Important Announcement
PubHTML5 Scheduled Server Maintenance on (GMT) Sunday, June 26th, 2:00 am - 8:00 am.
PubHTML5 site will be inoperative during the times indicated!

Home Explore Amazur Xavier Frías-Conde

Amazur Xavier Frías-Conde

Published by Chacana Editorial, 2020-05-24 14:01:30

Description: Amazur Xavier Frías-Conde

Search

Read the Text Version

Amazur, la aprendiz de bruja, y Filipo, el burricornio Xavier Frías Conde con ilustraciones de Miguel Ángel Verdugo

ISBN: 978-9942-796-08-0 Primera edición, 2019 ©2019 Chacana Editorial www.chacanaeditorial.com Quito - Ecuador Textos de Xavier Frías Conde Ilustraciones de Miguel Ángel Verdugo Diagramación: Santiago Vásconez Y. Edición y corrección de estilo: Santiago Vásconez Y. Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio, sin permiso del Editor. Impreso por Marka Digital Impreso en Quito

A mi madre, Adela, que me enseñó el bello oficio de hechizar palabras A miña mai, Adela, que me aprendeu o belo oficio de enfeitizar palabras







1 Aquel día algo iba a cambiar en la vida de Amazur, aunque ella ni remotamente se lo podía imaginar cuando salió a pasear por el bosque de detrás de su casa. Como tantas otras veces, prefirió salir sola, porque había momentos en que necesitaba escuchar el eco de sus pensamientos en su propia cabeza. Aquel era uno de esos momentos. Siguió un sendero que ya había tomado en otras ocasiones. Había recorrido aquel camino miles de veces, se conocía todos los árboles que allí estaban, incluso a muchos de ellos les había puesto nombres. Los saludaba según pasaba delante: “Hola, Ramasdepunta; hola, Caraplato; hola, Hojasdecristal...”. Pero aquella vez... aquella vez, ocurrió algo extraño, algo inexplicable. 3

Aquella vez, el sendero cambió de dirección, él solo, como si tuviera vida propia. Los nuevos lugares por los que pasaba el camino le eran totalmente desconocidos, los árboles eran otros, las rocas eran diferentes, nunca había saltado por aquellos peñascos como un simio, tal como le encantaba hacer cuando estaba sola. No, definitivamente, aquella parte del bosque no la conocía. Amazur siguió el sendero, sin detenerse. Estaba curiosa por saber dónde llegaría. Pero, de repente, se acabó. El sendero se terminó, no había más camino hacia adelante, solo una vegetación muy espesa. Y justo, en el mismo punto donde el camino dejaba de ser camino, vio brillar algo. Curiosa como era, Amazur se acercó a ver de qué se trataba. Al llegar al lugar encontró una especie de hueso puntiagudo, que parecía estar cerrado en su base. Brillaba porque, justamente, un rayo de sol atravesaba la densa capa de follaje de los árboles de arriba y llegaba hasta aquel hueso. A Amazur le pareció un objeto curioso, algo que quizá no sirviera para nada, pero decidió guardarlo y llevárselo consigo, porque brillaba de una manera muy hermosa. La muchacha regresó a casa, hizo sus tareas escolares y se fue a dormir sin contar a su mamá la experiencia que había tenido. Pasaron varios días desde el episodio del bosque, cuando Amazur salió a pasear sola, como era su costumbre. Iba a pasar la mañana del sábado en el mercado del 4

ganado. La actividad se celebraba en una plaza porticada, cuadrada, en la que se colocaban los puestos para la venta. Allí se veían animales de todo tipo que la gente compraba y vendía. Su madre siempre le avisaba de que no se acercase demasiado a los animales, porque se encariñaba con ellos y quería traérselos a casa, lo cual era imposible, pues vivían en una pequeña vivienda con un jardín diminuto donde apenas había espacio para ellos mismos. —Mamá, he visto una ternera preciosa en el mercado —le dijo una vez—. ¿Puedo traérmela a casa? Evidentemente no pudo. Por no caber, no cabía ni la nevera, que estaba fuera. Y no solo eso, cuando creciera, ¿qué iban a hacer con una vaca en casa? —Le pondría globos de helio atados a la tripa y la sacaría a pasear volando —comentaba Amazur, que tenía solución para todo. Pero no, no hubo manera. Aquella mañana, el mercado estaba menos frecuentado de lo habitual. El día estaba gris. Amazur curioseó entre los puestos, contemplando los animales, principalmente ganado y equinos, hasta que los ojos de la muchacha se clavaron en aquel burro viejo. Aparentemente era un animal con muchos años, pues eso parecía por su expresión tan triste. Estaba en un rincón, cargado de alforjas cuyo peso apenas podía resistir. A Amazur le dio mucha pena 5

