llenándose día a día de nuevos pensamientos que parecen monedas de oro, una riqueza atesorada y que no puedes utilizar, pues fue comprando tu libertad de acción. Para ti, el amor es como un denso humo que te ahoga al respirar, invade tu zona de confort, pone en jaque tus principios de eterna soledad y maniata tus locos deseos de destruir a cuanto sentimiento benigno se te cruce en el camino. Ahora su germen está en tu mente y juega contigo como el gato lo hace con el débil ratón. Se cuela en cada uno de tus pensamientos como cola de barrilete y lo arrastras de aquí para allá como péndulo de reloj, pero no se suelta, y cada vez su amarre parece ser más difícil de desatar. Tus noches parecen un continuo desvelo insoportable que tratas de aplacar con ciertos medicamentos de recetas perpetuas como si ello fuera una solución de escape, siendo sólo una venda a tu conciencia y un telón al ventanal que muestra tu sufrimiento. ¿Tienes dónde huir? No, tu prisión está enrejada. Es allí adentro el lugar donde deberás librar tus batallas, despo- jarte de todo orgullo y tomar las decisiones adecuadas. Quizás llegó el momento de enfrentar tus temores de antaño y tal vez la ocasión no sea más que una buena oportunidad para hallar un nuevo camino que atempere a tu oscuridad de adentro. 70
Capítulo 63: “Dedo índice” “Dices que no hay un mañana para nosotros… pero sólo ocultas el sol con tu dedo índice”. A regaña dientes lo decidiste, aunque creí que nunca lo harías. La condena de tu “troyano interior” pareció surtir efecto. Por primera vez tomaste un ries- go mayor, tal vez como un juego un tanto peligroso, sin em- bargo, dudas de tu profesionalidad en este tema tan íntimo. Sé que las excusas, los pretextos y rodeos a una situación como la actual son parte de tu genialidad mental. ¿Realmente, intentas ser diferente? ¿Ser ese alguien que genera confianza como para subir a tu bote y llegar a buen puerto contigo? Bien, parece que el bote está y la compañía también, son los remos aquello que no se debe olvidar, pues la mar es extensa y son necesarios largos días hasta llegar al inconmensurable océano. Es natural compartir todo a bordo, aunque a ti te cueste asimilarlo; en especial el compañerismo en la travesía más allá del esfuerzo que cada uno haga. Sin embargo y por lo que veo, hay alguien que rema más de la cuenta y tú comienzas con la tarea que más te atrae: la sesgada indiferencia. Así es como te conviertes en el centro de atención única, la figura de un personaje en rol de víctima y la lluvia de preguntas no cesan en instalarse en tu haber. Ya estás en tu juego, en lo mejor que sabes hacer y sé que lo disfrutas detrás de tu máscara, detrás del tamiz de un tiempo largo de gustoso entrenamiento. Entonces hablas del ayer como un período de sufrimiento, del hoy como un presente desafortunado lleno de imposibilidades para llegar a un mañana sin esperanzas. En ese instante, es cuando “el mañana sin esperanzas” se hace compartido y comienzas con tu trabajo de demolición de la relación… ¿Podrás esta vez? Hay riesgos en que sólo el amor es inmune. La flor siempre prepara su néctar… para algunos suele ser un veneno. 71
Capítulo 64: “Amor volátil” “Nos buscábamos en un océano tumultuoso hasta que todo fue silencio… las profundidades recogieron despojos de un amor volátil”. Ciertamente, no siempre sucede lo que se espera, la excepción a la regla suele complicar en el momento menos oportuno y la seguridad se comienza a transformar en una improvisación mágica emulando al mago en su truco de la pa- loma de la galera. El ambiente de subsistencia comenzó a flotar entre nubes de paciencia y volcanes ardientes de absolutismo de mando, sin actitudes consensuadas en el círculo de la armonía… y todo se enrareció en desencantos, descontentos, rostros ásperos, sonri- sas forzadas, tolerancia estrangulada, conformismo agotado… y nada es para siempre, aunque el amor unilateral aceite los engranajes en todas las ocasiones. Hay momentos del día en que la cigarra deja de estridular y otro en la noche, en que el búho ya no ulula; entonces se manifiesta ese silencio cortante lleno de incertidumbre y ansie- dad por saber cómo continua el resto del tiempo. A esta seme- janza es a lo que ustedes han llegado, a un silencio en el que nadie se tomó su espacio para una meditación profunda sobre la crisis que encierra, por lo contrario, todo se halló lleno de asperezas y contiendas gesticulares. Así, el océano fue muy voraz con ambos, el bote se vio impedido de llegar a puerto, pues los remos se aquietaron en un desgano caprichoso y todo quedó a merced del oleaje más bra- vío hasta que nada ni nadie quedó en superficie. La profundidad se convirtió en tumba de un pseudo amor que no pudo subsistir por sobre la pesada ancla forjada tras desdén y desaires. Aun así, el amor intentó salir a flote con el disfraz de burbujas de aire, estallando en alegría su corazón en contacto con su liber- tad. 72
Capítulo 65: “El vino del amor” “Susurra el cristal su sonido en las copas de nuestros besos... hasta derramar el vino en el lecho de amor\". Lo efímero del tiempo no dio para más. La ilusión que intentaba adueñarse del estado mental no pudo prosperar más allá de los primeros pasos. Primeros y últimos de un corto camino. La mesa estaba servida con fina delicadeza presagiando una fragancia perdurable en esos instantes previos en donde la música suave se percibía envolvente, acústicamente perfecta. Los ojos denotaban un brillo de profunda ansiedad deseando descorrer las hojas muertas de los instantes. El paladar degus- taba el sabor frutado de ese vino violáceo y consistente de una cosecha selecta y añejada en la soledad silenciosa donde las penumbras guardan su secreto sagrado. Yo estaba allí, jugueteando entre las velas, entre sus luces y sus sombras, testigo fiel del sonido del cristal de las copas y del silencioso roce de los labios tras la apretada sonrisa de un profundo carmesí púrpura. Las voces no levantaban vuelo, permanecían como lo hacen los aros de nubes blanquecinas yendo y viniendo como si fuesen palomas mensajeras. Las ma- nos fueron más allá de un roce casual hasta detectar esa humedad nerviosa que se desprende de ellas pero que fácil- mente se trata de disimular con un nuevo brindis, y luego otro, y otro más… entonces todo comienza a ser irreal. La música invita a un baile lento, como nacido de un abrazo y que se desliza en pasos cortos y círculos pequeños a pesar de que las copas aún están en sus manos jugueteando entre sorbos y leves sonidos de besos y de cristal. El amanecer escondió su secreto, pero no ante mis ojos. La desnudez soñó en felicidad, el silencio cubrió el misterio de las dos almas y las sábanas no pudieron ocultar las copas caídas en ellas y junto al resto de su contenido. 73
