7 / La casa del lenguaje Me parezco al que llevaba el ladrillo consigo para mostrar al mundo cómo era su casa. Bertolt Brecht /101
7 / La casa del lenguaje Espejo de tiempo Felicitas Durany –¿Qué haces fotografiando tus flores otra vez? ¿No tenés miles ya? –me pregunta extrañado. Son las diez y es hora de cenar. Se pasó el día amasando para mí. Dice que los domingos son días de asado, pero yo prefiero las pastas, por eso cenaremos tallarines. –Quiero hacer un ramo, para poner de centro de mesa, como hace mi abuela –le contesto y le sacudo la camisa llena de harina. Salgo al patio con la tijera lista, pero me da lástima cortar las flores. Algún día tendré tierra para darles, pero hoy disfruto de contemplarlas por horas en mi pequeño jardín de cemento. A veces me pongo melancólica con cosas chiquitas, que no tienen importancia. Pero en este momento cortar un par de ramitas me parece una cruel manera de amar. De igual manera, acomodo los platos y dejo sobre ellos una flor de Santa Rita, una hojita de eucalipto y una ramita de lobelia. Rojo, gris y violeta. El aroma a salsa roja y el vapor de la olla empañan la cocina dando ese toque de hogar a toda la casa. Le regalo un abrazo por la espalda mientras ralla el queso, porque sabe que sólo lo como cuando ya está rallado. Revuelvo la salsa y le tiro un /102
chorrito de crema. Admirando el remolino caliente, rememo- ro los cincuenta años en los que mis abuelos cocinaron acá, y hoy me siento un poco como ellos. Nos veo un poco como ellos. Hojita de laurel, cebollita de verdeo de la ventana, un pan cubierto de pastita de garbanzos. La cena perfecta. Descor- cho el vino y le sirvo media copa. –Frutos rojos y un toque de algarrobo –digo con la nariz metida casi tocando el líquido violáceo. Me hago la somme- lier. Con cara de experta pregunto –¿Grafito? –Tenés razón, grafito. ¡Y chocolate! –responde divertido. No sabemos de vinos, pero nos gusta jugar a que sí. La cena está en la mesa, y no llego a dejar el plato en mi sitio que ya me enchastro los pantalones blancos con los fideos cuando intento mezclar la salsa rosa en pleno recorrido. Me enojo conmigo, por glotona, por apurada y él solo se ríe y me revuelve el pelo para hacerme enojar un poco más. Me saco los pantalones, los dejo en agua y detergente, y vuelvo así, chinchuda y desabrigada pero lista para comer. Nada que un plato de tallarines no pueda arreglar. –Al menos no me va a apretar el botón porque pienso comerme hasta la fuente! – exclamo, y exagero, aunque tengo /103
7 / La casa del lenguaje hambre como si no hubiese comido en todo el día. Él nota el arreglo floral que hice y lo guarda en el bolsillo. Sé que más tarde lo va a subir a su mesita de luz y lo va a guardar en la cajita donde guarda los regalitos que le dejo. Mi abuelo dice que son mimos al alma, y sí que lo son. ¿Cuán- tas veces le habrá dejado tesoritos para que ella los encuen- tre? Sentados en el mismo lugar que ellos estuvieron alguna vez, con la misma edad, con las mismas mañas, con los mis- mos sueños. Los pienso y les mando la foto del momento. Los tallarines, las flores, nosotros. Me devuelven la foto, ellos, un ramo de violeta de los Alpes entre medio, la olla con agua hirviendo, la pastita de garbanzos, el laurel en la salsa. Como un espejo de tiempo observo las fotos, nos veo en ellos. Los veo en nosotros. Iguales en diferentes tiempos. /104
La construcción Mariana García Díaz Me he propuesto construir un templo sagrado, donde no todo el mundo pueda entrar. Este templo seré yo misma. La entrada será sencilla. Un pórtico cuadrado de piedras grises, puesta una sobre otra, como una pirca. Casi como una entrada a esas cuevas de campo que me fascinaban de chica. Habrá que descalzarse para entrar, y agacharse para atrave- sar la puerta que no deja adivinar lo que está del otro lado. Lo primero que se verá es un largo pasaje en semi penum- bras, vacío. El techo tendrá las alturas sumadas de mi padre, mi madre, y mis dos hermanos. El ancho será el doble de mis brazos extendidos en forma de cruz. El largo de este pasaje será de doce metros, un metro por cada año de mi infancia. Las paredes serán de piedra, y habrá helechos y yuyitos sil- vestres brotando cada tanto. Se escuchará el sonido de agua que corre. Los pies descalzos percibirán arena suave. En este espacio se deberá permanecer el tiempo que haga falta, un tiempo de pura contemplación, mirando hacia arriba, hasta poder vislumbrar las estrellas pintadas en plata: en el techo estará plasmado el cielo que veía cada verano desde mi galería. Estarán las tres Marías, la Vía Láctea, la Cruz del Sur, Marte, Venus. Para continuar, se bajará por una escalera caracol, de pare- des redondas y nacaradas, color marfil. Tendrá 365 es- calones. Los días del año del comienzo de mi pubertad. Al salir, se caerá abruptamente en un ojo de agua dorada y re- /105
7 / La casa del lenguaje vuelta, confusa, con luces y sombras que se entremezclan, un remolino que te llevará al fondo para luego hacerte emerger siendo diferente. Una zambullida que parecerá larga, pero será solo un par de minutos. Significará algo, aunque no se sepa bien qué. Al emerger, ya el cuerpo no será el mismo, ni los pensamientos. Desde allí se podrá entrar a la nave principal, la Juventud. Será un espacio muy abierto, donde en vez de caminar se po- drá volar. No se verán los límites. Habrá música de la novena sinfonía de Beethoven, la Oda a la Alegría, con un enorme coro cantando. Habrá una plaza, como la de Montmartre, con pintores creando sus obras, y el sol pintando los árbo- les. Habrá poemas escritos en paredes, y calles donde bailar como en las películas. Habrá bullicio de charla y risas, y mu- chos rostros queridos, retratos de amigos, como proyectados en el aire. Habrá puentes. Habrá un mar verdoso y oleado, y gaviotas. Y en medio de este girar y girar, unos ojos celestes serán como un faro que te indiquen hacia dónde ir. Entonces, se entrará en un gran nido, circular, cobijante. Será el momento de detenerse. Este será el lugar donde se busca salir de uno mismo. Será un tiempo de espera y esmero. El nido te invitará a sumergirte en un sueño profundo. No hará falta mucho artificio, solo esperar el tiempo oportuno, imaginando tantas cosas… Ahora el espacio se abrirá hacia adentro, la música comenzará a sonar adentro, la escalera caracol comenzará a formarse en sentido inverso, un creci- miento espiralado y complejo, lento y ensimismado. Y en el punto máximo de silencio, entraremos al próximo /106