de aquel burrito. Una lágrima en su ojo estaba a punto de salir. Y de hecho, salió cuando el dueño del burro, un tipo de casi dos metros, le dio con las bridas en la cara. La tristeza de los ojos del burro se hizo tan patente que Amazur sintió que algo dentro de ella crujía y dos lágrimas empezaron a resbalarle por las mejillas. La muchacha no dijo nada, pero notó que, además de su dolor, algo empezaba a quemarle en el pecho. Y quemaba mucho. Se llevó la mano al bolsillo interior de su chaqueta. Allí había algo que, efectivamente, le quemaba, pero que, extrañamente, se podía coger con la mano. Lo sacó. Resultó ser el trozo de hueso que una semana antes había recogido en el bosque. Y entonces brillaba, brillaba solo sin necesidad de que ningún rayo de sol le cayese encima. Pero el trozo de hueso se le fue a Amazur de la mano, se fue flotando hasta el burro triste. Y de repente, ante la sorpresa de todos, se le colocó en la frente. Lo que ocurrió en ese momento nadie se lo podía creer. En cuanto el hueso se colocó en la frente del burro, este comenzó a cambiar de aspecto. Se convirtió en otro animal, aunque siguiera siendo el mismo. Se irguió. Su pelaje se tornó más brillante, sus patas se robustecieron. Hasta las alforjas parecían no pesarle. El dueño del burro primero se asustó, pero luego reaccionó de la única manera que sabía hacer, con violencia. Quiso golpear al burro con la correa nuevamente, pero el animal interpuso aquel hueso 6

que se le había puesto en la cabeza y cortó limpiamente la correa. Pero no solo eso, desafió al hombre, quien, sin nada con qué castigarlo, salió huyendo y gritando que le habían embrujado a su tierno burrito. Luego, el burro se acercó a Amazur. La niña observó que el hueso que el burro llevaba en la frente era, en realidad, un cuerno. El burro se había convertido en... ¡un unicornio! Toda emocionada, Amazur le dijo: —Jamás imaginé que fueras un unicornio... Pero el burro le respondió: —Gracias por encontrar el cuerno que alguien me arrebató hace años y traérmelo de vuelta. Pero, te equivocas, niña. No soy un unicornio, soy un burricornio... ¿O no ves la diferencia? Amazur se quedó de piedra. ¿Cómo era posible que aquella criatura le estuviese hablando? Ni se dio cuenta de que el burro la corregía, solo que hablaba. Se dirigió a los testigos de la escena, que eran unos cuantos, y les preguntó: —¿Ustedes han oído lo que ha dicho este burro? La gente a su alrededor la miró con ojos como platos. —Decir, no dice nada, rebuzna, que es lo que hacen los burros... —comentó alguien. 7

En ese momento, Amazur se dio cuenta de que nada de aquello había sucedido por casualidad. El camino había cambiado de rumbo por arte de magia, pues ella tenía que encontrar aquel cuerno y lo encontró. Luego, tampoco fue casualidad que apareciera en el mercado y se encontrase con aquel burro... bueno, burricornio. Algo dentro de ella le decía que era mejor no seguir allí, quieta, enfrascada en sus pensamientos. La gente a su alrededor no entendería nada y, para colmo, la tomarían por loca. Sin más, se alejó de allí, buscando la salida del mercado por uno de los arcos. Pero no iba sola, el burricornio la seguía. Amazur se giró para verlo. Lo cierto es que el animal tenía una cara simpática, hasta parecía que sonreía. Se movía con un trotecillo alegre y su cuerno brillaba espléndidamente. —¿Por qué me sigues? —preguntó Amazur. —Porque me caes bien —dijo el burricornio—. Además, ahora soy un animal libre y puedo ir donde me apetezca. Pero, además, tú me has salvado y yo te estoy muy agradecido. —Yo no he hecho nada —replicó Amazur. —Por cierto —añadió el burricornio—, me llamo Filipo. —¿Filipo? Vaya nombre para un burro. 8

—Burricornio si no te importa, ¿eh? —Está bien, burricornio —aceptó Amazur—. Pero dime una cosa, ¿cómo es que yo te entiendo cuando hablas? —Pues porque hablo en tu idioma, ya ves tú... Amazur estaba sustituyendo la admiración por el fastidio con aquel animal parlante. —Si lo que quieres decir —empezó a decir Filipo— es por qué me oyes hablar, puesto que los humanos no alcanzan, hay una explicación muy sencilla: porque tú eres una bruja. Amazur se detuvo de golpe. Ya estaban fuera de la plaza, camino de la casa de la muchacha. Nadie jamás en su vida le había dicho una cosa así, que ella fuese una bruja. Aquel burro... bueno, burricornio, era el ser más maleducado con el que se había topado en toda su vida. Por mucho que fuese capaz de hablar, era un grosero. Pero la muchacha no tuvo tiempo de ponerse a discutir con el burricornio. Por un extremo de la calle acudía el hombre que había estado maltratando al burro con dos agentes de policía. Venían todos a pie, a su encuentro. —¡Ese es mi burro! ¡Y esa muchacha me lo ha robado! —exclamaba el hombre furioso. Amazur se asustó. —Tú estate tranquila —le dijo Filipo—. De esto me 9

