Capítulo Segundo VALORES CULTURALES EN EL SIGLO XIX En 1822 la batalla de Pichincha liquidó el régimen colonial y selló la independencia de los territorios de la Audiencia de Quito, que una vez liberados del dominio español conformaron la Gran Colombia y en 1830 la República del Ecuador. El nuevo Estado adoptó el sistema democrático, denominación que si bien no constó en ningún articulo de la Constitución fue tenida en cuenta al definirse al gobierno como \"popular, representativo, alternativo y responsable\" y dividirse la autoridad entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Además, reconoció la igualdad de los ciudadanos ante la ley, garantizó su libertad y consagró derechos, como el de propiedad, el de petición a las autoridades y la inviolabilidad del domicilio. Se fundó la República cuando la agricultura, por la desaparición de los obrajes y el posterior colapso de los astilleros, había pasado a ser la única fuente de riqueza nacional. Un cálculo realizado por Hamerly establece que en 1832, en el distrito de Guayaquil, el 75% de los varones adultos vivía de la tierra y del Mayor debió ser la importancia de la actividad agrícola en la Sierra por la irrelevancia de las otras actividades económicas. Para un testigo extranjero de mediados de siglo el Ecuador era un país agrícola, no por el trabajo \"esmerado\" de sus hijos sino por la riqueza y variedad de sus suelos y los altos precios que recibían sus exportaciones, motivo por el que no progresaba y permanecía \"estacionario\". A la crisis económica se sumaba el atraso generalizado heredado de la jerarquizada sociedad colonial que, por este y otros motivos, cerraba las puertas del progreso. Los proyectos con los que se quisieron reactivar los 1
pobres yacimientos mineros coloniales, o buscar nuevos, resultaron infructuosos. Para comunicarse y comerciar los habitantes del nuevo país solo contaban con los intransitables caminos coloniales. Como en los siglos anteriores la Iglesia católica siguió manteniendo sus privilegios, el control de la educación y el dominio del conocimiento. En el siglo XIX, si bien la Sierra continuaba concentrando más de los dos tercios de la población del Ecuador comenzó a perder su hegemonía, por la creciente importancia económica y demográfica de la Costa, alentada por las inmigraciones que recibió y el progreso creciente de Guayaquil. El desarrollo de esta ciudad se debió a que continuó siendo el único puerto, a la apertura comercial decretada por el gobierno republicano, al creciente comercio exterior que monopolizaba y a las naturales vías de comunicación conformadas por los ríos Babahoyo, Daule, Guayas y sus afluentes, que suplieron la falta absoluta de caminos. Además del cacao, del que el país se convirtió en el primer proveedor mundial, se exportaban tabaco, madera, cueros, sombreros de paja, brea, cáñamo y cascarilla, productos que según las épocas llegaron a sumar valores equivalentes a los generados por la \"pepa de oro\". Gracias a estas condiciones económicas favorables, según Hamerly, hacia mediados del siglo XIX Guayaquil había \"dejado atrás el aspecto de gran aldea y se había convertido en un industrioso puerto\". Las demás poblaciones de la Costa, todas sin importancia económica, sólo podían comunicarse entre ellas mediante el cabotaje marítimo y a través de senderos veraniegos que se convertían en barrizales durante el invierno, excepto las cercanas a los ríos Esmeraldas, Chone y Jubones que pudieron valerse de sus cauces para navegar. La Amazonía permaneció deshabitada y su pequeña población se redujo a dispersas tribus indígenas, unos pocos misioneros y ocasionales explotadores de caucho, por lo que la región continuó aislada del resto del país sin caminos que le unieran con las ciudades de la Sierra. La 2
marginación que sufrió fue tan grande que para las zonas meridionales fue más fácil comunicarse con las poblaciones del \"cercano\" Perú, a través de los ríos de la cuenca amazónica, que con el \"vecino\" Ecuador separado por la gigantesca cordillera de los Andes. En el estancamiento económico que sufrió el país en el siglo XIX, además de las razones anotadas pesaron las secuelas económicas de las costosas guerras de la Independencia, asoladores terremotos sufridos por las provincias de la Sierra y epidemias e incendios que afectaron a Guayaquil. Especialmente costosos fueron los cotidianos conflictos políticos, inexistentes en el tranquilo período colonial. Muchas veces derivaron en enfrentamientos militares entre fuerzas gubernamentales y grupos alzados en armas, que paralizaron las actividades agrícolas, comerciales y de transporte y causaron perjuicios económicos a todos los sectores sociales. Los grupos contendientes reclutaban forzadamente a trabajadores urbanos y rurales, y para abastecerse de pertrechos se apoderaban, por la fuerza y sin pago, de comestibles, manufacturas, caballos, mulas, burros y todo bien que encontraban al paso en haciendas y ciudades. A estas expoliaciones los caudillos revolucionarios y los ejércitos del gobierno sumaron toda suerte de retaliaciones contra los vencidos que, cuando no morían, sufrían el destierro, el confinamiento o la pérdida de sus bienes. Por su parte, según el historiador Cevallos, los jefes militares se apropiaban de recursos públicos para destinarlos al pago de las tropas y su mantenimiento, porque a diferencia de los otros funcionarios del Estado no rendían cuentas de sus gastos. Varios testimonios de viajeros lo confirman. Osculati señala que \"el comercio es casi nulo a causa de las discordias y las guerras civiles de que es continuamente presa esa República\". Orton dice que \"la inestable condición de este país no alienta grandes empresas; todos los negocios son periódicamente paralizados por una revoludón\". Y según Holinski los 3
ejércitos en campaña eran \"una de las calamidades del Ecuador\", pues expandían \"a su alrededor la devastación y la hambruna\". Es penosa la descripción que este viajero francés hace de uno de estas tropas: \"No se puede imaginar un espectáculo más extraño y andrajoso que el desplazamiento de tropas ecuatorianas en marcha. Los hombres van armados de muchas formas y vestidos de todas las modas. Unos portan fusiles, otros lanzas, y algunos no llevan absolutamente nada. La mitad de la banda va de gris y la otra mitad sin ninguna especie de uniforme. Ir con calzado es apenas el privilegio de un pequeño número. Ir con pies desnudos es la suerte de la gran mayoría\". Parecido es el relato que hace MacFarlane del regimiento de un general revolucionario que exhibía \"la más deshonrosa variedad: un hombre llevaba un abrigo azul y botones de metal, mientras que otro estaba en mangas, un soldado tenía zapatos, su camarada no. En una sola cosa todos coincidían: llevaban pantalones de algún tipo, sean blancos, negros o una especie de pijama\". Añade que las revoluciones ecuatorianas cumplían el papel de las huelgas, pero su objetivo no era el aumento de salarios sino dar empleos a sus seguidores en las dependencias del Estado\". A fines de siglo el estadounidense Graff relata una victoria militar del general Alfaro obtenida cerca de Guaranda. Si bien los oficiales de su ejército vestían uniformes, los soldados formaban una \"chusma harapienta\": la mitad armada de rifles y la otra de utensilios de varias clases que colgaban de sus cuellos y los \"hacían sonar como timbales\". Los más afortunados se movilizaban en mulas, caballos o burros, hasta dos y tres en un mismo semoviente. Nadie resultó muerto o herido en la batalla, porque atacantes y atacados disparaban mientras no estaban a tiro de bala. Según el autor, en los años de las montoneras revolucionarias era \"costumbre que si el ruido y el humo de las fuerzas defensoras no lograban intimidar al enemigo, antes de que llegue a la linea avanzada\", los que defendían la ciudad la evacuaban o corrían a sus casas a cambiarse de ropas para luego, acompañados de una banda de música, salir a las calles a vivar a Alfaro. 4
En lo demás, el naciente Ecuador siguió siendo la sociedad atrasada y pobre que fue la Audiencia de Quito, por lo que el siglo XIX en muchos sentidos fue una prolongación de la época colonial. Varios elementos se conjugaron para que los ciudadanos del nuevo Estado mantuvieran las creencias, las actitudes y los comportamientos de sus antepasados: la supervivencia de las antiguas estructuras económicas y de las rígidas jerarquías sociales, la abundante mano de obra indígena, la pródiga naturaleza, el sustento ideológico proporcionado por la Iglesia católica, el carácter teórico y elitista de la educación, su ninguna relación con las necesidades de la economía, el aislamiento internacional del país y la ausencia del imperio de la ley. PERMANENCIA DE LAS JERARQUÍAS SOCIALES El latifundio, nombre que recibió la gran propiedad agrícola, se consolidó con el advenimiento de la República, al apropiarse los criollos de tierras que fueron del Rey y de las Juntas de Temporalidades, a las que se sumaron las que arrebataron a las comunidades indígenas mediante litigios planteados ante las autoridades republicanas. En la Costa el auge del cacao permitió que los hacendados incorporaran a la producción extensas tierras baldías, a las que sumaron las de pequeños propietarios que con diversas formas de presión fueron obligados a dejarlas o cederlas. De este modo la hacienda; que había comenzado a conformarse el siglo anterior, se convirtió en la institución que organizó la producción agrícola y ganadera. Además, porque sumó otros elementos que la fortalecieron e hicieron de ella el eje alrededor del cual giraría la vida económica, social y política del Ecuador en el siglo XIX. En la hacienda serrana, a través del concertaje, los latifundistas dieron forma social y jurídica a la servidumbre, subordinación a la que los indígenas fueron sometidos en la Colonia. El indio concierto, en calidad de peón, estaba 5
obligado a trabajar la mayor parte del año en labores agropecuarias, y periódicamente en tareas domésticas en la casa urbana del amo, en la que se desempeñaba como huasicama (cuidador y sirviente) y sus hijas como servicias. A cambio de lo cual recibía un suplido en dinero, granos o animales, un pequeño solar para casa y cultivo llamado huasipungo y la autorización para disponer de agua de riego, pastos para su ganado, leña y paja. Permanecía constantemente endeudado porque el cálculo de los jornales con los que devengaba el préstamo, habitualmente era manipulado por el amo. El sometimiento de estos \"peones propios\" era tan absoluto, que cuando una hacienda era vendida también se transferían los trabajadores que laboraban en dial. Los indígenas vivían en miserables chozas de adobe y paja, algunas de las cuales parecían \"perreras\" a las que entraban agachados por un agujero. La prisión por deudas proporcionó a los hacendados un instrumento jurídico coercitivo para forzar a los labriegos a que acataran sus disposiciones y cumplieran sus obligaciones laborales. Además de los hacendados, los opresores de los indígenas fueron el gobierno y los curas, siendo los últimos \"los peores de todos”. El citado viajero estadounidense, que se asoció con un rico hacendado para explotar industrialmente la sal que contenía un manantial andino ubicado en la hoy próspera población indígena de Salinas, cuenta que el día en que ofreció pagar el salario a los indios que laboraban en el horno que había construido no asistió ninguno porque creyeron que se trataba de un engaño, pues estaban acostumbrados a que \"ningún indígena reciba jamás\" el precio de su trabajo. Cuando su socio se enteró del suceso le llamó la atención por \"la rematada tontería\" de pagar a los trabajadores un salario, error que se convirtió en un motivo de \"desavenencia\" que le llevó a abandonar su proyecto industrial y a la familia que le había pedido venir de los Estados Unidos para hacerse rico \"de golpe y porrazo\", explotando las riquezas naturales del Ecuador. 6
En las haciendas costeñas también estuvo presente el concertaje, con parecidas características en cuanto a la entrega de una parcela de tierra a cambio del trabajo en los cultivos agrícolas. Los peones, denominados sembradores, finqueros o aparceros, tuvieron a cargo las plantaciones de cacao, pero las condiciones en las que los montubios laboraron para los hacendados fueron menos opresivas que en la Sierra. Los blancos, por ser tales, mantenían la propiedad de las haciendas. Si bien continuaban viviendo en las ciudades, y sólo ocasionalmente en el campo, su influencia abarcó los espacios rural y urbano. Mantuvieron en sus manos todas las formas de poder y excluyeron de su acceso a los otros grupos étnicos. Eran los propietarios de la tierra, que siguió siendo el principal recurso productivo, los titulares de los poderes político y religioso y quienes tenían un acceso privilegiado a la educación. Gobernantes, legisladores, jueces, autoridades y clérigos, invariablemente pertenecieron a la etnia blanca, funciones de las que habitualmente estaban excluidos mestizos e indios. La segregación fue tan grande, que en los cuerpos militares los blancos reservaron para su raza los grados de oficiales, pudiendo excepcionalmente acceder a ellos los que llenaban el requisito de ser vistos como blancos. La tropa estaba conformada por negros y mulatos (\"zambos y cholos\" al decir de Joaquín de Avendaño) reclutados forzadamente, pues, según el cónsul español, las personas de color \"pertenecían de derecho al ejército\" cualquiera fuera su \"talla, edad, estado o profesión\". Curiosamente los indios \"no formaban parte jamás de la milicia\". Como sucedió en la Colonia la tierra siguió siendo un símbolo de prestancia personal, antes que un bien de producción al que convenía extraérsele la máxima utilidad económica mediante el trabajo. Por ser la hacienda para los terratenientes un lugar de descanso y de figuración social antes que un negocio agrícola, vivían en la ciudad y sólo visitaban ocasionalmente sus campos, acompañados de sus numerosos familiares, por un par de meses 7
