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CAUTIVA DE TU ALMA

Published by Gunrag Sigh, 2020-07-21 20:30:20

Description: LIBRO DIGITAL Jesica

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Por temor, jamás dije que te amaba y ahora estoy como siempre, sin ti, escribiendo un poema que me permita sobrevivir. Al tiempo le faltaron minutos, como a ti, las ganas de dejarte querer y de correr a donde yo esperaba, donde siempre estuve sin ti. No tengo maletas para cargar mis penas, no tengo nada para borrar tus huellas. A ti te faltaron cinco minutos, a mí me sobró una vida entera... Tu tiempo no tenía refugio para mí. Yo no podía esperarte más en medio de esta tormenta... Me voy, perdóname... Me voy, aunque te amo. Herida y desecha me voy... ¡Perdóname...! Estas son para ti, mis últimas letras. 51

De las horas sin ti y otras verdades Al filo del abismo camino en estas horas sin ti. Hace frío y el cielo está gris. Mis letras sangran y el silencio habla, de tu caminar sin mí. Te extraño y te encuentro en poesías que no dejan de nombrarte. Qué no daría yo por el refugio de tus brazos en esta tarde gris, donde mi corazón dejó mi pecho para ir a buscarte. No sé si me piensas... No sé... pero yo te quiero hoy mucho más que antes… Antes de tu sonrisa danzante invadiendo mi alma en hilos, antes de tu mirada serena tan llena de arte, antes de tu mano en la mía... Todo era como lo es en esta hora sin ti, frío y ausente. Déjame decirte lo que mi corazón siente ahora que no estás, ahora que te llevo tan presente. Entre una poesía y el silencio, te abrazo... 52

¡Siénteme! Al filo del abismo te extraño, al filo del abismo necesito abrazarte. La tarde es gris... y en las aguas de un turbio café me obligo a confesarte, que te llevo a flor de piel y las manos me arden, tengo que escribirte para salvarme... Abrir mis alas es ir hacia ti, aunque no me sientas, aunque no me imagines, aunque hoy... no pueda tocarte. 53

Muñeca de cristal Dedicado a Vilma Bugallo Muñeca de cristal, reflejo de mi alma rota, que sangra poesía, mientras la vida te duele gota a gota. Muñeca de cristal, ángel de alas rotas, que vives y respiras ausencia, escribes, recuerdas, amas y lloras. Te leo, poetisa y me caigo a pedazos, eres el reflejo de la pena que yo guardo. Muñeca de tiempos rotos, muñeca de ojos claros, muñeca de noches eternas y de versos lastimados. Te leo y se me ahoga la vida en mi pasado... muñeca sin olvido, muñeca de ojos cansados, que atrapados por el torrente del dolor, van dejando versos desparramados. Sueñas con otros cielos, con tenerla entre tus brazos, has hecho en el vacío tu castillo y allí dejas los latidos, dejas ausencia y poesía a tu paso. Muñeca de ojos claros y corazón hecho pedazos, siento mío tu dolor... Yo también sólo soy, una muñeca de trapo. 54

La soledad y la muerte Capítulo I El mundo entero hubiese jurado que ese era sólo un día más, el mundo sí... pero no Luis. Luis era un joven de unos treinta años, de pelo castaño claro y ojos celestes como el mismo cielo; su cuerpo era perfecto. Él era así, como los humanos imaginan a un ángel... perfecto. Hace más de cinco años él estaba exiliado dentro de sí mis- mo, cinco años exactamente desde aquel día en que la mujer, que tanto había amado, lo dejó esperando en el altar. Luis perdió la noción del tiempo y permitió que la soledad se apoderara de lo poco que aquella mujer había dejado de él, le cedió sus ruinas y comenzó a adorarla, como los creyentes adoran a Dios. Aquello que Luis no sabía, era que la soledad detrás de su apariencia inofensiva era sólo una bestia que siente hambre y sed de almas puras y que al fin y al cabo destruye con voraci- dad. Luis era un cuerpo sin alma, con un solo recuerdo en su mente: Ella y su mirada... la mañana aquella en que iban a unir sus vidas, mas esta vez, al recordarla, él ya no sentía que fuera su culpa, como siempre lo había creído; él ya no sentía que ella era también una víctima de la mala suerte. Esa mañana él consideraba que ella era la culpable de todo y que debía pagar por lo que le había hecho. En el transcurso de su café ya había analizado situaciones y plantado su bandera de guerra al pasado. Yo lo sabía… Luis, presa fácil antes, era ahora el depredador y ella sería pronto su víctima. Sus pensamientos se tornaron obscuros y sus venas se llenaron de rencor y deseo de venganza. \"La que antes amé vehementemente es ahora el blanco de los demonios que despertaron”. Escribió en un papel que 55

arrugó iracundo una y otra vez. Se levantó, tomó su bolso y se encaminó a buscarla. Al llegar a donde ella vivió, se encontró con la realidad que desconocía; ella se había casado, ella era todo lo feliz que él no había logrado ser. “Romina sonríe, cuando yo sólo he llorado por ella”. Se dijo apretando sus puños. Lo que vi en su mirada me hizo saber que ellos pronto estarían ante mí. Golpeó la puerta, tal vez sin pensarlo... si Luis hubiese pensando... yo no estaría contando esta historia. *** Capítulo II Ella perdió el color rosado de sus mejillas cuando lo vio parado allí, un sudor frío le recorrió la espalda; no había que ser demasiado inteligente para darse cuenta que ella le tenía miedo. “Debo serenarme; él siempre ha sido dulce y un buen hombre”. Se repetía en silencio, tratando de calmar su extraña sensación de inminente peligro. —Vete por favor —Le suplicó en voz baja para que su esposo no la oyera. —¿Irme...? Pero si acabo de llegar... no seas descortés... invítame un café y evítame el tener que gritar para que él salga; dile que soy tu mejor amigo de la infancia, prometo no desmentirte —Le dijo con una sonrisa en los labios. —No le mentiré a mi esposo —exclamó ella intentando cerrar la puerta, con cierta rudeza él se lo impidió. —Una mujer que huye el día de su boda, es en sí capaz de cualquier cosa; dame ese café y prometo irme en paz y sin reproches —expresó él tomándola del brazo. Ella no supo qué hacer y finalmente hizo lo que Luis le pidió. 56

Los presentó, intranquila preparó el café y se sentó a mirarlo... ¿Qué quería? ¿Por qué diablos estaba allí? Se pre- guntaba mortificada, mientras él representaba el mejor papel de su vida. A mi juicio no hay nada más peligroso que un loco que actúa normal por más de un minuto... y Luis había dejado toda cordura junto a su cama aquella mañana. Lo que iba a pasar, tal vez ni yo misma, en mi voracidad más sanguinaria, lo hubiese podido imaginar. *** Capítulo III Después de treinta minutos frente a ellos, Luis sentía cómo las heridas lo desbordaban y le quitaban la capacidad de razonar, sentía celos, celos como nunca los había sentido. No soportaba que el marido la besara. La triste realidad era que él estaba tan atrapado en el tiem- po, que aún la consideraba suya. Respiró profundo y con toda la hipocresía del mundo dijo admirar la manera en que se amaban; pidió permiso para ir hasta la terraza a fumar y los dejó solos, en calma, sabiendo que sería él quien desataría el infierno. —Cariño, estás tan nerviosa, que hasta juraría que tú y él tuvieron un romance —exclamó Andrés sonriendo y hablando con ironía. Luis abrió su bolso y sacó el arma que traía… Entró en la casa y le disparó a quemarropa a Andrés; ella empezó a gritar y él corrió a taparle la boca; la tomó de los cabellos y la ató a una silla. Ella no podía parar de llorar y él estaba cada vez más furioso, pero deseaba escucharla suplicar, y ella suplicó. 57

—Por Dios Luis, no sigas; por favor déjame ir; por favor ten piedad; tienes que irte. —Y él sonreía... Les diré que pude ver la maldad hecha hombre; yo sabía que no la dejaría ir, he visto a muchos como ellos antes. —¿Quieres saber a qué fue semejante tu abandono? ¿Quie- res que te dé una muestra, Romina? ¡Sí quieres! Ella estaba aterrada, los ojos de Luis parecían los ojos del mismo diablo. Del muchacho aquél que ella había conocido, nada quedaba. Luis tomó un cuchillo y abrió el pecho de aquel hombre; le arrancó el corazón mientras la obligaba a mirar... —Me llevaré dos corazones como trofeo, ese es el precio por el dolor que me causaste. Me arrancaste el corazón de un solo golpe, pero que él esté muerto no es mi culpa... es la tuya... tu amor mata y lo mataste. Ella quedó sin reacción, ya no le importaba nada... siguie- ron dos horas de inmenso silencio y luego Luis... o el demonio dentro de él, tomó el último corazón que le quedaba por tomar... el de la mujer que nunca dejó de amar. Al verla ahí, sin vida, la besó por última vez y un estruendo del arma que se disparaba puso en mis brazos sus almas... Y sus nombres en mis lágrimas. 58

