Important Announcement
PubHTML5 Scheduled Server Maintenance on (GMT) Sunday, June 26th, 2:00 am - 8:00 am.
PubHTML5 site will be inoperative during the times indicated!

Home Explore ALICIA CUENTA - Historias de Campo - BLANCA LAGOS BERRÍA

ALICIA CUENTA - Historias de Campo - BLANCA LAGOS BERRÍA

Published by Lidia Susana Puterman, 2021-07-29 20:08:44

Description: ALICIA CUENTA - Historias de Campo -
BLANCA LAGOS BERRÍA
Blanca Lagos selecciona para este libro, aquellos cuentos de campo, que en voz de su Madre, ahuyentaban los miedos y lograban que las palabras fueran surgiendo como diminutas imágenes, logrando que la mente recorriera el camino en sentido inverso, evocador, haciendo volar la fantasía en forma sorprendente en esas atentas caritas, que cada noche esperaban expectantes por un cuento..

Search

Read the Text Version

Alicia Cuenta

Alicia Cuenta Historias de campo Blanca Lagos Berríos. 1a edición 200 ejemplares. RPI : No A 308.886 ISBN: 978-956-401-070-0 Edición: Arttegrama ILustraciones: Noemí Carrasco Diseño portada: Ana María Güede Edición y producción gráfica: Arttegrama Santiago de Chile. Año 2019

Blanca Lagos Berríos Alicia Cuenta Historias de campo Blanca Lagos Berríos

Alicia Cuenta



Blanca Lagos Berríos Dedicatoria Este libro está dedicado a una mujer que parió nueve hijos, pero crio doce, una mujer que supo ser madre de tiempo completo, que aprendió a amasar el pan ajeno, para llevar el suyo a sus hijos. Una mujer que fue obrera, médico, yerbatera, artesana, una mujer que puso cara sonriente a la vida... cuando esta la arrastraba por los pies, una mujer mágica, la mejor cuentacuentos y el único monstruo de los abrazos más calentitos que he conocido... Es para mí, un orgullo señalar que ella es mi madre, la Sra. Alicia Berrios Bahamondes. 5

Alicia Cuenta 6

PRÓLOGO Blanca Lagos Berríos “La vida no es lo que uno vive, sino lo que recuerdas y cómo lo recuerdas para contarla” Gabriel García Márquez Blanca Lagos selecciona para este libro, aquellos cuentos de cam- po, que en voz de su Madre, ahuyentaban los miedos y lograban que las palabras fueran surgiendo como diminutas imágenes, logrando que la mente recorriera el camino en sentido inverso, evocador, haciendo volar la fantasía en forma sorprendente en esas atentas caritas, que cada no- che esperaban expectantes por un cuento. En Alicia Cuenta encontraremos historias que logran permanecer sujetas por la memoria y que van siendo traspasadas de generación en generación. Son relatos fantásticos que se despliegan como un río, don- de se mezcla la fantasía con la realidad; estos relatos, al ser verbalizados, logran sorprender y van creando imágenes asombrosas en la mente de quienes las escuchan, son el latido permanente que recorre caminos, con los vocablos propios de un lugar, convirtiéndose en los mitos y le- yendas de aquel sitio. Desde estas páginas brotarán para muchos de nosotros, aquellos recuerdos que tienen sonidos, aromas y aquella sensación exquisita del calor de hogar, enhebrando ese finísimo hilo que nos conducirá a conec- tar con aquellos laberintos casi olvidados en nuestra mente, donde al- macenamos todas nuestras vivencias, sólo bastará comenzar a leer, para revivir importantes momentos de nuestra infancia, donde los cuentos nos hacían transitar por mundos de fantasía y de paso, nos entregaban los auténticos valores de la vida. Ana María Göede 7

Alicia Cuenta 8

INTRODUCCIÓNBlanca Lagos Berríos Ya!!... Están listas las sopaipillas decía mi mamá mientras se secaba las manos en una esquina de su pintora Todos pa’ dentro y corríamos a tomar ubicación en la enor- me mesa del comedor, comedor que se goteaba en un rincón cuando llovía fuerte “no vayan a dar vuelta el balde”... balde que ya había sido derramado en el piso por uno de mis herma- nos más chicos “trae el trapero... Y la tonta no para nunca de trabajar decía” mientras secaba con el trapero la poza de agua. Cuándo al fin tomábamos posición, en 10 minutos, desaparecía el producto de tanto trabajo, esas doraditas y enzapalladas so- paipillas que tan ricas hacía mi madre. Después de tomar onces, compitiendo entre los nueve por quién había comido más, se oía su famosa frase “ya, al baño y a acostarse” Frase a la que ninguno daba mucha importancia porque, nos íbamos a su pieza detrás de ella tratando de buscar a esa cuentacuentos que nos paseara por los inagotables avatares te- rroríficos de su campesina niñez. 9

Alicia Cuenta “Cerraron la puerta de la cocina?... Preguntaba mamá, “tú que eres más valiente que todos, ponle el candado a la reja” me decía, yo creyéndome que así era, tomaba el candado y con un gesto de superioridad salía al lejano antejardín a poner canda- do, no sin antes decirle: “Pero usted ya sabe po’... Y mientras ella en la cama ponía pijama a los más chicos sacaba un pie por un pequeño espacio abierto de la puerta, yo sin dejar de mirar el pie de mi mami ponía candado, sintiendo que ese “pie poderoso” me acompañaba en tan arriesgada tarea, rezando en silencio me devolvía venciendo todo fantasma, brujo y espanto que quisiera atraparme en ese oscuro pasillo, que si no hubiera sido por esa carrera desesperada qué hacía al final de la travesía llegando a la puerta, me habrían alcanzado... Más de alguna vez sentí qué rasguñaron mis flacas pierni- tas, yo y mis hermanos sabíamos mucho de esas cosas, ya que mi mami qué era campesina del campo mismo, nos contaba siempre las mil historias y formas de presentarse del diablo, por lo menos eso era lo que se decía en su pequeño pueblo. Estando ya a salvo, todo estaba preparado mamá, metida en su cama con dos o tres de mis hermanos chicos, la estufa a parafina que a veces se inflamaba, ya estaba en su rincón, era el cuadro perfecto para empezar a admirar a nuestra heroína sobreviviente de aventuras e historias de campo en las que el diablo siempre andaba metido. Afuera una lluvia que ponía magia musicalizada a las his- torias que sin pestañear y atentamente nos disponíamos a escu- char. 10

