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ENCUENTROS FANTÁSTICOS - NICOLÁS BUCETA Y BRENDA WECKESSER

Published by Gunrag Sigh, 2021-12-09 17:21:01

Description: ENCUENTROS FANTÁSTICOS - NICOLÁS BUCETA Y BRENDA WECKESSER

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ENCUENTROS FANTÁSTICOS Nicolás Buceta Brenda Weckesser

Weckesser, Brenda; Nicolás Buceta Encuentros fantásticos / Brenda Weckesser; Nicolás Buceta; editado por Cecilia Muga; Marcelo Montero. - 1a ed. - Longchamps: LENÚ, 2019. 64 p.; 20 x 14 cm. ISBN 978-987-4983-15-2 1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. I. Brenda Weckesser II. Buceta, Nicolás III. Muga, Cecilia, ed. IV. Montero, Marcelo, ed. V. Título. CDD A863 Título original: “Encuentros fantásticos” Cuentos © Nicolás Buceta — Brenda Weckesser Primera edición octubre 2019 Segunda edición diciembre 2021 Editorial Ediciones Lenú Mail: [email protected] Facebook: Ediciones Lenú Aclaración: en determinadas expresiones y/o criterios narrativos, así como el vocabulario utilizado en todo el texto, se respetaron los gustos y deseos del propio autor. Hecho el depósito que previene la Ley N° 11.723 Esta obra se terminó de imprimir en talleres gráficos de Ediciones del País. Impreso en Argentina. Queda prohibido sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento comprendidos reprografía, tratamiento informático ni en otro sistema mecánico, fotocopias, ni otros medios, como también la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

PRÓLOGO Esta obra es un sueño en sí mismo, el destino quiso que dos desconocidos se unieran en un mismo camino literario, un simple llamado telefónico confirmó el deseo de ambos en dar a luz sus cuentos de ciencia ficción y fantasía. Tanto Brenda como Nicolás, escriben con esa pasión que nace durante la etapa más soñada de la infancia; en EnCuentros Fantásticos, la creación literaria se desarrolla en su máxima expresión, volando con la imaginación por delirios literarios diversos, en los cuales prevalecen los valores humanos desde todo punto de vista, ya sea entre líneas o de manera más directa, ambos autores se aúnan en desear llevar ese mensaje a través de la palabra escrita. Editores Ediciones Lenú







Nicolás Buceta LA DAMA DE FUEGO Dentro de un bosque espeso la expedición para hallar la ciudad perdida de Machu Picchu estaba en proceso, coordi- nada por la arqueóloga Susana Díaz, que durante años plani- ficó y costeó el traslado de Argentina hacia Perú. El sueño de ella es concretar el legado que dejó su padre y maestro Carlos Díaz, de quien nunca se supo su paradero luego que intentara encontrar a la tribu Aimaras que habitan en ese país. Unos años más tarde del extravío de su padre, Susana vol- vió a reunir al equipo y con mapa en mano, (el que su padre tenía), llegaron al mismo punto dándose cuenta que nada ha- bía cambiado, todo estaba tal cual como lo indicaba allí. Esta- blecieron el campamento base en medio del bosque y sentada en una mesa con un compás comprobó que se encontraban a cinco millas de caminata según los cálculos realizados por Carlos Díaz. Decidió descansar recostada sobre la silla, entre dormida llegaba a divisar una silueta traslucida similar a la de su padre, por uno de los lados de las lonas de la carpa. “Seguro estaré soñando” —reflexionó para sí misma. Y luego lo volvió a ver en sentido opuesto. —¿Pap…? —dijo en voz alta. Y todos sus ayudantes voltearon para ver lo que decía con cara de preocupación y desconcierto. Uno de ellos, Diego Tolosa, quien según contó fue el úl- timo en verlo en aquella ocasión, se acercó y mirando hacia ambos lados, le comentó: —¿Se siente bien Susana? —Con asombro de lo sucedido. —Sí… me pareció ver… —Guardando silencio antes de que fuera tomada por loca, solo ella sabe que vio o sintió, 9

Encuentros fantásticos cómo un sudor frío pasó por su espalda y, salió a su encuen- tro, pero no halló nada, tan solo unas marcas de borceguíes en el barro, a su alrededor. Comenzó lentamente a seguirlas y cuando miró hacia atrás ya se había alejado bastante del campamento, sus ayudantes se empezaron a desesperar por su desaparición. Luego de seguir las huellas llegó hasta la zona de una tribu, efectiva- mente eran los Aimaras como el antiguo anhelo de su padre. Había muchas chozas de paja y barro, desde el árbol que se interponía entre su persona y ellos, pudiendo ver unos tron- cos con forma de cruz con personas calcinadas colgadas de las muñecas y alrededor de ellos los Aimaras en medio de un ritual. También en una de las cruces pudo llegar a distinguir el crucifijo que llevaba su padre. —¡Es él! —dijo abriendo grandemente sus ojos color cielo. Intentó acercarse lo más que pudo para tener una mejor posición expectante pero, la pisada en unas ramas secas delató su presencia y toda la tribu giró sobre sí misma mirando hacia dónde provenía el ruido; ella corrió en sentido contrario y em- pezaron a seguir su rastro con lanza en mano hasta llegar al campamento, y luego de forcejos fueron tomados de rehén, ella y sus colaboradores, llevándolos para ser atados a los mis- mos postes que vio Susana por primera vez y junto al esque- leto de su padre. El jefe de la tribu la tomó de la mandíbula y la examinó viendo en sus ojos todos sus antepasados y sin dejar de mi- rarla, emitió sonidos de espanto dando unos cuantos pasos hacia atrás al grito de: —¡Es ella, es ella! —¿Qué me harán? —exclamó con desesperación. Empezaron a prender una pequeña fogata al pie del poste donde fue atada. —¡Noooo!, ¡qué me están haciendo! 10

Nicolás Buceta Un círculo de indígenas empezó a rodearla mientras cre- cían más y más las llamas, pero el jefe conocía una leyenda de sus ancestros, su padre y último antecesor le comentó que los dioses le dijeron que una mujer desatará la ira con su mirada en llamas y solamente el heredero al trono la vería y sería el fin de su dinastía. Ya poco quedaba de Susana Díaz, solo unas llamas mos- traban el fino contorno de un cuerpo, lanzó un grito de ira y logró soltarse del encadenamiento que para ese entonces era una antorcha humana. La aldea empezó a temerle, cada paso que daba retrocedían, ella miró el poste donde se encontraban los restos de su padre y se dirigió a cada miembro de la tribu, tomándolos por el cuello y dejándolos transformados en es- queletos carbonizados. Luego se acercó hasta los restos de su padre, lo bajó y lo llevó en sus hombros por la espesura del bosque. Solo en las noches despejadas se ven las llamas a lo lejos del monte, y cada vez que una pequeña fogata se enciende, es porque se está recordando a la dama de fuego y su padre. 11

Encuentros fantásticos EL BARCO DE PAPEL En el último pupitre del salón se encontraba Pablo, un ado- lescente inquieto que arrancaba una hoja de su cuaderno, fue tan fuerte el ruido que la profesora de Matemáticas y sus com- pañeros se voltearon para mirarlo. Con la velocidad que un mago saca una moneda detrás de la oreja de una persona, él la guardó, con cara agachada to- mando la lapicera haciendo que copiaba sus apuntes. Era un amante del arte del Origami que conocía gracias a su abuelo japonés y pasaban varias horas haciendo barcos, aviones y pa- lomas con el movimiento de sus alas. —¿Pablo, ¿puede prestar atención a lo que estoy expli- cando? —le recriminó la profesora poniendo sus manos sobre su cintura en forma de jarra. —Sí profesora… Tomó nuevamente el lápiz y de muy mala gana siguió realizando su trabajo. Luego de aquellas palabras sonó el timbre del recreo, Pablo tiene una gran imaginación, de cada una de sus obras él inter- preta una historia con la cual juega todos los días. Tomó un lápiz, salió al patio y empezó a darle forma a unos dibujos que eran la tripulación del navío, un pirata con un tatuaje en uno de sus brazos y una tripulación detrás de él. Al terminar el recreo volvió al aula y guardó en su mochila aquel barco y finalmente siguió su día de clase con normalidad. A la hora de salida, empezó a guardar sus útiles y vio su barco, lo llevó dirigiéndose hacia la puerta. Unas de las tantas leyendas que le contó su abuelo fue que en un eclipse lunar si el Origami, obra en cuestión, se encon- traba bajo la fusión del sol y la luna, tendría el poder de cobrar vida; aquello resonó tan fuerte sobre sus sienes pensando si en su barco podría plasmarse aquella leyenda. 12