Capítulo 66: “Un tal vez” \"Noche de susurros extraños, deseos, amor y un tal vez que sólo digita el destino\". No fue un sueño, aunque todo parecía mágico, aun el recuerdo rondaba por esos caminos de nubes blanquecinas cuando los primeros brotes dorados del incipiente sol comenzaron a llegar rompiendo el velo de las penumbras. Fueron momentos de indecisión, confusión y un tanto sorpresi- vos. Verse ahí, como parte de una escena que se prolongó en el tiempo más allá de lo previsto, de lo deseado. Aún el silencio reinaba cuando la ducha tibia iba des- prendiendo los recuerdos tal como las hojas de un libro deja ver sus letras al compás del movimiento de los dedos. Florecían agigantados, temerosos, dubitativos, pero poco a poco, fluían con más velocidad hasta que la pantalla de la memoria se llenó de todas las secuencias vividas. Ahora sí, comprendía todo. Las copas fueron los mudos testigos del final y yo también, aunque nadie lo sospechaba. Pocos minutos más y el despertar ya fue para ambos, pero el silencio se mantuvo latente, bus- cando las palabras adecuadas, no debían ser cualquiera, no se podía romper el magnetismo alcanzado la noche anterior. Al principio, las miradas fueron suficiente, se guardaron para sí los tonos románticos de la travesía nocturna hasta que una de las voces se dejó oír proponiendo algo: “¿Desayunamos?”. La propuesta fue aceptada, más allá del deseo; lo importante era comenzar el día compartiendo algo más que no sean las sábanas de un lecho ardiente y unas copas de cristal vacías. La ansiedad no supo esperar, entre sorbo y sorbo de café el tiempo se hacía eterno y las miradas ya no se sostenían. —¿Crees que este deseo, este amor, perdurará en el tiempo? —¿Deseo? ¿Amor? ¡Tal vez…! 74
Capítulo 67: “Dinamita de brazos largos” \"Eres dinamita con brazos largos... te escondes luego de cada explosión\". Pareciera que en esta frase tambalea ese “tal vez” dubitativo que quedó flotando entre sorbo y sorbo de un negro café en el desayuno de un día cualquiera. Como testigo, creo que me es lícito estar de parte de la verdad y al recorrer tu película de actitudes noto una estrategia muy peculiar. Ataque y defensa juegan un rol muy poco comprensivo, al menos si lo consideramos dirigido al amor verdadero. Más bien está acorde al deseo en sí, como fuente de permanencia momentánea y a la vez atrevida, pues es recurrente como tantas veces es permitida. Tu vida pareciera ser un croquis calcado de un electrocar- diograma cuyo corazón está a punto de estallar. Tus picos de euforia escandalizan la quietud de todo el entorno y se transforman en súbita algarabía que transforma todo, a todos por igual. Y es en la intimidad de a dos cuando la dinamita toma su forma más destructiva al roce del fuego de las pasiones desenfrenadas. En esta fase, ese “tal vez” toma oxígeno, vida misma de sí… es el instante donde muere la duda. Tus largos brazos, de a poco, dejan de retener la pancarta del deseo, pierden su fuerza cuando muere la placidez y la felicidad entra en el viejo túnel del descarte. Allí te refugias de tu yo interno, de ese que te avergüenza al llegar la calma, el sosiego del después que te reprime hasta reflotar en tu mente esos viejos pensamientos negativos, y por momentos, incontrolables hasta que estallan en furia dañina. Los ciclos se repiten. La euforia es compartida, la depresión es un misterio oculto y el “tal vez” sigue siendo más “tal vez” que nunca hasta que tu fantasma interior pueda ser o no, domesticado por la voluntad de tu mente. 75
Capítulo 68: “Sordo adiós” ¿En qué momento el hilo del silencio se rompe en un sordo adiós? Es la pregunta que me hice después de observar tantas idas y vueltas por el mismo círculo repetitivo. Entendí que el cordel de los mismos acontecimientos no es elástico ni eterno, que en algún momento algo diferente debería suceder, la mono- tonía se parecía al ir y venir del péndulo de un reloj. Todo mecanismo sin estímulo exterior en algún instante se detiene y ustedes no podrían ser la excepción… Y yo, sólo soy el extraño más cercano aquí. Entonces observé y advertí que poner distancia no necesa- riamente es alejarse lo más posible del otro como si dos dimen- siones extrañas se rechazaran mutuamente y sus sonidos fueran sordos y sin ecos. Levantar un muro de silencio también lo es y una página escrita manchada con la sangre de la verdad en palabras increíblemente soeces, lo es aún más. Desear borrar toda memoria y evaporarse en el tiempo presente jugando a lo invisible ya raya a la razón de lo aceptable. Parte de la pregunta sigue en pie: ¿En qué momento? ¿Será que tus fantasmas interiores se visten de luto antes de matar a su próxima víctima? ¿Es posible que su oscuridad cubra el brillo de tu luz y caigas en el túnel de lo perverso? ¿O junto a ellos eres cómplice de tu propia destrucción? ¡Sí, existe ese momento! Y no es otro que el justo instante cuando se rompe el equilibrio entre cómo te muestras hacia los demás y cómo realmente eres en ese espejo que ocultas en tus ceremonias sa- gradas. Mientes, atacas, evades, huyes de los demás como si fueran tus peores enemigos y luego en soledad, deseas hacer lo mismo de tu propio ser y te es imposible lograrlo. Tu poción mágica te lleva a recorrer las estrellas aún no alcanzadas y son tus sueños los toboganes por donde te deslizas hasta volver a tu tierra. 76
Capítulo 69: “Juego de marionetas” \"En el juego de tus marionetas... te soy invisible y me odias sin conocer mi alma\". Hoy nuevamente chocas con otra gran verdad tal como si un muro se interpusiera a todo lo que significas tú. Un muro similar al que sueles levantar para huir y esconderte, pero esta vez la leyenda en él está perfectamente visible. Siempre, de una u otra manera, el mensaje llega y suele titilar como una alarma de la cual no te puedes ocultar ni desentenderte como si no hubiese existido. A veces el juego acaba y no de la mejor forma. El punto final es un mojón que colocas para nunca más volver a él; y esta vez, parece que no puedes salir de su radio de visión, que el alejarte sólo son pasos en redondo en un horizonte muy corto y poco iluminado. El juego de las marionetas siempre lo has manejado tú, a cada uno con un color distinto y a cada cual en tus tiempos de caprichos. Tú mandas, tú exiges, tomas a gusto y así tam- bién, descartas sin compasión. No existe mérito que sobreviva a tus designios antojadizos y es entonces que el final del juego está en manos de tu única voluntad dominadora. Esta vez acabó sin tu última palabra, esta vez la marioneta te fue invisible y el hilo que los unía se cortó en el intangible mundo de lo insospechado, de lo imprevisible y el derrumbe de tu muro fue total… un terremoto que arrasó con tu fortaleza y cuyos escombros sepultó tu lugar de confort. Aquí no nació tu odio, ya lo tenías antes y bien oculto, ahora sólo lo pones de manifiesto como algo habitual en ti, como un condimento infaltable que vas dejando detrás de tu camino. Nunca te detienes a conocer los secretos de las almas puras, los “cómo” y los “por qué”, aquellos que hacen las diferencias entre ellas y la tuya… y a pesar de todo, yo sé que tienes una. 77
