UNA NAVIDAD IMPOSIBLE
UNA NAVIDAD IMPOSIBLE CUENTOS NAVIDEÑOS DE ÚLTIMO MINUTO PARA USO DE TODOS POR DANNY PROWLS, FILIA STELLAE, HASEN RAHUI, MATÍAS ROUSS 2021
Vivamus moriendum est… 5
DANNY PROWLS, FILIA STELLAE, HASEN RAHUI, MATÍAS ROUSS 6
Y DE NUEVA CUENTA, ES NAVIDAD La Navidad, es una festividad a la cual estamos tan acostumbra- dos. Poco importan sus orígenes hoy; la festividad está presente en la vida de casi todos: se quiera o no. Podrá haber quienes se asustan con esta tradición, esperando mejor la llegada de los Reyes, o quienes queden excluidos de participar en esta celebración, sin embargo, la Navidad sigue siendo lo que es, y sigue celebrándose en todo el mundo casi del mismo modo. Es una época de transformación, un camino que purifica el espíritu de forma prácticamente involuntaria. ¿Acaso hemos olvidado el famoso “espíritu navideño”? Ah, ¡el espíritu navideño! Es más que un compromiso religioso, más que una tradición histórica, más que una costumbre cultural, más que una reunión familiar y más que una excusa para difun- dir los buenos deseos... Incluso un “deseo”, ese anhelo de pro- yectarse hacia un futuro donde nuestro capricho se verá cum- plido es muy poco para definir lo que logra conseguir este acon- tecimiento. Cuando uno desea una feliz Navidad, no es como si dijera simplemente “buenos días”, hay algo más. Cuando uno desempeña sus labores diarias, e inesperadamente recibe de al- gún cliente, de algún alumno, quizá de algún comensal, o de al- gún paciente las palabras “Feliz Navidad”, todo se desequilibra de inmediato. El espíritu navideño está repartido entre quienes desean fervien- temente con todo el corazón la llegada del 25 de diciembre, y quienes de mala gana miran el calendario y protestan amarga- mente porque saben que, nuevamente, el mundo está a punto de cambiar, sin hablar de los que, por buena o mala fortuna, cum- plen años ese mismo día o conmemoran el aniversario de alguno
DANNY PROWLS, FILIA STELLAE, HASEN RAHUI, MATÍAS ROUSS de sus muertos con la desgracia de haber coincidido con esa fe- cha. Aquí, en este libro, algunos de ustedes —e incluso de no- sotros— no recibirán con agrado esta fecha, contribuyendo aun así con su desplante a engrandecerla. Sin embargo, habrá otros quienes no concebirán mayor goce en esta época que escuchar de un desconocido estas palabras, consiguiendo alterar nuestro semblante y aliviar nuestra cotidianidad. Y ahora, te preguntamos… ¿Qué clase de espíritu navideño eres tú, querido lector? Independientemente de tu respuesta, aquí encontrarás una amena manera de pasar el tiempo, pues en la historia que será contada, seguro encontrarás a alguien con el cual te podrás iden- tificar. Los autores 8
PREÁMBULO: UNA NAVIDAD IMPOSIBLE Ocurrió precisamente en una de esas navidades, cuando un grupo de jóvenes decidieron reunirse para celebrar. Al banquete de la cena navideña acudieron cuatro poetas desconocidos aún para el mundo: De México, Danny Prowls; de Venezuela, Hasen Rahui; de El Salvador, Matías Rouss; de Francia, Filia Stellae. El cómo fue que estos llegaron a conocerse, se encuentra fuera de mis alcances, y aunque parezca un hecho imposible lo que estoy por relatar, para tranquilidad del lector, puedo dar mi tes- timonio sin temor alguno a perder la credibilidad, de que en ver- dad sucedió. En aquella ocasión, Danny se había decidido a pasar la Na- vidad de una manera diferente a como estaba acostumbrado a celebrarla. De ordinario, sus navidades no eran más que una fiesta familiar donde todos se reunían y se adaptaban a la oca- sión: tal vez habría piñatas, seguramente beberían ponche ca- liente y tendrían regalos, pero era algo demasiado ordinario, y en ese momento, lo que más deseaba era un cambio, un cambio de aires. Así que no lo pensó más, se decidió a pasar aquellas fechas de un modo diferente al acostumbrado. Como la costum- bre suele instalarse no solo en uno, sino en el lugar en que habita, se propuso ir lejos, lo suficiente como para no encontrar nada que le retornara a la aburrida fiesta familiar; de inmediato, con- sideró la idea de pasar Navidad en otras tierras, en algún país lo suficientemente diferente como para sentirse igual que en su pri- mera Navidad. Pronto comenzó a revisar los itinerarios, y tam- bién buscó información sobre lo que era pasar navidades en otros países. La experiencia debía ser muy grata, no debía acabar arruinada, convertida en una especie de calvario decembrino; sa- bía que, si se iba a alguna tierra demasiado exótica, corría el riesgo no solo de pasar una mala experiencia, sino de acabar 9
DANNY PROWLS, FILIA STELLAE, HASEN RAHUI, MATÍAS ROUSS odiando la fecha, de modo que tuvo en consideración armar una lista de países donde tuviera cuando menos algún conocido. Siempre le llamó la atención ese invitado, quizá pariente, que había venido desde muy lejos tan solo para reunirse por unos cuantos días con sus más allegados. Ese pretendía ser él. Así que, rápidamente armó su lista. Por los motivos ya mencionados, tuvo que excluir los países la- tinoamericanos, aunque cierto es que conocía a bastantes perso- nas en aquellos países, él pretendía obtener algo diferente. Ya el simple hecho de que en aquel lugar no se hablara español sería buen augurio para él. Sus opciones más próximas eran los países vecinos del norte: Estados Unidos y Canadá. No tenía nada en contra del gigante yanki, pero lo descartó de inmediato porque le pareció demasiado artificial para aquello que perseguía. Ca- nadá, por su parte, sonaba a una opción interesante, pero sus co- nocidos ahí, hacía un buen rato que habían vuelto al viejo conti- nente, así que, todas sus esperanzas quedaban depositadas del otro lado del mundo. De inmediato, su atención se centró en España. Por medio de sus amistades adquiridas gracias a su labor, no como médico en formación sino como escritor, había trabado una buena amis- tad con Daniele de Vitoria, ciudadano de Vitoria-Gasteiz. Des- afortunadamente, aquel amigo había decidido permanecer en México, pues se encontraba muy entretenido redactando su Ociosa consideración sobre el aburrimiento, por lo que no tenía más remedio que olvidarse de aquella opción. Más tarde, pensó en el círculo de amigos que había formado gracias a Daniele, es decir, en aquello que llamaron La Sociedad de los Imposibles. Tenía a su consideración la Alemania de Wolff o la Polonia de Nowak. Sin embargo, Hans Wolff se excusó diciendo que tenía muchas obras pendientes por editar, y seguramente pasaría la Nochebuena ocupado en ello. Polonia, por otra parte, parecía una gran opción. Más de una vez Danny había sido invitado por su gran amigo Aleksander Nowak, pero había de confesar que 10
PREÁMBULO: UNA NAVIDAD IMPOSIBLE era demasiado friolento como para soportar las bajas temperatu- ras del invierno polaco, y sabía muy bien que habría acabado padeciendo por tanto frío. De cualquier modo, Nowak también se disculpó por no poder recibirlos pese a sus invitaciones pre- vias; no obstante, tuvo la bondad de aceptar ser el anfitrión para el año próximo, siempre y cuando el banquete tuviera lugar en Gdánsk. Catheline Sand no contestó siquiera al llamado. Alan Rost se limitó a decir que no tenía tiempo para esas estupideces. Edmond Faure leyó el mensaje, pero ni siquiera respondió. A Leonidas Conti fue imposible contactarlo. En tanto que, Chris- tian Vaskerfield se encontraba muy ocupado con los preparati- vos de la celebración dentro de la iglesia. Un poco agobiado, escribió a su amigo Hasen Rahui, simple- mente para quedar para más tarde, e ir por unas cervezas en al- gún lugar del Centro Histórico. Ya se había vuelto costumbre entre ellos el ir a beber y comentar los últimos sucesos en la formación de la literatura de la época presente. Solían hablar de temas muy variados, desde la nivelación de la época hacia los autores, hasta la responsabilidad de un autor respecto a sus lec- tores. Como cualquiera podrá intuir, sobraban ejemplos en las redes de aquello que no se debía hacer; y según creían, ellos se habían vuelto la antítesis de aquellos a quienes en algún mo- mento llamaron colegas. Y ahí estaban, Hasen y Danny, sentados a la mesa, en un local de la calle de Regina. Los acompañaba una pizza Marghe- rita y un buen tarro de cerveza de barril mientras veían morir la tarde como cualquier bohemio, sumergiendo las penas no solo en cerveza, también entre irónicas rimas o con cualquier frase que se les pudiera ocurrir. De pronto, sin saber por qué, Danny tuvo la extraña idea de revelar su plan a Hasen. Al hacerlo, de algún modo lo volvió partícipe de ello. Entonces, como quien tiene una solución sin saberlo, dio un sorbo a su cerveza y res- pondió casi de inmediato: ¿Y por qué no le escribes a Filia Ste- llae? 11