aposento. Habrá una mesa servida, con varios lugares prepa- rados. Cada uno tendrá un nombre propio. Habrá copas de vino, y pan para compartir. Habrá flores, y ventanas por don- de se ve un jardín frondoso. Una lámpara con varios brazos iluminará a cada comensal con diferente intensidad. Será un momento de encuentro, donde cada invitado podrá sentarse y compartir. Estará permitida la risa, el llanto, la palabra y el silencio. Las miradas irán de uno en otro, formando un círculo virtuoso. Los que se vayan, no se irán del todo. Su presencia quedará marcada para siempre en el lugar que ocuparon. Y se seguirán agregando sillas, en una bienvenida interminable. Mi templo sagrado aún no está terminado. No sé cuántos años llevará completar lo que resta. Pero eso es lo de menos. El proyecto es dejar que la Vida pueda marcar sus trazos, y también que los que pasen puedan agregar algo personal. Porque ya en este punto, todos los que lo recorran sentirán que la Arquitectura de nuestras almas un poco se parecen, y las torres de nuestros templos quieren llegar todas al mismo lugar. /107
7 / La casa del lenguaje Anhelos Domenika Kratzborn 1 En medio de los campos una pequeña isla. Casa y terreno, ambos longitudinales, de norte a sur. Dimensiones equivalentes a la geografía del país. Cabaña edificada en madera clara y techo rojo, Un rectángulo, 8 por 12, alto, sencillo y sobrio. 2 Rompo esquemas. En ubicación espacial, privilegio la diagonal. Sin prescindir de los rayos del ocaso, ni de la aurora del oriente. Cobijos del dormir hacia el norte, ventanas con miras al astro rey, Estar meridional, comedor cocina igual, equidistante fuente de calor. Los baños al estilo siamés, pared contra pared, clones espeja- dos. Apropiación personal de un pequeño y práctico placer acuático. 3 Aquel hábitat natural, puro silencio y cantares de pájaros, Cacareo de aves, mugir de vacas, relinchar de caballos a lo lejos. /108
Las tormentas, una orquesta de sonidos majestuosos: Lluvias de metal, vientos aleonados, árboles flautistas, Cúmulus nimbus tronadores y rayos como trombones. 4 Un vivir de placidez y esfuerzo, de soledad y descubrimientos. Difícil comienzo. El concreto, materia prima habitada por décadas. Ahora nadie suena a centímetros detrás de paredes leñosas. Ausencia de veredas pavimentadas, empedradas, adoquina- das; De peatones, bicicletas, motonetas, vehículos a combustión. 5 La premisa fue dejar todo atrás ¡por fin! Y condujo al horror… Hasta lo odiado requiere un lapso prudente de transición. La abstinencia urbana provocó un cataclismo insospechado. Recuperar redes y costumbres llevó paso a paso a la calma. Y la pandemia puso su broche de oro a la fantasía de vivir así. 6 Transitar las cuatro estaciones, sin desagradables retornos, Ver las semillas sembradas convertidas en tallos, pétalos y colores, Cosechar lo plantado, lavarlo, trozarlo, cocinarlo y degustarlo, Multiplicación de árboles y arbustos, para soñar con futuras som- bras, Diseñar rincones verdes y espacios de contemplación, valorado privilegio. /109
7 / La casa del lenguaje 7 Crecimiento y construcción, del alma y de la casa, Desapego y dolor, comprensión y entrega, riqueza interior, Antítesis de emociones, sueños largamente postergados Que perseguí y visualicé, que planifiqué, agendé e inicié, Con el paso del tiempo se hace más palpable, más evidente. /110
Casa María Eugenia Crespo Erramuspe Quisiera una casa nido, donde puedan ser acogidos todos los que llegasen. Una casa pueblo, lugar para todos, mesas com- partidas. El parque cubierto de poemas y pinturas colgados de las ramas de árboles frondosos, esculturas para ser admi- radas y acariciadas, para saber que todavía somos poseedores del tacto. Una casa de puertas abiertas con grandes portales en los techos para observar al alba desde allí, y al atardecer mirar el firmamento con pequeñas grandes luces de diferentes colores. Claridad, oscuridad. Quizás, tal vez esta sea la casa en que viví. No lo sé. Todo se guarda en lo más profundo del corazón, el cuerpo lo va trasladando de aquí para allí. Tuve muchas casas, muchos destinos. Me recuerdo algo que en algún momento habité. La luna en mi cabeza junto a mis sueños invencibles. Así también, grietas profundas, surcos de ríos, y yo navegando en medio de las tormentas. Voces del más allá, me habitan, me habitarán, tanto como el tiempo. /111
/112
8 / Distancia Me animo a escuchar con qué sigilo el espacio y tantos sonidos como risas, voces se adhieren y se apoderan de un cuerpo El vespertillo de las parcas – Arturo Carrera /113
8 / La casa del lenguaje Tinta china sobre hielo Cecilia Spina Entre las hojas del libro que compré en usados, Diario Ártico. Un año entre los hielos y los inuit de Josephine Peary, en- contré tres hojas cortadas de otro aparente diario, de una tal Erika Bulmer, que abarcaban solo el relato de un día, el vein- tinueve de junio del año dos mil seis. 29/06/2006 Comienza a caer la tarde. Está frío. Los datos son, 2°C, 50% de humedad y brisa del sur a 8 kms/hora. En este lugar donde vivo la nieve es ajena como lo es la sudestada. En mi mapa mediterráneo llega solo el relumbre del blanco lineal de unas cimas lejanas y el aliento extenuado del viento. Así y todo, a pesar del frío, he descorrido las cortinas de las ventanas que se abren a la calle. Demasiado vidrio. Pero necesito ver árboles, autos, el paso de la gente. Pensar que cuando era el amor, lo traslúcido era suficiente. En la soledad, la transparencia, urge. Un halo gélido se desprende de los cristales. El pequeño cale- factor no da abasto. De niña, la nieve signaba un lugar de misterio. Mi sensación, aún hoy, es que la nevada instala un silencio encubierto. En clases de geografía la señorita Nenena me hablaba de la península escandinava y yo quedaba abismada. Allí suceden los largos inviernos y las nevadas copiosas. Leí en la revista Muy Interesante que el árbol vivo más antiguo del mundo /114
