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Amazur Xavier Frías-Conde

Published by Chacana Editorial, 2020-05-24 14:01:30

Description: Amazur Xavier Frías-Conde

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—¿Cómo es que le hablas a tu cabello? Olalla se rio. Luego respondió: —Acércate a él, pero no demasiado, no vaya a ser que te lleves una sorpresa. Amazur obedeció, manteniendo una cierta distancia. Lo que vio entonces la dejó de piedra. Los cabellos parecían tener vida, se movían por su cuenta. —Parecen... parecen... parecen... —quiso decir Amazur. —¿Gárgolas? —concluyó Olalla. —Eh... sí, ¿no? —Verás, tengo gárgolas como cabellos, pequeñas gárgolas. Por eso tengo que llevarlas cubiertas —comentó Olalla—. De todos modos, mis gárgolas no atacan, solo que se pueden meter en el ojo de quien las mira de cerca, son curiosas. Por eso llevo siempre el cabello cubierto. Amazur se preguntó si sus propios rizos llegarían a convertirse algún día en gárgolas. No le hacía ninguna gracia esa posibilidad. Olalla se volvió a colocar el gorro. Luego continuó explicando: —Soy una descendiente de las gorgonas. —¿Gorgonas? —preguntó Amazur. —Las gorgonas son unos seres mitológicos que 43

causaban terror. La más famosa es Medusa, cuyos cabellos eran serpientes... —explicó Filipo. —¿Y tú cómo sabes tanto? —preguntó Amazur. —Pero, ¿tú qué te crees? —reaccionó Filipo—. No soy un simple burrito, soy un burricornio culto, con acceso a internet... Amazur ya no se atrevió a preguntar a Filipo cómo accedía a internet. ¿Usaría el cuerno como rúter? Pero entonces, Olalla ya encendió el motor y anunció: —Nos volvemos a tu casa, Amazur. —¿Estás segura? —¿Lo estás tú? Amazur no sabía qué decir. Ella creía haber entendido que la magia le había hecho conocer tanto a la bruja como a Filipo, aparentemente ambos habían aparecido en su camino por algún motivo. Y con esos pensamientos, la camioneta se puso en marcha y unos minutos después, el bamboleo y el calorcito dentro del auto llevó a Amazur al país de los sueños. Por suerte para ella, tenía al lado a Filipo, cuyo pelaje era suavísimo y resultaba mejor que cualquier peluche para conciliar el sueño. 44



6 Aquella mañana, toda la ciudad despertó con el tráfico pitando por todas partes. Era siempre así. El tráfico era la peor pesadilla, pero la gente ya estaba acostumbrada a pasarse horas y horas dentro de sus coches, parada, a la espera de que las filas avanzasen. Las bocinas de los autos sonaban desesperadas. Pero no servía para nada, los atrancos son parte de la rutina de mucha gente. Pero aquella vez algo iba a ser diferente. Algo iba a cambiar. Por la avenida más grande de la ciudad, donde más vehículos había, donde más gente se desesperaba, apareció alguien que no conducía un coche, sino un patinete. Sin embargo, si solo fuese que viajaba en patinete, casi ni sería noticia, lo más alucinante era que el patinete flotaba por encima de los vehículos. 46

Y quien lo manejaba era una mujer con un gorro de lana. No había duda de que era una bruja, porque nadie vuela en patinete por los cielos de la ciudad. Por un momento, todos en la avenida dejaron de darle al claxon. Todos se quedaron de piedra contemplando aquel patinete que volaba por encima de sus cabezas. En un cierto momento, un niño que iba al colegio con su madre, gritó: —¡Yo quiero uno de esos! Enseguida un coro de voces de chicos y chicas que salían de los muchos autos que llevaban niños gritaron: —¡Y yo! —¡Y yo! —¡Y yo! Pero no todos los que gritaron eran niños, también había adultos que pensaron que, si tuviesen un patinete volador, no tendrían que aguantar más embotellamientos. Aquel día, en las noticias del telediario salieron imágenes del patinete volador con la bruja que lo conducía. Nadie sintió miedo, más bien envidia. Quién tuviera un patinete así, pensaron todos. Sin embargo, ¿cómo era posible que una bruja volase en patinete y no en una escoba, que sería lo más normal? Esa es una historia que había empezado unos días 47