DANNY PROWLS, FILIA STELLAE, HASEN RAHUI, MATÍAS ROUSS Cuando escuchó sus palabras, de pronto sintió como si hu- biera dado con la pieza que le faltaba para completar su rompe- cabezas. Enmudeció por unos segundos y Hasen no hizo más que mirarlo. Sin perder ni un segundo, la llamaron. Ella contestó como siempre, amablemente y en ese tono de español afrancesado que la caracterizaba. Danny quiso ser sutil con su propuesta, pero Hasen fue más directo y expuso el plan sin temor a ser tomados por locos. Sin saber exactamente cómo, ya habían orquestado lo ne- cesario para pasar la Navidad. Lejos de aquí, quién sabe dónde, pero ya la idea de recorrer una gran distancia para ello resultaba alentadora. II. Más tarde, por la madrugada, Danny leyó sus mensajes y co- menzó a charlar con otro gran amigo. Pese a que nunca había conocido a Matías Rouss en persona, los cuatro se apreciaban como si realmente tuvieran bastante tiempo de conocerse. En ese momento, ambos estaban escribiendo una especie de diálogo inspirado en la estructura que el divino Platón estableció por me- dio de su conocido Banquete. Su intención era valerse de este medio para relatar un acontecimiento que había tenido lugar se- manas antes y aprovechar para definir si realmente era posible lograr alguna especie de innovación dentro del mundo de las le- tras. No sabía bien si fue la emoción o fue el ímpetu de la bebida, pero se sentía dentro de algo que sospechaba que sería épico, así que no tuvo reparo en contarle a Matías lo que ahora, Hasen y él planeaban junto con Filia. Fue tal la coincidencia, que, encan- tado con la idea, no se negó a la invitación, pues resultó que él ya tenía una idea similar en mente, y había estado a punto de 12
PREÁMBULO: UNA NAVIDAD IMPOSIBLE llamar a Filia para preguntarle qué planes tenía para estas fechas. Ahora serían tres escritores de tres diferentes nacionalidades, dispuestos a cruzar el charco para encontrarse con una apreciada colega y celebrar la Navidad. Hoy, todavía recuerda el momento en que los tres se vieron cara a cara. Seguramente, habrá quien sepa comprenderlo, pues la emoción de conocer a una amistad hecha gracias a las redes es casi indescriptible, se necesita vivirlo para saber a lo que se refería. Cuando por fin estuvieron los tres frente a frente, nada resultó extraño, simplemente fue como haberse reencontrado con alguien que no se veía desde hace muchos años. Al tomar el vuelo, no pasó nada significativo, estaban lige- ramente embriagados, en parte por la bebida y también por la emoción de aquel primer encuentro. La mayor parte del tiempo lo pasaron dormidos con temor a sufrir los estragos del jetlag, en algún momento, también charlaron sobre ciertas ideas para futuros proyectos. Hicieron una escala en Madrid, realmente no fue la gran cosa, solo estuvieron ahí alrededor de dos horas, aun- que bastaron para estar a punto de perder su vuelo de conexión. Una vez que hubo aterrizado el avión, se sintieron inmersos en una locura, pero ya era demasiado tarde para arrepentirse. En el aeropuerto, ya los estaba esperando Filia, que no tenía idea de a quién estaría esperando, pero de inmediato los reconoció; eran como una familia, quizá una familia de escritores que se reunían para celebrar. Tal vez en un principio su trato fue algo distanciado, pero una vez en confianza, fueron del mismo modo en cómo se com- portaban en las redes. Esto resulta muy curioso, pues en modo alguno eran parecidos, más bien eran opuestos uno respecto al otro, como si cada uno fuera la representación de un punto car- dinal: algunos totalmente opuestos entre sí, mientras que, con otros, un poco más próximos. Como tenían pensado hacer de su Navidad la mejor festivi- dad posible, alquilaron una casa en un pequeño poblado. Dadas 13
DANNY PROWLS, FILIA STELLAE, HASEN RAHUI, MATÍAS ROUSS las fechas, había sido lo mejor que pudieron conseguir; ahora mismo los recuerdos de aquellos miembros no permitían deno- minar al lugar, pero era totalmente irrelevante para la historia. III. Rápidamente encontraron el medio para llegar al poblado. Nin- guno de los tres sabía hablar francés más allá del vocabulario básico, pero con Filia no tenían nada de qué preocuparse, y si era necesario hablar otro idioma, les quedaba como recurso el inglés. En un principio, resultó difícil dar con la casa, pues las ins- trucciones eran poco claras. Mientras lo hacían, contemplaban los alrededores. Parecía un lugar demasiado tranquilo. Una vez que la encontraron, obtuvieron la llave según las indicaciones que venían en la nota de la reservación. Ya dentro, se vieron ante un sitio muy acogedor, algo antiguo, pero con ese aire de hospi- talidad que hace sentir a uno reconfortado, aun fuera de casa. Todo se hallaba delicadamente dispuesto para la ocasión; in- cluso había un hermoso pino navideño con luces y esferas, ade- más de una bella chimenea en la estancia principal de cuya re- pisa pendían cuatro botas navideñas con dulces típicos de la re- gión en su interior. Ya inspeccionadas las habitaciones de la casa, se instalaron y se dispusieron a preparar la cena. Sin embargo, apenas inten- taron encender el horno, algo falló y todas las luces se apagaron. Para estos casos, uno quisiera apañárselas por sus propios me- dios y hallar una rápida solución, pero las instrucciones eran cla- ras: En cas de problème, en notifier le propriétaire et attendre afin de recevoir assistance. Que quiere decir algo como: En caso de cualquier fallo, notificar al casero y esperar para recibir asistencia. 14
PREÁMBULO: UNA NAVIDAD IMPOSIBLE A Hasen la situación le pareció hilarante, se dirigió a la nevera y sacó una cerveza que destapó con su encendedor, luego se di- rigió a la estancia principal —puesto que no estaba permitido fumar dentro de la casa—, salió y se sentó en las escaleras del pórtico. Por su parte, Matías y Filia miraban desconcertados el horno tratando de encontrar el motivo de la falla y buscarle al- guna solución, mientras Danny trataba de encontrar algunas ve- las para no estar a oscuras, pues al tratar de prender el horno, se había quemado el fusible de la red principal eléctrica que conec- taba la sala y la cocina. Encontró algunas guardadas en la cajonera, encendió una, la colocó en un viejo candelero de bronce, y se dirigió a la es- tancia. Hasen volvía de fuera, y sin decir palabra alguna, se puso a jugar con la mesa de billar que había en aquella casa. A los pocos segundos, Matías y Filia volvieron al salón principal. De acuerdo con ella, el casero no contestaba el móvil y su única esperanza era un mensaje que se le había enviado. A la espera de una respuesta, se pusimos a jugar y destaparon algunas cer- vezas más. A punto de ganar por tercera vez, Matías preguntó a Hasen si realmente le gustaba la Navidad. Aquel, simplemente hizo su tiro y contestó: —¿Navidad? No, para mí nada de eso tiene sentido. ¿Gente reunida, compartiendo la hipocresía como si se tratara de un circo? Cualquier excusa es buena para embriagarme, con uste- des o solo, me es indiferente. Definitivamente nada de esto es de mi agrado. Filia se quedó pensando, con aquella última frase en lo pe- noso que estaba resultando la situación, siendo ella la anfitriona del evento. Había estado esperando con muchas ansias la llegada de sus queridos compañeros de letras, y no habría podido des- cribir la emoción que le provocaba el poder encontrarse con ellos en un día que había sido para ella tan solitario aquellos úl- timos años. 15
DANNY PROWLS, FILIA STELLAE, HASEN RAHUI, MATÍAS ROUSS —Ojalá hubiera podido encender este horno —dijo con cierta decepción—, tengo un hambre voraz y me ilusionaba mu- cho poder prepararles un platillo típico. —Al menos estamos aquí —añadió Danny—. En realidad, muchas cosas pudieron fallarnos, quizá pudimos perder la cone- xión en el aeropuerto y quedarnos varados en España. ¿Se ima- ginan? ¡Esa habría sido la verdadera locura! Al menos ya esta- mos en este sitio. Prefiero mil veces andar aquí que estar ha- ciendo merchandising de mis letras para ofrecerlas como souve- nirs de la décadence poétique en eventos navideños o vendiendo cursos de estulticia para fanáticos de la majadería. Entonces Matías dijo con cierta ironía: —Saben, deberíamos escribir esto, al menos como anéc- dota personal, para deleite de quienes fuimos partícipes de se- mejante locura. ¿Cuántas veces podremos darnos ese lujo de re- unirnos? Todos estaban de acuerdo en que no era mala idea, empe- zando por Filia, a pesar de que los nervios solían acecharla cuando se trataba de escribir o recitar algo en público. Pero en ese momento, Danny se sentía todo menos dispuesto a escribir sobre un suceso inconcluso, pues la incertidumbre del poeta suele estar demasiado polarizada, y la mayoría de las veces todo acaba mal. Sin deseo de malinterpretarlo, en verdad le resultaba inspirador, no sabía por qué las desventuras propician las mejo- res historias, como el ejemplo del pobre Werther, pero conside- raba que la hora de escribir no había llegado aún, debían prolon- gar su historia, nutrirla con más acontecimientos, como si se des- doblara para ofrecerles algo más dentro de ella misma, algo ca- paz de enriquecer la experiencia, de modo que, cada vez que volvieran a ella, pudieran adentrarse más todavía o incluso re- tornar por medio de sus complementos. Entonces tuvo una idea, algo que le pareció muy ad hoc para la ocasión: —¿Y si mejor nos contamos algún cuento navideño? Digo, ¿qué tan difícil puede ser relatar alguno? Se supone que a esto nos dedicamos, si algunos se inventan novelas cada dos por tres 16
