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1.3.6. La Phrónesis

Published by Sandra.avina, 2022-08-16 13:38:22

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La Phrónesis

La Phrónesis Actualmente, entendemos por una persona prudente aquella que es acomedida, que mira los riesgos de las cosas e, incluso, llegamos a decir que alguien es demasiado prudente. Para Aristóteles esto sería tan absurdo como decir que alguien es demasiado virtuoso. Desde el punto de vista ético, las virtudes más importantes son las prácticas. A la virtud o areté práctica, por excelencia, la llama Aristóteles: phrónésis , prudencia o racionalidad práctica1 . Habíamos visto que la virtud moral consiste en actuar conforme a la regla adecuada “del término medio”. La phrónesis o racionalidad práctica es la encargada de establecer la adecuación de las reglas, de determinar cuál es el curso de acción a seguir, cuáles son los medios adecuados para obtener nuestro fin, cuál es el término medio óptimo, que no peque por exceso ni por defecto. Esto puede hacerse bien o mal. El hábito de hacerlo bien, de “dar en el clavo” con facilidad, de encontrar el término medio óptimo en cada caso, es la prudencia. «Parece propio del hombre prudente el poder discurrir bien sobre lo que es bueno y conveniente para él mismo, no en un sentido parcial, por ejemplo, para su salud o fuerza, sino para vivir bien en general». El buen médico no es el que establece la misma dosis de fármaco para todos los cuerpos, el buen navegante sabe “leer” el mar y las condiciones climáticas, y el buen cocinero no sigue la receta al pie de la letra, pues tiene en cuenta que las verduras, utensilios, procesos (siempre) varían. Es una especie de conocimiento intuitivo2 que muchas veces se traduce por sabiduría. Se le oponen muchas cosas, la ignorancia, el conocimiento superficial de una disciplina, la confusión de ideas, pero también el legalismo. Aquellos que buscan aplicar recetas aprendidas de memoria son lo contrario al sabio o al prudente. El mal líder o el mal profesor exigen por igual a los que están a su mando, no viendo las diferencias y potencialidades de cada uno. 1 Los autores medievales le daban una gran importancia a la virtud, hasta el punto de que la consideraban la “auriga virtutum” o la virtud que está presente en el resto de las virtudes. 2 Para Aristóteles la intuición es un conocimiento adquirido, pero no discursivo, aquello que conocemos sin pasar por el razonamiento (premisas y conclusión)

La imprudencia suele ser un defecto de la juventud. El joven al carecer de experiencia y al tener una actitud rebelde contra los buenos modelos y consejos, no ha llegado a adquirir este tipo de saber. Tanto Platón como Aristóteles consideran que estos deben dedicarse primero a las matemáticas y a las ciencias, donde el grado de abstracción es alto y lo que se requiere es agilidad mental. Luego, deberán pasar por distintas profesiones. Finalmente llegarán a dominar la política que, como la medicina, la artesanía o el derecho, requieren de esa experiencia, de ese saber que no se encuentra en los manuales ni en los libros. Se da la paradoja de que, para llegar a ser prudente uno debe conocer la norma (universal), pero siempre tiene que estar modificando su aplicación según a las circunstancias concretas. Otra paradoja es que quien quiera llegar a ser prudente no puede formarse solo en un campo o, dicho con el aforismo de José de Letamendi: “Del médico que no sabe más que medicina, ten por cierto que ni medicina sabe”. La medicina hace frontera con otras disciplinas de las que debe saber el médico: biología, economía, nutrición, etc. Así, la prudencia no es una ciencia. La ciencia trata de lo universal, en cambio la prudencia siempre lo es de lo particular (contingente). La prudencia no es el resultado de abstracciones científicas que pueden ser captadas fácilmente por jóvenes inteligentes, sino el resultado de larga experiencia de lo particular. Por eso los jóvenes carecen de experiencia y necesitan seguir los consejos de algún varón prudente y experimentado. Y por eso los jóvenes no sirven para la política, que es una variedad de la prudencia. Los jóvenes pueden ser geómetras y matemáticos y sabios en cosas de este tipo, y, en cambio, parece que no pueden ser prudentes. La causa de ello es que la prudencia tiene por objeto también lo particular, con lo que uno llega a familiarizarse por la experiencia, y el joven no tiene experiencia, porque hace falta tiempo para adquirirla. ¿En qué disciplinas o saberes encontramos la prudencia? En general, allí donde la aplicación estricta de la norma es insuficiente. Podemos hablar de una prudencia individual (que se refiere a uno mismo),

prudencia familiar o económica (que se refiere a los asuntos del propio hogar), prudencia legislativa y prudencia política (que se refiere a los asuntos de toda la polis). La razón práctica ha de indicar al ethos qué hacer en cada momento, la razón práctica es normativa. Y nuestro ethos, nuestro carácter, nuestros deseos, han de dejarse controlar y dirigir por la razón práctica. Y si nosotros mismos carecemos de prudencia, pero queremos adquirir las virtudes éticas, hemos de seguir las directrices de otra persona que sí posea la prudencia, de una persona prudente. Pero ¿se puede enseñar la prudencia? Si fuera tan fácil como dar una lección teórica, de los padres más sabios saldrían hijos iguales o mayor1 es en virtud. Pero vemos que la cosa es muy diferente. Esto mismo ya se lo preguntaron los griegos, al ver el modelo de gobernante que fue Pericles y el resultado funesto que fueron sus hijos. La prudencia es un camino que se lo hace uno mismo, con buenos modelos, consejo, reflexión y práctica. Además de las virtudes anteriores, están las virtudes intelectuales o dianoéticas que son las científicas o contemplativas. Más elevadas, pues a ellas corresponde la más alta2actividad del hombre: el conocimiento de lo universal. El bien y el mal de la función contemplativa es la verdad y la falsedad, respectivamente. La razón contemplativa funciona bien si capta la verdad, funciona mal si yerra y cae en la falsedad. La virtud o areté de la razón teórica o contemplativa consistirá, pues, en el hábito de captar la verdad respecto a lo que de universal y necesario hay en la realidad. Este hábito o virtud recibe el nombre de sabiduría (sophía). En suma, la persona feliz busca siempre ser prudente en todas sus prácticas, como madre o padre, trabajador y ciudadano, pero no se queda ahí. No se trata solo de ser una persona disciplinada, debe salir del mundo de lo práctico (del hacer) y enfocar sus intereses a la fuente de goce que es el conocimiento teórico (el conocer).


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