Blanca Lagos Berríos Ella, bañada de nuestros ojos curiosos decía “les conté que un día y bla bla bla bla... Era ahí qué se escuchaban los no mamita cuenta, cuenta por favor! Ella muy seria abrazando a mis hermanos chicos que se em- pezaban a pegar a su lado mientras los más grandes sonreíamos entusiasmados empezaba la historia. Alicia, mi mamá, maravillosa cuentacuentos nos entretenía cada día lluvioso de invierno... y su especialidad eran los cuen- tos de terror y las historias del diablo en las que Él, siempre era el perdedor. Y así con su inagotable paciencia, terminaba el relato mi mami sacándonos de nuestro trance, mientras mis hermanos chicos babeaban durmiendo a su lado y nosotros los más gran- des le dábamos un beso, nos íbamos a acostar y antes de dormir le gritábamos para su pieza “hasta mañana mamita que ama- nezca bien alentadita y que sueñe con los angelitos”. Sintiendo en el corazón qué mi mamita era la mamita más buena y valiente de todas. 11

Alicia Cuenta 12

Blanca Lagos Berríos ANA Yo era una niña dice Alicia pero, recuerdo claramente lo que se contaba en el pueblo de Don Jorge el panadero y su mujer. Ella era así, le gustaba cabalgar potro ajeno y al suyo, ni pastar lo dejaba. Así decían las malas lenguas, de refajos y ar- tesas mañaneras, repletas de ropas de niños y sudor de muje- res cuidando a sus críos y maridos, algunos muy trabajadores pero, muy amantes del vino y la Rayuela. Ella no!!... Ella era muy diferente, no sabía de sacrificios familiares, ni de brebajes de flores pectorales, miel con limón, ni Cazuelas, ni de cortar leña para calentar la casa. Ella llevaba ese calor en sus ancas, su mirada de loba en celo permanente y su sonrisa. Sus dos hijos ya nada le pedían, eran autónomos sólo, es- peraban al atardecer a su amado padre para el fin del día co- mer algo calentito e irse la cama “con la guatita llena” 13

Alicia Cuenta Jorge era un dulce padre cariñoso y bonachón, quién con el tiempo y su incesable trabajo estaba cada día más delgado, hacía todo por su familia y en especial por mantener contenta a su mujer, casi no dormía tenía dos trabajos, hacía labores de temporero de 9 a 5 de la tarde, luego llegaba a su casa a limpiar y a atender a su familia (raro ver a un hombre así en esos tiempos) Luego dormía y las 2 de la madrugada se levantaba a ha- cer el pan en una pulpería relativamente cerca de su casa, así transcurría su vida, sin notar qué el tiempo devoraba hasta su amor propio. Ana, su esposa era sin duda, una bella mujer qué lejos de ayudarle, siempre lo humillaba diciendo que “ella se había equivocado tanto al elegir marido, que era un pobretón, un mediocre, que siempre supo qué ella merecía otra cosa” Pero ese hombre a pesar de todo amaba a Ana, “su sol” la llamaba. Es así como todos los días, él después de hacer las labores en casa, se dirigía al fin a su cuarto a descansar unas horas, ella arreglaba sus cabellos, apretaba más su cintura dejando realzar un escote muy atrevido y una figura exuberante, se ponía su labial rojo, el que hacía resaltar más su blanca test y esas largas y negras pestañas que abanicaban su esplendor... Y así salía a contonear sus caderas por las entierradas calles del pueblo, mientras sus vecinas con ojos de dagas, tomaban del brazo a sus boquiabiertos maridos, nadie le brindaba ni media 14

Blanca Lagos Berríos sonrisa, al contrario el desprecio y la antipatía se dibujaba en cada rostro de mujer que veía ese caminar pausado y provoca- dor de la bella Ana, quién a través de su negro mechón rizado, que caía a un lado de su cara, las miraba y sonreía desafiante. Ella sabía que gran parte de esos maridos conocían cómo olía su piel y del calor de sus instintos...” con sólo un chasquido de mis dedos, dejarían a sus viejas” decía! En una de esas noches de paseos y de “cacería” se cruzó con un hombre alto y elegantemente vestido, al cual el ala de su sombrero y la tenue luz de los faroles, casi no dejaban ver su rostro; la miró, sonrío y la saludo tocando el ala de su fino sombrero. Ana contestó ese gesto con una sensual mueca y sin dejar de estremecerse siguió su camino, más al voltear su mirada para seguir el coqueteo sintió los cascos de un majes- tuoso corcel que se llevaba al trote a su refinado galán. Ella como nunca volvió temprano a su casa pero, sin po- der sacar de su mente a ese extraño forastero, así fue cómo todas las noches caminaba por esa larga avenida toda orillada de Sauces y débiles faroles, deseando con fervor encontrarse nuevamente con esa estampa de hombre, que había encendi- do un fuego incontrolable en su ser...” moriría y mataría por verle de nuevo decía”... Y como bestia erizada llegaba a casa, descontrolada “quiero verle de nuevo” las vecinas la escucha- ban gritar “le daría todo este calor, mi alma, mi pasión, me derrito por él”. 15

Alicia Cuenta Hasta que un día enfermó, ya no comía, estaba débil, fe- bril, cayó a la cama, su marido muy preocupado por la situa- ción, le pedía que dijera qué le pasaba, le preparaba agua de hierbas, le ponía paños fríos en la frente pero, nada, ella lo rechazaba a él y a sus hijos, le pidió que la dejara sola, que estaría bien sin ellos, que necesitaba descansar, así calmaría su fiebre. Jorge llevó a los niños a casa de su hermana y la dejó sola pensando que era lo mejor, tal vez ella debía liberarse de su precaria y poco atractiva presencia (como ella le decía). Ana en su casa seguía con su obstinación, necesita- ba verlo, ese hombre la había embrujado con su sola mira- da. Armándose de valor salió a preguntar a sus vecinas si lo conocían, ¿qué quién era? y de ¿dónde era? Pero, nadie parecía saber- lo, ni haberlo visto jamás, las vecinas extrañadas nunca ha- bían visto a la “suelta” de esa forma, tan desesperada y mal- trecha, si hasta lástima les dio. Alguna vecina por ahí le dijo: _¿no habrá sido el mandinga qué se le apareció disfrazado 16