De amores prohibidos y otras pasiones “La pasión te quemará como el fuego, como el dolor que llega antes del olvido”. Mar Nunca he conocido el mar y sin embargo lo he deseado. Caminar entre olas con mis pies descalzos. No he conocido el mar y me pregunto si estando frente a él, mis lágrimas se borrarían de este mundo. Nunca he sido feliz, tal vez me faltó contemplar un ocaso y dormirme con el silencio y el viento frente al mar, donde nadie notaría mi alma hecha pedazos. Pienso en Alfonsina, otra alma poeta, que selló su vida y su eternidad en un mar de aguas calmas, siendo ella tempestad. Pienso en la ausencia que desde mi ventana veo pasar, y me repito qué será diferente el día que conozca el mar. ¿Mis lágrimas se harán pequeñas y entre olas se extinguirán? 59

¿Mi dolor será sólo un pequeño grano de arena, en aquella que aún mis manos no han podido tocar? ¡Voy a la deriva! Voy como la botella que contiene un deseo; esa botella que se mece en los brazos del mar. Voy a la deriva. Soy poema como Alfonsina, pero yo soy de olvido... Ella de eternidad. No conozco el mar, pero lo he soñado, lavando estas heridas que no dejan de sangrar; no conozco el mar y sin embargo, apuesto que mis lágrimas se perderían en olas, que no las dejarían regresar. No conozco el mar, pero lo he visto en mis pupilas cansadas, que no dejan de dibujar, tu sonrisa y tu lejanía... Hace años, tú no estás. Yo soy poema como Alfonsina pero poema que nadie entenderá. Yo soy de mar como Alfonsina, pero yo le pertenezco al olvido… ¡Ella es eternidad! 60

\"Cuando los recuerdos estorban y las canciones se escuchan tristes, hay una herida profunda en el corazón” Peter Fernando Castillo Profundo Penumbras rodean mi cuarto, donde ya no tengo lágrimas. Te escribo para soportar la noche, la ausencia, la soledad; en penumbras lucho para arrancarte de aquí, molesta el recuerdo, hace tanto te has ido llevándote todo de mí. Las canciones son tristes. Las calles desiertas me ven caminar sin ti. Vuelan en mis cielos oscuros los besos que no te di, dueles profundo, dueles ausente, duele esta vida sin ti. Guardé en el cajón esa carta que no leíste. Supe al marcharte que estarías mejor, guardé en mis lágrimas tu recuerdo y te sentí matarme en lo profundo... ¡No te dije adiós! Siempre pensé que no serviría, no llevabas casi nada en tus maletas... Si acaso sólo te llevaste, mi mundo partido en dos, 61

para qué detenerte, tu amor nunca fue la mitad de mi pasión. Profundos, tus ojos hieren, tu recuerdo no da tregua aquí donde no estás. El café está frío, afuera llueve, dentro de mí todo es vacío, he olvidado cómo respirar. Te llora una canción, y tú estás lejos... Y a lo lejos un cigarrillo besa tus labios. Y otro cuerpo se hace nido para darte calor. A lo lejos, en lo profundo, voy muriendo, un poeta habló... En lo profundo, a lo lejos, en silencio y sin piedad me ataca, cuando miro, sin ver el paisaje otoñal por la ventana... Profundo y en silencio, la piel se te parte en dos. Profundo... Muy profundo llegas, te vuelves heridas y me atacas. No queda nada de mí, desde que te llevaste todo lo que soy. Profundo... Muy profundo hieres... ¡Oh tú, triste melodía de esta última canción! Profundo, muy profundo, somos uno... Tú con tu desdén, yo con mi resignación. 62

Cautiva de tu alma Como un alma condenada por la vida te busco, pero sólo las ruinas del pasado encuentro y aquellos besos, que sobre la copa de tus labios ayer había derramado. Hoy, como mil astillas de una daga envenenada, me están desangrando. ¿Qué soy sin ti, sin tu presencia; sin la armonía de tu amor, sin el calor infinito de tu abrazo? ¿Qué soy sin ti en estas horas de crudo invierno, hasta donde Dios parece haberme olvidado? ¿Qué es lo que quedó de mí, cuando hasta el último hilo de tus palabras se desvaneció en mis manos? Si hasta el último de mis sueños contigo se ha marchado. En estas horas mi soledad a tu recuerdo se abraza. Todo lo que he sido, soy y seré, aún no muere entre el vacío y la nada. ¡No, mientras viva cautiva en el último rincón de tu alma! ¡No, mientras el ocaso muera al llegar la mañana! 63

Mientras viva cautiva en el último rincón de tu alma, derramaré mi vida, gota a gota en tus manos, esas que tomaron de las mías una caricia robada. Cuando todos murmuren... ¿Qué soy sin ti? ¿Qué otra ocupa en tu vida ese lugar que yo anhelaba...? ¿Qué soy sin ti? Nada… dirá, porque aunque no sepas ni puedas entender mi nostalgia, y a pesar de las circunstancias, siempre sabrás que soy yo esa última cristalina lágrima que nace en tus pupilas; que vive y muere cautiva, en el último rincón olvidado de tu alma. 64

La poesía en la piel La poesía se me escapa por los poros de la piel, cuando desesperada y loca beso tus labios ausentes; araño tu espalda y te poseo en el vacío de mi almohada. Se me escapa la poesía por la piel. ¡Se me escapa! Cuando imagino tus manos acariciarme lento, suave, pero sin pausa, y se me inquieta el deseo y lleno de ti mis sábanas blancas, se me escapa la poesía. ¡Se me escapa! Se me escapa la inocencia cada vez que te pienso y te beso; te deseo, te muerdo y voy jugando despacio por tu cuerpo que no tengo; y te vuelves musa de mi lujuria y mis secretos. Ni te imaginas las veces que te he hecho el amor mientras duermes lejos; mi mente es tu mejor amante que, sin que lo sepas, ha dejado amor, poesía y deseo, en cada centímetro tuyo, en cada hueco. ¡Eres poesía...! ¡Fuego y pasión, en mis silencios! 65

Entre tus sábanas Esta noche dormiré con tus besos en mis labios, con tus caricias sobre mi piel, con mi cintura aún entre tus manos. Esta noche dormiré con tu recuerdo, mi pecado. Esta noche dejaré escapar el aire, tu aire sobre mi almohada... Y cerraré los ojos sólo para recordar con la pasión que dejamos el amor, entre las sábanas. Esta noche en mis silencios gritaré tu nombre, aunque nadie escuche nada. Serás poesía y deseo, serás desvelo en esta noche tan callada; recordaré esa caricia que con dulzura recorrió mi cara. Sentiré los besos que nos dimos como puñales al golpear mi alma; sentiré tu mirada invadirme, robándome la calma; y sonreiré... ¡El amor quedó entre sábanas! Serás poesía esta noche. Serás el pecado que me salva; seré espera y reloj de arena, seré deseo, seré recuerdo; he de sentirme a pesar de tu ausencia... amada. Seremos las huellas vivientes del amor que se quedó contigo... en tus sábanas. 66

Deseo pendiente Teñida de rojo, mi ropa espera calmar el desespero de tus manos, el ardor de mis labios revivirá en cada centímetro de tu piel hasta llegar a la fuente ansiada de tu ser, tu esencia de hombre que enloquece mis sentidos tras lo inconfesable. Mi lengua quiere jugar, mis ojos ven el camino que tú me marques para poseerte después. Quiero jugar de manera deli- cada con mis manos en tu espalda, hasta que mis uñas poseí- das por el placer que trae tu perfume dejen sus marcas. Quiero beber de ti la lujuria, como si fuese la última copa de vino. Quiero transformarme en la bestia que llevo dentro y que pide a gritos devorar tu cuerpo lentamente y sin prisa. Quiero romper las barreras y ahogar mis gemidos en tus labios, mientras te dejo tomar todo de mí. La niña, la mujer y la bestia te andan sacrificando en mi altar. Ya cansada del cielo que me condena al silencio, invoco los gritos de un infierno apasionado que fue creado en mis sueños solo para los dos. Quiero que me domines y hagas de mi voluntad… mi deseo pendiente. ¿Vienes? 67

