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INGENUIDAD CONGÉNITA - Estela Ceballos

Published by Lidia Susana Puterman, 2021-05-12 21:18:39

Description: INGENUIDAD CONGÉNITA - Estela Ceballos
"Ingenuidad Congénita" no sólo es un libro de relatos y poesías, sino que es una exposición de lo que el hombre lleva .en lo profundo de su ser.
La autora se asoma a este interior desde la visión inocente de una niña, de quien no puede comprender el abandono, el sufrimiento del otro; pero también nos muestra que el ser humano puede mejorar, en ese interior donde nos esclaviza el egoísmo, también nos libera el amor, que traspasa todos las barreras, que no conoce de distancias, ni clases, ni de edades, y podemos enfrentar la vida, el desamparo y... la muerte.
En este nuevo libro se relata algunas vivencias crudas y conmovedoras, realidades que trata de sanar desde su aporte a la cultura y su trabajo desinteresado en la búsqueda del mejoramiento del ser humano.
Tiene una pesada tarea..., pero es esperanzadora.

Keywords: relatos,poesías,amor,desamparo,muerte

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Un grupo de psicólogas y trabajadoras sociales marchaban a la unidad carcelaria Nº 8. Para pasarle una película, o más bien la excusa perfecta para escuchar a esas almas de alas mutiladas. La primera impresión que se siente cuan- do me refleje en los vidrios espejados, la imagen se distorsionaba, las emociones también, luego del trámite correspondiente, vinieron a buscarnos. Seguimos en silencio al personal policial femenino, sólo los pasos repicaban rompiendo en sonido y movimiento. Algunos nos saludaban por compromiso, otros ni por compromiso. Luego de pasar al corredor una reja gris de olvido, se dividida en dos pasillos de piso de mosaicos con algunas baldosas rotas. Lo primero que nos recibe cuando entrarnos es la imagen muda de la virgen de Luján, estática, sacra, testigo silencioso del frío lugar. El piso de granito mosaico oscuro delataba el paso del tiempo, aunque la sensación de estar en una jaulita realmente es muy reveladora. El sonido de los pasadores rompía la premura de una tarde soleada. El pabellón higienizado de rejas con poco mantenimiento olía a desinfectante barato, al cruzar esa doble reja se desembocaba en una sala interna, amplia, con bancos pegados a las paredes, de pronto, mientras nos desplazábamos, el fresco se empezó a sentir y nos remitió en el tiempo y espacio recorriendo la triste realidad. Tres ventanas a la supervivencia, dejaba presagiar un espacio sin tiempo, como si el día no

estuviera repartido en 24 horas, las horas en 60 minutos o un minuto en 60 segundos. Las gotas son corno gotones de aguacero o de un grifo que pierde y que de repente pasan años y ya no se sabe cuántas gotas cayeron, un preso nunca sabe cuántas horas pasan en un día, en meses, en años, en ese lugar, todo es igual, sólo hay movimientos del que se va y el que entra. Esas mujeres sin tiempo estaban en el pa- tio bajo ese sol que se filtraba, muchas de ellas estaban juntas, había una soga que movía los trapos miserables de miserias ajenas, se ventilaban cada uno ellos, sábanas, toallas, trapos y algunos repasadores percudidos. . Ingresamos a la sala de biblioteca, muy chica, tenía un bañito y una canilla que perdía agua continuamente. Isabel se disponía a pasar la película en una netbook, nosotras éramos seis y por lo tan- to había pocas sillas y no alcanzaban, las tuvimos que salir a traer más de capturadas en la sala de afuera, eran negras, de plástico gastado, no sólo no alcanzaban sino que había que poner dos sillas para sentarse y no caerse. A muchas de ellas le faltaba parte de apoya brazo, a otras se les abrían las patas y otras estaban partidas directamente en el asiento. Ese estado habla de la precariedad de esas mujeres que no tienen ni para sentarse, algo tan básico o elemental para lo cotidiano.