Blanca Lagos Berríos de gente, vecina”?... _¡Tenga cuidado “iñora”!. Ella desenfrenada y altiva le dijo: _¡si ese era el diablo, quiero derretirme en su infierno! Regresó a su casa maldiciéndolas, creyendo que oculta- ban información a propósito, _¡malditas y envidiosas viejas cornudas!, refunfuñaba y les gritaba qué igual lo encontraría y sería suyo como ella de él, en cuerpo y alma, mientras des- garrada sus vestidos y su desgreñada y negra cabellera parecía tener vida propia, estaba enloqueciendo. Fue entonces cuando se escuchó un ensordecedor trote de cascos, qué cesaba justo al frente de su puerta, la noche pa- reció Apagar sus estrellas, los árboles y Los Grillos enmude- cieron, el viento que parecía jugar entre el campo y el pueblo, parecía el tibio aliento de bestia moribunda... Y era él, quién sin dejar de sonreír manteniendo intacta su gallarda figura, se apeó de su caballo azabache y camino hacia Ana, quien no daba crédito a lo que sus ojos desmaquillados veían, con una sonrisa demencial preguntó extasiada _¿vienes por mí?, a lo que él contestó con una sarcástica sonrisa _¡dijiste que serías mía en cuerpo y alma, bueno, acá estoy! Ella sin pensar se lanzó a sus brazos y entrándolo a su casa repetía hazme tuya, tuya, me derrito por ti. Nadie sabe con certeza lo que ahí pasó, no oyeron, ni vie- ron nada pero, las vecinas que miraban por las ventanas de sus casas, jamás les vieron salir, su caballo desapareció, nadie lo vio irse, fue como si a los tres se los hubiera tragado la Tie- rra. 17

Alicia Cuenta Al día siguiente cuando volvió su marido a casa, esta esta- ba vacía, parte de las ropas carbonizadas qué vestía la mujer, estaban sobre un charco de aceite qué olía a azufre. La gente del pueblo dice que aquél enigmático y elegante hombre, no era nadie más que el mismísimo diablo, que había venido a buscar a su ardiente y brava discípula. A la cual el calor del infierno que trajo el demonio, logró efectivamente derretirla. 18

Blanca Lagos Berríos LA CUESTA DEL DIABLO Otra historia qué Alicia mi mamá contaba era la que solía ocurrir en una cuesta que bordeaba los cerros que llevaban a su pueblo, se decía qué a todos los escasos vehículos que en esos tiempos por ahí pasaban justo a las 12 de la noche comenzando la cuesta se le subía un indeseado y terrorífico pasajero esperando ver qué tan débiles estaban los abordados. Su tío Lucho, hombre fornido y bastante incrédulo, que pertenecía a la liga de lucha libre, “Cachacascán”, de esa épo- ca. No daba crédito a esas historias, “chismes de vieja, decía” y se reía diciendo “que si el diablo se le subía al Auto le cobraría un pasaje muy caro, ya que este sí que tenía mucho dinero, qué le haría una llave, lo haría un nudo y lo tiraría cuesta aba- jo y muchas cosas más entre risas y gestos chistosos. Un día regresando en su auto desde Santiago, un poco cansado por haber compartido unas horas con familiares y amigos, sonreía recordando lo bien que lo había pasado y las advertencias de que no se fuera a esas horas porque justo le darían las 12 de la noche al pasar por la cuesta del diablo pero el, primero no creía en esas cosas y segundo tenía un compro- miso ineludible en su pueblo por tanto tenía que volver y así lo hizo. 19

Alicia Cuenta Cuando se aproximaba a la cuesta, miró su reloj que mar- caba justo las 11:45, sin querer pensó, qué bueno voy a pasar la cuesta antes de las 12:00, luego sonrío al sorprenderse pen- sando en esas tonterías. “estoy bien loco” dijo para despejarse bajo el vidrio de su “chevy Bel Air” blanco y rojo año 54, un verdadero lujo para la época. Tubo que afirmarse con todas sus fuerzas del volante cuando sintió aquel fuerte vaivén que sufre un auto cuando se pincha un neumático, “por la chita” exclamó, se pinchó un neumático, se orilló rápidamente sacó sus herramientas y se dispuso en la oscuridad de la huella a cambiar la rueda, era una noche fresca uno que otro árbol le acompañaban en el camino, el ruido sutil de conejos huyendo y escondiéndose en las zarzamoras que dibujaban el trayecto. A pesar del frío no corría nada de viento, la noche estaba estática, ni grillos, ni pájaros el campo estaba mudo estrellado como nunca, como millones de ojitos qué pestañaban, siendo testigo de lo que estaba por ocurrir. El tío Lucho ya terminado el trabajo qué nerviosa y rá- pidamente había ejecutado, prendió el auto y prosiguió con su marcha, no sin antes mirar su reloj que marcaba las 11:57, sonrío de nuevo acercándose más a la cuesta que ya se dibu- jaba frente a sus ojos. Lo curioso es que él empezó a sentir un leve escalofrío por su espalda y no podía dejar de mirar atentamente su entorno, hasta él se extrañaba de tener esa inquietud no usual en él. Al 20

Blanca Lagos Berríos tomar la curva de la famosa cuesta pudo notar un sudor frío en su sien, y sus congeladas manos firmemente agarradas al manubrio temblaban un poco, trataba de no pensar y peligro- samente pisaba el acelerador para pasar lo más rápido posible esa cuesta... Cuando de pronto sintió como si en su asiento tra- sero se hubiera sentado un elefante, el auto pareció achatarse y su espejo retrovisor estaba totalmente empañado, a través de él solo se podía distinguir un bulto instalado en las butacas traseras, por temor a desbarrancarse no po- día mirar para atrás pero, no tardó mucho en darse cuenta que alguien casi su- surrando se comunicaba con él, alguien qué le decía “necesitas de mí?, ¡pídeme lo que quieras!. Su espejo seguía empañado, este ser no se dejaba ver, el tío Lu- cho seguía conduciendo en ese momento recordó algo, busco en su cuello bajo la camisa y se aferró a un reli- cario que su madre en una ocasión le había regalado 21