está en Suecia, en la provincia de Dalarna. Ha renovado sus hojas y hecho madera durante 9.565 años. Es un abeto rojo, la pilea, tal su nombre. Sueño con viajar y conocer. Con tinta china, sobre papel calco, dibujo la península es- candinava. Ahora, con la yema del dedo índice navego por el Golfo de Botnia. Esquivo los trozos de hielo flotantes. En uno viajan, suave, una gaviota y un ostrero. Se dejan llevar. Fondeo en las márgenes de Estocolmo. Me reaprovisiono y me interno por tierra buscando los bosques de abetos, abedules, pinos. Bosques umbrosos con piso de musgo afelpado, verde intenso. Subo el cuello de mi campera, anudo mi bufanda, calzo mejor mi gorro de lana. Después de unas horas, mi dedo deshace la huella y estoy de nuevo en el mar. Paso muy cerca de la Isla llamada Farö. Dicen que allí está el viejo y sabio Bergman en retiro, escribiendo el guión de su próxima película. Tengo la im- presión que este hombre puede estar más relajado, más sereno. Sus películas son largas sesiones de psicoanálisis. Con la harina de sus miedos, amasó y horneó panes y los socializó. Nos los ofreció trozados. Y nosotros que no escribimos libretos ni novelas quedamos atascados. Me distraigo pensando estas cosas y toco sin querer en mi mapa, tinta fresca. El borrón negro naufraga en el Báltico. Lo que llamó mi atención en el recorrido, cruzando algunos pueblos, fue haber visto pocos niños. Solo algunos padres tirando trineos pequeños donde cargaban sus chiquillos, a modo de diversión, de aventura. /115
8 / La casa del lenguaje ¡Qué distinto! Esta siesta, la plaza que está detrás de casa, se llenó de niños de todas las edades. Unos hicieron chozas en- tre los árboles. Otros jugaron al futbol con balones que nada tienen que envidiar a los que ruedan en las canchas del Atlético o del Manchester. Me trajo el recuerdo de la pelota de goma a rayas rojas y blancas amarillentas que había en casa. Nunca la pateaba porque no me gustó el fútbol. Mi vi- cio era hacerla girar como un trompo con la vista fija en las rayas. Me provocaba una sensación extraña. De mareo. Me volvía liviana, volátil y sonreía sin querer. En la plaza, hubo otros niños más pequeños que optaron por el tobogán. Subían con esfuerzo alzando los pocos kilos de sus cuerpos sobre dos piernas delgadas que parecen débiles. Y sentados en la punta de la rampa, buscaban con la mirada a su mamá y sonreían. Deslizarse hasta tocar el suelo parecía tan placentero y tan breve. Así será siempre. Subir cuesta, ¡en bajar se demora tan poco! Este rumiar entre la nieve, el hielo viene de anoche. Desve- lada, recurrí a las películas. Volví a Bergman y vi seguidas Escenas de la vida conyugal y Saraband. Cerré la noche con la suite de Bach para violonchelo que sonó cuantas veces la tensión de Saraband recrudecía. Una música más que triste para mí. Hizo presente ese temor siniestro a enloquecer. Qué desnudez tan cruel la de Marianne y Johan en ese re- encuentro al final de sus vidas, hurgando siempre en lo que duele. El drama de la compañía, la tragedia de la soledad. “Es- tamos condenados a vivir con los demás” –dice. Y pienso que a veces es cierto. La incomprensión de unos y otros. La vida, /116
la muerte, Dios. Parece que Bergman termina aceptando la existencia de Dios. Lo leo en la web, en una página de cine. Eso me hace bien. Mamá, ¿dónde estás? ¿El cielo existe? Por qué no bajas esta noche de insomnio a charlar un ratito conmigo. Si la oscuri- dad me alcanza. Si llegan los sueños. Por acá están cayendo amarillas las últimas hojas del fresno. Alguien dice que las hojas no caen, que ellas mismas se desprenden. ¿Podrías des- prenderte del cielo esta noche, mamá? En Escenas de la vida conyugal, Marianne desespera por un adiós. Es la escena que más recuerdo y que se detuvo en la pantalla del televisor y en la pantalla en medio del jardín de neuronas de mi cerebro, tan propenso a reproducir películas en medio de la fronda oscura, como ésta. La noche que pasé en esas unidades blancas, de hielo, de ter- apia intensiva. En medio del dolor no se me ocurrió otra cosa, ni reclamé otra presencia. Una sola imagen borrosa cubría el enorme espacio entre cables, globos suspendidos de sangre ajena, señales de luz y ese pi-pi-pi intermitente que registraba no sé si el latir de mi corazón o el ritmo de mi pulmón cosido con grampas o con hilo, no lo sé. Poco a poco la imagen se fue haciendo más nítida, pero no se movía en ese espacio. No se acercaba a mí. Solo me mira- ba. Qué incierto es el amor. Qué poco confiable. Me sentí tan poca cosa. Y aún así le repetía a la sombra, no te vayas, no te vayas. Luego, pasados los días, escribí en este mismo cuaderno unos versos que leí de otro loco estropeado como yo: /117
8 / La casa del lenguaje … vete yendo de modo que me parezcas viniendo… … vete marchando de espaldas / para creer que regresas… 4 4 Poema “Quédate un poco más” de Andrés Eloy Blanco. /118