encargo yo. Ahora tengo mi cuerno y este salvaje no va a ponerme otra vez la mano encima. Tú solo agarra mi cuerno con fuerza y déjame a mí. En menos de lo que canta un gallo, Filipo movió su cabeza en círculos y de su cuerno surgió un haz de luz blanca que apuntó directamente a los pies del hombre, el cual dejó de caminar y se puso a bailar claqué. El haz de luz era invisible para la gente, pero no el resultado. Bailaba tan bien aquel tipo que enseguida se creó un círculo a su alrededor. La gente lo animaba con aplausos. Era un espectáculo. Hasta los policías se olvidaron de a lo que iban y se quedaron pasmados viendo al tipo bailar claqué. Era tenaz. —Tu poder de bruja y mi poder de burricornio han obrado maravillas. Y ahora, vámonos —dijo Filipo a Amazur. La muchacha se había quedado sin palabras, aunque le fastidiaba que le dijesen que era una bruja. Solo se ajustó su gorro de lana —lo llevaba siempre puesto para ocultar su cabello, porque no le gustaba— y se dirigió a su casa, pensando en todo lo que le había pasado en poco más de un cuarto de hora. Nadie se lo creería... Caminando, caminando, Amazur llegó a casa casi sin darse cuenta, con Filipo detrás, siempre con su trotecillo alegre. Estaba tan abstraída en sus pensamientos que no 10

salió de ellos hasta que oyó a su madre gritarle: —¡Cuántas veces te he de decir que no puedes recoger animales por la calle y traértelos a casa! Amazur no se sentía capaz de dar explicaciones, solo masculló: —No me lo he traído yo. Se ha venido él solo. Filipo estuvo a punto de llamarla mentirosa, pero lo que recién había dicho era verdad. —¿Y yo dónde me meto ahora? —preguntó Filipo. La mamá de Amazur oía mucho rebuzno, por eso preguntó a su hija: —¿Y a ese animal qué le pasa? Si parece que le sale algo de la frente, aunque no lo veo muy bien... Amazur se quedó mirando a su madre y le preguntó: —¿Es que tú le ves algo en la frente? —No sé, parece como... como... como... un moscardón enorme... Ahí Filipo dijo: —Tu mamá no es una bruja como tú. Ella solo ve la cicatriz que yo tenía antes de que me arrancaran el cuerno. Pero alguien en tu familia es una bruja, porque has heredado ese don. Y ahora, ¿dónde me puedo acostar un ratito? 11

La casa de Amazur era, como ya dijimos, pequeña, pero en el jardín había una caseta de herramientas, que normalmente estaba vacía. —Mamá, deja que el burro se quede en el cobertizo al menos hasta mañana... —Burricornio —corrigió Filipo. —Cállate —le ordenó Amazur susurrándole en la oreja. —Sabes que no quiero animales en casa —replicó la madre. —Lo sé, mamá, pero a este burrito lo estaban tratando fatal en el mercado. Se escapó de allá. —¿Que se escapó? —se asustó la madre—. Y si vienen los guardias, ¿qué haremos? Creerán que nos lo hemos robado. —Si vienen los guardias, los ponemos a bailar claqué —dijo el burricornio. —Pero, ¿por qué rebuzna ese animal? —preguntó la madre. —Es que es un charlatán —explicó Amazur. La madre no entendía nada, pero sí sentía pena por los animales de la plaza. Sabía que a menudo los maltrataban. —Bueno, enciérralo en el cobertizo y mañana por la mañana buscamos a alguien que se haga cargo del burro. 12

—Yo ya soy mayorcito para ocuparme de mí —replicó el burricornio. —¿Otra vez rebuznando? Pero Amazur ya no quiso más problemas. Tomó a Filipo de las riendas, pues estas aún las llevaba puestas, y lo encerró en el cobertizo. —No me irás a dejar aquí, ¿no? —protestó Filipo asomando el hocico por una rendija de la puerta. —Hasta mañana —le replicó Amazur. Y así fue como se conocieron Amazur y Filipo. 13



2 A la mañana siguiente, Amazur dejó una nota a su mamá en la que le decía que iba a intentar buscar un hogar para el burro —no quiso hablar de burricornios para no liarlo más— y que regresaría lo antes posible. La mamá no podría moverse de la casa, porque se hacía cargo del hermano pequeño de Amazur, de tan solo un año de edad. Además, su mamá estaba acostumbrada a sus desapariciones, pues Amazur podía estar ausente hasta tres días. Así era ella. Por tanto, antes del alba, Amazur entró en el cobertizo. Filipo dormía profundamente y hasta se diría que roncaba, como un humano. —Levántate, holgazán —le espetó la niña al burricornio. El burricornio masculló entre dientes: —Todavía, no, mamá, déjame un ratito más. Tengo sueño. 15

—¡No soy tu mamá! En ese instante Filipo abrió los ojos y se levantó de mala gana. —¿Qué pasa? —preguntó el burricornio. Pero Amazur no respondió, simplemente tiró de las bridas y lo sacó del cobertizo. El sol ya se adivinaba por el este. Amazur y Filipo se pusieron a caminar por el borde de la carretera, desierta a aquellas horas. Iban a paso lento. Amazur sabía que, tarde o temprano, el dueño de Filipo iría por él acompañado de algunos policías, pues probablemente ya se le habría pasado el efecto del baile de claqué. Apenas habrían caminado media hora, con lo cual se habrían alejado alrededor de dos kilómetros del pueblo, cuando, de repente, una especie de explosiones se empezaron a oír a sus espaldas, precisamente desde el pueblo. Amazur se asustó. Las explosiones parecían avanzar por la carretera, hacia ellos. —Corramos —dijo Amazur. —¿Para qué? —Parece que están bombardeando esta zona y las bombas vienen hacia acá. —¿Tú ves algún avión lanzando bombas? 16

