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NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS B. PÉREZ GALDOSFORTUNATA JACINTA (DOS H I S T O R I A S D E C A S A D A S ) PARTE PRIMERA V 13 millar.MADRIDSUCESORES DE HERNANDOA r e n al, 11 1915
FORTUNATA Y JACINTA
Es propiedad. Queda hecho el de-pósito que marca la ley. Serán fur-tivos los ejemplares que no lleven elsello del autor.
NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS POR B. PÉREZ GALDÓSFORTUNATA Y JACINTA (DOS HISTORIAS D E CASADAS) PAETE PBIMEEA 13 millar.MADRIDSUCESORES DE HERNANDOAronal, 11 1915
. TIF. DE LOS HIJOS DE TELLOIMPBKSOR DE C Á M A E A DE S. M. C. de San Francisco, 4 .
PARTE PRIMERA i Juanito Santa Cruz I Las noticias más remotas que tengo de lapersona que lleva este nombre me las ha dadoJacinto María Villalonga, y alcanzan al tiempoen que este amigo mío y el otro y el de másallá, Zalamero, Joaquinito Pez, Alejandro Mi-quis, iban á las aulas de la Universidad. Nocursaban todos el mismo año, y aunque se re-unían en la cátedra de Camús, separábanse enla de Derecho Eomano: el chico de Santa Cruzera discípulo de Novar, y Villalonga de Coro-nado. Ni tenían todos el mismo grado de apli-cación: Zalamero, juicioso y circunspecto comopocos, era de los que se ponen en la primerafila de bancos, mirando con faz complacida alprofesor mientras explica, y haciendo con lacabeza discretas señales de asentimiento á todolo que dice. Por el contrario, Santa Cruz y Vi-llalonga se ponían siempre en la grada más
6 B. PÉREZ OrALDÓSalta, envueltos en sus capas y más parecidos á conspiradores que á estudiantes. Allí pasaban el rato charlando por lo bajo, leyendo novelas,dibujando caricaturas ó soplándose recíproca-mente la lección cuando el catedrático les pre-guntaba. Juanito Santa Cruz y Miquis lleva-ron un día una sartén (no sé si á la clase deNovar ó á la de Uribe, que explicaba Metafísi-ca) y frieron un par de huevos. Otras muchastonterías de • este jaez cuenta Villalonga, lascuales no copio por no alargar este relato. To-dos ellos, á excepción de Miquis que se murióel 64 soñando con la gloria de Schiller, metie-ron infernal bulla en el célebre alboroto de lanoche de San Daniel. Hasta el formalito Zala-mero se descompuso en aquella ruidosa ocasión,dando pitillos y chillando como un salvaje, conlo cual se ganó dos bofetadas de un guardia ve-terano, sin más consecuencias. Pero Villalongay Santa Cruz lo pasaron peor, porque el prime-ro recibió un sablazo en el hombro que le tuvoderrengado por espacio de dos meses largos, yel segundo fué cogido junto á la esquina delTeatro Real y llevado á la prevención en unacuerda de presos, compuesta de varios estudian-tes decentes y algunos pilluelos de muy mal pe-laje. A la sombra me le tuvieron veintitantaslloras, y aún durara más su cautiverio, si de élno le sacara el día 11 su papá, sujeto respetabi-lísimo y muy bien relacionado.
FORTUNATA Y JACINTA 7 ¡Ay! el susto que se llevaron D. BaldomeroSanta Cruz y Barbarita no es para contado.jQué noche- de angustia la del 10 al 11! Amboscreían no volver á ver á su adorado nene, enquien, por ser único, se miraban y se recreabancon inefables goces de padres chochos de cari-ño, aunque no eran viejos. Cuando el tal Jua-nito entró en su casa, pálido y hambriento,•descompuesta la faz graciosa, la ropita llena desietes y oliendo á pueblo, su mamá vacilabaentre reñirle y comérsele á besos. El insigneSanta Cruz, que se había enriquecido honrada-mente en el comercio de paños, figuraba contimidez en el antiguo partido progresista; masno era socio de la revoltosa Tertulia, porquelas inclinaciones antidinásticas de Olózaga yPrim le hacían muy poca gracia. Su club erael salón de un amigo y pariente, al cual ibancasi todas las noches D. Manuel Cantero, D. Ci-rilo Álvarez y D. Joaquín Aguirre, y algunasD. Pascual Madoz. No podía ser, pues, D. Bal-domero, por razón de afinidades personales, sos-pechoso al poder. Creo que fué Cantero quien leacompañó á Gobernación para ver á GonzálezBravo, y éste dio al punto la orden para quefuese puesto en libertad el revolucionario, elanarquista, el descamisado Juanito. Cuando el niño estudiaba los últimos años desu carrera, verificóse en él uno de esos cambia-dos críticos que tan comunes son en la edad.
8 B. PÉREZ SALDOSjuvenil. De travieso y alborotado volvióse tanjuiciosillo, que al mismo Zalamero daba quincey raya. Entróle la comezón de cumplir religio-samente sus deberes escolásticos y aun de ins-truirse por su cuenta con lecturas sin tasa ycon ejercicios de controversia y palique decla-matorio entre amiguitos. No sólo iba á clasepuntualísimo y cargado de apuntes, sino quese ponía en la grada primera para mirar al pro-fesor con cara de aprovechamiento, sin quitarleojo, cual si fuera una, novia, y aprobar con ca-bezadas la explicación, como diciendo: «yotambién me sé eso y algo más». Al concluir laclase, era de los que le cortan el paso al catedrá-tico para consultarle un punto obscuro del tex-to ó que les resuelva una duda. Con estas dudasdeclaran los tales su furibunda aplicación. Fue-ra de la Universidad, la fiebre de la ciencia letraía muy desasosegado. Por aquellos días noera todavía costumbre que fuesen al Ateneo lossabios de pecho que están mamando la lechedel conocimiento. Juanito se reunía con otroscachorros en la casa del chico de Tellería (Gus-tavito), y allí armaban grandes peloteras. Lostemas más sutiles de Filosofía de la Historia ydel Derecho, de Metafísica y de otras cienciasespeculativas (pues aún no estaban en moda Ios-estudios experimentales, ni el transformismo,ni Darwin, ni Haeckel), eran para ellos lo quepara otros el trompo ó la cometa. ¡Qué gran pro-
FORTUNATA Y JACINTA 9greso en ]os entretenimientos de la niñez!¡Cuando uno piensa que aquellos mismos nenes,si hubieran vivido en edades remotas, se ha-brían pasado el tiempo mamándose el dedo, óhaciendo y diciendo toda suerte de boberías...! Todos los dineros que su papá le daba, dejá-balos Juanito en casa de Bailly-Bailliére, á cuen-ta de los libros que iba tomando. Refiere Villa-longa que u n día fué Barbarita reventando degozo y orgullo á la librería, y después de saldarlos débitos del niño, dio orden de que entrega-ran á éste todos los mamotretos que pidiera,aunque fuesen caros y tan grandes como misa-les. La bondadosa y angelical señora quería po-ner un freno de modestia á la expresión de suvanidad maternal. Figurábase que ofendía á losdemás haciendo ver la supremacía de su hijoentre todos los hijos nacidos y por nacer. Noquería tampoco profanar, haciéndolo público,aquel encanto íntimo, aquel himno de la con-ciencia que podemos llamar los misterios gozososde Barbarita. Únicamente se clareaba algunavez, soltando como al descuido estas entrecor-tadas razones: «¡Ay, qué chico!... ¡cuánto lee!Yo digo que esas cabezas tienen algo, algo, siseñor, que no tienen las demás... En fin, másvale que le dé por ahí.» Concluyó Santa Cruz la carrera de Derecho,y de añadidura la.de Filosofía y Letras. Sus pa-pas eran muy ricos y no querían que el niño
