atemorizaban los enormes gusanos verdes. Él siempre jugaba con su padre, pero cuando sus padres trabajaban lo cuidaba doña Rosa; ella le daba todos los gustos. Rosa con su dificultad para caminar por sus piernas gordas y ulceradas lo llevó a la plaza. El se pasaba todo el tiempo preguntando la hora pero era solo una excusa para ver relojes diferentes. El tiempo fue pasando y aprendió a armar y desarmar relojes. Cuando ya por fin había crecido se casó a los 30 con una adolescente. El tenía una caja con sus cosas buenas, cómo él la llamaba. En ella tenía un montón de monedas de diferentes países, un soldadito de plomo que le había hecho su padre, recuerdos del servicio militar, una lapicera de Raúl y un reloj de su tío Tono que nunca reparó, ya que su tío perdió la vida debajo de las ruedas de un colectivo en la localidad de Lanús. El reloj se detuvo junto con la vida de Tono quien fuera la persona más im- portante en su vida. María, cuando conoció el contenido de la caja preguntó: -¿Por qué nunca arreglaste el reloj de Tono? -Ese reloj es tan imposible como que Tono venga a cenar con nosotros. -Pero si lo arreglas lo podrías usar El, un tanto irritado por las preguntas, acotó: -Mirá, ese reloj era de Tono y le fue tan fiel que detuvo su marcha a la misma hora que él falleció. Eran inseparables. Al
arreglarlo reviviría uno solo y a él le sería imposible. María lo mira con una mirada de resignación y deja escapar unas palabras: -Si, claro, tenés razón... Este sería un reloj fantasma que andaría de mano en mano divagando por no poder estar con él. Entonces él le dijo: -Gracias por entenderlo, ya ves, nada pasa por nada, para qué traerlo al mundo a padecer su ausencia. María era una mujer sumamente enamorada que nació una noche de abril del 57, de condición humilde, que vivió en La Boca y luego en Lanús. Ella amaba a ese hombre y sin duda era lo mejor que le había pasado en la vida. Con Francisco hacía una buena pareja, bastante normal. A pesar de la gran diferencia de edad los dos podían lograr un entendimiento, con el único lenguaje que mejor sabían, el del amor. Las noches de lluvia solían salir a caminar. Ella sonriente le besaba suave los labios y le decía: -No querrás dejar sola a esta mujer tan Joven. -No, pero me estoy muriendo. -No, que el negro me queda mal. -Sí, que desperdicio, ¿no? Pero ya encontrarás un hombre bueno que te merezca. Que pueda darte lo que yo ya no puedo. Los dos hicieron un largo silencio y las palabras que empezaron como un juego luego
sonaban como una desagradable campanada de verdad. El estado de Francisco era solapadamente inevitable. Ella lo quería convencer que fuera al hospital pero él se resistió. El sólo quería que se quede a su lado, que cierre la ventana y que no lo deje solo ni un momento. Luego se puso a llorar hasta desfigurar sus ojos y ella con su juventud lo animó bastante y si bien no llegaron ese día a la desnudez el cuerpo, llegaron a la del alma. Luego ella se durmió sobre su pecho. A las dos de la mañana la despiertan dos campanadas de la iglesia. El estaba despierto. Ella lo tocó y el estaba hirviendo de fiebre, la miró y le dijo: -... Estás hermosa con el vestido de novia... Te amo tanto... más que a mis relojes... Se me está acabando el tiempo. Estoy dado de baja. Ella quiso llamar al médico pero el insistió. -Tu voz la escucho de lejos y las manos no las siento... María fue en busca de ayuda, luego vino la ambulancia, entró la médica a la habitación. El estaba desnudo sobre la cama. La miró sin ver. La doctora le dijo en voz baja: -Está grave, en coma cuatro. Lo cargaron en la camilla y María lo siguió desesperada. Las personas se juntaron en el zaguán, todos comentaban en voz baja, reunidos como flores de cinco pétalos bajo la pobre lámpara. La
muerte corría en un silencioso murmullo, como un lamento en una noche diferente a todas. Luego de ese desastre emocional, María sobrevivió y hoy está muy feliz junto a un hombre bueno que la merece. A propósito, ¿cuál fue tu primer reloj? El tendedero (1995)