Nicolás Buceta Era ya el primer día del receso escolar de verano y su fami- lia decidió pasar las vacaciones en las playas de Bahía Brasil, el agua era tan cristalina que podía ver sus pies. Con él llevó varios papeles para realizar su hobby, hasta aquel barco que tomó su forma en el colegio. Ya en la playa tomó el navío de papel y lo llevó hasta la orilla del mar, con él empezó a jugar en su imaginación como en el colegio. Una gran ola desplomó el cuerpo de Pablo hacia atrás haciendo que suelte el barco al que llevó mar adentro, luego de varias vueltas y revolcones Pablo se logró incorporar. Ya el barquito había desaparecido de su vista, por más que intentó nadar para acercarse este más se alejaba, cuando se dio cuenta no hacía pie y un guardavidas lo estaba sacando por la cintura hacia la orilla. La tarde comenzaba a caer y aquel barco ya era dueño de su libertad, bailaba al ritmo de las olas con la música propuesta por el viento. Varios días ya habían pasado desde que empezó a navegar en aguas abiertas, una de esas noches, la luna y el sol se en- contraron formando un eclipse, los dibujos que Pablo realizó en su barco fueron lentamente tomando vida. Se empezaron a mover de a poco, hasta que el capitán dio las indicaciones para que el contramaestre se suba a la punta de la vela y fiján- dose en el mapa tatuado en su hombro se encontraba una ca- lavera. Los tres marineros recordaban cómo fueron tomando for- ma por su dios Pablo. De pronto una ola les dio un gran im- pulso que los dejó a merced de varios tiburones que rodeaban al pequeño barco. Desenfundaron las espadas y acercándose a ellos empezaron agitarlas cada vez que intentaban algún ataque. —¡Tierra a la vista! —El contramaestre gritó sobre la proa del barco. Una gran isla donde asomaba una enorme piedra 13

Encuentros fantásticos en forma de calavera. Llegaron a la orilla y desembarcaron. El capitán al frente de la expedición empezó a entrar en ella abriéndose camino con su espada, en su entrada se encon- traban unos indios de cartón vigilándola. Eran otros origamis hechos por Pablo, intentaron entrar con discreción, el último que pasó pisando una rama los despertó, al verlos empezaron a seguirlos. Sacaron sus espadas nuevamente luchando en grupo, espalda con espalda. La fuerza de ambos era descomunal, llegando a quebrar su hoja dejándolos totalmente indefensos, el capitán pudo salir de la contienda y entrar por boca calavera, la oscuridad se hizo notar al instante, al tacto pudo sentir trozos de papeles de miembros de algún otro barco piratas que intentó el mismo cometido. No sintió miedo, ni siquiera un instante frente a él, después de varios pasos pudo palpar algo muy parecido a un cofre, pero por encima una víbora de papel de gran tamaño que se encontraba en la basura del lugar lo cubría por com- pleto. También la lucha fue larga, hasta que logró enroscar y estrujarla, muy lentamente consiguió quitar y cortarle la ca- beza, cayendo el resto de aquel reptil; y por fin el preciado cofre, no podía creer que ya se encontrara ante sus ojos, lo abrió, liberando todas aquellas obras que Pablo perdía cada vez que eran tiradas a la basura. Aquel barco volvió navegando hacia la orilla donde em- pezó su juego, mientras él disfrutaba de su último día de va- caciones. Reconoció velozmente al Origami y fue a su en- cuentro, ya frente a él pudo ver que la leyenda de su abuelo se había convertido en realidad recuperando parte de su infancia, que de un tacho de basura recuperó su libertad. 14

Nicolás Buceta LA PARTIDA GALÁCTICA El gran maestro Andrés Aguirre, delgado, de tez blanca y pelo negro, con pequeñas canas que denotan sus cuarenta años, es el actual campeón mundial de ajedrez de nacionalidad argentina. Se encontraba en un hotel preparando en su tablero una partida para defender su título, dicha defensa sería desde el día trece al quince de marzo del año 2000, en el Teatro Co- lón. En la mañana recibió un sobre en color oro que lo trajo un búho blanco que se pozo en su ventana, fue a su encuentro dejándolo en sus manos. Al abrirlo a simple vista estaba totalmente en blanco, pero al tiempo en letra manuscrita aparecieron las siguientes pala- bras: “Señor Andrés Aguirre, usted ha sido seleccionado entre los me- jores del planeta Tierra para jugar el primer desafió de ajedrez de la galaxia, que se llevará a cabo en el planeta del sistema Zeta Rotariodos. Un cohete lo vendrá a buscar el día diecisiete de abril, a las 800 horas y se le darán más instrucciones del mismo”. Después de leer esto quedó totalmente sorprendido, mien- tras abanicaba la tarjeta, se preguntó: —¿Quién fue el que mandó semejante invitación? ¿Hay ajedrecistas en otros planetas? Se concentró primero en esforzarse por ganar el desafío del título del mundo, tomó el libro de aperturas para empezar a estudiarlo minuciosamente cada día, y luego el de táctica también con lujo de detalles. Quedó tan extenuado que se retiró a descansar. Al desper- tar se encontró junto a la ventana un paquete envuelto en pa- pel madera que el mismo búho habría dejado con una nota adjunta. Abrió el paquete y era un juego de ajedrez muy poco con- vencional, un tablero que en cada escaque conformaba una 15

Encuentros fantásticos constelación galáctica, junto a él una caja que empezó a hacer ruido. Al correr la tapa salieron de un salto los peones con forma humana, se encontraban con escudos y espadas, también las torres se ubicaron en sus respectivos lugares, caballos, alfiles y dama. Pero notó la falta importante de una pieza elemental en el juego: el rey. En ese mismo instante el comité organizador lo llamó para presentarse a jugar el mach del título del mundo. La partida por parte de ambos contrincantes fue de una táctica perfecta, con un auditorio expectante a cada movi- miento, notó en un sector de los palcos a pequeños hombres de color gris que se encontraban observándolo, sentía como perturbaba su concentración bloqueando su mente, pero pudo superarlo ganando ampliamente sin más titubeos rete- niendo el título del mundo. Luego de la partida aquellos seres se presentaron frente al campeón. —Gran maestro soy el príncipe Grigi, durante estos años lo estuvimos estudiando, no solo viendo su evolución en este juego. Nosotros tratamos de imitarlo, seguro que vio como lo mejoramos a este juego, nuestro mensajero ya se lo mandó, ¿no? —lo interrogó con sus ojos negros ovalados mirándolo desafiantemente. —Sí… recibí el paquete… no lo probé, no entendí… ¿cómo fue que los peones saltaron de la caja? Y noté la falta de una pieza elemental del juego, el rey —Su tono de piel fue poniéndose cada vez más blanca al entender que hablaban en su idioma. —Por eso he venido personalmente a decirle qué hacer para manejarlo, del lado de los escaques a1 y h1 verá que una madera se hace corrediza, allí encontrará dos electrodos que deberá colocárselos en ambas sienes y aparecerá el rey, podrá 16

Nicolás Buceta moverlos no con sus manos sino con su pensamiento, tam- bién habrá una perilla que indica “modo entrenamiento”, un jugador virtual moverá las piezas contrarias. Dio varios pasos para atrás y salió rápidamente hacia el ho- tel, un escalofrío recorría su espalda mientras entraba en el auto. Una vez dentro de su habitación se posicionó en el ta- blero frente al sector de las piezas blancas, con ambos índices encontró el lugar secreto y luego corrió la madera por la guía, halló dos cables blancos, siguiendo los pasos dichos por Grigi los colocó en ambas sienes, una pequeña descarga eléctrica dio en su cerebro haciéndolo cerrar sus ojos, al abrirlos su propio holograma asomó en la casilla del rey, lo miró y des- pués intentó tocarlo con su mano que traspasó la imagen. A continuación una lista de modos para jugar apareció “contra un adversario o tablero inteligente de práctica”, eligió la se- gunda opción. —Entonces debo pensar en la pieza a mover —se dijo así mismo. Pensó en el peón del rey a e4. Automáticamente se deslizó hacia el centro del tablero, unos segundos más tarde, el ta- blero movió e5. El gran maestro no salía del asombro sacó los caballos, respondiendo de igual manera el tablero, siguió los alfiles por su diagonal hacia el centro, respondió de la misma forma el juego, hasta que todas las piezas estuvieron en movi- miento. Después del enroque del blanco, el alfil de casillas negras se sacrificó dando jaque, un shock eléctrico le dio es su cabeza que lo dejó muy mareado, cuando pudo recuperarse pensó en comer aquella pieza ya que no tenía defensa, al hacerlo la misma desapareció. La partida llevó su cauce donde el maes- tro estuvo varias veces expuesto en distintas variables de con- secutivos embates a su rey, dándole grandes descargas a su cerebro. 17