Capítulo 70: “Inalcanzable” “Soy el pez que arrojaste fuera de tu pecera… nadar en tus profundidades ahora me hace inalcanzable”. He contado los instantes como quien reúne en un álbum, una colección de foto- grafías de características muy especiales, de esas que nadie quiere perder en un olvido imperdonable. Los he contado y los he atesorado en el reverso del reloj de mi tiempo íntimo. Pensé que allí estaban a salvo de toda contaminación, que yo sería la única persona que los resucitaría para mí y para ti, y quizás, con su memoria en la mano, multiplicarlos tantas veces como quisiéramos. Todo se desvaneció en el mismo tiempo que un flash plasmó la última imagen de tu furor descontrolado. La luz retuvo la esencia de la acción. Tu pecera encantada ya no sería habitable para mí, ni yo el pez de colores que te deslumbró, en tanto el sueño de sirena y su canto fue muriendo en el fondo de ella. Creíste que mi único hábitat era el agua que tú oxigenabas y que todo se hacía imprescindible si en ese todo no estabas tú. Craso error el tuyo… pero sí es verdad que puedo navegar en otras profundidades y tú eres como un océano por donde ha- cerlo y tu mente, un puerto seguro desde donde partir y volver a llegar. Sin que tú lo sepas, sigues siendo parte del todo sólo porque yo lo he determinado después de mi aparente muerte. Tu océano interno es especial, lleno de islas formando sueños por donde emerger, transitar y ser ese torpedo que se transforma en pesadillas, de esas que nunca te harán olvidar de mí en el crucial momento de la explosión. En tu soledad, continuarás construyendo muros como quien crea nuevas dis- tancias que no verás con tus ojos abiertos… Te saludaré en tus noches de insomnios con mi pañuelo blanco desde una boya a la deriva, seré inalcanzable… a pesar de tus lágrimas. 78
Capítulo 71: “Extrañarás mis besos” \"Morirás en tu propia venganza... extrañarás mis besos, aquellos que dejaste\". “Ahora nos pertenecemos, aunque la distancia sean kilómetros, muros o infiernos o todo aquello que quieras poner como obstáculo… ya nada hay entre nosotros que pueda interrumpir nuestra conexión, en el deseo de los pen- samientos sobrevivimos para mi bien o para tu mal. Es la huella que dejé en un soplo de amor entre mis besos y tus deseos en la fugacidad de cada uno de los instantes”. Yo pude escucharlo entre el sigilo de las sombras, yo que soy parte de ti desde siempre, testigo mudo y de orejas grandes. Yo, que no pierdo la cordura y observo con mis ojos grises entre penumbras y oscuridades, soy el único que puedo decirte que las trincheras están destruidas y la batalla está perdida. Ya no importa cuánto luches, si muestras o no bandera blanca, la guerra ya no se encuentra afuera de ti, es tu equipaje eterno e interno… es tu germen destructivo. ¿Qué puedes hacer para evitarlo? El amor se esconde detrás de la indiferencia, por debajo del odio y vuela por encima de tu ego y todo está unido con miles de filamentos anudados en un enjambre de alternativas de difícil resolución… y tu estado de ansiedad no soportaría tan arduo desafío, pero nadie impide que tomes el riesgo con una nueva decisión. Ya lo has hecho antes, y el costo fue demasiado alto y desde entonces, nada es seguro ya para ti. La venganza tiene más poder destructivo en ti que en el adversario y no es tan dulce como muchos han argumentado y que tú le has creído. No hay peor cosa que ver la propia destrucción en el espejo del adversario y eso lo convierte en el amo de tus sombras, el vigía de tus movimientos, la voz de tus insomnios… hasta que veas en él la luz que nunca has deseado mirar. 79
Capítulo 72: “Ganar o perder” “No sé si te perdí ganándote o si te gané, perdiéndote”. ¡Qué paradoja! Es el enunciado del teorema que enmarca su pensa- miento cada vez que apareces en su memoria. Tesis, hipótesis, esgrima sin espada. Es una contienda sólo para encontrar la ubicación exacta del análisis de cada postura. Ambos saben qué órbitas ocuparon en tanto vuestras vidas se deslizaban entre el magnetismo de lo que parecía un alocado amor. Sin duda, en el amplio espectro de vuestros encuentros, las diferentes hipótesis van tomando forma y cambiando según el color tocado por el arcoíris en su paso en forma de emociones. Ahora, ya de noche y sin el fuego y ardor de la cercanía, todo se torna dudoso, lo dulce se transforma en amargo y la historia de amor en una aventura de deseos vacíos. Lo cierto es que el postulado del teorema sólo posee vigen- cia si ambas situaciones puedan darse como consecuencia de sí mismas. Encuentros y desencuentros es un desenlace natural, aunque no necesario, de una situación a la otra y ustedes pasa- ron por ambas muchas veces… hasta hoy, donde este análisis pareciera marcar una frontera sin retorno. Un retorno físico que ya parece como un imposible. Un asunto agotado en la faz externa, pero con raíces vivas en el pensamiento de cada ins- tante y es aquí, en este ámbito que se plantea la disyuntiva: ¿Qué fue lo bueno o lo malo de todo esto? ¿Debió haber ocu- rrido o no, ante esta evidencia tan inesperada? La resolución del teorema es una cuestión de tiempo, el necesario para darle lugar a la decantación de los sentimientos, aquellos que aún quedan flotando en las nebulosas de los porqués. Sin embargo y más allá de la respuesta que fuese, sí hubo un tiempo donde ambos sembraron la excusa perfecta, queriéndolo o no, para que cada uno viva su propio tiempo en el espacio mental del otro. 80
Capítulo 73: “Soltar cadenas” “Mi luz no se apagó… descendí a tu infierno para soltar tus cadenas”. “La cena había concluido y el último sorbo de café gestó un prolongado silencio. Era la primera vez que nos mirá- bamos tan intensamente que el humo del cigarrillo dejó de ser ese velo escurridizo que jugueteaba con la tenue luz del am- biente. Descubríamos que la penumbra era una tarjeta de invita- ción y que nuestras manos se tomaban con esa ternura que sólo podía aflorar en la piel de la adolescencia. Tus masajes en mis hombros, relajaron mis músculos y mi respiración profunda dejó un vacío que se llenaba con tu fragancia tan cercana. Apoyaste tu cabeza por detrás junto a la mía y en esa mirada que busqué en tus ojos, sólo hallé una pasión desenfrenada, alocada de besos profundos y convirtiéndome en un ser escla- vo, pasivo de tu lujuria. El tiempo dejó de correr y la oscuridad se hizo eco al cerrar los párpados, te sentí sentada sobre mis rodillas, el candor de boca a boca no cesó, aunque la piel de tus pechos buscaba mi calor a través de mi camisa. Tampoco sé cuánto tiempo tardé en desprenderme de ella, de todo lo demás y ser parte del rocío candente de tu cuerpo. Nuestras manos buscaban y encontraban, cada una con un des- tino, más allá del abrazo sin tiempo y la respiración agitada. Para qué más palabras, ¿quién las necesitaba? El silencio rompió su barrera, hubo temblor en ambos… entre rizos, mesetas y montañas, cada cual buscó su refugio, el uno en el otro y el otro se dejó hallar en la profundidad del abismo. Sé que caíamos en él como flotando, mojados por la bruma suspendida por el deseo incontrolado. El delirio se había adueñado de mi mente al desprendernos. Sé que caí, cuando desperté en el piso, al pie de la cama, después de un largo sueño encantado”. ¿Has soltado sus cadenas, sin quemarte? 81