El tendal recorre parte del conventillo, la paga es muy escasa, las baldosas desparejas, gris oscuro y algunas con brillo, otras de granito, el piletón silencioso con la gota imaginaria que los ojos miran ver el no caer. Los oídos abiertos al recuerdo sin el ruido de la gota que no cae por años. Pero si está la marca oxidada de lo que un día habrá sido un chorro. El caño seco y herrumbrado, la ventana quieta y la vigilia de un farol sin funcionar por tiempo indeterminado. Las telarañas bordaron una sombra. La fachada abandonada en aquello que hoy es la nada y son otros. La copa vacía, la llave vieja, la macilla cuarteada, el fantasma de la nona pasea por el patio regando los malvones de las ollas enlozadas. Un hombre de mediana edad, el pantalón color crema y una camiseta malla lisa. Este se encuentra sentado con el respaldo de la silla entre las piernas aduciendo un jinete. Un pájaro con las alas abiertas y las manos fuertes apretando su vida como a una presa. La bragueta con dos botones faltantes que dejaban entrever un calzoncillo color celeste. Su piel es gruesa y tiene bigotes de gran espesor que disimulaban la faltante de dientes. Su nombre, Luis. En su abandono le daba vuelta y vuelta la imagen de su mujer, Mirta, ya muerta aunque ella era mucho más joven que él y, aunque él sabía que ella era de otros, igualmente, mientras la tuvo, siempre le recordaba que él era quien
llevaba los pantalones. Ella le recriminaba que salía para traer plata para la operación de la vista de su hijo Beto. A Rosana, en cambio, la hija mayor, que nada tenía que ver con Luis muy a pesar de él, que simulaba ser su padre, la miraba con deseo mientras esta desarrollaba su cuerpito. Como quien no quiere la cosa, aprovechaba el chirlo en la cola que se convertía en palmadita, y luego en un masaje cariñoso. La ausencia inevitable de Mirta dejó a la deriva la suerte de Rosana y los ojos de Beto que nunca fueron operados. Rosana, un día, dejó a la niña olvidada en el colchón de cotín azul y blanco de viejos resortes exhortos, lo que dio lugar a que su cuerpo cambiara paulatinamente. Día a día la niña perdía la cintura y sus senos regaban leche de madre temprana. Padre desconocido, decían, aunque todos callaban un gran silencio al respecto, todos fingían pasar por alto, ya que en la viña del señor hay de todo, y dicen las comadres que todo se paga, porque con el tiempo Luis quedó solo con su soledad. Hoy sólo existe la silla desfondada por el tiempo, la pava sin tapa, el tendal sin cordel, sólo las abrazaderas en el poste. A veces una vida no alcanzaría para reparar las rajaduras siniestras de la vida de Luis, la sombra de la proyección de su imagen en la silla ya sin patas y con las esterillas destejidas. De Luis sólo queda parte de la pintura del poste del tendedero que había pintado con
esmalte verde claro. En el lugar sólo queda parte de la fachada y parte de la silla de Luis, algunos utensilios de la cocina, un pedazo de tela color blanco y verde de la blusa preferida de Mirta, la muñeca de trapo sin ojos de Rosana y parte de un triciclo todo oxidado sin ruedas que era de Beto, el manubrio brilla por su ausencia. En este lugar que parece inexistente esta historia yace. Hoy habitan este lugar precario y clandestinamente otros nombres, otros niños, con otros juguetes, pero el tendedero es el mis- mo hoy: un cable es el cordel del viejo lugar. Este viejo lugar está en la calle Wenceslao Villafañe al 200, si pasas por ahí recorda a Luis montado en su caballo de madera, a Rosana con su muñeca de trapo con ojos, a Mirta con su blusa verde preferida, a Beto con su triciclo con las ruedas atrás, flojas, atadas con alambre. En cambio el tiempo gira como una gran rueda pesada que parece aplanar todo. Todo parece una figurita despreciada por estar mu- chas veces repetida, pero esa rueda pesada no llegó al tendedero. El está. Es el único sobreviviente de esta historia, su pintura está descascarada, pero aún es visible para el que conoce la historia. Luis descansa, custodiando, cerca de Mirta. Beto murió por un accidente de trabajo. Rosana paradero desconocido. Sólo el tendedero existe y es testigo de otra morada, pero los fantasmas danzan en los ladrillos desgastados en el palomar que
