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NUESTROS ESCRITORES II - S.A.D.E FILIAL LOMAS DE ZAMORA

Published by Gunrag Sigh, 2021-12-09 17:42:14

Description: NUESTROS ESCRITORES II - S.A.D.E FILIAL LOMAS DE ZAMORA

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He transitado muy bien el momento de la pandemia. Si- guiendo los protocolos y conductas sugeridas por las au- toridades. Las letras ocuparon el lugar de siempre, lúdico. Como socio fundador de nuestra filial, significa un honor estar siempre acompañado por mis amigos escritores. El siguiente relato de mi autoría, será parte de una novela inédita titulada: Llámale justicia. ELLA La miró fijamente y le dijo: —Hoy será tu primer día de trabajo. No sé si voy a poder estar tranquilo, espero que no seas muy celosa. Estás bri- llante, y para los demás deberás ser invisible. Te tengo en mis manos y me siento aún más inseguro; creo que el tiempo me enseñará a valorarte. Me asusta pensar que al- gún día pueda perderte. Hasta entonces, vas a ser mi fiel compañera, en las buenas y en las malas. Tu silencio será fundamental; que no hables, para mí va a ser un alivio tre- mendo. Faltan dos horas, estoy nervioso y vos tan fría. Te hablo como un loco. Mis manos sudorosas te acarician como amándote, sin sentido… La luz tenue de la habitación, acompaña con delicadeza este momento tan sensual como sórdido. 101

Mientras él la apoya sobre la cama, le susurra: —Siento que estás cada vez más fría y, sin embargo, el contrasentido de que jamás te calientes me invade. Antes de apagar la luz la acaricia por enésima vez, la lleva hacia su cuerpo, revisa el cargador y la esconde en la cin- tura, debajo de la campera. 102

VIAJE DE UN INMIGRANTE Siendo marinero de profesión, después de la guerra me contrataron en un viejo buque de carga con el que tocába- mos puertos de Grecia, Egipto e Italia. En esa rutina, cada veinte días regresaba a mi casa de Pescara para pasarla junto a mi madre y mi hermanita de diez años. Todo seguía un ritmo normal, casi aburrido, hasta que un compañero me propuso trabajar en una línea que iría por Brasil, Uruguay y Argentina. Como me gustaban las aven- turas y disponer de dinero en el bolsillo, acepté de inme- diato. Recuerdo cuando se lo dije a mi madre: —No te preocupes, mamá, cada sesenta días estaré de regreso. Ella no respondió, lagrimeó disimuladamente y siguió tra- bajando como de costumbre. La noche antes de partir, me planchó la ropa que llevaría en la valija y me entregó una caja de cartón con pasas de uva preparadas por ella. Sería imborrable la mañana que dejé Pescara: mi hermanita me siguió hasta que subí al ómnibus, como si quisiera asegurarse de que me iría. En cambio, mi madre caminó hasta la salida del pueblo lle- vando una vara con un pañuelo blanco en la punta, que sostuvo bien alta hasta que los brazos se les acalambra- ron. Quería que su saludo de despedida se viera desde lejos y que me acompañara en un viaje que ella intuía sin 103

regreso. Cuando dejé de ver el pañuelo sacudiéndose en el aire, sentí una oleada de arrepentimiento por lo que es- taba por hacer y lloré sin tener vergüenza. Partimos de Génova con la carga completa. Tocamos San- tos, Montevideo y por fin llegamos a Buenos Aires. ¡Qué ciudad! ¡Qué país! ¡Cuántas mujeres hermosas! ¡Cuántos paisanos! Por suerte para mí y mala suerte para el dueño del buque, sufrimos una avería en el motor que nos dejó anclados en el puerto durante quince días. Durante la espera, visité la ciudad e hice varias excursiones al campo. En uno de esos paseos conocí a la hija de un italiano que cultivaba hortali- zas. Ella me habló del trabajo de su padre, de la riqueza de la tierra y del futuro promisorio del país. Yo le hablé del mar Mediterráneo y de mi pueblo. —Aquí, la gente es igual que en Italia —le dije—. La gran diferencia es que en la Argentina está todo por hacer. —Mi padre dice lo mismo, y sus amigos también. Sola- mente se necesita gente que quiera trabajar y progresar. Me entusiasmé con esa idea porque, igual que mis pa- dres, el trabajo no me atemorizaba; al contrario, me agra- daba sentir en el rostro la transpiración del esfuerzo. Ade- más, esa mujer me gustaba. Sin dudarlo, al otro día fui a buscar mi paga a Buenos Aires y regresé a trabajar como “marinero de tierra”. 104

Mi madre había tenido razón, ese viaje me alejaría de Italia y de mi familia. Aunque prometí escribirles todos los meses y enviarle fotos, solamente cumplí el primer año. Varios años más tarde, mi hermana me escribió diciendo que nuestra madre había fallecido. Traté de esconder mi tristeza, pero no pude. Cientos de pensamientos me abrumaron hasta hacerme saltar el co- razón: me acordé del pañuelo saludándome desde lejos, su voz, sus pasas de uva, el olor de las salsas de tomate casero, sus manos callosas. A pesar de que mi mente tra- taba de consolarme diciendo que estaba a quince mil kiló- metros de Pescara y que hacía doce años que no la veía, mi corazón me respondía con nostalgias, angustias y me- lancolías. Aunque interiormente deseaba regresar a Italia lo antes posible, comprendí que mi vida ya estaba en la Argentina, donde me había casado y tenía un hijo. Este país me había adoptado con generosidad, abriéndome los brazos. Me sentí un ingrato. ¡Qué sufrimiento ser inmigrante! ¡Cuántas congojas por la distancia! ¡Cuántas noches de insomnio pensando en el lugar donde se nació, en la familia, en los amigos lejanos! Ya pasaron cuarenta y cinco años desde que llegué y to- davía hablo con una pronunciación italiana que indica que soy inmigrante. Por momentos me siento triste de ver que, a pesar de su buena gente, la Argentina no avanzó como me hubiera gustado. 105

¿Qué obtuve de este viaje que inicié en el Mediterráneo? Formé una familia, mis nietos estudian en la Universidad y poseo un trozo de tierra en la que cultivo hortalizas, como lo hacía mi suegro. Quizás mis nietos también lo hagan a pesar de los títulos universitarios que reciban, porque les he enseñado que todos dependemos de la tierra, a la que debemos amar y cuidar. 106