Alicia Cuenta y lo llevaba siempre con él por el valor sentimental que éste tenía y repetía una y otra vez los rezos que en familia cuando niño de su madre aprendió. Estaba llevando a cabo la lucha más difícil de toda su vida, era una lucha en la que su alma corcoveaba y se resistía ante un adversario titánico. Casi perdiendo el control de su auto- móvil que chirriaba en cada curva y amenazaba con dejarle caer al vacío, la oración le seguía acompañando y cada vez alzaba más la voz en su rezo para no escuchar esas terroríficas y a la vez seductoras propuestas que pretendía entregar ese pasajero maldito el mismísimo diablo. Al término de esa satánica corrida coma finalizando la cuesta sintió como su vehículo se despojaba de su apestosa carga, dejando una nube de color gris y un intenso olor a azu- fre que penetró todos sus atentos sentidos, los que al bajarse el diablo pudieron escuchar “maldición ganaste, ya nos veremos de nuevo”. El tío Lucho volvió a tomar el relicario lo beso cómo cuán- do besaba las manos de su madre y la sintió, la sintió tan cerca que hasta podía oler el perfume de su piel, parece que Dios en ese momento le había abierto las puertas del cielo para que ella abrazará a su hijo tras esa titánica lucha en la que había salido vencedor. 22

Blanca Lagos Berríos LA PATA DEL DIABLO Hoy les voy a contar que cerca del pueblo donde yo vivía, había un cerro que tenía un enorme hoyo, del cual la gente contaba muchas historias, pero mi mamá nos contaba siem- pre la real. Había una vez un señor qué desesperado por su falta de dinero, las muchas deudas y cuentas que tenía que pagar, de- cidió hacer un pacto con el diablo y se iba a los cerros cerca- nos armándose de valor y en su desesperación gritaba “diablo, mandinga, lucifer, demonio ven aquí” y repetía su grito una y otra vez. Tras un largo rato de esas invocaciones y ya des- animado por no hacer el contacto empieza a bajar del cerro, cuando tropieza con una piedra y se va rodando casi en caí- da libre hacia el vacío, cuando de pronto se da cuenta que algo frena su descenso, algo como si una enorme mano hu- biera sostenido firmemente todo su cuerpo, puso los pies en la tierra y dijo “diablos, pude haberme matado”. Fue entonces cuando detrás de unos espinos se escuchó “todavía no era tu hora, ¿me llamabas?. 23

Alicia Cuenta Un fuerte olor a azufre inundó todo el lugar que, casi no dejaba respirar el aire fresco y puro que había antes, su sangre pareció congelarse por un momento y su respiración entrecor- tada sólo le permitió sacar un leve hilo de voz para responder esa quemante pregunta. ¿Eres tú?... Respondió, entendiendo claramente de quién se trataba. En ese momento se presen- taba frente a él, una figura esbelta, muy alto elegantemente vestido, con un traje negro ceñido a su figura, una humita de seda rojo fuego y una capa negra larga que parecía lamer el suelo, con un cuello perfectamente almidonado con su cara interior también rojo pero, lo que verdaderamente erizo la piel de este hombre fue darse cuenta que esté invocado desde la cintura para abajo tenía cuerpo de carnero, que su larga capa mecida por el viento casi no dejaba percibir, se quedó con los ojos agarrados de esas patas peludas que terminaban en unas macizas pezuñas negras y brillantes, también pudo notar que esté ser sediento de almas, poseía una cola como un largo látigo que terminaba en una punta de flecha. No tenemos toda la noche dijo el demonio, levantando el rostro del hombre con la larga uña de su dedo índice, ha- ciéndole posar la vista en su esquelético rostro triangular, el que en su frente poseía dos pequeños cuernos y sobre su boca unos afilados bigotes y bajo está, una pequeña y lisa barbilla que lo hacía lucir espeluznante. El hombre tratando de simular una calma que no poseía en ese momento sacó del bolsillo una cajetilla de cigarrillos y 24

Blanca Lagos Berríos encendiendo uno le dijo: “me imagino qué sabes porque estoy aquí”... El diablo dejando ver una completa sonrisa de dientes de oro contestó: “espero tu propuesta” El hombre dijo: “necesito dinero, mucho dinero para solu- cionar mis problemas y vivir lo que me resta de vida cómodo y feliz, para eso quiero hacerte una propuesta, tú que eres el que todo lo sabe no será problema para ti lograr un resultado para tu beneficio”. El diablo qué es bien bruto y tonto (aunque aparenta ser inteligente y sagaz) lo miraba sin dejar de sonreír. El hombre miro al cielo y al ver que este estaba tan estre- llado con esa astucia propia del hombre de nuestros campos, como un flechazo se le vino una idea a la cabeza. “Necesito que me hagas aparecer un cofre grande lleno de lingotes de oro, más yo sé, que tú querrás a cambio mi alma”, estamos?... ¡Muy bien! contesto Lucifer eres inteligente, bue- no, prosiguió el hombre no te voy a pedir que me des un año de vida, ni diez, ni veinte, a mí me gustan las cosas ya! ahora, negro o blanco, todo o nada. Por eso va la siguiente oferta, tu cofre contra mi alma, mi alma ya está aquí, frente a ti y aún no veo el cofre. “Ese no es un problema” dijo el diablo... Ahí tie- nes el cofre señalando a un costado de él un enorme y macizo cofre que él hombre abrió y su interior se encontraba repleto de brillantes y pesados lingotes de oro. Cuál es la prueba que me propones?...dijo el diablo, el hombre que no cabía en sí de ver tan cercana la solución a sus 25