PREÁMBULO: UNA NAVIDAD IMPOSIBLE con tal de vender, seguro nosotros podremos contarnos algo con tal de pasar el rato. ¡Venga!, será un curioso ejercicio, ya des- pués que sepamos en qué concluye todo esto, nos aventuraremos a relatarlo. ¿Están de acuerdo? Y se hizo el silencio, silencio que delata a todo pensador, pues dentro de su mente, se sabe que se están barajando posibi- lidades, y que pronto habrá un dictamen. —Pues, ¿por qué no empiezas tú, Danny? —respondió Filia con cierto aire de curiosidad y una risita pícara—. Al fin y al cabo, tú organizaste esto, nos debes una buena historia. Pero ¡no vayas a hacer un directo, que luego nos metes en problemas! —Sí, yo también quiero escuchar eso, —dijo Hasen aban- donando el juego para ir por más cervezas y luego invitarnos a sentarnos en la sala mientras trataba de encender el fuego de la chimenea. —Bien, les contaré algo, —accedió con ese aire de seguri- dad de quien aparenta saber lo que está a punto de hacer, pero que, en realidad, no sabe ni cómo empezar—, pero más vale que vayan pensando en su historia, no quiero otro intento de canción de navidad. 17
UNA VÍSPERA DE NAVIDAD —¡Abuelo, abuelo! —interrumpió el pequeño José a su abuelo Abraham, quien estaba terminando de atizar el fuego en la fogata. —¿Qué sucede José? ¿Por qué tanta desesperación? —Hoy es Nochebuena, ¿verdad? —Así es. —Lo que significa que mañana será Navidad. —Tan cierto como que soy tu abuelo. —¿Y crees que este año será diferente? —¿A qué te refieres José? ¿Por qué lo dices? —Es que… Alejandro, el hijo de la señora Santillán, me ha contado sobre San Nicolás. Me ha dicho que, todas las navida- des, ese señor viene a su casa por las noches y deja algunos ob- sequios bajo el árbol. Abraham, sin saber qué decir, continuó escuchando las pa- labras de su nieto. —Sorprendido, le pregunté más sobre ese hombre, pero dijo que nunca lo había visto. Al contarle que yo nunca había recibido algún regalo suyo, le pedí que, si llegaba a verlo, por favor le hablara bien de mí, ¡y también de ti abuelo! Que había- mos muchos pendientes por ser visitados, y que con mucho gusto estaríamos esperando para recibirlo. Con lágrimas en los ojos, el viejo abuelo Abraham miró al pequeño José, y temblando de frío exclamó: —¡Ay, Josecito mío, tienes un corazón tan grande, eres tan puro e inocente! —¿Verdad que soy bueno abuelo? —Sí que lo eres José. El chiquillo más bueno que he cono- cido. —Sabes Abuelo. Uno de los amigos de Alejandro, también me dijo que San Nicolás no nos ha traído nada porque él llega 18
DANNY PROWLS por la chimenea, y como nosotros solo vivimos en la calle, es por eso que él no nos encuentra… —¿Y tú te has creído eso, Josecito? —Pues es que yo nunca he recibido ningún regalo suyo. Pensé que si adornaba aquel árbol con mi bufanda y colgaba de este algunas envolturas de caramelos, podría ser que San Nicolás se diera cuenta de nosotros. —¡Ay, mi pequeño José, eres tan dulce e inocente! Pero dime, ¿existe mejor regalo que la vida misma? —Creo que no abuelo, o si existe, no lo conozco. Pero cuando menos, me gustaría poder hablar con él. Ya sé que es demasiado tarde, me he enterado también que uno debe escri- birle una carta semanas antes, pero, aunque supiera escribir, cierto es que no tendría con qué hacerlo, mucho menos podría pagar al cartero para llevar mi carta, ¡y dicen que vive muy lejos en el norte! ¡Imagínate! Pero si pudiera verlo, al menos me gus- taría decirle que no quiero ningún juguete, que quisiera no tener que pasar ni tanto frío ni tanta hambre. —Siendo tú tan bueno Josecito, quizá te sea concedido verlo, quizá te sea concedido… Y aunque el pequeño José siguió contando cosas a su abuelo, este no dijo más, sus ojos se habían cerrado y había caído en profundo sueño. El pequeño, no tuvo más que hacer, tem- blando de frío contempló las estrellas hasta que- darse del mismo modo profundamente dormido. Cuando despertó, vio que una de esas estrellas brillaba con gran fuerza mientras un trineo tirado por renos parecía surcar los cielos. José era incapaz de creerlo, talló sus ojos y jaló a su abuelo de sus gastados ropajes, pero no contestó al llamado. Retornando su vista hacia aquella fantástica escena, miró aproximarse el trineo y de él vio descender una robusta figura que se acercó a él para tenderle la mano. —San Nicolás, ¿eres tú? 19
UNA VISPERA DE NAVIDAD El viejo de la barba blanca sonrió y sin decir más, José aña- dió: —¿Por qué te habías olvidado de mí? —No lo hice José, es solo que no era el momento para co- nocernos. —¿Sabes? Aquí hace mucho frío, mi abuelo estuvo tem- blando, yo también, pero él me compartió su abrigo… Ya se ha quedado dormido, ahorita ha dejado de temblar, pero debes creerme, ¡los dos nos morimos de frío! Con los ojos vidriosos, el viejo Nicolás miró al abuelo del niño y pronunció unos vocablos inaudibles sin dejar de mirar al cielo… —Ven conmigo José, es hora de irnos, sube al trineo. —¿Y mi abuelo? —Él está muy dormido, no querrás despertarlo, te prometo que también mañana estará con nosotros. 20
UNA NAVIDAD IMPOSIBLE Una vez terminada la historia, Danny se quedó mirando a sus amigos. No esperaba aplausos ni ovaciones, pero el silencio que se había hecho en torno a ellos era una incógnita que pronto habría de resolverse. —¡Me encantó la historia! —exclamó Filia—. Es corta, buena, bien narrada, fluida, y el final… —Sabes, es curioso que cuando quieres escribir algo, a ve- ces no te inspiras, —contestó Danny con aire solemne como quien merece ser escuchado por haber logrado una gran hazaña y está a punto de compartir su experiencia con los interesados que están por iniciarse— como que tienes un bloqueo repentino y todo se vuelve muy forzado. Esta vez todo fue tan fácil, que ni yo mismo me creo haberme podido inventar una cosa tan triste. ¡Josecito! ¿De dónde me habré inventado eso? Luego me andan preguntando que de dónde saco los nombres… Al menos no hago disparates y me invento localidades extranjeras ficticias que resultan incongruentes con los nombres de sus personajes. En fin. ¿Quieres ser la próxima? —preguntó con cierto aire de autoridad. —No, creo que todavía no me siento preparada. ¿Tal vez tú Hasen? —No, yo todavía no estoy listo, —repuso con la mirada perdida en el fuego que calentaba la habitación— al menos no para contarles algo así. Necesito escucharlos más, porque a mí esto de la Navidad no me viene a cuento, a menos que pretendan escuchar historias a cuentagotas. ¿Y tú, Matías? —Estoy casi listo, pero siento que algo falta, necesito dar con ese algo que le dé un toque especial a mi historia, tengo la idea, pero estoy buscando la mejor manera de plantearla. Mejor que Danny nos cuente otra historia, al fin que parece ser que él anda muy inspirado. —Bueno, bueno, déjenme ver qué tengo en mente. Y casi como un mago que saca de su chistera algo nuevo para asombro de todos, Danny se sacó otra historia de la manga. 21
PRONTO SERÁ NAVIDAD —Ya es diciembre —dijo mirando el calendario el pequeño Felipe. —Lo sé —contestó amargamente su hermano Santiago. —Y pronto será Navidad. —Irremediablemente. —Y tendrá que prepararse una gran cena. —Grande, muy grande. —Y veremos de nueva cuenta a la familia. —No puede faltar ni uno. —Seguramente, al final de la cena habrá un brindis. —No podría ser de otro modo. —Y el abuelo dará su discurso. —Como ya es tradición. —Pero antes arrullaremos al niñito Jesús. —Amén. —Y puede que cantemos algunos villancicos. —Para colmo de males. —Quizá haya luces de bengala. —Espero que no. —Lo mejor es que luego vendrá San Nicolás. —Vaya novedad. —Y tendremos regalos. —Ya veremos. —Hermano, ¿qué le pedirás a Nicolás? —A mí ya no me traen regalos. —¿Por qué? ¿Acaso te has portado mal? —Ni, aunque me portara bien. —¿A qué te refieres? —Los niños mayores ya no recibimos regalos de él. —¿Y eso por qué? —Pues porque ya no jugamos con juguetes. 22