Durante este difícil momento que estamos atravesando a nivel mundial, no he podido ser ajena a las dificultades que atraviesan los niños, familias y docentes, entre los cuales me incluyo, para sobrellevar el aislamiento, las pérdidas, los cambios de hábitos, los procesos de enseñanza, la continuidad pedagógica, entre otras situaciones cotidia- nas. Así surgieron los Cuentos tradicionales en tiempos de pandemia, compilados en dos libros, pensados con el pro- pósito de ayudar a manejar las emociones de los peque- ños. Como socia de Sade puedo decir que ser parte de esta Institución me ha ayudado a sobrellevar el aislamiento con un sinfín de convocatorias, proyectos, reuniones virtuales, charlas, entrevistas, concursos y propuestas, que nos mantuvieron comunicados entre los socios, en un clima de entusiasmo y camaradería. PAJARITOS A VOLAR Estaba terminando el verano y también las vacaciones. Las hojas del árbol se iban poniendo amarillas. Pronto lle- garía el otoño. La Señora de los Pájaros todas las maña- nas se quedaba un rato más junto al árbol después de lle- var la caja de comida y el agua. Algunas veces agarraba un puñado de semillas y extendía la mano para que sus amigos picotearan mientras ella les hablaba. Marina no sa- bía que les decía, pero veía que los pájaros la escuchaban y la miraban atentos, como si entendieran. Ella imaginaba 107

que eran cosas bonitas como las que le decía su mamá cuando la peinaba, o la arropaba en las noches antes de dormir, en fin, mamá siempre le decía cosas bonitas. Esa mañana la vecina se había desatado el lazo de color azul cielo de la trenza. El pelo blanco caía sobre sus hom- bros como una capa de plata envolviendo al colorido ves- tido hecho con retazos de viento. Las clases habían comenzado una semana atrás y cuando Marina salió para ir al jardín La Señora de los Pájaros seguía sentada junto al árbol. Era la primera vez que se quedaba tanto tiempo en la vereda (y la última que la vería allí con su cabello suelto y los pajaritos a su alrededor). Durante la tarde Marina pensó en ella. Al regresar a casa por el camino de siempre le fue contando a la mamá de la nueva maestra y lo que habían hecho sus compañeros du- rante las vacaciones. Cuando estaban llegando a la es- quina sintió que algo faltaba. De repente se le hizo un nudo en la garganta que la dejó sin ganas de seguir hablando cuando vio la vereda de enfrente llena de hojas. ¿Y la ve- cina, no salió a barrer?, ¿y los pájaros, dónde están?, del árbol caían hojas amarillas y se iban acomodando en la vereda hasta formar una alfombra del color del sol. En la cuadra todo era silencio. No había trinos ni pío pío, ni tero tero. Mamá le explicó que al llegar el otoño muchas aves emigran hacia lugares más cálidos, a otros países donde comienza la primavera. En ese momento una sonrisa nació en el corazón de Marina. Poco a poco se fue desatando el nudo de su garganta y le pidió que cruzaran de vereda. Tomadas de la mano miraron hacia ambos lados de la ca- lle y cruzaron. Fue como caminar por un puente de luz. Al 108

llegar al otro lado se pararon sobre la alfombra de hojas que ya no eran amarillas sino anaranjadas porque el sol desde el horizonte las pintaba con la luz rojiza del atarde- cer. Marina sintió como si caminara sobre una nube cuando de repente del árbol casi pelado cayó la cinta del color del cielo. Rápido la atajó en el aire antes que el viento se la llevara. Se la mostró a su mamá quien enseguida le acarició el cabello y con sus suaves manos lo trenzó. Desde entonces la pequeña luce una hermosa trenza adornada con un pedacito de cielo y de magia. Marina había descubierto por fin el misterio de la Señora de los Pájaros. Nunca supo su nombre real pero su re- cuerdo lo guardó en un lugar muy especial de su corazón. Y vos, ¿descubriste quién era realmente la Señora de los Pájaros. El texto corresponde al capítulo 10 (capítulo final) de la novela infantil titulada Marina y el misterio de la Señora de los Pájaros, 2021, Ediciones Lenú. 109

La pandemia y la cuarentena prosiguen y el desarraigo so- cial —las reuniones de SADE incluidas— me dejaron ya la cicatriz que a mis años quedará indeleble. Dejé de leer y “escribir” se esfumó de mi sesera…hasta hace no muchas semanas atrás. Estoy ahora (paso a paso) elucubrando un cuento que tal vez nazca antes de fin de año…tal vez. La salud tiene mucho que ver con el futuro (este año estuve internado un par de veces durante varios días y por dife- rentes achaques). Acompaño un cuentito breve escrito hace mucho y que descubrí escondido entre un montón de chatarra de mis escritos primerizos. TIEMPOS VIEJOS El Imperio Romano y Julio César, los Incas y la Buenos Aires mitológica de Pedro de Mendoza. Y el hombre de Neandertal o Cromañón. ¿Cómo ambientar, “sintiéndola”, una historia en tales épocas y mundos, ¿cómo ubicarnos en su hábitat mental y espiritual? Cierta vez, hace mucho, me llegó la siguiente historia: En la Inglaterra medieval, un poco antes o un poco des- pués de Guillermo El Conquistador, un exhausto caballero y su caballo, también agotado y hambriento, llegaron a una mísera cabaña donde vivían un labriego y su esposa. Era un atardecer de enero y el caballero apenas pudo apearse 110

de su cabalgadura pues piernas y manos, a pesar de botas y guantes, estaban insensibilizadas por el frío de la larga jornada a la intemperie. Fue cordialmente recibido por los caseros. Ya dentro de la choza, el caballero se despoja de los guan- tes y procura entibiarse las manos con su aliento. El gesto es observado por el campesino y su mujer; ambos cruzan una mirada de extrañeza y el marido pregunta al caballero ¿por qué resopla sobre sus manos?, el recién llegado ob- serva pensativo a la pareja un par de segundos y responde que nada más buscaba entibiar sus manos con el aliento. Los campesinos asienten comprensivos. Al rato, sentados a la mesa, la mujer acerca la humeante marmita de la que verte una generosa porción en el cuenco del caballero. La vianda estaba, como debe ser, muy caliente. Grande es la sorpresa de la pareja al ver que el caballero se inclina so- bre el cuenco y, nuevamente, se vale del aliento como lo hiciera sobre sus manos. Ante el gesto del huésped, la esposa del labriego pregunta con tono de sorpresa si la sopa estaba fría. El caballero sonríe y contesta que no, que estaba muy caliente, y que la soplaba para enfriarla un poco. En el siglo XI la superstición y la ignorancia campaban a sus anchas; los campesinos, temerosos e indignados a la vez, expulsan al caballero de la casa armados con un ha- cha el hombre y una cruz de madera la mujer. No querían en su hogar a Satanás, o uno de sus diablos, que con su aliento podía calentar o enfriar las cosas a su antojo. 111