Encuentros fantásticos Pudo liberarse cuando logró sacar su dama y con un con- traataque dejó a la merced de varios movimientos únicos, cer- cando al rey negro y dando jaque mate quitó el holograma. Extenuado mentalmente se sacó los electrodos, y se retiró a descansar. A la noche siguiente una nave se apareció en su ventana, la fecha del encuentro se estaba aproximando, se asomó y de ella salió un rayo de color verde paralizando su cuerpo y trasportándolo dentro de la nave, no pudo hacer ningún tipo de movimiento de defensa, solo fue absorbido llevándolo y dejándolo dormido. Cuando se despertó se encontraba frente a él Grigi. —Bienvenido a nuestra nave, en segundos llegaremos — Luego de esto se le proporcionó un traje para respirar. Lo condujo hacia un palacio totalmente de vidrio, a un sa- lón donde le mostró donde sería el encuentro. Dos sillones de oro macizo y en medio una mesa con el mismo juego que le enviaron. Lo invitó primero a tomar un descanso esa noche en la planta superior con un guardia siempre custodiándolo. Y al día siguiente se produciría el encuentro. Su sol se veía más cerca que en la órbita terrestre, tomó el desayuno con un sis- tema particular también con el pensamiento, y lo dejaron en el salón donde Grigi lo esperaba con el juego. Lo sentaron del lado de las piezas negras, le colocaron los electrodos, pero antes realizó una pregunta: —¿Por qué estoy aquí? —preguntó con cara de pánico ante todos los seres que lo rodeaban. —Interesante pregunta maestro, usted será la única per- sona que podría evitar que nosotros dominemos su mundo, ya que ustedes están metiéndose en donde no le corresponde, guerras y armas nucleares, alguien debe hacer el “sacrificio” 18

Nicolás Buceta como dice el ajedrez, si usted gana no tomaremos absoluta- mente nada… Pero si pierde habrá un equilibrio en el uni- verso, dominaremos la tierra. Las piezas se acomodaron y la electricidad en el cerebro de ambos se proyectó al mismo tiempo que sus hologramas ya estaban dentro del tablero y haciendo girar más rápido su constelación galáctica, el alienígena movió primero su peón del rey hacia el centro y el maestro repitió la misma jugada ambos sacaron los caballos y alfiles concentrando en el centro del tablero, luego se siguieron enroques, sacrificios de piezas en cada una de ellas provenido descargas para ambos, la ten- sión para el maestro era extrema, aun siendo el actual cam- peón del mundo, la tierra dependía de su cálculo estratégico. Ya aproximándose al final, resolvió mover la dama hacia el centro, sin notar que el caballo negro se encontraba en posi- ción de ataque doble, dando jaque y obligando a mover el rey perdiendo la dama, el alienígena con una sonrisa entre dientes dijo: —¡Jaque! —Su único movimiento consistía en colocar el rey sobre el “único” escaque que quedaba, el rincón de la ca- silla h8. Con su último esfuerzo movió la pieza para colocarla allí. La dama del bando negro entró por la columna hacia d1 poniendo fin al juego. —Jaque mate, muerte al rey —gritó Grigi con total furia después del movimiento. El holograma desapareció y el cuerpo de Andrés Aguirre quedó tendido sobre el tablero, mientras que una flota de na- ves espaciales salió a dominar la Tierra. 19

Encuentros fantásticos LAS HADAS DE LOS SUEÑOS Desde el momento que los reyes magos fueron guiados por la estrella de Belén hacia el pesebre de Jesús, con cada niño que nace un pequeño lucero aparece en el cielo. Dentro de ellos se encuentran las hadas que son las encargadas de reco- lectar y archivar sus sueños para así mantener su brillo en la noche y luego poder contárselo a sus padres al día siguiente. Pero también se dio un fenómeno que iniciaba aislada- mente, una niebla blanca al principio que después con el transcurrir del tiempo fue más densa, casi como nubes, empezando a interceptarlos tomando un color negro devol- viéndolos en tenebrosas imágenes en los pequeños. Las pesa- dillas, tenían como resultado grandes llantos y gritos des- consolados y así dieron lugar a las lluvias y huracanes, que es como se conocen hoy en día. Con ello, los desbordes de ríos y lagunas con inundaciones en todo el mundo. Las hadas preocupadas decidieron que debían actuar de inmediato y convocaron a una reunión en la luna donde se encuentra la gran hada madrina, quien le asigna una a cada niño. Empeza- ron a contarles lo que sucedía en la Tierra, aunque ella ya lo estaba observando hacía tiempo. Tomándose el mentón con la mano y pensativa después de un breve momento, batió sus grandes alas sacando un polvo de estrellas que estaban espar- cidas, depositándolas en pequeñas bolsitas de cuero para entregárselas a cada hada. Con las indicaciones de entrar a la habitación por la ventana y colocando en la palma de su mano, lo soplarían sobre la cama, cada una realizó al pie de la letra lo ordenado, mientras el llanto era ininterrumpido las camas lentamente comenzaron a elevarse dejando ver un montón de siluetas en el cielo y para no mojarlos los envolvie- ron en unas burbujas que a su vez administraba el oxígeno. La 20

Nicolás Buceta gran hada madrina ya de lejos escuchaba los llantos acompa- ñados de sus protectoras, al llegar los niños a la luna, ella levantó sus manos y tomó el control total sobre los pequeños, después muy suavemente los hizo descender formando un círculo y colocó detrás de la cabecera a cada hada que los protegerían, luego entre ellas se tomaron de sus manos conec- tadas entre sí. La gran hada madrina se dirigió hacia el centro del círculo, cerró sus ojos batiendo las alas pasando una a una hasta completar la cadena y al mismo tiempo a los niños ba- jando sobre sus frentes las imágenes de los bellos momentos vividos de juego y diversión, las sonrisas levemente volvieron a dibujarse sobre sus rostros y el efecto dominó hasta llegar al último. La tormenta comenzó a cesar hasta quedar las últimas go- tas que se deslizaban como en un tobogán desde las hojas de los árboles, luego que la calma se instalara, la gran hada ma- drina les pidió que hagan el camino inverso, regresar a cada niño a su hogar antes del amanecer. Nunca se supo con total veracidad si dicha historia fue real o pura imaginación de los niños. Pero, en el campo cuenta una leyenda de generación en generación que cada vez que se encuentra el cielo abierto totalmente y estrellado, los niños están teniendo un feliz sueño. 21

Encuentros fantásticos ENTRE LUZ Y SOMBRA Zachan es un mundo paralelo a la tierra que se encuentra dividido en zona de la luz y zona de la sombra. En la luz viven los “iluminados”, seres de alto poder que ven más allá, gobernados por Enerm, humanoide gigante de color amarillo quien administra la energía necesaria para po- der vivir, y brinda todo para que sus súbditos estén felices. En la sombra se encuentran los darkness, seres oscuros de ojos rojos contemplando al mal, gobernados por Dark Ángel, un gran ángel a quien se le quitó su energía por ser totalmente avaro y fue expulsado de los iluminados por desafiar a Enerm queriendo tener más poder que él para gobernar y expandirlo hacia todo el universo. Fue allí que su ira oscureció el lugar, llevándose consigo algunos miembros elevados que al ser tocados por él, los os- cureció y condujo a su exilio contra su voluntad, para aprove- char su sabiduría y armar el “consejo del mal” usando sus co- nocimientos formó un ejército de robots oscuros para apode- rarse del otro lado del mundo. Enerm y su esposa Sol, esperan mellizas, ya que son de vital importancia sus nacimientos para renovar la energía del lado de luz. Una pitonisa que integra “el consejo del mal” (del lado os- curo), vaticinó que los herederos de Enerm cubrirán con su luz toda la oscuridad. Por eso Dark Ángel mandó una vigilia hacia el límite e intentar raptarlos para recuperar su poder. Cuando nacieron Estrella y Luz, las hijas de Enerm, al oír su primer llanto la oscuridad empezó a atacar a los primeros guardianes. Por la ventana de su cuarto Enerm pudo ver cómo las luces de sus guardianes se apagaban en medio del 22