atrás, antes del episodio del patinete que volaba por encima de los autos. Como todas las brujas, intentaba pasar desapercibida en la ciudad, porque en los tiempos modernos, las brujas y los brujos se visten más o menos como el resto de la gente. Eso no quita para que la bruja se vistiese a veces de un modo bastante extravagante, con pantalones de flores ceñidos por arriba y sueltos por abajo. Pero esas cosas, en las grandes ciudades, ni se notan mucho, pues cada uno viste como quiere. Cierta mañana, la bruja sacó su escoba del cobertizo, se montó en ella, soltó un conjuro de invisibilidad y se echó a volar por los cielos de la ciudad camino a su trabajo. Tienen que saber que ella, como todas las brujas y brujos, tiene un trabajo, pues en la sociedad moderna no se vive de hacer conjuros, eso queda para la intimidad. Cada uno hace lo que puede. Nuestra bruja, por ejemplo, trabaja de paseadora de perros. Para ella es un trabajo fantástico, ya que, disimuladamente, les lanza un conjuro y los animales se calman tanto que no sueltan ni un ladrido. Después, hacen pipí y caca justo donde la bruja les indica y hasta les enseñó a recogerse sus cacas en las bolsas de plástico, así ella no tiene que agacharse a recogerlas, pues la pobrecilla tiene problemillas en las articulaciones. 48

Pero volviendo al día de los hechos, en aquella ocasión la bruja volaba con su escoba mágica por encima de los autos. Pero, por mucha atención que se ponga, es imposible evitar todos los obstáculos que surgen durante el vuelo. De ahí que la bruja no viese a la gaviota que volando a baja altura se chocó contra ella. Fue un golpe tremendo. El resultado fue que la bruja aterrizó en un jardín causando un gran estruendo. Enseguida intentó pararse, pero notó que le dolía mucho la espalda. Entonces, a su lado, una vocecita de niño le dijo: —¿Quiere que la ayude a levantarse? La bruja alzó la vista y se topó con un muchachito de no más de diez años que la contemplaba todo serio. —Por favor. El muchacho tiró de la bruja cogiéndola de las manos, pero la mujer pesaba demasiado para él. Pese a todo, el muchacho no se rindió, entró en el cobertizo y salió con un montacargas que él mismo conducía. Introdujo los hierros por debajo del trasero de la bruja, lo más delicadamente que pudo, y la levantó ligeramente. La mujer solo tuvo que poner los pies en el suelo y ya estuvo en pie. —Gracias, pero ahora debo de irme, que voy a llegar tarde —dijo la bruja. 49

—¿Y cómo pretende irse, volando en esa escoba? — preguntó el muchacho. Solo entonces la bruja se dio cuenta de que su escoba estaba rota en cuatro cachos y que aquello no había magia que lo solucionase. —¿Es usted bruja? —Sí. Y tú, ¿cómo te llamas? —Baldo. —Un placer, Baldo. ¿No tienes miedo de mí? —¿Por qué? —Porque soy una bruja. —¿Acaso come niños crudos? —No. De hecho, soy vegetariana. —Yo me dedico a reparar máquinas y crear otras nuevas. Es lo que más me gusta hacer. —¿Y por qué no estás en el colegio? —Porque alguien vertió un frasquito con semillas de plantas carnívoras y han ocupado todo el edificio. Aún están buscando un explorador con machete para que abra paso. —Ah. Qué cosas hacen los niños de hoy en día. La bruja consultó su reloj, que era de bolsillo, como no 50