No puedo, así, de repente, introducirme en un mundo así, en un mundo psicológico de distancia entre el medioevo y el presente. En nuestros días, puedo comprender sin explicación que una mujer tenga hogar propio, hijos y compromisos de todo tipo, económicos y sociales y que, por eso y por sobre todo eso, “pague la olla”. Es parte de mi entorno vital, aunque la diferencia generacional ponga reparos a alguno de los cambios de la evolución de la especie. ¿Pero en el siglo V antes de Cristo? Sócrates es un perso- naje casi mitológico; su vida y, sobre todo, su pensamiento nos ha llegado a través de voces muy lejanas; pero aun así no dejo de preguntarme: “¿Quién pagaba la olla en la casa de Sócrates?”. Por lo que sé el viejo filósofo se pa- saba el día en el ágora, charlando con la gente y llenando las gónadas de los jóvenes con pregunta tras pregunta, para que al fin llegaran, con sus respuestas, a la compro- bación de la verdad o falacia de sus creencias. Parece que Sócrates —que no dejó nada por escrito, quizá porque no sabía escribir— había descubierto la “Razón” y pretendía iluminar a los atenientes para que se acostumbraran a uti- lizarla. Ya sabemos cómo le fue. El altruismo pisa leve so- bre la tierra. Pero, ¿qué hacía Xantipa mientras su marido holgaba en el ágora? Confieso que no he logrado —al menos en los últimos días y hasta hoy— encontrar la manera de aproximarme con alguna comodidad a los viejos tiempos sugeridos. Llegué a pergeñar, sin embargo, el germen de una historia en la 112

que el histórico (y dudoso) “¿Et tu, Brute?” se había refe- rido al momento en que Julio César descubriera que su ahijado Bruto era otro de los amantes de su esposa. Pero últimamente no me he sentido lo bastante irrespetuoso como para cruzar espadas con la historia, así que… Mario Jaimes (con un poquito de vergüenza) marzo 29, 2016 113

El tiempo de pandemia lo transcurrí asimilando la necesi- dad del aislamiento, del distanciamiento personal (no so- cial, ya que socialmente nos mantuvimos unidos gracias a la tecnología), valorando la utilidad del tapaboca y anhe- lando la vacuna. Las letras ocuparon el treinta por ciento del tiempo. Ser parte de SADE es un orgullo. Epílogo Tiempo después, cuando ya había superado la emoción de haber compartido una relación afectuosa con uno de mis personajes, habiéndome convertido yo mismo en un personaje, revisando la carpeta de fotografías de Puente Alsina, encontré doblado en cuatro, el papel de estraza que Floreal me regalará en nuestro último encuentro. Al abrirlo, ¡grande fue mi sorpresa al encontrar un poema lun- fardo que Ramírez le dedicó al Malevo de Fierro!, que, se- gún él, era el rostro mismo del Tigre Millán. Rodó la testa del malevo. El morocho rechiflado relojeó el amasijo. Enfundó su canto el zorzal. Puente Alsina y la yeca del Herrero, engayolados por el progreso, gimieron un burdo sonar de bocinas 114

y los tangueros, ni cinco a la yuta. Chamuyan por ahí que José Perera, el escultor, pianyó sin comprender la chirinada. Yo, que anduve entreverado en más de una en este rioba de tauras y proletas, te bato la justa, malevo: la azotea que debió irse en banda, no era la tuya sino la del quía que dio la orden. Floreal Ramírez Primera parte del libro Diálogos del arrabal, 2020, ISBN 978-987-46957-4-1 115

(El texto es inédito y no forma parte de ningún libro). Carta para Ale Banfield, 9 de julio de 2021 Querido Ale: Es raro esto de escribirte una carta. Quiero contarte que, al final, me voy. El micro sale hoy al medio- día. El mar, como tanto soñé, me espera. Alquilé una ca- sita en la playa. Ya viajé varias veces para llevar algunas de esas cosas que necesito tener cerca. Sabés de qué te hablo: de los libros, de las revistas Ñ que nunca terminé de leer; de los apuntes que me quedaron de acá y de allá, de las fotocopias, y de las fotocopias de las fotocopias; algu- nos muebles también, los significativos nada más. Llevo la mano de Fátima de madera pintada con colores brillantes que compré en Colonia, el atrapasueños de Brasil… Mirá vos, escribo y me doy cuenta de que me detengo en men- cionarte «amuletos», si se quiere, para la suerte o de pro- tección. Por cierto, llevo algunos más, pero no voy a con- tarte. Ropa, y esto y aquello, te imaginarás. Tus discos, los que quedaron en casa, los que traías para que escuchára- mos juntos. El resto lo dejo, iré trasladándolo de a poco, si es que me adapto, si encuentro mi lugar. Creo que sí, que voy a estar bien. 116

Tantas veces hablamos de un lugar para los dos. No tuvimos ese lugar. Lo siento, nunca voy a can- sarme de pedirte perdón. No te pido perdón por el aleja- miento. Nada es para siempre, dicen. Pero sí, eso sí, no tenía derecho a ser cruel con vos. Debí cuidarte, debí pro- tegerte de mí. No me hubiera costado nada. Me di cuenta tarde, cuando te vi callado, lejano, con los ojos tristes. Te escribo porque, a pesar de todo, creo que es posible que te alegres de que esté haciendo lo que que- ría, porque, aunque dijera que no tenía proyectos, estoy segura de que adivinabas que sí. Sos observador. Creo que en exceso. Te quiero, te quiero demasiado como para no decírtelo. Por eso, sin champán, sin una cama para compartir, con la propuesta de que esta vez sean solo unos mates, cuando quieras, dulce Ale, te espero en la casita de la playa. Y hasta, quién te dice, por ahí, me perdones. Para vos, un beso y un abrazo que duren hasta los próximos, como nos escribíamos en cada mensaje que nos mandábamos. Mariana 117