habitaban las aves y la pobre vida de los que reviven en este papel en forma de letras. La mujer que murió dos veces
El corredor estaba semi oscuro, un árbol de Navidad apareció esa mañana dando un pobre rayo de color al viejo y raído nosocomio de la zona sur. Con un perfil bajo me hago a la idea, cerrando los ojos, de que estoy en el primer mundo, que nos quieren meter en la cabeza.... pero ni cerrando los ojos un año entero, ni juntando todos los corazones desahuciados de este lugar y el mundo entero, se podría si quiera fantasear con esta descabellada idea. Ya estamos en el día ocho de diciembre de 1997, el árbol se adelanta y delata el tiempo donde estamos parados, camino rápido, saludo a las enfermeras de turno y cuando paso por la sala de Carolina Césped, ella está en la sala dos, paso por ese lugar y no puedo evitar envejecer el paso y hacer un aterrizaje forzoso con la mirada, que como un proyectil de cañón quedará irremediablemente en su cuerpo color chocolate óxido. La miro desconsolada, dormida en posición fetal, duerme igual que la luna reposa en un arroyo oscuro. En otra oportunidad paso y cuando miro me topo con su inesperada mirada que me hace víctima de la aguijoneada soledad de sus ojos, que como lanza me dejan extremadamente herida, me enfrento dañada ante esos ojos negros, penetrantes, duros, aunque en el fondo se entre deja ver una sombra extraña, una flor pronta a deshojar, una paloma cercada o el propio sol moribundo en el charco de la noche.
La cama quince, desde ese mismo momento me enfrenté a tu fantasma, el que impide que lleguen a vos, al que da espanto, igualmente este no fue un impedimento para mi, si, todo lo contrario, fue un desafío propiamente dicho, de ahí en más nace este relato con mezcla de cruel realidad y la más grande ternura que experimento en estos tiempos difíciles. En el miserable tiempo que nos quedaba logramos embarazarnos una de otra, construimos una relación simbiótica donde logramos ser todo, y lo mejor de todo es que sin conocernos hicimos juntas una multiplicación de juegos genuinos con todos los simulacros posibles (ejemplo) madre e hija, hermanas, amigas, familia, y aunque este tiempo que nos quede por vivir sea tan breve como el fugaz caer de una estrella que se le resta a la noche, como las olas que rompen al clarear de las rocas, como la tarde que se revela al universo adverso de tener que ausentarse sin querer hacerlo y huye debilitada, no pude taparle la cara borrosa a tu fiel fantasma, sólo lo adormecí un rato con mi fría indiferencia, encubierta claro, porque la verdad es que estaba muerta de miedo y de impresión. Otro día comienza y la sonrisa de Carolina me recibe llena, casi como con una felicidad que le entrega el náufrago al que por milagro lo encontró. ¡Qué sonrisa tan hermosa! de a poco tus ojos me llenan de agradecimiento y aunque tus
lágrimas me torturan, yo abro ante ti mi mejor confesionario siniestro y sagrado. Tu voz suena como suelen sonar los ríos que nutren murmullos de vientos y lugares sin conquistar, mis oídos hacen un atrio donde des- filan tus palabras llenas de descontentos, de in- justicias, de llevar enquistada la pobreza en tus contaminados pulmones, escuché que a pesar de tener veintidós años tenés cuatro hijos a quienes amar, a quienes dejarles tu pobreza como herencia final, ya que el único capital o patrimonio que tienen los pobres son los hijos, si a esta confesión le faltaba algo para mi cuota de sorpresa era tu pregunta del día de hoy ¿por qué haces esto por mi? La miré en silencio. Si mi familia no se preocupa, seguro que están ocupados y además están cuidando a los chicos. -¿Y yo cómo puedo pagarte todo esto que haces por mi? -Simulando que sos mi hermana a quien yo años atrás no pude cuidar, además vos ya me das mucho, te pones contenta al verme, te opacas cuando llega la hora de irme, tus ojos grandes me miran llenos de agradecimiento y, de paso, llenas mis huecos de tantas ausencias afianzadas con los años, por favor no llores. -Déjame que me saque todo lo que ten- go adentro, al fin y al cabo es mejor que te diga que te mentí por miedo a que no vengas más, yo no tengo bronquitis, soy HIV. -Ya sé, siempre lo supe.