podía ser de otra manera. —Buf, qué tarde es, ya no llego al trabajo. —Coja un bus. —Como no sea mágico, ya me dirás cómo paso yo por encima del tráfico. Es hora punta, mijo. Entonces, el muchacho se rascó la cabeza y dijo: —Espere, creo que tengo algo que le puede servir. Baldo entró en el cobertizo y salió poco después con un patinete. —Pruebe a viajar en este patinete. —¿Es una broma? Si no es mágico, no me sirve. —Señora, ¿sabe por qué las brujas vuelan en escobas? La bruja se quedó sin respuesta. No lo sabía. —Verá, antiguamente, las escobas eran lo único que todo el mundo tenía a mano. Además, solían ser muy ligeras. Como las brujas y los brujos no pueden volar sin más, necesitaban un objeto ligero que poder embrujar fácilmente, porque si fuese pesado, requeriría demasiada magia. De ahí que las escobas, objetos cotidianos, se convirtiesen en vehículos fácilmente conjurables. —No lo sabía. ¿Y cómo es que sabes tanto? —Porque leo mucho. 51

—¿Y por casualidad no tendrás una escoba en casa que me puedas prestar para que la hechice? —Lo siento, pero no. Tenemos un aspirador, que es muy pesado y poco práctico. —Ya entiendo. —Pero este patinete es bien ligero. Vea, lo construí yo mismo con pasta de macarrones. Mire, no pesa nada. La bruja cogió el patinete entre las manos y lo levantó sin esfuerzo alguno. —¡Qué maravilla! —exclamó. —Ande, hechice el patinete y corra al trabajo. La bruja no se lo hizo repetir. Lanzó un conjuro sobre el patinete. Después se montó en él y enseguida echó a volar, pasando por encima de los autos. Y así fue como toda la ciudad había visto a aquella bruja volar en su patinete... Al día siguiente, la bruja volvió donde Baldo. Ya era sábado, de modo que el muchacho estaba sin duda en casa. —Buenos días, chico. Vengo a devolverte el patinete. Gracias a ti, ayer salvé mi trabajo. El muchacho sonrió, pero antes de nada le mostró en su celular las noticias del día anterior en el noticiario. Ahí la bruja pudo verse volar por encima de los coches y el lío que se montó en la ciudad. 52

—Vaya —exclamó—, iba tan entusiasmada que me olvidé de echar un conjuro de invisibilidad. Pero eso no sucederá de nuevo. Ya me he comprado una escoba nueva y voy a conjurarla... —¿Y no preferiría quedarse con el patinete? —preguntó Baldo. —Claro que sí, pero es tuyo. —Quédese con él, insisto. Yo me hago otro patinete en media hora. Además, estaba pensando en fabricar el siguiente con pasta de chicle, para que sea aún más ligero. —Es increíble, Baldo. Pero ahora tienes que olvidar que me has conocido, por tu bien. Y sopló unos polvos mágicos sobre el rostro del muchacho. A continuación, la bruja besó a Baldo en la mejilla, se montó en su patinete y se fue volando por los aires. Pero a Baldo no se le olvidó nada. Sospechaba que la bruja haría algo así, por eso se había puesto una máscara transparente en el rostro. Justo entonces, Baldo vio la escoba de la bruja en el suelo. La bruja se la había dejado olvidada. Era una escoba normalita, pero ya estaba conjurada, ya podía volar. Baldo tuvo entonces una idea. Usaría la escoba como timón de un patinete y construiría el resto a partir de ella. Así, podría él también volar. Y sin pensárselo dos veces, se puso manos a la obra. 53

*** De repente, Amazur abrió los ojos. La historia de Baldo había sido un mero sueño. ¿O no? —¿Tú vuelas en patinete? Olalla no se esperaba aquella pregunta. Reaccionó pegando un frenazo y el carro se salió de la carretera, cayendo a un arroyuelo al borde. No les pasó nada, pero la camioneta sí quedó tocada. De hecho, quedó inservible. 54