Capítulo 74: “Destello del portal” \"Noche, espejo, péndulo... y un destello del portal con cadenas en las manos\". Bien sabes que mi cercanía hacia ti es ineludible y más aún cuando las penumbras nos rodean con su espesa sensación penetrante de gris oscuro. La noche, para ti es parte de tu condena y a la vez, una puerta que te conduce hacia la libertad esotérica. Brilla tu imagen dentro del espejo oval tanto como una estrella fugaz que surca los cielos. Tu vestimenta color noche no hace más que resaltar tu rostro encendido a través de tus ojos. Ahí, en tu mirada firme, pene- trante y perdida a la distancia se esconde el misterio del más allá. Una brisa helada recorre la habitación cerrada y tras de ella se perciben luminiscencias rojizas como lenguas filosas de fuego sin calor. Parece ser una señal de inicio de algo descono- cido traspasando los confines del tiempo en el vaivén del pén- dulo del viejo reloj de pared. El sonar de las doce campanadas instala un murmullo de mil voces a la vez, agudas, penetrantes, lastimeras y agónicas… hasta que la voz más audible pronuncia palabras indescifrables pero que eriza la piel y promueve un temblor en el cuerpo y en las cosas que lo rodean por cercanía. Y allí te veo, rindiendo culto con una vela roja encendida en cada mano, junto al viejo reloj de pared transformado en santuario viviente de las dimen- siones desconocidas. No entiendo tus palabras que cortan el aire con un sonido ronco, pausado, como midiendo una res- puesta que la otra voz esperaba. Un gélido soplo apagó las velas en tus manos, tus rodillas se vencieron y ya en el piso, entraste en un trance prolongado con los ojos abiertos y perdidos en la distancia. Lentamente, las velas tomaron vida y se transformaron en finas cadenas… y fue en el despertar del nuevo día, cuando observé las marcas moradas en tus muñecas. 82
Capítulo 75: “Túnel del tiempo” \"Eres un portal de maldiciones, hechizos con puertas girato- rias, sólo por el túnel del tiempo se escapa de ti\". Estoy dentro de ti en esta oscuridad que me ahoga y al mismo tiempo a ti te libera, te hace volar por esos lugares recónditos de tu memoria, sacando de cada uno de ellos, esas imágenes donde la ponzoña flota por sobre los pantanos de tu pasado. Te conviertes en un alma vengadora que no sabe distinguir culpables de inocentes, ni de una visión mentirosa o de la cruda realidad. Persigues en tu vuelo por el tiempo, tus propias injusticias mutilando la imagen de otros creyendo que tu deterioro emo- cional se debe al disfraz que toma de tu propia figura. ¡Todo sucede entre las doce campanadas nocturnas! Tu libertad pa- rece eterna dentro de esos efímeros instantes. Yo sólo observo y aunque mi naturaleza sea otra y no puedes dañarme, mi tiem- po se hace semejante al tuyo, vuelo contigo al pasado hasta ese día donde tu ambición firmaba traiciones, sin saber la letra chica del pacto de tu deseo. Sé que durante el trance, eres tú, con él y ella. Él, dueño del poder prometido; ella, la voz sugerente y la reina de tu desierto, y tú, el vínculo ejecutorio en este lado del portal. Tus maldicio- nes son estigmas provocadas por el destello del portal y tus hechizos a través de tus ojos y rostro angelical, son sólo un maquillaje que oculta el sentir de un alma siniestra, cautiva en- tre los doce pasos previos a la medianoche. Doce pasos que abren puertas giratorias al sonido de cada “gong” que se escucha como el silbar de una flecha. Allí asimi- las la tarea sugerida sutilmente pintada con acuarelas de engaño, una en cada paso, una en cada puerta, una para cada día entre los intervalos de cada cita. Estoy contigo en esos ins- tantes, aunque detesto estar involucrado. No existe para mí, la forma de huir en soledad. 83
Capítulo 76: “Cordón sin límites” “Siempre se vuelve, aunque nunca te hayas ido... el cordón no tiene límites, ni tiempo, ni espacio\". Estamos atados a la misma aventura, en idéntico recorrido, aunque tú seas parte de esa realidad en una dimensión oscura, y yo una imagen gris pintada sobre la sombría bruma del más allá. Nuestro cordón umbilical es tan largo como el vuelo de tu mente y tan resistente como un diamante purificado; nacimos juntos y aún no sabemos de aquello que fuese capaz de lograr nuestra separa- ción. Nada de lo que a ti te ocurre durante los trances, puede afectarme, no hay poder sobre mí. Muchas de esas cosas las entiendo, otras las intuyo y muchas más las adivino a conse- cuencia de tus actos alocados en tu perversa realidad. Ésta no deja de ser una cola visible del monstruo viviente que perma- nece oculto por detrás del portal. Aquellos que nada entienden sobre muchos de tus procederes tampoco pueden sospechar del nacimiento y el desencadenante de tus reacciones. La psicología cataloga tus rasgos de forma diferente según tu actuación en el teatro de tu vida real, pero la improvisación es el rostro de tus mentiras cuando tu corazón no las hubo elaborado con anticipación debido a que tu ego es tan poderoso que se cree dueño de la verdad y de la forma convincente de transmitirla. Sabes cómo engañar aun a profesionales de la sa- lud mental, tus lágrimas son un suero que elevan tu virtud ante los ojos y el oído de quienes te ven y te escuchan. El disfraz, que nace desde tu espejo de víctima es el mejor reflejo que se pega a tu cuerpo y con él cierras la puerta tras de ti con una sonrisa triunfadora. Hasta el propio Martín Fierro lo decía: “Hacéte amigo del juez…”. Eres profesional de la mentira en tu reino de apariencias… yo no estoy afectado dentro de él ni tendré pasaje a tu infierno final. 84
Capítulo 77: “Dulce veneno” \"Tu palabra siempre se parece a un dulce veneno, víbora sin cola\". Es uno de los exabruptos de los tantos que escuché dirigido a ti. El poder de tolerancia y resiliencia que demuestras hacia ellos es digno de destacarse. ¡No te inmutas para nada! ¡Con qué tono de voz calma y sosegada das tus respuestas pú- blicas a quienes te interpelan por tus actos de maldad! Frialdad absoluta por fuera, caldera explosiva por dentro, protocolo de venganza en proceso. Es tu forma sistemática de actuar, el cinismo es una fachada muy bien oculta entre tus ojos y tu sonrisa, ambos respaldan a un semblante que denota paz y hasta cierta ternura que sensibi- liza emocionalmente a quien se tiene enfrente. Sin embargo, tu interior se asemeja a un volcán con su mezcla incandescente a punto de lanzar su llamarada voraz. ¿Quién osa estar en tu contra? ¿Quién se atreve? Pero, aunque nadie lo hiciera, tú buscarías su parte negativa como pretexto para actuar en nom- bre de una falsa justicia…. tu justicia, que casi siempre es una terrible venganza. ¡Allí comienza la programación de la caza de la próxima víctima! Con sigilo y astucia, con palabras de amistad incondicional, actúas como un taladro hasta lo profundo del corazón ajeno. De allí extraes el tenor de sus sentimientos y de su mente, la idio- sincrasia de su ser. Te transformas en un archivo viviente del contenido de su vida y lo transformas en fértiles semillas hasta que llegue el tiempo de la siembra. La venganza consiste en esparcirlas en campos ajenos como cizaña viviente, aunque parezcan verdades indiscutibles… Tu mente es una constante metamorfosis, todo lo transformas para mal, todo para tu propio beneficio, todo para destruir a un oponente de ideas diferentes. “Víbora sin cola” lo dice todo, sólo se ve de ti aquello que no quedó dentro del portal. 85