Un altar para mi madre Roxana Nijamín Un altar para mi madre y para mí Es decir, para las dos. Un altar de redención, de perdón que sólo ella y yo sabemos. Un altar de flores, muchas flores, las que están y las que no, tal vez alguna vez estuvieron, como la rosas blancas en su lecho de boda Símbolo de la pureza virginal, de la que alardeaba, cuando algún amorío me rondaba, O como la orquídea de su aniversario, la recuerdo, tan soberbia, violeta casi lila, con velos de novia. Rosas rojas, como las que les regalaba a ella y a la abuela, Y como las que pongo en un florero cada día de la madre. Y también narcisos, amarillos, reflejo de nuestro egoísmo con ese aroma nauseabundo, con el que ha sido castigado el joven Narciso Pensamientos, multicolores, Como los nuestros. Margaritas blancas, /119
8 / La casa del lenguaje Me quieres o no me quieres Y además algunas rosas secas, Las de su álbum de casamiento. Un ramo fresco y colorido, envuelto en celofán Similar al que me trajo el día que nació Juan, Flores de agosto, claveles rojos, rosas blancas, lirios, que dejé sobre su cuerpo inerte. Un altar de amor, Un altar de amor, que nos libere del sufrimiento. /120
Answer Me Ezequiel Martínez Buteler Te fuiste, no sé donde, pero a la vez estás, tan cerca que due- le. La singular relación entre la alegría y la dependencia fluye por mí corazón. La extrañeza de lo simple y el dolor de la vul- nerabilidad. No quiero pestañear y perderme todo lo que sos y lo que nunca dejarás de ser. Sos mi inspiración, la que hizo realidad que la pureza es más que un concepto inventado por el hombre para mitigar su vacío. Sos vos, el haz de luz en la oscuridad. La inercia de la oscuridad nos hace pensar que nada puede ser tan bueno, pero debemos suavemente animarnos a que el amor nos saque de ese lugar, porque somos luz, y nada más que luz. Detrás de cada cosa linda, hay alguna especie de dolor dice Bob Dylan. ¿Y si es así? ¿Y si la vida no es más que eso? El interminable intento de negar la dualidad de las cosas. En el amor, debemos dejar morir la individualidad, y quizás esa sea la verdadera lucha. El miedo a terminar destrozado es el precio a pagar por sentirse que uno flota. Es mejor amar y perder, que nunca haber amado. Shakespeare. La sigilosa parca está siempre a la vuelta, y drogados con negación creemos que le vamos a ganar. Hacer consciente que el fin está siempre cerca, es el mejor mecanismo para de- /121
8 / La casa del lenguaje jar de pasar oportunidades, y en eso estoy. Creciendo, aman- do, aun en el dolor, todo vale la pena. Agradecimiento, aceptación y comunicación, las claves de este mundo. La luz está siempre, pero si nos queremos separar de todo, no brilla. La recompensa del egocentrismo es la oscuridad. Suena raro, pero la mente, esa gran vende- dora de ilusiones, nos vende desde el miedo, el sentimiento más primitivo del hombre. Por eso la política nos habla desde ese lugar. Hunter Thompson, decía esto de Richard Nixon, he speaks to the Wolf in us. Y ya es hora de que la cacheteemos y la sentemos en la mesa de la cocina. Le agradezcamos todo lo que nos dio, y le ex- pliquemos que nos es funcional en muchas cosas, pero que hay decisiones que no le competen. Y el amor no es la excep- ción. La melancolía de lo finito, nos tiene que llevar a valorar todo lo que es, y poco de lo que fue, y la mente tiene que aprender. /122
El retorno de la flor Polo Román Estuve cuarenta y cuatro años casado con una bióloga que tenía la suerte de amar lo que hacía y de poder hacer lo que amaba. Cumpliendo aquel viejo proverbio oriental que acon- seja: “cásate con alguien con quien te guste conversar”, me gustaba conversar con ella. Cuando llegaba una flor a sus manos, su vocación salía a la luz y empezaba a describirme cada una de sus partes, sus funciones, y el papel que desem- peñaban en este milagro que es la vida, mientras yo me es- forzaba por recordar lo poco que había aprendido de botáni- ca en el secundario. Desde nuestra casa en Icho Cruz, salíamos a recolectar plan- tas nativas de utilidad ornamental para domesticarlas. Las grindelias del cantero de entrada, que ella plantó, brindan todo el año sus flores doradas, pequeños soles, junto a las lavandas. Desde allí se oye el canto de los zorzales. Hoy me impaciento por volver a aquella casa y plantar allí, junto a sus cenizas, un árbol. Cuando se cumpla el eterno ciclo, ese polvo cósmico que so- mos, retornará en flor. /123
8 / La casa del lenguaje El encuentro Silvina Ponce El anuncio de la visita de Fiodor, luego de cuarenta años de ausencia, lo sentí como un gusto amargo que atravesó mi garganta, dejando un sabor metálico, que me costó digerir. Pude concentrarme en atemperar su espera en mi propia casa, de la que nunca había salido, gestando aquel momento como un tiempo de reflexión, autocrítica y compasión mutua. Imaginaba que Fiodor, venido del otro extremo del mundo, podría llenar mi imaginación con épicas historias y anécdotas vividas que sopesaran tantos años de ausencia; sin embargo, también sentía con hondura, que aquella presencia traería consigo algo más; quizás algún secreto a develar. Su anuncio estaba previsto para este mismo día a la noche, con un espe- cial pedido: que la cena fuera frugal, y estuviese acompañada de bebidas de elevada graduación alcohólica, que inefable- mente, nos ayudaran –como en nuestra juventud– además de sobrellevar el frio, a poder expresar sin miedos nuestros proyectos, temores y sobre todo nuestras verdades. Luego de años de una amistad inseparable, la cual se avizora- ba eterna, y con el anhelo que los años de ausencia, el tiem- po se encargaría de olvidar y sintetizar en este encuentro, Fiodor llegó con puntualidad. Su aspecto burgués, compuesto por un sobretodo con piel, abrigando su cuello con un pañue- lo de seda, y cubriendo su cabeza una elegante galera de /124
