Un amor lluvioso Drugot Ediciones APER
Título: Un amor lluvioso Autor: Drugot Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Reservado todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización del titular del copy- right, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la repro- grafía y el tratamiento informático. Ediciones APER Enero 2020 [email protected]
Capítulo I Parecía un sábado más pero no lo sería, vea usted. El pueblo estaba tranquilo, co- mo siempre. La noche se presen- taba fría, lluviosa y arrastraba la pereza del mediodía. El ambiente era propicio para entregarse a uno de los placeres que invaden el al- ma, la lectura, por supuesto, siempre que se tenga el hábito. Elegí de la biblioteca “Diez negrito” de Agatha Cristie. Luego apagué las luces grandes, me puse El pueblo estaba tranquilo el pijama, acomodé las almohadas y… percibí unos golpes tronando en mi puerta. Quien llamaba lo hacía con cierta urgencia por la suce- sión de los golpes. Desde luego que tal acción me dejó en Stand by. Por instinto eché un ojo a la hora y daba nada menos que un cuarto pa- ra las once. Demasiado tarde para la fisonomía e idiosincrasia de este pueblo 3
Jamás nadie osó llamar a la puerta de casa de noche y menos un sábado y con llu- via, de la suave pero lluvia al fin. Quise averiguar que nueva treta o trampa me deparaba el destino que cada tanto se le ocurría jugar conmigo y nun- ca nada bueno me trajo. Vea- mos esta vez. -¿Quién… es? –pregunté igualmente con el corazón en la boca y en la mayor de las confusiones. -¡Señor Carlos Antonio, ábrame por favor! –dijo una voz con desespero. -¡Soy la señora Nelly, de acá a la ¡Me quieren matar! vuelta de la esquina! No conocía a ninguna se- ñora Nelly de acá a la vuelta de la esquina y su voz también me era desconocida. De todos modos abrí para averiguar de qué se trataba es- ta nueva situación que me proponía el perverso destino que le gustaba jugar en mi contra. Pues sí, la conocía de vista. Trabajábamos en el mismo establecimiento educativo pero en dife- rentes horarios, nos hemos cruzado ciento de veces pero nunca una pa- labra más allá de buenas tardes, adiós. -¡Me quieren matar! –señaló a viva voz. 4
Nomás traspasó el umbral que mi cautela hizo que cerrara la puerta de inmediato y apagase la luz grande. Fuimos a la cocina que da a la parte de atrás donde nadie nos vería ni escucharía. Noté que temblaba ligeramente, estaba atemorizada y su temor era contagioso. Su mirada clavaba en mí como si yo la tuviese hipnotiza- da. No hablaba y yo no hallaba palabra que decir. Después de un tiempo, no sé cuánto, pidió algo de tomar. -Le haré un té caliente. –dije y me puse en acción, me detuvo. -¡Algo fuerte, por favor! –y entonces serví coñac. Bebió sin moderación y una vez que se tranquilizó un poco, lo sol- tó: -¡Mi pareja me quiere matar! -¿Por qué? -¡No lo quiera saber, señor Antonio! -Supóngase que ese policía de su marido la encuentra en esta casa ¿Qué papel juego yo? ¿Qué me podría ocurrir? -No lo sé. –respondió como si poco le importase mi integridad fí- sica. -Usted pone en riesgo mi vida ¿Lo ha pensado? –hube de pregun- tarle. -Discúlpeme, pero no lo he pensado, no tuve tiempo. –y se levantó para irse. A pesar que era una mujer que no gozaba de mi estima ni estaba en mi libro de visitas de bienvenidas, porque la sabía arrogante y va- nidosa, en una pequeña población donde se conocen todos, ella con su soberbia creíase la reina del enjambre, eso era lo que yo pensaba de ella. De todos modos me opuse a que se marchase en su momento de mayor angustia y desesperación y en una noche tan macabra que has- ta el cielo se había puesto a llover torrencialmente. 5
-Gracias. –dijo humildemente y le ofrecí un asiento. Caímos en el desempleo de las palabras mientras la lluvia se deja- ba oír barriendo el techado. -Tendrá que hacer la denuncia. –indiqué escapando de la soñolien- ta que me estaba enmarañando. -¿Qué denuncia? -Su cónyuge la quiere matar ¿Le pare- ce poco? -No puedo ir a la comisaría a denunciar a uno de los suyos. No me la tomarán, conoz- co el paño. –dijo con resignación y pena. -En este pueblo no tiene mucho donde ocultarse, tarde o tem- prano su marido la ha- llara y… -Lo sé. -¿Entonces qué piensa hacer? – pregunté con preocu- pación ajena. -No lo sé. –fue su respuesta y unas lágrimas silenciosas empezaron a surgir de sus claros y grandes ojos. -Acá no puede quedarse. –señalé impiadosamente. -Cuando finalice el aguacero me marcharé. –habló en un tono 6
teñido de tristeza, angustia y desamparo total. Para que no me penetrara su lanza y hablándase el corazón, recor- dé su arrogancia y su soberbia y me hice una coraza a medida. Después que lloró un buen rato, habló de nuevo para decirme: -Le arruiné la noche ¿Verdad? -Estaba a punto de acostarme para leer un buen libro cuando usted irrumpió llamando a la puerta. -Le pido mil disculpas por ello. -La disculparé si me dice por qué llamó a mi puerta. –dije y volqué otra vuelta de coñac. -Estaba desesperada. –confesó con la mirada un tanto extraviada. Sus labios temblaban ligeramente, sus manos estaban inquietas. Su mundo de arrogancias y vanidades quedó en el olvido, por eso fue que admití: -Puede quedarse esta noche. -Gracias. –dijo y de un golpe mató lo poco que le quedaba de coñac. Al observarla me di cuenta que cuando a una persona se le cambia el ánimo cambia también su modo de ser o transforma su estilo. El ánimo en alto realza a las personas y muestras más de lo que se es, el ánimo en baja ilustra lo que en el fondo somos. -¿En qué está pensando? –irrumpió mi pensamiento abstracto. -En usted. En su delicada situación y en la manera que vengo a in- volucrarme con solo abrirle la puerta. -yo que no he tenido ni tengo problemas con nadie, exceptuando a mi ex mujer, pero esto no lo ex- puse. -¡Lo siento mucho! –expresó y bajo la mirada. En el hueco de las palabras que cada tanto saltaba a la palestra, di un chispazo al marcador inalterable del paso del tiempo y exclamé: -¡Dios santo! ¡Las cuatro de la mañana!. 7
Le indiqué donde podía dormir y me fui a mi dormitorio y me en- tregué a lo que viniese, en sueños, claro. -¡Dios santo! ¡Las cuatro de la mañana!. 8
Capítulo II Desperté a media mañana y no tuve necesidad de mirar afuera para saber si llovía. Pues ella danzaba en los techos anunciándose. Preparé el desayuno y de repente recordé que había alguien más en la casa. Traté de no hacer ruidos y después me deslicé hacia la salida. Pues pronto llegaría el tren de las once con los periódicos de la Capital. Cuando bajé a la calle frente a mi casa pasaba un río. El agua llega- ba hasta el tobillo yendo por la vereda. Como pude hice las nueve cua- dras hasta el bar de Don Gregorio que era el encargado de los periódi- cos. El tren tenía una demora importante y esperé allí tomando un ver- mut y escuchando lo que contaban los pocos parroquianos que había, que se quejaban del temporal y decían: ¡El río se ha desbordado como nunca! ¡Los campos se inundan y el agua va llegando al poblado! Etc. Regresé a casa con barro y agua hasta la coronilla y sin el periódico dominical, el tren de las once no había llegado y no llegaría por la inse- guridad que representaba el puente sobre el viejo río que estaba al tope de su capacidad. La encontré levantada, veíase un poco mejor, pero mi pensamiento más inmediato era que quería verla fuera de mi casa. Busqué la forma más sencilla y menos directa para decírselo y sólo me atrevía a una in- directa: -Pronto dejará de llover. -Si quiere me marcho ahora mismo. –captó el mensaje y me dio cierta vergüenza que lo descifrase tan pronto. -Espere a que amaine. –le pedí pero evidentemente la lluvia no esta- ba de mi lado. Llovía como si fuera el fin del mundo. No paraba nunca. 9