DANNY PROWLS —Pero podrías recibir algo más, ¿no lo crees? —No lo creo. —¿Es que no crees en él? —Tal vez sea él quien no cree en mí. —¿Y cómo estás tan seguro? ¿Acaso te lo ha dicho? —No, pero lo intuyo. —¿Y qué vas a hacer cuando recibas un regalo suyo está Navidad? —¡Eso jamás va a pasar! —Yo no estaría tan seguro… Pasaron los días y finalmente llegó el 24 de diciembre. Todo sucedió como anticiparon: llegó la familia entera para celebrar; primero la cena, después el brindis, sin omitir el improvisado discurso del abuelo; se arrulló aquella vieja figura de porcelana del niño Jesús, y se cantaron los mismos gastados villancicos de todos los años. Acabada la celebración y con el estómago satis- fecho, los convidados se retiraron a sus casas muy agradecidos y dispuestos para volver al año próximo a repetir la misma es- cena. Luego del bullicio, reinó esa extraña calma que sigue a toda fiesta: un vacío repleto de emociones variadas que sugieren que antes hubo gran ruido donde ahora reina un profundo silencio, como un eco resistiéndose al abandono, como un espejismo que desea quedarse por unos instantes más: la inevitable seriedad que sigue a toda diversión. Sin más que hacer, los hermanos se fueron a dormir. San- tiago, con esa inconformidad digna de la juventud, dio las gra- cias porque al fin terminaba la noche; mientras tanto, Felipe se aseguraba que todos se habían retirado a sus habitaciones. Sin que nadie lo viera, sacó de debajo de su cama una pequeña cajita, la abrió una última vez para asegurarse de que todo estaba en su sitio; dentro, había una cámara fotográfica y un par de rollos que Felipe había comprado con sus ahorros de todo el año. Por 23
PRONTO SERÁ NAVIDAD último, se dirigió a su pequeño pupitre y extrajo una ingeniosa nota que había pedido redactar al abuelo de su amigo Ignacio. Emocionado por cumplir a la perfección con su plan, fue a co- locar el regalo para su hermano bajo el árbol y exclamó: «Ay Santiago, ¡la sorpresa que te vas a llevar mañana!». 24
UNA NAVIDAD IMPOSIBLE Cuando Danny terminó de contar la segunda historia, el acto del pequeño Felipe conmovió a su selecto público, o casi a to- dos. —Una vez, te la creo, pero ¿dos veces? ¿De dónde te in- ventas esas cosas? —preguntó Hasen. —No lo sé, las musas son las que dictan sobre mi alma. Ojalá pudiera usarlas a mi favor, pero sabes bien que es uno quien debe atender a su llamado. Supongo que todo consiste en la ocasión. Diría que se trata de saber encontrarse con la ocasión propicia. Se trata de saber reconocerla cuando se le tiene ante los ojos igual que sucede con la mujer amada. —¿Y tú has visto en nuestra desventura una ocasión para inspirarte? —preguntó Filia con gran curiosidad. —Pues sí, he hallado un motivo. Si este no se aprovecha, entonces se pierde, y quizá para siempre. Supongo que, para es- cribir, lo más que uno puede hacer es anteponerse a la circuns- tancia y acudir al llamado con la mejor disposición del ánimo. —¿Y cómo sabes reconocer la ocasión propicia? —pre- guntó Matías mientras inspeccionaba las botas navideñas que colgaban de la repisa de la chimenea. —Pues solo se sabe al final, cuando se tienen los resultados. Únicamente se puede intuir la posibilidad. Es como cuando uno sale por la mañana y, por ejemplo, al ver el cielo nublado, se pronostica que habrá tormenta, o cuando menos una llovizna, depende la intensidad. Entonces se sale preparado para ello. —Bien, dadas las posibilidades, creo que la ocasión me ha favorecido. Ya tengo mi historia, —exclamó Matías. —¡Pues cuéntala! —contestó Filia. —Aunque les advierto que no sigue la línea que ha trazado Danny. Así que pongan atención. 25
KRAMPUS La madre acercó su cabeza a la cara del niño, alzó los labios y los posó un instante en la mejilla de Daniel, le dijo algo al oído y luego sonrió. Después, el papá se acercó al pequeño, doblando su cuerpo hasta su altura para hablarle. —Pórtate bien Daniel, si no, Papá Noel no te traerá regalos —dijo el hombre—. Obedece a Jeannette y no hagas travesuras, ¿vale? Los dos salieron de la casa y el niño se quedó jugando en el lugar donde duerme. Yo los miré desde la silla del comedor, le- vantando al mismo tiempo las orejas. Al no encontrar nada in- teresante en el momento, bostecé y preferí seguir durmiendo, no obstante, me quedé inquieto con aquella frase de condena que dijo el hombre. ¿Quién es ese al que llaman Papá Noel? Pues ya algunas veces los he escuchado nombrar a otros que también traen rega- los a cambio de algo de los niños; como a esa mujer con alas de libélula que dicen que llega en la noche inmediata a la pérdida de un diente de Daniel. Y yo lo sé, porque cuando él despierta, está contento por el regalo y va y corre a decirle a su mamá que una cosa llamada hada lo visitó en la noche; ¿qué se supone que hace con los dientes esa mujer?, llega a quitarle los dientes muertos a Daniel, así sin más; a veces dicen que llega y deja un objeto redondo, pequeño y frío que llaman moneda, otras, deja dulces; pero siempre se lleva el diente, y cuando ella no puede llegar, he oído que manda a un ratón en su lugar a cometer el robo. He tratado de estar despierto para conseguir mirarlos, in- cluso quedándome cerca de Daniel, pero he fracasado, el sueño me vence, y cuando despierto, es debido a los gritos del niño al levantarse emocionando. Pero este, del que han hablado recientemente, y que llaman, no viene a menudo. Últimamente, han llegado más veces los otros, este hombre en cambio, sé que solo llega en el tiempo en 26
KRAMPUS que hace mucho frío y algunos se visten de rojo, hay luces de colores, hacen comida que huele suculenta, y también parecen estar menos tristes en estos días, pues se dan regalos y se abrazan y esas cosas que ellos, los humanos hacen siempre cuando tienen más frío. Percibo que pronto va a venir porque cada día me cuesta más permanecer cálido. Aunque no estoy seguro de que venga a ver al pequeño, porque dicen sus papás que Daniel no ha sido el mejor niño que se diga, incluso conmigo, pues me persigue por la casa para lan- zarme dentro de un bebedero grande color blanco, en una cosa que llaman; pero a lo mejor, quizás él no sepa que yo me baño de diferente forma a los humanos y no necesito de agua para estar limpio, puede que lo haga con buenas intenciones, aunque yo detesto que lo haga. Otras veces, también me ha dado de gol- pes, y bueno, tal vez sea su forma de jugar, porque, —creo que— todos hemos jugado así de pequeños, pero, a decir verdad, a ve- ces no mide su fuerza, o tal vez sea yo el que ya está viejo para encontrarle la diversión a sus juegos. Según sus papás, el pequeño Daniel no ha sido un buen niño, pues ni sus amigos quieren jugar con él, ya no lo invitan a fiestas de cumpleaños, ni a pijamadas, y tampoco le va muy bien en la escuela; que, por cierto, no tengo la menor idea de qué sea todo eso de lo que hablan, pero imagino que no es algo bueno, pues se veían tristes sus papás cuando platicaban al respecto. Yo espero que cuando llegue ese tal, Daniel esté tan feliz que se vuelva otra vez un niño bueno, quizás venga hoy, porque no ha dejado de llover y el aire está más frío, y Daniel está inquieto, aunque callado, no ha venido ni a acariciarme, ni a golpearme. Es raro en él. Al llegar, los padres de Daniel trajeron consigo a otras personas y pasaron gran parte de la noche riendo, hablando, comiendo y bebiendo hasta quedarse dormidos; el niño se echó a dormir tem- prano y Jeanette también se quedó en casa esta noche. ¡Al fin 27
MATÍAS ROUSS hay paz en esta casa!, creo que dormiré, pues Papá Noel no ha aparecido, tal vez no sea hoy el día en que venga. Al poco rato de haberme quedado dormido, me despertó el sonido de una respiración lenta y pausada, al mismo tiempo que se escuchaba un, un tintineo agudo que parecía estar a la par de la respiración; el tiempo pareció detenerse, porque el del objeto colgado de la pared se detuvo, y la casa pareció vaciarse de cual- quier otro ruido que no fuera el de esa respiración. A medida que se acerca, escucho algo pesado arrastrándose, y este conjunto de ruidos se acrecientan cada vez más; la respiración es más pro- funda y, con más dificultad, yo no puedo levantarme, ni mover siquiera los ojos, solo puedo escuchar cómo va acercándose al cuarto de Daniel. Esa noche quise dormir a su lado para intentar ver a Papá Noel. ¿Acaso será él quien se aproxima? ¿Por eso el ruido? A lo mejor, es así como se presenta. Un frío más violento que el de costumbre, comenzó a llenar el cuarto. Pude sentir cómo se fil- traba a través de mi nariz y cómo me impedía respirar con faci- lidad; me endureció los músculos, evitando que me pudiera mo- ver. Me sentí asustado, alerta y ansioso, ¡por fin vería a Papá Noel! La noche pareció volverse más oscura, el aire más denso y ni mi mirada felina fue capaz de ayudarme a ver con claridad, solo era capaz de mirar la figura a contraluz imprimiéndose en la pared: un par de cuernos gruesos sobresaliendo de la parte de arriba, campanas colgadas en los brazos y una cadena atada en las patas, pelo en todo el cuerpo y cierta respiración caliente que rompía el aire helado al salir de su nariz. —Danielito, ¿Danielito? —una voz grave y lenta irrumpió el silencio que se había resuelto antes de aproximarse a la puerta del cuarto—. He venido por ti, querido, ¿dónde estás? El olor a putrescina acompañaba a ese ser que, encorvado, se movía hacia la cama de Daniel. Supe enseguida que no podía ser 28