10 B. PÉREZ GALDÓSfuese comerciante, ni había para qué, pues ellostampoco lo eran ya. Apenas terminados los es-tudios académicos, verificóse en Juanito unnuevo cambiazo, una segunda crisis de creci-miento, de esas que marcan el misterioso pasoó transición de edades en el desarrollo indivi-dual. Perdió bruscamente la afición á aquellasfuriosas broncas oratorias por un más ó un me-nos en cualquier punto de Filosofía ó de Histo-ria; empezó á creer ridículos los sofocones quese había tomado por probar que en las civiliza-ciones de Oriente el poder de las castas sacerdota-les era v.n poquito más ilimitado que el de los re-yes, contra la opinión de Gustavito Tellería, elcual sostenía, dando puñetazos sobre la mesa,que lo era m poquitin menos. Dio también enpensar que maldito lo que le importaba que laconciencia fuera la intimidad total del ser racio-nal consigo mismo, ó bieu otra cosa semejante,como quería probar, hinchándose de convicciónairada, Joaquinito Pez. No tardó, pues, en aflo-jar la cuerda á la manía de las lecturas, hastallegar á no leer absolutamente nada. Barbaritacreía de buena fe que su hijo no leía ya porqué-había agotado el pozo de la ciencia. • Tenía Juanito entonces veinticuatro años. Leconocí un día en casa de Federico Cimarra enun almuerzo que éste dio á sus amigos. Se meha olvidado la fecha exacta; pero debió de serésta hacia el 69, porque recuerdo que se habló
FORTUNATA Y JACINTA 11mucho de Figuerola, de la capitación y del de-rribo de la torre de la iglesia de Santa Cruz.Era el hijo de D. Baldomero muy bien parecidoy además muy simpático, de estos hombres quese recomiendan con su figura antes de cautivarcon su trato, de éstos que en una hora de con-versación ganan más amigos que otros repar-tiendo favores positivos. Por lo bien que decíalas cosas y la gracia de sus juicios, aparentabasaber más de lo que sabía, y en su boca las pa-radojas eran más bonitas que las verdades. Ves-tía con elegancia y tenía tan buena educación,que se le perdonaba fácilmente el hablar dema-siado. Su instrucción y su ingenio agudísimole hacían descollar sobre todos los demás mozosde la partida, y aunque á primera vista teníacierta semejanza con Joaquinito Pez, tratándo-les se echaban de ver entre ambos profundasdiferencias, pues el chico de Pez, por su ligere-za de carácter y la garrulería de su entendi-miento, era un verdadero botarate. Barbarita estaba loca con su hijo; mas era tandiscreta y delicada, que no se atrevía á elogiar-le delante de sus amigas, sospechando que todaslas demás señoras habían de tener celos de ella.Si esta pasión de madre daba á Barbarita inefa-bles alegrías, también era causa de zozobras ycavilaciones. Temía que Dios la castigase por suorgullo; temía que el adorado hijo enfermara dela noche á la mañana y se muriera como tantos
12 B. PÉREZ GALDÓSotros de menos mérito físico y moral. Porque nohabía que pensar que el mérito fuera una in-munidad. Al contrario, los más brutos, los másfeos y los perversos son los que se hartan de vi-vir, y parece que la misma muerte no quierenada con ellos. Del tormento que estas ideas da-ban á su alma se defendía Barbarita con su ar-diente fe religiosa. Mientras oraba, una voz in-terior, susurro dulcísimo como chismes traídospor el Ángel de la Guarda, le decía que su hijono moriría antes que ella. Los cuidados que alchico prodigaba eran esmeradísimos, pero no te-nía aquella buena señora las tonterías dengosasde algunas madres, que hacen de su cariño unamanía insoportable para los que la presencian,y corruptora para las criaturas que son objetode él. No trataba á su hijo con mimo. Su ter-nura sabía ser inteligente y revestirse á vecesde severidad dulce. ¿Y por qué le llamaba todo el mundo y lellama todavía casi unánimemente Juanito SantaCruz? Esto sí que no lo sé. Hay en Madrid mu-chos casos de esta aplicación del diminutivo óde la fórmula familiar del nombre, aun tratán-dose de personas que han entrado en la madu-rez de la vida. Hasta hace pocos años, al autorcien veces ilustre de Pepita Jiménez, le llamabansus amigos y los que no lo eran, JuanitoYúem.En la sociedad madrileña, la más amena delmundo porque ha sabido combinar la cortesía
FORTUNATA Y JACINTA 13con la confianza, hay algunos Pepes, Manolitosy Pacos que, aun después de haber conquistadola celebridad por diferentes conceptos, conti-núan nombrados con esta familiaridad democrá-tica que demuestra la llaneza castiza del carác-ter español. El origen de esto habrá que bus-carlo quizás en ternuras domésticas ó en hábi-tos de servidumbre que trascienden sin sabercómo á la vida social. En algunas personas,puede relacionarse el diminutivo con el sino.Hay efectivamente Manueles que nacieron pre-destinados para ser Manolos toda su vida. Sealo que quiera, al venturoso hijo de D. Baldome-ro Santa Cruz y de doña Bárbara Arnáiz le lla-maban Juanito, y Juanito le dicen y le diránquizás hasta que las canas de él y la muerte delos que le conocieron niño vayan alterando pocoá poco la campechana costumbre. Conocida la persona y sus felices circunstan-cias, se comprenderá fácilmente la direcciónque tomaron las ideas del joven Santa Cruz alverse en las puertas del mundo con tantas pro-babilidades de éxito. Ni extrañará nadie queun chico guapo, poseedor del arte de agradar ydel arte de vestir, hijo único de padres ricos,inteligente, instruido, de frase seductora en laconversación, pronto en las respuestas, agudoy ocurrente en los juicios, u n chico, en fin, alcual se le podría poner el rótulo social de bri-llante, considerara ocioso y hasta ridículo el me-