-Prepararé algo para almorzar- -indiqué y fui a la cocina. -Por mí no se preocupe. –le oí decir pero hice caso omiso. Igual almorzó cuando hice un paquete de fideos con una salsa ligera y unos trozos de pollo y los serví a la mesa. Comimos en silencio, bajo la música de la lluvia, y proseguimos así todo el tiempo. -¿Qué voy hacer? –de repente se preguntó a sí misma en voz alta, interrupción que me sobresaltó, tras eso me apuntó con sus ojos claros y grandes. -¡No tengo ropa y estoy sin ducharme ¿Dígame usted qué hago? -Mi ex no ha dejado ni siquiera una media, no sé cómo ayudarla. – señalé y era muy cierto, se había llevado todo, hasta los peinetones. -¡Présteme un pijama! –pidió ni bien se le encendió esa lámpara. Le presté el gris, le quedaba un tanto holgado, no demasiado. La tar- de se nos fue de las manos en trivialidades. Se hizo la noche y la lluvia proseguía contenta y danzando. Cena- mos y entonces fue que dijo: -¡Necesito un gran favor! -Bueno, si está a mi alcance, con mucho gusto. –respondí y más después sabría que jamás debí decirlo. -Quiero que vaya a mi casa y me traiga ropa y la cartera donde ten- go mis documentos y otras cosas. Primero la miré desorbitado, después asumí que ella estaba desequi- librada, por último no pude hacer otra cosa que echarme a reír como si hubiese escuchado un buen chiste. -¿De qué ríe? –preguntó a ceño fruncido. -Es un chiste ¡No? –solté luego de reír. -¡He hablado muy en serio, señor Antonio! No sé por qué pero le creí y caí como chorlito en su juego. -Lo que pide es una tarea imposible. –declaré con la seriedad que 10
me caracteriza desde siempre, la misma por la cual me han puesto más de un apodo que no voy a divulgar. -El momento es propicio para hacerlo, señor Antonio. –dijo conven- cida de sus palabras. -No entiendo qué quiere decir usted. -Mire, es de noche, está muy oscuro, llueve como si fuese el Dilu- vio Universal y el sujeto no está en casa. -¿Cómo sabe que el sujeto no está en la casa? -Esta noche tiene guardia en la comisaria. –indicó y su entusiasmo iba en escala ascendente. -Yo tengo una idea mejor. –propuse luego de cavilar unos segundos. -¿Cuál, cuál? –habló con ansiedad y brillos en los ojos. -Vaya usted que conoce la casa. Me miró como si le hubiese arrojado a la cara un balde de agua fría. Su brillantes se desmoronó, aun así no aflojó la cincha. -Si voy y me encuentra, me matará seguro, como dijo. -¿Acaso a mí no? -Él no tiene nada contra usted, despreocúpese. -Una vez que esté dentro de su casa, cual intruso, sí que lo tendrá. -Yo le digo que…. -Vea señora, acabemos con este asunto acá. Lo mejor que puede ha- cer es marcharse ahora de mi casa. –y le señalé la puerta de salida. -Pero… ¿Me está echando a la calle? -Solamente le aconsejo que se marche ahora. -Es lo mismo. –replicó con razones. –Usted me echa a la calle con una noche endiablada. ¡Usted no tiene corazón! ¡No tiene alma! Yo siempre creí que usted era un hombre bueno, sensible, un hombre de bien, educado, respetuoso, caballero y gentil. Siempre yo creí que… - escondió su cara entre sus manos y se lanzó a llorar sumisamente largo 11
y tendido. Cuando una mujer habla de un hombre en términos de caballerosi- dad, educación, sensibilidad y encima le añade algo de llanto y sufri- miento, a qué hombre no se le aflojan las tuercas. Lamentablemente este es mi caso. -Vea señora Nelly –hablé en términos paternal y me situé a su lado. -Sí, señor Antonio. –accedió levantando su cara cargada de pena y tristeza. -Quisiera ayudarla pero no sé cómo hacerlo. Además no me reco- nozco como un hombre valiente. -Yo lo ayudaré. – dijo ofreciéndose y cogió mi mano en un gesto sobre protector. Yo quedé de una pieza, atónito. Resulta que ella me ayudaría a mí. La dejé hacer para saber hasta dónde llegaría su desfachatez. -¡Haré un croquis de la casa! -y se puso en movimiento buscando dónde y con qué hacerlo. Su entusiasmo volvió a su cauce y su brillan- tez también. Trazó cuatro líneas, me indicó sobre el improvisado mapa, cómo entrar a la casa, dónde buscar sus cosas y cómo salir. -Así de simple y sencillo. –sostuvo por último. -Sí, un plan muy sencillo. –convine y sostuve con frialdad. –Pero de ningún modo llevaré a cabo tamaña tarea. -Pero… -Vea señora. No la conozco tanto como para jugarme el pellejo. Además lo que me pide es ilegal. Entrar en una casa ajena a hurtadi- llas, como si fuese un ladrón es un delito que no pienso cometer ni si- quiera en el nombre de la reina de Holanda. No decía nada, sólo se quedó mirándome con extrañeza. 12
-Además –proseguí- Llama la atención cómo acude a un hombre que no conoce más que de vista y encima pedirle semejante cosa. -Señor Carlos Antonio, sé quién es usted; profesor de música, traba- ja en las escuelas 2 y 3 de esta localidad. Vive solo porque su mujer lo dejó y se fue del pueblo tal vez un año o más. Usted es un hombre ante todo caballero y aunque nunca hemos cruzado una palabra, siempre he admirado su cortesía, su educación y respeto para con los demás. Sé que le pido demasiado pero compréndame ¡Estoy desesperada! – concluyó y se lanzó al llanto otra vez. Ella tenía las llaves para abrir mi cerrojo. No pude continuar con la resistencia. Me calcé las botas, el impermeable y el sombrero grande para que me cubriese el ros- tro de la lluvia y por si andaba alguien. Tomé la linterna y salí a la in- temperie. Me planté en la vereda de mi casa por unos minutos aun indeciso. La noche era una boca de lobo. No había luces por ningún lado y encima hacía La noche era una boca de lobo. frío, diluviaba y trona- ba a más no poder. Cal- culé que podrá ser más allá de la medianoche, tal vez una vuelta entera del minutero. 13
Sentiame mojado y ate- morizado. Igualmente en- caré la situación y a fuerza de relámpagos pude llegar hasta la esquina. Recién allí me di cuenta que ca- minaba con el agua hasta los tobillos. Miré hacia la casa que debía invadir pe- ro no se distinguía gran cosa y temía encender la linterna. No supe si conti- nuar o retroceder. Evalué la situación por varios mi- nutos y de repente me pa- reció oír que alguien o al- go chapoteaban a corta distancia de mis espaldas. Proseguí el andar y llegué hasta la casa en cuestión y hallé la llave debajo de la maseta como indicó ella. Ingresé sigiloso y con mucha precaución y tras la puerta me quedé un tiempo quieto, casi sin respirar, tratando de captar algún sonido, al- guna cosa que se moviese o respirase. No se oía nada. La casa estaba vacía. Tomé algunas de sus prendas, encontré so bolso y sobre la cómoda vi un revolver, dudé si tomarlo o no. Decididamente lo tomé y con la misma precaución y sigilo, salí de la casa. 14