Escribir en tiempos de pandemia me ha permitido arribar a profundas comprobaciones, sólo verificables en época de crisis muy movilizadoras. Palpar el dolor cotidiano de una realidad que se impone con obliga a transitarlo, a hacer con él algo creativo para crueldad me facilitó distinguir con nitidez la diferencia entre dolor y sufrimiento. Entendí que el dolor acontece, se im- pone por la propia relevancia de su presencia… está ahí… su vigencia nos poder transformarlo. El sufrimiento es opcional, puedo decidir que no me anu- lará y apartará esa oscuridad de mi camino. Es una deci- sión voluntaria. Tomo entonces el dolor, lo asumo y para poder transformarlo: escribo… escribo. Escribo intentando buscar la luz y así expulso la oscuridad del sufrimiento. Aprendo a convivir con el dolor de una realidad que a tra- vés de la escritura intento cambiar. El pertenecer a una institución cultural como la SADE completa el marco de apoyo espiritual necesario para sobrellevar la situación aludida. Interactuar con colegas que con sus escritos quieren eva- dir la oscuridad de una realidad en la que involuntaria- mente somos protagonistas, es un bálsamo solidario que alivia el alma y entibia el corazón. 118

PERMANECER (inédito) Cuando tan sólo me haya ido, pero, mi presencia aún esté contigo comprenderás que en el amor hay muchas cosas sin sentido. Cuando recuerdes todo lo vivido y sientas que a pesar de lo sufrido tu alma se estremece en la añoranza de todo aquello compartido… Entenderás —en ese instante— cuán cerca tuyo estoy a pesar de haber partido. 119

La pandemia es una experiencia nueva para los habitantes del mundo en este siglo. La necesidad de permanecer ais- lado, con restricciones a los contactos familiares y amista- des, obliga a recluirse en uno mismo y buscar los canales que permitan superar las limitaciones que ello provoca. La lectura y la escritura resultan ser una enriquecedora e idó- nea herramienta para sortear esta etapa de profundo pesar para toda la humanidad. Las instituciones, como la SADE, contribuyen a sosegar esta dura etapa que nos toca vivir. EL DESATINO (cuento breve) No hay nada más odioso para un niño que obligarlo a imitar el comportamiento de un adulto. Los niños se sociabilizan y manifiestan a través del juego, dando expresión a su ver- sión lúdica de la vida. Pretender algo distinto es, simple- mente, un desatino. Recordé momentos ingratos vividos durante mi niñez. Mi padre era un autodidacta, un ávido lector de las obras de Lope de Vega, Calderón de la Barca, Pío Baroja, (buena parte de la colección de Espasa-Calpe). Su infancia fue muy dura, debiendo trabajar desde temprana edad para sostener las necesidades de una familia de inmigrantes ita- lianos. No tuvo la oportunidad de completar los estudios primarios, y sólo cursó los primeros años cómo para apren- der a leer y a escribir. 120

En su juventud, cuando fue enrolado en el servicio militar, se conectó con Jorge D´Urbano, un conocido crítico musi- cal de gran formación cultural. D´Urbano lo indujo a amar la lectura, el conocimiento universal para enaltecer su vida y también, a dejar de fumar. Me contó que, en una oportu- nidad, reunidos en un bar, tal vez rememorando la etapa vivida en el servicio militar, el crítico lo increpó por seguir dependiendo del tabaco. En un acto descomedido, tomó el atado de cigarrillos que estaba sobre la mesa, lo estrujó y lo arrojó a la vereda. En otras circunstancias tal actitud hu- biera significado una afrenta que derivaría en un corte de la relación, pero privó la cordura, la amistad, y, a partir de ello, mi padre dejó de fumar. Pese a su adhesión a las ideas socialistas y su aversión al capitalismo, mi padre, con cierta visión de futuro, alentó a que realizáramos estudios de la lengua inglesa, como así también de gramática. Solía decir que en un futuro cercano hablar inglés iba a ser una señal de alfabetización, queda- rían fuera del mundo aquellos que no comprendieran ni pu- dieran expresarse en esa lengua. Con igual énfasis intentó inculcarnos, tanto a mis herma- nas como a mí, el menor de los tres, el uso correcto del lenguaje de Shakespeare y la gramática española. Recuerdo con cierta melancolía teñida de pesar, no tendría más de diez años, que los sábados por la mañana nos en- viaba a los tres hermanos a la casa de una profesora de castellano para estudiar gramática. En verdad creo que no pude aprender nada, ni tampoco entendía de que se tra- taba. 121

Sólo conservo imágenes que, yendo en camino a la casa de la profesora, una agradable y cariñosa joven, debía atravesar la plaza, en el barrio de Villa Urquiza, que lleva el nombre del gran educador y escritor Marcos Sastre. El tiempo encerrado en un ambiente ordenado me resultaba interminable y al calor del sol de la mañana, que se filtraba por una cortina de tela bordada de lino blanca con peque- ñas borlas, el tedio me adormecía. Camino a lo que era un exagerado cadalso, en la plaza, un conjunto numeroso de chicos jugaba a la pelota, al hoyo y quema, a juegos grupales que por desatino de mi padre y complacencia de mi madre me estaban vedados. Mi padre falleció un año más tarde, lo sufrí mucho tanto por temor al desamparo como por la pérdida de un ser querido. A las clases de gramática no volví, a la plaza a reunirme con los chicos, sí. 122

Este momento de pandemia, es un tiempo donde el mundo se detuvo, se nos faltaron abrazos, nos sobraron citas ci- bernéticas; el sum se transformó en zoom y los encuentros en un Meet de Google. De todos modos, esto nos mantuvo unidos, vivos, sensibles, esperanzados en llegar a la orilla, a buen resguardo, al abrazo tan deseado. Las letras nos mantienen cerca, conectados, inspirados y nos permiten expresar poéticamente sentimientos a veces dolorosos. SADE es una importante institución cultural de imprescin- dible apoyo y difusión para los escritores. ESTÁ BIEN Creo que está bien. Creo que está bien esta calza fucsia y gris. Creo que están bien esta calza y este porcentaje de hume- dad. Creo que están bien esta calza, este porcentaje de hume- dad para no poner más excusas. Creo que están bien esta calza, esta humedad para arrancar hacia el objetivo dos por uno: bajar mi cuarenta (¿en qué se mide?) de coleste- rol e inscribirme en las clases de Tai Chi que comienzan justo el día que tengo un turno médico. Creo que está bien el faltazo. 123