en el veraniego período de cosechas. Lo que quizá explica que las casas de hacienda fueran espaciosas, elegantes y confortables. Al decir de un viajero francés las \"familias quiteñas poseen tan lindas casas de campo que ni las del Perú ni las de Chile tienen nada que comparar con sus elegantes habitaciones adornadas de bellos jardines y ubicadas en medio de sitios encantadores”. Al parecer este no fue el caso de las casas de hacienda localizadas en provincias distantes de Quito. Los indios, que en general desconocían la lengua española o la hablaban con dificultad, constituían la etnia mayoritaria de la Sierra, a cuyas altas montañas fueron relegados conforme los blancos iban acumulando las mejores tierras y desalojándolos de las que antes tuvieron, para dejarles con el usufructo de pequeñas parcelas. Continuaron sujetos a diversas formas de explotación que incluían trabajos forzados y el pago de contribuciones impositivas al estado y a la Iglesia, que llegaron a representar alrededor de una cuarta parte de su mísero ingreso'. Su condición social y económica, según Hassaurek, era inferior a la de un negro esclavo norteamericano. Frecuentemente se los castigaba con azotes y eran sometidos a todo tipo de vejámenes. El desprecio que les guardaban blancos y mestizos llegó al punto de que la más dura ofensa con la que se podía denigrar a una persona era decirle \"indio\", expresión a la que irónicamente recurrían los miembros del pueblo indígena para insultar a otros de su propia raza. Las rígidas jerarquías sociales, algo más flexibles en la Costa, en el siglo XIX continuaron cumpliendo una función discriminadora, al asegurarles a los blancos su posición privilegiada y mantener a los mestizos, indios y negros excluidos de toda posibilidad de mejora económica y social, cualquiera cosa hicieran para superar su marginalidad. También privaron de incentivos para que los primeros, mediante un sostenido esfuerzo, lucharan por mantener y acrecentar su posición y los segundos se empeñaran en salir de la pobreza. Razones por las que la sociedad republicana, como antes había sucedido 8
con la colonial, no ofreció a sus integrantes opciones para que pudieran labrar su destino y fueran premiados sus esfuerzos. De poco sirvió que con la Independencia se estableciera un sistema político que, al menos teóricamente, reconocía la igualdad de derechos y que estos se ampliaran en las constituciones que posteriormente se expidieron. A que el Ecuador permaneciera sumido en el atraso, las jerarquías sociales fueran aceptadas y se mantuvieran los valores culturales tradicionales contribuyó la ética católica transmitida por la Iglesia con sus enseñanzas y prédicas. El catolicismo, en lugar de criticar las injusticias sociales, alentar el progreso, la innovación, la renovación ideológica, el ahorro productivo, las iniciativas empresariales y la obtención de riqueza, legitimó las jerarquías sociales excluyentes, alabó la pobreza, adormeció las iniciativas y desaprobó el lucro y el cobro de intereses, además de censurar libros, impedir la libre circulación de ideas y menospreciar los adelantos de la ciencia cuando consideró que eran contrarios al orden natural de las cosas. Holinski dice que \"en toda la Sierra, y se podría decir en el Ecuador, la educación pública en sus manos [de la Iglesia católica] no es más que el mantenimiento de la ignorancia\", pues en el catecismo \"acaba la enseñanza para la inmensa mayoría de habitantes\", por lo que si se instruyera racionalmente a los individuos \"indicando a cada uno sus derechos y sus deberes\" se acabaría pronto con el estado de cosas vigente, lo que no es posible porque \"los curas están ahí para impedirlo”. La creencia de que el orden económico y social era querido por Dios, y de que el destino de las personas estaba fatalmente determinado por la Providencia, hizo que los ecuatorianos adoptaran actitudes resignadas y contemplativas. Si la pobreza, antes que constituir una injusta carga, era una bienaventuranza que aseguraba la salvación del alma, carecía de sentido cambiarla mediante un esforzado trabajo y la búsqueda de ganancias terrenales. Por su parte, quienes disponían de riqueza cumplían con sus 9
semejantes a través de la caridad y no mediante el respeto a sus derechos y el cumplimento de obligaciones individuales y colectivas. Si lo que contaba para la salvación eterna era el perdón de los pecados otorgado por un sacerdote y no Un honesto comportamiento diario y el abandono de los malos hábitos, no tenia importancia la clase de conducta que habían tenido las personas antes de enfrentarse a la muerte. Hassaurek anota una consecuencia de esta visión del mundo terreno al afirmar que la \"gente común no considera robar como un pecado\". Para confirmarlo, relata que en cierta ocasión escuchó a una ama de llaves \"expresar su aversión al protestantismo\" por no tener el clérigo protestante \"ningún poder para perdonar los pecados\"; hecho que \"consideraba horrible\" porque implicaba que \"robos insignificantes, que en su opinión todo el mundo cometía, podían ser llevados hasta la tumba solamente porque no habían sido perdonados”. Por las razones anotadas, en el siglo XIX continuaron vivas las negativas costumbres económicas coloniales, a pesar de que la dominación española había finalizado, se había cambiado el régimen político y constituido la república democrática. Ellas prevalecieron a pesar de existir ciudadanos que se comportaban de manera diferente, de lo que algunos viajeros dejaron constancia. El mismo Hassaurek señaló que sus observaciones críticas correspondían \"al quiteño promedio\", ya que existían \"muchos intelectuales honorables que sinceramente deploran el letargo intelectual de sus paisanos, especialmente de los de recientes generaciones”. De manera reiterativa los viajeros extranjeros coinciden en calificar a los ecuatorianos, y en particular a los serranos, como imbilidos de pretensiones nobiliarias, indolentes, contemplativos, ociosos, inconstantes, no confiables, proclives a las trapacerías, carentes de iniciativas, sin espíritu emprendedor, de poco carácter, nada prácticos, reacios a asumir riesgos, incapaces de fundar empresas, sin condiciones para la asociación, bebedores y descuidados en el aseo del hogar y personal. Actitudes y comportamientos 10
que fueron comunes en ricos, pobres, blancos, indios, negros, mestizos y mulatos, e incluso en miembros del clero. DESINTERÉS POR EL TRABAJO La más ilustrada y perspicaz descripción de los modos de ser de los ecuatorianos de la época fue hecha por un representante diplomático de los Estados Unidos, que en la sexta década del siglo XIX vivió cuatro años en el Ecuador. En general repitió y amplió las observaciones que habían hecho constar en sus crónicas los viajeros extranjeros que visitaron la Audiencia de Quito. Según Friedrich Hassaurek los \"descendientes de las viejas familias nobles\", denominados caballeros, miraban el trabajo como una actividad \"vergonzosa\" de \"poca reputación\" de manera que preferían \"morir de hambre antes que realizar un trabajo manual, al que consideraban denigrante por ser propio de indios y de cholos\". Añade que \"ningún hombre blanco realizará trabajos manuales\", pues, \"aunque el serrano sea muy pobre siempre se las arreglaba para subsistir sin trabajar\". Observaciones que confirma con el relato de la siguiente anécdota. Un emprendedor industrial, a la vez terrateniente, en una población cercana a Quito se proponía instalar una fábrica de tejidos de algodón. Para ponerla en funcionamiento trajo de Europa un \"escocés muy bien educado e inteligente\", que con denodado empeño, con sus propias manos, comenzó a armarla. Los quiteños de alcurnia que se enteraron del hecho viajaron a Chillo para constatar con sus propios ojos tamaño despropósito. Al volver comentaban \"con el más grande asombro\" que habían visto a \"un hombre blanco trabajar como un indio\", acontecimiento que por el mismo motivo les resultó inexplicable a los indígenas, por no existir en su raza personas de las que \"pueda descender\" el laborioso escocés\". De Avendaño confirma estas apreciaciones al escribir que \"los jóvenes de la primera sociedad quiteña estudian y trabajan poco\", y la \"molicie en que yacen sumidos conduce a 11
muchos a excesos que los degradan\". Tan presuntuosos y prejuiciados eran los ecuatorianos de la clase alta, que hombres y mujeres consideraban \"una deshonra ser vistos llevando alguna cosa por las calles\". Ni siquiera eran capaces de llevar en sus manos un paraguas, tan necesario en el lluvioso Quito de entonces, habitualmente portado por un sirviente que solicito caminaba al lado de su ama o patrón protegiéndolo de la lluvia. El comercio, en consonancia con la tradición española, fue considerado como \"incompatible con la nobleza\" por no ser una actividad \"respetable\", dice Hassaurek. Añade que faltaban \"buenas costumbres comerciales\", ya que los mercaderes de Quito \"carecían de toda iniciativa emprendedora\" porque la \"indolencia y la inactividad\" les embargaban, de manera que durante el día cerraban sus tiendas, por varias horas, para ir a desayunar y almorzar Orton dice que en Quito el \"comercio apenas existía para merecer ese nombre\" y que \"casi en su totalidad\" estaba localizado en Guayaquil, ya que \"sin capital, sin energía, sin hábitos de negocios, los quiteños nunca se embarcaban en un gran proyecto comercial o en una iniciativa industrial\". Relata que los \"mercaderes nunca confiaban en sus dependientes\", habitualmente inexistentes, \"no tenían precios fijos y cobraban lo que podían\". \"La mayoría no sabía nada de ventas al por mayor, rehusaban vender por cantidades temiendo un engaño\" y algunos tenían dificultades para hacer una operación matemática simple. Por ejemplo, algunos para vender diez reales de naranjas realizaban la operación de real en real, por ser incapaces de calcular el número de unidades que componían la suma totall\". Lo mismo le sucedió a Whymper en un pueblo rural. cuando quiso comprar pan, dificultad que superó comprando varias veces la misma cantidad. Aquellos que no hacían del ocio una forma de vida y debían ocuparse en algún oficio, como era el caso de los mestizos, tampoco eran diligentes. Refiriéndose a los artesanos Hassaurek repite, casi con las mismas palabras, 12
las observaciones que sobre su conducta hicieron otros viajeros centenares de años atrás, en cuanto al incumplimiento del plazo estipulado para la entrega de la obra encomendada. \"Trabajan durante tres o cuatro horas y después interrumpen sus labores, especialmente si han logrado conseguir algo de dinero por adelantado\", dice el autor. Orton menciona que \"es imposible\" conseguir de un quiteño el \"puntual cumplimiento\" de algo y que comience \"el trabajo cuando uno lo quiere\" y no \"cuando él lo desee\", sin que valiera \"ningún halago, soborno, o amenaza\" para que hiciera \"cualquier cosa en el plazo acordado\". \"Maestro badulaque\" fue la expresión que acuñaron los ecuatorianos de la Sierra para calificar a los artesanos que no atendían cumplidamente sus compromisos de trabajo: albañiles, carpinteros, picapedreros, herreros, cerrajeros, talabarteros, zapateros, ebanistas, sastres, etc. Como la cultura del ocio de los blancos era compartida por todas las clases sociales y razas, los indígenas no eran diferentes. El cónsul español Joaquín de Avendaño, en el primer paseo que hizo por la ciudad encontró que en Quito los indios permanecían sentados en el suelo rodeados de suciedad, bebiendo chicha y aguardiente, siendo \"muy pocos los individuos ocupados en algo\", como el comercio ambulante, cumplir mandados de los amos o barrer calles, tarea que la desempeñaban mal pues habitualmente permanecían parados en las esquinas'. Teodoro Wolf los encuentra \"flemáticos, melancólicos, desidiosos, taciturnos y muy desconfiados\", además de \"fuertes y vigorosos para llevar cargas muy pesadas a sus lomos y ligeros e infatigables para vencer a pie largas jornadas, pero también débiles y lerdos para otros trabajos y ejercicios\". Según Hassaurek, el indio era \"vago y deshonesto como la gente común de la Sierra\" y \"sumiso\", al extremo de soportar todo tipo de insultos y vejámenes, incluso azotes, \"como si nada hubiera pasado\". Ambos autores atribuyen este pasivo temperamento al maltrato que habían sufrido los indios por siglos. El diplomático estadounidense añade: a no ser que una apremiante necesidad 13