Al llegar a la esquina me sorprendió un relámpago que iluminó to- do el entorno, ahí me di cuenta que el pueblo estaba bajo aguas. Ima- giné que la zona sur y oeste, que es la parte más baja, estaría mucho más inundada. A pesar del impermeable, el sombrero y las botas, me hallaba más mojado que un pato. -¿Lo hizo bien? – preguntó la señora Nelly cuando a duras penas aterricé en mi casa. -Creo que sí, pero sus cosas estás hechas sopas. –dije dándoselas. -No importa. Ahora vaya y cámbiese antes que le dé algún resfria- do. –no sé si la señora Nelly sugirió, ordenó o qué, pero no obedecí, antes le conté que el pueblo estaba inundado y el agua nos tenía rodea- do. Por eso, antes de quitarme la ropa mojada, cubrimos todos los bajo puerta para impedírselo, pero mucho antes oculté el revolver sin decír- selo que lo había tomado. Esa noche el pueblo se mantuvo en estado de alerta. Para mantener- nos despiertos, dialogábamos de todo un poco menos de su situación. Tomábamos mate y vigilábamos por las ventanas. Finalmente en la madrugada el agua comenzó a invadir y no hubo forma de detenerla. Como si fuese una serpiente se deslizó por toda la casa ante nuestras miradas desesperantes y toda nuestra impotencia. Cuando el agua llegó a la altura de dos centímetros, se detuvo y al cuarto de hora empezó a irse tal cual llegó. Trabajamos secando y limpiando lo que la inundación nos dejó y luego, cansados, extenuados, nos fuimos a dormir cuada cual a su cuarto. 15
Capítulo III Lunes: Tipo dos de la tarde nos levantamos y ya no llovía tanto. Almorzamos y dimos paso a la situación, no la del agua, sino la de ella. La señora Nelly habló pero antes sus ojos se pusieron tristes. -¿Y ahora qué haré? ¿Adónde me iré? -No lo sé. Tal vez a casa de algún familiar. –opiné y sugerí sin nin- guna contemplación. -Acá no tengo a nadie, pero más luego me iré, despreocúpese. –dijo y empezó a llorar silenciosamente. En boca cerrada no entran moscas, así que no la abrí. La lluvia amenguaba pero ella no dejaba de llorar, de todos modos a mí no se me conmovía absolutamente nada, ni un gramo. -Iré a dar una vuelta por las escuelas para saber cómo están. – manifesté y salí a todo vapor. El problema era solamente suyo, demasiado la ayudé, por lo tanto estaba en paz con mi conciencia. Muchas calles estaban inundadas, el agua daba hasta las rodillas. En algunas casas había entrado mucha más agua que en la mía, pero supe que en la zona oeste había sido todo un desastre donde la mayo- ría de la gente perdió sus cosas. El agua le llevó ropa, muebles, le rompió puertas y pisos. La gente, por doquier, trabajaba a destajo or- denando y rescatando lo que se podía. Las escuelas estaban aún inun- das por fuera y se desconocía el reinicio de clases. 16
Para saber más, me volqué al viejo bar de Don Gregorio que ahí es donde se tejen las buenas historias. Al atardecer regresé con unos pocos víveres adquiridos en el alma- cén de Juan Pedro en zona este, que fue uno de los lugares donde me- nos castigó el agua. -Pensé que no la encontraría. –dije entrando y verla sentada en el mismo sitio donde la dejé. -Estoy esperando que se haga más de noche. –señaló triste, desola- da, compungida. -Muy pronto será de noche. –manifesté sin soltar un gramo de lasti- ma. -Noto que está apurado para que me vaya. –dijo apenada, sumisa y yo me pregunté ¿Dónde habrá ido a parar aquella mujer tan arrogante, vanidosa y engreída? Preferí no responder. Busqué algún libro y luego me senté a leer o al menos intentarlo, frente a ella. Juntos esperábamos la noche Fue un intento vano centrar mi atención en la lectura. Tenía ante mis ojos y en mi casa, una mujer con graves conflictos que quiérase o no, me arrastraba con ella en su desventura. La observaba y la vi con la mirada perdida, las manos inquietas, los pies movedizos. Estaba desprolija, desarreglada, en otro estado totalmente opuesto a lo que era ella poco tiempo atrás no más. En aquel tiempo me pareció una mujer hermosa, interesante, atractiva, en este no. Se hizo oscuro, encendí las velas, el poblado todavía estaba sin luz. Ella no hizo ningún movimiento y fui cruel, lo sé: -¡Ya es la noche! –le hice notar por si no lo sabía. -Bueno. –expresó con total resignación y fue por su poca de ropa y la cartera. ¡Al fin se marcha! –me dije a mí mismo, con el alivio y la alegría que creí que sentiría llegado este momento. 17
Se fue yendo hacia la puerta de calle con lentitud, como si le pesara el cuerpo, como si le pesara el alma y entonces comprendí en un san- tiamén que sí, que le dolía el alma. -¡Espere! –salió de mí al instante que abrió la puerta para irse para siempre. 18
Diose la vuelta con pasividad y preguntó apagadamente qué quería. -¡Quédese! –me miró desconcertada pero no más que yo, porque ja- más pensé que diría lo que dije. -¿Hasta cuándo? –habló luego de varios segundos de fluctuación. -Hasta que Dios lo disponga. –manifesté con la voz quebrada, los ojos humedecidos, el cuerpo blando. Repentinamente sentí un fuerte deseo de abrazarla, fui hacia ella y lo hice. La señora Nelly volcó todo su llanto de angustia contenido sobre mi hombro y balbuceó apenas audible ¡Gracias! Esa noche durmió en el dormitorio pequeño y yo en el mío montan- do su pena. Al día siguiente me levanté e hice el desayuno para dos. Eché una mirada por la ventana y el día era el mismo calco del anterior. Gris, frío y lluvioso. Cuando ella apareció ya era otra mujer, se veía mucho mejor aun- que le faltaba bastante para volver a ser quien era. -Iré a investigar que se dice por ahí. –dije luego del desayuno. -¿Sobre el temporal? -No. Sobre usted. –respondí y salí a la calle. Al regresar a casa traje lo siguiente: -Su marido la está buscando por todas partes. -Me lo imaginé. –dijo con tristeza y preocupación. -Acá no la encontrará. –sostuve y ella hizo un esfuerzo para dibujar una sonrisa y no pudo, se lanzó a llorar. Entonces fui a su lado y la abracé paternalmente y le dije: -¡No dejaré que la encuentre! -¡Gracias, Antonio! –y se aferró a mi persona como su único sostén. Después del almuerzo abrimos el abanico de las interrogaciones 19
que hallábase prestas para saltar a la luz. -Tarde o temprano tendrá que regresar a su casa. –solté la primera de las premisas que no se aguantaba más sin decirlo. -No es mi casa. –respondió rápidamente y añadió: -Nada de lo que hay ahí me pertenece. Todo es de él. -Pero usted es la… _No señor Antonio, no soy su esposa. Solo estamos juntados desde hace uno años. –señaló ella y le otorgamos dos minutos al silencio. -¿Desea contarme su historia? –pedí necesitando oírla. -¿Qué desea saber, señor Carlos Antonio? -Por favor, no me diga señor, solamente Antonio o Carlos. -Disculpe, lo haré. -Pues bien ¿Cómo conoció a este sujeto que usted dice que ahora quiere matarla? -Ramírez fue trasladado a la comisaria de mi ciudad y ahí nos cono- cimos. -¿Qué ciudad es? -Una pequeña localidad de la provincia de Buenos Aires, Los Tol- dos. -Prosiga usted señora Nelly. -Por favor no me diga señora. –dijo y sonrió tenuemente. –Después de un tiempo lo trasladan a este pueblo y yo vine con él. En ese enton- ces le creía un buen hombre. -¿Y por qué ahora quiere matarla? –esta era la pregunta primordial. -Por celos, nada más que por celos. -¿Usted le daba motivos? -¡No! Nunca le di motivos. De a poco fui descubriendo que era un maniaco, un enfermo. Dos veces me pegó y otras tantas amenazó con matarme. Y últimamente –narraba llorando, inundando sus claros ojos 20