Nicolás Buceta sector. Bajó rápidamente las escaleras, mandó llamar al capi- tán para que agrupe sus fuerzas y arme la resistencia formando una barricada de energía que les impida pasar. Desde la torre del castillo vio la franja de luz como un montón de hileras de fuego se juntaban para cerrar el lugar, pero caían una tras otro. Sol, Estrella y Luz fueron llevadas a la torre más alta del castillo, donde el resplandor que salía por la ventana era tan fuerte que enceguecía en el campo de batalla, las primeras for- maciones de soldados negros empezaron a caer por su gran poder, Dark Ángel emprendió la retirada para reagruparse y tomar fuerzas de la oscuridad. Luz y Estrella crecieron y fueron adiestradas para pelear bajo la supervisión de Enerm. Una en el manejo de la energía solar y la otra en las constelaciones y cambios climáticos por ser un poco más arrebatada a la hora del ataque. —Hijas deberán estar bien preparadas para manejar sus poderes sobre todo tú Estrella —les dijo el padre mientras se encontraban en pleno adiestramiento. —Sí padre así lo haremos —contestaron. Dark Ángel consultó al “consejo de mal” y preguntó: —Consejo del mal, ¿las hijas del rey tendrán algún punto débil? Solo un silencio sepulcral obtuvo de respuesta. —No fui lo suficientemente claro. Las Hijas de Enerm, ¿tendrán algún punto débil? —Golpeando la mesa con la mano. Después de una pequeña vacilación, el más anciano de ellos se levantó lentamente y le dijo: —Una de ellas se llama Estrella, es la más impulsiva de las dos, te atacará primero, solo a ella deberás atacar. Retornó con el doble de soldados al límite de ambos im- perios y encarnaron una batalla feroz, entre las fuerzas de la 23

Encuentros fantásticos luz se encontraba Estrella quien empezó con el manejo este- lar, adelantándose de las filas. El capitán le ordenó que retro- cediera, pero no hizo caso y se topó con Dark Ángel, él levan- tando su brazo izquierdo la inmovilizó por completo antes que convoque a todo el poder estelar, colocándola bajo su brazo y emprendiendo la retirada nuevamente. Ya en la oscuridad fue puesta en una celda donde era tan grande y oscura que su energía no aplacaba a tremenda ne- grura. Se abrió la puerta de la celda y en ella aparece la silueta de Dark Ángel diciendo: —Estrella, Estrella, Estrella. Qué audaz, qué coraje querer ser la primera en atacarme, ¿pensaste qué era tan fácil de de- rrotar? ¿Tu padre no te contó que soy un semidiós? —Colo- cándose enfrente de ella abriendo sus enormes alas negras y metiendo su mano sobre los barrotes de la jaula tomándola de la mejilla. —Sí, me comentó, no tendrás nada de mi parte —contestó casi sin voz. —¿No?, Creo que estás equivocada un poco, tú me darás lo que tu padre me ha quitado, mi poder y crearé más oscuri- dad. Y su resplandor fue desvaneciéndose de apoco. En el sector iluminado, Luz creció en poder y energía gra- cias al nuevo entrenamiento que le dio Enerm. —Padre, dame un ejército y así rescataré a Estrella, esta- mos perdiendo vitalidad sin ella —suplicó Luz. —Es verdad, y yo ya me estoy sintiendo sin la energía su- ficiente para seguir por toda esta situación, llamaré al capitán para que alisten las tropas. Ya instalados en el límite de ambos imperios, Luz bajo el mando del capitán, iniciaron un ataque al lado oscuro. Desde la torre, Estrella con sus pocas fuerzas podía ver la 24

Nicolás Buceta luminosidad que invadía las sombras. —Ya está llegando tu hora —dijo con pocas fuerzas. —Ya veremos —contestó Dark Ángel. Bajando rápidamente para el enfrentamiento, vio cómo caían sus súbditos al poder de la Luz, empezó a abrirse paso entre sus propias tropas y ponerse al frente de la defensa. Luz vio sus intenciones y fue a enfrentarlo cruzándose en su camino. Ya frente a Dark Ángel intentó colocar su mano sobre su cabeza, ella en un movimiento rápido pudo esqui- varla, poniendo sus manos en el estómago y sacando de sus manos un gran rayo que lo tiró hacia atrás. —Has mejorado bastante —dijo Dark Ángel. —Fue el entrenamiento de mi padre para derrotarte — contestó Luz. Ya casi sin fuerzas Dark Ángel hizo un último intento por sacarle su energía, pero Luz le dio una descarga eléctrica cal- cinándolo por completo. Colocando las manos en su pecho recupera la energía para Estrella, un rayo abre el candado de la celda y poniendo su mano en el corazón de Estrella, le de- vuelve su vitalidad, ambas luces hacen desaparecer el lado os- curo volviendo su reino a la paz. 25







Brenda Weckesser BARRERAS ENTRE MIS BARRERAS Corría en ese apartado agrícola y estrecho llamado aldea. Tenía un recorte angélico de aquel entorno que desconocía y la salvedad inocente de ignorar verdades. Pero hasta ella sabía que no era libre. Fraia se detuvo. Miró las murallas, compuer- tas despectivas que cortaban su albedrío. Cercaban por entero a su especie marginada y hacían del cosmos un mísero re- ducto. Volteando notó que su padre venía a lo lejos. Yendo al encuentro la pequeña arrojó esa pregunta existencial: —Papá, ¿qué hay más allá de estas murallas?, ¿por qué nunca podemos salir de aquí? —Porque nosotros somos diferentes a las personas que vi- ven fuera de las murallas —¿Y por qué somos diferentes? —Pronto lo sabrás hija. —Mamá me dijo lo que pasará mañana. ¿Me va a doler? — preguntó asustada. —No tengas miedo, todo estará bien —La tranquilizó aca- riciándole la mejilla—, vamos hay que ir a casa. Retornaron al hogar. Anocheciendo; Fraia pisó el dormi- torio con los nervios de prever que se acercaba el momento. Obtuvo el arrope materno a base de cantos e idílicas leyendas. Aquello la tranquilizó a medias pero, no dejaba de pensar en lo que al alba viviría. Soñolienta quiso pues encomendarse a la almohada aunque su madre la frenó e impidió que se recos- tara en la cama. Urgía hacer algo antes. Le quitó sus telas de corte chico cubriendo el desnudo con un vestir en talla mayor a su cuerpo ínfimo. En esa prenda por demás holgada, la niña prácticamente lograba nadar. Sin embargo, por la mañana abrió los ojos sin creer lo que estaba viendo. Gritó ante la pronta metamorfosis. Aquella ropa fue acorde a una silueta 29

Encuentros fantásticos esbelta y la novedad del busto implicó adolescencia. Se había vuelto una chica moza entrando en los dieciocho años. Fraia comprendió las angustias de una raza excluida, los repudios a su genética singular. Se le dijo que quienes compartían ese gueto había sido en principio un niño corriente. Luego sobre- vino el anómalo estirón hasta casi tocar la juventud. Aceptó que este giro precoz la seguiría por siempre. Cada dos años trascurridos ella envejecería diez y el detrimento le sería más notable que a los humanos en su normalidad. Aún observaba las murallas pero, ya no con el prisma ingenuo que sugiere juguetear sino con el odio de un espíritu recluso. El mundo superaba a este diámetro indigno y era más que un acote de trinchera. Por eso finalmente lo decidió aunque debía hallar la opor- tunidad. Una noche los custodios de aquel predio abrieron murales para ingresar nuevos reos pero, estos forcejaron a re- beldía y a ellos se le sumaron un agite de cautivos inquietos por salir. Rápido Fraia se adhirió. Pese a que el aplaque tuvo éxito, ella resultó una de los tres afortunados que salieron. Echó carrera sobre el llano y amó el éxtasis de explorar campo abierto, sobre todo valoró la novedosa maravilla: el horizonte. Aventurada días en lo salvaje abordó tierra totalmente opuesta y entonces quedó pasmada. No podía entender lo que tenía enfrente. Eran piernas en brote histérico. Eran mortales luchando el paso. Era un colapso de galera y sombrilla, un enigma de caras ojeando el adorno ridículo de aguja y número. Pero la más grande ironía fueron esas torres erguidas a do- quier, hermanas a sus murallas aunque con un sinfín de ven- tanales. Fraia tuvo que afilar el arte de ocultarse en la gran metrópoli. Sufría el martirio nómade rotando de techo en te- cho pues anclar bastante en un mismo sitio era riesgoso. Ter- minando su década de los cuarenta, se había acomodado en un hostal donde además ejercía de posadera sin embargo, por 30