Alicia Cuenta múltiples problemas le dijo: “El que demore menos tiempo en contar las estrellas que cubren este hermoso cielo se lleva todo”. “Sencillo” dijo el diablo, lanzando una carcajada que rom- pió la quietud del lugar, “yo parto primero”... Dijo poniendo un gran entusiasmo en su rostro que ya se sentía ganador y partió con su cuenta, “es muy fácil tarea si separas el cielo en dos”... dijo sin dejar de sonreír y mirando el cielo, con su mano hizo un ademan cómo partiéndolo en dos, “de la luna a la izquierda hay 1, 2,3, 40,100, 600, 900 mientras el hombre tomaba el tiempo con su reloj y el diablo seguía “ de la luna a la derecha 1, 2, 3,40,100,190,306,666 y se- guía contando lo más rápido qué podía sin dejar de ver que el hombre seguía mirando su reloj tomando el tiempo y se daba cuenta que mientras contaba se apagaban unas otras aparecían y seguía con- tando 1263,1540,1600 has- ta que por fin le dijo: “conté 5.666 cuánto me demoré?”. 26

Blanca Lagos Berríos El hombre mirando su reloj le dijo: “debo reconocer que lo hiciste demasiado rápido te demoraste 6 minutos con 6 se- gundos y 6 décimas. “Jajaja... Dijo el diablo, supéralo si puedes, tu alma ya es mía”. “No tan rápido dijo el hombre”... ahora es mi turno. El dia- blo sacó de su bolsillo un finísimo y elegante reloj de oro y con mucha ansiedad le dijo al hombre... “Empieza a contar”. El hombre Mirando al cielo empieza a mover su cabeza diciendo: “¡para el tiempo, hay 50!!. Estás loco?... Replicó Lucifer, cómo qué 50?, ¡sigue con- tando!... tu tiempo está corriendo!. ¡Para el tiempo te digo!...en el cielo hay sin cuenta, las es- trellas son tantas que no se pueden contar porque mientras unas desaparecen otras van apareciendo, es por eso qué son... Sin cuenta!!! El diablo al darse cuenta de lo idiota que había sido le dijo al hombre: “¡quédate con todo el maldito oro, tramposo!!... ¡Esta vez me burlaste pero, si me invocas de nuevo no te reirás de mí infeliz!... Fue entonces que dando un tremendo pun- tapié de rabia al cerro se esfumó, dejando el mismo olor a azufre que cuando apareció y para alegría de nuestro amigo tras su ida dejó, el cofre con el oro, más un tremendo hoyo en el cerro aquel. 27

Alicia Cuenta El TUE-TUE Esta es la historia de campo que la gente antiguamente contaba alrededor de un brasero y a los niños asustaba. Dicen que cuando se oía un aletear trasnochado ni salir ni ofrecer nada era el mandato sagrado. Sólo el refugio en el rancho y abrazarse a Dios entregado era receta perfecta para salir “bien parado”. Mas no faltó el atrevido que desafiando al alado salió de casa una noche pa´no mostrar lo asustado. En su afán este valiente gritó en medio de su chacra “ven pa´aca, no te tengo miedo ¿querí asao?, mañana mato una vaca”. 28

Blanca Lagos Berríos Su padre lo entro a empujones ¡chiquillo, hay que respetar! el tontorrón sin conciencia al rato se fue a acostar. Una madre, un padre y su hijo son familia campesina unas vacas el sustento leche y queso se cocina. Cuando dormidos estaban descansando del quehacer fuertes golpes a su puerta antes del amanecer. Y una figura muy alta casi rozaba el umbral todo vestido de negro a esta casa quería entrar. “Vengo a cobrar lo ofrecido pues su hijo me invitó” “¡ta´ durmiendo, es un chiquillo!” “Debe cumplir” replicó. 29

Alicia Cuenta La madre muy asustada al ver al brujo enojado cerró la puerta y corrió a proteger a su hijo amado. “¡martes hoy, martes mañana martes toda la semana!” era el rezo de que oía desde la puerta a la cama. Lo roció de agua vendita cruces de palqui y un rosario también sacó un crucifijo que mantenía en el armario. Y otra vez se fue a la puerta armándose de valor pero el Tue-Tue ya no estaba cantó el gallo, el sol daba su fulgor. Se cuenta que aquel brujo que el diablo paró en la puerta fue la causa que sus vacas sin sangre cayeran muertas. 30

Blanca Lagos Berríos Ésta es la historia de campo que a mi madre a mi abuela contó yo hoy se las cuento a ustedes solo Dios sabe si así sucedió. Pero si al llegar las doce y la noche se vuelve extraña no te olvides de decir: martes hoy, martes mañana… 31

Alicia Cuenta YO SALVE A MI PAPI Uno de esos días de sopaipillas, lluvia y amor, Alicia mi mamá preguntó “¿les conté aquella vez que mi papá salió a regar a las 4 de la mañana?”... y un entusiasmado coro de 9 voces decía ¡no mamita cuenta, ¡cuenta por favor!!... Y ella empezaba su relato diciendo, Yo en ese tiempo tenía como seis o siete años y una noche a mi papá le tocaba salir a regar, se puso sus pantalones grue- sos, camiseta de franela, su “chomba” tejida por mi madre, sus botas, su manta gruesa, su bufanda negra y se calzó su som- brero, tomó su farol y se las enfiló pal sembrao’. Al pasar por el corredor de esa grandísima casona que era mi hogar, lo vi por la ventana pieza la que compartía con cua- tro de mis hermanas qué dormían profundamente, esta venta- na daba al corredor dónde iba pasando mi padre, con mucho cuidado y en silencio me puse mi abrigo, unos zapatos qué 32