14 B. PÉREZ GALDOSterse á averiguar si hubo ó uo un idioma únicoprimitivo, si el Egipto fué una colonia bracmá-nica, si la China es absolutamente independien-te de tal ó cual civilización asiática, con otrascosas que años atrás le quitaban el sueño, peroque ya le tenían sin cuidado, mayormente sipensaba que lo que él no averiguase otro loaveriguaría... «Y por último, decía, pongamosque no se averigüe nunca. ¿Y qué?» El mundotangible y gustable le seducía más que los in-completos conocimientos de vida que se vis-lumbran en el fug-az resplandor de las ideas sa-cadas á la fuirza, chispas obtenidas en nuestrocerebro por la percusión de la voluntad, que eslo que constituye el estudio. Juanito acabó pordeclararse á sí mismo que más sabe el que vivesin querer saber que el que quiere saber sin vivir,ó sea aprendiendo en los libros y en las aulas.Vivir es relacionarse, gozar y padecer, desear,aborrecer y amar. La lectura es vida artificialy prestada; el usufructo, mediante una funcióncerebral, de las ideas y sensaciones ajenas; laadquisición de los tesoros de la verdad humanapor compra ó por estafa, no por el trabajo. Noparaban aquí las filosofías do Juanito, y hacíauna comparación que no carece de exactitud.Decía que entre estas dos maneras de vivir, ob-servaba él la diferencia que hay entre comerseuna chuleta y que le vengan á contar á unocómo y cuándo se la ha comido otro, haciendo
FORTUNATA Y JACINTA 15el cuento m u y á lo vivo, se entiende, y descri-biendo la cara que ponía, el gusto que le dabala masticación, la gana con que tragaba y elreposo con que digería. II Empezó entonces para Barbarita nueva épocade sobresaltos. Si antes sus oraciones fueron pa-rarrayos puestos sobre la cabeza de Juanito paraapartar de ella el tifus y las viruelas, despuésintentaban librarle de otros enemigos no me-nos atroces. Temía los escándalos que ocasionanlances personales, las pasiones que destruyen lasalud y envilecen el alma, los despilfarros, eldesorden moral, físico y económico. Resolviósela insigne señora á tener carácter y á vigilar ásu hijo. Hízose fiscalizadora, reparona, entro-metida, y unas veces con dulzura, otras con as-pereza que le costaba trabajó fingir, tomabarazón de todos los actos del joven, tundiéndoleá preguntas: «¿Adonde vas con ese cuerpo?...¿De dónde vienes ahora?... ¿Por qué entrasteanoche á las tres de la mañana?... ¿En qué hasgastado los mil reales que ayer te di?... A ver,¿qué significa este perfume que se te ha pegadoá la cara?...» Daba sus descargos el delincuentecomo podía, fatigando su imaginación para pro-curarse respuestas que tuvieran visos de lógica,
16 B. PÉREZ GALDOSaunque éstos fueran como fulgor de relámpago.Ponía una de cal y otra de arena, mezclandolas contestaciones categóricas con los mimos ylas zalamerías. Bien sabía cuál era el flanco dé-bil del enemigo. Pero Barbarita, mujer de tantoespíritu como corazón, se las tenía muy tiesas ysabía defenderse. En algunas ocasiones era tanfuerte la acometida de cariñitos, que la mamáestaba á punto de rendirse, fatigada de su ente-reza disciplinaria. Pero, ¡quiá!, no se rendía; yvuelta al ajuste de cuentas, y al inquirir, y altomar acta de todos los pasos que el predilectodaba por entre los peligros sociales. En honorde la verdad, debo decir que los desvarios deJuanito no eran ninguna cosa del otro jueves.En esto, como en todo lo malo, hemos progre-sado de tal modo, que las barrabasadas de aquelniño bonito hace quince años, nos pareceríanhoy timideces y aun actos de ejemplaridad re-lativa. Presentóse en aquellos días al simpático jovenla coyuntura de hacer su primer viaje á París,adonde iban Villalonga y Federico Ruiz comi-sionados por el Gobierno, el uno á comprar má-quinas de agricultura, el otro á adquirir apara-tos de astronomía. A D. Baldomero le pareciómuy bien el viaje del chico, para que viesemundo; y Barbarita no se opuso, aunque le mor-tificaba mucho la idea de que su hijo correría enla capital de Francia temporales más recios que
FORTUNATA Y JACINTA 17los de Madrid. A la pena de no verle uníase eltemor de que se le sorbieran aquellos gabachosy gabachas, tan diestros en desplumar al foras-tero y en maleficiar á los jóvenes más juiciosos.Bien se sabía ella que allá hilaban m u y fino enesto de explotar las debilidades humanas, y queMadrid era, comparado en esta materia con Pa-rís de Francia, un lugar de abstinencia y mor-tificación. Tan triste se puso un día pensandoen estas cosas, y tan al vivo se le representabanla próxima perdición de su querido hijo y lasredes en que inexperto caía, que salió de su casaresuelta á implorar la' misericordia divina delmodo más solemne, conforme á sus grandes me-dios de fortuna. Primero se le ocurrió encargarmuchas misas al cura de San Ginés, y no pare-ciéndole esto bastante, discurrió mandar ponerde Manifiesto la Divina Majestad todo el tiem-po que el niño estuviese en París. Ya dentro dela iglesia, pensó que lo del Manifiesto era unlujo desmedido y por lo mismo quizás irreve-rente. No, guardaría el recurso gordo para loscasos graves de enfermedad ó peligro de muer-te. Pero en lo de las misas sí que no se volvióatrás, y encargó la mar de ellas, repartiendoademás aquella semana más limosnas que decostumbre.- Cuando comunicaba sus temores á D. Baldo-mcro, éste se echaba á reir y le decía: «El chicoes de buena índole. Déjale que se divierta y quePARTE PRIMERA 2
18 13. PÉltEZ GALDOSla corra. Los jóvenes del día necesitan despabi-larse y ver mucho mundo. No son estos tiem-pos como los míos, en que no la corría n i n g ú nchico del comercio, y nos tenían á todos meti-dos e n . u n puño hasta que nos casaban. ¡Quécostumbres aquellas tan diferentes de las deahora! La civilización, hija, es mucho cuento.¿Qué padre le daría hoy un par de bofetadas áun hijo de veinte años por haberse puesto lasbotas nuevas en día de trabajo? ¿Ni cómo teatreverías hoy á proponerle á un mocetón deestos que rece el rosario con la familia? Hoylos jóvenes disfrutan de una libertad y de unainiciativa para divertirse que no gozaban losde antaño. Y no creas, no creas que por esto sonpeores. Y si me apuras, te diré que convieneque los chicos no sean tan encogidos como losde entonces. Me acuerdo de cuando yo era po-llo. ¡Dios mío, qué soso era! Ya tenía veinti-cinco años, y no sabía decir á una mujer ó se-ñora sino que usted lo pase bien, y de ahí no mesacaba nadie. Como que me había pasado en latienda y en el almacén toda la niñez y lo mejorde mi j u v e n t u d . Mi padre era una fiera; no meperdonaba nada. Así me crié, así salí yo, conunas ideas de rectitud y unos hábitos de traba-jo, que ya ya... Por eso bendigo hoy los cosco-rrones, que fueron mis verdaderos maestros.Pero en lo referente á sociedad, yo era un sal-vaje. Como mis padres no me permitían más.