Creo que está bien caminar veinticinco cuadras (¡oh! La mitad de lo recomendado) hasta el centro cultural para que me informen que la información es errónea. No hay Tai Chi. No hay profesora. Rosana murió. ¿Qué tan bueno se- rán el Tai Chi, el Chi Kung y esas disciplinas orientales? Creo que está bien esta calza flúor bajo la rodilla, por la calle me dicen señora. Creo que está bien que después de caminar cuarenta y cinco minutos haya quedado inscripta en lista de espera para yoga, no es lo que quiero. Creo que está bien que mi colesterol esté al borde de un ataque de pánico, vuelvo pensando en una cervecita negra para hidratarme. Creo que está bien cumplir las cincuenta cuadras y que mis piernas digan basta. Creo que está bien pensar en otro gimnasio, más cerca. Creo que está bien. 124

Durante la pandemia, me encontré mal, estuve postrada debido a un asalto donde me quebraron la cadera. Padecí tres operaciones, esto hace que no tenga la libertad de mo- verme como antes lo hacía. Lamentablemente, no pude volver a escribir ya que todo lo que ocurrió en este tiempo se siente como los siete infiernos. La SADE significa mu- cho para mí ya que ha estado siempre presente en mis presentaciones de mis libros. RECORDÁNDOTE Hoy viajé en colectivo para hacer trámites, al bajar me quedé parada por el calor reinante, pero al levantar la mi- rada… ¡oh, sorpresa! Él venía caminando cabizbajo, pasó a mi lado sin verme, quise hablarle, pero no pude, estiré mi mano, no me salían las palabras. Lo vi irse y se me agolparon los recuerdos como caballos desbocados, tal vez si yo le hubiera hecho caso de irnos aquella vez cuando éramos muy jóvenes… mi cobardía pudo más. La vida lo llevó y a mí… me hizo añapa. Caminos de Tinta. Antología de cuentos y poesías. Ediciones Lenú. 2018 125

Cuento: “Solos”. Publicado en Antología 6; taller de Narra- tiva del Banfield Teatro Ensamble. SOLOS Los dos solos, bajo la luz fría de los candelabros, Norma no estaba acostumbrada a tanta intimidad, cuidó a sus pa- dres muchos años, crio a sus cinco hijos, soportó las bo- rracheras de su ex marido, el lado romántico era algo nuevo para ella. Carlos conservaba la pinta de un joven y la experiencia ne- cesaria para hacerla sentir una reina, con todos los gustos y excentricidades a la orden del día. “Un hombre de mundo”, le decía Norma a su amiga Mechi. Norma está en su plenitud, derrocha felicidad al lado de su amante, veinte años más joven que ella. Esa noche fría y luego de una cena llena de miradas se- ductoras, ella se dejó llevar por todos sus instintos, no hubo diálogos, solo gemidos de placer bajo esa tenue luz del candelabro, que terminó con tres dotaciones de bom- beros apagando el incendio. 126

MIS ANTEOJOS (relato inédito) Hace meses que estoy más o menos encerrado y las co- sas empiezan a tener otra dimensión. Sé que los servicios de streaming han hecho tolerables muchos encierros, lo mío es más básico, dependo de los anteojos para leer. Tengo tres pares, pero voy a hablar de los más cachuzos. Me olvidé los anteojos para leer en un viaje que hice a Montevideo, así que fui al free shop y me compré unos. Lo que no tenían mi graduación, elegí unos con un poco más de aumento. Se veían brillantes, de carey, marrones con vetas más oscuras. Tenían patillas firmes con bisagras só- lidas. Los probé y podía ver el sexo de las moscas. Otro es su aspecto ahora: es muy difícil que estén limpios, las “fir- mes” patillas tienen juego y las bisagras, que terminaban de cerrar las patillas con un “tac”, ahora apenas pueden mantenerlas juntas. El carey resultó ser plástico pintado, escamas de pintura se van cayendo de las patillas y que- dan transparentes y desprolijas. No me preocupa. La importancia que le doy a los anteojos se manifiesta en mi fantasía de funcionamiento. Podríamos definir a los len- tes como un filtro que distorsiona los rayos de luz, adap- tándolos a las necesidades del que los usa. Es decir, amolda el mundo a tu medida y para cada uno de nosotros hay una manera particular de amoldarlo. Yo puedo com- partir el mundo porque el humano ha encontrado la ma- nera de distorsionarlo de la forma en que le sirve a cada uno. Pero no es esta la fantasía de funcionamiento que tengo: no modifica los rayos que pegan contra la retina, me 127

ayudan a salir de mí. Los anteojos prolongan mis ojos y yo me proyecto sobre lo que leo. Tengo una visión kantiana de los míseros “cuatrochi”, hasta el lunfardo refuerza esa concepción. No es el mundo el que proyecta luz, soy yo el que veo. No son las partículas que flotan en el aire, soy yo el que huelo. Huelo, veo, escucho, siento como si pudiera salir de mí. Así vi al sol girando, así describí la tierra plana. Así imaginé el tiempo separado del espacio. Así, con la fantasía de poder salir, traté de entenderte y lo que reclamaba, en verdad, era que te distorsionaras en la medida de mis necesidades. Yo te lo pido, vos me lo pedís. Pero los anteojos no dan para tanto. 128

Cuando las actividades del año 2020 estaban por comen- zar, nos sorprendió la pandemia. Fueron días largos, donde el miedo a lo desconocido nos mantuvo en vilo. Fue- ron ellas, las letras, las que me arrastraron de la angustia hacia la luz, convocándome a la creación, a emprender nuevos caminos literarios. SADE Lomas de Zamora acom- pañó este proceso. Formar parte de esta institución me llena de orgullo. Trabajar por y para sus socios es la meta. Este poema (en formato de audio) formó parte de un video en la muestra virtual de poesía ilustrada de la A.A.L (Agru- pación Arte Lanús) 2021. DESHOJADO Más allá del canto de las sámaras —entre las puntadas del olvido— florecen los almendros. Rueda la Luna en un mar de caracolas… Más allá del silencio —donde el viento se deshace entre telarañas— se duerme la noche. 129

No hay agujas en la danza del reloj… Se escurren las estrellas en un horizonte de arena. Se trepan las quimeras por el borde de las sábanas. Bajo la cadencia de mi ombligo —en el nido de tus palmas— se deshoja este poema. 130