\"le moviera a trabajar un poco, no salía a buscar empleo ni aceptaba el que se le ofrecía\". Como sirvientes, al estadounidense no le parecieron muy eficientes, ya que \"tres o cuatro criados juntos no trabajan tanto\" como lo hacia en su país \"una sola de sus sirvientes irlandesas o alemanas\". Sus duras apreciaciones las matiza al admitir que \"estas pobres criaturas [los indios] son los miembros más útiles de la sociedad ecuatoriana\", ya que \"trabajan más que todas las otras razas juntas\", a pesar de lo cual \"su posición en la escala social es inversamente proporcional a su utilidad\", pues laboran la tierra, edifican casas, construyen caminos, llevan cargas pesadas y hacen \"todas las actividades que otras personas se rehusarían a realizar”. Los ecuatorianos del siglo XIX tampoco demostraron inclinaciones al trabajo duro, esforzado y perseverante, del que depende la obtención de mayores ingresos y la posibilidad de vivir mejor. Con sorpresa los viajeros advierten que en la mente de las personas no existía el afán de lucro, esto es, el deseo de enriquecerse, que tan importante ha sido en otras naciones para que los individuos y las sociedades prosperen. \"Nunca vi a gente tan poco interesada en hacer dinero como a los serranos del Ecuador\", se lamenta Hassaurek, \"a pesar de que todos están necesitados del mismo\", añade Orton, luego de confirmar la observación de su paisano\". El primero precisa que \"conseguir que alguien tenga algo listo es una tarea difícil\", pues \"nadie se apresura\", \"todo es problemático\" y \"cada paso está lleno de dificultades, demoras, postergaciones y decepciones\". Añade que aún \"las transacciones más simples del vivir cotidiano están llenas de obstáculos, impedimentos y abusos\", tomándose difícil que concluya una operación iniciada, porque es abandonada en cualquier momento. Termina señalando que acordar con un serrano una transacción de negocios \"es la tarea más difícil del mundo\", ya que la lentitud \"es uno de los peores vicios de este país\", pues \"no hay ocupación tan apremiante que no pueda posponerse\" con el \"vuelva usted mañana\". Crítica que comparten Whymper y Orton. El primero al decir que para el común \"nada debe hacerse hoy en día; todo se deja para mañana y 14
cuando llega el mañana, se deja para mañana otra vez\". El segundo al señalar \"que nadie está de apuro, ninguno está ocupado, excepto los sastres, que manifiestan una loable diligencia. El menosprecio por el trabajo, una herencia española, y una falta de energía, son rasgos que aparecen en alto relieve\". En la ninguna disposición de los blancos para el trabajo, sobre todo si implicaba labores manuales y debía ser esforzado, influyeron los prejuicios sociales incubados en la Colonia, la presencia de una elevada población indígena y la prodigalidad de la naturaleza. Los pujos sociales de los blancos continuaron vivos, aun en aquellos que sin serlo se consideraban tales, adscripción étnica que los exoneraba de todo tipo de trabajo que no fuera la ocasional vigilancia de las haciendas, especialmente el manual. Seguían siendo una minoría, a pesar de que eran vistos como blancos los que teniendo sangre indígena o negra, fácil de identificar por el color de la piel y del pelo y los rasgos faciales, habían conseguido blanquearse valiéndose de su elevada posición económica o de vínculos familiares forjados mediante matrimonios con miembros de clases altas. En otros casos gracias a que familias de ascendencia negra obtuvieron en la Colonia decretos que los declaraban blancos. Un viajero anota que \"como a pesar de todo, algunas gotas de sangre mestiza se han deslizado en casi todas las personas de raza blanca, no es nada raro encontrar en las más altas situaciones a personas que dejan ver en sus fisonomías un ligero tinte de color\". Esta observación es confirmada por Orton al anotar que en 1868, de la \"rígida aristocracia\" de ocho mil blancos que habitaban Quito, \"no más que media docena podía hacer gala de pureza de sangre\", ya que el \"grueso pelo negro, los prominentes huesos de las mejillas, las frentes bajas, revelaban su mezcla indígena”. Herencia étnica que quedaba en evidencia cuando padres de tez, pelo y ojos claros engendraban hijos que nacían con mancha mongólica en la baja espalda. 15
A pesar de que los grupos dominantes tenían mezcla indígena y negra, continuaron aferrados a ancestros familiares españoles que supuestamente probaban su pureza de sangre, y en algunos casos un origen nobiliario, pretensión que les llevó a segregar a sus coterráneos por indios, mestizos, negros, mulatos y cholos. Actitud que en la Costa fue menos manifiesta por ser tierra de inmigrantes, la población indígena ser mínima y no haber existido durante la Colonia familias nobles. Los blancos no se sintieron compelidos a trabajar porque en la Sierra continuó presente una abundante mano de obra indígena en situación de dependencia, de la que podían disponer los patronos a su antojo para emplearla en el desempeño de toda clase de tareas: labrar la tierra, recoger frutos, cuidar ganados, abrir senderos, atender el servicio doméstico, sin incurrir en pagos que por su peso económico merecieran tenerse en cuenta. Ilustra la abundancia de mano de obra el que las amas de casa vivieran en la ociosidad, rodeadas de sirvientes, tan numerosos que el hogar de una \"familia respetable\" disponía de cuatro cinco criados y el de \"grandes familias\" de diez a doce\". Este no era el caso de la Costa en la que, a pesar de las emigraciones serranas, el trabajo de los blancos era necesario porque la población indígena se había reducido a tribus aisladas y la mano de obra mestiza era insuficiente, motivo por el que se perdían los abundantes frutos que producía la tierra. A pesar de ello los costeños no se animaron a mudarse al campo para trabajar en las tareas agrícolas, debido a los ancestrales prejuicios coloniales frente al trabajo manual. Como la pródiga naturaleza continuó proveyendo alimentos generosamente, durante todos los días del año, y ofreciendo un clima benigno que incentivaba la molicie, el pueblo ecuatoriano no necesitó hacer sacrificios y tomar providencias que le permitieran prepararse para afrontar las malas épocas. El hecho es mencionado repetidamente por visitantes extranjeros 16
como un obstáculo y no una ventaja para el progreso del Ecuador, como antes se creía y hoy sigue creyéndose. En 1832 Terry escribió que \"la mayoría del pueblo de la provincia [de Guayaquil] tan solo cultivaba el suelo para conseguir el sustento\", por lo que \"un país que podría abastecer a toda la costa del Pacífico de la América del Sur apenas tenía para su propio sustento\". En 1847 Osculati creía que en el Ecuador \"el cultivo de cereales era generalmente muy descuidado\" y que las tierras se encontraban \"discretamente cultivadas\", a pesar de lo cual eran \"sumamente productivas\" debido a la fertilidad del suelo antes que \"a la actividad de sus habitantes\". En 1851 Holinski pensaba que las temperaturas ardientes \"amortiguaban o mataban el gusto por el trabajo\". Años más tarde Hassaurek se refirió al poco provecho que los guayaquileños obtenían de la \"grandiosa generosidad de la naturaleza\", pues ella había hecho a las clases sociales \"pobres, indolentes, ociosas e impróvidas\". En 1868 Orton señaló que \"la tierra y el clima de Ecuador, tan infinitamente variado, ofrecían un hogar para casi todas las plantas útiles. Pero la gente de entre los trópicos no subyugaba a la naturaleza como los hombres del Norte\", ya que simplemente recogían la vida sin ganarla. Luego de ponderar la feracidad de la región de Guayaquil, añade que sólo se cosechaba \"una fracción\" del cacao que crecía naturalmente, por la \"escasez de trabajadores\" y la falta de ecuatorianos \"asesinados o exiliados en insensatas revoluciones”. En 1871 Kolberg alaba la extraordinaria fertilidad de la tierra que rodea a la cuenca del Guayas, \"que sin exageración\" podría sustentar \"mil veces más hombres de lo que sustenta\" si se la \"trabajara con ahínco\", y se lamenta de que \"el clima cálido y siempre igual\" vuelva \"indolentes y remolones\" a sus habitantes. MALAS PRÁCTICAS ECONÓMICAS No se distinguieron los habitantes de la sierra quiteña, y en general los ecuatorianos, por honrar compromisos, cumplir acuerdos y actuar honestamente en las relaciones económicas de la vida diaria. Por estos 17
motivos, en la naciente república no existieron relaciones que se sustentaran en la confianza recíproca, acerca de la buena fe con la que actuarían las partes en las actividades que emprendían, en los contratos que celebraban y en las transacciones de negocios que realizaban, confianza que los estudiosos del desarrollo contemporáneo identifican como un elemento esencial en el progreso de las naciones. La ausencia de relaciones constructivas y de sentimientos de cooperación impidió que se constituyeran empresas, se realizaran negocios y se emprendieran iniciativas económicas, requerimientos necesarios para que pudieran explotarse los vastos recursos naturales de los que disponía el país. Hassaurek afirma que \"hay pocas personas en cuya palabra se puede confiar cabalmente\", conclusión que sustenta con el relato de los incumplimientos que tuvo que sufrir cuando encargó trabajos, organizó viajes y recibió ofrecimientos. Añade que se \"necesita una eternidad para llegar a un acuerdo con un vendedor, con un arriero o con un artesano\", y si se lo cierra \"la otra parte quiere cambiar las cosas nuevamente y exige condiciones más favorables\"; por lo que \"acordar con un serrano una transacción de negocios es la cosa más difícil del mundo\", y cuando se ha llegado a un acuerdo luego de largos regateos, pide condiciones distintas y plantea nuevas demandas incluso en el momento de su ejecución\". La falta de confianza fue tan negativa para el progreso económico del Ecuador que el citado diplomático la consideró más dañina que la inestabilidad política y las convulsiones sociales que azotaron al país en el siglo XIX. Por la falta de confianza, según Graff, en Quito los comerciantes de origen extranjero no constituyen sociedades y ningún dueño de tienda \"se atreve a dejar al cuidado de ella a los empleados ni cinco minutos\", por lo que debe ser el único sitio del mundo en el que el comerciante abre la tienda en la mañana, permanece todo el día, la cierra por la noche y \"duerme con la llave en el bolsillo\". 18
No existían garantías para los derechos de propiedad, como se vio antes en el caso de las tierras de los indígenas. Los viajeros corrían el riesgo de perder las pertenencias, no sólo en el fondo de un precipicio debido a los malos caminos, sino a manos de ecuatorianos acostumbrados a mirar a los forasteros como ingenuas presas. No fueron ladrones de caminos los más peligrosos, sino quienes trabajaban para los visitantes, especialmente los arrieros. Osculati relata que siguiendo la recomendación de otros \"exploradores\", en el viaje de Guayaquil a Quito, cuando navegaba, cabalgaba descansaba, no perdió de vista su equipaje, a pesar de lo cual, cuando abrió los baúles en el lugar de destino encontró que en uno de ellos los arrieros habían abierto un hueco para sustraer las pertenencias'. Whymper relata la forma en que intentaron timarlo autoridades de Riobamba y un banquero quiteño, y cómo lograron hacerlo un comerciante guarandeño y un hacendado riobambeño. Convencidos de que el propósito del alpinista inglés no era ascender al Chimborazo sino buscar un tesoro escondido bajo la nieve le pidieron compartirlo, demanda de la cual desistieron, \"con gesto avinagrado\", cuando les dijo que con gusto les entregaría su parte si sufragaban la mitad de los gastos de la expedición. Al liquidar su depósito bancario, antes de regresar a Inglaterra, el banquero que le atendió retuvo \"sus adelantos\", que dijo eran \"su costumbre\", abuso del que desistió cuando el perjudicado le anunció que haría constar la costumbre de los banqueros quiteños en el libro que pensaba publicar. La estafa de un comerciante, que le había vendido carne dañada, la descubrió al abrir uno de los baúles para alimentarse al iniciar su ascenso al Chimborazo. Un. hacendado, que decía ser marqués, le mantuvo bajo llave en el tambo de Chuquipoguio hasta que cancelara una exorbitante cuenta por la mala comida y el peor hospedaje que recibió. En las relaciones interpersonales los individuos no sabían a qué atenerse por la \"tendencia a sustituir los hechos con palabras\". Dice Enock que \"la verdad 19