El despertar El reloj roto marcaba las 2:00 AM, abrí los ojos y el mundo giraba. —¿Qué diablos pasó aquí? —me pregunto sin poder hablar con claridad y la sensación de nauseas ocupa mi boca. Estoy en el piso, me esfuerzo por recordar qué sucedió, pero es inú- til; en lo único que puedo pensar es en el malestar que me aqueja. Todo comienza a aclararse, levanto la vista y ahí sobre la cama, desangrándose, está ella; esa mujer que más de una vez había visto en actitudes sospechosas con mi marido, Alejan- dro; sobre la cual siempre quise reclamarle, aunque él en todo momento me tranquilizó diciendo que era una paciente suya, de esas tantas que atendía en el hospital mental; yo le creía (fingía creerle). Por momentos pensé que era un mal sueño... ¡No lo era! Ella estaba muerta ahí, justo ahí. Miro mis manos, están cubiertas de sangre. No entiendo nada, quiero permanecer parada y no puedo. Derriban la puer- ta, un arma me apunta y voces gritan: ¡Policía... no se mueva! Me quedo inmóvil y apenas puedo pronunciar el nombre de mi amado Alejandro; él no está. Me llevan al hospital, el médico concluye que estoy bajo el efecto de alguna poderosa droga. Yo no entiendo, jamás había tomado nada. —La que tomaba esa droga que usted menciona es Laura —me apresuro a decirles. Un oficial se vuelve y me mira para luego comentarles a los otros. —Laura Ojeda es el nombre de la occisa. 68

Alejandro sigue sin aparecer, y yo comienzo a desespe- rarme, sufro una crisis y me dan calmantes; duermo, y al ha- cerlo, vienen a mi memoria algunas cosas de manera poco tenue, sí recuerdo la noche en que todo pasó. Llego a casa, mi amado Alejandro me invita una copa, al principio me niego a recibirla (nunca he tomado alcohol, mi padre me enseñó que era malo y mi madre murió por sus efec- tos), pero él me besa la frente e insiste, lo veo ofuscado, impa- ciente, muy diferente esa noche. Quiero tocarlo, se aleja y le pega un puñetazo a la pared. Le pregunto qué cosa lo tiene así, él me dice que ya no sabe cómo manejar a Laura, que su estado mental es grave y está preocupado. Lo invito a la cama y se niega. Me pregunta si lo amo, le respondí: “con mi vida” y murmura algo entre dientes, no entiendo lo que dice. Me siento débil y se lo digo, pero me ignora. La puerta principal hace ruido, han puesto las llaves en ella. Me asusto. Él hace señas de que me calle y me da un cuchillo por si las dudas. Una figura conocida entra en el cuarto. Quie- ro reclamar, pero estoy cansada. “La paciente despertó doctor”, dice la joven enfermera mientras abro mis ojos. Alejandro está parado frente a mí, y le pregunto: —¿Qué pasó? ¿Por qué tu paciente murió, amor? Le suplico que me lleve a casa, él sólo me mira, murmura y se va. Han pasado meses y nunca vino a buscarme, no volvió a hablarme. Mis días grises son de encierro, un encierro que me parece conocido. Hablan de mí en la televisión, pero están equivoca- dos, locos, locos todos. Dicen que yo tomé la identidad de Laura y que le di a Laura mi lugar en la vida. Dicen que Ale- jandro es mi psiquiatra y que Laura, no yo, era su esposa. 69

¡Están locos! Me río y entre risas recuerdo cada vez más. Hoy 8 de mayo comienza mi juicio, fui acusada por homi- cidio. Alejandro es querellante. Quiero que me mire, no lo ha- ce ni un solo momento. Lloro. No entiendo por qué me hace esto si yo lo amo. Lo mismo que escuché en la tele, lo repite el fiscal. Mi abo- gada alega que actué bajo la influencia de un ataque, que no podía diferenciar la realidad de lo imaginario y que maté a la esposa del doctor en respuesta al rechazo. Me rio. —Esquizofrenia alucinatoria —diagnostica una colega de Alejandro. Jamás supe que la tenía, al parecer había padecido esto toda mi vida. Llaman a Alejandro a declarar, me acusa de matarla y llora —yo me rio— él siempre ha sido malo para mentir, pero aun así le creen. Yo quería declarar, y los otros colegas de Alejandro dicen que no estoy apta para declarar. Ojalá hubiese podido. La policía reconstruyó mal la es- cena del crimen, nada fue así. Lo recordaba todo. Laura abrió la puerta —ambos discuten— ella me grita, quiere sacarme del departamento. Alejandro se enoja, me to- ma de la mano, la mano que tenía el cuchillo. Yo casi no puedo moverme. Ella empieza a sangrar. Él maneja mi cuerpo, me golpea con el reloj en la cabeza; me duele inmensamente y no reacciono demasiado. Él, con mis manos, empuja el cuerpo de Laura y cae en la cama. Me suelta y caigo al piso. Él mira, toma su chaqueta y se va. El resto ya es historia conocida. Me declaran culpable. No voy a prisión, soy inimputable. He caído en un lugar peor, en el lugar de trabajo de Alejandro. Le tengo miedo. Él me inyecta, se ríe y murmura: \"Fuiste muy útil, gracias\". Yo sólo lloro. 70

Escuché decir que Alejandro cobró mucho dinero por la muerte de Laura, que su vida cambió y que se mudó con su nueva pareja a la casa de la orilla del mar, esa en la quería vivir yo. Además que yo viviré siempre en ese cuarto. Me desespero y quiero preguntarle a Laura cuál es la verdad. Ella está parada frente a mí, llora y sangra y entonces uso una gargantilla de tela. Ella me da la mano y yo vuelo, vuelo sin tener alas. Ahora soy libre. Aprendí que el amor no es bueno... Que el amor, tarde o temprano, te mata. 71

El vientre vacío Ella pasaba noches y días imaginando la dicha que nunca tendría, tal vez Dios mismo llorase sobre su vientre sin que ella pudiese sentir el suave roce de sus lágrimas, tal vez el diablo gozara ante el inmenso dolor que la invadía al saber de su vientre vacío. Hace años, el hombre que tanto amaba la había dejado poniendo excusas de por medio, tratando de ocultar la amarga hiel de la verdad que los dos sabían, la dejaba porque nunca podría darle un hijo, su legado moriría con él y eso le era simplemente insoportable. La dejó una mañana fría de otoño, con el corazón hecho añicos en las manos, quiso llorar por su partida pero sencilla- mente no pudo, se quedó en silencio, contempló la calle que se hacía enorme detrás de sus pasos. Dejó de creer en el amor, en los sueños y hasta en ese Dios al que le rezó tantas veces, dejó de creer en que vivir valía la pena; su vientre estaba vacío, lo único que le quedaba era el recuerdo de por qué su destino se transformó en tal infierno. Ella tenía un porqué que jamás había confesado, un porqué que quizás hubiese cambiado muchas cosas o hubiese cerrado los abismos que el abandono le estaba dejando… *** Los años pasaban y ella era prisionera de la soledad, no quería vivir sus días así rodeada por el silencio, ya estaba harta de auto convencerse de que enterrar la verdad había sido lo mejor, que todo cambiaría, lo cierto es que nada estaría bien, ella era víctima de un pasado pero era culpable de no hacer nada para salir del pozo donde estaba hundida. Ya no quedaban lágrimas que derramar, su ser era un desierto, ya leer no le servía, escribir en su diario mucho 72