7 Olalla se quedó mirando para más allá del vidrio delantero, muy seria. —Esta camioneta ya no andará más... —dijo con pena la bruja. —Lo siento, ha sido culpa mía —se disculpó Amazur. —Bueno, me ha sorprendido lo que has dicho del patinete y he perdido el control del auto. —Lo siento —volvió a disculparse Amazur. —Pero, ¿por qué has dicho lo del patinete? —Ha sido un sueño. Salía una bruja muy parecida a ti, con un gorro de lana, montando en patinete y un chico llamado Baldo. —No era un sueño —dijo toda seria Olalla. —¿Y qué era? —intervino Filipo, que ya empezaba a 56

aburrirse—. ¿Una película? —No, era una visión —explicó Olalla—. Tú tienes dotes de sibila. Y lo que has visto no es sino algo que me pasó a mí hace unos días... —¿Sibila? ¿Y qué es eso? Nuevamente fue Filipo quien acudió con la respuesta justa: —En la antigua mitología grecorromana, las sibilas eran unos seres que podían predecir el futuro a través de visiones... —Ya, pero yo he visto el pasado —repuso Amazur. Ahí ya Filipo no supo qué decir. No había visto nada de eso por internet. Por su parte, Olalla ya no escuchaba. En la parte trasera de la camioneta había una trampilla que hasta entonces se les había pasado desapercibida tanto a Filipo como a Amazur. La levantó y extrajo de ella un patinete. —Ha llegado el momento de separarnos —dijo entonces Olalla, mientras posaba el patinete en el piso. A Amazur le recorrió un escalofrío. Quiso pensar que había entendido mal. Sí, de ley había entendido mal. —¿Para dónde irás? —preguntó entonces Filipo a Olalla. 57

—No lo sé aún —respondió la bruja. —¿Y cómo viajarás? —Tampoco lo sé. —Este patinete —consiguió preguntar Amazur—, ¿no será el que te regaló aquel chico... Baldo? —Sí, es este. Pero ahora es para ustedes dos. Úsenlo para regresar a casa. —Y tú, ¿cómo regresarás a la casa? —inquirió Amazur sin entender aquella reacción. —No te preocupes por eso. Yo me arreglo. —Ya, pero si nos das tu patinete, ¿cómo harás para viajar? —insistió Amazur, que estaba preocupada. La muchacha estaba sorprendida consigo misma. Nunca se había sentido tan afectada por la suerte de otra persona. Aquella extraña le importaba. ¿Por qué? Bueno, también se había preocupado de aquel burro con cuerno, aquel burricornio parlanchín. —Repito —dijo Olalla—, yo me las arreglaré. Váyanse ya. —Pero, ¿nos volveremos a ver? —quiso saber Amazur, a quien estaba a punto de escapársele una lágrima. —Seguro que sí —respondió la bruja—. Y ahora, corran. Entonces, Olalla batió palmas y una nube se interpuso 58

entre ella y sus compañeros de viaje. Cuando la nube se disipó al cabo de unos segundos, la bruja ya no estaba allá. —¿Se ha ido? —preguntó Filipo. Pero Amazur no respondió. Sin mucho esfuerzo lo colocó en medio de la carretera. —Ven conmigo. Vamos a ver cómo funciona la magia de este cacharro —dijo Amazur. La muchacha se colocó tras el manillar y el burricornio detrás de ella. —¿Y esto cómo funciona? —preguntó Filipo, tras unos segundos de esperar que pasase algo, pero allá no pasaba nada. —Ni idea —contestó Amazur. No obstante, no tuvieron ya tiempo para dedicarse a hacer indagaciones, pues un carro estaba detrás de ellos pitando para que se apartasen, pero de muy malas formas. El chofer sacó la cabeza por la ventanilla y gritó de un modo muy maleducado, sin soltar un habano que llevaba entre los dientes. Lo cierto es que resultaba muy desagradable. Pero muy desagradable. Amazur sujetaba el manillar del patinete con todas sus fuerzas, mientras se mordía el labio inferior. Filipo se mantenía en pie tras ella, también nervioso, porque aquel tipo era insoportable, no paraba de gritar y de pitar al mismo tiempo. 59