se deforma, la exageración toma su lugar, la conveniencia y el oportunismo dan colorido a los tratos sociales, la trapacería toma gran influencia en asuntos comerciales y políticos y con frecuencia se rompe un compromiso si las circunstancias así lo requieren\". Opinión que comparte Holinski al decir que existe la costumbre de practicar \"un doble discurso\" y que a través de \"sofismas la gran mayoría de hombres disfrazan una absoluta ausencia de principios, cómoda teoría que tiene por objetivo el éxito y por culto el interés personar'. No es diferente la opinión del ecuatoriano José Peralta, para quien entre \"las más feas pasiones\" se distingue \"el interés personal que toma todos los disfraces, para engañar a la crédula sociedad y salirse con la ganancia, sin reparar en los medios\". Otro autor ecuatoriano relata la forma en que eran engañados los cultivadores de cacao por los intermediarios, que imponían arbitrariamente calidades y peso al producto que adquirían y luego les trampeaban en las cuentas a la hora del pago. Esta práctica se repetía en otros productos agrícolas, especialmente cuando el vendedor era de inferior condición social. Todo lo cual a nadie escandalizaba y hasta era bien visto por muchos. Según Graff quien engañaba era alabado por su picardía y en cambio el que confiaba en la palabra empeñada y en los compromisos acordados se lo consideraba un \"pendejo\". Comportamientos como la impuntualidad, la alteración de la verdad y el olvido de la palabra empeñada, por ser comunes a todas las clases sociales y a las diferentes etnias sumieron a las relaciones económicas en la incertidumbre. Un viajero que visitó el Ecuador hacia 1832 afirma que las constantes dilaciones en la ejecución de los asuntos que involucraban a más de una persona eran una \"disposición casi universal\" manifestada \"en todos los actos de la vida\" cotidiana. Relata que cuando se acordaba una cita de negocios se podía estar \"seguro de que la persona con la que uno tenía que encontrarse no llegaría al lugar acordado\" o lo haría \"bastante tiempo después de la hora convenida\"; lo que también sucedía cuando se planeaba tina excursión o un viaje, que frecuentemente era necesario aplazar \"debido 20
a frívolos retrasos”. La falta de sentido del tiempo y de su valor económico pudo deberse no sólo a una razón cultural, sino también a que pocas personas tenían relojes. Lo sugiere Orton al decir que en Quito \"solo hay uno o dos relojeros y como puede ser deducido, muy pocos relojes están exactos\", por lo que \"la gente tiene muy poca idea del tiempo”. La \"costumbre de hacer grandes promesas que nunca van a ser cumplidas es propia de los serranos\", que a la hora de solicitarles los servicios ayudas ofrecidas con tanta insistencia, siempre encontraban una excusa para no satisfacerlas, dice Hassaurek. Su coterráneo Orton añade que hay un \"contraste entre la gran promesa y la mezquina ejecución\", entre otras razones porque \"el interlocutor no espera que sus palabras sean tomadas en serio. Apreciaciones compartidas por Teodoro Wolf al decir que el habitante de la Sierra \"es poco cumplidor en sus promesas y anda con poca escrupulosidad para decir la verdad”. Según el precursor del liberalismo ecuatoriano, coronel Francisco Hall, las expresiones mentira y mentiroso, por ser corrientes en Quito, habían perdido la dura etimología que tenían en su país, de modo que podían ser lanzadas sin que el interlocutor se ofendiera como sucedería en \"un alto círculo londinense\". Luego añade que la tendencia a cambiar el recto sentido de las cosas hacía del país \"una nación de abogados que con facilidad retorcían las palabras y sus significados según se les antojaba\". Conceptos expresados en 1828, dos años antes de la fundación del Ecuador y cinco antes de que fuera asesinado por sus desconfiados enemigos. Un viajero extranjero atribuye al presidente García Moreno haber dicho: \"Si mis paisanos tuvieran que subsistir diciendo la verdad, todos se morirían de hambre'. Una sociedad en la que los individuos creían que aquellos con los que se relacionaban actuarían maliciosamente, en razón de la conciencia que tenían de su propia mala fe, no ofreció condiciones para que se sumaran voluntades 21
y se juntaran recursos con el propósito de llevar a cabo iniciativas que no era posible realizarlas individualmente. Por este motivo dejaron de fundarse empresas y ejecutarse proyectos que habrían contribuido al progreso del país y al enriquecimiento de los asociados. Más bien, quienes discutían un negocio no escatimaban precauciones para asegurar su patrimonio frente a posibles atracos, por lo que buscaban rodear a cada transacción de toda clase de medidas cautelares. Esta falencia de la sociedad ecuatoriana, que tan costosa resultó para el progreso del país, la describe Hassaurek en los siguientes términos. \"Una parte importante del carácter del serrano es la gran desconfianza que tiene con sus paisanos, lo cual excluye toda posibilidad de que exista un espíritu de asociación. El compañerismo es poco frecuente, y casi no se oye hablar de corporaciones. Por consiguiente, las grandes empresas son imposibles\". Lo confirma Orton, para el que la \"desconfianza mutua\" hacía que las sociedades fueran \"casi desconocidas\", por lo que \"no recordaba una sola firma comercial, excepto unas pocas hechas entre hermanos, o padre e hijo\". Parecidas reflexiones hacen Whymper al decir que hay \"un recelo y desconfianza universales\" por la \"general disposición a no hacer caso de la santidad de los contratos\" y a proponer \"reclamos ulteriores\", extraño comportamiento que explica galantemente diciendo que los ecuatorianos 'tenían un código de conducta diferente\". El historiador Cevallos, refiriéndose a los indios, dice que \"en todos sus contratos, en todas las acciones de su vida, se ve de claro en claro que no creen en nadie, que se está tratando de engañarlos o no se cumplirá con lo ofrecido\", principalmente cuando tienen tratos con los blancos\". La desconfianza, finalmente, limitó el uso productivo de los ahorros mediante su inversión en la agricultura, el comercio y la industria, con lo que se cerró la posibilidad de que se formaran los capitales que era necesario reunir para financiar la explotación de las riquezas naturales del país, que 'según opinión coincidente de quienes lo visitaron estaba llamado a ser un emporio de abundancia y prosperidad. Los capitales que sobraban luego de la 22
esterilización de recursos que implicó el pago de diezmos y primicias a la Iglesia católica, en lugar de invertirse productivamente fueron atesorados en sitios secretos, bajo la creencia de que no importaba mantenerlos ociosos si a cambio se conservaban seguros bajo la personal vigilancia de sus dueños, libres de las asechanzas de parientes, amigos y eventuales socios inescrupulosos interesados en apropiarse de dineros ajenos mediante préstamos que nunca eran cancelados y otros arbitrios fraudulentos. En el siglo XIX continuaron encontrándose entierros, nombre con el que se denominaban los valores guardados por personas que fallecieron sin dejar indicaciones acerca de su ubicación. \"Hallar tesoros escondidos no es algo poco común\", dice Hassaurek. Durante su estancia en Quito fue testigo \"en muchas ocasiones\" de que \"el derrumbamiento de construcciones antiguas llevaba al descubrimiento de importantes sumas de dinero enterradas por sus dueños\", en lugar de invertirlas en actividades beneficiosas para ellos y la comunidad, sin que antes de morir \"tuvieran tiempo para contar el secreto a sus hijos y familiares\". Y un compatriota suyo considera que no puede haber industria en un pueblo \"que pasa la mayor parte de su tiempo repitiendo tradiciones de tesoros escondidos por los incas y cuentos sobre depósitos de oro (también de plata) en las montañas\", ilusa creencia que era compartida por muchos habitantes de la región andina. Tampoco ayudó a que los ahorros tuvieran un uso productivo el que fuera mal vista la profesión de prestamista, al que se le conocía con el despectivo nombre de chulquero, esto es, de usurero. Por este motivo hubo dificultades, especialmente en la Sierra, para que se conformaran y funcionaran instituciones crediticias que operaran abiertamente en el financiamiento de actividades agrícolas, ganaderas y manufactureras. Dos bancos que se fundaron en Quito quebraron al poco tiempo de constituidos. A fines de siglo, Graff comenta que \"el grado de moralidad comercial era tan ínfimo que no había un solo banco en la ciudad\" y que le habría provocado una sonrisa la 23
idea de que un ecuatoriano se acercara a una ventanilla bancaria a depositar en una cuenta corriente \"dinero contante y sonante'. Estos modos de ser de los ecuatorianos, y la forma pasiva en que enfrentaban la vida, impidieron que el país pudiera desarrollarse y los ciudadanos mejorar su bienestar. Excepto en Guayaquil y en su zona de influencia, la economía permaneció estancada como lo había estado en la mayor parte de la Colonia. No es posible disponer de cifras que lo confirmen, pero puede servir de indicador el hecho de que durante el siglo XIX la agricultura y el comercio no progresaran, excepto en la Costa, se instalaran contadas manufacturas, siguieran siendo deplorables los servicios de educación, salud, caminos e infraestructura urbana y el país se mantuviera casi sin cambios. La pobreza fue tan grande y generalizada que afectó a todas las, clases sociales, incluso a las familias que disponían de ciertos recursos, las cuales, salvo contadas excepciones, sufrían limitaciones económicas y algunas se debatían en una diaria y \"constante lucha entre la ostentación y necesidad\". Como las \"personas de bien\", por su indolencia, durante sus vidas no conseguían incrementar la riqueza heredada, al fallecer sólo legaban a sus hijos el patrimonio heredado, en el caso de que hubieran logrado conservarlo. El mayor obstáculo para el desarrollo del país siguió siendo la falta absoluta de caminos. Según Wolf, a mediados del siglo XIX en la zona aledaña a Guayaquil, mas no en otras de la Costa que carecían de vías, había muy pocos y precarios caminos de herradura que en la estación lluviosa \"no eran malos sino pésimos y muchas veces intransitables\". En algunos de ellos \"la vegetación indomable\" que los invadía hacía necesario el uso de \"hacha y machete y mucha paciencia para abrirse paso\". Refiriéndose a los caminos que partían de Babahoyo hacia la Sierra, MacFarlane relata que había lugares por los que los viajeros pasaban \"colgados o arrastrados\" y debían \"levantar los pies y ponerlos en el cuello de la mula\" para eludir el fango, 24
confiando en que los inteligentes animales siempre pondrían sus cascos en lugares precisos. Añade que ascendiendo a los Andes el lodo era tan compacto que a cada paso que daba la mula se oía un sonido parecido al que se escucha \"cuando se descorcha una botella muy grande\". Concluye diciendo que en los senderos del Ecuador la mula hacía \"el trabajo del coche y de la carreta\" porque al no haber caminos \"las ruedas eran inútiles\". Parecida es la apreciación de Wolf al decir que trepar los Andes para llegar a la Sierra era una hazaña, pues había que subir en zigzag por cuestas empinadas en las que se avanzaba gracias a útiles camellones, consistentes en pequeñas zanjas transversales llenas de fango en las que las bestias apoyaban los cascos para aferrarse, no resbalar y avanzar. Al igual que en la Colonia, entre la Costa y la Sierra continuaba existiendo una sola \"vía\" de comunicación. El viajero partía de Guayaquil río arriba por el Babahoyo, en chalupas empujadas por remeros y palanqueros, hasta desembarcar en el antiguo pueblo de Bodegas actualmente llamado Babahoyo. Luego trepaba la cordillera en mulares conducidos por arrieros a través de fangosos senderos de herradura llenos de camellones, bordeando precipicios, vadeando riachuelos y sorteando quebradas, a fin de superar los Andes a una altura de casi 4.000 metros, para después atravesar valles, páramos y montañas y finalmente llegar a la ciudad de Quito. Un viaje entre el puerto y la capital demoraba por lo menos dos semanas y en ocasiones más, si el camino se encontraba afectado por la estación invernal, que solía durar entre diciembre y marzo. En la Sierra, por falta de mantenimiento (desde entonces un mal nacional), los antiguos caminos de herradura se habían vuelto tan intransitables, por lo que, según un dicho popular, \"eran para pájaros y no para hombres\". Por su precariedad no fue posible el uso de coches y carruajes para el transporte de personas, mercaderías y materiales, que eran llevados en acémilas por cargadores indios que en las ciudades eran muy solicitados o tirados por 25