Soy Sil Pérez, escritora de Banfield y miembro de la comi- sión directiva de la Sociedad Argentina de Escritores Lo- mas de Zamora. Quiero contarles que me siento suma- mente feliz de compartir este segundo ejemplar con los au- tores cuyas producciones conforman este valioso ejem- plar. A pesar de que, debido al contexto de pandemia no pude contactarme con ellos de manera física, de todos mo- dos, pude sostener un vínculo cercano a través de los es- pacios literarios que ofrecen los diversos ámbitos cultura- les. Entre estos, destaco la amplia gama de actividades li- terarias que, a lo largo del año, brindó la SADE Leopoldo Lugones a todos los socios de esta noble Sociedad. Confieso que, durante esta crisis epidemiológica, no fue fácil distanciarme de mis queridos colegas que, en cada encuentro literario de nuestra filial Lomas, me ofrecían lo mejor de su creatividad y de sus inquietudes literarias. Además, con ellos compartía momentos de lectura y refle- xión. Una sincronía de sentires que, en cada sorbo de café, latía dentro de mí con auténtica pasión. El aislamiento físico trazó en mí una fractura existencial que solo pudo sanar la lectura. Ese proceso de aprendizaje y enriquecimiento donde las palabras emprenden un viaje sin retorno fue, en verdad, mi salvación. Durante esa tran- sición, sentí que el potencial creativo había anclado su in- tención en el terreno de las posibilidades. Me recosté en el contexto situacional, que era ya una realidad inevitable, y me dispuse a arbitrar los medios para enfrentar la vida con 131

la entereza y convicción que anidan en la voluntad. Des- cubrí que, en la línea curva de una letra, se esconde el abrazo intenso de una palabra. Y, con esta, una interac- ción onírica que fluye mansa como un arroyo. Asumí que, más allá de la impotencia por el dolor ecuménico, el mundo también se percibe trágico cuando las letras dejan de exis- tir. LA KERMESE DE VILLA URQUIZA A la mañana siguiente del último domingo nos juntábamos en la casa de doña Elvira. Era costumbre que todos fuéra- mos allí. Don Jacinto solía venir el lunes a visitarnos. Nos miraba de arriba abajo como si fuésemos una exposición. Por aquellos días me sentía un poco más solo que antes. Digo, que durante las tardes en la kermese de la plaza. Allí el bullicio hacía burbujas con el tiempo. Dibujaba en el aire cachetes rojos exaltados, algunos de antojo y otros de llan- tos, que se sabía fingido. El amor también tiene esas raras actitudes que con el tiempo logré entender. A mí la que me gustaba era Marisel. Esa mujercita que acompañaba mis pasos al compás del dos por cuatro se había robado mi corazón. Esas piernas largas, como una espiga solían enredarse a las mías como una telaraña. Eso me estremecía. Algo tímida, aparecía y desaparecía como una estrella fugaz. Al menos una vez por semana me en- lazaba en su histeria y yo inmutable caía rendido a sus ca- prichos. 132

Los días de exilio eran interminables. Elvira era de esas mujeres con la maldita manía de guardarlo todo. “Limpito y guardadito”, solía decirle a Augusto y a Florencia cuando caían de improvisto. La casa era una pirámide de silencio. Una vidriera desolada con olor a naftalina. Los días se deshojaban ansiosos por regresar. Cada do- mingo el telón se erguía y nuestras siluetas tangueras nue- vamente florecían en la nostalgia de los transeúntes. Yo me había hecho amigo de Anastasio, el loro que repar- tía suerte a más de uno, con tan solo tomar una carta y mover su cabecita al compás de la tierna melodía. ¡Pobre pájaro!, por años, y de manera sincronizada repitió el solaz ritual. Me consolaba saber que al término de cada función Juancho lo mimaba con trozos de manzana azucarada que en descuidos le robaba al puestero de enfrente. El desplu- mado no la pasaba tan mal, si hasta solía giñarme un ojo cuando en descuidos le arrancaba botones de la camisa a las curiosas más distraídas. Ciertamente me sentía cóm- plice de sus picardías domingueras. La suerte estaba echada y los puesteros vendían sus pan- chos y bebidas como no lo hacían durante toda la semana. Las veredas repletas de niñez aturdían cada rincón de la plaza Echeverría. Los globos del viejo Saturnino se eleva- ban hasta trazar en el cielo un enigmático arco iris. Una línea fugaz se suspendía en el azul intenso, mientras de yapa, la calesita daba una vuelta más. A Cacho nadie le sacaba la sortija, tampoco las ganas de eternizar en esos rostros pequeños, la felicidad. 133

Pero mis ojos habitaban en ella, y no me resignaba a per- derla. Rozar con mis manos inquietas su silueta esbelta. Mirarla mientras revoloteaba sus cabellos de mulata, sus ojos negros y su mirada ausente. Todo ella me seducía. Ella se sabía dueña de las miradas, de todas. Luego len- tamente regresaba a mis manos para juntos retomar el si- guiente paso. “Hacían ronda para vernos bailar”. Como una golondrina en primavera nuevamente retomaba el vuelo, y con su andar esquivo rasguñaba el cielo. Ella era mi universo, y él, nuestro dueño. Quien maniobraba nues- tras vidas. Quien al final del día nos guardaba en su valija, hasta el próximo domingo. Sil Pérez / Antología Sueños y Plumas, Cautiva Ediciones, y La cima del tiempo, de Posdata Digital. 134

Un poema de Lydia Raquel Pistagnesi traducido al italiano, rumano, inglés, francés, alemán, portugués por la Catedrá- tica, Sra. Lidia Popa. De libro CREPÚSCULO Soy libre mensajera de la palabra escrita, recorro el universo abrazada a mis sueños, mi canto es ese grito que viaja con el viento enraizado en metáforas con reflejos de Luna. Palabras cristalinas se abrazan a mis musas, cómplice de mis sueños cópula la metáfora, anclado en sus pregones el crepúsculo asoma convirtiendo en leyenda las voces de la infancia. Elevo mis baluartes entre torres bermejas y les borro las lágrimas dibujando sonrisas, las nubes de alabastro aplauden a mi paso, las estrellas recogen el telón de la brisa. Se armoniza el misterio convertido en desvelos, descalzos penitentes se escudan tras las sombras, 135

redoblan con sus parches los duendes plañideros y las sombras se llevan poemas que te nombran. Toboganes de otoño deslizan su nostalgia, los dioses polinizan los versos del poema... ¡Y un colibrí en sus giros lo envuelve con su magia! 136