A esas mujeres que tienen las lagrimas prontas a derramar como en un tobogán roto, igual que quien deja quieta la flor marchita apretada entre sus dedos, así su gargantas anudan sentimientos encontrados, la mirada opaca, el pelo tirante, la angustia serena pero constante. Sabía perfectamente lo que no quería, y lo que no quería era que sus hijos sufran más de la cuenta, ella con 29 años seis hijos que estaban separados, con las abuelas, vivían en José C. Paz y otro en Zárate. Su pareja también detenido a pesar de estar separados, ella admitió que era buen padre. Por la lejanía, no era muy visitada. Cada 3 o 4 semanas venía su suegra a pesar de que era una mujer grande y estaba con sus cuatro hijos. Bajaron ellas, primero Elisabeth y luego Silvia Elisabeth tenía la cara joven, la mirada tris- te, con un leve golpe de puño de lo que omitió hablar, pero su frente estaba alta, su voz sollozante pero segura. Viernes 6 de septiembre. Éramos cinco mujeres con ganas de marchar por una causa común. Llegamos a las 14:15 hs. Las más jóvenes, las más expectantes y las no tan jóvenes caminamos con la premisa que será una vivencia distinta a la anterior, las intervenciones nunca tienen el mismo resultado y nunca son las mismas personas, nunca es igual. El trámite de entrada fue rápido aunque pasamos por tres controles, las miradas y los silencios eran cada vez más inquisidores, al sistema lo noté más rígido y

más tarde lo confirmaríamos con el episodio del patio que paso a relatar. Pasamos a la sala grande, una guardia de seguridad nos abre las rejas del patio, había varias chicas que habitan se frio lugar, en grupos sentadas alrededor de las mesas de cemento, no más duras que esa realidad oscura de los trapos de colores colgando de las rejas. Flameaban y dejan ver la fractura expuesta del abandono. Dos gitanas de unos 38 y 40 años nos observaban por una de las tres ventanas. De pronto, cada vez hay más policías vigilándonos a nosotras, incluso disimulaban y se acercaban a escuchar la conversación. Isabel empezó a pre- sentarnos a cada una y les regaló un paquete de yerba, las uniformadas se salían de la vaina, se sentían impotentes por estar paradas en el patio interpelándonos en silencio, pero cuando más comentaban entre ellas y veían que las chicas nos pedían traslados y nos daban datos que nosotros anotábamos sin perder pisada. Patricia \"la Pato\". Luego se había acercado una mujer que vestía una camiseta de Banfield y una calza corta color negra, teñida de rubio, sus ojos saltones con mirada profunda y risueña, lucía en su cuello del lado izquierdo, una gran araña de color verdinegro, tendría unos cincuenta años y también estaba toda la familia presa, madre, padre, hermanos, cuñados. Nos pedía con gran

preocupación por un traslado del novio que tenía 20 años que lo habían apuñalado. Luego dio unos gritos para llamar a una mujer que estaba a unos 50 metros, ella se acerco, sonriendo y caminando al trote hasta llegar a nosotras. Luego nos presentó a la mujer grandota, con cabello color negro, vestía una calza multicolor con una musculosa negra que dejaba ver el nacimiento de sus senos, los brazos desnudos exhibían distintos tatuajes. Pato nos dijo: \"esta es mi suegra\", la apretó bruscamente contra su pecho, se abrazaron mientras reían a con grandes risotadas. La suegra riéndose a carcajadas decía que sí, que era verdad. Luego se iban sumando uniformadas La presión se hacía sentir y pensaba en el poder del uniforme. Luego se acercan dos mujeres delgada, una muy flaca, de apariencia varonil, tenía una remera negra y un yogui azul náutico, la otra chica tenía la cara con varios piercings, se nos acercan y nos invitan a retirarnos, con el argumento de que en el patio es el único momento que ellas estaban libres y no querían tener contacto con la policía, hablaban en nombre de todas las chicas, pero en realidad, no hablaron con nadie en el patio, de hecho vinieron de adentro, con paso firme y nos encararon con voz firme, seguras de incomodarnos y lograr su objetivo que no era otro que nos fuéramos del patio donde estaban muchas chicas, muchas de ellas armaron un partido de fútbol. Luego de miramos cada una, levantamos las pertenencias, carteras,

cuadernos lapiceras y algunas compañeras, con la mirada ofuscada, levantaron el atado de cigarrillos. Nos abrieron las rejas, cerraron con llaves y se dispersaron como insectos cuando se prende la luz. Se nota que no tenían ganas de estar en el patio vigilando. Entramos, armamos dos mesas redondas de plástico negro y luego de los últimos sollozos de una mujer de 26 años, partimos en silencio con la frágil promesa de que volveríamos a verlas y a traerles lo que nos pidieron. Aunque eso no dependía de nosotras. ...