de lágrimas- No me dejaba salir de casa. Me tenía como prisionera. Le di tiempo y espacio para que descargara todo su llanto, su bron- ca, su angustia. Mientras tanto fui a la cocina y preparé té para los dos. -Cuénteme su historia. –solicitó bastante repuesta y bebiendo té de a sorbitos. -Nací en otra ciudad y a los siete años de… -No de su vida –me interrumpió. –Sino de su matrimonio ¿Está ca- sado? -Pues sí. –y recordé la fecha 14 de noviembre, diez años atrás. -¿Por qué se separaron? -Ella nos separó, de un día para otro se marchó de la casa. -¿Le era infiel? -No lo creo, nunca me di cuenta de nada y… -Digo, usted. -Desde luego que no. Siempre fui fiel. -¿La amaba? -La quería sí. ¿Sufre por ella? -Ya no. -Pero sufrió. -No porque me dejara, sino por la forma que lo hizo. De buenas a primera me encontré solo, abandonado y tuve que aprender a convivir con mi soledad. Soledad que no la pedí. Nos cayó un nudo de silencio mientras el reloj dejaba escapar un cuarto de minutos al pasado y después ella habló y me desconcertó: -¿Qué piensa de mí? Sus ojos azules claros estaban chispeantes, atentos en los míos. -Antes de ahora, pensaba que usted era una mujer engreída, orgullo- sa. 21
-¿Y ahora? -He cambiado de opinión, empiezo a conocerla un poco mejor. -Y entonces ¿Qué piensa de mí? -Ya que insiste le diré –aspiré un poco de aire, exhalé y se lo dije: - Pienso que es una mujer infeliz, caída en desgracia por enamorarse de un hombre que no se dio tiempo para conocerlo mejor. Ahora está sola, amenazada y muy lejos de su lugar de origen. -No era exactamente esa opinión que quería, pero en fin. –dijo con cierta decepción. -Opiné sobre su situación, ahora si quiere opinaré de su persona, de cómo la veo, digo, de un hombre a una mujer. -Sí, por favor. -No sé su edad, pero considero una mujer bastante joven aún. -43 años y no más, pero prosiga. -De acuerdo a los golpes reciente que le ha dado la vida, está en muy buena forma. Le diré que antes de este drama que padece, la he visto muy elegante, atractiva, yo diría excelente. Pero está pasando por una situación muy angustiante y es comprensible que uno cambie un poco. De todas maneras la considero una mujer muy hermosa. Se lo di- go con todo respeto, desde luego. -Gracias, necesitaba estas palabras. –manifestó y expresó: -Y vol- viendo a mi situación penosa ¿Qué me aconseja que haga? -Mi mejor consejo es que regrese a su ciudad. -Sí, sería lo mejor, pero no tengo dinero. Además si salgo de acá, estoy segura que él me encontrará y me obligará a ir de nuevo a su ca- sa, siempre y cuando no concrete antes su terrible amenaza. -En algún momento tendrá que salir de la casa, no puede quedarse para siempre sin salir a la calle. Eso es un calvario. -Sí, lo sé. –convino cabizbajo. 22
-A no ser qué... –murmuré y me quedé pensante. -¿El qué? –quiso saber levantando un poco el ánimo que arrastraba por el suelo. -¡Que quiera vivir conmigo! –manifesté y aguardé su resolución. Le llevó varias etapas de reloj asimilar, amasar y hornear lo que acababa de recibir y desde luego, servirlo. -Vea señor Antonio –habló y cuando dijo “señor” vislumbre su negativa y era muy compren- sible desde todo punto de vista. –Yo estoy muy agradecida por todo lo que ha hecho por mí. En estos días juntos he llegado a te- nerle considerable estima. Lo apreció mucho más de lo que usted se imagina, pero verdade- ramente yo, yo no lo quiero, no lo siento así, pero créame que quisiera quererle, corresponder- le y juntos poder estar como tantas personas en el mundo, pe- ro no puedo. Perdóneme pero no puedo. –tras esta confesión, sus ojos claros y hermosos derramó Vea señor Antonio cristalinas lágrimas de angustia y tristeza. -Decía vivir bajo el mismo techo, no como pareja. Compréndase. – hablé para escapar del fuego que me abrazaba. –Tenemos una habita- ción para cada uno, solo compartiríamos el resto de la casa y desde ya, los gastos corren por mi cuenta. 23
-¿Qué clase de vida tendríamos? -No lo sé, pero cuando mejore su situación podrá irse tranquilamen- te. -Sí quiere podríamos tener sexo, pero más no. Quedé como cuando vine del ártico, helado de pie a cabeza, jamás esperé que dijese algo así, pero lo tomé como de quien viene, una mu- jer desesperada con un panorama muy oscuro, confusa, perdida y desorientada. -¿Por qué propone convivir juntos? –habló de repente en el campo de la incertidumbre. -Usted necesita esta clase de ayuda y yo puedo brindársela por el tiempo que sea indispensable. Además me haría compañía. Fíjese, vi- vo solo, tengo 52 años, no tengo hijos y no paso sobre saltos económi- cos. Pienso que podríamos llevarnos bien. Repito, hasta tanto mejore su situación. -Mi situación mejorara cuando se vaya el temporal que nos azota y entonces me las arreglaré para escapar de aquel. –sentenció ella y dejé de insistir sobre el tema. -Usted podrá irse cuando quiera, ni antes ni después, cuando quiera. –dije y salí de la casa. Necesitaba ir hasta el bar y beber algo para despejarme de todo este lío que ha ingresado a mi vida para romperme la paz, la tranquilidad de mi soledad. 24
Capítulo IV Pasamos los siguientes tres días, siempre lluviosos, sin hacer refe- rencia a ninguno de los dos temas más inquietante, su situación y la de convivir juntos. Prácticamente no hablábamos de otra cosa que no sean trivialidades. Ella pasaba mucho tiempo en su habitación y yo en la mía. Al día siguiente dejo de llover pero las aguas seguían estando en las calles y seguramente en algunas casas también. Recorrí el pueblo y era estremecedor ver el agua dentro de las casas de los barrios más bajo y la gente lamentándose por las cuantiosas pér- didas ocasionadas por las corrientes de las aguas que se llevaba todo a su paso. Por varios días salía ayudar donde más se necesitaba. Poco a poco las aguas se fueron yendo y el pueblo trataba de rena- cer. Volvieron las clases y en el momento de recreo con las docentes pesqué el siguiente comentario: -¡La busca casa por casa! ¡Anda como loco! –me hice el desenten- dido pero no me la dejaron pasar. -¿Lo sabe usted señor Antonio? -No sé mucho de lo que se habla. –respondí pero lo vi venir a todo tren. -La mujer del policía que se le fue. -Había oído algo así, pero no sé bien. 25
-Claro, si es vox pópuli. –dijo Clarisa. -El tema es –decía Elvira. –Que este loco la va a matar donde sea y con quien este. -Primero tendrá que encontrarla, a lo mejor ya ni está por el pue- blo. –comenté como al pasar. -Nadie ha podido salir del pueblo con este temporal que tuvimos. – dijo una y otra manifestó: -Según se sospecha que está oculta en una casa muy cerca de la suya. -¿Por qué lo dice? –pregunté demostrando un tanto de desinterés por el tema. -Porque dicen que se escapó en pleno temporal y no pudo haber ido muy lejos. -A lo mejor está en mi casa como vivimos tan cerca. –dije y eché a reír cual si fuese un chiste. Chiste que no fue muy bien recibido, pero sí respondido: -No haga chistes señor Antonio, la policía es capaz de todo. -No creo que sea para tanto. –dije y traté de disimular el temble- queo de una de mis piernas, la otra ni se movía. -En este pueblo mandan ellos y hacen lo que quieren. –señaló Cla- risa. –Ya vio usted que no hay intendente ni juez. -De los seis policías que tiene este destacamento, yo creo que debe haber al menos uno que sea honorable y justo. –acoté. -¡Por favor Antonio! –exclamó Elvira y añadió sarcástica: -¡No nos haga reír! -Tiene razón. –convine y enseguida cambié de rumbo: -¿Y cómo está su mamá, Clarisa? -Mucho mejorcito, gracias. -Bueno, se me hace tarde. Adiós y suerte. –dije y escapé de ese círculo todo lo más normal que pude, sin echar nunca la vista atrás. 26