paño gris; me dejó perplejo, pero al mismo tiempo revelaba el esplendor de antaño y el anuncio final de una época que ya no existía. Su presencia altiva y segura, me mantuvo en silencio por unos minutos; quizás por sentir estar frente a un hombre de mundo y culto; diferente, de lo que a mi parecer, yo reflejaba. El primer contacto entre nosotros fue frío y distante, como si estuviéramos expectantes del resultado que arrojara nuestra conversación. –¡Fiodor! –exclamé espontáneamente al verlo, con la seguri- dad y firmeza que toda amistad sincera, a pesar de la distan- cia y altibajos, no lograba borrar de nuestras almas; para lue- go tendernos la mano. Sin demora, aunque un poco tímido, mi amigo escogió idéntica conducta como saludo. Con la ayuda de Elizabeta, fiel y abnegada sirviente de mi propiedad, nos dispusimos a cenar, frente a un hogar encen- dido con brasas chispeantes, que daban al ambiente una luz acogedora y vivaz. –He pensado mucho en nuestro encuentro Maximov –afirmó Fiodor, dando por iniciada la conversación, con un dejo de nerviosismo e impulsividad en su voz. Sobre todo, en lo que a mí respecta es importante que sepas de mi compañía amoro- sa desde hace muchos años con Maia, quien fuera tu esposa por tantos años. /125
8 / La casa del lenguaje Perplejo y sin aire, con un tono de voz angustioso, y al bordo del llanto, lo interpelé: –¿Esta ha sido la causa de tu ausencia y distancia durante casi cuarenta años? ¿Qué significado tiene para ti este en- cuentro? ¡Sólo parece estar guiado por el interés de tran- quilizar tu conciencia atormentada! ¡Y sin ningún atisbo de unir esta amistad desgarrada hace años! Pasmado y atónito, Fiodor replicó con la rapidez de quien quiere salir del paso a toda velocidad: –Toda amistad está impregnada por avaricia y generosidad, esperanzas y miedos querido amigo. ¿O acaso esto no es propio de nuestra natu- raleza humana? ¿Por qué nuestra amistad debería estar ex- cluida de esta condición? Apesadumbrado por pensar que nuestra conversación podría entrar en un laberinto sin salida, apelé a buscar una cuali- dad sobrenatural a esta visión humana sobre la amistad: Si nuestra naturaleza es débil, y miserable, ¿Por qué Fiodor no buscar un sentido que la enaltezca? ¿Por qué no preguntar- nos acerca del significado de la amistad? Los errores se per- donan si así se reconocen. /126
Incauto Leandro Nijamín Lo absoluto, lo último, lo bajo, lo insano (hubiera preferido no hacerlo) Es mi memoria redonda, la del tronco del agua, que brota descalza... Veo el sueño, mi sueño preferido, pero la pesadilla engaña. El contacto, la palabra, el deseo, tus labios, un rubor de mejillas, la transparencia de tu seno donde sólo había garras. Hubiera preferido no hacerlo El hastío del sexo, el ansia... el Ansia! /127
8 / La casa del lenguaje un grito y otro el suspiro en mi boca cerrada .. (Y ya... prefiero no hacerlo) Salté el muro de mi garganta helada. ¿Cuánta altura precisa la caída del aura? ¿Cuánto mundo espera mi llegada? Si la quietud de tus manos nadan en ramas desangradas, ¿detendrá la caída una red de lagrimas? Preferiría no haberlo hecho, en esa tibia madrugada, dónde terminó ese sueño en un simple ocaso del alba. Preferiría no hacerlo, siempre pienso en mañana. /128
Mar de amores Magdalena Valdés A través del ventanal del lujoso hotel en el cual se hospeda, observa el mar del sur. El duro clima no le impide abando- narse a contemplar por horas el océano, naufragando sin tiempo y sin conciencia en su hipnótico vaivén. Fue en uno de esos maratónicos rituales de devoción mari- na, en una playa de Cabo Polonio, entre el desierto y el mar, que soltó el mensaje en la botella. Ana, con apasionados 20 años, sin pensar en consecuencias, le escribió al hombre de su destino. Más que un mensaje era un llamado, una promesa. Le decía que lo esperaba, que se entregaba dispuesta a com- partir lo que le quedara de vida a su lado, que sabiamente las mareas escogerían lo mejor para los dos. Terminado el verano, volvió a su ciudad sin mar; y sin mar, se olvidó de aquel hecho sinsentido. Dos años después, un joven de acento gallego, con amplia sonrisa, cejas gruesas y una mirada tan firme que le nubló la razón, se presentó diciendo – ¡Hola Ana! Soy Antón y contigo me caso. No pasó mucho tiempo para que Ana descubriera que se había lanzado a esa loca aventura del destino más enamora- da de la historia de amor que de Antón, más entregada a los /129
deseos del mar, que a los propios. Fue la determinación de Antón, su seguridad, su intrepidez de dejarlo todo para buscarla, por lo que Ana abandonó su proyecto de vida para abrazar un delirio. Se casó con un desconocido, con otra cultura, con otro des- tino que no era el suyo. Todo lo que la deslumbró de él en un comienzo, fue mutando en irritante. Así y todo, ese modo de amar de Antón, incondicional, absoluto e irrevocable hizo que permaneciera a su lado a pesar de ser incompatibles. Años de difícil convivencia. Ana lloró, rabió y culpó al océano por no estrellar esa tonta botella contra los farallones de Galicia antes de alcanzar las manos de Antón; hombre de semblante severo, voluntad férrea y con un modo de afrontar la realidad despojado de matices. Antón, con amor resuelto y refranes gallegos (¡porque tenía un refrán para cada circunstancia!) le propuso construir juntos una vida valiosa superando las diferencias. Ante los vendavales maritales sentenciaba con simpleza radical –Nunca choveu que non escampara. Como el mar a sus amadas Rías, Antón penetró en Ana con obstinación y perseverancia. No consiguió apaciguarla, pero logró persuadirla de dejarse amar con una intensidad que la atravesaría hasta la muerte. Y Ana, por orgullo, le ocultó a Antón que la desarmaba con el sólo destello de sus ojos que, /130