Blanca Lagos Berríos encontré a la rápida y salí corriendo tras él, se veía tan gran- de y fuerte y era tan valiente imagínense, no le tenía miedo a nada, ni a fantasmas, ni el tue tue, ni al diablo y eso que éste siempre andaba asustando a los niños que no hacían caso o no se comían la comida que Diosito tan generosamente ponía en nuestros platos decía mi mamá, bueno en fin, yo calladita para que no se diera cuenta, seguía la huella de sus pasos y llevaba entre mis manos un rosario y una cruz de palqui, por si acaso para proteger a mi papá de todo mal, ni cuenta me di (por salir apurada) decía, que me había puesto los zapatos de primera comunión de mi hermana, eran blancos con una co- rreíta con hebilla muy brillante y con unos tacos que parecían zapatos de grande (cómo de dos deditos de alto) bueno, con el barro del camino cambiaron de color. La noche estaba linda, clarita, la luna parecía sonreírme iluminando todo, los queltehues a ratos lanzaban sus gritos, uno que otro perro ladraba a lo lejos, mi corazón latía fuerte- mente como queriendo arrancarse por mi boca. Yo seguía caminando y cuando me acordaba rezaba un poquito, llegando a los álamos que parecían soldados gigantes que se meneaban al compás del viento pero, siempre orde- nados en su fila, es que yo sentía como que me miraban, de pronto mi papá, llegando a la cerca, deja el farol en el suelo, saca la tranca y fue entonces cuando detrás del álamo sólo, (el árbol más grande de todos) aparece un perro negro inmenso, que se acerca a mi papi y lo olfatea, mi papi tan valiente como 33

Alicia Cuenta era el le dijo “ hola amigo, ¿me va a acompañar a regar?... El perro tenía los ojos rojos y unas orejas largas, las que al trotar parecían alas, yo agarré muy firme el Rosario y el crucifijo y corrí hacia mi papi mostrándole mis armas a ese malvado de- monio qué seguro se presentaba en forma de perro pero, no era ni más ni nada menos que el mismísimo diablo, yo y mis hermanas sabíamos mucho de esas cosas, ya que en mi pueblo siempre se escuchaban muchas historias del diablo y sus tri- quiñuelas, Mi papi era muy bueno e inocente, él nunca creía en las historias que se contaban en el pueblo pero, yo a pesar de mis 6 añitos sabía todo. Mi papá no entendía nada gritó: “Alicia, chiquilla de moledera, me asustaste, qué estás haciendo aquí mi ñato”. Así me decía él “mi ñato”... Yo le gritaba “papá yo te salvaré” sin dejar demostrarle el cru- cifijo y el rosario al perro grande, mi papá me tomó en brazos y me decía ¡ya ñato, ya!... Y correteó a ese demonio pateando el suelo y diciéndole “fuera, fuera” 34

Blanca Lagos Berríos Y el perro gigante sin dejar de mirar con sus ojos de fuego mi crucifijo y mi rosario salió huyendo a perderse tras el Ála- mo grande. Mi papi me miró mudo, con cara de enojado, pero luego, seguro analizó lo ocurrido, sacó la tapa del canal de regadío para inundar las siembras, me metió bajo su Poncho, me abrazó muy fuerte y me dijo “te quiero mucho mi ñato”... Sacando mi cabeza y la de él, por él mismo agujero central de su Poncho, luego amarró a su cintura la bufanda donde afirme mis patitas... Y Alicia mi mamá, seguía su relato. Después de regar volvimos a la casa, mi mami tenía pren- dido el brasero y ya estaban casi listas las tortillas y los mates con leche calentitos. Comí algo y mi mamá me preguntó: Ali- cia quieres dormir otro ratito?... Yo apoyando mi cabeza en mi hombro sonreí, y ella muy dulcemente me acompañó a la cama de nuevo, sin decir nada, me saco los zapatos embarra- dos, lavo mis pies y me acostó con un beso en la frente, lo que me dio la confianza para decirle “yo salve a mi papá de Las ga- rras del diablo, dígale que le cuente”... Y me dormí muy feliz. Al tiempo después, alguien me contó la historia del viejo que salía a regar por las noches y que tenía dos cabezas... La gente de mi pueblo era muy creativa. 35

Alicia Cuenta POR UN HILO DE AMBICIÓN Desde que llegó Arturo al pueblo, no pasó inadvertido, en un principio era un joven alegre, inquieto, casi perturbador, un chico que llamaba mucho la atención por su facilidad de palabra y su innato liderazgo. Lo malo es que esto lo aplicaba en gran parte para jugar con la credibilidad de quienes le ro- deaban, incluyendo a sus padres. Con el paso de los años se fue tornando más abusivo, cruel, flojo, tramposo y muy mujeriego. Aunque sus padres trataban de justificarlo y defenderlo, no había caso, su único hijo cada día estaba quedando más solo, las pocas amistades que lo frecuentaban, era solo por momentos de distracción pero, la verdad es que nadie confiaba mucho en él , excepto, la dulce e inocente Rosario, quien era una chica humilde pero, muy trabajadora, hija de la viuda Mercedes que era la costu- rera del pueblo y que tenía que sacar adelante a sus tres hijos, de los cuales, Rosarito era la mayor, es por eso que no pudo terminar el colegio, para ayudar a su madre en las labores do- mésticas y el cuidado de sus hermanos, mientras que ella, su madre, cosía y cosía, reparando y zurciendo todo tipo de ropa ajena. 36

Blanca Lagos Berríos Arturo conoció a Rosario en esas largas caminatas que hacían cuando asistían al colegio, al poco tiempo de relacio- narse se dieron cuenta que ambos estaban perdidamente ena- morados, aunque Rosarito era siempre la que se tomaba más en serio este amor, le creía todo, ya que él en sus delirios de grandeza, le ofrecía este mundo y el otro. Fue así como deci- dieron cazarse, ella con sus hermosos diecisiete años y el con veintidós recién cumplidos. Al principio todo fue maravillo- so, la cigüeña no tardó mucho en hacerse presente y a pesar de que Arturo había abandonado su trabajo manteniendo su conducta de borracho y mujeriego, Rosario lo hizo padre por segunda vez. La magia que ella había experimentado atre- ves de un certero flechazo de cupido, se estaba difuminando, como el humo de un cigarrillo, ya nada era como sus sueños de formar una familia feliz con un amante y trabajador es- poso, además de un buen padre para sus hijos, ese hombre estaba cada día más lejos de ser aquella bella ilusión; es más; se acercaba mucho a estar viviendo una pesadilla al lado de Arturo. Es por eso que un día de tantos, ella tomó a sus niños y se fue a casa de su madre, sintiendo que estaría mejor con ella, con sus hermanos y con sus dos pequeños hijos. Arturo al ver el desencanto de Rosario y la nula posibili- dad de revertir esto, una tarde estando medio borracho en la cantina miró los últimos pesos que le quedaban, de su trabajo esporádico como nochero de la estación de trenes del pueblo, de una forma muy despectiva dijo: - Las mujeres lo quieren a 37