Al llegar a casa la encontré canturreando. Su ánimo estaba en alza. -¿Mates? –ofreció ni bien me vio entrar. Dije que sí y cuando empezamos a matear, dialogamos de trivialida- des hasta que se dio cuenta de que algo ocurría. -¿Qué ocurre Antonio? – frunció el entrecejo. Entonces le conté todo lo que sabía. ¿Qué ocurre Antonio? 27
-¡Hijo de puta! –fue su reacción. -¡No me dejará en paz nunca! –y echó a llorar. Cada vez que ella lloraba, sentía que algo me dolía y no debería do- lerme nada, apenarme por compasión sí, dolerme porque lloraba, no. Sabía que me estaba naciendo un sentimiento hacia ella que me ne- gaba admitir, cada vez sentía más ganas de abrazarla y decirle que ya no sufra más, que todo está bien. Que yo la cuidaré, la protegeré. Que se despreocupe de todo, pero ella, ella no aceptaría mi cariño, no acep- taría más que mi amistad, pero su amistad a mí ya no me alcanzaba, quería más. Mucho más. Repentinamente el mundo viró en un instante que me dejó anona- dado. -¿Puede abrazarme? –su voz sonaba quebrada, apenas audible. Tal vez fuese un pedido de auxilio. La abracé como se abraza a una mujer herida, una mujer sufrida, una mujer a la que el mundo se le había derrumbado. Una mujer abati- da, derrotada y le dije que yo la cuidaría, que la protegería, que no su- fra más que todo estaba bien, que yo siempre estaría a su lado. No sé si oyó porque no respondía. Besé sus cabellos sedosos, besé su frente y nos quedamos abrazados por un largo rato, hasta que nos atrapó la noche sin darnos cuenta. Luego cuando se fue a su cama le pregunté si estaba bien. -Sí, mucho mejor. Gracias. 28
Capítulo V Me fui a mi dormitorio, me acosté con un libro para leer aunque más no sea un párrafo, pero no tenía letras, me eran esquivas. Planté la vista en el cielorraso y la dejé clavada ahí, mientras mis pensamientos, que eran varios y se hallaban en un verdadero un laberinto, buscaban una salida hacia la claridad, desde luego, sin resultado ninguno. Corté la luz y traté de dormir pero el sueño no se dejaba atrapar, era como un diablillo corriendo de un lado a otro hasta no sé qué hora se cansó de vagar y vino hacia mí. 29
Los días transcurrían por los carriles monótonos de costumbre, sal- vo que ella y yo vivíamos en un estado convulsionado todo el tiempo; Nelly encerrada en casa esperando con el corazón en la boca que en cualquier momento aparezca Ramírez a buscarla y yo todo el tiempo pensando en ella. Finalmente sucedió lo que preveíamos que ocurriría. Me detuvieron en plena calle, en plena tarde y eran dos. -¿Últimamente ha visto a esta mujer? –preguntó el primer policía mostrando una imagen de Nelly, mientras que el otro, Ramírez, me ob- servaba con ojos maliciosos. -¡Es la señora de… –dije y apunté a Ramírez. –del señor! La conoz- co de vista pero últimamente no la he visto. –respondí tranquilo como agua de tanque. -¿Cuándo la vio por última vez? –intervino Ramírez. -No lo sé. No lo recuerdo, tal vez de la última vez que hubo clases. –dije y pregunté como buen vecino: -¿Qué ocurrió con la señora? -Desapareció en pleno temporal. –indicó el otro. -¡No lo puedo creer! –exclamé muy sorprendido y acongojado. -En caso que sepa algo, avísenos. -Desde ya que sí. –afirmé y se fueron hacia un lado y yo para el otro. En casa no dije nada, para qué preocuparla. Me estaba brotando por toda la piel del cuerpo, como si fuera sa- rampión, la grata costumbre de llegar a casa y encontrarla en el come- dor, en la cocina, donde sea y además ser bien recibido con una tenue sonrisa pero sonrisa al fin. Tenía una mirada transparente, una dulce voz melancólica y esta vez, fui sorprendido grandemente, se había puesto elegante, sus cabe- llos claros bien cepillados estaba ligeramente maquillada, en otras pa- 30
labras, estaba realmente precioso que me deslumbró, me hizo emocio- nar. -¿Qué ocurre Antonio? –preguntó al darse cuenta de mi conmo- ción. -Pues, yo… ¡Estás preciosa! –dije lo que pensaba, lo que sentía realmente aunque me ardió un poco la mejilla por decirlo como lo di- je, con embeleso. Ella me miró in- tensamente y con mucha seriedad y yo me dije ¡Es el fin del mundo! Lo eché to- do a perder y ahora viene la reprimenda. Pero ella en vez de hablar, me susurro muy cerca de mi ros- tro: -¡Se diría que es- tás enamorado! Fue como meter el dedo en la llaga, tocar la herida que tenía abierta por su presencia, por su esencia en toda la ca- sa y verla y nada más. Entonces, algo Se diría que estás enamorado! en mí estallo, algo que estaba inflado y 31
no daba más y me dije ¡Que sea lo que Dios quiera que sea! La tomé de los hombros, la atraje hacia mí y la besé en la boca apasio- nadamente. Ella no se quedó pasiva como pensé que lo haría, recibió y dio de la misma manera. Era pasión contra pasión. Había fuego en nuestras bocas, fuego en nuestros cuerpos. 32
Las luces del cielo se encendieron todas e iluminaron nuestras al- mas que estaban afligidas, marchitas por los acontecimientos que ve- níamos padeciendo, más ella que yo. Cuando nos separamos por unos milímetros, nuestros labios estaban pálidos por la presión del beso, pe- ro sentíamos a nuestros corazones contentos y dichosos al fin. ¡Te quiero! Iba a manifestarle con toda el alma pero tan solo un ins- tante antes llamaron a la puerta con tanta brutalidad que casi morimos de un sincope. En un suspiro pasamos de la euforia pasional a la locu- ra del miedo. Me armé de coraje y salí al escenario. -¿Quién es? –pregunté a la hora que las luces del atardecer se apa- gan raudamente. -¡Soy yo! ¡Abrí por favor! –quedé estático como una piedra. Si hubiese podido abrir la boca y hablar, lo hubiese hecho. Mi de- seo en ese instante era ¡Trágame tierra! En una dimensión paralela de otra galaxia muy lejana me llegaba la voz de Nelly preguntando quién era y qué ocurría. Quise decirle que era mi ex esposa, pero me faltaba la voz y la fuer- za para abrir la boca, hasta que ella presionó fuertemente mi brazo y me devolvió a la realidad y entonces confesé quien era. -Tendrás que abrirle. –sugirió Nelly. Una quería que la dejase entrar, la otra exigía que le abriese la puer- ta. Sin más chances a mi favor, hube de abrir esa puerta. Laura Isabel entró a la casa como si aún fuese su casa, pero ella la abandonó hacía poco más de un año ¿Y no se daba cuenta? Tapado marrón oscuro, zapatos de tacones altos, la cartera de Louis Vuitton en una mano y en la otra la maleta de cuero gris que una vez le regalé, así se presentó y su mirada, de un verde oliva, traspasó mi per- sona y se detuvo en la de Nelly. 33