Capítulo 78: “La bala perdida” “No todos los caminos son iguales, pero cuidado… hay uno que contiene la bala perdida de la ruleta rusa\". Tu propia inseguridad hizo de ti un ser muy desconfiado a pesar de que algunos de tus amigos más cercanos siempre te hablaron sobre los dos caminos: el del bien y el del mal. Sin embargo, esas dos denominaciones resultaron insuficientes para ti, decidiste am- pliar el espectro de búsqueda y creaste cuantos caminos te fueron necesarios para lograr tus objetivos. Prueba y error, ese fue el método empleado y tal vez el más inseguro de todos. Pero tú no sueles evaluar los peligros latentes que se esconden detrás de cada decisión tomada, pues nunca sabes de antemano si es la correcta o no. No mides los riesgos pues bási- camente intentas no responsabilizarte por el mal resultado obtenido… siempre habrá otro a quien culpar por tus errores. Por eso para ti, el abanico de posibilidades son caminos alter- nativos con luces difusas o apagadas, con peligros escondidos y aventuras muy osadas. El camino del bien es único, seguro, aunque más lento. El otro, es el que te da las alternativas de elección, el que tienta al cambio, al riesgo, el que seduce a tu concupiscencia, a tu ego y vanidad. Lo sabías y has elegido: siempre comienzas por la buena senda sólo hasta el primer atajo y de allí haces camino en trancos largos y te pierdes en la espesura oscura de uno de los tantos otros. Hay una bala perdida en uno de esos caminos oscuros, ya fue disparada al azar como si fuera una ruleta ru- sa… y tiene un destinatario que no escapará si no sale de él. Aún no existe el tiempo prefijado para que ocurra, pero cada día es un paso más cerca y cada paso una nueva campanada… y es en una de ellas, que el sonido del disparo se confundirá con su repique… y ya será tarde para todo. 86
Capítulo 79: “Sólo una vez” “No se muere sólo una vez… sino en la última”. Te pareció ilógica esta frase el día que te la dije en voz alta y recia, con cierta autoridad, como para que me prestaras la debida aten- ción. Nunca entendiste eso de que hay muchas maneras de morir, aun respirando, aun viviendo. Sin embargo, tú estás en la antesala de la muerte como lo estuviste muchas otras veces, sólo que ahora no todo depende de tu voluntad ni de tu espíritu guerrero. Cada vez que has estado fuera de sí, estabas dentro de la misma muerte y no lo sabías, aunque sentías ese estado de abandono de alma que deseaba volar y seguía sujeta con cade- nas de angustia a tu cuerpo como único bastión por donde aferrarse. Estás en agonía espiritual cada vez que el círculo de las doce campanadas se cierra sobre ti, como si fuera un cono carcelario en donde acabas tu aire hasta morir aun con el cora- zón latiendo. Así, cada vez que tu ego te lleva a lo alto de un logro, sin sacar tus pies pisoteando la espalda de quien fuera víctima necesaria para que ello ocurriera. Tú crees que vives porque respiras, porque sonríes, porque muestras un aparente éxito con aplausos venidos de la lejanía y que todo termina en la soledad de la noche venidera, porque la muerte acecha siempre en el umbral del portal de la medianoche… No cualquier muerte, la última, la verdadera, aquella que no dispone de envase retorna- ble, la que divide al ser para ser tomado por quienes más hayan convivido con él. La tierra tendrá su parte con toda seguridad, pero… ¿qué será del alma y el espíritu? ¿Podrías tú decirme a quién le pertenecerán? ¡Claro que no, nunca te ha importado! ¿Te interesará saber? Yo te lo pregunto porque convivo al ras de ti y sé que sólo me afectará cuando el destino final se haga presente. Los días siem- pre están contados, pero nadie conoce su cifra final… el tiempo es un río que desmenuza a la roca y la vida se hace arenilla. 87
Capítulo 80: “Cornisa agrietada” \"El final es sólo una cornisa agrietada... tú la arenilla y yo un soplo invisible entre el viento\". No creas que esta frase sea un mero acertijo y menos aún que simbolice un hecho premo- nitorio que se haya soñado. ¡Nada de eso! Tú no lo sabes, pero yo he tenido otra vida antes y muchas otras antes de esa última y el final siempre es el mismo. Yo no pierdo mi vida porque la gama de “los grises” es mi protección natural, lo etéreo es ser parte de mi naturaleza. ¡Pero tú, no! Eres de carne y hueso y si bien no puedes intuir tu final si es que no lo provocas, si puedes elegir el camino adecuado donde la muerte saldrá a tu encuen- tro tan naturalmente como lo hace con un alma que la espera con la luz del final de sus días. Mientras eso no ocurra, es tu corazón quien endurece y se cierra sobre sí mismo, es tu mente la que sufre constantes pesadillas entre infiernos interiores y es tu espíritu quien accio- na locamente contra los demás y de cuya devolución no podrás salir sino con profundas heridas y bochornosas actitudes que te sellan para siempre. En tanto, el ego te suspende en lo alto, tus pies se asientan sobre el piso de una vieja cornisa; la misma que suele ver caer a todos aquellos que se creen volar en la grandeza de su ser. Tú ya estás allí. Desde lejos se te suele ver con mucha seguridad mientras caminas por sobre ella, pareciera que el equilibrio es una constante que sabes manejar muy bien. Sin embargo y de cerca, puedo observar cómo tus pasos van agrie- tándola con el peso de tu indolencia e intolerancia. No lo sabes, pero a su debido tiempo, todo se desgranará en arenilla volátil, lentamente, sutilmente, hasta que tus pies se hundan en la nada fatal. Yo podré, entonces, soplar tus heridas mortales como si fuera mi última caricia, mi último beso, mi final despedida… Un soplo entre el viento. Ahora lo sabes, ¿cambiarás? 88
Capítulo 81: “Alma negra” \"El alma negra será roja en el infierno interior\". Sé que mucho no te importa, pero no puedes impedir que mis acotacio- nes lleguen a tus oídos, especialmente aquellas que se refieren al interior de tu ser. También sabes que lo hago una y otra vez y lo seguiré haciendo las veces que sean necesarias, como si fuesen aguijones que te despierten y te coloquen en la cima de la realidad. Tal vez desde lo alto, puedas ver qué mundo existe por debajo de tus pies. Yo conozco aquello que hay fuera y dentro de ti, y por ahora el túnel que lleva a tu alma está en total oscuridad. Sería esperanzador que al final de él hubiese una luz resplandeciente como reflejo de tu alma. Siempre hay un reflejo, pero la mayo- ría de las veces no brilla, no hay vida en él. Su opacidad sólo es digna por sus obras siniestras, malignas, carentes de humani- dad. Todo lo salpicado fue cubriéndolo en intervalos en que tu amor se fue transformando en falsos testimonios, odios, ven- ganzas, desidias y vanaglorias… entre otros. Siempre hay tiempo para pulir lo manchado en tanto el aire continúe dándote vida, pero cada día la distancia se hace mayor entre su deseo y el objetivo y es menor entre lo negro y lo rojo. Te preguntarás: ¿Qué es lo rojo? Es lo negro encendido cual carbón de leña, en su máximo fulgor, en la intensidad misma de la llama ardiente. En ese estado tu ser arderá por dentro, cada trozo de maldad tendrá su propia llama, cada una reflejará la injusticia cometida en las páginas de tu libro biográfico. Entonces todo se derrum- bará entre cenizas al viento, ya tu mente no podrá negar lo escrito ni podrás engañarte en tu propia persona, ya nada será igual al hoy, aun con remotas esperanzas… pero esperanza al fin. Aún estoy aquí, caminando el día a día contigo como si fue- se una aventura pasajera por lugares donde ya conozco… sólo tú y yo hacemos la diferencia. 89