FORTUNATA Y JACINTA 19compañía que la de otros muchachones tan ño-ños como yo, no sabía ninguna suerte de tra-vesuras, ni había visto á una mujer más quepor el forro, ni entendía de n i n g ú n juego, nipodía hablar de nada que fuera mundano ycorriente. Los domiügos, mi mamá tenía queponerme la corbata y encasquetarme el som-brero, porque todas las prendas del día de fies-ta parecían querer escapárseme del cuerpo. Túbien te acuerdas. Anda, que también te hasreído de mí. Cuando mis padres me habla-ron... así, á boca de jarro, de que me iba á ca-sar ^contigo, ¡me corrió un frío por todo el es-pinazo...! Todavía me acuerdo del miedo quete tenía. Nuestros padres nos dieron esto ama-sado y cocido. Nos casaron como se casa á losgatos, y punto concluido. Salió bien; ¡pero haytantos casos en que esta manera de hacer fa-milias sale malditamente...! ¡Qué risa! Lo queme daba más miedo cuando mi madre me ha-bló de casarme, fué el compromiso en que es-taba de hablar contigo... No tenía más reme-dio que decirte algo... ¡Caramba, qué sudorespasé! «Pero yo ¿qué le voy á decir, si lo úni-co que sé es que usted lo pase bien, y en saliendode ahí soy hombre perdido?...» Ya te he con-tado mil veces la saliva amarga que tragaba¡ay, Dios mío! cuando mi madre me mandabaponerme la levita de paño negro para llevarmeá tu casa. Bien te acuerdas de mi famosa le-
'20 B. PÉREZ GALDÓSvita, de lo mal que me estaba y de lo desma-ñado que era en tu presencia, pues no me arran-caba á decir una palabra sino cuando alguienme ayudaba. Los primeros días me inspirabas-verdadero terror, y me pasaba las horas pensan-do cómo había de entrar y qué cosas había dedecir, y discurriendo alguna triquiñuela parahacer menos ridicula mi cortedad... Dígase lo-que se quiera, hija, aquella educación no erabuena. Hoy no se puede criar á los hijos de esamanera. Yo ¡qué quieres que te diga! creo queen lo esencial Juanito no ha de faltarnos. Esde casta honrada, tiene la formalidad en lamasa de la sangre. Por eso estoy tranquilo, yno veo con malos ojos que se despabile, queconozca el mundo, que adquiera soltura de mo-dales...» —No, si lo que menos falta hace á mi hijo es-adquirir soltura, porque la tiene desde que erauna criatura... Si no es eso. No se trata aquí demodales, sino de que me le coman esas bribo-nas... —Mira, mujer: para que los jóvenes adquie-ran energía contra el vicio, es preciso que loconozcan, que lo caten, sí, hija, que lo caten.No hay peor situación para un hombre que pa-sarse la mitad de la vida rabiando por probarloy no pudiendo conseguirlo, ya por timidez, yapor esclavitud. No hay muchos casos como yo¿bien lo sabes; ni de estos tipos que jamás, ni an-
FORTUNATA Y JACINTA 2ites ni después de casados, tuvieron trapícheos,entran muchos en libra. Cada cual en su época.Juanito, en la suya, no puede ser mejor de loque es, y si te empeñas en hacer de él un ana-cronismo ó una rareza, u n non como su padre,puede que lo eches á perder. Estas razones no convencían á Barbarita, queseguía con toda el alma fija en los peligros yescollos de la Babilonia parisiense, porque ha-bía oído contar horrores de lo que allí pasaba.Como que estaba infestada la gran ciudad deunas mujeronas muy guapas y elegantes queal pronto parecían duquesas, vestidas con losmás bonitos y los más nuevos arreos de la mo-da. Mas cuando se las veía y oía de cerca, re-sultaban ser unas tiotas relajadas, comilonas,borrachas y ávidas de dinero, que despluma-ban y resecaban al pobrecito que en sus garrascaía. Contábale estas cosas el marqués de Casa-Muñoz, que casi todos los veranos iba al ex-tranjero. Las inquietudes de aquella incomparable se-ñora acabaron con el regreso de Juanito. ¡Yquién lo diría! Volvió mejor de lo que fué. Tan-to hablar de París, y cuando Barbarita creíaver entrar á su hijo hecho una lástima, todorechupado y anémico, me le ve más gordo ylucio que antes, con mejor color y los ojos másvivos, muchísimo más alegre, más hombre, enfin, y con una amplitud de ideas y una punte-
22 B. PÉREZ GALDÓSría de juicio que á todos les dejaba pasmados.¡Vaya con París!... El marqués de Casa-Muñoz,se lo decía á Barbarita: «No hay que involucrar.París es muy malo; pero también es m u ybueno.»
FORTUNATA Y JACINTA 23 IISanta Cruz y Arnáiz Vistazo históri- co sobre el comercio matritense. I Don Baldomero Santa Cruz era hijo de otroD. Baldomero Santa Cruz que en el siglo pasa-do tuvo ya tienda de paños del Reino en la ca-lle de la Sal, en el mismo local que despuésocupó D. Mauro Requejo. Había empezado elpadre por la más humilde jerarquía comercial,y á fuerza de trabajo, constancia y orden, elhortera de 1796 tenía, por los años del 10 al15, uno de los más reputados establecimientosde la Corte en pañería nacional y extranjera.D. Baldomero II, que así es forzoso llamarlepara distinguirle del fundador de la dinastía,heredó en 1848 el copioso almacén, el sólidocrédito y la respetabilísima firma de D. Baldo-mero I, y continuando las tradiciones de la casapor espacio de veinte años más, retiróse de losnegocios con un capital sano y limpio de quin-ce millones de reales, después de traspasar lacasa á dos muchachos que servían en ella, eluno pariente suyo y el otro de su mujer. Lacasa se denominó desde entonces Sobrinos de
24 13. PÉREZ GALDÓSSanta Cruz, y á estos sobrinos, D. Baldomero yBarbarita les llamaban familiarmente los Chicos. En el reinado de D. Baldomero I, ó sea des-de los orígenes hasta 1848, la casa trabajómás en géneros del país que en los extranjeros.Escaray y Pradoluengo la surtían de paños,Brihuega de bayetas, Antequera de pañuelosde lana, En las postrimerías de aquel reinadofué cuando la casa empezó á trabajar en géne-ros de fuera, y la reforma arancelaria de 1849lanzó á D. Baldomero II á mayores empresas.No sólo realizó contratos con las fábricas deBéjar y Alcoy para dar mejor salida á los pro-ductos nacionales, sino que introdujo los famo-sos Sedanes para levitas, y las telas que tantose usaron del 45 al 55, aquellos patencures,anascotcs, cúbicas y chinchillas que ilustran lagloriosa historia de la sastrería moderna. Perode lo que más provecho sacó la casa fué delramo de capotes y uniformes para el Ejército yla Milicia Nacional, no siendo tampoco despre-ciable el beneficio que obtuvo del articulo paracapas, el abrigo propiamente español que resis-te á todas las modas de vestir, como el garban-zo resiste á todas las modas de comer. SantaCruz, Bringas y Arnáiz el gordo, monopoliza-ban toda la- pañería de Madrid y surtían á lostenderos de la calle de Atocha, de la Cruz y.Toledo. En las contratas de vestuario para el Ejercí-