-¿Qué hace ésa acá? –dijo cuando salió de su asombro y espanto. -Es mi mujer. –declaré con orgullo y me planté. -¡Tu mujer soy yo! Entonces exploté a carca- jadas y no eran carcajadas fingidas. Ambas señoras estaban serias, por distintos motivos pero muy serias. No sé por qué se me ocurrió pensar que en cualquier momento se abalanzaban una contra la otra diputándose el lugar de ¡Tu mujer soy yo! la casa y también el hombre que las dividía y las enfrenta- ba, pero mi fantasía no tuvo eco -Bueno, no me importa –manifestó Laura guardando sus garras- Es- toy cansada y no deseo discutir ahora. -Buena decisión –dije y le aclaré que tenía que irse. -¡Cuando me des lo que me corresponde, me iré! –dijo con un aire de furia. -No sé qué te corresponde. Todo lo abandonaste. -Veremos que dice el juez de paz mañana. –manifestó Laura como si el caballo ganador fuese el de ella. -Muy bien, esperemos a mañana, ¡Mientras tanto te marchas de acá! 34
-¿Dónde quieres que me vaya si no hay un puto hotel en este pue- blucho de poca monta? -No es problema nuestro. –respondí tranquilamente. Y entonces intervino ella. -Puede quedarse en el dormitorio de atrás. –señaló al momento que se aferraba a mi brazo. Estuve cerca, muy cerca de negarme pero enseguida capté que ella y yo dormiríamos juntos por primera vez y entonces acepté encantado de la vida. -Espero que haya sabanas limpias. –proclamó Laura. -Las habrá, pero mañana a primera hora te marchas. –le indiqué con el ceño fruncido y pusimos punto final a la función. Eso creía. -Te debo una explicación. –habló Laura antes de irse a su cuarto. -No me debes nada. -Querrás saber por qué me fui. –insistió ella. -No quiero saber, no me interesa. –respondí y me fui a mi dormito- rio mascullando algo de rabia. Ambas mujeres se quedaron a solas. No sé qué harían o hablarían pero se tardaban demasiado. Esperé hasta el infinito que se abriese la puerta y apareciera Nelly diciendo ¡Acá estoy! Y se acostase en mi ca- ma conmigo. El tiempo iba dando vueltas y más vueltas como una vieja calesita desgastada. Tres veces me levanté y fui a pegar el oído a la puerta para escuchar si venía. Mi ansiedad y desespero aumentaban como leche hervida, mi fasti- dio también. Estaba perdiendo el foco. Después de un tiempo se abrió la puerta sigilosamente y Nelly se anunció con voz suave, melosa que me hizo estremecer y desaparecer todo mi fastidio. 35
-¡Acá estoy! –no dije nada, no podía hablar, solamente observar. Primero se quitó la blusa y pude apreciar la forma de su busto, extraordinario y perfecto. Luego desabrochó el pantalón con lentitud co- mo si fuese un show y yo tuviese toda la vida por de- lante para esperar. Se los fue bajando y mis ojos bri- llaban tanto que a la final se me hizo una bruma. Veía borroso por la emoción. De- bajo la sabana mi cuerpo temblaba ligeramente. Una corriente eléctrica recorrió mi espina dorsal cuando se metió a la cama y juntó su bello cuerpo desnudo con el mío. 36
Capítulo VI El actor principal se negó salir a escena. La comedia pasional fraca- so antes de subir el telón. La emoción y el miedo de que todo fuese irreal, me ataron de pies y manos. Apagué la luz y lloré pidiendo disculpas y ella, ¡Ángel caído del cielo! Comprendió la situación y se quedó abrazada a mi insignifican- te cuerpo acariciándome maternalmente hasta que nos dormimos tipo cuatro de la madrugada. Al día siguiente hice el desayuno y se lo llevé a la cama. Ella des- pertó, me miró y sonrió dulcemente. -Tenemos que hablar de anoche. –manifesté con cierta vergüenza y dolor. -Ya te dije que lo entiendo, es la primera vez entre nosotros y… -¡No!, el tema es otro; ¿qué hablaron tanto con mi ex? -¿Te intriga saberlo, cariño? –habló tan tierna y tan dulce y encima añadiendo la palabra “Cariño” que más nada me importó del mundo. -Ya no. –sostuve y le di el primer beso del día. -Hablamos de nuestras historias –expuso igual y sonriendo añadió: -Pero nada serio de usted, señor. -Ya que estamos hablando de ese tema, ¿Contó por qué me dejó? -Dijo que ya no te amaba pero que eres un buen hombre. -¿Y qué más? 37
-Nada más. Después todo era ella, ella y ella. -Por supuesto, es su forma de ser. –convine y cambiamos de tema. Diez minutos después ella me invitó a meterme a la cama de nuevo. No hacía mucho tiempo que había salido de ahí, pero no se lo dije. Acepté de nuevo el desafío, porque ya era un desafío para mí, me des- vestí y me tiré a la pileta una vez más y me encomendé al Todo Pode- roso y a los Benditos Santos del Cielo para que todo vaya sobre rieles como debe ser y no descarrile otra vez porque en ese caso, me suicida- ría. Todo sucedió como tenía que ser. No fue una cosa ni muy, muy, ni tan, tan. Digamos normal. Sobre el mediodía fuimos con Laura a ver al juez de paz para que le demuestre a ella, según las leyes establecidas en este país, que quien se va de “Sevilla pierde su silla”. Ocurrió que el juez de paz (En estos poblados de escasos habitantes es quien resuelve todos los conflictos que requieren de la justicia), ha- llábase de cortas vacaciones y había que esperar siete días a que vol- viese, según informaron en su despacho. Al salir a la calle se lo dije sin preámbulos:, nos veremos en siete días aquí. Adiós. -¡Espera! ¿Dónde crees que me voy a alojar? -Eso no lo sé. –dije y seguí andando mientras ella me seguía como un pichuchu abandonado pero a los ladridos limpios. -¡No me puedes dejar en la calle! La gente del pueblo que le encanta el chismerío, con esta comedia estaba de parabienes. Todos veían y escuchaban lo que pasaba. -Lo hubiese pensado mejor un año atrás. –señalé sin voltear ni dete- nerme. -¡Sinvergüenzas! ¡No tienes compasión ni corazón! –chillaba como una cotorra y para que todos se enterase, metió una que fue como una 38
puñalada al hígado. -¡Pobre mujer la que tienes en tu casa, lo qué le espera! Seguí andando como si nada ocurriese, pues las ventanas, puertas, paredes, árboles y de más, tenían ojos y oídos, había que disimular el tiro de sus palabras. -¡Ja, ja, ja! –carcajee echando una fugaz mirada en circunvalación y sí, el público estaba ahí, atentísimo. -¡Deja de decir estupideces que no te quedan bien! Y sin que nadie oyese, le dije a media voz: -Vamos a casa y ahí hablaremos. –propuse mostrando una tranquili- dad que ni por asomo tenía. -¿Qué ocurre? ¿Temes que toda la gente se entere? -¡En casa, por favor! –señalé y apuré la marcha a grandes zancadas que le aventajé en media cuadra y ya no podía seguir diciéndome co- sas, al menos dejé de oírla. En casa abrió la bocina y se despachó a gusto: -¡De qué huyes, cobarde? -¿No sé de qué? –y mandé una risita falsa. Nelly observaba sin entender y con ansias de saber. -Me es muy extraña esta situación –dijo Laura cuyos ojos filosos apuntaban a Nelly. -¿Qué están extraño? -La mujer del policía conviviendo con mi marido ¿Desde cuándo? Se hizo un silencio largo donde las miradas hablaban, luego dije: -Ex marido, querrás decir. –traté de corregir su gran error. -¿El pueblo lo sabe? -Sí, todo el mundo sabe que te fuiste hace un año y con otro tipo. -¡No me tomes por idiota, imbécil! Ella siempre fue así, poniendo énfasis en las humillaciones. -¡Hablo del policía! ¿Sí sabe que ella está acá? 39
-Sí, lo sabe. Así que ya no tienes el privilegio de salir corriendo a contárselo. -¡Querido, nunca fuiste bueno para mentir! Pero no diré nada al res- pecto con una condición. -¿Qué es lo que quieres? –ladré como perro rabioso atado a una ca- dena. -¡La mitad de nuestros bienes! -Esa mitad que reclama, usted la perdió señora el día que abandonó la casa. –repliqué con firmeza pero ella tenía los ases. -Pero ahora la recu- peraré –dijo triunfante y miró a Nelly como su carta salvadora: -¡Y ahora atrévete a echar- me de la casa! –desafió y se fue al dormitorio de atrás. Se me hizo un nudo en la garganta de tanta bronca que no pude responder como hubie- se querido. Al quedarnos solos, con Nelly nos abraza- mos como dos herma- nos huérfanos. Con Nelly nos abrazamos 40