Brenda Weckesser desgracia, sucedió otra vez. Aquella madrugada dejó su hu- milde fondín y se lanzó a las corridas. Temblaba en pánico. Iba cuidando espalda como escapista nata. Rogó que el empe- drado dure solitario, que ningún testigo la sorprenda. Repen- tinamente tropezó. Tendida entre veredas captó los rayos de sol temprano y con ellos aquel hecho irrevocable. Su castaño apenas blancuzco ahora llevaba canas a lo múltiple y Fraia ganó la contextura de quien ronda los sesenta años. Minutos después tuvo la cortesía de un paseante que la auxilió dándose a la charla, ella le explicó sus ansias de conseguir labor. —Pues sabe, tengo una amiga que está buscando un ama de llaves, tal vez podría usted hablar con ella. Aquel peatón había obrado en buena fe aunque ni imagi- naba lo que pasaría. Fraia comenzó el trabajo con su insólita patrona. La señora Kader traía maneras de alta doncella pero también un temple particular que oscilaba entre los nervios y la amargura. Soltaba un proceder amable aunque nada le bo- rraba el cabizbajo ni la preocupación. Fraia en varias ocasio- nes se tentó a indagar la raíz de tal acongoja, para al menos prestar consuelo. Sin embargo, sabiendo a su jefa un alma re- servada no quiso pecar de intromisión. Quien cortaba la at- mosfera deprimente era Gustav, su hijo. Era un querible chi- cuelo pronto fascinado con esta domestica de hábitos amoro- sos y de halo juguetón, mucho más expresiva que su propia madre. Fraia le tomó cariño al menudo compañero. El tiempo dio rienda a un lazo intenso entre ambos aunque precisamente el tiempo mismo lo estaba a punto de obstruir. Fraia calculaba otra de sus mutaciones y ello definía el abandono más doliente que había cometido nunca. A corazón desecho una tarde bus- có a su empleadora y la vio merodeando alterada por la sala. Antes de que ella largara palabra la señora Kader le indicó que la secundara hasta su despacho donde avisó: —En dos días mi hijo y yo nos mudaremos a la finca de 31

Encuentros fantásticos mis padres. Quiero que mi pequeño pueda disfrutar a sus abuelos, ellos lo esperan con ansias. De todas formas quédese tranquila hablé con unos conocidos y la recomendé —dijo dándole una dirección en papel—, ha sido un gusto que tra- baje con nosotros. En verdad me apena darle esta noticia por- que sé que Gustav la aprecia mucho y sé que eso es mutuo. —Lo es, señora —reconoció con un dolor en el alma y luego de un silencio agregó—, hoy prepararé mis cosas. Durante la noche la mucama logró embalaje de sus bienes, pertenencia pobre y compresa en un maletín. Este era un iti- nerario resignado. La señora Kader simplificó los tantos al nombrarle su mudanza inesperada y ahorrarle una mentira para renunciar. Pero aun así por primera vez Fraia se maldijo a sí misma. Repugnó su índole extraña y mutable que la hacía vagabunda, que implicaba el despojo en todo suelo y su arrai- go contrario que se aferraba a las personas. Procuró ligereza para que el pequeñín no advierta retirada sin embargo, lle- gando a la puerta una voz en tierno le indagó: —Fraia, ¿por qué llevas esa maleta? —Cariño yo tengo que irme por un tiempo —mintió des- trozada. —Pero yo no quiero que te vayas —Lloró él. —No llores hijo —calmó su madre allí presente—, nos es- cribiremos cartas y pronto nos visitaremos. Un mimo entrañable dejó al compinche y Fraia partió a lágrima por las callejuelas pero, la terca criatura se empacó en seguirle huella con la negativa de su madre quien corrió para detenerlo. Gustav, polluelo andante, se dio al maratón entre adoquines y atrapó a la dama con desespero. Amor que esta nodriza respondió destruida cobijando al atleta en su pecho. Amor lamentablemente expuesto a lo público del camino, y a los primeros rayos del sol. Continuaron en unión hasta que de repente ella tiñó su cabellera en un alvino emparentado con 32

Brenda Weckesser la nieve mientras su cutis ganaba rugosidad. Entonces quedó boquiabierta porque los brazos que la estrujaban cambiaron a un par robusto y el minúsculo dorso de su aliado se estilizó sobremanera aventajándola en estatura. Gustav formó el mentón espigado y una barba débil lo decretó muchacho. Fraia se quitó el manto portado en su lomo amparando con él al joven en descubierto. La abuela no pudo despegarse de este igual quien loco bramaba. La señora Kader arribó como espectadora del gran temor y confirmó que en Gustav hablaba el mismo gen exótico de su esposo. Al instante armado e im- placable rompió el escuadrón con sus militares: —Quietos no se muevan —Amenazaron rodeándolos. La dupla ahora maniatada afrontó destino y como cordero dócil tuvo captura. A maltrato ocuparon los camiones mien- tras una madre clamaba neurótica el nombre de su hijo. Fraia retomó la condena entre muros. Gustav se rindió ante la vida encapsulada y dio con la tumba de su padre enclaustrado en ese gueto, allí antes de que él naciera. Pasaron años. Una ma- ñana Fraia con el declive anciano y desvalido de quien roza la centena se prestó a caminar sostenida por el amado lazarillo. Gustav le ayudó a sentarse. Una vez más ella contempló las murallas y dijo: —De niña sentía emoción por entender que había más allá de estas murallas y ahora lo sé. Hay murales invisibles que todos eligen construir. Hay gente que encontró las formas de controlar el tiempo sin buscar los modos de apreciarlo. Quie- nes gobiernan afuera, nos aprisionan para que no formemos parte de su mundo pero no saben que su mundo también es una prisión. 33

Encuentros fantásticos ENIGMA BLANCO Repentinamente quedo helado. Jamás había visto algo así. Tanto los paisajes neoyorkinos como la soberbia arquitectura fueron obstruidos por una gran rareza. Era un tramo blanco e insípido donde la ciudad moría sin prolongación alguna. En esta zona neutra detectó una puerta. Giró la perilla y se asom- bró aún más ante la mujer que tenía enfrente. Ella parecía cor- tesana en suelos medievales y un cetro completaba los requi- sitos de dama exótica. Se miraron. —¿Qué es este lugar? —preguntó ella. —Es Nueva York —respondió todavía perplejo—. ¿Quién eres tú? —Teora de Sarmos. —Nathan Frackwell —se presentó él. —¡Aquí también! —dedujo asustada—, ¿qué estará ocu- rriendo?, en mis dominios sucedió lo mismo. Gran parte del reino se cubrió de blanco y ya no hay más nada. Intenté arre- glarlo con los poderes pero, no lo logré. —¿Cómo? —preguntó incrédulo—, ¿de qué hablas? —Puedo cambiar cualquier cosa que quiera pero por al- guna razón no pude con esto. —No hay tiempo para bromas, lo que está pasando es gra- vísimo —gritó él. —Estoy tan preocupada como tú y estoy diciendo la ver- dad. Escucha, si consigo saber por qué mi magia falla tal vez encontremos una solución tanto para mi tierra como para la tuya. Acompáñame a Sarmos. Dejaron los aires americanos. Llegaron a una compuerta que la mujer abrió inmediatamente. Los recibió una épica sor- presa de torreones, donde los castillos eran ícono por exce- lencia, y una opción del Camelot legendario tenía vida. Allí 34

Brenda Weckesser también podía distinguirse esta blanca pandemia la cual aca- paraba mitad del feudo. La joven se adentró en un bosque. Tocó con su cetro los ejemplares verdosos y cada pino mutó a espada intimidante, alquimia que deshizo para reponer la normalidad. —Increíble —reconoció Nathan. —A veces desearía no tener este poder. —¿Por qué? —Al convertirme en aprendiz de alquimista, mi maestro me advirtió que este don tiene sus límites, solo puedes trans- formar cosas materiales. En Sarmos hay pobreza, hay familias enteras que padecen hambre. Hay dolor, eso es lo que quise transformar. ¿De qué me sirve mi habilidad si no puedo cam- biar lo que en verdad importa? Utilicé mis hechizos para mo- dificar la vida de los aldeanos y al principio fue maravilloso sin embargo, los que ayudé sufrieron consecuencias aun peo- res. Estaba convencida de que este mal blanco era un castigo por haber roto las reglas pero en tu tierra pasó lo mismo y no entiendo el motivo. —Hiciste lo que creíste correcto, querías un pueblo más justo y buscaste la forma de conseguirlo. Soy detective, re- suelvo casos y estoy continuamente buscando justicia pero, ahora tenemos un enemigo mayor. Si el blanco es progresivo acabará con todo. Jamás imaginé encontrarme en un mundo así, nunca antes había visto esa puerta. Si esto es posible, en- tonces tal vez haya otras, debemos averiguarlo y saber a dónde conducen. Siguieron camino. La boscosa expedición desembocó en una cueva. Allí se exhibían escritos alados, párrafos levitando por motus propio en las alturas. De repente quedaron atóni- tos. Entre los documentos leyeron sus biografías. Aparecían, los yerros de Teora como alquimista novata y la evolución de bruja excelente, el dilema que le acongojaba por quebrantar 35