menos, tenía que buscar ayuda y sacar la verdad a la luz. Esa mañana se despertó decidida a abrir una vez más la peor herida de su alma para poder limpiarla, buscó en la ciudad un grupo de ayuda a víctimas de violencia y entró allí. Una mujer estaba al frente del grupo dando su aliento a quienes allí se encontraban. —Para superar lo que más nos duele es importante hablar y empezar a quitarse la cadena que las mantiene prisioneras —dijo con firmeza. Escuchó las historias de vida de otras, que como ella, ha- bían sido devastadas y decidió que era el momento de sacar su dolor fuera de sí. —Mi nombre es Elizabeth, tengo treinta y cuatro años y es la primera vez que estoy aquí, quisiera contarles mi historia —explicó con un nudo en la garganta: Empecé a vivir el infierno desde que mi padre murió, no tuve la oportunidad de vivir el duelo necesario, mi madre se entregó a las drogas y el alcohol, dejó de ser madre para ser una mujer de la noche adicta al crack. Perdió la dicha de ser una buena mujer y al poco tiempo había vendido todos nues- tros bienes y vaciado nuestra cuenta bancaria, pero lo que hizo después, creo que ni Dios la ha podido perdonar. Elizabeth rompió en llanto, el proceso de recordar su pa- sado le era demasiado duro, sus manos temblaban, no era capaz de levantar la vista del piso, alguien enlazó sus manos con ella y le habló: —¡Puedes hacerlo! —Cuando el dinero se acabó, aquella que me había dado la vida, comenzó a destruirla —Respiró profundo y continuó—. Tenía trece años la primera vez que mi madre vendió mi cuerpo por droga, abusaban de mí una y otra vez, mientras ella se drogaba y hasta se deleitaba con mi infierno. Yo le supli- caba que los detuviera y la muy maldita se reía. Así, pasé dos años siendo alquilada a cualquiera que pudiera abastecerla, 73

hasta que quedé embarazada y todo fue peor. Una emba- razada, a ella no le servía, y comenzó a molerme a golpes, me castigaba hasta si la miraba, hasta que dijo que me golpeaba porque estaba arruinando su estilo de vida. —Cuando te crezca la barriga ninguno de ellos me dará nada, no lo puedo permitir, vas a abortar y todo será como siempre. Me llevó a un lugar de “mala muerte” y arrancaron esa vida de mis entrañas así como se arranca una mala hierba del jardín. Supe que esa era la oportunidad de escapar de sus garras y aunque no tenía casi fuerzas, me escapé. Sí, pero nadie puede escapar del infierno tan fácilmente y a mí me faltaba mucho más infierno por delante. *** Pasé años comiendo de la basura, buscando a mi padre en el firmamento nocturno, siempre temiendo que ella me encon- trase. Ya había olvidado cómo se veía una sonrisa en mi rostro, la desolación en forma de lágrimas quemaba mis meji- llas, siempre me preguntaba: ¿Por qué a mí?, pero ni una sola vez encontré una respuesta. Después apareció Rodrigo y me sacó de las calles. Al principio todo fue hermoso, casi perfecto diría, aunque como dice el dicho: “Al principio, toda escoba nueva barre bien”. Con el tiempo, Rodrigo cambió, sabía lo frágil que yo era y lo mucho que haría por una gota de pseudo amor. Cuando estuvo seguro de que no lo dejaría comenzó a hacerme infiel, tenía que tolerar que llegara a cualquier hora oliendo a perfume barato, yo era el títere que él manejaba a su antojo. Con el tiempo, llegaron también los golpes, el sexo forzado y mi incapacidad de reaccionar. Si me preguntan si lo denun- cié alguna vez, jamás lo hice, tal vez creía que él iba a cambiar, que podía amarme; sin embargo, creo que lo que realmente 74

sucedía era que aguantaba todo para no tener que enfrentarme con la soledad que siempre me rodeaba. —¿Qué pasó con él? —preguntó una voz desde algún rincón de la sala. —Murió en manos de la que era su amante, esa mujer no soportó saber que yo existía y lo ejecutó de un disparo en la cabeza. —¡Por Dios! —proclamó otra voz y Elizabeth respondió: —Creo que Dios hace mucho tiempo que me abandonó… —respiró profundamente y continuó—: Cuando Rodrigo murió quedé a la deriva, a pesar de todo lo malo que había pasado a su lado, lo extrañaba de una manera inexplicable, y todo el dolor volvió con mucha más fuerza. Entonces me refugié en el alcohol, tal vez crean que es estúpido caer en tan nefasto pozo, que estaba tan relacionado con mi desgracia, pero créanme, el alcohol calmaba muchísimo mis tormentos, bebía para olvidar hasta quedarme dormida, bebía para sopor- tar estar viva. El alcohol sacó lo peor de mí, fui la que juré que jamás sería por voluntad propia, fui el monstruo que mi madre quería formar. Yo era esa persona que todos miraban despectivamente, la borracha que por míseros pesos entregaba hasta el alma; todos me juzgaban aun en silencio, nadie sabía mi historia. Estaba muerta en vida, a nadie le había importado hasta que a mi caos llegó Sebastián. *** No podría olvidar la noche que conocí a Sebastián, llovía tempestuosamente, tenía tanto frío que no podía dejar de temblar. Él bajó de su auto, se acercó a mí y me cubrió con su saco. —¡Gracias!, no tenía que molestarse —murmuré, él dijo: 75

—No es molestia, es un deber. Hace demasiado frío, ¿no crees? Deberías calentar tu cuerpo con unos sorbos de café — Me sugirió con una sonrisa, pero me negué y sin caer en lo grosero, le dije que no iría con él. Sebastián se levantó y se fue. Para mi sorpresa regresó con café, se sentó a mi lado allí bajo la lluvia y me habló: —Ya que te has negado a acompañarme, no me dejas alternativa: tomaré ese café contigo justo aquí y ahora. Bebimos esos sorbos en paz en medio de la lluvia. Así pasó el tiempo entre cafés y silencios, rara vez él hacía un comenta- rio sobre el dolor que se dibujaba en mi rostro y me auxilió sin pedirme nada a cambio. Me sacó de la calle, ayudó a que me rehabilitara y me quiso con todos mis defectos sin nunca cuestionarse nada. Nos casa- mos y éramos felices, muy felices y llegó el deseo mutuo de tener un hijo. Lo buscamos por mucho tiempo, y por más intentos que hiciéramos mi vientre seguía vacío. Él me amaba y yo lo sabía, el amor era aún más frágil que el cristal. Entonces, de la nada y como el mismo diablo, apare- ció ella a provocar grietas en ese amor que ya no tendría arreglos. Aquella que me dio la vida, aquella que la destruyó, apareció en mi puerta en el momento menos indicado, su alma envenenada estaba allí en busca de venganza… *** Cuando la vi parada allí se me heló el alma, sentía a mi mundo derrumbarse y los malos momentos se agolpaban en mi cabeza, allí estaba la desgraciada sonriendo como si nunca hubiese pasado nada. —¿No vas a saludar a tu madre? —Preguntó extendién- dome los brazos mientras el inmundo olor a bebida salía de su boca. Sebastián aún no había llegado y yo estaba paralizada. Tal vez lo mejor hubiese sido matarla antes de que hubiera un 76

testigo. ¡Sí!, escucharon bien, sin ningún tipo de remordi- miento yo la hubiera matado. Con desesperación quise que se fuera, Sebastián llegaría pronto, no lo logré, se quedó allí sonriendo. —¿Quién es ella, Elizabeth? —Preguntó él al llegar. Iba a negar todo vínculo pero ella respondió antes. —Soy su madre, a la que un día ella abandonó al huir de casa. La expresión en el rostro de Sebastián era inexplicable, yo le había mentido, había jurado que no tenía padre ni madre, y ahí estaba ella desmintiendo mis juramentos. Pude notar lo molesto que estaba, odiaba las mentiras, podía soportar el secreto, jamás la mentira. Le dio un lugar en nuestra sala acusándome de insensible. Ella lo conmovía con sus lágrimas más que yo con mi silencio. Esa noche él no quiso hablarme, pero eso recién había empe- zado, el día venidero no sería más que un infierno. Así fue, en el desayuno, la maldita preguntó cuándo le daríamos la alegría de ser abuela, no lo soporté y me levanté bruscamente de la mesa. —Aunque ya hemos visitado a muchos médicos, no pode- mos saber aún por qué no puede concebir —respondió Sebas- tián con todo el dolor del mundo. —Quizás si no te hubieses hecho ese aborto a los quince años, hoy serías madre, ya ves… Dios castiga a las pecadoras —manifestó mi madre con toda soltura. —¡Aborto! —gritó Sebastián—. ¿Abortaste Elizabeth? — Y se levantó furioso— ¿Acaso no te di miles de oportunidades para decírmelo y te callaste? Yo no podía responderle, jamás hubiese esperado un golpe tan bajo, ni siquiera de ella. 77