Y entonces ocurrió algo inesperado. Amazur se soltó de una mano, se giró hacia el tipo y le soltó una especie de gruñido animal, quizá de algo parecido a un gato. En ese momento, el tipo dejó de emitir gritos humanos y pasó a emitir pitidos. Sí, cada vez que quería gritar, pitaba. El hombre salió del coche y corrió en círculos. Quería gritar, pero solo pitaba. Su voz se había transformado en los pitos que un rato antes emitía su auto. —Vámonos —dijo entonces Amazur aún llena de ira. Y sin pensárselo, tomó velocidad con el patinete y enseguida empezó a elevarse. Sí, estaba volando, tomaba cada vez más altura. Filipo no se lo podía creer. Iba muy quieto, sin moverse, para no perder el equilibrio. Al poco tiempo, dejaron de oírse los pitidos del tipo desagradable que, pese al susto, no había soltado el habano. Ni la propia Amazur habría sabido explicar cómo había hecho para poner en el aire aquel patinete. No obstante, parecía que la joven no se había dado cuenta de lo que había hecho. Toda la rabia que llevaba encima había provocado que la magia que había en ella se activase. Mientras, el patinete había alcanzado ya una buena altura, de hecho, las nubes a veces envolvían a Amazur y Filipo. El burricornio, al contrario de lo que era su costumbre, se mantenía en total silencio. Pero es que, aunque hubiera querido hablar, no hubiera podido, pues 60

su boca estaba ocupada en sujetarse con los dientes al saco de Amazur. Por eso, tampoco supo cuánto tiempo pasaron volando, ni a qué velocidad se desplazaban por el aire. Ni siquiera si Amazur sabía dónde iba. Lo cierto es que de repente se dio un aterrizaje brusco. El patinete tomó tierra de un modo improvisado, justo delante de la casa de Amazur. Y, además, causó un estruendo enorme. Tanto, que la mamá de Amazur salió a la puerta de la casa asustada para ver qué había pasado, pues parecía que una bandada de hipopótamos en parapente hubiera hecho un aterrizaje de emergencia. Amazur, cubierta de polvo y con los pantalones hechos jirones, se levantó del suelo, se quedó mirando a su madre e intentó fingir que allá no había pasado nada. —Hola, mamá. Ya me regresé. 61



8 La mamá de Amazur no podía creerse lo que tenía ante sus ojos. Llena de polvo, se alzaba su hija que parecía haber llegado en un patinete, pero por dónde, ni que hubiese llegado volando. El vehículo parecía estar intacto, a pesar del golpe. Además, al lado de la muchacha estaba otra vez aquel burro molesto con el que la había visto el día anterior. —¿Me puedes explicar...? —empezó a inquirir la mamá. —¡Trasgos! —gritó de repente Filipo, pero a la mamá le sonó como un rebuzno. —No digas tonterías —dijo Amazur a Filipo. —¿Es que me replicas? —saltó la mamá de Amazur, quien había pensado que aquella respuesta ruda era para 63

ella, no para el burricornio. —Te digo que en tu casa hay trasgos —siguió explicando Filipo—. Lo que tú no sabes es que los trasgos no soportan a los burricornios, les damos asquito no sé por qué, así que, si yo estoy acá, ellos acabarán abandonando tu casa. ¿Cómo explicar eso a su mamá? Amazur no tenía ni idea de cómo justificar que había regresado al día siguiente a su casa con el mismo bicho que, supuestamente, iba a salvar. Y claro, la mamá estaba parada frente a ella, con cara de pocos amigos, esperando explicaciones. Pero entonces, la magia, o lo que fuere, intervino para salvar a Amazur y a Filipo. De repente, el hermanito de Amazur se echó a llorar. Resultó que los trasgos, normalmente invisibles al ojo humano, estaban fastidiándolo. Mientras el bebé dormía, ellos se dedicaron a despertarlo para, precisamente, hacerlo llorar. Típico de ellos. Filipo, sin decir una palabra, entró al galope en la casa y fue directo al cuarto del bebé. Una vez allá, se lio a pinchar con su cuerno a los trasgos que merodeaban la cuna, unos tres o cuatro, los cuales se vieron sorprendidos por aquel burricornio furioso, de manera que salieron en tromba de la habitación y, luego, de la propia casa, abandonándola para siempre. A continuación, Filipo agarró con los dientes al bebé por el pañal, lo sentó en su lomo y lo sacó a pasear al jardín. 64