FORTUNATA Y JACINTA 25to y Milicia Nacional, ni Santa Cruz, ni Ar-náiz, ni tampoco Bringas daban la cara. Apare-cía como contratista un tal Albert, de origenbelga, que había empezado por introducir pa-ños extranjeros con mala fortuna. Este Albertera hombre muy para el caso, activo, despabi-lado, seguro en sus tratos, aunque no estuvie-ran escritos. Fué el auxiliar eficacísimo de Ca-saredonda en sus valiosas contratas de lienzosgallegos para la tropa. El pantalón blanco delos soldados de hace cuarenta años ha sido ori-g e n de grandísimas fortunas. Los fardos de Co-i-uñas y Viveros dieron á Casaredonda y al talAlbert más dinero que á los Santa Cruz y á losBringas los capotes y levitas militares de Béjar,aunque en rigor de verdad estos comerciantesno tenian por qué quejarse. Albert murió el 55,dejando una gran fortuna, que heredó su hijacasada con el sucesor de Muñoz, el de la inme-morial ferretería de la calle de Tintoreros. En el reinado de D. Baldomcro II, las prácti-cas y procedimientos comerciales se apartaronmuy poco de la rutina heredada. Allí no sesupo nunca lo que era un anuncio en el Diario,ni se emplearon viajantes para extender por lasprovincias limítrofes el negocio. El refrán deel buen paño en el arca se vende, era verdad comoun templo en aquel sólido y bien reputado co-mercio. Los detallistas no necesitaban que seles. llamase á son de cencerro ni que se les em-
26 B. PÉREZ. GALDÓS•baucara con artes charlatánicas. Demasiado sa-bían todos el camino de la casa, y las metódi-cas y honradas costumbres de ésta, la fijeza delos precios, los descuentos que se hacían porpronto pago, los plazos que se daban, y todo lodemás concerniente á la buena inteligencia en-tre vendedor y parroquiano. El escritorio noalteró jamás ciertas tradiciones venerandas dellaborioso reinado de D. Baldomero I. Allí no seusaron nunca estos copiadores de cartas queson una aplicación de la imprenta á la caligra-fía. La correspondencia se copiaba á pulso porun empleado que estuvo cuarenta años sentadoen la misma silla delante del mismo atril, yque por efecto de la costumbre casi copiaba lacarta matriz de su principal sin mirarla. Hastaque D. Baldomero realizó el traspaso, no se supoen aquella casa lo que era un metro, ni se qui-taron á la vara de Burg'os sus fueros seculares.Hasta pocos años antes del traspaso, no usó San-ta Cruz los sobres para cartas, y éstas se cerra-ban sobre sí mismas. No significaban tales rutinas terquedad yJaita de luces. Por el contrario, la clara inteli-gencia del segundo Santa Cruz y su conoci-miento de los negocios, sugeríanle la idea deque cada hombre pertenece á s u época y á suesfera propias, y que dentro de ellas debe ex-clusivamente actuar. Demasiado comprendióque el comercio iba á sufrir profunda transfor-
FORTUNATA Y JACINTA 27mación, y que no era él el llamado á dirigirlopor los nuevos y más anchos caminos que se leabrían. Por eso, y porque ansiaba retirarse ydescansar, traspasó su establecimiento á los Chi-cos, que habían sido deudos y dependientes su-yos durante veinte años. Ambos eran trabaja-dores y muy inteligentes. Alternaban en susviajes al extranjero para buscar y traer las no-vedades, alma del tráfico de telas. La concu-rrencia crecía cada año, y era forzoso apelar alreclamo, recibir y expedir viajantes, mimar alpúblico, contemporizar y abrir cuentas largasá los parroquianos, y singularmente á las pa- rroquianas. Como los Chicos habían abarcadotambién el comercio de lanillas, merinos, telas-ligeras para vestidos de señora, pañolería, con- fecciones y otros artículos de uso femenino, yademás abrieron tienda al por menor y al vareortuvieron que pasar por el inconveniente de las- morosidades ó insolvencias que tanto quebran- tan al comercio. Afortunadamente para ellos,, la casa tenía un crédito inmenso. La casa del gordo Arnáiz era relativamente-moderna. Se había hecho pañero porque tuvo-que quedarse con las existencias de Albert,para indemnizarse de un préstamo que le hi-ciera en 1843. Trabajaba exclusivamente engénero extranjero; pero cuando Santa Cruz hizosu traspaso á los Chicos, también Arnáiz se in-clinaba á hacer lo mismo, porque estaba ya
28 B. PÉREZ GALDÓSmuy rico, muy obeso, bastante viejo y no que-ría trabajar. Daba y tomaba letras sobre Lon-dres y representaba á dos Compañías de segu-ros. Con esto tenía lo bastante para no aburrir-se. Era hombre que cuando so ponía á toser ha-cía temblar el edificio donde estaba; ^excelentepersona, librecambista rabioso, anglomano ysolterón. Entre las casas de Santa Cruz y Ar-náiz no hubo nunca rivalidades; antes bien, seayudaban cuanto podían. El gordo y D. Bal-domero tratáronse siempre como hermanos enla vida social y como compañeros queridísimosen la comercial, salvo alguna discusión dema-siado agria sobre temas arancelarios, porqueArnáiz había hecho la gracia de leer á Bastiaty concurría á los meetings de la Bolsa, no preci-samente para oir y callar, sino para echar dis-cursos que casi siempre acababan en sofocantetos. Trinaba contra todo arancel que no signi-ficara un simple recurso fiscal, mientras que\"D. Baldomero, que en todo era templado, pre-tendía que se conciliasen los intereses del co-mercio con los de la industria española. «Siesos catalanes no fabrican más que adefesios—•decía Arnáiz entre tos y t o s , — y reparten di-videndos de sesenta por ciento á los accionis-tas ..» —¡Dale! ya pareció aquello—respondía donBaldomero.—Pues yo te probaré... Solía no probar nada, ni el otro tampoco,
FORTUNATA Y JACINTA 29quedándose cada cual con su opinión; pero conestas sabrosas peloteras pasaban el tiempo. Tam-bién había entre estos dos respetables sujetosparentesco de afinidad, porque doña Bárbara,esposa de Santa Cruz, era prima del gordo, hijade Bonifacio Arnáiz, comerciante en pañoleríade la China. Y escudriñando los troncos de estoslinajes matritenses, sería fácil encontrar que losArnáiz y los Santa Cruz tenían en sus diferen-tes ramas una savia común, la savia de los Tru-jillos. «Todos somos unos—dijo alguna vez elgordo en las expansiones de su humor festivo,inclinado á las sinceridades democráticas;—:tú-por tu madre y yo por mi abuela, somos Truji-llos netos, ele patente; descendemos de aquel Ma-tías Trujillo que tuvo albardería en la. calle deToledo allá por los tiempos del motín de capasy sombreros. No lo invento yo, lo canta unaescritura de juros que tengo en mi casa. Por esole he dicho ayer á nuestro pariente' RamónTrujillo... ya sabéis que me le han hecho con-de... le he dicho que adopte por escudo un fron-til y una jáquima con un letrero que diga: Per-tenecí á. Babieca...»