*** Sus palabras resonaban en mi cabeza, no podía creer que lo hubiese dicho, sabía dónde golpear, sabía cómo destruir, sabía cómo vengarse. Sebastián me llamó a la habitación, mientras ella se que- daba tomando su café. Los ojos de Sebastián estaban desorbi- tados, jamás lo había visto así. De todo el mundo, con seguri- dad yo sería a quien más odiaba en ese momento. —¿Por qué Elizabeth? ¿Por qué? ¡Te he visto llorar tantas veces por no poder darme un hijo y ahora me entero de esto! No podía mirarlo, no soportaría ver su dolor, no podía aunque debía hablar de aquel aborto, aún no estaba lista. —¡Vístete, iremos a ver al doctor! Necesito saber de una vez por todas si esa es la razón por la que no puedes darme un hijo. Manejó a ciegas y en silencio hasta la clínica, y así en ese silencio se mantuvo todo el tiempo hasta que el médico nos atendió y se enteró de toda la historia completa. Luego llegó la pregunta más esperada. —¡Doctor! ¿Es esa la razón por la que es estéril? —Luego de largos segundos de silencio, llegó la noticia no deseada. —¡Sí, es muy probable que así sea! Su matriz no está en condiciones —Esas palabras terminaron de quebrarnos el corazón. A los pocos días Sebastián armó sus maletas y, de hecho, inventó un viaje de negocios y se marchó. Los dos sabíamos que ese era el final, él no regresaría y yo lo vi alejarse desde la ventana mientras el mundo se hacía inmenso detrás de él. Me quedé abrazando mi vientre, ese vientre que jamás ve- ría florecer el fruto del amor. Ya no tenía nada que perder, entonces lo decidí. Mandaría a matar a aquella maldita infeliz de mi madre; cualquier drogadicto de su calaña acabaría con ella por un par de billetes. Si Dios no había hecho justicia, yo 78

sería quien le diera su sentencia y me aseguraría de que nunca más dañase a otros. Presencié su ejecución en un callejón oscuro y les aseguro que hasta lo disfruté como ella disfrutó de mi sufrimiento, pero al alejarme lloré por lo que alguna vez, antes de la muerte de mi padre, ella había sido. La lloré y la quise por momentos. La vida estaba ensañada conmigo y aún no estaba todo dicho. *** La muerte de mi madre quedó impune como tantas otras en este país, la hipótesis de muerte fue presunto ajuste de cuentas, y si me detengo a pensar, fue exactamente eso: “Ajustamos cuentas y me pagó todo el daño con cada gota de su sangre”, pero que quede claro: yo no maté a mi madre, maté al mons- truo que poseía su cuerpo y su alma y les aseguro que no siento ningún remordimiento sobre el asunto, sólo me arrepiento de no haberle contado la verdad de mi pasado al único que me amó y que perdí por no romper el silencio. A veces por las noches, me despierto pensando en que lo veré llegar, pero sólo hasta la amarga luz del nuevo día, lo extraño más de lo que puedo soportar, sí entiendo que no puedo condenarlo a mi infierno. Sebastián se merece ser libre. Elizabeth estaba a punto de estallar y todos a su alrededor paralizados con sus palabras, entendían que ella había sopor- tado demasiado hasta que simplemente no pudo más. Enton- ces, alguien preguntó: —¿Estás consciente de las consecuencias que puedes tener por confesarte aquí? Podrías ir a prisión, ¿por qué lo haces? Elizabeth temblando sustrajo unos papeles de su bolso y dijo muy apesadumbrada: —¡Estoy muriendo, ya nada importa! Me quedan sólo sorbos de vida pero me iré en paz. Ella no podrá dañar a nadie 79

más y tal vez, sólo tal vez, si existe otra vida después de la muerte, al despertar todo esto haya sido sólo un mal sueño. Quizás en la otra vida mi vientre no estará vacío, y si Dios me ha escuchado, Sebastián regrese. Muero con la esperanza de otra vida donde por fin pueda ser inmensamente feliz. Al salir de aquel lugar, Elizabeth llegó a su casa y allí, frente a la ventana, su corazón latió por última vez. Un ángel la llamó: ¡Mamá! Y la envolvió en sus alas. 80

Cartas para tu olvido Prólogo Cipolletti, Río Negro 19 de febrero de 2020 Me cansé Me cansé de deshojar margaritas preguntándoles si me quieres o no me quieres, de esperarte y ver cómo se enfría el café que prometiste que tomaríamos al volver. Me cansé de escribir poesías que tú ya no lees, me cansé de desangrarme por tu ausencia y de rezarle a Dios para que puedas recor- darme de amarte a solas... me cansé. Me cansé de mendigar un “te quiero” de tu boca, de contar días en los que no te pude ver, de esperar un milagro que te hiciera extrañarme, de romperme una y otra vez mientras me olvidabas, me cansé. Me cansé de estar a la deriva en la furia de la tormenta que es tu vida, de que un día estés y al otro desaparezcas, de rezar para que entiendas mi miedo a perder, de deshojar margaritas intentando creer que sí me quieres, me cansé. Ahora duele cada latido, lo sé, duele soltarte o soltarme para no volver, sé que no me necesitas, que estás bien, ahora solo las lágrimas me acompañan. Pero en el mañana, así como es tu vida sin mí, será la mía también; de los hilos de mi alma yo escribiré hasta que un día, tal vez sepas que te quise, que fue difícil irme, que me rompí otra vez, y aunque me moría llegó el día donde simplemente me cansé. Elisa 81



Carta I Cipolletti, Río Negro 26 de febrero de 2020 “Espero oír los pasos de alguien que no llega\" Cuando decidí irme fue un instante máximo de valentía, porque se necesita valentía para dejar atrás a quien tanto se quiere. No le permití a los recuerdos y a las promesas a in- tervenir, sólo me fui dándome ánimos de que así sería mejor. Busqué el rincón más oscuro de la casa para llorarte y lo hice sin que nadie pudiera entenderme, porque no podría ex- plicar jamás que este dolor existe por ti. Mi mirada me delató, estaba ahí como agonizando, muriendo de a poquito porque es eso lo que implica dejarte ir. Dicen que los ojos son la puerta del alma y mi alma se está rompiendo. Me desperté en la madrugada y tu fantasma estaba ahí, volví a llorar hasta nuevamente dormirme. Por la mañana eva- dí mis responsabilidades, ¿recuerdas aquello en donde te ha- bía incluido y que era mi sueño? Fue exactamente eso lo que evadí. La escuché hablar, era la voz de una muñeca rota como yo, ¿sabes? Mientras yo lloraba con tu nombre atorado en la garganta, ella me decía que estas cosas pasan y que ya no podía desgarrarme más de lo que años atrás me había roto. En parte mi querido, ella tiene razón... en parte; no le dije que los pedazos que ahora yo veía destrozados eran los mismos que tú habías reconstruido, los pocos que aún quedaban luego de tantas batallas perdidas. Después, sonó mi celular, era ella, esa hermana de la vida que tantas veces me oyó hablar de ti, creo que sentía la necesi- dad de salvarme de las garras de este tiempo porque me invitó a un desayuno \"para despejar la cabeza\", pero mientras to- maba el café también pensé en ti, sentí un sabor amargo en la 83

boca que después de cuatro cucharadas de azúcar no se fue... entendí que ese sabor amargo venía de adentro, desde donde el corazón todavía me pide volver a buscarte. Mi querido: Yo jamás he roto mis promesas, te quiero y voy a quererte para siempre, sólo que ahora es momento de seguir adelante porque sé que no me necesitas... tú estarás bien sin mí. La noche se acerca y me pregunto si ya habrás notado mi fuga y si te perturba o no mi ausencia... nadie puede darme esa respuesta. Mi querido: Siento un vacío en el pecho y estoy entre la calma y la locura, pero me mantengo convencida de no buscarte, sé que tú podrás estar sin mí, y que al menos, ahora tengo motivos verdaderos para volver a escribir. Elisa 84