Como escritor pude utilizar mi tiempo de aislamiento para escribir, trabajar y estudiar. Fue algo inesperado creo que, para la mayoría de la gente en todo el mundo, pero me propuse no dejarme ganar por el miedo y la depresión, aprovechar otras formas de reinventarme y por supuesto que el pertenecer a una institución cultural como SADE Lo- mas de Zamora que nos permite brindar actividad virtual favoreció mucho lo expresado. LA BATALLA DEL CHOCOLATE (microrrelato) Tenía toda la fuerza de su ejército, los soldados pese al cansancio, le obedecían sin dudar. Él sabía que tenían que cruzar el brazo de agua que corría montaña abajo. Ellos subían a la colina. Se arrastró en el barro, las piedras ras- gaban su ropa y lastimaban su piel. El río parecía desbor- darse y querer devorar a los integrantes de su grupo, como si fueran soldados de plástico. Lo hizo recordar, que así los llamaba su madre. El enemigo que los seguía de cerca, se envalentonó y co- menzó a avanzar rápidamente hacia ellos. Miró a sus dos amigos que agonizaban por el cansancio y la batalla, les dijo con mucho dolor e impotencia que no podrían aguan- tar esta envestida. Se movieron un poco y vieron un pe- queño montículo de piedras y con las pocas fuerzas que le 137

quedaba les gritó que se escondieran. No podrán localizar- nos fácilmente en este lugar. Pero se equivocaba. Una mu- jer alta y con delantal se acercó a ellos con una bandeja y les dijo —Chicos, guarden sus soldaditos, lávense las ma- nos, sacúdanse la ropa y vengan a tomar la chocolatada. 138

Estoy transitando la pandemia de Covid 19 con angustia, con el deseo intenso de que todo pase y que podamos vol- ver a una vida plena. La escritura ocupa un lugar invariable en mi vida y no siento que eso haya sido afectado. Sí in- tensifiqué mis lecturas y mis estudios teóricos, que siem- pre me abren caminos. La situación de aislamiento, para- dójicamente, propició instancias de encuentros virtuales que no solo sirvieron para aliviar la soledad, sino que en algunos casos se transformaron en sitios de intercambio y crecimiento. El señor Galilei – microrrelato inédito. El señor Galilei era un hombre frugal. Pan, frutas, vegeta- les, de vez en cuando perdices asadas componían sus re- facciones. Con el pasar de los años su andar se hizo más lento e inseguro: a veces la Tierra parecía moverse bajo sus pies. También su vista fue disminuyendo, a pesar de la ingesta frecuente de zanahorias. Trabajaba desde el amanecer hasta el ocaso, cuando se retiraba por no poder soportar la luz de las velas. El sol se convirtió en el centro de su vida. 139

En estos tiempos tan difíciles que nos toca transitar, he- mos recibido un duro golpe a nuestras vidas. Inesperadamente la humanidad dio un vuelco brutal y todo cambió. Un enemigo invisible, poderoso y letal nos convir- tió en seres distintos. Temerosos, angustiados y solitarios. Nos arrebató gente querida y nos hizo extrañar a las per- sonas que eran parte de nuestro mundo y a las pequeñas y grandes cosas que dejaron de pertenecernos.... Ante la adversidad nos aferramos a la FE y a abrazarnos a aquello que nos ayudara a combatir las horas en sole- dad... Y entonces, como un rayo de LUZ, las MUSAS nos visita- ron.... Nos susurraron cuentos, canciones y poesías a nuestros oídos y nos unimos en forma virtual a los amigos de siempre, y a otros que llegaron.... Y JUNTOS comparti- mos la palabra.... SADE, nuestra querida filial, nos acogió a pesar de la dis- tancia física. Lo hizo a través de voces cálidas, proyectos y compartiendo en forma tecnológica lo que tanto amamos. GRACIAS SADE... PORQUE EL AMOR SALVA. 140

LO SOÑÉ Anduve perdida en la tarde, De pronto encontré un camino... Altas ramas parecían Amenazar mi destino. Un misterio de colores Y de profundos silencios, Golpearon sin miramientos La nostalgia de mi pecho. El cielo casi invisible Se asomó con timidez Y luego volvió a ocultarse, Sin brillo, al atardecer. La noche llegó callada Y se oscureció el camino. Cerré mis ojos y el miedo Me arrebató los sentidos. 141

A la mañana siguiente Desperté sobre mi cama, Y vi el camino arbolado A través de mi ventana. Suspiré con gran alivio, Estaba fresca y lozana, Y una sonrisa feliz Me iluminó la mañana. 142

En este caos silencioso, en este diario afrontar lo desco- nocido, en esta terrible monotonía de lo incierto, en esta desmedida soledad y cuando lo cotidiano se me presentó ya extraño me obligué a “verme”, me obligué a plantearme que no podía seguir estando encerrada a pesar de tener que estar entre cuatro paredes. Las letras se volvieron una urgencia. Las letras se trans- formaron en el camino que me ayudó a liberarme. Las le- tras se presentaron como un salvavidas que me permitió resurgir. Ustedes fueron un “puente” en este suceso inédito. Al- guien, desde el afuera, me hizo comprender que era parte de un todo, que podía expresar aquello que sentía y que podía escuchar qué sentían otros. Sentí desde cada con- vocatoria y desde cada espacio una motivación para avan- zar, para iniciar un nuevo rumbo, un fraterno abrazo aún desde la distancia. “El mundo rompe a todas las personas y después algunas se hacen fuertes en los lugares rotos”. Ernest Hemingway 143

LAS CATARATAS DEL IGUAZÚ Hace mucho tiempo moraba en el cauce mismo del río Iguazú y entre sus aguas limpias y verdosas M’boi, el monstruoso centinela de las profundidades, el dios-ser- piente. Temible era su aspecto, pero más temible aún era su furia. La ira de M’boi era capaz de desatar tempestades, de destruir aldeas enteras, hermosa. Ese año de arrancar los árboles más fuertes de la selva. Solo había una forma de calmarlo. Los indios del lugar de- bían ofrecerle en sacrificio y año tras año a una doncella, la más joven y era Tarobá, un joven cacique, quien debía llevar a cabo la triste y silenciosa ceremonia y la doncella elegida era Naipí. Él tenía que llevarla hasta la orilla del río y ella debía internarse en las aguas de las que no regresa- ría. Pero ocurrió que, al conocer Tarobá a la hermosa mucha- cha, no pudo hacerlo… Naipí, con su belleza lo había cau- tivado. Sus miradas se cruzaron y sintieron que eran uno para el otro. Tarobá y Naipí se habían enamorado. Jamás la ofrecería a la serpiente. Tarobá, sabiendo de lo difícil de su situación, consultó a los sabios ancianos de la tribu. Uno a uno fue contándole de su amor. “No se puede eludir el sacrificio” fue la res- puesta de todos. 144