El pequeño se agarró con fuerza al cuello de Filipo y cambió el llanto por una risa sonora, feliz y contagiosa. Y así, aparecieron montura y jinete en el jardín de la casa, donde la madre se quedó sin palabras, pues nunca había escuchado a su hijito reírse de aquella manera. Amazur supo aprovechar aquellas extrañas circunstancias que habían dejado a su madre sin habla para no tener que dar explicaciones e ir pensando en cómo justificar que Filipo sería el nuevo miembro de la familia, un simple burro para su mamá, que no tendría más misión, por ahora, que sacar a pasear al hermanito por el jardín al galope. Lógicamente no podría contarle nada de su aventura, de cómo había conocido a aquella bruja llamada Olalla, que había aparecido y desaparecido misteriosamente, de cómo la magia había hecho que conociera a Filipo, llevándola directamente a donde alguien había arrojado su cuerno en medio del bosque. En fin, todo eso tendría que guardárselo para sí misma. Por otro lado, tampoco sabía lo que iba a suceder a continuación. No sabía qué planes tenía para ella la magia. Quizá, después de aquella aventura, le daría un respiro. Ella no sabía cómo serían las cosas en adelante, no era capaz de imaginarse cómo se forma una bruja, si hay cursos o manuales, pues resultaba evidente que era bruja y que tendría que aprender a controlar sus poderes. 65

Así, aquel día transcurrió tranquilo, sin que la madre se lanzara a preguntarle por todo lo ocurrido desde su partida y hasta el trote del burro con el bebé en su lomo. Pero Amazur sabía que era cuestión de tiempo que la mamá reaccionara y la sometiese a un tercer grado policial. De momento, como medida de precaución, había escondido el patinete volador en el trastero. Sin embargo, transcurrieron un par de días de calma tensa. La mamá de Amazur parecía buscar el momento oportuno para hacer un interrogatorio a su hija en toda regla, pero parecía que no sabía cómo hacerlo. Por otro lado, desde que la muchacha había regresado con Filipo, como ya no había trasgos en casa, el bebé dormía plácidamente, lo cual suponía un gran descanso para la madre, eso sin contar con los paseos que el animal le daba al pequeñín en su lomo por el jardín al trotecillo y que este parecía adorar. Solo se atrevía a murmurar “con cuidado, no se vaya a caer”, pero más nada. Y así las cosas, aquella madrugada Amazur se despertó a las cuatro y cuarto, dos horas antes de amanecer. Aunque intentó volver a dormirse, no lo consiguió. Estuvo casi media hora dando vueltas en la cama. Finalmente decidió levantarse e ir a la cocina, aunque fuera a oscuras, a tomar un vaso de agua. Según caminaba por el pasillo, tuvo una sensación extrañísima. Sintió que tenía que subir al desván de la 66

casa, el cual ocupaba toda la parte superior de la vivienda y era utilizado tan solo como almacén de trastos viejos. Subió a tientas por la escalera de caracol y entró en él. Por suerte no estaba oscuro del todo, porque por el gran ventanal del fondo entraba la luz de la luna, que aquella noche estaba llena. No sabía lo que hacía allá, pero algo o alguien parecía dirigir sus pasos. Caminó hacia una pared. Movió varias cajas hasta que dejó a la vista un pequeño cofre. Por suerte no estaba cerrado con llave. Lo sacó del sitio y lo puso justo donde más luz entraba por el ventanal. Luego, se sentó en el suelo, levantó la tapa y miró en el interior. Había objetos varios, como un viejo cepillo para el cabello, unos guantes sin dedos y más cosas propias del siglo anterior, que para la niña resultaban desconocidas. Lo más grande era un álbum de fotos. Lo sacó. En la portada, estaba escrito a mano: Felicia. ¿Felicia? Ese era el nombre de la abuela materna, aquella de la que nunca se hablaba en casa, menos aún en las reuniones familiares. Amazur pensaba que había muerto hacía muchos años y que, tal vez, había sido una mujer particular que no había dejado buenos recuerdos entre sus descendientes. Sentada en el suelo, Amazur abrió el álbum ante ella. Las fotos recogían más o menos la vida de la abuela, desde su infancia hasta antes de nacer la propia Amazur. Desde el primer momento, aquel rostro de la abuela en tantas y 67

tantas fotos le era tremendamente familiar. Pero, según fue avanzando en la vida de la abuela, descubrió algo sorprendente. Descubrió que su abuela no era otra que... Olalla. 68