en el temporal de pasiones y desamores, eran todo Océano. Color de formidable verde-plomizo como la bruma sobre el mar cuando amanece, verde-niebla de eléctrico magnetismo por lo indescifrable. Naufragaron en un matrimonio de mareas, sorteando juntos tempestades y quietudes sobre una barcaza enclenque tripulada por uno que se creía capitán y otra que, con el alma amotinada, remaba para el lado contrario al indicado (pero haciéndole creer siempre a Antón que él estaba al mando). Cómplices, hicieron un destino común, donde ella desplegaba sueños y él los plegaba en sensatas realidades. Hoy, en el límite austral, Ana se dispone a cumplir un mandato de Antón. Intuye que el Faro del Fin del Mundo rememoró en Antón los Faros de la Coruña o quizás fueron las intrépidas historias de Magallanes y Darwin las que le inspiraron ese cierre épico. Abrazados contra el viento, contemplando el Faro alejarse, soltó apasionado y contundente – ¡Aquí quiero que esparzas mis cenizas! Ana lo miró burlona respondiéndole con aquel refrán gallego si me muero en Barcelona que me entierren en Madrid… Pero el brillo del mar verdoso reflejado en sus ojos llenos de intensidad, la conmovió profundamente. Mañana será el día. Vencida de dolor, observa el mar que, en inconmovible vaivén, da y quita. Océano que hace una /131
8 / La casa del lenguaje eternidad le impusiera a Antón con presencia absoluta y que ahora lo reclama... Un escalofrío sacude su cuerpo ante los caprichos del oleaje y del destino “ahora sí-ahora no”. Re- acciona. Se resiste a afrontar la verdad irreversible, tan sólo una historia de amor que surgió del mar y termina en el mar. El recuerdo de Antón sonriente y sabelotodo diciendo –Gallo que no canta algo tiene en la garganta, la enfurece y, soltan- do lo atorado, increpa al vidrio como si fuese su mismísi- mo marido – ¡Cómo pudiste dejarme sola! ¡Con todo lo que atravesamos juntos! ¡Imperdonable! ¡Te impusiste como el mástil de mi vida y ahora me dejas a la deriva! ¿Cómo sigo sin vos, sin rumbo, sin ancla? Lagrimas de mar lavan su maquillaje. Abre el ventanal. Un golpe frío congela su enojo. Inhala profundo. El aire marino expande su cuerpo, su alma y su mente. ¡Ay Antón! Exhala. Sonríe mirando al infinito. Cierra la ventana. Ahora sabe que no está sola, cuenta con ella y con su amor aprendido. Antón cumplió su palabra. Partió, pero le dejó un amor rotundo ca- paz de atravesar mares y ausencias. Mirando el mar la invade la certeza de que todo estará bien. Revolotea en sus oídos un refrán, el que diría Antón para esta ocasión - As estrelas a brilar, marineiros para o mar. /132
Tengo el alma hecha teatro 5 Lucía Cerminato Un océano de sensaciones Eres tú Eres muchos ¿Eres mi amor? Tanto deseo en el cuerpo Tu rostro pasado y presente De fiestas y mentiras Eres lo intelectual y lo vulgar Lo cercano Lo efímero De la nada ¿Qué se espera? Una historia que otra vez se repite Una historia con un mal interminable Un ciclo sin fin que vuelve Eres tú Eres muchos No pude evitarlo Círculos concéntricos de tiempo te llaman El final de esta historia Una sátira 5 Frase encontrada casualmente /133
8 / La casa del lenguaje Encuentro Ceci De Pauli Viajaban en un tren, el destino era desconocido. Tomaron un boleto de oferta y subieron con sus mochilas. Ellos se sentían felices, era su momento, uno junto al otro, sus hombros se tocaban, sus cuerpos se sentían, el amor los abrazaba. Afuera llovía, se escuchaba el sonido del agua caer sobre el techo del vagón. Los vidrios se iban empañando. Él tomó su mano y juntos dibujaron un corazón. La imagen se mantuvo unos segundos y luego, comenzó a desdibujarse. Se preguntaron si su amor sería tan efímero como ese mo- mento. Se tomaron de las manos. Se desearon una eternidad juntos. Sellaron el momento con un beso apasionado. /134
Rispondeme, respóndeme, answer me Magdalena Juárez ¿A dónde se fue el 2020? ¿Qué es esto que estamos viviendo? ¿A dónde quedaron los planes? ¿Los encuentros y las fiestas? ¡Cuántas cosas inesperadas estoy viviendo! Como dice el GPS, estoy recalculando. Tuve que recalcular muchas veces. Respirar hondo y aceptar esta realidad, este presente tan incierto para la humanidad. Y me pregunto, ¿Hasta cuándo durará? Frente a tanta infor- mación ¿Qué es verdad y qué no? De verita non lo so. Please answer me. Per favore rispondeme! Mi estado de ánimo es cambiante. Un día me desborda la energía y al siguiente me siento insignificante. Momentos de calma y otros de ansiedad. Alegría y tristeza. Solidaridad y egoísmo. Días oscuros y aquellos donde brilla la esperanza. ¿Qué es esto que estoy sintiendo? De verdad no lo sé. ¡Answer me! ¡Por favor respóndeme! Comenzó cuando terminaba el verano. Pasó el otoño, el invier- no y ya lleva varios días de primavera. Y hoy me pregunto: ¿Qué he hecho en todo este tiempo? ¿Qué no hice que me gustaría haber hecho? /135
8 / La casa del lenguaje ¿Qué cosas descubrí? ¿Qué cosas aprendí? ¿Qué cosas valoré? ¿Qué me hizo reír y qué me hizo llorar? ¿Qué extrañé? ¿Qué quiero seguir haciendo y qué quiero dejar de hacer? ¿A quién acompañé, consolé, ayudé? ¿En quién o en qué busqué consuelo, compañía, ayuda? I don´t know it. ¡Respóndeme! Please answer me! ¡Me quedé en casa! La miré, acomodé, limpié y habité como nunca antes. Me encontré con mi familia y compartimos mucho tiempo cálido. Tuve momentos de introspección y la virtualidad me abrió nuevas oportunidades. Aprendí italiano, comencé a escribir y a estudiar la diplo en filosofía y teología. Pero es imposible no ver y sentir las muchas pérdi- das: vidas, salud, parejas divorciadas, familias fragmentadas, educación, seguridad y previsibilidad, entre otras. ¿Cuándo recuperaremos la esperanza? ¿Cómo será la nueva forma de vida? ¿Qué enseñanzas nos dejará la pandemia? ¿Qué heridas? ¿Seremos más individualistas o más solidarios? ¿Y yo? ¿Quién soy? ¿Quién quiero ser? ¿De verdad quiero saberlo? I don´t know. ¡Answer me! ¡Please answer me! ¡Rispondeme! ¡Respóndeme! ¡Answer me! /136
/137
/138
9 / Vivir nuestro Solos con nuestra locura y nuestra flor favorita Vemos que no hay de veras nada acerca de qué escribir. O más bien, es necesario escribir acerca de las mismas cosas. De la misma manera, repitiendo las mismas cosas una y otra vez Para que el amor continúe y sea gradualmente diferente. “Eco tardío” – John Ashbery /139