30 ü. PÉREZ GALDÓS II Nació Barbarita Aruáiz en la calle de Postas,esquina al callejón de San Cristóbal, en uno deaquellos oprimidos edificios que parecen estu-ches ó casas do muñecas. Los techos se cogíaacon la mano; las escaleras había que subirlascon el credo ea la boca, y las habitaciones pare-cían destinadas á la premeditación de algúncrimen. Había moradas de estas á las cuales seentraba por la cocina. Otras tenían los pisosen declive, y en todas ellas oíase hasta el respi-rar de los vecinos. En algunas se veían mezqui-nos arcos de fábrica para sostener el entramadode las escaleras, y abundaba tanto el yeso en laconstrucción como escaseaban el hierro y lamadera. Eran comunes las puertas de cuartero-nes, los baldosines polvorosos, los cerrojos im-posibles de manejar y las vidrieras emplomadas.Mucho de esto ha desaparecido en las renova-ciones de estos últimos veinte años; pero la es-trechez de las viviendas subsiste. Creció Bárbara en una atmósfera saturada deolor de sándalo, y las fragancias orientales,juntamente con los vivos colores de la pañole-ría chinesca, dieron acento poderoso á las im-presiones de su niñe-z. Como se recuerda á laspersonas más queridas do la familia, así vivie-
FORTUNATA Y JACINTA 31ron y viven siempre con dulce memoria en lamente de Barbarita los dos maniquíes de tamañonatural vestidos de mandarín que había en latienda, y en los cuales sus ojos aprendieron áver. La primera cosa que excitó la atención na-ciente de la niña, cuando estaba en brazos desu niñera, fueron estos dos pasmarotes de sem-blante lelo y desabrido, y sus magníficos tra-jes morados. También había por allí una personaá. quien la niña miraba mucho, y que la mi-raba á ella con ojos dulces y cuajados de can-doroso chino. Era el retrato de Ayún, de cuer-po entero y tamaño natural, dibujado y pinta-do con dureza, pero con gran expresión. Malconocido es en España el nombre de este pere-grino artista, aunque sus obras han estado y es-t á n á la vista de todo el mundo, y nos son fami-liares como si fueran obra nuestra. Es el inge-nio bordador de los pañuelos de Manila, el in-ventor del tipo de rameado más vistoso y ele-gante, el poeta fecundísimo de esos madrigalesde crespón compuestos con flores y rimados conpájaros. A este ilustre chino deben las españo-las- el hermosísimo y característico chai quetanto favorece su belleza, el mantón de Ma-nila, al mismo tiempo señoril y popular, pueslo han llevado en sus hombros la gran señoray la gitana. Envolverse en él es como vestirsecon un cuadro. La industria moderna no in-ventará nada que iguale á la ingenua poesía
32 B. PÉREZ GALDÓSdel mantón, salpicado de flores, flexible, pega-dizo y mate, con aquel fleco que tiene algo dolos enredos del sueño y aquella brillantez decolor que iluminaba las muchedumbres en lostiempos en que \"su uso era general. Esta prendahermosa se va desterrando, y sólo el pueblo laconserva con admirable instinto. Lo saca de lasarcas en las grandes épocas de la vida, en losbautizos y en las bodas, como se da al vientoun himno de alegría en el cual hay una estrofapara la patria. El mantón sería una prenda vul-gar si tuviera la ciencia del diseño; no lo es porconservar el carácter de las artes primitivas ypopulares; es como la leyenda, como los cuentosde la infancia, candoroso y rico de color, fácil-mente comprensible y refractario á los cambiosde la moda. Pues esta prenda, esta nacional obra de arte,tan nuestra como las panderetas ó los toros, noes nuestra en realidad más que por el uso; se ladebemos á un artista nacido á la otra parte delmundo, á un. tal Ayún, que consagró á nos-otros su vida toda y sus talleres. Y tan agrade-cido era el buen hombre al comercio español,que enviaba á los de acá su retrato y los de suscatorce mujeres, unas señoras tiesas y pálidascomo las que se ven pintadas en las tazas, conlos pies increíbles por lo chicos y las uñas in-creíbles también por lo largas. Las facultades de Barbarita se desarrollaron
FORTUNATA Y JACINTA 33asociadas á la contemplación de estas cosas, yentre las primeras conquistas de sus sentidos,ninguna tan segura cono la impresión de aque-llas flores bordadas con luminosos torzales, y tanfrescas que parecía cuajarse en ellas el rocío. En.días de gran venta, cuando había muchas seño-ras cn'la tienda y los dependientes desplegabansobre el mostrador centenares de pañuelos, lalóbrega tienda semejaba un jardín. Barbaritacreía que se podrían coger flores á puñados, ha-cer ramilletes ó guirnaldas, llenar canastillas yadornarse el pelo. Creía que se podrían deshojary también que tenían olor. Esto era verdad,porque despedían ese tufillo de los embalajes'asiáticos, mezcla de sándalo y de resinas exóti-cas que nos trae á la mente los misterios bu-distas. Más adelante pudo la niña apreciar la belle-za y variedad de los abanicos que había en la ca-sa, y que eran una de las principales riquezas deella. Quedábase pasmada cuando veía los dedosde su mamá sacándolos de las perfumadas cajasy abriéndolos como saben abrirlos los que co-mercian en este artículo, es decir, con un des-gaire rápido que no los estropea y que hace veral público la ligereza de la prenda y el blandorasgueo de las varillas. Barbarita abría cada ojocomo los de un ternero cuando su mamá, sen-tándola sobre el mostrador, le enseñaba abani-cos sin dejárselos tocar; y se embebecía contem-PARTE PRIMERA 3