Alicia Cuenta uno solo por la plata... Y yo soy Arturo, el más grande y si no se me da por la buena, está bien, tendrá que ser por la mala, yo soy un ¨Roto¨ ambicioso y aunque tenga que hacer pacto con el diablo me tiene que llegar la fortuna. Todos los que estaban a su lado sintieron que este hombre, que no estaba tan borracho hablaba en serio y fue así que en silencio todos emprendieron retirada, Arturo tomó el poco de vino que quedaba en el vaso y como siempre en solitario abandono el lugar. Pasaron algunos meses y nadie sabía nada de Arturo, se lo había tragado la tierra, se dijeron muchas cosas de él, que andaba botado por otros campos, que estaba hospitalizado inclusive, se le dio por muerto. Gran sorpresa causó entre la gente, ver llegar al desapare- cido Arturo con aire triunfante, vestido elegantemente, muy saludable y conduciendo un automóvil nunca visto antes en el pueblo. A quienes se le acercaban a preguntar el les decía: que había recibido una herencia de unas tías del sur, que fallecie- ron y lo querían muchísimo. -La muerte de mis queridas tías, me ha cambiado la vida, no sólo en lo económico, también siento que soy otra persona decía- pero sus ojos no miraban de frente y en su alma guar- daba un secreto que el muy bien había aprendido a cargar. Los amigos empezaron a florecer como la mala hierba, Él seguía manteniendo la conducta de despreocupado y vividor, olvidándose de la que un día fue su mujer y de sus hijos que 38

Blanca Lagos Berríos crecían sin gozar del amparo de un padre responsable, fueron años de fiestas y de despilfarro. Una mañana que paseaba por las calles del pueblo, se de- tuvo frente a la iglesia y observó a su aún bella exmujer salir de misa, acompañada de sus dos apuestos hijos adolescentes, que ofrecían su brazo con mucho respeto y amor a su madre. Sus ojos se inundaron de aguados recuerdos, sintió el co- razón escapar de su pecho, nada de lo que el tenía, era com- parable ni siquiera en lo más mínimo, a esa escena celestial de la que estaba siendo testigo... sintió vergüenza, por primera vez experimento el querer ser parte de esa familia, su olvidada familia que aunque humilde estaba plena de amor. Al tiempo después se compró un terreno e hizo edificar una hermosa casa, con un jardín de ensueño, compro anima- les, hizo sus sembraos’ y contrato mucha gente a su servicio, poco a poco los amigos y los excesos fueron pasando a un segundo y tercer lugar, no podía dejar de pensar en aquella escena familiar que le había sacudido la conciencia. Se armó de valor y encamino sus pasos a la casa de Rosario (su esposa), quien palideció al verle frente a su puerta, ella tratando de permanecer lo más serena posible lo invito a pasar y con mucha entereza llamó a sus hijos dicien- do: -niños este es su padre-. El tiempo pareció detenerse, to- dos quedaron atónitos con aquella frase, después de un rato, uno de los niños extendió su mano hacía el padre, lo mismo hizo su otro hijo, Arturo emocionado, no queriendo dejar pa- 39

Alicia Cuenta sar esa oportunidad los abrazo, con un sentimiento de amor retenido en lo profundo de su ser, lleno de culpas pero, a pe- sar de todo pudo darse cuenta de que en sus hijos no había ni una gota de rencor, que Rosario nunca inculco resentimiento en ellos, que la vida le regalaba otra oportunidad de disfrutar de un amor limpio y puro, esos niños lo necesitaban tanto como él a ellos, como padre y marido tenía una gran misión, una bella tarea por hacer y la realizaría con gran esmero, Él sabía que le quedaba poco tiempo...los días para Arturo pare- cían horas, minutos, con mucha humildad y cariño, logro que Rosario volviera con su hijos a él; su admirable familia mere- cía toda dedicación. Comenzó a trabajar sus tierras, trataba con respeto y consideración a sus peones e hizo construir una pequeña iglesia dentro del fundo, para que su familia notara que había dado un vuelco a su vida, solo por ellos. Aquella pequeña capilla fue diseñada y engalanada ínte- gramente por el matrimonio y sus hijos, nunca faltaban las flores frescas y la visita de los peones del fundo, Arturo le ha- bía pedido al cura del pueblo que hiciera misa una vez por se- mana, todo parecía marchar muy bien tras el notorio cambio de este hombre que parecía aferrarse con total entrega a Dios y a su familia. Cierto día de caminatas y conversaciones por el fundo con Rosario, ella muy discreta y sutilmente le preguntó cuál era su gran preocupación, él agacho la cabeza y haciendo un gran es- fuerzo para no quebrarse, tomó sus manos y le dijo: - gracias 40

Blanca Lagos Berríos por estar aquí conmigo, gracias por tu perdón y por nuestros hermosos hijos, yo estuve ciego por dentro, defraude a todos quienes me querían de verdad por buscar las banalidades de la vida, mi ambición e inmadurez me llevaron por equívo- cos caminos y hoy que estoy aquí de nuevo frente a ti, quiero confesarte algo que nadie jamás ha sabido, mi fortuna, no la heredé de mis tías, esto ha sido un pacto, un pacto con tiem- po definido, una sombra viva que jamás se aparta de mi conciencia, una espina mortal que llevo clavada en el alma, alma que muy pronto partirá y dejará este cuerpo sin vida y en total desampa- ro celestial-