KRAMPUS . Al menos, no venía con la intención de dejar un obsequio para el pequeño. Salté violentamente sobre la figura oscura, pero mi cuerpo lo atravesó en el aire y en el breve instante en que me encontré suspendido en el aire, escuché gritos de muchos niños desga- rrando sus gargantas. Caí al piso con mis garras aferradas, mi pelaje erizado, y en mi cabeza la imagen de la bestia alimentán- dose de niños, los cuales se cocinaban dentro de una olla grande, y el sonido crepitante del fuego acompañaba la visión en mi ca- beza. —Gato tonto, pasarás tu vida repitiendo la misma escena por haber tenido la insolencia de irrumpir mi noche. Ahora me perteneces, ¡ahora le perteneces al Krampus! —Escuché… Desperté dando un brinco que hizo golpear mi espalda contra la mesa del comedor, y frente a mí, la madre se acercaba a la cara de Daniel, alzando los labios para posarlos sobre su mejilla y susurrarle algo al oído. 29
UNA NAVIDAD IMPOSIBLE —¿Krampus eh? —dijo Danny, asombrado de que Matías hubiera utilizado a esa criatura en su historia. —¡Lo narraste desde la perspectiva de un gato! —agregó Hasen. —Pero ¿qué sucedió entonces? —interrogó Filia algo con- fundida—. ¿Despertó el gato o realmente fue condenado por esa criatura a repetir aquella escena? —Bueno, eso lo decide cada uno —concluyó Matías. —Los finales ambiguos me parecen excelente recurso — exclamó Danny con cierto aire de misterio—. ¿Quién quiere contarnos otra historia? A mí se me ha ocurrido otra, si me lo permiten, se las cuento. Es muy breve, pero les dará tiempo para terminar de estructurar la suya. De igual forma el final puede que los deje pensando, así que pongan atención. 30
UNA GUITARRA PARA NAVIDAD Trémulos por la emoción, los chiquillos contemplaban el árbol navideño que resguardaba bellos obsequios envueltos con pape- les brillantes y decorados con vistosos moños. Uno de ellos no resistió la tentación y cogió entre sus manos una de las cajas. La inspeccionó detenidamente, se apartó lige- ramente para que la luz golpeara directo sobre ella, aguzó la vista como queriendo percibir algún detalle que hasta entonces había ignorado; la tenaz mirada de Linceo acabó por volverse en ceño fruncido que, incrédulo, prefería entregarse a la impacien- cia, agitando con infantil violencia la caja, a la espera de que el oído tuviera mejor suerte que la vista. El sonido que se escuchó era indiferente. Podría ser cual- quier cosa, lo cual, no hacía sino incrementar la desesperación de los chiquillos. —Papá volverá antes de medianoche —decía uno de ellos—. No quedará más que esperar a que llegue para poder abrir nuestros obsequios. Impacientes, comenzaron a contarse lo que deseaban por Navidad. —Saben, —dijo Pedro—, a mí me gustaría encontrar den- tro de esa caja una guitarra, pero dudo que pueda caber alguna ahí dentro. —Yo quisiera —replicó Pablo— un gatito pardo que sepa cazar ratones, pero tampoco creo que pueda haber uno ahí, si acaso una trampa pudiera contener, pero no lo creo. Me confor- maría con encontrar algo que me sirva como pasatiempo. —No sé, —contestó Juan, quien era el menor de ellos—. Yo renunciaría a cualquier regalo con tal de poder volver a ver a nuestra mamita. De pronto, los tres se quedaron callados mientras Juanito suspiraba: 31
UNA GUITARRA PARA NAVIDAD —¿Recuerdan ustedes cuando por Navidad nos tejía una bufanda y un gorrito? —Y no te olvides de los ricos platillos que preparaba para la cena: había un delicioso pavo relleno, fresca ensalada de man- zana con canela, romeritos e incluso patatas ahumadas —añadió Pedro. —Y cuando nos hacía cantar villancicos con esa vieja pia- nola que ahora se ha empolvado toda —concluyó Pablo—. ¿Re- cuerdan todavía aquellas letras? Y nostálgicos, los chiquillos se sentaron frente al piano, como queriendo recobrar por un momento aquellos días. El pequeño Juan, —que era muy inteligente—, se quedó mirando las teclas por unos instantes. Entonces, como si supiera lo que estaba haciendo, comenzó a tocar: sol, la, sol, mi. Sus otros dos hermanos de inmediato se inmutaron, pues al instante reconocieron la melodía. Juan volvió a tocar: sol, la, sol, mi. Y eso bastó para que, como buen coro de niños, comenzaran a cantar. A aquella canción, le siguió otra, y otra. Qué más daba que no supieran tocar el piano, aquellas simples notas habían sido capaces de devolverles la magia, aquellas simples notas ha- bían bastado para transportarse de vuelta a aquellos hermosos días. La simple cercanía con el piano, el sonido de sus notas, habían hecho temblar sus corazones, se sentían de vuelta con su madre. Los niños cantaron y cantaron, interpretaron nuevamente ese repertorio, quizá por nostalgia, tal vez por tradición, quizá por honrar el recuerdo de su madre. Llegada la medianoche no hubo ni rastro de su padre. Los niños miraron por la ventana, removiendo la capa de humedad que opacaba el cristal. No había señal alguna, la calle lucía como un desierto nevado. Hambrientos, optaron por comer un poco con la esperanza de que su padre llegara en medio del banquete. No había pavo ni romeritos, solo jamón, ensalada y un poco de pastel de frutas que acompañaron con algo de ponche caliente. 32
DANNY PROWLS A las dos de la mañana habían perdido la esperanza. Con- solados únicamente por la emoción de sus obsequios, decidieron abrirlos para curar la pena que los afligía y olvidarse de la de- solación que los embargaba en ese momento. Pablo fue el primero en abrir su regalo. Dentro de la caja no encontró un felino, pero halló un par de pinceles, unos cuantos óleos y un estuche con pinturas. Sorprendido, se sentó a la mesa y comenzó a inspeccionar sus obsequios. El pequeño Juan abrió con dificultad su presente, no podía retirar el moño de la caja. Cuando por fin lo consiguió, se en- contró con un libro de canciones para piano acompañado de di- versas golosinas. Lleno de ilusión, corrió de vuelta al viejo ins- trumento dispuesto a interpretar alguna pieza. Cuando Pedro abrió su caja no encontró una guitarra dentro, en su lugar, se encontró con un sobre, una medalla y una nota. Mientras sus hermanos se encontraban entretenidos con sus ob- sequios, la leyó para sus adentros: «Pedro, quisiera decir que estaré pronto con ustedes; que volveré para Navidad y que saldremos por la mañana a primera hora a patinar sobre el lago, pero dudo mucho que pueda ser así, la vida no siempre es como uno quiere, a veces se puede, a veces no. Si estás leyendo esta nota, quiere decir que esta ha sido una de esas desafortunadas veces. No me quiero despedir porque es- pero algún día podamos vernos otra vez, pero soy incapaz de prometerles algo que no sé si pueda cumplir. Por lo pronto, cuí- date mucho y cuida de tus hermanos, sean tan unidos como siempre, juntos podrán vencer cualquier prueba que Dios dis- ponga para ustedes. En el sobre encontrarás dinero suficiente, sé que sabrás administrarlo; no pude comprarte esa guitarra que tanto añoras, pero hablé con el señor Suárez, el luthier de la tienda de música, podrás trabajar con él después de clases, y quizá, algún día seas capaz de fabricar una con tus propias ma- nos…». 33
UNA GUITARRA PARA NAVIDAD Pedro no pudo continuar leyendo, las lágrimas nublaron por completo su vista. Incapaz de arrojarse al llanto, contuvo el dolor que sentía y entre ligeros sollozos secó sus lágrimas. Tomó el sobre, lo guardó dentro del bolsillo de su saquito junto con la nota y miró la medalla. Se trataba de un relicario. Dentro, había una foto de su madre y otra de él con sus hermanos. Cerró los ojos, apretó fuer- temente entre su mano aquel pequeño estuche, y sostuvo el puño sobre su corazón que latía invadido de temor e incertidumbre. Cuando sus hermanos le preguntaron qué había recibido por Navidad, él, tratando de contener la pena que sentía, adoptó un humor completamente diferente, y les contestó con cierto aire de misterio: —Una guitarra. —Pero ¿cómo es posible si aquí no hay nada? —decía Pa- blo mientras el pequeño Juan miraba escéptico muy dentro de la caja. —Es que no pudieron acabarla para esta noche, y papá dice que tendré que ir pasado mañana al taller de instrumentos por ella. —Entonces toma una de mis golosinas, que pronto estarás igual de contento que nosotros. 34
UNA NAVIDAD IMPOSIBLE —Qué triste —dijo Filia—. Danny, ¿no se te ocurren histo- rias más alegres? ¿O es que pretendes hacernos llorar? —¡Yo tengo algo diferente! —interrumpió Hasen. —Te escuchamos —respondimos los tres al unísono. 35