— No... —Pues entonces —concluyó el burricornio. Pero Amazur no se quedaba tranquila. Su corazón latía mucho más rápido de lo normal. Intentaba jalar de Filipo, pero este seguía a su paso tranquilo, incluso arrancaba bocados de hierba en la vera de la carretera. Y entonces aparecieron las luces. Se trataba de unas luces que parecían vivas, porque se movían en círculos, hasta que, tras una curva, apareció aquello. Y aquello resultó ser una viejísima camioneta que, así, a simple vista, tendría sesenta años. Las explosiones de bombas eran, en realidad, explosiones del motor. Aquel auto parecía sacado de un circo. Encima, se detuvo nada más llegar a la altura de la niña y el burricornio. Amazur esperaba ver bajar de ella a un payaso, vestido como tal, con nariz roja y peluca de estropajo, además con zapatones. Pero no, quien se apeó del auto fue una mujer de unos sesenta y cinco años, vestida de negro y con un gorro de lana cubriéndole la cabeza. —Hola —dijo la mujer en cuanto tuvo los dos pies fuera del carro. —Ho... ho... hola —consiguió articular Amazur. —Me llamo Olalla y voy hacia el sur. ¿Quieren que los lleve? 17

Hubo unos segundos de silencio. Luego, Olalla volvió a hablar: —Anda, mijita, si llevas un burricornio contigo. —Un burricornio, señora, un burricornio —protestó Filipo. —Eso dije, un burricornio. Las orejas de Filipo se pusieron tiesas, con la punta hacia arriba. Entonces comentó: —Si usted ve mi cuerno, usted es bruja. Ella rompió a reír a carcajadas, tanto que acabó contagiando a Amazur, que, sin saber por qué, también se puso a reír. —Vengan, pues. Por alguna extraña razón, Amazur se sintió segura con aquella mujer. Pese a todo lo que le habían avisado de no intimar con extraños, había algo en aquella mujer que le transmitía confianza, pero puestos a mirar a extraños alrededor, ¿había algo más raro que un burricornio? Finalmente, Filipo tuvo que subirse a la parte trasera de la camioneta, no sin antes protestar como un niño pequeño, mientras que Amazur se sentaba en el asiento del copiloto, al lado de Olalla. Así, el vehículo reemprendió la marcha, haciendo tanto ruido como antes, por la carretera, con el sol ya 18

asomando tras las montañas. A Amazur aquel trajín le dio sueño, de modo que se quedó adormilada a pesar de las continuas explosiones del motor, pero hasta a eso uno se acostumbra. No supo el tiempo que estuvo durmiendo, se despertó cuando el auto se detuvo y cesaron las explosiones del motor. Al abrir los ojos, Amazur vio que junto a Olalla se encontraba un agente de la ley de aspecto serio, casi se diría que enojado, malhumorado, como si las medias le apretaran demasiado las pantorrillas, o tal vez la corbata le apretara el cuello y la sangre no le llegara al cerebro. En fin, fuera lo que fuera, el tipo tenía un aire iracundo. Dio la vuelta al carro, observando todos los detalles. Parecía que estaba buscando algo con que poner una multa. Curiosamente no vio a Filipo, a pesar de los saltos que este daba en la parte trasera de la camioneta, pero ya Olalla se había ocupado de soltar un hechizo sobre él por el que resultaba invisible e inaudible, al menos por un rato, sobre todo inaudible, porque era verdaderamente escandaloso. —Hmm —masculló el agente—. Y dígame, ¿dónde lleva el extintor? —¿El extintor? —respondió Olalla con una pregunta. —Sí, el extintor, esa botellita roja que expulsa espuma... —Sé perfectamente lo que es un extintor. 19

—Pues dígame a dónde lo lleva. Ya sabe que es obligatorio, según la ley 345/78, que todo vehículo de cuatro ruedas... —No tengo extintor —cortó Olalla. —¿Cómo que no tiene extintor? ¿Y qué pasaría si su carro ahora se pusiera a arder? —dijo el policía con una sonrisa malvada—. Primero, se quedaría sin carro. Segundo, se llevaría una multa gordísima... Y sin más, el agente se sacó un cigarro, se lo prendió, le dio dos bocanadas y a continuación lanzó el resto sobre el carro. Era cuestión de tiempo que el cigarro resbalase por la capota hasta el motor y se montase una explosión. Pero Olalla parecía muy acostumbrada a ese tipo de situaciones. Chasqueó los dedos y, en menos de dos segundos, un gran nubarrón se plantó encima del policía y de la capota del carro. Volvió a chascar los dedos y empezó a llover como probablemente había llovido durante el diluvio, pero solo en dos metros cuadrados. Al cabo de diez segundos, chasqueó los dedos por tercera vez y cesó de llover. Lógicamente, del cigarro no quedaban ni los restos. El agente estaba tan empapado que no podía ni moverse y menos aún hablar. No había ni un centímetro de su cuerpo ni de su uniforme que no estuviese mojado. —¿Ve, guardita? —comentó Olalla—. Yo no necesito 20