Carta II Cipolletti, Río Negro 4 de marzo de 2020 \"Una canción fuera de lo habitual” He pasado otra noche donde también te pensé, me rodea una inmensa calma a la que le temo porque no sé qué pueda suceder cuando los días pasen y me dé cuenta que mi ausencia te es indiferente. Escucho una canción, la cual creo que es ideal para gritar lo que siento ahora. Me doy cuenta que tal vez es una canción que no escucha- rías jamás, no es de rock, ni de Lacrimosa, tampoco de Gregorian, ni siquiera un clásico en inglés; es una canción romántica que de seguro a mi madre le hubiera gustado, la canta Ricardo Arjona. Entonces lloro y me doy cuenta que te extraño como siempre o más que nunca. En estos primeros días de mi lejanía voluntaria (la que estoy segura crees que no durará), supe que a otros poetas también les habían roto el corazón, pero como siempre dije: se necesita estar bien quebrado para poder escribir cosas como éstas o los poemas que esos poetas escriben. Una de las poetisas me dijo que al leer las líneas de mi primera carta se sintió reflejada en ellas y que terminó de leerla llorando. Ya ves, parece ser que en este mundo sólo quedan corazones rotos. Al despertarme hoy, no desayuné. Creo que perdí el ape- tito, salí a la calle y todo lo que vi me pareció tan absurdo, la gente que camina de prisa, los autos que van y vienen, todo parece tan atemporal. Y por primera vez en los años que te conozco, le rogué a Dios no cruzarte. Estoy en una terrible batalla contra mi misma. Miro tu foto, esa que aún no borre de mi teléfono y siento ganas de comuni- carme y pedirte perdón, pero logró mantenerme firme. No te 85

llamo y me digo a mi misma que no debo pedir perdón, esto es lo correcto, desaparecer porque sé que estarás bien. Escu- cho otra canción, me siento frente al espejo y veo mis escombros. Hoy el almuerzo fue pizza, la pizza del gusto que tanto me agrada y vienen a mi mente tus palabras de cuando me decías que me gustaba más la pizza que la poesía... sonrió por un segundo y después llega esto: El dolor, la ausencia y la lejanía, yo en mi mundo, tú siguiendo con tu vida. En mis Fantasías quiero creer que vas a llamarme, mi telé- fono no suena, no al menos con la melodía que te caracteriza. En ellas quiero creer que esperas que te llame, pero… Mi querido, la realidad es que antes de irme ya mis mensajes habían dejado de importarte, y aunque yo siempre organizaba algo para juntarnos, tú no podías. La triste realidad es que me negaba a aceptarla, tus actos demostraban que yo estaba de más en tu vida. Pronto volveré a la rutina de andar a las corridas como todos los demás, y tal vez entonces, sea más fácil olvidarte o al menos no extrañarte tanto. Por ahora, me invade la melan- colía, y me conformo con mirar tu fotografía. Nada interesante sucede en esta casa, quizás logre dormir un poco, ojalá cuando despierte sea otro día, entonces podré decir que voy bien, que estoy aprendiendo a soltarte y a soltarme para no volver. Elisa 86

Carta III Cipolletti, Río Negro 11 de marzo de 2020 \"Mi mente, una caja de Pandora” Mi querido: Como siempre y después de un par de días, empieza a ganarme la desesperación, tú sigues en silencio y esta vez puedo, finalmente, ver el significado del mismo. Por la noche, justo a las tres y veinticinco, me desperté sobre- saltada e inmediatamente fuiste lo primero en que pensé. Me llené de angustia y abracé la almohada para no llorar, pero como un poeta al cual conozco dijo: \"Te quedaste ahí, entre el corazón y la garganta, ahí donde duele mucho\". Me arrepiento de no haberte abrazado la última vez que te vi, si en ese entonces hubiese sabido que esta lejanía llegaría, hubiera cambiado un par de cosas. No te abracé sabiendo que sólo en tus abrazos me sentiría a salvo; ese día, como ya sabes, estaba demasiado apurada por seguir con mi rutina. ¡Qué tonta fui! Tengo tu mirada clavada en el alma y a veces eso se vuelve algo tan terrible que me es difícil explicarte por lo que estoy pasando. Por la mañana quise tener la intención de maquillarme, ya sabes, para verme más \"femenina\" pero me parece tan inne- cesario que no creo que haya maquillaje que pueda esconder mi tristeza. Apetezco la comida con desgano, odio la rutina y más odio sentirme así, tan destruida interiormente. Aseo la casa, lavo la ropa y a la vez imagino que hoy, tal vez, estés trabajando, lo que de seguro, hará que tu día sea un poco más alocado. Quisiera saber cómo estás, sólo que me niego a comunicarme. I bambini (como tú les decías) insisten en ir a la plaza, esa misma plaza que está tan llena de recuerdos, esa misma plaza donde tú y yo compartimos muy buenos y malos momentos. 87

Ellos juegan, yo me desmorono. Mi mente es un caos, no puedo dejar de pensarte, mis promesas no me dejan en paz. Como muchas veces escribí: \"Estoy aquí contigo, pero sin ti\" y eso me lastima profundamente. Mi querido: Te extraño tanto y sólo me queda tu fotografía. Intento hablar con Dios, pidiéndole que te cuide, que seas feliz, que en tus malos momentos te llene de luz y con la gar- ganta ahogada en angustia, le suplico que me ayude a olvi- darte. Ha pasado otro día, hoy tampoco sé de ti, y aun así te espero, sabiendo que quizás nunca vas a volver. P/D. Mi querido: He dudado mucho en contarte esto, y si no lo hago me iré con remordimientos de conciencia. Sí, nos iremos con los niños a un largo viaje, el viernes partimos a Buenos Aires y desde allí al lugar de mis sueños. Siempre imaginé que lo haríamos juntos y por placer; te confieso que es la única manera que hallé para escapar del agobio que produce tanta pena. Es una manera de intentarlo, tal vez acertada, tal vez no, aunque dicen que la distancia da la perspectiva de ver más claramente. Pido a Dios que también nos proteja en este ca- mino de sanación interna y que pronto nuestro sol vuelva a brillar para ambos. Elisa 88

Carta IV Roma, Italia 18 de marzo de 2020 \"Mi corazón también funciona sin latidos\" Mi querido: Aquí son las diez y veintiséis de la mañana y aún todo permanece a oscuras, no sé exactamente como está el día afuera ni tampoco me interesa. Es miércoles y no hay mucho por ver en la televisión, ni un libro que me llame la atención. Creo que mi niño sabe que no estoy bien, él siempre ha sido tan independiente, ahora sólo quiere darme besos y estar conmigo en la cama. No me habla, sólo me besa y se acuesta a mi lado. Quisiera tener una buena metáfora para contarte el caos que está provocando tu ausencia... pero sólo tengo lágrimas. Miro el teléfono, veo que estás conectado y me niego a escribirte. Comprendí que si tú quisieras saber de mí, si tan solo me quisieras un poco me escribirías, no lo haces y eso ya explica muchas cosas. Mi existencia se redujo a esta cama, es el único lugar donde quiero estar, lugar donde puedo llorar sin afectar a quienes me rodean. Mi mundo se cae a pedazos y no lo sabes, estoy segura que crees que estoy bien. No lo estoy desde aquel día en que supe que tenía que dejarte ir. Tú sabes lo persistente que he sido siempre, que jamás me detuve ante tu silencio o al menos hasta que me dijeras: \"estoy bien\". Siempre supe conformarme con eso, esta vez y por vez primera, estoy respetando tu decisión de permanecer lejos de mí. Hoy también te extraño y no sé hasta cuándo mi corazón va a soportar tanta tristeza, sólo sé que escribirte es la única forma de soportar esto. Quise evadir mi responsabilidad sobre el proyecto, del cual tú eras parte, crece y crece y no hay forma de escaparme de él. Han llegado grandes escritores a la página virtual y la gente poco a poco se va sumando, hemos logrado 89

en meses, lo impensado (ellos lo han logrado para ser hones- ta), yo apenas puedo respirar, hay tantas cosas que perdieron el sentido. Si el tiempo fuera otro y estuvieras aquí yo te hubiese preparado un café Stretto (muy solicitado aquí), no estás y una parte de mí tampoco. Para ser sincera, no sé qué me deparará el día, como ya te dije antes, no tengo ganas de levantarme de esta cama, ni deseos de comer, sólo quisiera dormir, dormir hasta que haya podido olvidarte. Siempre te consideré como la otra cara de “la moneda”, si yo creía que todos los hombres dañaban, jamás pensé que tú podrías hacerlo. Si yo creía que no valía la pena querer a nin- gún hombre, contigo supe que sí y darlo todo. Pero hoy no estás, hoy lastimas con tu ausencia más que cualquier otro hombre que haya conocido. Eras el único que podía curarme o destruirme y me destruiste, aunque tal vez, no quisiste hacerlo. Yo sé todo lo que has sufrido y no merecías el daño que te hicieron, intenté incansablemente ayudarte a sanar y creo que cuando yo llegué ya era demasiado tarde. A mi mente viene aquella ocasión en que me dijiste que tu corazón “funciona sin latidos”, nunca pude entenderlo hasta hoy, que sé exactamente a lo que te referías porque me está pasando. Aquí las horas pasan lentas y agonizantes, hace frío y no sólo por el invierno, es que me he dado cuenta que jamás volverás a abrazarme. No hay una distancia más grande que esta que hoy nos separa, la distancia del corazón. Ruego a Odell (Dios, como lo sabes) que te cuide y te bendiga donde sea que hoy estés, yo aquí te pienso e intento hacer lo correcto y lo correcto es olvidarte, aunque parezca una paradoja. Elisa 90