Encuentros fantásticos su paradigma mágico, los peritajes de Nathan y su intelecto maestro con el cual ajusticiaba a los vándalos. —¿Cómo puede ser que todo nuestro pasado aparezca aquí? —Se sorprendió ella. —Alguien nos estuvo investigando pero, ¿quién? —¡Mira! —señaló Teora. Rápidamente los archivos empezaron a borrarse. Ambos salieron del amparo subterráneo y presenciaron el gran temor. Sarmos ahora sin esteros ni comarca, se hizo un hueco in- sulso, espacio fagocitado por el blanco que progresaba y lo absorbía casi en su totalidad. El dúo huyó viendo a lo lejos un fragmento en aparecía salvo. Era un islote limítrofe al poblado el cual Teora jamás había visto y Nathan mucho menos. Ve- loces llegaron allí para obnubilarse con múltiples escalinatas que en modo luciérnaga resplandecían. Iluminaban la ascen- dencia a unos ventanales, maravilla de la que emergía un ful- gor aún más potente. Optaron por una de las subidas y al abrir en par aquella estructura una fibra vigorosa los abdujo. Caye- ron en un rincón hogareño, con guirnaldas a doquier y el al- boroto alegre de mesa llena. Quisieron interactuar entre los huéspedes pero ninguno de ellos les oía. Vieron a un niño, tierno alpinista quien escaló banquillo rodeando el pastel. En- tonces se impactaron, tras la amorosa dupla que se unió al anfitrión posando para la foto y que dedujeron padres del mo- cito. Tenían su idéntica fisonomía, las peculiares mañas y hasta la voz se le emparentaba, eran una variante utópica de sí mismos. Aunque la joven ni por asomo igualaba a Teora en agilidad pues el bastón apenas le concedía un equilibrio tosco. Marcharon enloquecidos, infiltrándose en nuevas ventanillas. Su segundo aventón los llevó a un estudio de gruesa biblio- teca. Allí reconocieron al chico ahora esbelto rosando la pu- bertad y a la madre en desmejora haciendo triste pirueta para sentarse y lográndolo bajo auxilio del hombrecito. 36

Brenda Weckesser —Dime, ¿cómo van tus escritos André? —Tengo solo ideas. —Veamos. ¿Tienes claro quiénes serán tus personajes? —Quiero hacer dos historias diferentes. Una transcurre en New York y el protagonista es varón, otra tendrá magia y tra- tará sobre una mujer pero aún no puedo imaginarlos bien. —¿Y por qué los elegiste a ellos? —No lo sé, solo se me ocurrieron. —Ese es el problema —sonrió la madre—, cuando descu- bras la razón lo demás aparecerá. Llevará trabajo, pero si es la historia indicada la harás nacer. —¿Y cómo sabré eso? —No lo sabrás, lo sentirás. —Pero antes de escribir necesito saber si es una buena his- toria. —No, solo si necesitas escribirla será una buena historia y cuando lo hagas imagina que tienes a tus personajes enfrente, diles en voz alta cuál es su nombre, qué es lo que aman, qué es lo que odian, diles su meta. Nathan y Teora entraron en shock. Aquello no podía ser cierto. Buscaron interceder en este dúo extraño, pero los gri- tos fueron vanos, al igual que cualquier tentativa de palmear el hombro y hacerlos voltear. —¿Eso somos, un invento de alguien? —Se desesperó Teora. Cada decisión que tomamos no salió de nosotros sino de él —Se decepcionó Nathan. —Pero, ¿por qué decidió destruirlo todo? —La pregunta es, ¿por qué decidió construirlo y quiso crearnos? Hay que encontrar ese momento, tal vez así enten- damos la causa de este desastre. Exploraron numerosas ventanas, hasta arrojarse en la úl- tima. Allí vieron el mismo nido bibliotecario ahora como sala 37

Encuentros fantásticos tenue, donde los muebles se cohibían entre sábanas y el polvo era un mal indefectible. André estrujó el bastón materno en su pecho para empañarlo entre lágrimas. Tomó el retrato que capturaba su idílica niñez y a los padres en pose fervorosa. Los dibujó en lápiz. A uno le admitió el perfil detectivesco, al otro ropaje colorinche e hizo del arduo palo un cetro magis- tral. Observó luego los bocetos decretando en voz llorosa: —Tu nombre es Teora de Sarmos, eres la mejor alquimista pero odias el sufrimiento ajeno y no te interesa convertir la materia sino la vida de las personas, porque quieres sacarles el dolor que tienen dentro. Tu nombre es Nathan Fracwell eres detective y te repugna la injusticia y lucharás contra ella, tu ingenio será admirable. No importará la dificultad en la que estés, siempre hallarás la salida. —Nacimos de su tristeza —concluyó Nathan. —Y transformarla es nuestra verdadera alquimia —com- prendió Teora. Fue entonces cuando un resplandor los despidió del em- brollo cerebral para hacerlos metáfora, logro catártico y trazo ardiente de una pluma satisfecha, que André apoyó en el es- critorio. Tituló tal victoria “Enigma Blanco” dedicándolo al recuerdo de su madre. Aquella noche vivió el conflicto agri- dulce de batalla concluida pero también de emprender desa- rraigo. Ni se imagina que yo, su escritor afronto en primera piel esta encrucijada, que fue turista en mi engranaje neuronal y testigo de mil baches blancuzcos, que una parte mía se atreve a la página virgen y otra muere con él en los arropes de la nostalgia definitiva. 38

Brenda Weckesser HUMANISMO ARTIFICIAL No podía creerlo, el gran momento finalmente había lle- gado. Ionna bajó escalinata con esa vibra primaveral, con ese fuego de criatura osada que se avienta al cambio y abraza nuevo ciclo. A partir de hoy ya no sería la misma, ella lo sabía. Su madre la miró con orgullo pero su abuelo soltó un apático reojo acorde a la usanza agria que lo definió siempre. —¿Estás lista, hija? —preguntó la madre entusiasmada. —Sí, ya no puedo esperar —respondió eufórica la chica— , ¿irás, abuelo? —Tengo trabajo que hacer. —Pero esto es muy importante, todas las familias estarán ahí. —El trabajo también importa —concluyó este poniéndose el traje y yéndose. —Tu abuelo es un hombre muy comprometido con su labor, está molesto porque mañana se jubilará. No debes en- fadarte, debes tomar su ejemplo y servir a nuestra comunidad con la misma eficiencia que él. Vamos, sabes que como alcal- desa tengo que abrir la ceremonia y no puede retrasarse. Ambas vistieron el neopreno hermético cubierto además por un arnés, escudo contra el afuera, mientras un casco de estética astronauta las hacía viajante astral aunque el suelo a temer no era otro que la tierra misma. En esos años la atmós- fera se había vuelto completamente toxica. Salieron. Madre e hija alcanzaron el centro de la ciudad pisando luego el edificio donde aguardaba la multitud. Ionna se agregó a sus pares. La alcaldesa asumió el palco rodeada por concejales y burócratas de rango menor. Con liderazgo la dama expresó: —Ciudadanos, hoy 12 de mayo del 3000, otra camada de 39

Encuentros fantásticos jóvenes se nos unirá. Este es un día de gran dicha pero tam- bién de reflexión, porque hoy debemos recordar el mal que corrompía a los humanos del pasado y que nuestra tecnología pudo curar: el egoísmo. Ellos no pensaron en las generaciones futuras, los trajes que llevamos puestos lo demuestran. Antes los hombres podían sentir el sol en la piel, respirar aire fresco, cosa que jamás haremos porque ellos nos han dejado un pla- neta enfermo sin embargo, tuvieron su castigo con la epide- mia que se desató hace medio siglo; epidemia que no llegó a esta isla porque Dios puso su mano en quienes la habitaban, los elegidos para formar una raza nueva, una raza que practi- que el lema más noble, ese lema que nos llevó a crear el dis- positivo y que honraremos hasta el fin de los tiempos: “YO SOY EL OTRO”. Rápidamente el lema se volvió eco fanático. Cuando este impulso acabó, cada adolescente fue llamado por ventaja alfa- bética. Llegado el turno, Ionna tomó el podio y su madre la condujo hasta un gabinete de muro vidriado que hacía el ritual observable. Allí le quitó uno de sus guantes y también la bota diestra, cosa admisible en aquella cabina a aprueba de toxina externa. Ionna se recostó en una camilla, la mano y el pie al desnudo fueron unidos mediante cables al computador que guardó su huella dactilar y que en minutos iniciaría el proceso tan esperado. —Desde nacimiento te implantamos nuestro signo de evo- lución y justicia, nuestro dispositivo que activaremos para que seas parte de la comunidad. A partir de hoy si provocas daño a otro, inmediatamente el dispositivo reproducirá en ti ese mismo dolor y sufrirás en carne propia el sentimiento de an- gustia y desesperación que has causado en tu hermano. Ionna Averson, ¿juras actuar con rectitud y solidaridad hacia todos tus semejantes y enorgullecer a este pueblo? —Sí, juro —dijo Ionna con toda convicción. 40