34 B. PÉREZ GALBOSpiando aquellas fig'uras tan monas, que no leparecían personas, sino chinos, con las caras re-dondas y tersas como hojitas de rosa, todos ellosrisueños y estúpidos, pero muy lindos, lo mis-mo que aquellas casas abiertas por todos lados yaquellos árboles que parecían matitas de alba-haca... ¡Y pensar que los árboles eran el te nadamenos, estas hojuelas retorcidas, cuyo zumo setoma para el dolor de barriga...! Ocuparon más adelante el primer lugar enel tierno corazón de la hija de D. Bonifacio Ar-náiz y en sus sueños inocentes, otras preciosi-dades que la mamá solía mostrarle \"de vez encuando, previa amonestación de no tocarlos; ob-jetos labrados en marfll y que debían de ser losjuguetes con que los ángeles se divertían en elCielo. Eran al modo do torres de muchos pisos,ó barquitos con las velas desplegadas y muchosremos por una y otra banda; también estuchi-tos, cajas para guantes y joyas, botones y jue-gos lindísimos de ajedrez. Por el respeto conque su mamá los cogía y los guardaba, creíaBarbarita que contenían algo así como el Viá-tico para los enfermos, ó lo que se da á las per-sonas en la igdesia cuando comulgan. Muchasnoches se acostaba con fiebre porque no le ha-bían dejado satisfacer su anhelo de coger parasí aquellas monerías. Hubiérase contentadoella, en vista de prohibición tan absoluta, conaproximar la yema del dedo índice al pico de
FORTUNATA Y JACINTA 35una do las torres; pero ni aun esto... Lo más•que se le permitía era poner sobre el tablero deajedrez que estaba en la vitrina de la ventanaenrejada (entonces no había escaparates), todaslas piezas de un juego, no de los más finos, á u nlado las blancas, á otro las encarnadas. Barbarita y su hermano Gumersindo, mayorque ella, eran los únicos hijos de D. BonifacioArnáiz y do doña Asunción Trujillo. Cuandotuvo edad para ello, fué á la escuela de una taldoña Calixta, sita en la calle Imperial, en lamisma casa donde estaba el Fiel Contraste. Lasniñas con quienes la de Arnáiz hacía mejoresmigas, evan dos de su misma edad y vecinasde aquellos barrios, la una de la familia de Mo-reno, el dueño de la droguería de la calle de Ca-rretas, la otra de Muñoz, el comerciante de hie-rros de la calle de Tintoreros. Eulalia Muñozera muy vanidosa, y decía que no había casacomo la suya y que daba gusto verla toda llenade unos pedazos de hierro mu grandes, del ta-mane de la caña de doña Calixta, y tan pesados,.,tan pesados que ni cuatrocientos hombres lospodían levantar. Luego había u n sin fin demartillos, garfios, peroles 'mu grandes, mu gran-des... «más anchos que este cuarto». Pues, ¿y lospaquetes de clavos? ¿Qué cosa había más boni-ta? ¿Y las llaves, que parecían de plata, y lasplanchas, y los anafres, y otras cosas lindísimas?Sostenía que ella no necesitaba que sus papas le
36 B. PÉREZ GALBOScomprasen muñecas, porque las hacía con ün¡martillo, vistiéndolo con una toalla. ¿Pues y las-agujas que había en su casa? No se acertaban ácontar. Como que todo Madrid iba allí á com-prar agujas, y su papá se carteaba con el fabri-cante... Su papá recibía miles de cartas al día,y las cartas olían á hierro... como que veníande Inglaterra, donde todo es de hierro, hasta loscaminos... «Sí, hija, sí; mi papá me lo ha dicho.Los caminos están embaldosados de hierro, ypor allí encima van los coches echando demo-nios.» Llevaba siempre los bolsillos atestados de.chucherías, que mostraba para dejar bizcas á sus.amigas. Eran tachuelas de cabeza dorada, cor-chetes, argollitas pavonadas, hebillas, pedazos depapel de lija, vestigios de muestrarios y de cosasrotas ó descabaladas. Pero lo que tenía en másestima, y por esto no lo sacaba sino en ciertosdías, era su colección de etiquetas, pedacitos depapel verde, recortados de los paquetes inservi-bles, y que tenían el famoso escudo inglés, conla jarretiera, el leopardo y el unicornio. En ta,-,das ellas se leía: Birmingham. «Veis... este se-,ñor Bermingan es el que se cartea con .mi papátodos los días, en inglés; y son tan amigos, quésiempre le está diciendo que vaya allá; y hacepoco le mandó, dentro de una caja de clavos,un jamón ahumado que olía como á chamusqui-na, y un pastelón así, mirad, del tamaño del
FORTUNATA Y JACINTA 37brasero de doña Calixta, que tenía dentro mu-chas pasas chiquirrininas, y picaba como laguindilla, pero mu rico, hijas, mu rico.» La chiquilla de Moreno fundaba su vanidaden llevar papelejos con figuritas y letras de co-lores, en los cuales se hablaba de pildoras, débarnices ó de ingredientes para teñirse el pelo.Los mostraba uno por uno, dejando para elfinal el g r a a efecto, que consistía en sacar desúbito el pañuelo y ponerlo en las narices desus amigas, diciéndoles: goled. Efectivamente,quedábanse las otras medio desvanecidas con-el fuerte olor de agua de Colonia ó de los sieteladrones, que el pañuelo tenía. Por u n momen-to, la admiración las hacía enmudecer; peropoco á poco íbanse reponiendo, y Eulalia, cuyoorgullo rara vez se daba por vencido, sacaba untornillo dorado sin cabeza, ó un pedazo de tal-co, con el cual decía que iba á hacer un espejo.Difícil era borrar la grata impresión y el éxitodel perfume. La ferretera, algo corrida, teníaque guardar los trebejos, después de oir comen-tarios verdaderamente injustos. La de la drogue-ría hacía muchos ascos, diciendo: «¡Uy, cómoapesta eso, hija; guarda, guarda esas ordinarie-ces!» Al siguiente día, Barbarita, que no queríadar su brazo á torcer, llevaba unos papelitosmuy raros de pasta, todos llenos de garabatoschinescos. Después de darse mucha importancia,
38 B. PÉREZ GALDÓShaciendo que lo enseñaba y volviéndolo á guar-dar, con lo cual la curiosidad de las otras lleg-a-ba al punto de la desazón nerviosa, de repente-ponía el papel en las narices de sus amigas, di-ciendo en tono triunfal: «¿Y eso?» QuedábanseCastita y Eulalia atontadas con el aroma asiáti-co, vacilando entre la admiración y la envidia;pero al fin no tenían más remedio que humillarsu soberbia ante el olorcillo aquel de la niña deArnáiz, y le pedían por Dios que las dejase ca-tarlo más. Barbarita no gustaba de prodigar sutesoro, y apenas acercaba el papel á las respin-gadas narices de las otras, lo volvía á retirarcon movimiento de cautela y avaricia,¡temien-do que la fragancia se marchara por los respira-deros de sus amigas, como se escapa el humapor el cañón de una chimenea. |E1 tiro de aque-llos olfatorios era tremendo. Por último, las dosamiguitas y otras que se acercaron movidas dela curiosidad, y hasta la propia doña Calixta,que solía descender á la familiaridad con lasalumnas ricas, reconocían, por encima de todo-sentimiento envidioso, que ninguna niña teníacosas tan bonitas como la de la tienda de Fili-pinas.