¿FELIZ NAVIDAD? Con una punzada en su estómago que lo hacía doblarse de do- lor, Tristán se dejaba caer sobre el suelo de aquella habitación sumida en la oscuridad. Gritos de una mujer comenzaban a apagarse mientras el llanto de un niño se robaba toda la energía de su madre. Surgiendo de su vientre, iba desgarrando todo a su paso, con unos ojos negros que parecían haber surgido del mismísimo infierno; que iban poco a poco tornándose más y más humanos. —¿Quieres verlo? —preguntó un sujeto que, lastimado, se aproximaba a Tristán mientras sostenía al recién nacido. —¿Qué se supone que deba hacer ahora? —Mi familia ha estado a cargo de esto por generaciones, y siempre terminan preguntando lo mismo, —el hombre se arrodilló y le acercó el rostro del bebe. —Él, al igual que usted, no es más que el reflejo humano de todo lo que hemos estado esperando. La fecha adecuada, la hora adecuada, es hijo de su padre, como ha sido siempre y ahora usted no es más que un caparazón que comenzará a pu- drirse hasta que el niño tome su lugar. Y de todo ello nos hare- mos cargo nosotros. Usted, señor, ha cumplido con lo que le corresponde. Depende de usted si quiere irse o quedarse. —Claro, abandonarlo como hicieron conmigo, o que- darme y ser… ¿qué? ¿Un padre? —Mi abuelo pudo cometer ciertos errores al criarte, y de eso no me queda más que tratar de reivindicar sus errores con mis propias virtudes. Le aseguro que al igual que mi padre, yo seré el guardián que nuestro nuevo señor se merece. Tristán apartó el rostro del bebé tratando de incorporarse, miró aquellos ojos con desprecio recordando las palabras de Adán, su primer guardián, evocando así el último recuerdo que tuvo sobre él. “En tu ADN hay mucha maldad, mucha ira, mu- cho rencor, pero recuerda Tristán, incluso en el alma más 36
¿FELIZ NAVIDAD? perturbada y descarrilada del camino, existe una pizca de bon- dad que puede ser rescatada de tanto desastre, depende de ti qué camino tomar”. La briza gélida de aquel diciembre golpeaba el rostro aca- bado de Adán, quien estaba en sus últimos días, quien miraba con melancolía y resignación al joven Tristán, mientras este lloraba y sostenía un cuchillo ensangrentado, observando al cuerpo sin vida del único recuerdo que le había dejado su pa- dre: un pastor alemán que lo había acompañado por largos años. Tristán, de nuevo en el presente, caminaba tambaleándose hacia donde se encontraba su esposa. —Le advertimos que no se enamorará, esto era inevitable, señor. Tristán miró el cuerpo sin vida de su mujer, con un rostro que parecía haber padecido lo insufrible y debajo de ella, un charco de sangre inmenso y el sollozo de aquel hombre deses- perado que comenzó a inundar la habitación. Sacó un arma de su pantalón, y apuntó a su sien. —Lo siento, lo siento mucho. Cuando aquellas lágrimas se mezclaron con la sangre, an- tes de que el nuevo guardián pudiera impedirlo, el arma se de- tonó. Adán miró al bebé en sus brazos, y sonrió al ver su reloj. —Feliz navidad, ¿no? —susurró al bebé. CAPÍTULO 1: ¿DÓNDE ESTÁS CARIÑO? —Tris, ¿dónde estás? Se supone que debías estar con los preparativos de mañana, es la cena y mi madre llegará tem- prano con mi hermana. Sabes que es algo importante y no puedo con todo sola — le reprochó Sophie al celular. 37
HASEN RAHUI —Lo siento cariño, ha estado pesado el día en el trabajo. Es mi último día y el cierre ha sido un poco atropellado. Ya sabes cómo es esto de los bienes raíces —frente a él, una mujer vestida de rojo que terminaba de recitar un mantra se inclinaba y besaba su mano. Tristán asintió sonriendo y siguió escu- chando a su mujer. —¿Tardarás mucho entonces? —la respuesta no la dejó complacida del todo, pero sabía que su esposo nunca le habría fallado y que si se tardaba era por algo. Despacio, se dejó caer sobre el sofá mientras sus manos acariciaban su estómago, su vientre, y sentía movimientos bruscos del bebé que llevaba dentro. “Hoy se está moviendo más de lo normal” pensó al mismo tiempo que observaba todo lo que faltaba por ordenar. —¿Hay algo más en lo que pueda servirle? —preguntó Adán, quien traía una taza tibia de té. —Muchas gracias, la verdad no sé qué haría sin ti en estos momentos. Hay mucho por hacer. —No tiene nada que preocuparse. Es un gusto estar a las órdenes de mi señor y de su familia. Hacía frío; el viento chocaba con agresividad las ventanas de la casa y en su interior una chimenea que apenas calentaba lu- chaba por mantenerse encendida con el pasar de los segundos que cada vez parecían durar más. Eran las siete de la noche y el clima había colaborado para que la oscuridad los cubriera de forma apresurada. Un ruido extraño y fuerte en la parte de atrás llamó la atención de Sophie. Hacía horas que los vecinos se habían despedido e ido, para todo el fin de semana, por lo que Sophie quiso averiguar de qué se trataba. Sus pasos eran más lentos de lo que desearía y Adán había ido por una manta para mantenerla más abrigada. Los pasillos de la casa eran cálidos, y las fotografías colgadas en marcos dorados le hacían sentir muy en el fondo, la suerte que tenían de haberse encontrado con Tristán en aquel parque, hace tres años. Cada foto era un 38
¿FELIZ NAVIDAD? viaje al pasado que añoraba visitar. Pero esa paz fue desgarrada de pronto cuando divisó una mano, y un rostro irreconocible pegado a la ventana, que desapareció apenas pudo advertirlo. —¡Adán! —gritó con miedo a perder el equilibrio y caer. Pero nadie contestó, no pudo escucharla del otro lado de la casa. La complejidad de aquellos pasillos que la hacían sentir segura también dificultaba la propagación del sonido. El diseño creado por su propio esposo, quien era un amante de estructuras de la época antigua tenía como fin que lo que sucediera dentro de la casa permaneciera en secreto para todos. Caminó hasta la cocina, mirando en cada rincón, tratando de calmar su respira- ción. —Aquí tiene, señora mía —Adán le entregó la manta. —Adán, ¡hay alguien afuera! Hay alguien afuera y se ve peligroso —hablaba con cierta incredulidad. —Pero ¿quién podría ser? —caminó hacia la ventana pró- xima y trató de mirar afuera. Nada. —Del otro lado, del otro lado. —Cálmese, revisaré. —No te vayas, mejor no te vayas. Sophie caminó hacia el teléfono, tomando de la mano a Adán. Marcó el número de la oficina de su esposo y el ruido de un cristal siendo destrozado la hizo gritar. Se repetía en sus adentros intentando que de alguna forma Tristán la escuchará y tomará su llamada. Su acompañante llevó sus manos a la boca con sorpresa y apretó el brazo de Sophie. —Viene de arriba, pudo ser el viento que hizo que chocara una rama y rompiera la ventana de uno de los cuartos, iré a revisar. —¡No, no, no! No vayas. —Solo me tomará un momento, intente mantenerse tran- quila, agitarse le hará daño al bebé. Miró el reloj, y apenas habían pasado unos minutos. La noche comenzaba y parecía que iba a ser muy larga. —¿Dónde estás cariño? — se preguntaba una y otra vez. 39
HASEN RAHUI Escuchaba su corazón latir, chocando contra su pecho. Re- petía los ejercicios de relajación que había estado practicando desde que comenzó el embarazo, pero esta vez no le funciona- ban. El terror la iba inundando de a poco, como una bestia que comenzaba a engullirla, y se sentía sofocada en medio de una gélida noche que la hacía sentirse pequeña, en una casa tan in- mensa. El teléfono sonó. Sin meditarlo ni un segundo, contestó diciendo el nombre de su esposo, pero su rostro se petrificó cuando escuchó una voz diferente, una voz amenazante. —¡Déjanos pasar, enorme saco de carne! —Le dije que no era nada, una rama del árbol que hacía días le mencioné que se tenía que podar rompió la ventana de la habitación de huéspedes —Adán vio la expresión de pánico en el rostro de Sophie y dejó de hablar—. Parece que vio una fantasma señora, ¿qué le dijo el señor? —No, no es Tristán —le extendió la mano con el teléfono. —¿Quién habla? —la miró con intriga— No hay nadie al habla, solo está descolgado — le indicó a Sophie. CAPÍTULO 2: ¿DÓNDE ESTÁ LA POLICÍA? Los gritos de Sophie envolvían aquella noche, mientras unos observadores extraños merodeaban a la mujer embarazada y a su servidor. Seguido de un momento de absoluto silencio, la puerta comenzó a retumbar con los golpes que iba recibiendo desde afuera. El corazón de Sophie saltaba de su pecho con el temor de que la puerta no resistiera, de que sucumbiera a aque- llas embestidas. Desde su garganta se iba formando un nudo que le comenzaba a dificultar los gritos. No sabía si era miedo, impotencia o cansancio. La puerta seguía vibrando, y sus pier- nas temblorosas trataban de incorporarse, apoyándose sobre 40