8 / La casa del lenguaje Nautilus áureo Domenika Kratzborn Nautilus áureo 0 = nada absoluto Semilla + grano de arena 1 mini cuadrado central Punto de partida big bang 1 sucesor adosado ídem Siamés a la derecha 2 doble cuadrangular base Crecimiento al 100% 3 lado izquierdo x 2 Suma dos más uno 5 cubo peso superior Unidad divina única 8 sucesión conservadora Cuadrado lateral maduro 13 suma las partes y más Construcción del zócalo 21 movimiento envolvente Graciosa curva en ascenso 34 gran bóveda sublime Aumento orgánico preciso 55 proporción similar mayor Expansión infinita circular /140
Oh! Sweet Nuthin’ 6 Ezequiel Martínez Buteler ¿Por qué nos abruma la nada misma? ¿Es el mundo el que está mal, o somos nosotros que estamos prendidos fuego por dentro? No hay otra respuesta frente a la abrumadora ansie- dad que genera el sentir que nada va a ser suficiente. Y ese es el truco, aceptar que nunca va a ser suficiente, y por sobre todas las cosas, no tiene por qué serlo. El mundo no existe, solo existen las interpretaciones de éste, y tenemos que estar dispuestos a aceptar que podemos estar equivoca- dos en todo lo que pensamos. Las cuestiones de identidad hacen que creamos que el otro es una amenaza, y esa amenaza muchas veces tiene más sentido que observar lo desconocido, que en este caso sería, desautorizar nuestra mente que nos quiere convencer que somos el centro del uni- verso. A veces necesitamos ser incomprendidos. Abrazando nuestra sombra, el dolor y haciendo consciente nuestra ignorancia, es que podremos enfrentar la nada, sin que esto implique un nihilismo hedonista y autodestructivo. /141
8 / La casa del lenguaje ¿Qué somos? Marcelo Del Campo Si un árbol cae en un bosque sin presencia humana, ¿hace ruido? Somos como nos definimos. Somos, aún sin definición. So- mos, aún si no sabemos que somos. Somos. Punto. Es muy común, en nuestra simpleza, afirmar que lo que pen- samos es. Es parte de nuestra apreciación. Descubrimos y describimos lo que existe y nos decimos satisfechos: es así. Asumimos que nuestra comprensión define a la realidad. La real-idad, sin embargo, es que lo que definimos es nuestro conocimiento. La realidad está compuesta por átomos. Incorrecto. Nuestra concepción de la realidad es que está compuesta por átomos. Correcto. El elemento crucial del método científico no es la generación de experimentos; es su contrastación. Necesitamos que otros los repliquen en las mismas condiciones para cerciorarnos de que no nos engañamos a nosotros mismos. Incluso colectiva- mente podemos engañarnos. Nos confundimos con creencias e ideologías. Tomamos por ciertas teorías que se demuestran falsas. Aceptamos verdades incluso cuando sabemos que son incorrectas. Nuestro anhelo de creer es más fuerte que nues- tro anhelo de saber. /142
El arte es una expresión individual. Conjuga al individuo que lo crea con el contexto en que se desarrolla. Define Duchamp: La figuración de un posible. Una representación estática del movimiento. Un museo trasladable. Define Cage: Todos estamos en el mejor asiento. Todo lo que hace- mos es música. Somos paquetes de agua que gotean. Todo es repetición, una variación. ¿Quién fue el primero en pisar este charco, en cualquier caso? Define Warhol: Creo en la cirugía estética. Sentí que debía definir al- guno de mis problemas. Cuando piensas poco, limpias mucho. Bostezar es una forma de hablar. El solo hecho de estar vivo ya supone muchísimo trabajo para algo que no siempre quieres hacer. Mamá siempre me decía que no me preocupara por el amor, pero que no dejara de casarme. Define Whitman: ¿Me contradigo? Pues me contradigo: contengo multitudes. Todo es un invento humano. Fruto de la cultura > fruto del lenguaje > fruto de la evolución > fruto del azar. /143
8 / La casa del lenguaje El árbol que cae genera ondas acústicas. Nosotros definimos: hace “ruido”. Millones de árboles han caído a lo largo de la historia sin que nos percatemos de ellos. Gran parte de la in- formación que perciben continuamente nuestros sentidos es ignorada por nuestra mente. Ni siquiera percibimos de mane- ra completa la realidad: suponemos, asumimos, inventamos. Nuestra mente economiza recursos y nos engaña. Nosotros creemos: somos individuos de fe. ¿Somos quarks? ¿Somos almas? ¿Somos polvo? Todo pode- mos ser. Nada podemos saber. Esa es la gran falencia de la ciencia, nuestra herramienta para definir la realidad: nada es definitivo, nada es absoluto, nada es perfectamente demostrable. Todas son aproximaciones. La verdad de ayer, es la duda de hoy y la falsedad de mañana. Cada vez que afirmamos encontrar la verdad, nuestro conocimiento se resquebraja y empezamos a aprender de nuevo. Tolstoi en su libro El reino de Dios está entre vosotros explica que existen tres miradas sobre la vida: la mirada animal, que abarca al individuo; la mirada pagana, que abarca a la socie- dad; y la mirada divina, que abarca al mundo entero. Toda persona se encuentra en un estado de desesperación, hundi- do en la contradicción, entre su consciencia y su vida, explica. Puede resolver este antagonismo de dos maneras: modifican- do su vida o modificando su consciencia. Yo soy Jesús, hijo de José. Yo soy Jesús, hijo de David. Soy el /144
enviado de mi padre. Soy la puerta. Soy el pan de la vida. Soy el camino. Soy la verdad. Soy la luz de la vida. Soy el que soy. Soy el rey de los judíos. porque algo está ocurriendo pero no sabe lo que es ¿o si, Míster Jones? —Bob Dylan /145