FORTUNATA Y JACINTA 39 III Esta niña y otras del barrio, bien apañaditaspor sus respectivas mamas, peinadas á estilo demaja, con peineta y flores en la cabeza, y sobrelos hombros pañuelo de Manila de los que lla-man de talle, se reunían en un portal de la callede Postas para pedir el ctiartiio para la Cruz deMayo, el 3 de dicho mes, repicando en una ban-deja de plata, junto á una mesilla forrada dedamasco rojo. Los dueños de la casa llamada delportal de la Virgen, celebraban aquel día unasimpática fiesta y ponían allí, j u n t o al mismotaller de cucharas y molinillos que todavía existe, un altar con la cruz enramada, muchasvelas y algunas figuras de nacimiento. A la Vir-gen, que aún se venera allí, la enramaban tam-bién con yerbas olorosas, y el fabricante de cu-charas, que era gallego, se ponía la montera yel chaleco encamado. Las pequeñuelas, si losmayores se descuidaban, rompían la consigna yse echaban á la calle, en reñida competenciacen otras chiquillas pedigüeñas, correteando deuna acera á otia, deteniendo á los señores quepasaban, y acosándoles hasta obtener el ochavi-t o . Hcmcs oído contar á la propia Barbarita quepara ella no había dicha mayor que pedir parala Cruz de Mayo, y que los caballeros de enton-
40 B. PÉREZ GALDÓS ees eran en esto mucho más galantes que los de ahora, pues no desairaban á ninguna niña bien vestidita que se les colgara de los faldones. Ya había completado la hija de Arnáiz su educación (que era harto sencilla en aquellos tiempos, y consistía en leer sin acento, escribir sin ortografía, contar haciendo trompetitas con la boca y bordar con punto de marca el decha- do), cuando perdió á su padre. Ocupaciones se- rias vinieron entonces á robustecer su espírituy á redondear su carácter. Su madre y herma- no, ayudados del gordo Arnáiz, emprendieron el inventario de la casa, en la cual había algún desorden: Sobre las existencias de pañolería nose hallaron datos ciertos en los libros de la tien- da, y al contarlas apareció más de lo que se creía. En el sótano estaban, muertos de risa, varios fardos de cajas que aún no habían sidoabiertos. Además de esto, las casas importado-ras de Cádiz, Cuesta y Rubio, anunciaban dosremesas considerables que estaban ya en cami-no. No había más remedio que cargar con todbaquel exceso de género, lo que realmente erauna contrariedad comercial en tiempos en queparecía iniciarse la generalización de los abri-gos confeccionados, notándose además en la cla--se popular tendencias á vestirse como la clase media. La decadencia del mantón de Manilaempezaba á iniciarse, porque si los pañuelosllamados de talle,'que eran los más baratos,; se
FORTUNATA Y JACINTA 41vendían bien en Madrid (mayormente el día deSan Lorenzo, para la parroquia de la chinche) ytenían regular salida para Valencia y Málaga,•en cambio el g r a n mantón, los ricos chales detres, cuatro y cinco mil reales se vendían muypoco, y pasaban meses sin que ninguna parro-quiana se atreviera con ellos. Los herederos de Arnáiz, al inventariar la ri-queza de la casa que sólo en aquel artículo nobajaba de cincuenta mil duros, comprendieronque se aproximaba una crisis. Tres ó cuatro me-ses emplearon en clasificar, ordenar, poner pre-cios, confrontar los apuntes de D. Bonifaciocon la correspondencia y las facturas venidasdirectamente de Cantón ó remitidas por las ca-sas de Cádiz. Indudablemente el difunto Arnáizno había visto claro al hacer tantos pedidos; se•cegó, deslumhrado por cierta alucinación mer-cantil; tal vez sintió demasiado el amor al artícu-lo, y fué más artista que comerciante. Habíasido dependiente y socio de la Compañía de Fili-pinas, liquidada en 1833, y al emprender por síel negocio de pañolería de Cantón, creía cono-cerlo mejor que nadie. En verdad que lo cono-cía; pero tenía una fe imprudente en la perpe-tuidad de aquella prenda, y algunas ideas su-persticiosas acerca do la afinidad del pueblo es-pañol con los espléndidos crespones rameadosde mil colores. «Mientras más chillones—de-oía,—más venta.»
42 B. PÉREZ GALDÚS En esto apareció en el estremo Oriente unnuevo artista, un genio que acabó de pertur-bar á D. Bonifacio. Este innovador fué Senquá,.del cual puede decirse que representaba, con res-pecto á Ayún, en aquel arte budista, lo que enla música representa Beethoven con respecto áMozart. Seuquá modificó el estilo de Ayún,dándole más amplitud, variando más los tonos,haciendo, en fin, de aquellas sonatas graciosas,poéticas y elegantes, sinfonías poderosas conderroche de vida, combinaciones nuevas y atre-vimientos admirables. Ver D. Bonifacio las pri-meras muestras del estilo de Senquá y chiflai'sepor completo, fué todo uno. «¡Barástolis! estoes la gloria divina—decía;—¡es mucho chinoeste...!» Y de tal entusiasmo nacieron pedidosimprudentes y el grave error mercantil, cuyasconsecuencias no pudo apreciar aquel excelentehombre, porque le cogió la muerte. El inventario de abanicos, tela de nipis, cru-dillo de seda, tejidos de Madras y objetos demarfil también arrojaba cifras muy altas, y sehizo minuciosamente. Entonces pasaron por las-manos de Barbarita todas las preciosidades queen su niñez le parecían juguetes y que le ha-bían producido fiebre. A pesar de la edad y deljuicio adquirido con ella, no vio nunca con in-diferencia tales chucherías, y hoy mismo de-clara que cuando cae en sus manos alguno deaquellos delicados campanarios de marfil, le dan
FORTUNATA Y JACINTA. 43ganas de guardárselo en el seno y echar á co-rrer. Cumplidos los quince años, era Barbarita unachica bonitísima, torneadita, fresca y sonrosa-da, de carácter jovial, inquieto y un tantoburlón. No había tenido novio aún, ni su ma-dre se lo permitía. Diferentes moscones revolo-teaban alrededor de ella, sin resultado. La ma-má tenía sus proyectos, y empezaba á tiraracertadas líneas para realizarlos. Las familiasde Santa Cruz y Arnáiz se trataban con amis-tad casi íntima, y además tenían vínculos deparentesco con los Trujillos. La mujer de donBaldomero I y la del difunto Arnáiz eran pri-mas segundas, floridas ramas de aquel nudosotronco, de aquel albardero de la calle de Tole-do, cuya historia sabía tan bien el gordo Ar-náiz. Las dos primas tuvieron un pensamientofeliz; se lo comunicaron una á otra, asombrá-ronse de que se les hubiera ocurrido á las dosla misma cosa... «ya se ve, era tan natural...» yaplaudiéndose recíprocamente, resolvieron con-vertirlo en realidad dichosa. Todos los descen-dientes del extremeño aquel de los aparejos bo-rricales, se distinguían siempre por su costum-bre de trazar una línea muy corta y muy rectaentre la idea y el hecho. La idea era casar áBaldomerito con Barbarita. Muchas veces había visto la hija de Arnáiz alchico de Santa Cruz; pero nunca le pasó por las
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