extintor. Que tenga un buen día. Dicho lo cual, Olalla arrancó el auto y prosiguió su camino, volviendo, además, las explosiones del motor del carro. Para colmo, la nube que había invocado Olalla seguía encima de la cabeza del policía, como si esperase un nuevo chasquido para descargar encima de la cabeza de aquel tipo malhumorado, aunque debe ser mucho peor estar malhumoradamente mojado que malhumoradamente seco, pero esa es otra historia. 21



3 Después de aquel incidente, el viaje prosiguió con calma por aquella carretera que colgaba de las montañas. Solo de vez en cuando se oían las lamentaciones de Filipo, que quería ir en la cabina. —¿Son así todos los burricornios? —preguntó Amazur. —Sinceramente, no lo sé —respondió Olalla—. Este es el primero que conozco. Todo lo que sé de ellos lo he leído. Dicen que traen suerte y que, cuando rescatas a uno, es síntoma de que tienes un gran futuro como bruja. —¡Qué manía con que soy una bruja! —Bueno, no eres aún una bruja formada, pero tienes naturaleza de bruja. Y eso no es malo. La verdad es que Amazur sentía cada vez más curiosidad. Nunca había conocido a ninguna bruja. En su ciudad nadie hablaba de ellas, solo las conocía de los 23

cuentos. Evidentemente, allá las pintaban como señoras vestidas de negro, con gorros picudos, llenas de verrugas y oliendo a... no se sabe qué, quizá a una mezcla de ajo y escamas de lagarto. Pero ella iba sentada al lado de una auténtica bruja, con una criatura mágica detrás. Sin embargo, Olalla vestía, más o menos, como una persona normal, incluyendo aquel gorrito de lana que le cubría el cabello, justo como la propia Amazur. —¿Y dónde lees tú? ¿Haces emerger alguna especie de holograma que reproduce los textos por arte de magia? — preguntó Amazur. La reacción de Olalla fue un ataque de risa que hizo que soltase el volante, pero el carro siguió solito el camino, sin salirse en las curvas, hasta que a Olalla se le pasó la risa. Entonces señaló para un objeto rojo rectangular que estaba al lado de la palanca de cambios. —¿Qué es eso? ¿Algún artilugio mágico? —volvió a preguntar Amazur. Ahí Olalla volvió a reírse, pero, por suerte, no soltó el volante. —Hijita, ¿cómo eres tan ignorante? —dijo entonces Filipo—. Eso es un celular, si lo sé hasta yo. —Claro —terció Olalla—. Aquí en el celular, me descargo lo que me interesa y me lo leo. 24

Amazur se sintió avergonzada. —Creo que has leído demasiadas historias acerca de las brujas —añadió Olalla—. Lo cierto es que somos gente con poderes, pero no vamos por ahí largando embrujos a diestro y siniestro. De hecho, preferimos pasar desapercibidas. Nuestra verdadera naturaleza es la de seres mágicos, sí, pero sufrimos, reímos, gozamos y lloramos como cualquier ser humano. Además, no todas las brujas tenemos los mismos poderes. —¿Ah, no? ¿Y tú cuáles posees? —Yo poseo, por ejemplo, el de la videncia. Puedo sentir el dolor y la preocupación en otras personas y saber cuál es la causa, como te está pasando a ti ahorita... A Amazur le entraron escalofríos. ¿Acaso ella podría ser leída como un libro? —Lo extrañas, ¿verdad? Ahí el corazón de Amazur se aceleró, pero quiso hacerse la enigmática. —¿A quién extraño? —A tu amigo. Era cierto. Amazur estaba desasosegada porque su amigo se había ido hacía dos semanas, se había mudado con su familia a otra ciudad. Él era su mejor amigo, era la única persona que la había entendido en el colegio, pero 25

desde que él se había ido, estaba sola, pues sus demás amigas eran solo gente con la que podía salir de vez en cuando a tomar algo, pero con las cuales casi no podía hablar de nada interesante y, menos aún, de sentimientos. —¿Cómo se llama? —preguntó Olalla. —¿Quién? —Tu amigo, el que se fue a otra ciudad... Era cierto que Olalla podía leerle la mente, al menos hasta cierto punto, pues no conseguía averiguar el nombre del amigo. —Leo. Hubo unos segundos de silencio. Luego Olalla dijo, soltando de nuevo las manos del volante para mirar directamente a Amazur, pero el carro siguió solito la carretera, sin salirse del carril. —Yo no leo la mente, leo el alma —explicó—. Lo que de ti me llega es una gran tristeza por la partida de tu amigo, y veo que no le has dicho todo lo que sientes. Amazur miraba al frente. Ni siquiera se había dado cuenta de que el carro se manejaba solo. En su mente se acumulaban recuerdos y hasta un sueño extraño que tuvo. La noche anterior a la partida de Leo, Amazur soñó que iba al aeropuerto y se encontraba con el avión en el que al día siguiente su amigo tendría que partir con su familia. 26