Brenda Weckesser —Yo te nombro mujer de la raza nueva. Estaba hecho, el dispositivo había sido activado. Transcurridos varios meses de adaptación en los que eva- luaron a rigor su nivel de altruismo, Ionna suplantó a su abuelo, colaborando con la prole como recolectora. Su tarea se basaba en juntar materia prima para elaborar futuros dispo- sitivos, razón por la cual le tocaba salir de la ciudad y sondear los huecos más agrestes de la península. Una mañana la chica partió sin imaginarse lo que ocurriría. Pasó horas seleccio- nando elementos en un sector no tan distante a la urbe, y de- cidió alejarse para acumular mejor cantidad. Con su motoci- cleta, ganó millas hasta descubrir un pequeño bosque donde se dispuso a explorar. Repentinamente quedó atónita. A solo metros apareció un joven, enigma ahora helado e incrédulo que frenó marcha para observarla. Él se prevenía a casco tam- bién cristalino más ropas de aeronauta que coincidían con las suyas pero, Ionna maravillada lo dedujo inmigrante porque no vestía de naranja como la raza nueva sino de blanco. —Soy Ionna —dijo señalándose. —Panós —respondió imitándola. —¿Vives aquí? —preguntó Ionna sin saber si él manejaba su escocés. —No entiendo lo que dices —le explicó el muchacho inú- tilmente porque ella tampoco comprendió su idioma. Ionna sacó de su morral una tableta, que encendió con el pensamiento. Mentalmente creó una casa y esta se plasmó en- seguida en su artefacto digital. Apuntándose a sí misma a la vez que mostraba el dibujo expresó: —Mi casa queda por allí —orientó marcando el Norte. —Mi casa está por allí —respondió él en su dialecto seña- lando el dibujo e indicando el Oeste. Ionna moría por continuar la interacción pero su moto despidió un chillido espasmódico seguido de una voz que 41

Encuentros fantásticos reiteraba: El tiempo de recolección está por terminar. El vehículo de cada habitante permanecía registrado en la central del sistema, con un chip rastreador que vigilaba todos los mo- vimientos del viajero. La motoneta de Ionna figuraba ahora en el oeste pero sobrepasando el horario estimado. Así la chica tradujo gestual la urgencia de irse y saludándolo se mar- chó. No dejaba de retener a este peregrino. ¿Qué secretos guardaba su cultura? ¿Por qué vagaba en los rincones más hostiles? Una corazonada le dictaba esconder esto tanto a su madre como a su abuelo quienes tildarían al chico de amenaza por no pertenecer a la comunidad. A la mañana siguiente sin perder minuto buscó el oeste. Luego de mucho andar la sorprendió un buque, imponente mastodonte que había encallado. Panós trepado al mástil la reconoció bajando al encuentro. Ionna le cedió al marino un minúsculo auricular del cual traía una réplica. Se desprendió de su casco calzándoselo en la oreja y rápidamente volvió a protegerse, el foráneo la imitó. Con una seña la mujer le indicó que hablara haciendo ella lo mismo para encender el aparato. —¿En qué idioma me escuchas? —preguntó Ionna. —En griego —dijo Panós—, ¿tú en qué idioma me escu- chas? —En escocés, mi familia es escocesa pero en mi pueblo vive gente de muchos países por eso algunos usamos esto. ¿Tú vienes de Grecia? —Sí, hace meses que nos fuimos de allí con mis padres y mis hermanos pero nuestro barco se averió. Llevamos días reparándolo y esperamos partir mañana. ¿Para qué juntas esas cosas? —Se intrigó señalando el bolsón con los bártulos que Ionna llevaba en su motocicleta. —En un dedo del pie derecho tengo un dispositivo. Todos en mi pueblo lo tienen, si yo o alguien de mi sociedad comete daño, nos hace vivir el dolor de la persona a la que hemos 42

Brenda Weckesser herido en nuestro propio cuerpo una y otra vez. Estos mate- riales sirven para fabricarlos, mi raza los considera el método más justo. —Eso no es justicia, es otra forma de venganza. Ese dis- positivo no hace que los hombres entiendan su error sino que lo sufran, si para curar un mal se tiene que generar otro aun peor entonces no se está remediando nada, se está creando una nueva enfermedad. No quiero ofenderte pero así pienso. No puedo ver las cosas como las ve tu pueblo. —Gracias —dijo Ionna desde lo más hondo de su alma. —¿Por qué me agradeces? —Se descolocó Panós. —Es la primera vez que oigo lo que alguien realmente siente —se desahogó Ionna—, yo pienso como tú. Odio este dispositivo, odio que las personas pasen por esa crueldad sin embargo, debo fingir todo el tiempo. El día que me lo activa- ron yo estaba feliz, porque creía en verdad que mi raza era justa y que habían encontrado la manera de que nadie más lastime a otro pero todo lo que hicieron fue crear un infierno. —Tal vez hay alguien que pueda ayudarte —pensó Pa- nós—, cuando llegamos a esta isla, mi familia y yo enferma- mos. Nos encontró un hombre que llevó medicinas y co- menzó a curarnos. Él nos visita todos los días. Estoy seguro de que pertenece a tu pueblo porque viste como tú. —¡Qué! —se asombró Ionna. —Nunca pudimos conversar porque no traía estos auricu- lares y no entendemos su lengua. Pero es el hombre más ge- neroso que he visto. Debes hablarle. Está en el barco con mi padre, ven. Intrigada la dama se unió al navegante. A bordo del amplio galeón el joven la codujo escaleras abajo donde un sótano le reveló lo más impasable. Ionna quedó pasmada, sin poder soltar palabra. Aquel varón sagas y hereje que traía su mismo atuendo le quitó cuidadosamente su auricular para informarle 43

Encuentros fantásticos a Panós. —Ella es mi nieta, tenemos que hablar —concluyó mien- tras salía a la par con Ionna del barco y se alejaban. —Jamás pensé que tú… —¿Qué yo le ocultaría esto al sistema?, ¿creíste que apruebo esta porquería que nos han implantado?, tuve que mentir bien, Ionna. Y Ahora sé que no soy el único —dijo sonriéndole triste. —¿Por qué nuestra raza soporta vivir así? —dijo Ionna fu- riosa—, cuando miro los ojos de nuestra gente solo veo fal- sedad y temor. Cada cosa buena que hacen no la hacen por sí mismos sino para que el dispositivo no los sancione. Cuando vi por primera vez a Panós en sus ojos había algo que no en- contré en nadie más. —Vida, en sus ojos hay vida, como la hubo en los ojos de mi abuelo. Pero ahora nos hemos vuelto leones en cautiverio. Leones que han vivido mucho tiempo en un circo estúpido y se han acostumbrado tanto a las piruetas que ha perdido su naturaleza. Debes ir casa, tienes poco tiempo de recolección y si no vuelves habrá problemas. Un abrazo culminó la catarsis y Ionna se fue con la alegría más intensa. El saber a su abuelo un aliado rebelde despertó en ella esa esperanza desaparecida. No tenía idea de que aquel sentir duraría poco ni del infortunio que le aguardaba. Próxi- ma a la vivienda aparcó la máquina, entre veredas viendo a su madre por entrar en el caserón, entonces apareció un indivi- duo armado que apuntó en dirección a la alcaldesa, quien que- dó estupefacta. Ionna sacó del pantalón el afilado trinchete que simplificaba su jornada y lo hundió en la cadera del sica- rio, coraje capaz de frustrar la bala pero que desató el disposi- tivo. La chica cayó al piso, retorciéndose por el efecto sádico y constante de aquella tecnología y padeciendo las idénticas condiciones del bandido. 44

Brenda Weckesser —¡Qué hiciste! —Se horrorizó la alcaldesa. Rápidamente una escuadra detuvo tanto al criminal herido como a la muchacha; sin contemplar acto defensor. Ionna re- gresó al hogar escoltada por su madre más dos polizontes, espacio del que ya no se le permitiría salir. La tortura de onda cuchillada repitiéndose en el dorso le arrancaba gritos deses- perados. Apenas su abuelo la vio, a espaldas partió de inme- diato hacia la única alternativa y por la noche tomó una deci- sión sin vuelta atrás. La alcaldesa empeñada en camuflar es- cándalo dejó la morada para reunirse entre los concejales y cerciorarse de que tal calamidad no devenga en notición pú- blico. Cuando el viejo tuvo área despejada corrió a la alcoba donde la nieta tiraba gemidos continuos. Sacó la cuchilla de tajo grueso cohibida en su bota, Ionna entendió enseguida. —Es en lo único que pienso pero de nada servirá, saltará en el sistema de seguridad y los guardias vendrán —dijo terri- ble y dolorida. —Confía en mí —La calmó el abuelo acariciándole el ros- tro mientras ella asintió con la cabeza. Ionna anticipó las muelas apretadas y se encomendó al fa- cón que en segundos mutiló su dedo gordo, lugar del dispo- sitivo. Irónicamente el doloroso extirpe logró un alivio ben- dito pues las punzadas que le atacaban terminaron. El abuelo hizo veloz las curas para luego ser muleta de la joven quien completamente débil apenas se incorporaba. Salieron con el corazón en boca y Panós surgió entre los arbustos. Ayudó a la chica para montarse en el vehículo del geronte nominán- dose conductor, tal como lo habían planificado. El viejo es- caló la furgoneta de Ionna en sendero contrario a ellos. —Nos reuniremos en el oeste, pronto estaré en el barco —Decretó el anciano antes del arranque. —¡Abuelo, a dónde vas! —le gritó Ionna desconcertada con la poca fuerza que tenía. 45