Carta V Roma, Italia 25 de marzo de 2020 “Las últimas gotas del perfume\" Mi querido: En el tiempo que ha transcurrido no he hecho más que recordarte y llenarme de dolor, he ido de la cama a la ducha, de la ducha a la cocina y nuevamente a la cama donde todo es oscuridad. He aprendido a sobrellevar algunas cosas, veo más televisión e inevitablemente tarde o temprano tu re- cuerdo también regresará. Sigo durmiendo poco por la noche y muchas horas en el transcurso del día, hasta que mi corazón pide despertar de esta pesadilla que es la vida sin saber de ti. Me vuelvo a quebrar. Creí que la distancia lo solucionaría todo, y que por arte de magia yo te vería como a cualquier otra persona ajena a mis sentimientos, sin embargo la distancia nada pudo hacer con todo lo que por ti sentí y aún siento. Desde que llegué aquí dejé atrás mis ganas de maquillarme, mi pelo aún es corto, ¿sabes?, y está desordenado como todo desde que salí huyendo de ti. Llevaba mucho tiempo sin po- nerle a mi piel una gota de perfume, pero hoy al abrir nueva- mente mi maleta, allí estaba, como tú en otro de mis recuer- dos. Era tan atípico que pidieras o aceptaras verme que la tarde que me dijiste que nos veríamos en la plaza, supe que algo iba a suceder. Me puse un jeans y un suéter negro, me pinté los labios y apliqué en la ropa unas gotas de perfume, ese que nunca me había puesto antes. Charlamos mucho ese día, como siempre intenté hacerte ver que todo estaría bien, que todo pasaría, que todo se cura (ojalá ahora pudiera creer que es cierto) y entonces te que- braste ante mí y me revelaste el más doloroso de tus secretos. Me dejaste sin palabras, no sabía qué decirte, sí quería que 91

supieras que yo estaba ahí para ti, te abracé como intentando juntar tus partes rotas y las mías también. Fue entonces cuando sentiste el aroma de este perfume y me hiciste saber que te gustaba, fue mi perfume favorito desde ese instante. Ya ves como todas las cosas te traen de nuevo hacia mí, aun esos momentos donde fui todo lo feliz que hoy no soy. Mi querido: Qué difícil es saber que el tiempo no puede volver atrás y que cuando a uno de los dos le perduran los recuerdos, algo que fue especial se vuelve destructivo. Katzenbach escribió: \"Una promesa puede estar tan cerca de ser una mentira, como de ser una verdad...”, te prometí estar para ti siempre y hoy esa promesa se ha vuelto una mentira, quisiera no haberte fallado. Aquí la primavera ya muestra su presencia, dentro de mi alma sólo queda un jardín de hojas secas en el cual no creo posible que algo pueda florecer después de ti. Imagino que tu vida es como siempre, aunque nada he sabido, aún te extraño, todavía te necesito, no soporto la idea que tú sí me hayas olvidado. En este cuarto reina la misma oscuridad que en mi corazón, no siento ganas de ver el mundo de afuera y me preparo para volver a dormir, y tal vez hoy en mis sueños, decidas abrazarme, quizás así pueda volver a verte y por seg- undos aplacar este dolor que me consume. Busco soñarte, porque en la realidad, ésta en la que no estás, se me hace insoportable. Ya no sé si rezarle a Dios, des- pués de todo creo que no me ha escuchado ni ha visto los escombros de mi corazón. Aquí donde sólo el fantasma de tu recuerdo está, yo sigo sin olvidarte. Elisa 92

Carta VI Roma, Italia 1 de abril de 2020 \"La reencarnación de Pierrot\" (El payaso triste) Mi querido: ya no sé si considerar a la noche como mi aliada o mi enemiga, sí sé que es en ella donde más pienso en ti y en la que menos puedo entender por qué esto me está pasando. He dormido apenas dos horas en las que intenté bus- carte en mis sueños y no estabas en ellos. Siempre hemos creí- do en que antes de ésta, hubo otras vidas y creo, mi querido, que en la otra debo haber sido un Pierrot (un payaso triste). Como bien sabes, este personaje nace en la Italia del siglo XVI y se caracteriza por ser víctima frecuente del desamor. Tal vez en otra vida también fuiste para mí lo que eres hoy: la causa de todas las penas que produce un amor no correspon- dido. ¿Recuerdas? Fue justamente un Pierrot aquello que te obsequié una vez. Fue en uno de mis cumpleaños que elegí a estos payasos tristes como recuerdo de mi festejo, siempre los vi tan hermo- sos y ahora sé por qué ellos representan lo que yo soy. Siempre he sido como una niña contigo, guardé ese payaso triste por días hasta poder dártelo y sé que le diste un nombre aunque ahora no puedo recordarlo. Me hubiese encantado poder charlar sobre esto contigo, siempre he admirado todo el conocimiento que posees y hu- biese sido, sin dudas, una charla interesante que yo hubiese culminado abrazándote. Pero no estás aquí, aquí sólo estoy yo tratando de sobrevivir a esta mala trama. Anoche, antes de dormir, te envié un mensaje porque así de idiota soy, no sé bajar los brazos ni siquiera cuando me veo llena de heridas que me desangran. Sé que no responderás y dudo que ni siquiera te tomes la molestia de leerlo, es mi alma 93

desgarrada la que te proclama, la que necesita hacerte saber que de alguna forma aún estoy donde me dejaste, esperando no sé qué... tal vez un milagro. Intento planificar mi día, aunque sé que de seguro como en los anteriores, me quedaré en la cama por largas horas con alguna tonta excusa y una sola verdad \"no tengo ganas de ver un mundo donde no estás\" (al menos, no para mí). Soy la reencarnación de un Pierrot, soy una mendiga que muere de a poco sin tenerte; soy tantas cosas y a la vez, no soy nada. El tiempo no es favorable para mí, no he podido apar- tarte de mis sentimientos y he dejado que tu ausencia me hunda por completo en una oscuridad que no siempre es rela- tiva a la noche. Mi querido: Qué difícil es quererte tanto y que estés tan lejos en todos los sentidos. Dios, aquí me ha dejado muchas cosas pero no el antídoto para este dolor, ni la esperanza de que mañana yo también pueda olvidarte. Elisa 94

Carta VII Roma, Italia 8 de abril de 2020 \"Promesas que condenan” Mi querido: Han pasado varios días desde la última vez que te escribí, pero no…, no he dejado de pensarte ni uno solo. Procuro hacer la suficiente cantidad de cosas como para agotarme a fin que la mejor opción sea luego dormir. No pienses que es algo loco, es mi estrategia para evadir el dolor que me causa pensarte y saber que hoy eres ausencia. Mis amigos están agobiados por la forma en la que me encuentro, las ojeras delatan mis noches sin dormir y mi mi- rada revela todo el sufrimiento que me causa no saber de ti. Lejos de mí, sigues con tu vida (sé que es así), me imagino que sientes alivio porque ya no tienes que lidiar con mis mie- dos e inseguridades. Ellos tratan de acompañarme, de aconse- jarme, y a menudo, me recuerdan que tú no has muerto, sólo decidiste alejarte de mí. Todos dicen que me dé el tiempo para asimilar y pasar por este duelo, ellos no entienden que he sido yo la que ha muerto, al menos para ti. Por las mañanas, camino por calles desiertas escuchando esa canción que descubrí a tu lado, esa que te trae de nuevo; en tanto, camino aunque muchas veces no sé hacia dónde debo ir. Nada es tan fácil como me gustaría que fuera y me pregun- to: ¿Cómo haces para no recordarme, para olvidar mis prome- sas? Promesas que aunque quiero, ya no puedo cumplir. Recuerdas la vez que te regalé ese anillo, te pedí que abrie- ras el estuche cuando ya me hubiese ido porque no sabía cómo reaccionarías. El anillo rezaba en su interior simplemente dos palabras: \"Quererte siempre\". No lo tomé como una promesa, sino como un juramento, que a pesar de las circunstancias, aún 95