—Oye, avión —le dijo al aparato—, ¿qué quieres a cambio de fingir que mañana te pones enfermo y no despegas? El avión la miró todo serio y le dijo: —Usted no sabe con quién habla. Soy un aparato de última generación capaz de atravesar el océano en un suspiro... En el sueño, Amazur sentía mucha angustia. El avión aumentó de tamaño debido al orgullo que le sobrevenía al hablar de sí mismo. —Por favor, por favor, no despegues mañana, fíngete resfriado. No quiero que mi amigo se vaya... Pero el avión no lo escuchaba y crecía cada vez más... Amazur volvió a la realidad. La voz de Olalla llenaba la cabina. —¡Díselo! —le espetó de repente Olalla. —¿Que diga qué? —preguntó Amazur. —Que le digas a Leo que lo quieres, porque nunca se lo has dicho. El efecto de aquellas palabras en Amazur fue múltiple. Su corazón se aceleró aún más. En su interior sentía que quería decir a Leo que lo quería, que sí, que lo extrañaba. ¿Por qué le costaba tanto expresar lo que sentía? Seguro que Leo necesitaba escuchar eso de sus labios. De hecho, 27

él si se lo había dicho tantas veces. Tantas. Y a ella le encantaba escucharlo. Pero desde que él se había ido, ella se había quedado sola, sin amigos. Se sentía como si le hubiesen arrancado una parte de ella. Nunca hablaba de eso, ni reconocía a nadie el hueco que el chico había dejado en su vida. —Tienes razón, se lo diré, pero... — ¿Pero qué? —Pues que no sé hacer magia. No puedo comunicarme con él. —Para eso inventaron los celulares —intervino Filipo, quien no se había perdido un detalle de la conversación. —Tiene razón —dijo Olalla—. Usa mi celular. Amazur recogió el aparato, pero enseguida se dio cuenta de algo: —Pero es que no tengo su número. Bueno, ahí sí que podemos usar la magia —dijo Olalla, mientras detenía el carro en la berma para que Amazur se bajase y pudiese hablar tranquilamente a unos metros de distancia. Y en ese momento, varios números se marcaron solos en el celular. Pero la magia fue más allá, porque, si Amazur se hubiese fijado, en aquellos parajes ni siquiera había cobertura. 28



4 Fue todo un día de viaje. Estaban todos cansados y les hacía falta dormir. Resultó que Olalla llevaba en la camioneta todo lo necesario para acampar: mantas, colchonetas hinchables y latas de comida, mucha comida. Amazur esperaba encontrar comidas extrañas, como patas de araña en salsa de soja o alas de murciélago con mote, pero no, eran comidas normales, de las que venden en los supermercados. Olalla resultó ser una excelente organizadora. En pocos minutos buscó un buen lugar de acampada, algo alejado de la carretera, protegido por árboles y rocas. Luego encendió una hoguera, puso a calentar varias latas y hasta adecentó tres lugares para dormir con helechos. Eran casi tan mullidos como unos colchones. Cenaron en silencio, a luz de las estrellas. La noche estaba serena, despejada. A lo lejos se oían los grillos. 30

—Filipo —inquirió Olalla—, ¿cómo es que perdiste el cuerno? Filipo, lógicamente, no comía de las latas. Se alimentaba de hierba fresca que crecía por allí, pues un burricornio no deja de ser un burro. La criatura levantó las orejas, cesó de mascar hierba y se quedó mirando a la mujer. Tuvo que acabar de mascar y luego tragar antes de responder con cierto aire enojado, ofendido: —Yo no perdí mi cuerno. ¡Me lo robaron! Amazur también paró de comer. Su lata era de lentejas, pero tenían un extraño sabor a calamares. ¿Sería cosa de magia? Por la cara que puso, Olalla se dio cuenta de que el sabor a calamares no era del agrado de la niña, así que se levantó, se le acercó, dio dos toquecitos a la lata con los dedos y luego dijo a Amazur: —Prueba ahora. La niña probó. Entonces se dio cuenta de que las lentejas ya no sabían a calamares, sino a espaguetis a la boloñesa. —¿Esto es magia? —preguntó Amazur. Pero Olalla no le prestó atención, porque justo en ese momento pidió al burricornio: —Si no perdiste el cuerno, ¿cuál es tu historia? Filipo se sentó sobre los cuartos traseros, intentando 31

adoptar una postura solemne. Todo empezó hace cosa de un año —empezó a contar—. Yo vivía al pie del gran volcán, en la gran pradera en que nos concentramos los burricornios de las alturas... —¿Ese volcán de ahí? —interrumpió Amazur señalando al cono cubierto de nieve que se alzaba a lo lejos y que todavía era visible antes de hacerse de noche. —Ese mismo —dijo Filipo—. Pues bien, ese es un lugar protegido por la magia, donde los humanos comunes no entran porque falta el aire, pero si alguno accede, solo ven burritos tiernos... En fin... —Pero, si a ti te vieron y te capturaron, es porque saliste de la gran pradera — comentó Olalla. —Bueno, sí, pero tuve una buena razón. —Ah, ¿sí? ¿Cuál? ¿Te enamoraste? —preguntó Amazur, quien estaba empezando a interesarse por la historia. —No —respondió solemne Filipo—. Salí de allí por motivos más importantes. —¿Qué motivos? —siguió inquiriendo Amazur. Pero Filipo callaba, lo cual era muy raro, porque era algo que no hacía frecuentemente, casi no se sabía lo que era el silencio a su alrededor. Hasta que de repente, después de morderse el labio inferior, dijo: —Maqueños. 32