burros o bueyes cuando era del caso. Osculati dice que los senderos serranos sólo podían ser transitados por mulas y caballos, los cuales eran el único medio de transporte \"compatible con la naturaleza del suelo y con el estado de los caminos\". Refiriéndose al camino que iba de Latacunga a Quito, señaló que en el Ecuador no había caminos para vehículos y que los senderos, decía: \"son pesimos, los puentes en su mayoria se encuentran rotos y en ruinas, sin que el Gobierno piense en repararles ni siquiera en los lugares mis frecuentados\". Kolberg ridiculiza el ponderado Camino Real de la Sierra como una ilusión de los ecuatorianos, pues el viajero debía soportar \"una infinidad de angustias y atolladeros\" al encontrarse con \"numerosas acequias de! alto de un hombre, grandes bloques de piedras diseminados por todas partes y grietas tan profundas que el caballo y el jinete quedaban enteramente ocultos\", todo lo cual daba el aspecto de que el suelo hubiera sido \"hundido y destrozado por un espantoso terremoto\". Esta falta de buenas comunicaciones entre el puerto y la capital y de esta con las provincias serranas mantuvo a Quito en el confinamiento en que habia vivido durante la Colonia. A mediados de siglo, el frances Holinski escribió que Quito y las provincias de la Sierra estaban \"sumergidas en un laberinto de montafias que les aislaban del mundo\", situación que hacia de la capital \"una ciudad española con las costumbres, cultura, espíritu e inocencia del siglo XVI\" y convertían al Ecuador en \"la cola de la mayor la de las repúblicas españolas\". Juicio con el que coincide el estadounidense McKenzie, para el que Quito, a fines de siglo, ¡era una “ciudad retrograda” que habia permanecido excluida de! resto del mundo y \"todavía retenía la atmósfera de la España del siglo Diez y Siete\" Es que en el siglo XIX el Estado no existió como proveedor de servicios públicos por haber vivido el país inmerso en disputas políticas y militares. Ausencia de autoridad y de gobierno que MacFarlane grafica al decir que en el Ecuador el Estado se \"parece al padre de familia que no tiene la suficiente 26
autoridad sobre sus hijos, para mantenerlos con la cara y las manos limpias'. A esta incompetencia del poder público, o simplemente a su ausencia, se sumaron la difícil orografía y el atraso técnico del país. Para cavar y remover la tierra no se disponía de picos, barras y palas ni de carretillas para trasladarla, menos aún de máquinas y otros instrumentos necesarios para la construcción de caminos. Los indios transportaban la tierra desalojada y los materiales necesarios (madera, piedra, ladrillos) en sus ponchos o en pieles de oveja. En la segunda mitad del siglo XIX García Moreno fue el primer presidente que enfrentó el problema y comenzó a darle solución. Todos los viajeros extranjeros que lo conocieron, o supieron de su obra, expresaron admiración por el espíritu modernizados y el carácter emprendedor del autoritario presidente, tan diferente al de los abúlicos ecuatorianos de la época. Gracias a su entereza, a partir de 1861 comenzó a subsanarse el inveterado déficit de caminos con la construcción de una línea férrea de Guayaquil a la Sierra y una carretera de Quito hacia el sur. Su notable obra vial, y la que sin ahínco otros presidentes hicieron en las décadas siguientes, permitió que a fines de siglo pudieran unirse Quito y Riobamba con un servicio bimensual de diligencias tiradas por mulas', que Guayaquil, Milagro y Yaguachi se comunicaran por ferrocarril, que la Vía Flores atravesara Guaranda hasta los bordes occidentales de los Andes y que mejoraran los caminos de herradura. La inestabilidad política, las penurias fiscales, la ausencia de prioridades y los cotidianos conflictos de variada naturaleza impidieron que el Estado concluyera las pocas obras que iniciaba: caminos, puentes, edificios y otras construcciones, como también que realizara tareas de mantenimiento, por lo que muchas iniciativas e inversiones se desperdiciaron. Los ciudadanos tampoco cooperaban para mejorar el espacio urbano y rural o al menos cuidar los bienes públicos. A los viajeros les llamó la atención que en el yermo paisaje andino escasearan los árboles y no tuvieran los ecuatorianos interés alguno en plantarlos. Uno de ellos cuenta que García Moreno, en la 27
plaza principal de Quito (hoy de la Independencia), que en verano se llenaba de polvo y en invierno de fango y era usada para las populares corridas de toros, construyó \"un hermoso parque lleno de árboles siempre verdes y flores lozanas, con hermosos pasillos y ribeteado de pulcras calles\". Este progreso, importante innovación para la época, no fue valorado por el vecindario, que en la noche \"destrozaba los árboles tiernos o deshojaba y pisoteaba las flores\", lo que obligó al jardinero-presidente a protegerlo con soldados hasta que crecieran las plantas y \"el pueblo dejara su mala costumbre\". También se preocupó de arborizar el país con la introducción del eucalipto, pero a nadie se le ocurrió recuperar y propagar los hermosos árboles nativos mediante la recolección de semillas y la formación de almácigos. Los problemas y las demoras que los malos caminos ocasionaban, incluso para recorrer distancias cortas, convirtieron al transporte en una aventura peligrosa y costosa que incidió negativamente en la producción y el comercio, ya que los excedentes agrícolas no podían enviarse a las provincias que no habían tenido buenas cosechas. Osculati cuenta que en la provincia de Quito \"gran parte de los productos se dañaban' o se vendían a precios bajos por no poderse enviar a otras partes y MacFarlane expresa su pena por los agricultores que tenían que viajar cuatro días por los Andes \"para vender sus productos a precios que apenas recompensan el tiempo y los animales empleados\". Una investigadora dice que a fines de siglo, por la falta de caminos en las provincias serranas, el costo del transporte era prohibitivo, por lo que mientras en unos valles interandinos había abundantes productos agrícolas en otros escaseaban. Añade que a la Costa le resultaba tan oneroso traer productos de la Sierra que a los guayaquileños les era más barato importar trigo y cebada de Chile o California que de la Sierra. A fines de siglo, a un emprendedor empresario serrano más le costó el transporte de los componentes de la primera fábrica textil que se instaló en Quito, que el valor que pagó para adquirirla en los Estados Unidos. En esta ciudad escaseaba el café, articulo que el país podía producir en abundancia, y se 28
daba la paradoja de que se exportaban cascarilla y trigo mientras se importaban quinina y harina, en este caso porque había pocos y deficientes molinos208. Con razón Holinski expresó que \"las difíciles comunicaciones impedían que el comercio prosperara, y sin comercio no había trabajo y sin trabajo no existía progreso\". Las limitaciones que el aislamiento geográfico de los pueblos interponía al crecimiento de la demanda impidieron que se realizaran inversiones para mejorar la agricultura y las manufacturas, actividades que 'debieron limitarse a producir para el mercado circundante. A fin de preparar la tierra para las siembras continuaron en uso los tradicionales arados de madera con punta de hierro, tirados por bueyes, y en su lugar a veces se utilizaban manadas de cerdos para que con sus hocicos la removieran. La trilla de granos la seguían haciendo caballos e indios, los primeros desgranándolos con sus cascos y los segundos con sus pies en zapatos. Los azadones eran de madera, no existían palas y \"ni siquiera se soñaba en tener maquinaria moderna para las actividades agrícolas\". Incluso cuando había terminado el siglo, el cónsul norteamericano informaba en 1902 que en el Ecuador la agricultura se desenvolvía en \"forma muy primitiva\" ya que \"rara vez\" se usaban abonos y eran \"desconocidos los arados modernos y otros nuevos implementos agrícolas. La producción pecuaria compartía el atraso de la agricultura, por lo que, según Enock, los resultados económicos que generaba se debían \"más bien a las favorables condiciones del clima que al mejoramiento de los métodos empleados\", motivo por el que a fines del siglo XIX en Quito escaseaba la leche, y mucho más la mantequilla y el queso, a los que sólo \"los muy ricos\" tenían acceso, ambos alimentos de mala calidad. Si bien orfebres, talladores de madera y quienes trabajaban en la pasamanería demostraban mucha habilidad, los otros oficios estaban atrasados en siglos. No producían buenas artesanías debido a que usaban \"herramientas e implementos primitivos\", de manera que \"lo que en otros 29
países se podría hacer en unos pocos días\" en el Ecuador se hacía \"en semanas y meses\". Existían pocas y elementales manufacturas, que producían para el mercado local hilos y tejidos de algodón y lana llamados bayetas y tocuyos, algunos de los cuales se usaban para la confección de ponchos y chalinas, localizadas en los industriosos pueblos de Cotacachi, Otavalo, Atuntaqui, Chillo y Guano, como también en la ciudad de Ambato, en la que un viajero extranjero encontró un \"sinnúmero de indicaciones\" de que podría convertirse \"en el centro manufacturero del país”, profecía que ha comenzado a cumplirse a fines del siglo XX. Un autor dice que la vida industrial y comercial del Ecuador \"está poco desarrollada, si se la compara con la de otras naciones mayores de la América Latina\". Los bancos, tan necesarios para el financiamiento de las actividades productivas, recién se fundaron a Mediados del siglo XIX, inicialmente fracasaron y tomaron relevancia al terminar la centuria. En 1890 un ecuatoriano describía la Sierra como un sector \"improductivo sumido en la miseria, sin crédito en el exterior; centro muerto, en fin, donde el trabajo no tiene estímulo y la existencia se asemeja a un letargo”. Hacia 1860, con excepción de iglesias y conventos que ocupaban una cuarta parte de la ciudad, y alguna edificación pública, en Quito sólo había dos o tres casas con un piso superior, muestra de la pobreza de la construcción civil que contrastaba con la riqueza de las edificaciones religiosas. Visitantes del siglo XIX dicen que la capital era una de las ciudades más sucias que habían encontrado en sus viajes, condición de la que no escapaban las casas de los ricos, en cuyas habitaciones el polvo cubría muebles y enseres y en sus cocinas y comedores circulaba una vajilla rara vez aseada\". Holinski, en alusión a la topografía de la ciudad, dice que \"subir y bajar, bajar y subir es la suerte de los habitantes de Quito\", que las calles, \"por saltar entre una zanja y otra, no toleran ningún tipo de coches\", que las \"acequias que las serpentean están obstruidas por inmundicias\" y que \"apenas se voltea una esquina se va a dar en el campo”. En la misma época, hacia 30
1868, el estadounidense Orton dice que Quito parece \"un inútil pueblo feudal posado en la montaña\", en el que \"ninguna chimenea emerge de los techos rojos y ningún sonido de actividad saluda al oído\". Añade que se escuchan \"campanadas de iglesia en lugar del traqueteo de carruajes\", y el \"ojo curioso no ve un ferrocarril o un telégrafo e incluso rutas, ya que estas parecen desiertas\" y las viviendas son \"casuchas bajo fango\" en suciedad y desorden. Concluye señalando que Quito está \"más de un siglo atrás de la máquina de vapor y de la luz eléctrica\". A fines de siglo Festa encuentra la ciudad relativamente limpia, con calles pavimentadas, no así los suburbios que estaban sucios \"más allá de cualquier descripción\". Sin embargo, por la misma época, Graff relata que se mantenía la costumbre de arrojar basura desde las ventanas con el grito \"cuidado abajo\", desperdicios que luego de ser pisoteados por los animales y secados por el sol eran esparcidos por el viento. A todos los viajeros extranjeros les llamó la atención la falta de higiene de los habitantes de la Sierra. De Avendaño dice que \"la falta de aseo era muy común en Quito\", debido a la \"falsa idea higiénica\" de que \"lavarse diariamente la cara y las manos, como hacían los europeos\", dañaba el cutis y perjudicaba la salud. Por lo que se lavaban solamente cuando tomaban un baño, en el caso de los más limpios, \"una o dos veces al mes\". Similar opinión emite Hassaurek sobre hacendados de provincia, que cuidaban ocasionalmente el aseo de sus rostros porque en sus modestas casas de campo escaseaban los lavabos. Graff, a fines de siglo se sorprende de que en Quito no hubiese \"más que un sitio en el que se pudiera tomar un baño\", y que la casa de hacienda en la que se hospedó, perteneciente a un rico latifundista de provincia, fuera \"rústica y destartalada\", no tuviera retrete, existieran \"numerosas y mortíferas pulgas\", las gallinas se \"pasearan por las habitaciones en busca de desperdicios\", se cocinara en una fogata de leña y los hijos del hacendado \"desconocieran el uso del jabón y rara vez se mudaran de traje\". Si estos eran los comportamientos higiénicos de personas 31