La tarde que Borges sonrió Borges, llega al café Tortoni, pleno corazón de Buenos Aires, Avenida de Mayo 328. El genio llego muy puntual, el será entrevistado para una revista cultural de San Telmo, \"Arlequín\". Vestía un traje marrón y una camisa beige de seda, la corbata era finita de tela italiana, se acomoda, en la silla y comienza a leer. Luego llega y se acerca a su mesa un joven, mucho más tarde de la hora señalada, con pantalones vaquero y una camisa a cuadros, fumando cigarrillos Simplex, negros, se sienta a su lado. Sus ojos saltones, separados, el mechón de cabello yacía sobre su frente sumamente desalineado. En ese bar tan distinguido con sus mamposterías, esos espejos barrocos, los bronces, réplica de un café de París, creado a fines del siglo XIX con la llegada de la burguesía europea, como si Buenos Aires fuera una sucursal de París. Pero el \"Tortoni\" sólo quedó como un símbolo de esa época. A Borges ese lugar lo inundaba de melancolía parisina. Ni bien se sienta el joven. Le dice:

-¿Y vos cómo te llamas? El entrevistador dijo: -Julio. -¿Julio qué? ¿y decime, por qué sos tan impertinente de llegar tarde? -Julio Cortázar. Me demoré porque vine caminando. Cortázar se corre el cabello, se sienta y pide un café negro. Luis toma té inglés, el joven, también es escritor. Se le cae el terrón de azúcar en el pocillo de café con el papel, sonríe, nervioso lo mira y del otro lado no obtiene la mínima mueca. Borges, como siempre, un hombre introvertido y pensante. C-¿A qué le teme? B -Ver un país invadido por gente no deseable, que no sea civilizada. Que no sepa comportase, que se me vengan encima un aluvión zoológico, como cuando van a la fiesta del monstruo. C -¿Qué opina el general Juan Domingo Perón? B -Opino que es lo peor que le paso a la Argentina, eso sí, ¿se imagina si hubiera tenido hijos? eso sería ya una gran catástrofe política, sin fecha de vencimiento. C -¿Por qué no le gusta vivir en la Argentina? B -A pesar de que tengo familia, en este país me fueron pasando varios procesos, cuando viajé por primera vez a París, a la vuelta me sentí que venía como el familiar, luego de viajar a

España, en... en... mi regreso me sentí un invitado, cuando vuelvo de Ginebra ya me sentí un extraño. La verdad no sé bien si yo lo sentía, o me lo hacían sentir. C -¿Hoy cómo se siente? B -Como un ilustre conocido. C -¿Qué opina del concepto civilización o barbarie? B –Y bueno... claramente la barbarie es la vida y la civilización es la muerte. De repente eran las 4:20 hs. de la tarde y la gente empezó a murmurar, se levantaban e iban a otras mesas; el bullicio se hacía feroz en los oídos de Borges; muchos llamaban al mozo y pagaba para retirarse rápido, en la otra mesa estaba Herminio Iglesias con el doctor Luder, fueron los primeros que recibieron la noticia, unos tipos de trajes grises se acercaron y les hablaron en el oído derecho. La gente en la calle empezó a correr, había desazón, algunos en el bar pegaban grandes risotadas, otros brindaban, unos jóvenes se acercaron a la mesa de los que brindaban y comenzaron a insultarlos, hasta que una de ellas le arrojo una jarrita de agua en la cara. El mozo con mucho respeto dijo: \"Señores sepan comprender el café deberá cerrar sus puertas, por ordenes de la casa''. Borges argumento: ¿A qué se debe semejante sorpresiva decisión?

Es que señor ¡el general Juan Domingo Perón ha muerto! Borges bajó la mirada y esbozó una sonrisa cómplice que cruzó con el joven escritor. Luego se marchó lentamente a la hospitalidad de su hogar, se sentó en su sillón verde, esperando ver pasar el cadáver de su enemigo.

Esa mujer Esa mujer, fuerte, débil, enferma y atrevida. Caminaba por la quinta y hablaba con sus muertos, con sus futuros muertos. Su anhelo de crecer, su resentimiento hecho pasión. La tristeza de sus ojos cada vez que acariciaba a un niño sombrío o cuando tocaba a la niña que corría descalza con su alma blanca, ella volaba su pasado. Esa mujer llena de hijos con útero vacío, un puñal empuñaba a la desgracia; la vida le tendería la alfombra negra por la que caminaría, debilitada como una lamparita de hotel de pintura descascarada. Su fuerza, su ímpetu cargado de poder hacer justicia social. Esa humana muy humana fue muy importante para muchas mujeres invisibles, olvidadas, explotadas. Nada mejor que parir derechos, ella plantó la semilla en mi creación aunque todas podemos ser ella. ¿Cuál de ellas? La discriminada, la que sufría, la que odia, la abandonada; la que lucha dejando la huella en el camino sinuoso del tiempo. La que marca a fuego lento su destino o la que le da un revés a la injusticia.