Capítulo VII -Tienes que comer algo. –sugirió Nelly antes de que me fuera a ver cómo están las escuelas, pero mi estómago estaba cerrado. Le di un beso en la frente a la mujer que me tenía ilusionado y salí de la casa echando palabrotas a la otra mujer que me tenía a maltraer. Luego de las escuelas, eché una copa en el famoso “Club Alumni” para esclarecer las ideas y el policía Ramírez que también estaba allí, pero de ci- vil, me miraba a la distancia, a lo perro rabioso. Cuando no pudo más, vino hacia mí antes de que yo escapase. -¡Lo noto preocupado, profe- sor! –expresó con falsa mo- destia. –Lo invito a una copa ¡Vamos! -Le agradezco pero ya bebí la cuota diaria. –y manifesté mi apuro. -¡Claro, Claro! En casa lo es- pera su linda mujercita. –tiró sarcásticamente y le vi los Me miraba a la distancia ojos enrojecidos, no supe si era por la bebida, el tabaco o por el recelo hacia mi persona. 41
-Verdaderamente no le entiendo. –dije con las cuerdas tensas de mi violín y lo miré con cara de piedra. -Digo, ha regresado su mujer ¿No? -Pues… ¿Qué sabe usted? –hablé aflojando un par de cuerdas. -¡Y qué es lo que no se sabe en este pueblo! –manifestó como sa- biondo y reflexivo subido a un pedestal del cual lo bajé de un soplido que lo dejé pálido. -Por ejemplo su mujer, ha desaparecido y no se sabe dónde está. Me miró como estudiando el mapa mundial sin un hilo de compren- sión, de igual manera lo que dije lo enarboló mucho más por dentro, pues se puso rojo de ira y los ojos parecían explotársele en cuestión de segundos. Pero el sargento Ramírez era un hueso duro de roer. Se re- compuso y manifestó públicamente: -La encontraré porque sé que esta oculta en alguna casa, acá hay muchos tipos que viven solos y si la encuentro con alguno… buen, imagínese. -Muy bien -dije un son de retirada y agregue: -le deseo suerte. -y salí tranquilamente. Afuera, la noche se había puesto fría. En casa las mujeres estaban en tareas distintas. Nelly cocinaba y Laura leía un libro. El diccionario de la Real Academia Española contiene más de ochenta mil palabras, pero esa noche, en la cena no empleamos ningu- na de ellas. -He tomado una decisión -expuso Nelly ya metidos en la cama. -Cuál? -pregunté e intuí un problema a la vista. -En la madrugada me iré de acá. -Pero ¿Qué dices mujer? -me sobresale y me senté en la cama para mirar la mejor. -Tu ex te acorrala por mi culpa. -No permitiré que te vayas -señalé y agregué: -Tendrá que irse ella. 42
Mañana mismo la echaré de mi casa. -Comprende que si lo haces, irá a contarle a Ramírez. -Entonces tendré que arreglar cuentas con él, sino nunca nos dejará en paz. -¡No por Dios! Ramírez es un hombre temerario, es violento y no mide consecuencias. ¡Debes evitarlo! -Entonces estamos entre la espada y la pared. -¡Déjame que me vaya, te lo suplico! -No quiero que te vayas. Quédate, haremos frente a lo que venga. - dije y la abracé con ternura. -¡Te quiero! -susurró y se me aflojaron las bisagras. En el “Te quiero” me quedé pensando que fabulosa frase, tan simple y a la vez que poderosa es. “Te quiero” es la llave que abre las puertas de la esperanza, de los sueños, la fe, el amor. Las palabras “Te quiero”, borra viejos rencores, zurce heridas abiertas y le brinda al corazón un horizonte diferente y mejor. Al día siguiente la hallé en la cocina desayunando. -El juez de paz me dará la razón. Usted abandonó el hogar, yo no. - fue el dardo que arrojé a modo de “buen día”. -Él sabe cómo fueron los hechos. -¿Me denunciaste? – preguntó arqueando las cejas. -Hubieses hecho lo mismo, es lo que corresponde. -No diré lo que pienso de un hombre insignificante como el que ten- go ante mis ojos, pero sí te diré que esta batalla la des por perdida. -Con que lo llamas batalla ¡eh!. -Y te doy a elegir ¡Tu hermosa concubina o la casa! -No te saldrás con la tuya! -advertí con severidad. -Tengo la carta de triunfo que se llama Ramírez, si no quieres que ponga esta carta sobre la mesa, te recomiendo que te marches con esa 43
mujer cuánto antes. -Tenemos que esperar al juez de paz que… -Ya no me interesa y esta disputa la doy por finalizada. –expresó con cierta autoridad y dando un portazo se fue a la calle. Nelly apareció y dijo lo que más me temía. -¡Lo escuché todo! -No temas, no hará nada. Sólo cacarea. -quise tranquilizarla pero ni yo mismo me creía lo que decía. -La culpa es mía por venir a molestarse. -declaró compungida. -No lo creo -y entonces me extendí a gusto- Nosotros, las perso- nas, si bien planeamos nuestras vidas, es el destino quien decide. Po- demos hacer un bosquejo de lo que pensamos y queremos, pero la últi- ma palabra la tiene el destino. Entonces nada de lo que suceda o puede suceder está en nuestras manos, sino en las de él. Si te vas nada cam- biará, tu marido te encontrará tarde o temprano. Te pido que acepte- mos las cosas como son. – por toda respuesta, ella vino hacia mí y me abrazó fuerte y con los ojos claros humedecidos prometió quedarse a mi lado. -Creo que ya no podría dejarte aunque quisiera. -susurró con sus labios en mi mejilla. No hice otra cosa mejor que besarla con ternura y amor. Después le dije: -¡Es la fuerza del destino lo que nos une ahora! -Comienzo a creerlo -dijo- Hace apenas unas semanas atrás no nos conocíamos, aunque de tanto en tanto nos cruzábamos por ahí, pero tienes razón quién iba a decirlo. Después almorzamos sin Laura, no había regresado aún. Luego me preparé y fui al trabajo. Allí, en las horas de clases, mi mente estaba en otro lado y trabajando a fondo. De este trabajo extraje que debía cortar por lo sano. Iría a casa y la pondría de patitas en la calle. Así sea a em- pujones y en ese instante maldecí la hora que la dejé entrar. 44
Llegué a casa decidido a todo. -¿Dónde está? -Aún no ha regresado. -respondió Nelly. -¡Perfecto! –dije y fui echando llave y pasadores a las puertas y ventanas ante los ojos acerados de Nelly que preguntó qué hacía. -¡Esa mujer no entra más a mi casa! –respondí y luego me senté en el sillón mirando hacia la puerta de calle, esperándola. Mi paciencia para con ella hallábase agotada. Alrededor de las 20 horas intento abrir la puerta con su llave y no pudo hacerlo, entonces golpeó. Espero un minuto, golpeó más fuerte y gritó: -¡Abre, sé que estás ahí dentro! Me acerqué a la puerta y ladré: -¡No vas a encontrar! ¡Se acabó el juego! -Muy bien, ¡Esto te acarreará graves consecuencias! ¡La vas a pa- gar! –amenazó y la oí alejarse. -¿Sabes lo que ella va hacer? –se preocupó y atemorizó Nelly. -Desde luego, irá a la policía. Esta mujer es capaz de todo. –dije y agregué para tranquilizarla: -Pero no pasará nada. Despreocúpate. Acto siguiente fui al dormitorio seguido por Nelly y hurgué en el guardarropa, entre mis pertenencias hasta dar con ella. Cuando Nelly vio el arma exclamó: -¡Dios mío! ¿Qué haces? -Por las dudas ¿La reconoces? –pregunté mostrándosela. -¿Acaso esa arma es de…? –trastabilló en las palabras. -Sí, la tomé aquella noche que fui por tus cosas. -¡La robaste! -Estaba allí y se me ocurrió de repente. -¿Qué piensas hacer con ella? 45