Pregunté cómo lo contrajo. Ella vergonzosa me dijo: -No fue por drogas, mi pareja tenía, yo enfermé hace un año. De vez en cuando yo podía dibujar una sonrisa en su cara o despedirla con un beso, el único beso que recibió en un año de enfermedad, su muerte era inminente, ahora había que tratar de salvarla del despiadado abandono en el que estaba sumergida desde la institución donde usaban sus sala como si fuera un depósito de mantenimiento y con asistencia precaria. Lo peor de todo es que éste trágico abandono se podía evitar y así entre vómito y vómito, piel ulcerada, aliento metálico, tardes afiebradas llegó para Carolina su última Navidad. SÁBADO 21 DE DICIEMBRE DE 1997 Carolina estaba en un charco de bilis y de catarro verdusco que escupía en una botella de agua mineral cortada, el brillo de sus ojos pro- fundos se esfumaba como la débil luz de un faro, la temperatura aumentaba, hablaba débil, con voz tenue me dijo con mucha convicción: -El lunes me voy de este lugar. Luego me contó su último sueño: que se había ido del hospital y se había olvidado el oso que le regaló a Diana y que ella lloraba y lloraba, quería volver al hospital a buscar a su oso, que volvió al hospital, que ya estaba curada, pero no encontraba al oso. Ese día Carolina estaba muy mal, por momentos se quedaba dormida, traté de que tomara su cóctel pero fue inútil, todo lo que
tomaba era derramado. Carolina pesaba veintidós kilos, sus huesos largos ulceraban los codos, las rodillas, las caderas con pérdida de sangre, el calor de su piel traspasa- ba las sábanas que conseguí. Ese día la vi muy desmejorada apareció un hombre grande por la puerta y me saludó y empezó a orar una oración, mientras ponía su pesada mano en la cabeza de la desdichada mujer, él le hablaba y decía que Dios hacía milagros y que muchos enfermos se curaron, yo la miraba a Carolina y ella me miraba también y me hacía una mueca con sus labios resecos que los mordía y revoleaba los ojos era el código \"que hambre\", yo, dijo, ya estoy muerta y yo con una sonrisa cómplice le respondía. Luego que se durmió se despertó y se sentía mal por- que se quedaba dormida en mi presencia, cada vez que me tenía que ir las dos nos poníamos triste, ella siempre decía cuando venís, par mi eso era tremendo y yo zafaba diciendo ¡ojo no te escapes que yo vengo mañana!. Automáticamente ella largaba una carcajada y me contestaba ¿a dónde me voy a ir, si no tengo zapatos?... luego de recibir su aliento de fuego de dragón con olor a acetona en mi cara, me quedaba mirándola. Me sonreía con la cara triste, yo le pegué una palmadita en las piernas y le recriminé que me espere que no se escape a bailar con los médicos. Ella en mi triste despedida no preguntó cuando vendría, con sus ojos más vidrioso, sus labios cuarteados, sus dolores de huesos, con su fiebre que llevaba ángeles a caballos escapando del
infierno, nos miramos fijo y sonreímos juntas y cuando ya me marchaba levantó la voz y dijo gracias por todo. Me volví y le pedí que este bien, anoté mi teléfono en una caja de remedios y le puse el retrato de sus hijos en la mesa de luz sin luz. La luz brillaba por su ausencia, hacía mucho calor y ella estaba con moscas. -Me siguen las moscas -dijo. Lloró por la familia que no venían a verla y nos dijo: -El lunes me voy-. Luego se quedó dormida y nos fuimos por el calor a otra parte. Carlos más realista que yo me dijo: -Carolina está muy mal, no va a llegar al lunes. El domingo 22 de diciembre suena el sonido del alivio: Ada, enfermera del Gandulfo -¿podes venir? -Decime la verdad, prefiero saberlo ya. -Se fue hoy a las 5 y 20 de la mañana. Avisé a la familia y fuimos al hospital, si había algo que yo temía era llegar y encontrarme con la cama vacía. Cuando llegamos estaban higienizando la habitación pero todo lo de Caro estaba allí, hasta la materia que acumulaba en una botella de plástico. Ada me entregó un crucifijo que me dejó y las gracias por todo, dijo que quería morirse y que la pusieran sentada en la silla. Hora de óbito 05-20 hs.