¿FELIZ NAVIDAD? Adán, quien la dirigía escaleras arriba hacia la habitación supe- rior, donde se encontraba otro teléfono y llamar a la policía desde allí. —¿Crees que Tristán ya esté en camino? —preguntó la mujer con desesperación. Adán asintió. Se hacía la misma pregunta, pero sabía que lo mejor era simplemente mantenerla en un lugar donde él pu- diera controlar la situación. Con cada esfuerzo, tras los cristales de sus lentes, se formaba una imagen de su infancia, y cómo el control siempre era algo importante. —¿Me estás escuchando Adán? —le preguntó su padre— . Lo único por lo cual tú y yo existimos, es este propósito — limpiaba con un trapeador una mancha carmesí de las paredes del baño—. Tu deber es acompañarlo, instruirlo, mantenerlo oculto hasta que él sea capaz de guiarte a ti, y que se repita el proceso. Tú serás el nuevo Adán. En la recámara, con las luces encendidas, un niño miraba correr sus lágrimas frente al espejo. Observaba sus manos, le gruñía el estómago y algo le taladraba la cabeza, pero él solo se sujetaba y apretaba su mandíbula. El llanto se hacía fuerte hasta que gritó, solo se desvanecía en aquella habitación. El pequeño Adán miró con admiración al niño que estaba incons- ciente frente a él, y sonrió mientras caminaba afuera llevando una cubeta con agua roja y mucho cloro. Su padre le hizo un ademán con sus muñecas y él comprendió que debía dejarlos solo. —¿Por qué no tiene papá? —se preguntaba Adán en su cabeza mientras ayudaba a Sophie a recostarse sobre la cama. —¿Qué le pasó a su madre? —seguía escuchando su pro- pia voz repitiéndose aquellas mismas preguntas que nunca te- nían respuestas, hasta que le tocó ir por su propia cuenta des- cubriendo las respuestas, bajo cada tumulto de podredumbre que iba sembrando su protegido. Después de recoger cada fruto que lo llenaba de sabiduría sobre el camino a seguir, entendió a qué se refería su padre cuando le dijo que tomaría su lugar. 41
HASEN RAHUI —¿Crees que lo mejor es alejarla de todo ello? ¿Que no sabe lo que pasa aquí? —la voz provenía detrás de él, de un punto que no lograba advertir jamás, pero que sabía justamente cómo se veía. —Yo sé lo que hago, papá. —Siempre me pregunté, cómo unas bestias como noso- tros, podíamos rodearnos de personas así. De cabellos tan co- loridos, de sonrisas tan grandes y corazones tan nobles. Nunca hemos sido tan amables con el mundo como para merecer si- quiera la oportunidad de tocarlos. Demasiado riesgo de co- rromperlos. —Adán —bramó Sophie— siempre fuiste alguien que no merecía la oportunidad de estar aquí. Tú solo doblaste la visión de un dios y la repudiaste con esa patética compasión. Yo soy el verdadero y único Adán. —Y por eso hay una mujer en una habitación esterilizada, separada del mundo, formando un hijo tuyo producto del estu- pro, la fuerza y el asco, hijo. Eres mejor que esto. La imagen de aquella mujer, atrapada, con sus ojos melan- cólicos y sin vida lo hipnotizó hasta que Sophie comenzó a me- nearlo desde sus hombros. Entonces su voz comenzó a escu- charse en medio de aquella bruma en Adán que apenas comen- zaba a dispersarse. —¿Dónde está la policía? —preguntaba Sophie una y otra vez mientras daba ligeros golpes sobre el rostro de Adán —Creo que entraron —susurró, después de escuchar un estruendo en la entrada principal. Más cristal cayendo al suelo y risas que parecían rodear a la casa y cobijarla con una penumbra maliciosa. —Por favor, Adán—sus lágrimas caían sobre el rostro de su servidor, que recobraba la conciencia poco a poco. Abajo, al fin la puerta cedía a las constantes embestidas de los invasores. Sophie presionó sus ojos con fuerza, ignorando que no estaba respirando, inconscientemente hasta que el reso- nar de su propio nombre en su cabeza la impactó, como si fuese 42
¿FELIZ NAVIDAD? una voz que habría reconocido siempre. Entonces su visión co- menzó a nublarse, hasta que su cuerpo perdió las fuerzas. Tristán, quien iba de regreso a casa en un auto cuya velo- cidad excedía lo permitido, bebía una botella de coñac que le había regalado su mujer, para el último aniversario, cuando pensaban en tener un bebé. La mujer al volante reía, gozaba la sensación del viento colándose por la ventanilla, batiendo su cabello, golpeando sus mejillas rosas, besándola a la fuerza. Miró por el espejo a la parte de atrás y observó como Tristán se llevaba las manos a la cabeza y soltaba el trago. —¡Sophie! —gritó con un sonido guturalmente irrecono- cible. Entonces sus ojos se cerraron, el auto bajó la velocidad y se golpeó contra el asiento delantero. —Ya comenzó —balbuceó la mujer mientras trataba de alcanzar la botella que había soltado aquel hombre incons- ciente. CAPÍTULO 3: ¿ES ESTO UN SUEÑO? —Sophie —inquirió por tercera vez Adán palpando el ros- tro de la mujer—. Vamos Sophie. Luego de que unas risas en complicidad se fueran desva- neciendo poco a poco en aquella oscuridad que devoraba la casa, un frío fúnebre se apoderaba de las paredes, de la alfom- bra, de los cristales rotos de las ventanas y volvía vapor la res- piración de Sophie, quien acababa de reincorporarse de aquella negrura en la que se había sumergido. Sus vellos se erizaron tras aquel escalofrío que viajó desde la espalda baja, hasta la punta de su barbilla. Un desgarre al silencio con su voz delató al horror que le taladraba por dentro. Adán trató de domar aque- llos alaridos con unos pequeños arrullos que apenas se distin- guían en medio de aquella batalla. 43
HASEN RAHUI Sophie adhería sus manos a la carne de Adán, como si allí pudiese encontrarse con todo lo que sentía. Se le escapaba de las manos todo lo que no iba a poder recobrar; la última “Feliz Na- vidad” que estaría tranquila. —Despierta —susurraba Sophie para sí mismo. Una pregunta latente inundaba sus pensamientos hasta desbordarse por los ojos. Sus mejillas inundadas, y sus piernas vacilantes, la sumían en una impotencia que la incapacitaba. La voz de Adán era como una pequeña luz dentro de aquel foso en el que se ahogaba, y al reconocer los retratos en aquella habi- tación, tuvo la suerte de que la cordura la tomara entre sus bra- zos. —¡Cálmate! —grito Adán mientras sujetaba su rostro—. Se fueron Sophie, se fueron, tenemos que bajar de aquí, tene- mos que mantener la calma. —Van a matarnos Adán. Van a matar al bebe y a ti, y a mí, no puedo calmarme. Sophie trataba de controlar su respiración, pero el llanto solo lo complicaba más. —Eso, háblame, háblame mientras caminas y tratamos de que eso no suceda. —¿Por qué no huyes? —preguntó Sophie—. Puedes de- jarme aquí y escapar, nadie te culpará —Y sonreía con una ex- presión descolocada. —¿Qué clase de persona podría seguir viviendo si deja a una mujer embarazada a merced de unos desconocidos poten- cialmente peligrosos? Puede que no sea una buena persona del todo, pero sí sé qué tipo de hombre soy. —¿Uno muy tonto? Adán miró con cierta calidez aquellas expresiones defor- madas por el miedo en Sophie y visualizaba el tipo de persona que era realmente. Le punzaba en la cabeza lo que le había he- cho a su padre, y a aquella mujer que se encontraba en la parte más baja de la casa. 44
¿FELIZ NAVIDAD? —La única manera de seguir adelante con nuestro propó- sito, es esta —el padre de Adán le quitaba un bozal de la cara a una chica cuya inocencia le inundaba el rostro. Gemía con desesperación mientras pataleaba, hasta que los alaridos golpeaban contra los oídos de sus raptores. La adolescente de quince años vestía con un uniforme de- portivo cuyas partes desgarradas dejaban ver su tono de piel, blanco, casi pálido. Su cabello castaño humedecido por las lá- grimas caía al suelo mientras Adán lo cortaba con unas tijeras plateadas, las mismas utilizadas en ocasiones pasadas. Su padre recogía el cabello y lo colocaba en un pequeño recipiente que usarían más tarde. Con las mismas tijeras se terminaba de des- garrar la ropa que apenas cubría a Lucille. Desnuda, en ese frío suelo, se preguntaba qué pudo haber hecho para merecer estar en esa situación tan desconcertante y trágica. —Mi nombre es Adán —comenzó a hablar el sujeto ma- yor—, y tú serás la responsable de traer al nuevo Adán al mundo, así como anteriormente, una chica igual a ti concibió a mi hijo. Eres la elegida para un plan mucho más grande que tú e incluso que nosotros. Adán hijo, comenzaba a desnudarse mientras dejaba al descubierto unas cicatrices enormes de una extensa quemadura sobre su pecho que formaba un pentagrama. Mientras su padre recitaba una especie de oración en un idioma inentendible, su hijo deslizaba suavemente una daga sobre las muñecas de su padre, dejando así que la sangre corriera hasta el recipiente donde se encontraba el cabello de Lucille, quien no dejaba de rogar por su libertad. Adán se acercaba a ella con una sonrisa en el rostro que marcaba muy bien la satisfacción que sentía al ver humillada a quien sería la madre de su hijo, producto del único acto digno de alguien que sigue al único heredero de las tinieblas. —Miqueas 5:2 —comenzó a hablar Adán mientras sepa- raba a la fuerza las piernas de la chica—- Pero tú, Belen Efrata, aunque eres pequeña entre las familias de Judá, de ti me saldrá 45