Tarobá, desesperado, decidió raptar a la joven y huir cru- zando el río. Ellos sentían que un amor tan fuerte era ca- paz de vencer odios y rencores y de ser necesario morir, lo harían juntos. M’boi, que todo lo podía ver y hacer y ahora enfurecido por la desobediencia partió el río en dos y formó las Cataratas del Iguazú. Los enamorados fueron castigados: Tarobá fue convertido en un árbol y plantado en la orilla de la Garganta del Diablo y los largos cabellos de Naipí fueron convertidos en las tur- bulentas aguas que descienden desde la propia catarata. M’boi, muy complacido por lo que había hecho, se sumer- gió en la misma Garganta del Diablo para controlar su ma- ligna obra. Se dice que, aún hoy, el dios-serpiente sigue vigilando. Pero se dice también que, cuando brilla el sol entre las fu- riosas aguas que caen, se dibuja un arco iris que comienza en el centro de la catarata y llega hasta el árbol de la orilla. Un arcoíris que logra burlar el poder de M’boi. Un arcoíris que vuelve a unir a Tarobá y a Naipí como un puente de amor. Leyenda de Misiones Este texto está publicado y corresponde al libro Ocurrió hace mucho tiempo… Leyendas de nuestra patria. 145

Las letras en la Pandemia ocuparon un espacio impor- tante. Por un lado, en la necesaria búsqueda de informa- ción escrita sobre algo inesperado, que nos transformó la vida cotidiana: la proximidad del fin, aunque conocida esa instancia, ahora se mostraba más real que nunca. En cuanto a la escritura, ocupaba a veces las madrugadas, como una especie de necesidad tranquilizadora, para darle forma a alguna clase de esperanza en la construcción de alguna fantasía posible. LA MEDIA CARA Casi sin darse cuenta, se acostumbró a la mitad de la cara, no sólo por aquello que había escuchado en el Mercadito Chino que todo era una cuestión de costumbre y nada más, sino porque ahora eran más importantes los ojos y las miradas. Por las noches, en un ritual que le agradaba, mientras es- cuchaba un viejo tema de Sara Vaughan, a oscuras y en un costado de su balcón, repasaba con sus manos la otra mitad de su cara. A esa hora, algunas veces, la Colorada del segundo piso de enfrente al suyo, lo saludaba con in- disimulable alegría, por supuesto, correspondida, en un diálogo de gestos y miradas. Había una cita pendiente pla- nificada, después de tantos cruces, en las horas permiti- das, cuando elegían los tomates o en la cola de la primera 146

horneada de pan justo en la esquina de la cuadra. Intercambiaron los datos de sus vidas en migajas, en com- prensibles silencios, asediados por la curiosidad. No tenía planeado enamorarse, pero sucedió. Los martes, el balcón y la clásica llamada del mediodía, eran la feliz y esperada rutina. No hubo tiempo para preguntar por qué no estaba desde hacía tres semanas. Tampoco lo tranquilizó cuando el por- tero le dijo que no se había enfermado, pero que no sabía dónde estaba. Un domingo, lo visitó la fiebre. Se repitió una y otra vez que no importaba, que todo pasaría y que volverían los martes, el mercado, el balcón y las miradas. Y cuando la tos em- pezó su asedio, a los tumbos, mientras lo llevaban alzó su vista a la ventana del segundo piso, ahora iluminada. Volvió —se dijo y con respiración forzada, su media cara tuvo una sonrisa. Despertó con una luz blanca, enceguecedora y pudo en- contrar los ojos en la media cara de su querida Colorada. 147

El tiempo de la pandemia lo viví con angustia, tanto que me alejó del hacer literario y la lectura. Esperamos que esto pase. Pertenecer a la Institución SADE desde hace más de treinta años me enorgullece como escritora, aunque en los últimos tiempos no he podido llegar a la Institución para ayudar como lo hacía antes por la misma pandemia. Este cuento está publicado y forma parte del libro Caminando el después, que no he podido presentar aún por la pandemia. BEBIENDO TUS LÁGRIMAS Tocar uno de sus pechos ingenuos y vírgenes, era para mí poseer el cielo con las manos. Esa noche el cielo desnudo carecía de estrellas y todo era un rumor de silencio. Ni siquiera la Luna se hizo cómplice de mi ilusión. Ella se quedó mirándome como una estatua, sorprendida de mi actitud. Mi deseo chocó con su mirada y ahora mis manos llegaron a su cara para borrar una lágrima. Quise beber sus lágrimas, saladas, tristes, temblorosas. 148

Éramos tan jóvenes, casi unos niños asomándonos al mundo. Ahora el tiempo fue destruyendo los sueños y en cada mujer busco sus lágrimas. Ella ya no está en mi vida, como esas cosas que pasan y quedan en el ayer. Es sólo un recuerdo que guardo por las noches, cuando otros pe- chos se apoyan en mi espalda. El reloj sigue con su ritmo de tiempo marcando las horas. Me asomo a la ventana para encontrar una Luna huidiza, pero esta se ha ido, se ha ido… 149

Estoy orgullosa de pertenecer a la SADE; la sigo conside- rando una de las instituciones más importantes de las Le- tras. En cuanto al modo en que viví la pandemia, debo recono- cer que lo que más extrañé es la presencia real. Seguí con mi trabajo en la universidad de manera virtual; leí, releí, escribí... lo de siempre más buena música y mu- cho material audiovisual. El siguiente es un fragmento de un artículo de mi especia- lidad que se publicó durante el III CILE (Tercer Congreso Internacional de la Lengua Española) realizado en noviem- bre de 2004 en la ciudad de Rosario, cuyo título es: “Entre las Academias y los Escritores”. “Si es cierto que la patria puede ser Galdós (como asegu- raba Luis Cernuda), o Cervantes en el territorio de La Man- cha (América y España para Carlos Fuentes), entonces podemos afirmar que cuatro centenas de millones de al- mas están hermanadas por el poder configurador de una lengua, el español. Las ponencias del III CILE ponen en evidencia esta tensión entre la lengua de hoy y la que está siendo, entre la tradi- ción y las vanguardias. 150


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