Capítulo 82: “Fuera del tablero” \"Nunca podrás dar jaque mate desde fuera del tablero”. Es necesario que comprendas que para mantener vivo el juego, no puedes salir de él a menos que un doble permanezca activo ju- gando por ti. Aun así, no eres tú. Nadie puede sentir y decidir por ti, ni responsabilizarse por los errores que pudieran aconte- cer… pero es lo que haces, salirte para no lavar lo manchado de tus actos. Esta vez, esperas que el más allá se haga presente en tu vida con un pergamino de instrucciones en donde hallar la venganza perfecta, paso a paso y bien resuelta. Ceder la voluntad, el libre albedrío es convertirse en esclavo ajeno y de sí mismo. Prefieres todo eso ante tu fracaso reiterado soltando las flechas del engaño y recogiendo en tus manos el bumerang humeante de la justicia… y una vez más te has que- mado. ¿Has contado cuántas? La vida es un tablero de ajedrez, es un juego de idas y vuel- tas, de movimientos bien calculados, de pequeñas batallas perdidas en pos de la victoria final, de darle a sus piezas el valor natural. La mente debe respetar a cada una de ellas… pero tú siempre te has empeñado a tratarlas a todas como simples peo- nes y aun así deseas vencer a como te dé lugar. Por supuesto que no lo logras y entonces, ¿qué haces? No se gana pateando el tablero como si tal cosa te hiciera invulnerable y pudiese seguir gritando: ¡Victoria, victoria! Vuelve al ruedo. Necesitas demostrar con un acto de gran- deza que aún es posible verte tomar las riendas de los buenos principios y cabalgar sobre ellos hasta el final de tu camino… pero esta vez que sea con humildad. Tu sano existir, ahora pende de un hilo. De aquí en más, la rueda comienza otro giro, tal como el reloj espera dar las últi- mas doce campanadas al final de este nuevo día. La vida nunca te puso en situación de “Jaque” por su propia voluntad, ella si- gue jugando y espera tu respuesta… desde afuera del tablero no tienes decisión. 90
Capítulo 83: “¿Tú, eres tú?” “Aislarse degradó tus emociones y alteró tu espejo exterior”. Me consta porque siempre conviví contigo, sostuve tus pies, tus manos y hasta tu cabeza, y no hubo noche que no haya dormido contigo velando sueños e insomnios. Por mucho tiempo fui casi tu única compañía, hasta que de a poco, comenzaste a volar adentrándote a la vida sin que nunca cerraras tu jaula de sole- dades. Era tu refugio, tu búnker y aun tu cielo en donde te endiosaste. Dictaste tus propias reglas de juego a pesar de que no todos estaban dispuestos a seguirlas sin perder el sentido co- mún de una mente sana. Yo he notado todos tus cambios, desde los más impercepti- bles hasta aquellos difíciles de ocultar pero sólo tú parecías no advertirlos, tal como si tu tiempo no corriera, estancado en un punto del cual no deseabas salir. Sin embargo, aprendiste a fingir las emociones que no sentías, darle una vida útil para fomentar tu ego, aunque falsa desde el corazón hacia fuera... La indiferencia fue el veneno que las fue matando una a una y de a poco, esquivabas tu empeño y voluntad y ya no demostrabas ni siquiera ese falso afecto inicial. El frío se colaba en tus pala- bras y herías sin medir consecuencias, muchas de las cuales volvían contra a ti en forma insospechada desequilibrando y quebrando tu espíritu. Era entonces que la melancolía cubría tu ser por horas y a veces por días, tus insomnios se reflejaban en evidentes ojeras que tratabas de ocultar debajo de tus lentes oscuros. Tu estado de ánimo entraba en una meseta depresiva y las penumbras cubrían tu estar. El espejo nunca te mintió a pesar de lo que tú decías creer. Eras la misma para mí, pero no para tu propia persona… allí comenzabas a no amarte, a dejarte estar sin reconocerte, sin deseos de hacer algo útil para ti, sin empatía ante tu propia imagen que tanto sublimabas, hasta que una droga rompía el círculo y te devolvía la felicidad. 91
Capítulo 84: “Alucinando” “Tu lengua no puede describir aquello que tu mente per- cibe”. ¿Cuántas veces el mismo cuadro se repetía? Y peor aún, el círculo en el cual se estaba inmerso se rompía solo para ampliarse a un nivel más crítico. El mismo espejo quedaba sorprendido, se sentía como nublado ante tu figura desalineada, ante tu rostro con facciones desencajadas, con muecas en tus labios que sabían ser firmes y sonrientes. Confundías a tu otro yo del reflejo sin acertar quién estaba del otro lado de la imagen del espejo. Le hablabas con voz ruda, no entendible, con un balbuceo reiterativo hasta que te hartabas de ti y te sumías en un silencio prolongado. Entonces, al poco tiempo y con rudeza, increpabas a tu propia imagen como quien hablase con un enemigo descono- cido, alardeabas con dichos agraviantes sobre quien represen- taba a la figura. Nadie te perseguía, eras tú quien iba y venía sobre sus propios pasos. Tenías temor y transpirabas, un vivo delirio se podía notar en tu mirada, como esperando un peligro que nunca llegaba y el exceso de ansiedad te consumía. La pa- ranoia estaba presente una vez más, el nivel de desconfianza aceleraba hacia su punto máximo. Tus diálogos eran contigo, con tus propios personajes según la ocasión, a veces hasta con sentido humorístico y otras, en dramas bañados en lágrimas… alucinabas con ojos de mirada perdida en un acto de terror proveniente de otra realidad. Tus pensamientos te traicionaban a menudo, sus voces, sus sonidos y su resonancia sugerían mucho más que el simple estado de una voz interior conciliadora, apaciguada… peligro- samente mucho más. Un dulce sueño, entonces, se convertía en una panacea que no hallaba fin y muy de a poco iba traspasando las capas de las conciencias… el silencio absoluto guardaba el secreto hasta el despertar. 92