9 La mamá de Amazur no iba a olvidar fácilmente aquella mañana. Cuando se levantó para preparar el desayuno, se encontró con que su hija estaba ya esperándola en la cocina con un viejo álbum de fotos encima de la mesa. —¿De dónde has sacado eso? —preguntó la mamá. —Estaba en el desván. Tú ya lo sabes. Pero, a ver, ¿la abuela Felicia se llamaba de verdad Felicia? ¿No se llamaba Olalla? Ante esa pregunta, la mamá de Amazur se quedó paralizada. Al cabo de un rato consiguió reaccionar y preguntó a su hija: —¿Cómo sabes eso? —Porque la conocí hace unos días... Sin embargo, Amazur no quería contar toda su historia y menos aún el detalle de que Olalla ni remotamente le 70

había insinuado que fuera su abuela. —¿Cómo que la conociste? ¿Dónde? ¿Cómo? —Ella me llevó a dar una vuelta en su camioneta con Filipo —explicó Amazur. —¿Quién es Filipo? —El burricornio. —¿El qué? —El burro —aclaró Amazur, quien no quería que la conversación se fuera por otros derroteros. —No entiendo nada —dijo la mamá cuya mente era un remolino total de confusión. Pero Amazur no estaba dispuesta a cejar en su empeño de desvelar el misterio de su abuela Olalla, o Felicia, o como se llamara. —¿Cómo se llama realmente la abuela, Felicia u Olalla? La madre estaba a punto de tirarse de los pelos, por eso le dijo casi gritando: —Se llamaba de las dos maneras: Olalla Felicia. A ella le gustaba el primer nombre, pero en casa siempre la llamamos con el segundo. Pero un día, antes de que tú nacieras, desapareció sin aviso. El abuelo impuso silencio alrededor de ella y así ha seguido hasta... Justo entonces, el bebé empezó a llorar, con lo cual, la 71

conversación llegó a su fin. No obstante, Amazur estaba más curiosa que nunca. No iba a dejar ese misterio sin desvelar. Por eso, recogió el álbum de fotos y se fue al cobertizo a visitar a Filipo. Tal vez él tuviera alguna buena idea. Cuando pisó el jardín, no tuvo ni tiempo de dirigir la vista al cobertizo. Enseguida escuchó una voz desagradable que se dirigía precisamente a ella, a Amazur: —¡Túúúú, ladrona de burros, me lo vas a pagar con creces! A Amazur se le cayó el álbum de fotos al suelo. Justo en ese momento, el hombre, que era el mismo que había intentado vender a Filipo y a quien se lo había arrebatado Amazur, entró en el jardín sin permiso y se dispuso a poner sus manos encima del burricornio, que se quedó tan sorprendido como la muchacha. A Filipo se le cayó de la boca el maqueño que se estaba comiendo plácidamente. El susto lo dejó inmóvil. Pero Amazur no. Amazur reaccionó nuevamente movida por la furia, o por el miedo. El caso es que su corazón latía a toda velocidad. Sin saber muy bien cómo, extendió sus manos hacia el hombre, que ya estaba casi alcanzando a Filipo y lanzó un grito. La muchacha notó cómo de sus manos surgía un calor enorme en dirección al hombre y cómo, en cuanto dicho calor lo alcanzó, el hombre se detuvo en seco. 72