HASEN RAHUI el que ha de ser gobernante de Israel. Y sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad —al terminar de recitar aquel fragmento de la biblia, embistió a Lucille, quien tras un grito ahogado se sumergió en un dolor que no sabía que podía experimentar. —Adán —Sophie interrumpió la inmersión en aquella fantasía del recuerdo de Adán y lo trajo de regreso al pre- sente—. Dime que esto es un sueño y me ayudarás a despertar. CAPÍTULO 4: DESPIERTA, SEÑOR, DESPIERTA. —Tenemos que bajar despacio Sophie —susurraba Adán mientras sostenía por el brazo a la mujer. Las risas afuera co- menzaron a escucharse de nuevo. Acompañado de unos gritos infantiles. —Feliz Navidad Sophie, ama y señora de nuestro señor. —Amén —se burlaba otra voz desconocida. Cuando llegaron al último escalón, tres personas vestidas de rojo con unas máscaras de demonio y gorros de Navidad se postraron sobre la puerta derribada, observando con deteni- miento el cómo Adán y Sophie los miraban con asombro. —¿Con el pelón también podemos divertirnos? —pre- guntó la voz más juvenil del grupo. —Podemos hacer lo que queramos —inquirió una voz fe- menina. Mientras el sujeto del medio daba pequeños pasos lenta- mente hacia donde se encontraban, Sophie escupía todo tipo de preguntas, que querían, quienes eran, porque hacían lo que ha- cían. Y en medio de balbuceos que se mezclaban con el llanto el hombre principal finalmente habló cuando los tenía al frente. —Todo esto sucede porque te lo mereces. —por favor, está embarazada —trató de razonar Adán. 46
¿FELIZ NAVIDAD? El sujeto levantó el brazo y abofeteó al hombre, hacién- dolo caer. Los ojos tras la máscara hacían sentir desnuda a So- phie quien trataba de no perder el equilibrio. Tras él, sus acom- pañantes reían y cantaban un antiguo villancico navideño. —Falta poco —se burlaba uno. —¡Te abriremos y comeremos al bebe mientras aún sigas viva! —amenazó la mujer. La tomaron del brazo mientras con todas sus fuerzas tra- taba de zafarse, mientras miraba en el suelo a Adán quien so- baba su mandíbula. La arrastraban fuera al mismo tiempo que Adán se incorporaba y al acercarse la figura de mayor tamaño, este extendió una luma que colgaba de su cintura y golpeó las piernas de quien pretendía ser el héroe. Al caer al piso, recibió otros golpes en su espalda, sus brazos. —Esta noche no —dijo el agresor mientras con un ademán señalaba que siguieran arrastrando a la mujer. El hombre se acercó de forma amenazante a quien tenía a sus pies y susurro con ira algo que desató por primera vez, una pizca de miedo en Adán. Entre risas comenzó a alejarse, no sin antes retirar la máscara y mostrándole una cicatriz que tenía en el rostro. Trató de incorporarse, pero el dolor insoportable le imposibilitaba ponerse de pie. Se arrastró adentro hasta llegar al teléfono y marcó a Tristán. —Lo siento bebe, pero tu querido bastardo aun no des- pierta, pero ya estoy por llegar a casa ¿ya está muerta del susto su querida esposa? —contestó la mujer que iba al volante. —¡Mierda! —Adán colgó el teléfono. Doce minutos después, Adán había conseguido ponerse de pie. Desde la entrada divisó el auto de Tristán y caminó a su encuentro. El motor del auto aumentaba la ansiedad del hombre que no dejaba de pensar en aquellas palabras, si eran ciertas, o si tan solo se habían tomado demasiado en serio el papel que les otorgaron a aquellos seguidores de su causa. —Te ves horrible —hizo burla la mujer quien abría la puerta del auto. 47
HASEN RAHUI —Tristán despierta, no tenemos tiempo para que te com- portes como un vil humano, si echan a perder esto, corremos peligro todos. —Adán sacudía el cuerpo de Tristán en el auto. CAPÍTULO 5: CARIÑO ¿ERES TÚ? —¿Cómo es posible que pase esto? La pregunta de Tristán golpeaba el cristal del auto, igno- rando el factor humano que los rodeaba, era la primera vez en tantos años que algo parecía salirse de control. Exactamente cuándo pensó que por un momento podía sentir algo, las cosas se complicaron y comenzó a experimentar por primera vez en su paladar, un sabor que, hasta el día de hoy, era desconocido. Un amargor ácido que parecía corroer su lengua mientras se acercaba al lugar acordado donde debería estar su esposa. En- tonces un sabor a moras le inundaba la boca, era su sabor favo- rito. El sabor que tenía el recuerdo de su esposa se anteponía a la frustración que lo azotaba. Hace mucho tiempo que no expe- rimentaba algo nuevo. Era extraño sentir cómo las primeras ve- ces aquellas emociones, parecían invadirlo ferozmente a me- dida que la noche se hacía más oscura. Ahora, la claridad de aquellas sensaciones parecían abrumarlo, como si llegara a él algo que siempre estuvo perdido. Cuando divisó la casa a la que esperaba llegar con luces rojas en la entrada, un sabor a lodo lo asqueó; aquella incertidumbre de lo que parecía, lo hacía dudar por todo lo que sucedía, por todo lo que le sucedía. —Lo que sientes es normal, el momento está cerca —su- surro Adán al sentir la mano de Tristán sujetándole el hombro. Al volante, la chica los miraba con encanto. Adoraba aquellas noches donde el trabajo la terminaba metiendo en si- tuaciones de riesgo. Después de introducir su uña en un 48
¿FELIZ NAVIDAD? diminuto frasco de metal, aspiro y sonrió mientras sus manos presionaban el volante. Parte del trato era que nunca debía bajar del auto y siempre estar lista para ponerse en marcha a cada una de las direcciones que le fueron dadas con antelación. La adrenalina la mantenía en una ex- citación constante, anhelaba verse obligada a usar el arma que tenía en su cintura. Observó como aquellas dos figuras se des- vanecían detrás de una puerta que daba paso a una oscuridad mayor. Miro las calles vacías mientras sacaba un cigarrillo de entre sus senos y lo llevaba a la boca; al mirar al cielo mientras lo encendía, observó una estrella de una luz roja intensa. Se sintió maravillada por lo que veían sus ojos. —¿Quiénes son ustedes? —repetía una y otra vez Sophie. —¿Por qué me hacen esto a mí? —movía de lado a lado la ca- beza, con lentitud, con cansancio, hasta que un líquido tibio es- curriendo por sus piernas la sumergió en pánico. Aquella habitación sin ventanas se sentía inmensa en esa oscuridad infinita que se tragaba la vista de Sophie. Tras la puerta del habitáculo que engullía los gritos de la mujer, sin máscaras, los cómplices compartían miradas de asombro, enal- tecidos por el atrevimiento del que habían sido capaces. Dos de ellos se besaron mientras la chica los rodeaba, con deseo, con la lascivia acariciando sus pasos. —¡Feliz Navidad! —gritó la espectadora de aquellos dos amantes al mismo tiempo que los nalgueaba. —¡Sophie! —la voz de Tristán los sorprendió. Los hizo volver de nuevo a su misión. —¿Qué fue lo que te dijo? —Preguntó Tristán —Que le tocaba a él ser el hijo de puta esta vez. —¿Y qué significa? —solo surgían más interrogantes— ¿Pasó algo entre ustedes? —Solo sé que es el chofer que le asignamos, hemos cum- plido con los pagos, y como usted ordenó, se ha mantenido vi- gilada a la familia para cuidar que algo no se saliera de nuestras manos. 49
HASEN RAHUI —¡Sophie! —grito Tristán. Entre aquellos pasillos, unos pasos hacían eco en conjunto con unas risas que los hacían sentir inquietos. Con bates gol- peaban las paredes, mientras luces de navidad y neón ilumina- ban por momentos los rincones de aquella casa. Los secuestra- dores de Sophie brincaban mientras bajaban unas escaleras mientras que cerca de la entrada principal, caminaban de forma acelerada Adán y Tristán. Al mismo tiempo, Sophie quien trataba de zafarse de las cuerdas que la sujetaban a una camilla, gritaba el nombre de su esposo, de quien escuchó aquellos gritos que recorrieron todo el lugar. —Cariño ¿eres tú? —se preguntaba como si supiera que la escuchaba —¡Sí!, eres tú, eres tú, y ya vienes por mí. —repitió hasta que sintió cómo se tensaba su espalda. —Sí, soy yo —dijo una voz de forma gutural que salía de su interior, mientras que una negrura mate le iba cubriendo el ojo poco a poco. De pronto, las risas que parecían alejarse más dejaron de escucharse. —Debemos separarnos, podrían estar arriba, o aparecer de cualquier lugar, sé cómo moverme por este lugar, esperemos que ellos no seas capaces de... —¡Lo tengo! Gritó el chofer después de asestarle un golpe con el bate, justo en la frente. Adán se abalanzó sobre el agresor de su señor. Casi gru- ñendo, con ira logró golpearlo contra la pared, mientras que aquel sujeto le devolvía una sonrisa maquiavélica. —Voy a disfrutar esto casi tanto como tu disfrutarte violando a mi madre —la expresión de sorpresa y asombro fueron borra- das del rostro de Adán cuando un fuerte golpe lo dejó incons- ciente. 50
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