Encuentros fantásticos —¡Váyanse ya!, nos veremos en el oeste —apuró el abuelo. En la central del sistema saltó alerta roja y una patrulla fue a la cacería de esta insurrecta sin dispositivo que figuraba mo- vilizándose. El radar marcaba la moto de Ionna huyendo hacia el este. El escuadrón marchó a la persecuta basándose en tal pista sin imaginar que el trasporte de la dama estaba conducido por el anciano. Ionna y Panós alcanzaron el oeste donde parte del clan griego asistió a la prófuga desvalida para subirla al barco, mientras el resto levaba ancla. Zarparon. En la nave Ionna no halló al abuelo, rompió en lágrimas y por primera vez comprendió el altruismo fidedigno, el amor sin anexos mecánicos ni parlas artificiales. El anciano en el este era detenido por la fracción policíaca sometiéndose a indaga- toria pero no le importó, nada quitaba la dicha de entender que su nieta dejaba la farsa circense y aunque jamás vería de nuevo sus ojos, sabía que en ellos finalmente habría vida. 46

Brenda Weckesser RECUERDOS CELESTES Repentinamente los latidos cesaron. No entendía qué es- taba ocurriendo. Detectó su cuerpo, desgracia magra y tullida sobre el camastro. Vio a los médicos, erudito arsenal que bus- caba reanimarlo pero de nada sirvió. Aunque quisiese no po- día retomar la coraza de hueso y piel, pues ahora era un piloto afín a lo etéreo que transcendía la ley mundana. Siguió eleván- dose mientras una luz lo orientaba amorosa. Finamente su asenso se detuvo. No lograba creerlo. Lo fascinó un predio lumínico con ánimas a doquier. Uno de estos seres se adelantó diciéndole: —Bienvenido a casa Joseph. —¿Qué sucedió?, ¿por qué estoy aquí? —Otra de tus vidas en la tierra ha terminado. Estás aquí para reflexionar sobre lo que has aprendido de ella y lo que aún te falta, para ver cuánto de tu misión has cumplido. —¿Mi misión? —Cada alma elige una misión antes de llegar a la tierra, es decir, elige venir a aprender algo y a superar dificultades para poder evolucionar. Tú decidiste que tu misión fuera el con- cretar tus aspiraciones sin olvidar la generosidad con los de- más. —Pero, ¿por qué no lo recuerdo? —Porque los recuerdos de lo que cada alma decide, aquí se borran cuando bajas a la tierra. —Pero si se borran, ¿cómo pueden cumplirse las misiones entonces? —Se borran de la memoria sin embargo, quedan en el ser. Continuamente la intuición habla para poder despertar esos recuerdos y guiar a los hombres hacia su propósito, muchos de ellos prefieren escuchar a la mente, es así como se crea el 47

Encuentros fantásticos miedo; quien los aleja de lo que en verdad son y de la tarea que deben emprender. —Si es así, yo no he cumplido mi misión, fui egoísta, solo me centré en mí mismo. —Dos son las cosas que puedes hacer: o te quedas aquí y refuerzas tu esencia espiritual con las almas que permanecen en este lugar, o vuelves a la tierra e intentas cumplir tu misión otra vez. —Quiero volver, quiero ser una mejor persona de la que fui. —Muy bien, así será. Pronto reencarnarás de nuevo, ten- drás otro cuerpo y otro nombre, pero antes elegirás a las almas que serán tu familia en la siguiente vida. —¿Yo las elegiré? —Se elegirán mutuamente y se ayudarán para cumplir las misiones que cada uno deba realizar. —Por cierto, no me has dicho tu nombre. —Durante mi última vida mi nombre era Graham, puedes llamarme así —respondió y luego dijo—, ven conmigo. Joseph exploró aquel dominio, donde lo amable y lo diá- fano fluían en par, Reconoció al grupo álmico que había sido su familia se eligieron nuevamente pues, como clan afronta- rían un cúmulo de experiencias útiles al espíritu. Cuando Jo- seph estaba listo para encarnar Graham, dotó al viajero de luz blanquecina, y abrió un portal con vías a lo terrícola pero tuvo que posponer el envión, porque repentinamente un conjunto de almas llegó al edén. Brotaban confusas queriendo enten- der. —¿Qué está pasando Graham? —Se extrañó Joseph—, ¿por qué han llegado tantos? —Hay un desastre natural en la tierra. Muchos dejaron su cuerpo. Tengo que ir a ayudar a los recién llegados. Escucha bien esto, cuando se abre el portal para que un alma baje, solo 48

Brenda Weckesser se cierra si el alma encarnó. Tu portal está abierto pero no debes bajar todavía. Hay que hacer algo muy importante aún. Espérame. —Está bien. Una vez ubicados los nuevos huéspedes, Graham procuró atender a Joseph concretando el aventón. Pero notó que su portal estaba ya cerrado y su alma figuraba fuera del ámbito divino, hecho que anticipaba lo peor. Con su ventaja telepá- tica pidió la ayuda de otro guía que facilitaba las encarnacio- nes. Este acudió como rayo. —¿Qué necesitas Graham? —preguntó cordial. —No encuentro a Joseph. —Ya lo envié a la tierra. —Aún no tenía que bajar. Le borré los recuerdos de la vida anterior pero no quité de su memoria las misiones, ¿qué hare- mos? —Eso es terrible, tenemos que traerlo aquí de nuevo. —No podemos, él no acordó dejar su cuerpo tan pronto, estaríamos traicionando las vivencias que eligió y cambiaría- mos su tarea. Tienes razón, pero él sabrá las misiones de su familia y los estados del alma, no podrá con esa carga. —Le hablaremos en sueños, le aconsejaremos, él nos es- cuchará. En tanto estas entidades solo podían limitarse a observar, Joseph penetraba un mágico acueducto, donde el frío no hacía estorbo ni el calor daba sofoque. Era capsula exótica pero grata y él, de pronto, ágil marino que flotaba por motus pro- pio sin siquiera saber nadar. De repente, su envidiable guarida comenzó a romperse. Sintió la misma extrañeza que cuando se vio agónico entre los catres del sanatorio. Tampoco ahora comprendía el suceso y aunque luchase, por guardarse en el espléndido fortín, le resultaba vano porque este se abría cada 49

Encuentros fantásticos vez más. También aquí una luz persistía seductora. Un artilu- gio a filo cortó los lazos con su antigua madriguera y el llanto fue la única protesta usable. Joseph terminó entre brazos que jamás había visto aunque revivió el goce casi idéntico al de los halos celestes porque la dama que lo mecía replicaba ese amor solo asociable al que Graham concedió mientras un bienve- nido a casa sonaba otra vez. Joseph encarnó en el otoño de 1920, ya no como un sajón de techo modesto, sino como el hijo de Filipo, un genovés acaudalado que cuidaba las formas y se enrolaba en la alta al- curnia. Su madre tuvo una corta estancia mundanal, partió cuando él tenía tres años y su hermana Chiara cinco. El niño había perdido la identidad inglesa pues ahora le llamaban Marco. Su infancia voló idílica sin los asomes del don. Aunque llegada la pubertad esta extravagante gracia despertó. Un día mientras almorzaba lo asaltaron voces. Provenían de su padre y de su hermana aunque estos callaban, según el protocolo solemne e insípido. ¿Qué era este reclamo a lo ventrílocuo? ¿De dónde venía tal griterío si los comensales degustaban en mudo? Aquel enigma siguió acomplejando al joven hasta que finalmente las dudas cesaron. Sin embargo debía mantener oculto todo esto. Con el secreto a cuestas, el chico vivía perturbado. Chiara se encontraba terriblemente inquita ante el cambio retraído de su hermano y sin saber más que hacer una mañana le suplicó: —Marco, dime, ¿qué te pasa? —Júrame que nunca se lo contarás a papá. —Te lo juro. —Hace unos días, cuando comíamos, papá y tú estaban callados pero de ustedes salieron voces. —¡Qué! —se asustó Chiara. —De verdad las escuché. Eran como pensamientos pero más profundos. Y cuando me fui a dormir, soñé con alguien 50


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