Alicia Cuenta Rosario trémula por el fuerte relato de Arturo pregunto: -quieres decir que?... y sin atreverse a continuar con la pre- gunta, lo abrazó, sus lágrimas como ríos tibios se deslizaban por sus mejillas hasta el albo cuello de su blusa, Él con una amargura de tantos años contenida aseveró: -Si, hice un pacto con el demonio y pronto se cumple el plazo, para ser exacto sólo quedan nueve días- Giró sobre sus pies y sin darle opor- tunidad a Rosario de seguir preguntando, Arturo dio un sus- piro muy hondo, como quien se quita un gran peso de encima y con paso firme se dirigió a la casa. No se habló más del tema, los días, horas y minutos parecían tener alas. Rosario sabía que aquella confesión no le daba derecho a opinión pero, nadie dijo nada de la acción, así que faltando un día para el plazo fatal, le pidió a su marido la acompañara a misa a lo que este hombre, gentil y cariñosamente aceptó, casi podía adivinar las buenas intenciones de su mujer aunque, él ya estaba resignado. Agradecido de la vida por todo lo que ha- bía obtenido de ella, a pesar de no haber sabido ser un hom- bre de bien pero, igualmente sentía una enorme dicha por la recuperación de su linda familia. Rosario tomada de su brazo susurro: -Él nunca podrá poner un píe en este santo lugar- Arturo se dio cuenta al entrar que las puertas de la pequeña capilla se cerraban con total hermetismo. El pequeño santua- rio estaba resplandeciente, sentados en las floridas bancas es- taban sus empleados de mayor confianza y el cura del pueblo ubicado en el centro del iluminado altar. Ya eran las siete de la 42

Blanca Lagos Berríos tarde y afuera el sol debilitado parecía caer lentamente tras los quietos álamos, anunciando un enrojecido ocaso, lentamente las altas aunque pequeñas ventanitas de la capilla parecían ir cambiando tonalidades, Rosario tomó la palabra y le pidió a Arturo que se sentara frente al altar y le dijo: -todos los que acá estamos oraremos incansablemente por ti, olvida todo lo pasado, limpia tu mente y tu alma de todo lo mundano, entré- gate sin límites ni devaneos a Dios y a la oración- Arturo se sorprendió al ver a su esposa en esa postura, era otra, una mujer decidida, con garra, con convicción, sintió admiración por ella, se sintió protegido, como un niño asus- tado en el regazo de su madre, él estaba consiente que no era un hombre perfecto, es más, mucho le costaba dejar de lado su pasado de codicia y excesos pero, para salvar su alma, bien valía la pena intentarlo y más aún acompañado toda la noche de rezos, cantos sagrados y lecturas bíblicas de sus tenaces contertulios. Era el día fatal, la fecha pactada, en el campo toda la noche estuvieron los animales intranquilos, el techo de la parroquia crujió como el pisar hojas secas, ruidos de carreras y golpes se dejaron oír persistentemente en esa noche que parecía interminable. Hasta que al amanecer empezaron a entrar por las pequeñas ventanitas de la capilla, unos deli- cados rayos de sol, iluminando los cansados y pálidos ros- tros que no claudicaban en su cometido, de pronto, una de las ventanitas en altura llamó la atención del adormilado Arturo, quién como en un acto de sonambulismo, se puso de pie y 43

Alicia Cuenta camino hacia ella, por una de las esquinas colgaba un delgado hilo dorado, alguien le advirtió “es una telaraña” Él tocándola con la mano grito: -Nooooo, es de oro, de oro... distrayendo la atención de todos e interrumpiendo aquella sagrada reunión y por cierto las oraciones. Arturo personificando el rostro de la codicia, empezó a ovillar con una sonrisa casi demencial, sin darse cuenta que éste hilo, se enredaba rápida y firmemen- te en su mano... después, algo o alguien pareció jalar fuer- temente la hebra y ante la atónita mirada de los presentes... Arturo desapareció para siempre tras la ventana. 44

Blanca Lagos Berríos LA PLAZA DE LA NIÑA Con el tiempo ya había llegado la calma y un tanto de con- suelo al fundo y al corazón de don Facundo, mucho le había costado superar la muerte de su amada Rosenda, madre de María del Carmen su única hija. Facundo era hombre de pocas palabras, de un carácter duro y tenaz, las personas que trabajaban para él, sabían que tenían el sueldo seguro pero, también conocían de su carácter y perfeccionismo a la hora de encomendar tareas. Sus siem- bras eran reconocidas por obtener las mejores cosechas, su ganado el más sano y robusto; tenía una hermosa casa que era el único lugar donde podía olvidarse de sus múltiples que- haceres regaloneando y conversando con su hija “Carmelita” como él la llamaba, (cosa que a María del Carmen le inco- modaba un poco) -Carmen, María del Carmen papá- ella le decía, él se reía y la miraba con ojos burlones. 45

Alicia Cuenta Para encargarse de las labores domésticas y el cuidado ex- clusivo de su hija, el hombre dio esa responsabilidad a Zoila, la más joven de sus empleadas, una mujer sureña que había llegado a trabajar a su fundo y que según Facundo -era buen elemento- una de las tareas de Zoila era, acompañar todos los días al colegio a María del Carmen, la iba a dejar y a buscar, es así como sin darse cuenta María del Carmen fue encontrando en Zoila un apoyo en su vida, se hizo su amiga, su confidente, ella, Zoila se preocupada de darle todo a su gusto, le ayudaba con sus vestidos, la consentía en las comidas, la mimaba y la acompañaba hasta su cuarto para darle las buenas noches, ella paso a ser un poco la madre que a María del Carmen le faltaba. Aunque a esto Facundo no le daba mucha importan- cia –es tu empleada le decía, así que na’ de tanta confianza - y como suele ocurrir ni cuenta se dieron del inexorable paso del tiempo y ya la pequeña ”Carmelita” cumplía quince años. En el fundo se hizo la fiesta más grande que se haya vis- to en esos tiempos, los familiares y amigos llegaron de todos los rincones, bellísimos coches desfilaban por las polvorientas calles del pueblo hasta la casona de don Facundo, la servi- dumbre corría loca atendiendo a los invitados, comida y vino volaban a destajo bajo la inquisidora mirada de don Facundo, quien exigía perfección y “buena cara” con los invitados, bai- les y cantoras se repetían una y otra vez. Una semana duro el cumpleaños de María del Carmen, eran sus quince -ya estaba señorita mi “Carmelita”-decía Fa- 46


Like this book? You can publish your book online for free in a few minutes!
Create your own flipbook