acomodadas, ya puede imaginarse lo que ocurría en las otras clases sociales, especialmente en el campo. La ausencia de higiene continuó afectando la salud de las personas, causó periódicas epidemias e hizo que buena parte de la población siguiera conviviendo con pulgas, piojos y niguas. Un pasatiempo de dos personas que estaban juntas era espulgarse, y en el caso de los sectores sociales inferiores, especialmente indígenas, una vez atrapados los insectos, triturarlos contra los dientes y luego comérselos, según varios relatos de viajeros. Para librarse del martirio de sufrir sus picaduras en la noche, Whymper y sus acompañantes limpiaron minuciosamente las habitaciones de la posada en la que se alojaron, higiene que llamó la atención de los vecinos que se congregaron con la \"boca abierta de oreja a oreja\" para admirar lo que hacían unos \"gringos extravagantes”. No fueron diferentes las costumbres de los habitantes de la Costa. Los viajeros extranjeros describen a los guayaquileños como poco laboriosos, carentes de disciplina, reacios al trabajo manual, reticentes a asociarse, inclinados a la ostentación exterior, aficionados al aguardiente y sujetos a jerarquías sociales que favorecían las desigualdades. El investigador Hamerly dice que en la provincia de Guayaquil a principios del siglo XIX las enfermedades eran tratadas empíricamente por la \"falta de médicos y farmacéuticos\", la pobreza y la \"credulidad e ignorancia de la mayoría de la población”. Para el italiano Osculati los guayaquileños tenían un \"carácter dulce\", pero en cambio eran \"poco inclinados al estudio y por consiguiente poco cultos y dedicados al ocio y al juego\". Un historiador guayaquileño atribuye el colapso de los astilleros, tan importantes durante la Colonia, a la incapacidad de los porteños para asociarse y así reunir los capitales que eran necesarios para mejorar las instalaciones y poder competir con otros países, mediante la transformación de las tradicionales fábricas de barcos en modernos astilleros. Hacia 1847 Osculati encuentra el astillero 32
\"completamente en ruinas\", con solamente \"unas barcazas por reparar\", un \"comercio casi nulo a causa de las discordias políticas y guerras civiles\", una industria menos avanzada que en el interior, una ciudad sin edificios ni instituciones \"dignas de observación\". Respecto a Esmeraldas, Kolberg dice que \"despliega la más fantástica riqueza de vegetación como en casi ninguna otra parte de la tierra\". Pero que junto a ella vive una población de seiscientos habitantes \"ociosa e incomprensible\", que se \"contenta con las más sucias habitaciones y los más míseros andrajos\", que no ha trazado un solo camino para penetrar en el interior y solamente siembra lo que requiere \"para su propio uso\", no \"morirse de hambre\" y \"comprar aguardiente”. Si bien la pródiga naturaleza, las actividades portuarias y el cultivo y exportación de cacao nutrían a las familias guayaquileñas de fuentes de trabajo que les permitían construir casas y adquirir alimentos, ropa, muebles y otros bienes, Guayaquil seguía siendo una ciudad insalubre. Las casas, todas de madera y caña, tenían soportales exteriores que permitían a los vecinos protegerse del sol y de la lluvia. Durante el invierno las calles eran un \"fangal pestilente\" por la mezcla de lodo y basura y porque convivían con todo tipo de insectos y animales, alacranes, lagartos y serpientes, entre otros, siendo necesario el uso de zancos para atravesarlas. \"No hay sistema de alcantarillado ni basureros, y el más grande olvido de la limpieza y de la pulcritud que es posible existe aquí\", escribe MacFarlane. Kolberg añade que las calles estaban convertidas en una cloaca a pesar de la limpieza que realizaban los gallinazos y que no entendía por qué los guayaquileños \"han tenido tan poco cuidado de una mayor limpieza\". Critica la suciedad de Guayaquil y \"la falta de orden y de aseo que se extiende a todo: vestidos, aposentos, cocina, casa\", aun en el caso de \"los acomodados y ricos\", que \"temen de la disciplina enérgica\". A mediados de siglo, Holinski no encontró una posada digna para alojarse, problema que solucionó gracias a \"los sentimientos de hospitalidad que distinguían a los negociantes guayaquileños\". En el libro de Whymper titulado Viajes a través de los 33
majestuosos Andes consta un dibujo de los treinta y cinco insectos que el autor encontró en el dormitorio que ocupó en Guayaquil, de cuyas picaduras en las noches se protegió, al igual que sus habitantes, mediante el uso de un mosquitero. A pesar de estos problemas, nada desdeñables, cuando los viajeros dejaban la Sierra y llegaban a Guayaquil sentían un alivio. Sin embargo, a diferencia de la Sierra, en la que no se registró ningún cambio en las costumbres de sus habitantes, en relación con las que fueron corrientes en la Colonia, quienes visitaron Guayaquil encontraron que los prejuicios frente a las actividades comerciales eran menores y que los porteños tenían un espíritu emprendedor que si bien todavía era embrionario, comenzaba a influir positivamente en las actividades económicas incentivando su desenvolvimiento y diversificación. Terry los describe como \"sociables, rápidos y vivaces\", y Wiener, que se desempeñó como cónsul de Francia, señaló que si bien la \"juventud dorada\" tiene una imaginación poco activa, en cambio posee un \"espíritu mercantil bastante desarrollado y lúcido”. Kolberg encuentra que, a diferencia de los \"ecuatorianos de las tierras altas\", los guayaquileños eran \"vivaces, abiertos, gastadores y liberales\" y que los intercambios comerciales que se realizaban en la playa del río Guayas y los 15 a 20 vapores y cientos de otras embarcaciones que navegaban por él daban \"una animada vida\" a la ciudad”. Una investigadora contemporánea dice que Quito era una ciudad con \"poco consumo conspicuo\" por las dificultades que tenía para transportar bienes importados y porque el estancamiento limitaba las posibilidades económicas, mientras que Guayaquil era una ciudad \"muy vital\" cuyos habitantes podían consumir toda clase de bienes extranjeros, dado el significativo ingreso que les proporcionaba la actividad agroexportadora. Gracias a su espíritu mercantil y a las posibilidades ofrecidas por las ricas tierras tropicales, los guayaquileños incrementaron la producción y exportación de la popular pepa de oro, a la que añadieron tabaco, maderas, 34
cueros, sombreros de paja, cascarilla, fibra de cáñamo y brea, artículos a los que más tarde sumaron lanas, pieles, algodón, azúcar, centeno, maíz, pita y polvo de oro, algunos provenientes de la Sierra, además de mantener, por unos años, la industria naval de los astilleros. Con el tiempo también levantaron aserraderos, piladoras, ingenios, trapiches y molinos; conformaron compañías para la producción y exportación de cacao; trabajaron para reponerse de las pérdidas económicas causadas por incendios y la fiebre amarilla, conocida popularmente con el nombre de vómito prieto; financiaron la expansión urbana de una ciudad que crecía rápidamente debido a las inmigraciones y la reconstruyeron varias veces luego de los incendios que la devastaron. A principios de la cuarta década, Rocafuerte reconstruyó con materiales durables el Malecón sobre el río Guayas, a pesar de lo cual los barcos preferían quedarse en el mar o fondear en la mitad del río. A fines de siglo Guayaquil disponía de posadas, fondas, cafés, clubes y de algunos \"bellos edificios\", bombas para combatir incendios, de un sistema bancario en el que destacaba el Banco Comercial y Agrícola, que en el siglo XX se convirtió en el principal prestamista del Estado. Un viajero italiano encontraba las calles principales empedradas, bastante limpias y provistas de agua potable, alumbrado de gas y tranvía, aunque las casas y edificios principales seguían siendo de madera. Otro visitante anotaba que la ciudad, a pesar de contar con materias primas para producir diversos bienes, no tenía \"factorías de ninguna especie\" excepto una cervecería \"de considerable tamaño”. Campesinos, artesanos y obreros también se beneficiaron del auge económico dé Guayaquil y de la Costa. Hacia fines de los años cincuenta De Avendaño encuentra que en Guayaquil todas las clases sociales, \"comerciantes, propietarios, menestrales y jornaleros\", disfrutan de bienestar y \"hasta de lujo\", porque la \"escasez de brazos eleva en demasía el precio de la mano de obra\". Al andinista Whymper le sorprendió que los trabajadores cobraran \"precios exorbitantes por sus servicios\" y que los 35
labradores ganaran \"rentas iguales a las de los pequeños obispados ingleses\". Apreciaciones que son confirmadas por investigadores contemporáneos. Clark considera que las elevadas remuneraciones que recibían los trabajadores agrícolas de la Costa, les permitió ganar hasta nueve veces más que los labriegos de la Sierra. Hamerly señala que por ser \"la mano de obra escasa había una apreciable tendencia a la vagancia\", ya que debido a los altos salarios con dos días de trabajo se podía subsistir una semana\". Esta escasez se debió a que los abundantes trabajadores que existían en la Sierra no podían desplazarse a la Costa por la falta de caminos y porque estaban atados a las haciendas mediante el concertaje. CONSOLIDACIÓN DEL PATERNALISMO En el siglo XIX se consolidó la autoridad del señor de la tierra, al convertirse la agricultura en la principal actividad económica, conformarse la gran propiedad latifundista y juntarse los elementos que darían origen a la institución hacienda. El hacendado pasó a ser el personaje más importante de la sociedad ecuatoriana, porque más de las dos terceras partes de la población vivía en el campo, y de la actividad agrícola dependía la suerte de la economía nacional. Como también el bienestar de los individuos, incluso de los que habitaban en las ciudades, pero particularmente de quienes se encontraban dentro del ámbito de influencia de los grandes propietarios: parientes, allegados, compadres, campesinos, trabajadores, artesanos, comerciantes, intermediarios y autoridades civiles, militares y religiosas. Algunos hacendados se destacaron y lograron preeminencia política al elevarse \"por sobre los demás, adquiriendo grandes latifundios y ejerciendo prepotencia económica, social y política no contrarrestada por ningún otro poder, sobre todo en las pequeñas villas\". A este proceso contribuyó la organización social \"familistica\" heredada de la Colonia. Según un autor, la familia y el parentesco \"constituyen la más enraizada y estimada institución 36
en la estructura social del país\", debido a que las tradiciones india e hispánica los enfatizan. Estructura familiar que iba más allá del núcleo formado por padres e hijos y se extendía a yernos, nueras, nietos, allegados y parientes cercanos y lejanos. Estos y muchos otros dependían del señor de la tierra para su sustento, obtener un trabajo, conseguir un favor o recibir una prebenda, a cambio de lo cual le entregaban una lealtad incondicional. De la familia extendida se valió para organizar, ejercer y difundir su influencia, en la localidad o en la zona como cacique y en el país como caudillo. Convertidos en tales lideraron montoneras revolucionarias, encabezaron conspiraciones contra gobiernos legítimos, se proclamaron dictadores y excepcionalmente accedieron al gobierno con el voto de los ciudadanos, representando a los partidos Conservador, Liberal y Progresista. En los dominios del latifundio la autoridad del hacendado no se limitó a tareas estrictamente económicas, relacionadas con la administración de la propiedad y su explotación agrícola y ganadera, ordinariamente desempeñadas por administradores mayordomos y capataces. Bajo su responsabilidad también estuvieron funciones que correspondían a los ámbitos social, político y religioso, unas de incumbencia personal de cada ciudadano, otras propias de funcionarios del Estado y de la Iglesia católica. Como lo señala un historiador latifundista, \"el patrono no sólo ejercía la autoridad propia de la sociedad henil, sino en ocasiones, papel de juez, de policía y de legislador”. En efecto, administraba justicia, aplicaba sanciones, resolvía conflictos familiares, dirimía disputas de vecinos, controlaba la moralidad privada, preservaba la observancia religiosa, determinaba la jornada de trabajo, definía normas de conducta, fijaba procedimientos, vendía bienes de primera necesidad, prestaba atención casera de salud, otorgaba créditos y compensaciones y representaba a sus subordinados ante las autoridades políticas y religiosas. 37