-No lo sé. ¿Sabes cómo se usa? -dije girando el arma de un lado a otro. -Creo que ahí tiene el seguro y el cargador creo sale si le haces así. –enseñó sin tocarla, la miré con asombro por los detalles. –Vi muchas veces a Ramírez desarmarla y limpiarla. Ahora yo creo que… -¿Qué? -Tienes que devolverlas. -Demasiado tarde. Ni loco regreso a esa casa. –dije y afirmé: - Pienso quedármela. -¿Para qué la quieres? -No sé, pero me siento mejor con ella. –respondí y cerramos el te- ma. En el recibidor, guardé el arma debajo el almohadón del sillón y me senté a esperar los eminentes acontecimientos a desencadenarse que nada bueno traerían. Nelly también presagiaba este porvenir. -¡Carlos Antonio, te ruego que nos vayamos esta misma noche! -Ojala pudiéramos, pero no es el momento de irnos. Somos perso- nas grandes, no chiquillos improvisados. Tenemos problemas que re- solver. Problemas que debemos enfrentar. No podemos irnos ahora. -Si el problema es enfrentar a Ramírez, desde ya te advierto que es un hombre incivilizado, inescrupuloso y salvaje. No le teme a nada ni a nadie, te digo que no lo puedes enfrentar. Mejor olvídalo. –Nelly ha- blaba con la voz de la desesperación y para calmar un poco sus nervios hube de fantasear. -Yo también suelo ser un hombre peligroso, según la circunstancia lo demande. –no demasiado, pero un poco me convencí de mis propios dichos. -Haré un té de tilo. –indicó Nelly y fue a la cocina por ello. Mientras tanto me planteé a qué se debe que Ramírez sea superior a mí ¿Por qué es policía y maneja un arma? Yo también puedo manejar 46
un arma. –me dije y palpé debajo el almohadón en cuestión- Es incivilizado, salvaje, temeroso… Esas condiciones ¿Lo hacen mu- cho más fuerte que yo? No, no lo hacen más fuerte ni poderoso, la diferencia ra- dica en que el sujeto está acostumbrado a la violencia y la ejerce. En cambio yo soy partidario de la no vio- lencia. Pero cuando las pa- pas queman y hay que ape- chugar… trataba de darme coraje a fuerza de pensa- mientos constructivos, aun así costaba mucho escalar la montaña de la realidad. Nelly también me trajo un té de tilo ¿Habrá notado mis nervios de punta? Se sentó a mi lado y ambos Trataba de darme coraje permanecimos en el mayor de los silencios y mirando hacia la puerta de calle toda una vuelta entera de reloj, que sería por donde se vendría el torrente. 47
Capítulo VIII Cerca de la medianoche, sin que hayan sucedidos sucesos extra- ños y conflictivos, nos fuimos a la cama a dormir. Ella se abrazó a mí como si yo fuese su mejor almohada y la sentí ligeramente estreme- cida, su cuerpo temblaba junto al mío. Finalmente me dormí pero a las tres de la madrugada, porque miré el marcador, alguien intentaba tirar la puerta abajo y no procuraba ser cauteloso. Nelly también des- pertó y exclamó: -¡Es él! Si yo hubiese dejado la puerta original que tenía la casa cuando la adquirí, posiblemente la hubiesen tirado abajo, pero la cambié por una puerta de roble maciza como a la puerta de atrás y las ventanas para que nos abrigasen un poco más del frío que hace por las noches invernales de estos parajes. De modo que para derribar la puerta ten- drían que venir con una topadora. -Quédate aquí. –le dije a Nelly y sigiloso y sin encender ningu- na luz me llegué hasta la puerta y con el arma en mi diestra. De repente los golpes cesaron y oí murmullo de voces que no distinguí, y pasos que se alejaban. Luego regresé a la cama. Todo es- taba en orden, menos nuestros corazones. Al otro día Nelly me pidió una vez más que nos fuéramos del pueblo. -Pero ¿Adónde iríamos? -En la provincia de Córdoba tengo una casa. –expresó con entu- siasmo. –Conozco gente, conseguiremos trabajo. Podremos vivir bien y tranquilos. 48
Un cambio de aire me vendría bien y por varias razones, si en diez años no he podido progresar ni un centímetro en esta población, no solamente anclada en la llanura pampeana, sino detenida en el nido del tiempo, ya no lo haría. No se trata de que haya perdido el tren de las oportunidades, no pasa por esa vía. Conozco gente desde el pri- mer día que llegué que continúan de la misma forma, el mismo traba- jo, la misma bicicleta, el mismo auto viejo y casi, casi hasta la misma vestimenta. Echando una simple ojeada a la población, es un estar y envejecer. Porque la mayoría no se moviliza y le gusta quedarse en el casillero que está o le tocó en esta vida. Tal vez sea porque en estos parajes se respira mucha paz y se vive muy tranquilo. Tranquilo hasta que uno se cruza por el camino a una mujer como Nelly perseguida por un hombre malo y uno creyéndose héroe o no sé qué, se interpo- ne en ese camino para salvar a la mujer, como en las historia románti- cas de ficción, solo que esta no es ninguna ficción. Por eso accedí: -Sí, nos iremos cuanto antes, pero primero déjame arreglar algu- nos asuntillos como por ejemplo lo del trabajo. No puedo dejar a esos chiquillos de un día para otro. Después tengo que solucionar el tema con mi amada ex y lo que es más importante es arreglar este conflicto con Ramírez porque si no el tipo nos perseguirá y nunca estaremos en paz. -¿Y qué piensas hacer con relación a él? -Le hablaré y veré que entre en razones. –dije pero sabía de ante- mano que era una misión difícil y muy arriesgada. Nelly había depositado toda su confianza en mí y yo siempre mos- traba un as en la manga para tranquilizarla y algunas veces lo logra- ba. Antes de salir para el trabajo le recomendé una vez más que cerra- ra las puertas y ventanas hasta mi regreso. Me despedí con un beso y partí. 49
No más doblar la primera esquina que lo vi, pero hice como que no. Igualmente se tomó la molestia de seguirme a cierta distancia. Vestía de civil por lo que se me ocurrió que igual podría portar el ar- ma, pero Ramírez no hizo más que eso, seguirme por lo cual deduje que este sujeto estaba trastornado y con alguna virola suelta. Me dirigí al correo a echar una carta al Ministerio de Educación solicitando mi traslado a la provincia de Córdoba y de ahí pasé por el Club Alumni por un aperitivo y de nuevo hacia casa. Anochecía y tres esquinas antes de cruzar las vías del ferrocarril apareció Ramírez con otro sujeto, ambos de policías. -¡Con usted quiero hablar! –me atajó con cierta prepotencia y le noté cierta pica en el tono áspero de su voz. -¿Qué desea? –pregunté sacando chapa de alguien que no tiene por qué atemorizarse ni cohibirse delante la policía. -¿Dónde está mi mujer? –fue derecho al grano y eso me gusta de la gente que no da rodeos, solo que en este caso era distinto. Advertí su mirada maliciosa y como apoyaba su diestra en la funda del arma y el otro sujeto como blandía el garrote. -No sé de qué me habla. –respondí sin amilanarme, pero por dentro… -¡Sé que está escondida en su casa! –señaló drásticamente y su mirada maliciosa se convirtió en la de un asesino. Le ofrecí una respuesta que lo desconcertó por un instante que no supo que decir. -No, no está en mi casa, pero vengan conmigo y cerciórense por ustedes mismos. -¡Sí, vayamos! –dijo el otro entusiasmado. -Desde luego que debo de advertirles que como no tienen orden de allanamiento –hablé mostrando una carta brava que no tenía. – Entran a mi casa y no encuentren lo que buscan, deberé informar en 50
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