La última Navidad Por razones burocráticas el cuerpo se pudo retirar recién el lunes 23. Sus restos terminaron en un velatorio municipal, una corona sobre su cajón, en un carrito de caño y el peor lugar del cementerio de Lomas de Zamora. Con Carolina perdí muchas emociones fuertes pero por fin terminó su sufrimiento, mi última cita fue en Navidad. En lo que a mi tocano la mató el HIV, sino la pobreza, la discriminación, la mala asistencia, la falta de consideración y el poco respeto a la muerte, el desamor, el abandono de sus seres queridos. Moraleja: Que el sufrimiento del abandono de Carolina Césped y el de muchos más sirva para luchar por la prevención y si no se puede prevenir. .. entonces ayudarlos a morir con dignidad. Se vende Se lanzaba ya el invierno como cuando avanza el vuelo del halcón, el frío es continuo y no da tregua, un poco deja de cesar cuando los
leños malolientes arden en la chimenea anciana a quien ella respetaba casi con temor, respeto desmedido. El retrato marrón apagado por el tiempo desgastado por la humedad que borró parte del rostro siniestro. La anciana de paso lento no tenía una vida muy alentadora pero ella era feliz más allá de las limitaciones. Doña María sufría de un síndrome de vejez prematura aunque por suerte gracias a que librada a su ignorancia ella lo desconocía. Aun- que eso sí, la vieja había escondido en la guardilla todos los espejos junto con los cachivaches. Casi todo en ese lugar era de color gris; la pared descascarada como cáscara de naranja seca; su gran familia de perros y gatos. A esa familia se le sumaban un par de ratas a quienes ella alimentaba con migas de pan. Claro que su gato de color gris ratón se encargaba de correrlas, pero bueno, ya no se las comía. María los miraba con sus ojos color caramelo aunque nublados por unas cataratas traviesas que se adelantaron al tiempo. Su mirada grisada como la piel de los leños que fue- ron enrojecidos y luego quedaron encanecidos, se visten lentamente con una gamuza grisácea, igual que los cabellos de María; que en un principio fue blanquecina como si una noche de fines de abril la hubiese orinado la luna llena y embarazada, debajo de la dureza de su cabe- llera sucia, endurecida y oscura por el humo de la vieja chimenea. Pero si se
los lavara entonces el color sería amarillento pajoso. Su ropa también era de la gama del gris al negro, llevaba un delantal largo que llegaba hasta el filo de la falda. Entre los muchos nombres que el barrio le ponía, estaba \"Doña Cuca\", apodo que le ponían las madres para asustar a los chicos, les decían que ella los llevaría a la casa y no podrían volver más La vieja de los perros se levantaba temprano, con pasos muy lentos ya que a su cuerpo lo invadía una cruel escoliosis que cuando había humedad extrema el dolor era continuo Su baño era un balde de zinc también color gris; cada tanto lo vaciaba en el costado de la casa donde había en verano un hervidero de moscas. María nunca hablaba con nadie, sólo con sus animales o sola y muy de vez en cuando con su viejo y retratado padre. Al mediodía cocinaba en una lata de dulce de batata su comida favorita, fideos con azúcar. Como buena gallega comía dientes de ajo enteros por la tardes, mientras jugaba con su querido gato; por la noche tomaba sopa con pan; ella decía comida de gallinas, a todo lo que cocinaba le ponía pan. A la hora de acostarse lo hacía en un catre cerrado tipo cuna, el elástico estaba roto en el medio, entonces se hacía una suerte de hueco y ella se metía con sus cachorros alrededor; siempre que se levantaba acariciaba a su perro Tiger y le encantaba reventarles las