Aquellos que se beneficiaban de los favores y de las compensaciones otorgados por el señor de la tierra estaban obligados, además de trabajar en la propiedad agropecuaria, a proporcionarle servicios ocasionales y a prodigarle, en reciprocidad, lealtad, fidelidad y sumisión, obligaciones que nada tenían que ver con la actividad económica que se desarrollaba en la hacienda. Este vínculo entre el latifundista y sus dependientes era de carácter personal, ya que no intervenían las autoridades formales del Estado ni se derivaba de normas jurídicas, como lo describe Crawford de Roberts. Las relaciones personales entre el hacendado y sus dependientes, por sustentarse en una costumbre repetida por centenares de años y habitualmente juntarse en una misma persona las condiciones de latifundista y gobernante, fueron tan amplias y tan fuertes, que marcaron la conducta de los individuos en sus actividades económicas, sociales y políticas y prevalecieron por sobre las que se hallaban reguladas en las disposiciones legales. El limitado acceso a la educación, los escasos medios de comunicación, las ideas favorables al mantenimiento del orden existente y las débiles instituciones estatales favorecieron la supervivencia y difusión de las relaciones personales. La diaria vivencia de estas peculiares relaciones de poder, mantenidas a través de generaciones, llevó a que el pueblo identificara a la autoridad y supiera de sus atribuciones a través de las órdenes que impartía el hacendado a sus subordinados, de las decisiones que tomaba en los asuntos sometidos a su conocimiento y de las concesiones que discrecionalmente hacía a sus dependientes. El historiador Pedro Fermín Cevallos escribe que luego de fundada la República \"para el pueblo el interés de la patria consistía en el interés de su protector, y locura, que no vano querer, hubiera sido por entonces predicarle que pensase en sí, en sus derechos propios y en los del común; locura que pensase en los enemigos de la patria, y no en los de su patrono, especie de señor feudal con algunas restricciones”. 38
La estructura socioeconómica \"familistica\", conformada por la hacienda, las relaciones de carácter personal que incubó y la supervivencia de costumbres coloniales, favoreció la conformación y extensión del paternalismo. Si los beneficios que buscaba obtener una persona no dependían de sus méritos y de los esfuerzos que pudiera realizar, sino de la voluntad discrecional de hacendados y patronos, de poco o nada valía que los individuos demostraran méritos, exhibieran aptitudes y asumieran sus responsabilidades. En su futuro lo que realmente iba a contar era la posibilidad de tener, directamente o a través de intermediarios, influencias, conexiones y palancas que le abrieran puertas. Quien no tiene padrino no se bautiza, decía un dicho popular. Las relaciones sociales y políticas que en el siglo XIX la hacienda conformó, la adopción del sistema democrático de gobierno y la presencia de caudillos autoritarios acentuaron el paternalismo. Los nuevos ciudadanos esperaban que las autoridades atendieran sus necesidades y resolvieran sus problemas, sin aportar nada a cambio que no fuera la adhesión personal y el consiguiente apoyo político. El carácter paternalista de la sociedad ecuatoriana impidió que surgieran ciudadanos con un sentido de comunidad y de responsabilidad, conscientes de sus obligaciones cívicas, dispuestos a resolver dificultades con su propio esfuerzo y convencidos de que sólo debían acudir al Estado en busca de auxilio cuando no estaban en condiciones de valerse por ellos mismos. En la medida en que las relaciones políticas personales contaron más que las relaciones institucionales, las autoridades, en lugar de preservar el interés público y servir el bien común, atendieron los intereses particulares reclamados por individuos o grupos de variada naturaleza, a los que concedían favores y otorgaban privilegios. Una sociedad política dominada por el paternalismo, como fue la del siglo XIX, liquidó la posibilidad de que el poder público promoviera el desarrollo de la naciente República y creara condiciones para que los ciudadanos labraran su futuro económico. 39
DEBILIDADES DE LA EDUCACIÓN El papel ideológico que tuvo la Iglesia durante la Colonia fue reconocido jurídicamente en la República, al disponer la Constitución de 1830 que la religión Católica, Apostólica y Romana sea \"la religión del Estado\" y establecer la obligación del Gobierno de \"protegerla con exclusión de cualquier otra\". Esta condición privilegiada se mantuvo hasta el establecimiento del Estado laico a principios del siglo XX, años después de la Revolución Liberal de 1895. Gracias a \"derechos y prerrogativas\" que le fueron otorgados, la Iglesia estuvo a cargo de la educación de niños y jóvenes en escuelas, colegios y universidades, el registro civil de las personas, y precautelar los principios dictados por la ortodoxia católica para que fueran respetados por individuos e instituciones en sus actos públicos y privados. En la Constitución de 1869 se llegó a exigir la condición de católico para ser ciudadano. Los religiosos encargados de enseñar y orientar la educación no se distinguieron por sus méritos académicos, la apertura intelectual y el uso del razonamiento. Al decir de dos observadores extranjeros, los \"monjes de Quito eran increíblemente ignorantes\" y la instrucción que impartían adolecía de \"un vicio particular\", que impedía que se desarrollara \"en modo alguno la inteligencia del niño, sino únicamente su memoria\", al estilo de la escuela europea del siglo XVI\". El historiador Van Aken considera que en los primeros años de la República \"el monopolio del clero sobre la educación tuvo mucho que ver en las desgraciadas condiciones de las escuelas\", pues la \"mayoría de los eclesiásticos era pobremente entrenada en seminarios de calidad mediocre en el mejor de los casos\". Mediocridad de la que únicamente escapaban los jesuitas, pues según varios autores La Compañía era una orden religiosa de costumbres austeras, con inclinación a los estudios serios y vocación por la enseñanza. Orton les atribuye haber \"infundido una nueva 40
vida\" a una sociedad marcada por la indolencia española y MacFarlane los describe como \"hombres sinceros y honestos inclinados a salvar al país y a reformar la Iglesia\" y como \"incomparablemente superiores\" al resto del clero, moral, cultural e intelectualmente. Pero en la República no pudieron contribuir a la modernización económica del Ecuador porque no tuvieron a su cargo las importantes actividades empresariales que administraron en la Colonia. Hassaurek señala que las escuelas no eran gratuitas, pues el Gobierno daba \"muy poca atención a la educación elemental\" mientras apoyaba colegios y universidades. En ellas se enseñaba \"escritura, lectura, religión y aritmética y en la secundaria el latín y el griego monopolizaban el tiempo del estudiante\", el cual aprendía geografía sin mapas y mientras se descuidaban las ciencias naturales y las matemáticas se ponía mucha atención en la intolerancia religiosa\". En la universidad había las facultades de Medicina, Jurisprudencia, Teología, Química y Ciencias Naturales. A mediados de siglo en Quito hubo doce escuelas primarias, dos colegios, una universidad, una escuela de dibujo y pintura y otra de escultura\". A principios de la República en Guayaquil había tres escuelas y ningún colegio y los hijos de campesinos o trabajadores no se educaban por falta de medios o de interés”. Además del limitado alcance de los establecimientos educativos y de los pocos conocimientos que transmitían, la enseñanza que impartían era de mala calidad. Hassaurek afirma que los conocimientos del latín que tenían los clérigos eran \"terriblemente, pobres\", que la historia y la ciencia \"les son desconocidas\", que las bibliotecas se hallaban en tal estado de abandono que los libros se encontraban \"llenos de capas de polvo y telarañas\", ya que \"nunca eran consultados\", pues su \"principal ocupación\" era divertirse de manera nada santa. Teodoro Wolf hace un análisis parecido al decir que la enseñanza carecía de método y, salvo excepciones, no servía de mucho que la niñez asistiera a la escuela cuando faltaban \"maestros y maestras que 41
merecieran este nombre\", falencia que atribuye a que ninguna persona de talento y capacidad podía dedicarse a tan laborioso oficio a cambio de un sueldo miserable”. Orton critica que Ecuador “hiciera gala de tener una universidad y once colegios, cuando la gente no era educada y los jóvenes doctores, que eran muchos, tenían una formación diminuta, defectuosa y tergiversada y sus conocimientos carecían de sentido práctico”. Apreciaciones que son confirmadas por el citado De Avendaño, al decir que \"en general la instrucción se halla en gran manera descuidada\" pues la \"superior es puramente nominal\" ya que la universidad de Quito, de la que salen \"oscurísimas medianías\", confiere grados de doctor en teología, cánones, leyes y medicina sin que los aspirantes aprueben \"cursos académicos y estudios previos, según la ley vigente\"; la secundaria \"no merece tal nombre\" y la primaria, \"más necesaria y esencial aun que las otras\", está no sólo poco extendida, sino confiada, por lo común, a personas inexpertas e ignorantes, a lo que se suma la ausencia de escuelas especiales para formar técnicos, género del que ni siquiera se tenía noticia. Afirmaciones que son corroboradas por el historiador González Suárez al escribir que la filosofía \"era la más atrasada de todas las ciencias\" y que en los estudios de física \"el alumno gastaba la mayor parte del tiempo en copiar cuadernos\" ya que los estudiantes, dice: \"Jamás vimos ningún instrumento ni presenciamos experimento alguno\". En vista del deplorable nivel de la educación no debe llamar la atención la observación de Holinski acerca de la condición cultural de Quito en 1852. Señala que \"eran raros\" los visitantes de la biblioteca pública formada por los jesuitas, a pesar de que contenía quince mil volúmenes y una selección de libros modernos, ya que el hábito de la lectura \"no distingue para nada a los habitantes del Ecuador\". Que \"en todo el país no había una sola librería ni un comerciante de libros\", y las obras que se vendían eran \"catecismos, misales y novelas de Alejandro Dumas y de Paul Cock\", los cuales eran expendidos en las tiendas de telas. Añade que en el Ecuador había un periódico de una 42
hoja \"que no contenía otra cosa que la relación de los actos oficiales del gobierno\". Unos años después, en la segunda mitad del siglo XIX, Hassaurek escribe que no había \"ningún deseo de lectura de periódicos entre la gente de la Sierra\", ya que \"el quiteño promedio no lee ni tiene deseos de leer\" y los jóvenes \"no son amigos de leer y de estudiar\". Los sucesos que se producían en el mundo de la época les importaban tan poco que personas que ocuparon importantes posiciones públicas \"habían pasado años sin leer un diario\", por lo que \"sabían de los acontecimientos que ocurrían en el mundo externo sólo de oídas\". Termina diciendo que en el. Ecuador se encuentran \"conventos en vez de prensas y barracas militares en vez de escuelas\". Ni siquiera la progresista Guayaquil escapaba del generalizado atraso de la enseñanza. Holinski contrasta el encanto de las guayaquileñas, alabado por casi todos los viajeros, con su descuidada educación, incluso de las integrantes de la alta sociedad. Wiener anota que la \"instrucción de la juventud era incompleta\" por la falta de establecimientos educativos y porque tempranamente, desde los doce o catorce años, \"la mayor parte de los jóvenes pasaban la vida detrás de un mostrador\" vendiendo toda clase de productos, actividad que les permitía hacer muy pronto fortuna. Añade que en Guayaquil \"no hay museo ni escuela de enseñanza superior\" y que no se conoce \"ni el gran arte de los pasados siglos, ni el movimiento artístico de la época actual\", ya que la censura ha impedido por mucho tiempo \"que penetrara el libro en el país\", por lo que la gente ha \"olvidado el uso que puede hacerse de él\". A fines de siglo, según McKenzie, en Guayaquil había tres diarios, \"amargamente parciales\" que \"apenas publicaban noticias del extranjero\", con una circulación muy limitada y poca influencia. Mayores eran las deficiencias de la educación en otras ciudades, de lo que Hassaurek deja constancia al decir que sus habitantes \"viven sus vidas en una cándida 43
ignorancia del mundo exterior, de los grandes eventos y de los grandes personajes\", ya que ni siquiera los blancos que sabían leer y escribir conocen libros y periódicos. El vacío de información y conocimientos de la sociedad ecuatoriana, la conciencia de que no podía mejorarse la enseñanza con el profesorado nacional y la existencia de \"una cantidad desmedidamente grande de abogados\" dedicados a litigar y a hacer revoluciones para su propio provecho debieron pesar en la decisión del presidente Gabriel García Moreno de reclutar en Alemania académicos conocedores de las \"ciencias modernas\", con los que fundó la Escuela Politécnica. Con ella se propuso introducir el conocimiento científico entre estudiantes e intelectuales, el cual, por ser tal, debía ser transmitido con la \"amplitud que correspondía a una universidad\", mediante el estudio de Matemáticas, Física, Química y Ciencias Naturales. La novedosa institución educativa, en razón de que recibió un inusual apoyo gubernamental, si bien atrajo estudiantes y albergó equipos y colecciones científicas, que \"probablemente llegaron a ser los mejores en toda la costa occidental de Sudamérica\", se estrelló con las limitaciones económicas y culturales de la época, como lo atestigua uno de sus profesores. Las clases sociales influyentes le fueron contrarias, la juventud \"no estaba acostumbrada al esfuerzo\" que suponían los estudios científicos, su \"preparación anterior era insuficiente\" por la mala calidad de escuelas y colegios y no había en el país una industria con la que los graduados pudieran relacionarse para practicar y conseguir un puesto de trabajo, por lo que muchos jóvenes no encontraron razones para adquirir una profesión cuya \"aplicación en el futuro parecía dudosa\". A lo que se sumó el generalizado prejuicio existente frente al trabajo manual, que los jóvenes politécnicos consideraron incompatible con el \"decoro profesional\" que otras profesiones menos relacionadas con actividades prácticas les permitían guardar. Lo ajena que fue la Escuela Politécnica al modo de ser nacional es elocuentemente descrita por Teodoro Wolf, otro de sus profesores, en el 44