—¿Qué? —Maqueños. Fue por un cargamento de maqueños. Tanto Olalla como Amazur rompieron a reír. Aquel burricornio era un ser chistosísimo. —A ver, es que allá arriba no hay maqueños y a mí me enloquecen. La cosa fue que me llegó el aroma de un carromato cargado de maqueños. Los llevaba un campesino por un camino por debajo de la gran pradera. Su aroma me llegó desde kilómetros de distancia. Así que me acerqué hasta él con la intención de coger solo unos cuantos, no iba a notarlo, pero resultó que el hombre no era un simple campesino, sino que era un brujo, uno muy malo. Y como era brujo, me vio el cuerno y me reconoció como burricornio. »Me cogió por sorpresa y logró inmovilizarme. Me ató las patas y me lanzó al carromato. Luego, con un hacha me cortó el cuerno, lanzó un conjuro y lo hizo desaparecer en el aire, mientras me decía riéndose: “Por un burro gordito como tú, me darán mucha plata”. »No recuerdo muy bien todo lo que pasó después, porque al arrancarme el cuerno me convertí en una especie de burrizombi. Lo último que recuerdo es que aquel tipo del mercado me quería vender... Y luego apareciste tú, Amazur... A propósito, nunca te he dado las gracias por ello. 33

Durante unos instantes hubo silencio. La historia del burricornio había sonado solemne. Tenía también sus momentos serios, no siempre tenía la boca suelta. Finalmente, Olalla rompió el silencio: —Según el Libro del Embrujo Azul, Amazur estaba destinada a salvarte. Todo burricornio o unicornio o canicornio que pierda su cuerno, solo lo podrá recuperar si un ser mágico está destinado a restituírselo. —Pero yo no sabía nada —dijo Amazur—. De repente, aquel día, el camino del bosque por detrás de mi casa cambió de rumbo... —y contó la historia de cómo el camino la había conducido hasta el cuerno de Filipo. —¿Y aún quieres más pruebas de que eres una bruja? —preguntó Olalla después de oír el relato—. Es obvio que estabas destinada a encontrar el cuerno de Filipo. »La magia que hay en ti es la que provocó que el camino te llevase hasta aquel objeto mágico, porque un cuerno de burricornio o de unicornio o de canicornio, es absolutamente mágico. Sin él, la criatura que lo posee no puede moverse más en el plano de la magia. Amazur escuchaba atentamente aquellas palabras. Por encima de ella, la luna llena, killapura, brillaba intensamente. Se veían las estrellas como millones de gotas de leche que parpadeaban. El aire, aunque fresco, resultaba agradable. 34

—No entiendo nada —acabó diciendo Amazur—. ¿Cómo puedo ser mágica si en mi familia no hay seres de esos? Olalla no respondió. Movió los labios sin llegar a pronunciar ninguna palabra. Fue Filipo, en cambio, quien habló en un tono serio tan poco habitual en él hasta aquella noche: —Todos los seres humanos tienen su propio camino, Amazur. Los mágicos, también. Amazur se quedó mirando a Filipo: —¿Y qué pinta un burricornio en mi vida? Ahí Olalla levantó la cabeza y dijo: —Toda bruja está acompañada de un ser mágico durante toda su vida. La gente cree que las brujas solo nos rodeamos de gatos negros y lechuzas. Pero no, lo cierto es que nos rodeamos de animales mágicos, que aparentemente son animales normales. Amazur no pudo evitar imaginarse las carcajadas de la gente de su pueblo cuando la vieran acompañada de un burro parlanchín. —Vamos a ver —quiso entender Amazur—, si este burro... —Burricornio —corrigió Filipo. —Bueno, burricornio... si este burricornio se supone 35

que es el ser mágico que me va a acompañar, ¿por qué se supone que lo estoy llevando a no sé dónde? Nuevamente silencio. Solo una lechuza a los lejos dejó oír su canto. Después de un rato, Olalla dijo: —Cuando te recogí en la carretera, no sabía toda esta historia... —¡Pero tú eres bruja! —Soy bruja, pero no soy un oráculo —explicó Olalla—. Lo cierto es que la magia me llevó hasta ustedes para devolver a Filipo a la reserva de burricornios en la pradera bajo el volcán, ustedes necesitaban mi ayuda para eso, pero ahora ya no está tan claro, porque parece ser que Filipo es tu animal mágico. —¿Entonces la magia se equivoca? —preguntó Amazur—. Porque si te puso en mi camino para llevarnos hasta la pradera y ahora resulta que no es necesario, entonces es que se equivoca... al menos a veces. —La magia nunca se equivoca —respondió Olalla con una gran sonrisa—. Todo sucede por algo, ¿o no lo ves? —No... —dijo Amazur. —Dime, si no fuese por este episodio, ¿me habrías conocido? Amazur se quedó con ganas de responder, pero ya Olalla se dejó caer en el suelo sobre el colchón de helechos 36

y unos segundos después se oían sus ronquidos, capaces de alejar a un oso. Y, de hecho, asustaron a un oso que merodeaba por los alrededores, que salió corriendo. 37