De repente, el hombre empezó a rebuznar como un burro. Al oírse a sí mismo, comenzó a correr por el jardín sin control, chocándose con las paredes y con las vallas. Intentaba gritar, pedir ayuda, pero de su garganta solo salían rebuznos. —¿Tú entiendes lo que dice? —preguntó Amazur a Filipo quien, ya más tranquilo, había vuelto a comer maqueños. —No, lo siento. Habla burreño. Yo soy un burricornio, recuérdalo, hablo solo burricorneño, que es diferente, y entiendo unicorneño. Cuando el hombre finalmente dio con la cancela del jardín, salió a la calle y siguió corriendo en dirección al centro del pueblo, siempre pidiendo ayuda rebuznando. Vuelta la calma, Amazur mostró a Filipo el álbum de fotos y le contó cómo lo había descubierto, pero no por azar, sino porque alguna fuerza la había despertado y conducido hasta el cofre en el desván. El burricornio la escuchaba atentamente sin dejar de comer maqueños. —¿No me dices nada? —preguntó Amazur. —No. —¿Pues qué clase de animal mágico eres tú? —Uno con hambre —respondió plácidamente Filipo—. 73

Además, me temo que en eso no te puedo ayudar. Como animal mágico tuyo que soy, no estoy para resolver tus misterios, sino para incrementar tu magia. Pero cómo actuar con la magia es algo que tú sola tienes que descubrir. Y se tragó otro maqueño. Amazur se daba cuenta que el burricornio tenía razón. Era ella quien tenía que descubrir el fondo del misterio. Su vida había cambiado en pocos días. Si antes alguien le hubiera dicho que era una bruja, se habría reído hasta que le doliera el esternón, pero no, ahora era claro que sí era una bruja, que su abuela era una bruja y que aquel animal que comía maqueños plácidamente a la sombra era mágico. Amazur volvió a abrir el álbum. Quizá había algo en él que se le había escapado. Mientras lo hacía, inconscientemente acariciaba el cuerno de Filipo. Sin ella saberlo, con aquel gesto estaba incrementando el poder de su magia. Por eso, en un momento dado, del álbum salió una especie de imagen holográfica. Se trataba de Olalla. Era impresionante, tanto que hasta Filipo dejó de mascar maqueños. —Querida Amazur —dijo la Olalla holográfica—. Por fin has encontrado mi álbum de fotos y ya sabes quién soy realmente. Conserva este álbum, que en realidad no es tal, es un manual de brujería. Es un manual que fue pasando por las mujeres de nuestra familia y yo te lo hago llegar 74

a ti. No tendrás que ir cambiando mis fotos, pues desde ahora las tuyas irán incorporándose solas... Apenas dijo aquellas últimas palabras, cuando en la primera página del álbum apareció una foto de ella, de Amazur, agarrando el cuerno de Filipo, quien no había dejado de comer maqueños. Parecía como si alguien hubiera estado justo en frente tomándoles la foto, pero lo cierto es que allá no había nadie. Y no solo eso. Al pie de la foto apareció un texto que decía: «Uso de la magia sin enojo: para una bruja, es sumamente fácil hacer funcionar la magia cuando está enojada. No obstante, lo importante es que la bruja sepa invocar la magia estando tranquila. La magia está en ella. Puede recurrir a su animal mágico, pero ni siquiera eso es necesario. Basta con que invoque a la magia dentro de sí». Amazur se quedó sin palabras, pero por fin entendió de dónde le vendría su formación de bruja. Se puso en pie dejando a Filipo acabar con los últimos maqueños. Acababa de empezar su nueva vida como bruja. Su cabeza estaba llena de preguntas que requerirían mucho tiempo para ser respondidas. De repente, se acordó de Leo. ¿Lo volvería a ver? ¿Sería lícito usar la magia para contactar con él? Y entonces, la voz de su mamá, desde dentro de la casa, 75

le llegó nítidamente: —Amazur, ven al teléfono. Un tal Leo pregunta por ti... La joven bruja se levantó como impulsada por un muelle. Por suerte nadie vio cómo el rostro de Amazur se volvía rojo de rubor y sus piernas le temblaban de emoción. También por suerte, en el cobertizo guardaba un patinete volador que le sería utilísimo para casos como este. Y es que ser una bruja también debía tener ventajas, ¿o no? 76





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Amazur, de Xavier Frías-Conde, forma parte de la colección Aire de Chacana Editorial. ©2019 Chacana Editorial Quito - Ecuador




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