Capítulo 85: “Por aquel tiempo I” “Todo comienzo malo tiene un final… u otro comienzo peor”. Hubo un tiempo de transición comprendido entre tu accidente y tu total recuperación. Cuando todos pensaban en lo peor, renació en ti una fuerza de voluntad hasta entonces desco- nocida. Después de semanas y meses en que tu mirada se congelaba en la distancia y todo a tu alrededor parecía no tener tu atención ni la empatía que todos esperaban ante los cuidados que te prodigaban, comenzaste, de a poco, a sonreír como si una nueva luz te llegaba para impulsar tu espíritu. ¿Qué había pasado contigo? Tu pasividad había preocupado a muchos, inclusive a tus médicos y psicólogos. Se esperaba un tratamiento prolongado, y así fue, pero también contaban con tu colaboración puesta a disposición para tu propio bien. Yo estaba ahí, observándolo todo y sufriendo a través de mi propia figura, porque si tú sonreías, yo también… hasta que te vi ha- cerlo a escondidas, como si fuera un íntimo secreto que ambos debiéramos guardar. Los accidentes son eso, un imponderable desgraciado que nadie lo desea para sí, pero muchos se sienten con un peso de responsabilidad, cuando de cierto, no la hay. Pero alguien lo insinuó haciendo un juego entre lo fáctico y contra fáctico de los momentos previos al grave suceso… y ese “alguien” repre- sentó para ti un juguete donde descargar el mal de tu desdicha. Sonreías en la soledad pergeñando un plan macabro y lo desarrollabas en público con total naturalidad. La manipulación de la situación te era todo un éxito, pues ya no había sólo una víctima, sino dos, o tal vez, tres… Fue enton- ces que pensé que todo era parte de una dulce venganza o una amarga y triste soledad no comprendida… pero yo sé que siem- pre estuve contigo, y a mí no puedes engañarme. 93
Capítulo 86: “Por aquel tiempo II” “Se ahoga el temor en un torrente de adrenalina desde un bote llamado estrés”. A lo largo de los días parecías tener un mayor cuidado con tus acciones y reacciones pues todo aquello que comenzó como un juego ahora ya no tenía vuelta atrás, un dulce sabor llamado “poder” comenzaba a empalagar el propó- sito de tu vida. El teatro tenía en ti el guion perfecto, la máscara tecnificada de la improvisación y al personaje adecuado para cada situación. La obra que representabas bien podría llamarse: “Cacería al acecho”. Acechar a rostro descubierto es medir sin ser medido, es ver sin ser visto, es distraerse en la superficialidad estando atento en la profundidad, es escuchar entre la aparente soñolencia… es una metamorfosis invisible. Aun en reposo, a tu lado, la aparente calma se tornaba un torbellino peligroso, el temor brillaba en tus ojos tanto como la desconfianza, y los deseos de controlarlo todo vencían por sobre los sedantes efectos medi- cinales. No escalabas cumbres tempestuosas ni cruzabas abismos en deteriorados puentes colgantes, pero se percibía que altas dosis de adrenalina te consumían por dentro. Tu brasa interior ardía aún en medio de cenizas que debieran estar apagadas, pero no... Lejos de extinguir tu sed, soplabas sobre ellas dándole una nueva oportunidad de vida a tus incendios interiores. Solías escribir secretamente cual diario íntimo frases de pro- funda reflexión previa, todas acompañadas por dibujos a lápiz negro en donde se remarcaba una constante: La soledad en el silencio de cementerios abandonados y negros cuervos dan- zando en círculos en la altura sobre una tumba en particular. Sólo yo podía ver tus dibujos sin que tú lo notaras, era el único que intuía tu estrés anímico más allá de tu camuflaje ya aditivo. La tumba no tenía nombre propio, sólo dos letras: “L y L”. 94
Capítulo 87: “Por aquel tiempo III” “Hay chispas sin fuego que sólo encienden a las neuronas con excesos de ansiedad”. Los días de tu recuperación parecían sumarse en ese almanaque de fin de primavera. Tuve la sensa- ción de que todo se iba convirtiendo en una rutina monótona dentro de una atmósfera por demás pesada, inclusive por el clima en su agobio diario y por la proximidad de las fiestas de fin de año. La noticia de un breve periodo de descanso cum- pliendo ciertos requisitos médicos, se constituyó en un factor de alivio familiar. Tu diario íntimo aún se mantenía en buen reparo, la clan- destinidad de tus letras y de tus dibujos merecía un tratamiento más sigiloso; las carpetas escolares se convertían en un buen refugio en donde encubrir tu arte en negro, en oscura obse- sión… “L y L” todavía podían descansar en paz. La silla de ruedas era fiel testigo de tus idas y vueltas, de tu soledad en los rincones más lejanos del jardín, de tus miradas cambiantes desde la chispa de la alegría hasta la sensación de lejanía. De tus humores dotados de teatralidad e hipocresía, de tu inteligencia criteriosa puesta en evidencia ante cualquier pregunta facciosa y hasta tus reiteradas negaciones de conduc- tas que no guardaban lugar. La navidad estaba ahí, a la distancia de un paso horario. La cena de nochebuena había concluido con la algarabía acostum- brada por las bendiciones recibidas y con algunas nostalgias al recordar a los ausentes… Las doce campanadas acababan de dar junto al brindis tradicional. Fue un momento muy especial, distinto al de los otros años. Te vi cerrar los ojos como si te hundieras en cada instante de ese tiempo y te dejaras llevar por la onda de cada sonido sucesivo hasta llegar al duodécimo, casi sin respirar, manteniendo el aire en los pulmones. El sonido de las copas repiqueteó en tus oídos y te recordó que no estabas en soledad ni en otra realidad, que la mesa y tu familia estaban allí y que el líquido de tu copa se acababa de 95
derramar en tu mano. Nadie lo percibió, tal vez porque fue el único momento en que tú no eras la única persona de quien estar pendiente sino una más de entre todos en el instante de compartir la felicidad. Después de mucho tiempo, tu sonrisa pareció sincera o tal vez el momento especial te hacía ver de otra forma. Intenté observarte más a fondo, pero la ceremonia de apertura de los regalos conmocionó todo el ambiente, desde el más pequeño hasta tus progenitores. Se te veía feliz, tanto como antes del accidente, abriendo tu obsequio que no era otra cosa que un pantalón nuevo que seguramente estrenarías después de la rehabilitación final y volver a caminar. La velada no resultó todo lo feliz que parecía ser. Por alguna razón el faltante de un regalo al pie del árbol de navidad, movilizó a toda la familia. El pequeño estuche rectangular, alargado, no podía haber desaparecido así porque sí. El más pequeño de los hermanos resultó ser el perjudicado ocasional de este extravío sospechoso, pero real. La búsqueda fue infruc- tuosa y sólo la promesa que el regalo sería repuesto a la brevedad, tranquilizó al perjudicado y colocó un poco de paz a una noche tan especial. Yo sólo observaba los gestos, las mira- das, los besos sinceros y el falso abrazo… Yo sabía la verdad. Ya no había estruendos en el exterior, la calma del descanso había retornado y cada cual se despidió hasta la mañana. El silencio y la oscuridad reinaron en todos los ambientes de la casa hasta que la luz de una pequeña linterna mostró un estuche rectangular con un bolígrafo azul… igual color que las letras “L y L” en la tumba del último dibujo de un viejo cementerio. 96