siguiente texto: \"Los ecuatorianos son más adictos a las bellas letras que a los estudios serios; la República ha producido algunos poetas y literatos notables, pero ningún físico, químico, geógrafo, naturalista, en fin, ninguno que sobresalga en las ciencias exactas, que necesitan largos estudios y mucha paciencia. Por la misma razón de trabajar más con la fantasía y el corazón que con el entendimiento y la cabeza, son muy aficionados a la música, a la pintura y a la escultura, y para estas artes manifiestan mucho talento. El asesinato de García Moreno puso temprano fin a la Escuela Politécnica. Estas características de la educación, y las limitaciones interpuestas por el medio, impidieron que la enseñanza impartida en escuelas, colegios y universidades contribuyera a que cambiaran las conductas de los ecuatorianos frente al trabajo y a la ciencia y mejoraran sus comportamientos en las relaciones económicas y en las actividades productivas e incrementaran sus conocimientos. Siguieron siendo seres especulativos, enajenados de la realidad, reacios a tomar iniciativas, con pocas habilidades prácticas, sin inventiva, carentes de mente abierta y con poco sentido de previsión, organización y responsabilidad. Excepto en Guayaquil, las actividades económicas continuaron sumidas en el letargo, como estuvieron en la atrasada Colonia. En ella no porque la enseñanza hubiese ejercido una positiva influencia, que en el puerto también fue deficiente, sino por el empuje económico que recibió la ciudad por las razones antes anotadas. En virtud de que no tuvieron acceso a la educación los sectores sociales que no formaban parte del grupo blanco, particularmente los indios, que además de ser analfabetos no podían ni siquiera expresarse en idioma castellano, o lo hacían con dificultad, la inmensa mayoría de ecuatorianos no estuvo en condiciones de valerse de la enseñanza para elevar su preparación, adquirir conocimientos, mejorar sus conductas y, de este modo, ser laboriosos y productivos. La inexistencia de escuelas para los niños indígenas, la extrema 45
pobreza en la que vivían sus padres, las estructuras excluyentes a las que estaban sometidos y la creencia compartida por los grupos dominantes de que si los indios llegaban a educarse se \"soliviantarían\" impidieron que los más necesitados pudieran educarse, adquirir conocimientos y con ello mejorar sus posibilidades económicas. Al no ofrecer la escuela iguales oportunidades para que todos los niños y jóvenes se educaran, al margen de sus diferencias sociales, en el Ecuador la enseñanza no cumplió el papel uniformador que ha tenido en otras sociedades, en las que ha sido el factor que ha determinado la movilidad social y el nivel económico de las personas. La extrema ignorancia existente por la falta de educación es ilustrada por Hassaurek con la siguiente anécdota. La maquinaria de una fábrica de algodón instalada entre Otavalo y Cotacachi produjo tal asombro, que los tejedores indígenas \"pensaron que era un invento del demonio\" y que el \"príncipe de las tinieblas la ponía en movimiento\", pues no podían creer que tejiera en una hora lo que a ellos les tomaba días y semanas”. LIMITADAS INFLUENCIAS EXTERNAS A pesar de que con la Independencia terminó el dominio colonial y desaparecieron las restricciones establecidas por España para que sus territorios de ultramar se relacionaran con otras naciones, el Ecuador continuó aislado del mundo, sin contactos con el exterior, sobre todo en el caso de las ciudades serranas. Debido a la remota localización geográfica del país, el acceso marítimo siguió siendo difícil. Quienes deseaban visitarlo debían hacer un pesado trasbordo a través del istmo de Panamá para pasar del océano Atlántico al Pacífico navegar muchos días hasta llegar al cabo de Hornos, bordearlo, seguir por las costas de Chile y Perú, adentrarse en el intrincado golfo de Guayaquil y finalmente arribar al puerto fluvial localizado en la orilla del río Guayas. Los que deseaban continuar hasta Quito debían repetir la fragosa ruta colonial, en cuyo tránsito sufrían toda suerte de 46
penalidades por no existir albergues, sino pocilgas, en los que los viajeros pudieran descansar y tomar fuerzas. La llegada de un extranjero a la capital era un acontecimiento excepcional que provocaba curiosidad. Los viajeros se hospedaban en casas de personas acomodadas que les ofrecían alojamiento como un acto de cortesía. Por no haber sido Quito un destino de forasteros, los pocos que arribaban a la capital debían buscarse \"cartas de recomendación\" para que las familias destinatarias los alojaran en sus casas, pues no había hoteles en los que pudieran hospedarse. Todos los visitantes que recibió Quito en el siglo XIX coinciden en que la capital no disponía de posadas, fondas, cafés, teatro, clubes, paseos, lugares de esparcimiento \"ni paraje alguno de pública reunión e inocente solaz\". Mientras que al comenzar la segunda mitad del siglo XIX, según Holinski, en Guayaquil vivían cien europeos\", unos años antes Osculati estimaba que en la capital vivían una veintena de franceses, ingleses e italianos', y Hassaurek, dos décadas después, calculaba que en Quito apenas había una docena de extranjeros, además de los representantes diplomáticos de Francia, Inglaterra, España y Nueva Granada y ocasionalmente de Perú y Chile. Orton considera que los serranos, encerrados en el terruño de cada provincia, no tenían una idea cierta del mundo y ni siquiera de su país, y que \"el más despierto comerciante ignoraba todo, excepto Quito y el camino a Guayaquil\"; añade que el primer coche, tirado por mulas y no por caballos, fue introducido en 1859. Esta ausencia de mundo internacional llevaba al pueblo, e incluso a las clases altas, a creer que todo extranjero era francés, pues la gente común no sabia de la existencia de otros países. Eran pasatiempos de los ecuatorianos jugar cartas y dados, bailar y asistir a peleas de gallos, bailes de máscaras, retretas de bandas militares, procesiones y funerales, los cuales continuaron caracterizándose por su pompa. Fue popular el juego del carnaval, en el que las personas se 47
arrojaban toda clase de líquidos y harinas, pero mucho más populares fueron las corridas de toros, introducidas por los españoles en la Colonia, que se realizaban en improvisados cosos levantados en las plazas públicas y \"eran recibidas y vistas, no con entusiasmo, sino con furor\", según un historiador ecuatoriano. En estas fiestas habitualmente estuvo presente el alcohol, pues, al decir de Graff, \"la vida en Ecuador es un largo rosario de fiestas\" en las que el aguardiente \"juega un papel principal\". Una fiesta, señala el autor: \"No significa más que un pretexto para beber hasta llegar a un bendito estado de olvido, dentro del cual no les inquieta en absoluto lo que sucede en el mundo\". Y si \"transcurre una semana sin fiesta pública, con arreglo al Santo Calendario se organiza una particular\". Las iglesias, además de ser el lugar al que acudían los fieles para participar en la celebración del culto religioso católico, fueron el más importante y concurrido centro social. En ellas los feligreses se congregaban para verse, saludarse, cuchichear, lucir sus atavíos, comentar los sucesos políticos y relacionarse sentimentalmente. Lo confirma Hassaurek al señalar que \"como la gente de Quito no tiene nada que hacer ni nada que ver considera a la iglesia como un teatro o una sala de conciertos\", por lo cual, \"con la misma inconsciencia con la que murmuran y rezan sus rosarios y letanías practican sus ofertas y cumplidos\". Al aislamiento geográfico se sumó cierta xenofobia expresada en una resistencia silenciosa a la venida de extranjeros. Los viajeros que llegaban de paseo, o para realizar investigaciones científicas, eran bien acogidos, con cortesías y atenciones que a todos llamó la atención por no haberlas recibido en ninguna otra parte de América Latina. No sucedía lo mismo con quienes se domiciliaban en las ciudades ecuatorianas, a pesar de la generalizada opinión de que las inmigraciones eran beneficiosas por los conocimientos, experiencias, capitales y costumbres que los extranjeros traían y tan necesarios eran para el progreso del país. Los ecuatorianos, por la 48
conciencia que tenían de que no estaban en condiciones de competir con personas mejor preparadas y más laboriosas, tenían el temor de que los extranjeros pudieran beneficiarse de riquezas que consideraban suyas. A inicios de la República, Hall consideraba que a pesar de que ciudadanos de otros países habían contribuido a la Independencia, a la organización de las fuerzas militares y al desarrollo del comercio, \"ante la incapacidad de los habitantes actuales de aprovechar las inmensas ventajas que les ofrecía su propio suelo\", no estaba seguro de que los inmigrantes serían bien recibidos si finalmente arribaban al país. Añade que en el caso de que un extranjero llegara a descubrir una mina, introducir un negocio lucrativo o realizar un invento que permitiera crear \"una esfera de ganancias nueva\" que superara a la antigua, las personas afectadas reales o imaginarias no \"veían al intruso con favor o satisfacción especiar\". A mediados de siglo, Holinski afirmaba que la inmigración había sido rechazada \"durante largo tiempo debido a una intolerancia estúpida”. Una investigadora contemporánea añade que a fines de siglo fueron negadas autorizaciones que se solicitaron al Gobierno para que se permitiera la contratación de trabajadores chinos, prohibición que se convirtió en ley en 1889, confirmada en las siguientes cuatro décadas, incluso durante las administraciones liberales, a instancias de comerciantes ecuatorianos temerosos de la competencia de los laboriosos asiáticos. En estos antiguos sentimientos xenófobos y provincianos se originan los prejuicios que la inversión extranjera todavía despierta en el siglo XXI. No son pocos los ecuatorianos que la ven como un instrumento de explotación antes que de progreso, por lo que les parece \"bueno y santo\" que los contratos celebrados sean desconocidos y los derechos de sus titulares conculcados. En la reticencia a lo extranjero también influyó el carácter cerrado y dogmático de la sociedad ecuatoriana. El integrismo católico miraba con recelo las ideas provenientes de otras culturas, censuraba libros que consideraba inconvenientes, perseguía a los que se atrevían a exponer 49
puntos de vista que contradijeran su credo y condenaba como herética toda idea que no comulgaba con el catolicismo y como herejes a quienes la difundían. Un pastor protestante relata que unos años después de constituido el Ecuador fueron recogidos todos los ejemplares de la Biblia que había repartido y prohibida su lectura bajo la amenaza de severos castigos. Años más tarde, a fines de siglo, otro pastor evangélico relata que en la catedral de Quito un clérigo les amenazó con ser \"sacados y destruidos\" si no se convertían, prédica que llevó a que la turba invadiera la casa en la que residía con sus colegas, a que fueran atacados en la calle y en una ocasión \"usados como pelota de fútbol\". Guayaquil, en cambio, a pesar de no estar ubicada en las grandes rutas marítimas del siglo XIX, por la riqueza cacaotera, la ventaja que le otorgó su condición portuaria y las oportunidades ofrecidas por el comercio importador y exportador, consiguió relacionarse con el mundo, recibir inmigrantes y visitantes extranjeros y beneficiarse de su influencia. Estos contribuyeron a que cambiaran las costumbres de sus habitantes, apareciera un desconocido espíritu emprendedor y se introdujeran iniciativas empresariales, merced a las cuales la ciudad progresó a un ritmo superior al del interior andino. Sin embargo, hacia 1880, en el abierto puerto de Guayaquil había un número menor de extranjeros que en \"las otras ciudades grandes de América del Sur\", según opinión del cónsul de Estados Unidos en dicha ciudad. A pesar de su escaso número influyeron positivamente en el progreso de Guayaquil. Según un autor citado \"casi todos los avances modernos fueron introducidos por norteamericanos\", como por ejemplo los buques a vapor que navegaban en el río Guayas y sus tributarios Daule y Babahoyo. La constatación de esta benéfica influencia llevó a recomendar el establecimiento de una sociedad de emigración en París o Londres para que proveyera de \"profesionales que hacían falta\", en razón de que \"los medios locales no podrán hacerlo\". 50
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