me esfuerzo por cumplir... yo no he dejado de quererte ni por un instante y tal vez esa sea mi condena. He pensado en volver a viajar, en volver a huir intentando que tu fantasma no me encuentre. Mi protector dice que es en vano viajar, que esta mochila que cargo desde que te fuiste seguirá estando en mi espalda, vaya donde vaya y rezo para que él se equivoque. Hoy después de mucho tiempo me volví a maquillar y de- terminada a cambiar, hacer de este dolor algo positivo y llegué a la conclusión que si las promesas que te hice son mis condenas, las cumpliré una a una. Retomaré los estudios y me esforzaré por terminar esa carrera que una vez te prometí que acabaría, sigo deseando que te sientas orgulloso de mí. Lucharé por mis metas, esas que tantas veces te conté, lo haré por mí y por ti también, porque necesito ser algo mejor de lo que siempre pude mostrarte que era. Jamás me rindo y lo sabes, me levantaré de esta cama, y contigo en mi memoria, iré por todo aquello que una vez dijiste que esperabas que yo hiciera para mi bien. Tal vez entonces, al menos, te encuentre en mis sueños y vengas a abrazarme, quizás si cumplo mis promesas veas que sí fui capaz de darlo todo por ti. Y si no regresas, quizás encuentre un sendero nuevo por dónde ir o al final de este abismo, halle la manera de olvidarte, como sé que tú te olvidaste de mí. Elisa 96

Carta VIII Roma, Italia 15 de abril de 2020 \"Murallas y apariencias que engañan\" Mi querido: Aquí estoy viviendo una vida que no se parece en lo más mínimo a la deseada, y también recuerdo que fui yo la que jugó a cara o cruz todo lo que tenía que ver contigo. No puedo entender el propósito del destino que me hace sobrevi- vir sin saber absolutamente nada de ti. No quiero pensar demasiado, sabes… la mente puede ser muy cruel y no im- porta cuántas murallas haya levantado y las tirara para des- truirte. Es que cuando la noche llega siempre vuelves a mi mente, sólo que ya no hay en mi razonamiento nada que me consuele, me veo tan mortalmente herida sin ti y te imagino tan libre y feliz sin mí. Es que si fuera diferente, en su momento me habrías detenido, pero me soltaste y simplemente dejaste que me fuera, tu lejanía me demuestra que dejé de existir, al menos para ti. Te fue tan fácil que ahora no puedo imaginar que al- guna vez me hayas querido. En realidad, no es desde la fecha que pacté tu lejanía, es de mucho antes, de cuando yo todavía luchaba por quedarme. Ninguna de mis acciones fue suficiente para hacerte entender que de verdad te quería, que para mí valías todos y cada uno de los riesgos. Y aquí estoy, intentando remendarme y lu- chando por seguir, tratando de no pensarte, de que no duelas, de fingir que soy fuerte y que aún existe algún tipo de espe- ranza. Creo que no soy buena construyendo murallas, desperté de todo, mi querido, jamás puse una puerta para no dejarte entrar; vienes, golpeas mi corazón con tu lado más ausente y por un muy corto lapso de tiempo, desapareces. Nunca he sido buena 97

soportando tus silencios, asimilé muchos de ellos; a veces desaparecías por días y mientras yo lloraba y me desesperaba, tú te desmoronabas en tu propio infierno lejos de mí. ¿Recuerdas esa vez que después de varios días sin ha- blarme, volviste y me dijiste que ya no querías vivir? Ese día sentí un dolor muy parecido a este que siento hoy, fui a buscarte, y cuando llegué, ya te habías ido y yo... yo sólo pude rezar para que no te hicieras daño. Apareciste días después, me diste las gracias por preocuparme por ti, por estar ahí en tus malos momentos y así me devolviste el alma al cuerpo. Ahora, mi querido, tu silencio es absoluto, ya no sé cómo son tus días: si estás estresado, triste o cansado, pero me aferro a creer que estás bien. Tus murallas son demasiado difíciles de romper y esta vez algo me dice que también me cerraste las puertas, que en tu mundo ya no existe un lugar donde yo pueda pertenecer. No he podido sacarte de mi corazón, aún habitas en mi pecho, sólo que ahora ya no dibujas sonrisas, me he vuelto un mar de lágrimas que no deja de extrañarte. Es inevitable preguntarme: ¿Por qué me dejaste ir? ¿Por qué si sabías cuánto te quería y no intentaste componer nues- tras diferencias? Me soltaste sin saber que no tenía alas para volar y caí en lo profundo, me convertí en trozos de una historia que no volverás a contar. Ojalá pudiera aprender de tu estrategia y lograra dejar de mirar hacia atrás para buscarte, consiguiera que Dios me escuchara y yo también pudiera mantener altas las murallas y cerradas las puertas de mis sentimientos que todavía te esperan. Aquí las cosas están así, entre la calma y el infierno, entre la tempestad y la tristeza, en días que no tienen razón de ser, porque después de todo, seguir sin ti es sólo eso. Elisa 98

Carta IX Roma, Italia 22 de abril de 2020 “Madejas de hilos que no se rompen” Mi querido: Te pido disculpas porque no he podido escri- birte en estos días, aún trato de entender muchas cosas que provocan una revolución absoluta en mis adentros, cosas de las que no me animo a hablarte, no al menos hoy. A veces por las noches te sueño, creo que es una forma de consuelo, siento como una parte tuya vuelve a mí, puedo be- sarte y al menos, por un instante, percibo el calor de tus labios, me abrazas y después te alejas, intento sostener tu mano para detenerte y es en ese mismo momento en donde despierto. Aquí en esta habitación sólo estoy yo y soñarte no me parece suficiente, sé que debo conformarme. A veces vienes por segundos, otras, te quedas un prolongado tiempo, como si mis sueños fueran para ti un lugar por descubrir. Me veo allí, a orillas del agua esperando por ti, mis retoños juegan a mi alrededor y lanzan piedritas al agua para verla salpicar. De repente, ellos gritan de alegría y me doy vuelta justo en el momento en que tú, con un gesto, les pides que no digan nada, para así poder sorprenderme. Te miro y me son- ríes en esa forma que tanto he amado, me envuelves en un abrazo y puedo percibir tu perfume. Nada parece haber cam- biado entre nosotros, el tiempo se detiene justo ahí, en la pro- fundidad de tus ojos. Algo me despierta de pronto, la habitación pareciera estar frenada en el tiempo, ruego poder volver a dormir pero ha lle- gado el momento del desvelo y se hace presente en mí el re- cuerdo de esa vez, que hipnotizada por tu mirada, escribí una de mis historias. Tú fuiste al primero a quien se la entregué, ¿recuerdas? 99

El personaje se llamó Gabriel en honor a tu padre, fue en esa historia que también te demostré lo que me hacías sentir. Dejé esa vez una pequeña huella que durará mientras existan mis letras. Aquí las calles están desiertas, la gente está presa de mie- dos un tanto apocalípticos y con justa razón, yo no podré regresar tal vez en mucho tiempo. Nadie puede dejar el país, no nos queda más que extrañar aquello que por designio del destino, están lejos. Mi vecina, a veces, me envía un texto al celular, lo que es increíble porque con sus noventa años, Francesca casi no ve, aun así desde que le enseñé a usarlo, jamás ha dejado de ha- cerlo; aunque no siempre le contesto y sé lo descortés que esto puede parecerte, y es que a veces solo quiero estar contigo en mis recuerdos. Ella siempre me dice “que estoy unida a ti por el hilo invisible del destino, que enjugue mis lágrimas porque regresarás…” quisiera tanto poder creerle. Imagínate a todos los que están aquí sin poder correr a los brazos de quienes aman, una nueva pandemia ha llegado y lo único que se puede hace es orar para que pronto pase. Imagí- nate mi querido, una madeja de hilos que no se rompe, atra- viesa océanos y se extiende entre continentes, porque todos le pertenecemos a alguien; yo aún te pertenezco y no hay pande- mia que pueda alejar de ti a lo que queda de mi alma. Te extraño como siempre, quizás más que antes. Ojalá mañana por la noche regreses a mis sueños, te estaré espe- rando, porque yo, mi querido, ya he comprendido que no exis- te oración que me permita olvidarte. Elisa 100


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