8 / La casa del lenguaje Renacer en primavera Polo Román Qué pena tiene la muerte Cuando de su calavera Siente crecer en silencio La flor de la primavera. Manuel J. Castilla Era un sonido mecánico y acompasado, repetitivo, como el del martinete bombeando agua desde el arroyo. Es lo que quedó grabado en su memoria. Luego el tiempo se detuvo. Lo único que logra reconstruir es ese sonido y luego un salto. Despertar en una sala común, con una sensación de malestar en la tráquea, con enfermeras que le cambian el suero y le hablan con familiaridad: ¡Esta vez te salvaste! ¡Naciste de nuevo! Poco a poco iría tomando conciencia de lo que le había pasado. Estuvo entubado. Por eso el malestar en la tráquea. El sonido recurrente en su memoria era el del respirador que lo mantuvo vivo soplando aire a sus pulmones mientras su cuerpo libraba la batalla contra el virus. Perdió la noción del tiempo y de los días que transcurrieron hasta su recuperación. Cuando lo bajaban de la ambulancia que lo trajo hasta su casa, alcanzó a ver su vereda tapizada de flores rosadas. Sonrió pensando que eran las lágrimas del lapacho que plantó tiempo atrás, siendo apenas un arbolito. Ese árbol de grueso /146
tronco lo había extrañado. Empezó a sentarse cada mañana a tomar sol en la puerta de su casa, a contemplar su jardín y su lapacho. Los verdes eran más intensos y el color de las flores le pareció distinto esta vez. Se sintió afortunado: Lo llevaron en pleno invierno, agonizante. Renació en primavera. /147
8 / La casa del lenguaje Nenúfares para el remanso Cecilia Spina Es media mañana, llegan dos hijos varones ya mayores y me dicen: Venimos como los indios. Necesitamos se reúna el Con- sejo de ancianos. Me causa gracia y al mismo tiempo me con- mueven. Sé que no vienen en busca de consejo, sé que vienen en busca de abrigo, de aligerar dudas y temores. Así suele ocurrir con la toma de decisiones importantes. Escuchar. Escuchar es lo que vale. Después, me quedo a solas pensando. Digamos que desde el nacer, ocupamos dos décadas ali- mentando y domesticando al caballo salvaje que nos habita. Buen afrecho de maíz, heno de alfalfa en verano, mucha hierba timotea en invierno. Todo a corral. Diría Emmanuel Carrère que hay un cercado para el búfalo. Y que dentro retoza. También el caballo retoza, relincha, se tumba al sol. Rondando los veinte años se quita el ronzal. Ya no hay más freno en la mano del criador. Derriba el cerco. Atropella la valla. Se cortan los alambres. Y allá queda el pedazo de pradera cercada que vuelve con un verde que estremece. El caballo se replica así mismo. La bestia quiere ser muchas bestias. Todas sueltan la carrera, disputan, compiten, chillan, sudan, beben, se arrojan a la sombra. Hay entre ellos dos a los que sigo hoy con la mirada: Audaz y Precavido son sus nombres, y la carrera es implacable. Audaz es bravío, pareciera no dar tregua. De los veinte a los treinta años saca a Precavido un cuerpo en la carrera, de los /148
treinta a los cuarenta, una cabeza. Precavido, espera tener mejor suerte. De los cuarenta a los cincuenta corren a la par. Relinchan. Se miran de reojo y provocan. Descansan juntos sobre el pas- to, casi como Elías a la sombra de un retamo. Otras, duermen parados. Uno vigía del otro. Y vuelven irrenunciablemente a la carrera. A veces, ven ondear lejos la bandera de llegada y a ratos, la cubre la niebla. Otras, pareciera que con el hocico la embisten. De los cincuenta a los sesenta años, Precavido consigue sacar una cabeza de ventaja para desesperación de Audaz, y de los sesenta a los setenta, perseverante en el intento, le saca un cuerpo. Audaz, a veces, desfallece y renuncia y otras, con los belfos abiertos como queriendo tragar todo el aire de la mon- taña, persiste a pesar de la fatiga. Esta metáfora quizás les hubiese sido clara a mis hijos. Pero en ocasiones, se ralentiza mi pensamiento. Lo que no les diría a mis hijos, es lo que ocurre con el búfalo en vísperas de los setenta. Ha vuelto callado a la pradera cercada, con la abertura primera de piedras desperdigadas. El tiempo las ha cubierto de un terciopelo de musgo verde. Ahora ya es uno, sin más réplicas de sí mismo. Tan independiente como solo. El calor del cobertizo es medida suficiente. Ya no hay carrera. Sale y entra de su pradera. Lo veo esbelto caminando ligero, sin galope. A menudo, lo observo irse lejos. Hoy lo sigo. Algo busca. Ha llegado a un estanque, que para mi sorpresa es un paraíso ignorado. Un estanque poblado de nenúfares. El /149
fondo es fangoso. Peces pequeños como flechitas van y vie- nen. Tortugas de agua se desplazan entre elodeas y milhojas. Alguien echó trocitos de manzana de cáscara rojo brillante y rodajas de peras doradas. Los nenúfares color marfil, car- mesí, violetas, abiertos e inmóviles. El búfalo mira y él mismo de refleja entre tanto color. Advierte que los nenúfares vienen desde el barro. Nacieron y echaron raíces en un lodo arcilloso. Una lágrima cae del ojo del búfalo. Las flores lucen sin alcanzar a desprenderse del agua como lo hacen las de loto. Solo flotan. Y otra lágrima de los ojos hundidos muy abiertos del búfalo, resbala hasta el agua del estanque. Me fui. Allí quedó, metiendo el hocico en el agua para refres- carse, sacudiendo la cabeza, suspirando como lo hacen los búfalos, como si de truenos se tratara. Quizás sea de alegría; quizás, de tristeza. La duda será eterna. El búfalo no espera la noche. La noche espera el regreso del búfalo. No siempre lo hace. Hoy, desde la más profunda oscuridad, vuelve. /150
Search
Read the Text Version
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
- 6
- 7
- 8
- 9
- 10
- 11
- 12
- 13
- 14
- 15
- 16
- 17
- 18
- 19
- 20
- 21
- 22
- 23
- 24
- 25
- 26
- 27
- 28
- 29
- 30
- 31
- 32
- 33
- 34
- 35
- 36
- 37
- 38
- 39
- 40
- 41
- 42
- 43
- 44
- 45
- 46
- 47
- 48
- 49
- 50
- 51
- 52
- 53
- 54
- 55
- 56
- 57
- 58
- 59
- 60
- 61
- 62
- 63
- 64
- 65
- 66
- 67
- 68
- 69
- 70
- 71
- 72
- 73
- 74
- 75
- 76
- 77
- 78
- 79
- 80
- 81
- 82
- 83
- 84
- 85
- 86
- 87
- 88
- 89
- 90
- 91
- 92
- 93
- 94
- 95
- 96
- 97
- 98
- 99
- 100
- 101
- 102
- 103
- 104
- 105
- 106
- 107
- 108
- 109
- 110
- 111
- 112
- 113
- 114
- 115
- 116
- 117
- 118
- 119
- 120
- 121
- 122
- 123
- 124
- 125
- 126
- 127
- 128
- 129
- 130
- 131
- 132
- 133
- 134
- 135
- 136
- 137
- 138
- 139
- 140
- 141
- 142
- 143
- 144
- 145
- 146
- 147
- 148
- 149
- 150
- 151
- 152
- 153
- 154
- 155
- 156