\" ¿Cuántas ellas son necesarias para cambiar el mundo? No me debo quedar con la heroína pobre. Sí con su resiliencia, pasando de generación en generación hasta alcanzarme, tocarme y darme derechos, darme orgullo, darme un lega- do que nunca duerme. ¿Qué sería mi vida sin \"esa mujer\"? Seguramente... mi sometimiento o mi rebelión, la elijo entre todas, hoy empiezo a desandar tu camino, impregnado de tiempo y de futuro.

La Jefa Hace mucho frío. La jefa se levanta, elije su mejor ropa para la ocasión; en su bella cara sólo arquea sus pestañas y moja sus finos labios con su labial preferido. _ El espejo le da a cambio una imagen de mujer débil, pero eso es sólo un detalle. Su cara levanta la ceja derecha y se pierde su debilidad en la mueca autoritaria, como quien sale a la calle a tragarse el mundo. Es la primera en llegar a la redacción de la calle Piedras Nº 623, Capital Federal. A Eva, como buena jefa, le gusta llegar temprano y contemplar la llegada de cada uno de los actores, igual que aquél que se sienta en la cabecera de la mesa y goza de un panorama terrenal. Mientras caminaba, sus tacos la anunciaban; hay quienes piensan en la redacción que es una mujer masculinizada. Ella sabe muy bien quién es quién. Llegando a la redacción del diario \"Unión\" a la primera que encuentra es a Irene. La ve paradita apoyada en la pared, con sus manos en los bolsillos de su saco tejido de color verde. Se saludan cordialmente, entran, suben una escalera de madera e Irene va a preparar el café. Eva revisa y arma la agenda en su oficina.

Irrumpe Anselmo Iglesias, uno de los hermanos, preguntando si no había llegado su hermano Martín. La respuesta no se hizo esperar. En qué lío o, mejor dicho, en qué nuevo bar se habrá metido. Irene hace silencio y con la mirada llena de ausencia comenta que el pintoresco barrio de La Boca ya no era el mismo; también le comentó a Iglesias que temía caminar sola por ese lugar, los conventillos ya están llenos de gente que tomaron esas casas. El siguiente en llegar es Moure, bien vestido, con su celular nuevo, entra, no saluda y con voz de malhumorado pregunta: \"¿Qué está haciendo la yegua?\" Anselmo, que estaba en la computadora 3, se levanta y lo empuja haciéndole saber que si le vuelve a faltar el respeto a la jefa, le hará tragar los dientes. ,, Moure se lo saca, lo mira y, canchereando, le susurra, \"¡no es para tanto!\" En la mañana fría, aparece con un traje de color gris el hombre corcho, siempre llega tarde y no se da por enterado, cuenta sus andadas por Buenos Aires, siempre anda con sus aires de señor y, como buen gato, siempre cae bien parado aunque todos saben en esta redacción que es un perdedor disfrazado de rico. Las noticias del día 10 de Julio de 2013 hablan del discurso de Cristina Fernández en el

acto del 9 de Julio en \"La Casa de Tucumán\"; la defensa del portero Mangeri pide la nulidad de la causa; Moreno exige que el pan respete el precio de 10 pesos el kilo; Mandela sigue muy delicado. El último en llegar a la redacción es Martín Iglesias, estaba desalineado, la camisa rota y sucia, se lo veía cansado, como si fuera un mensú o un obrero de canteras. Entró y antes de saludar emitió un gran grito, \"¡Viva el General Perón, carajo!\" Anselmo lo miró y le dijo: \"Calmate, ¿otra vez tomaste?\" Moure murmuró: \"¡Estos cabecitas negras, habría que matarlos a todos; y ese viejo está bien muerto!\" Martín y Anselmo, desencajados, lo agreden con puteadas. La pelea no se hace esperar. Martín le parte en la cabeza un cenicero que la jefa conservaba. La sangre comienza a derramar, como riachos abiertos corrían por su cara, sus orejas, al costado de la boca, hasta que se desvaneció en el piso. Irene lloraba y poco les importaba a los hermanos que Moure viva o muera. El hombre corcho llamó a la jefa. Eva sale furiosa y pregunta: \"¿Qué está pasando acá, qué significa esto?\" \"Señora -dijo Anselmo-, ofendió al General.\"

Evita, sin mediar palabra, fue a su despacho, ordenó que llamen a la policía y la policía llamó al S.A.M.E. El hombre corcho acompañó a Moure en la ambulancia rumbo al Hospital Fernández. Irene llamó a su hermana y le contó el hecho. El diario \"Unión\" salió a la calle sin dificultades.


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