5 Laconversaciónde lanoche habíadejado muypensativa a Amazur. Casi no había pegado ojo dando vueltas a todo lo que habían hablado. No conseguía entender qué era la magia realmente; desde luego, no se trataba del concepto infantil del que siempre le habían hablado. La magia, como tal, le había puesto en su camino a Olalla, aquella extrañísima mujer que, sin embargo, le hacía sentir muy bien solo por estar a su lado. Y luego, a Filipo, aquel burro parlanchín con cuerno, con el que no solo se había cruzado, sino que hasta parecía que tendría que cargar con él por no se sabe qué extraña razón. Sin embargo, lo que resonaba en el cerebro de Amazur con más fuerza era una pregunta: “¿Soy de verdad una bruja?”. Si lo era, desde luego la imagen que había tenido de las brujas no se correspondía para nada con lo que estaba aprendiendo. 39

Y tan solo habían transcurrido veinticuatro horas desde que había conocido a Olalla. Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando, de repente, empezó a sentir un agradable cosquilleo en el pupo. Nunca había tenido una sensación así. Era algo parecido a cosquillas. Pensó que, tal vez, algún insecto se le había colado por debajo de la camiseta y se había quedado a dormir allá, buscando el calorcito. Se levantó, pues, la camiseta con la intención de expulsar al insecto intruso, pero allá no había insecto alguno. En cuanto la prenda estuvo levantada, del ombligo de Amazur surgió un pequeño arcoíris. Un extremo salía del ombligo, el otro se iba difuminando a unos centímetros por encima. Aquel fenómeno no pasó desapercibido para Olalla: —Vaya, vaya, la magia en ti se va haciendo cada vez más poderosa —comentó. Se ve que va a llover. Amazur no sabía qué decir. Sin embargo, Filipo sí hizo un comentario: —Niña, me da a mí que no te has lavado desde hace bastante tiempo y eso que te nace en el pupo no es sino una muestra de la falta de higiene a colores... Pero Amazur estaba demasiado sorprendida como 40

para hacer caso de los comentarios del burricornio. Seguía inmóvil, contemplando aquel arcoíris que surgía en su propio cuerpo. —No te preocupes —la tranquilizó Olalla—. Es una buena señal. En cuanto se ponga a llover, el arcoíris desaparecerá. —¿Llover? —dijo Amazur—. Pero si hace un sol espléndido... Apenas acabó de decir la última palabra, una gota de lluvia gorda como un pan de yuca le cayó en la cara. Y luego otra y otra y otra y otra... De no se sabe dónde, había surgido una nube oscura que ocultó el sol. Era el diluvio. Amazur y Olalla recogieron el campamento enseguida y se refugiaron en el interior de la camioneta. Filipo, por su parte, exigía que también a él lo dejasen meterse en la cabina. —Está bien —le dijo Olalla—, pero no rompas nada con el cuerno o te boto para fuera... Por suerte, la lluvia no duró mucho. No obstante, era hora de irse. Solo entonces, Amazur se dio cuenta de que el gorro de lana de Olalla estaba empapado. No se lo había quitado en todo el tiempo que habían estado juntas. —Olalla, ¿no crees que te vas a resfriar si te dejas el gorro puesto? Está totalmente mojado. 41

Olalla iba a prender el motor, pero se detuvo al oír aquel comentario. Se llevó las manos a la cabeza. —Sí, está empapado. Pobrecitas, se van a ahogar. Aquel comentario hizo que los ojos de Amazur se abriesen como platos. —¿Quiénes se van a ahogar? Olalla, en vez de responder, se quitó por fin, el gorro de lana. Solo entonces, Amazur comprobó que Olalla tenía la cabeza cubierta de rizos como ella. La muchacha se sorprendió enormemente ante aquel descubrimiento. Aparentemente no había nada de extraordinario en que ambas tuvieran el cabello igual, pero le daba la impresión de que aquello era más que una casualidad, aunque no sabía por qué. Amazur seguía en silencio, con la boca abierta. —Cierra la boca —le dijo Filipo—, o en vez de una mosca, te va a entrar un cóndor. Pero Amazur no reaccionaba. Ni ella misma hubiera sabido por qué si se lo preguntasen. Olalla se pasó la mano por el pelo y le dijo a sus cabellos: —Tomen un poco de aire. En un ratito tendré el gorro seco, no se preocupen. Entonces, Amazur reaccionó y preguntó: 42


Like this book? You can publish your book online for free in a few minutes!
Create your own flipbook