Capítulo 88: “Por aquel tiempo IV” “No se escapa de sí mismo sin pagar un precio”. Sí, lo recuerdo muy bien, esas etapas depresivas y concurrentes que solías padecer, como muriendo por dentro y sin querer vivir por fuera. Ver como todo lo negro comenzaba a gobernar tu vida, desde tu vestimenta bien alineada, aunque un tanto extrava- gante con respecto a la moda del momento, como todo otro elemento que sirviera de adorno a tu figura. Hasta los cortina- dos de tus ventanas carecían de color y la transparencia no era más que una sombra del brillo del buen sol matutino. Tu medicación te hacía un ser especial en el trato, tu genio podía brillar por su amabilidad o ser el factor desequilibrante para no tener una conversación amena y duradera. Por ello, tu personalidad cambiante podía enrarecer el ambiente en una reunión que no fuera familiar, allí donde casi nadie sabía de ti. Intentabas evitarlas con excusas muy ingeniosas y por ser como tales, casi nunca eran creíbles… y por no ser creíbles te conver- tías, en silencio, como el ser más conocido que practicaba la mitomanía. Cada día el lazo se cerraba más y más sobre los dichos de tu boca y las distancias tomaban vuelo entre tú y ellos. Las llamadas amistades dejaban de serlo con total naturalidad, como una constante irreversible. A ti poco te importaba y a ellos sólo hasta donde había llegado el aprecio en el tiempo de acercamiento. Padeciste, casi con gusto, tu camino hacia el destierro de soledades compartidas: Tú, la noche, el silencio hasta las doce campanadas, al igual que la última navidad. Esta vez, sin copa en la mano, sin brindis, pero detrás de una sarcástica sonrisa sí hubo una plegaria al más allá. ¿Quién pudo escucharte de inmediato? Las campanadas se alargaban en el tiempo hasta que éste se detuvo. La voz preguntó: ¿Qué pagarías por ello? 97
Capítulo 89: “Por aquel tiempo V” “Hay contratos con tinta azul y otros con sangre roja”. Los sonidos de la noche acallaron sus murmullos, sólo el eco del más allá se hizo audible con una propuesta inesperada y eras tú quien únicamente la escuchaba. Primero la voz de él, parecía firme y autoritaria, llena de poder en su propio peso; luego la de ella, más dulce, calmada y con tonos sugestivos, convin- cente, halagadores. El tiempo, así cercado, no dejaba de ser un coto de caza, donde tú eras la presa de trofeo y ellos, los cazadores furtivos. No necesitaban armas ni perros cercadores, sólo palabras en su tono más armonioso y persuasivo; más algún gesto, un ademán representativo a una invitación cordial a leer un con- trato escrito en tinta azul y letras grandes con las promesas sugeridas nacidas desde el origen de tu plegaria… Pero el tiempo detenido se asemeja a una droga que late felicidad, sin brisas ni aguas refrescantes. La ilusión es tan bella, que el viento acaricia a las olas y tú te sumerges en ellas. ¿Acaso alguien puede percibir si se está en sí? El ego es la debilidad, el poder es el camino y la venganza el destino final. Ellos saben que en ti, las tres condiciones son un trampolín al éxito. Tú crees en el tuyo y con eso, ellos ya se aseguran tu conquista y su victoria. El pergamino ya está redac- tado y la tinta azul brilla en las penumbras. Parecen cláusulas mágicas que encierran los misterios más alucinantes y los secretos más sombríos… Los deseos esperan y están al alcance entre tus dedos y el bolígrafo que ellos sostienen. El tiempo inició a correr en el instante de estampar tu firma. El pergamino comenzó a alejarse de ti a través del círculo del portal… Las letras dejaron de ser grandes y azules, ahora se ven pequeñas, casi ilegibles y en tono rojo. Despertaste con sangre entre tus dedos. 98
Capítulo 90: “Por aquel tiempo VI” “La euforia es llegar al cielo por la puerta de atrás sin saber que al abrirse ya es el infierno”. El brillo de tus ojos resaltaba desde sus órbitas, grandes, inquisidores desde su profundidad, como si la nada te debiera una respuesta que andabas buscando entre tus dedos manchados de rojo y el entorno apenas visible. Recordabas muy poco dado a tu perplejidad de esos primeros momentos, pero en la medida que te sentabas en el lecho y te tomabas el rostro con las dos manos, una sonrisa de satisfacción se iba formando en tu rostro casi angelical… por primera vez te vi emanar de él un tenue reflejo azulino oscuro. Afuera aún la luna danzaba tras su órbita a paso medido y tú, en un estado de paz y satisfacción, apoyaste la cabeza en la almohada soñando ilusiones hasta que el peso de tus conquistas cerró tus ojos en otro hondo sueño real. Yo te observaba tan de cerca que tu respiración algo agitada perturbaba mi ser, intuía que las vivencias de tus sueños debían ser muy impactantes como para modificar constantemente las expresiones de tu rostro. Tus brazos lanzaban manotazos al aire a la vez que tus piernas pateaban las sábanas hasta hacerlas caer al piso. Aque- llo que había comenzado como un sueño pacífico, de a poco, fue tomando ribetes inusitados. Sin duda, estaba presenciando una metamorfosis que se gestaba en el adentro y se dejaba ver en el afuera con toda la crudeza de un espectáculo que rayaba lo imprevisible. Aun, yo mismo me sentía modificado más allá de lo que naturalmente puedo serlo, pero sabía que podía resistirlo… ¿Y tú? La noche se sobresaltó en el límite del amanecer: Tus gritos fueron aterradores aun para la soledad que nos rodeaba. Un movi- miento brusco, te dejó en el frío piso y esta vez, de tu boca, vi como exhalabas una niebla oscura mientras con voz de terror te escuché decir: “Sí, sí… ya no más… L y L”. 99
Capítulo 91: “Manos ágiles” “La concupiscencia de los ojos agiliza los dedos y engrosa al bolsillo”. Hay saltos en el tiempo que son inevitables, es como permanecer por instantes en islas diferentes hasta que el océano arrebata sus orillas, y ante el peligro, mudarse a la que resulte menos peligrosa. Como partícipe necesario de esta his- toria, es así como explico estos vaivenes secuenciales apelando a vuestra inteligencia para seguir el ritmo de mi relato y relacio- nar a éstos como simples piezas de un gran rompecabezas. Soy como un dibujo muy cercano, observador, difícil de prescindir por propia voluntad, un tanto raro según la simbiosis lograda con la singularidad ajena… en este caso, tú. Precisa- mente la característica que ahora viene a mi mente no es de las más comunes de los últimos tiempos sino que fue naciendo en ti como un deseo nuevo, inexplicable e imposible de rechazar su tentación. No importa el lugar, ni el momento, tampoco el objeto y ni siquiera quien resulte perjudicado, sólo es necesaria la oca- sión… La oportunidad llega como la velocidad del estruendo de un trueno, pero tus manos son tan ágiles que al relámpago le dificulta hacer sombra con ellas. La primera vez no lo podía creer, mi asombro tuvo un nuevo límite, ya habías superado otra barrera a la cual creía no te animarías a tanto… pero sí, otro record estaba en tu cartelera de presentación. El mote adecuado científicamente, por decirlo con cierta educación, no es otro que el ejercicio de la cleptoma- nía. Un ejercicio que presupone una profesión pero que en tu caso sólo se manifiesta cuando el deseo va más allá de esa ac- ción para terminar coronando a tu ego insatisfecho. Tú niegas todo, aun a tu propio espejo que atesora tus imágenes en callada presencia, pero si hablara ante testigos anularías esa facultad haciéndolo añicos… y así, la mentira siempre es previa a la vio- lencia y cuya irritación sólo es apaciguada en el silencio del ceremonial nocturno. 100
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