garrapatas con los dedos, ella decía: -sienten como estallan. María era muy friolenta y preparaba carbón. Una noche casi la encuentra la muerte por el gas tóxico del carbón, pero su perro le lamió la cara logrando despertarla, salvándola milagrosamente. Al otro día fue al Banco Provincia a cobrar y contaba como el Tiger la despertó. Decía: -Mi perro Tiger me salvó la vida, me chupaba la cara y chumbaba para que yo me despierte. María no tenía familia y viajaba una vez al mes para cobrar una pensión miserable que pronto gastaba en fideos, azúcar, polenta, carbón, té, ajo. María no se había casado nunca pero estaba orgullosa de su familia formada y que cada tanto se agrandaba ya que le tiraban perritos y gatitos recién nacidos. A veces la visitaban los chicos atraídos por el sólo hecho de la prohibición, otros por ver a los cachorros, algunos no se atrevían a presentarse, entonces la espiaban. El olor de su casa era penetrante, y en verano repugnante, nauseabundo; cuando uno se acercaba le daban ganas de salir corriendo. Tenía las uñas todas sucias de color bordó oscuro; debajo de ellas se podía encontrar sangre seca de las garrapatas, carbón, ajo, tierra. Seguramente ustedes se preguntarán, ¿cómo alguien en ese estado puede ser feliz? Yo doy fe de esa felicidad ya que cuando era niña yo
era una de las que iba a la casa. Recuerdo el amor de madraza que ponía cuando alimentaba a sus crías, jamás olvidé esa ternura constante, esa mirada emocionada, esa voz suave que acompañaba la caricia más sentida. Los platos no los lavaba, la comida se secaba y resecaba y se despegaba por las capas, ella hacía un rallador con las uñas, y así el plato quedaba semi limpio a su manera. De más está decir que compartía el plato cachado con sus hijos adoptivos. María era feliz, feliz con su mugre, con su falta de asistencia, con su Tiger, con su gato aterciopelado, con sus amigas las ratitas, con su pensión miserable. Pero... ninguna felicidad es eterna. Nunca falta la mano de alguien que quiere ayudar al necesitado, primero fue con un plato de comida, luego fue tomando confianza e hizo tripa corazón y la bañó, un mes más tarde empezaron los trámites y fue así como María poco a poco fue perdiendo su mundo, su mugre, sus derechos. Y sus defensas. La vida de María se tornó un eclipse emocional igual que el blanco se transforma en negro con un sentido inverosímil. A María, que ya no era la misma, la sentaron en una silla, le cortaron el pelo tipo Colón, le cortaron y cepillaron las uñas, le mojaron el pelo con una colonia barata de marca Nantes etiqueta rosa. María estornuda, vinieron y tiraron el catre con todas las frazadas, los cachorros, a su perro
Tiger lo ataron en el árbol añoso. Llegó el día de cobro y le dieron ropa, zapatos de cuerina negros, la llevaron al banco no la reconocieron. Aunque muchas personas se ponían contentas por ese cambio, María cada día se convertía más en un fantasma. Ya no era doña Cuca, ya estaba insertada en la \"sociedad\", pasó un breve tiempo y la despertaron en su nueva cama con colchón de goma pluma y su almohada de lana. Un señor vestido de traje, trajo papeles donde María firmó con su pulgar, luego de ese ritual el desconocido le trajo una taza de leche con pan manteca y con mermelada. María se merecía ese desayuno suculento en la cama ya que con la impresión del pulgar había cedido sus bienes, casa, terreno, etc. Esa vecina que tanto lujo se daba de ocuparse de doña María, cada vez que salía a la calle con María la peinaba y perfumaba; antes de salir le ponía un espejo para que se mire, ella por supuesto se miraba en silencio y ausente, sin verse, veía una gran laguna donde se reflejaba la imagen borroneada, igual que la de su padre, a pesar de que por él no se había casado. Él era el único hombre que la abrazó, que la bañaba cuando niña, o cuando la escondía en un lugar seguro cuando la guerra amenazaba. María, con el espejo delante de ella, ya no podría reconocerse. Dos meses más tarde fumigaron por las lauchas y su gato gris ratón estaba muerto debajo de la nueva cama.
Por supuesto que María no tardó en morirse en un colchón de goma pluma, la encontraron en una calurosa mañana de enero. Sus restos estaban aún calientes, junto a ella estaba su perro Tiger que ella había liberado esa noche. Tiger estaba apoyado en su estómago y le lamía la cara como la noche que la despertó por el gas toxico del brasero de carbón. El día después del funeral municipal, vaciaron toda la casa y tiraron todo a la vereda. Llamaron a la municipalidad para desinfectar la casa. La vecina no tardó mucho más para poner el cartel: SE VENDE. A propósito, ¿quién tiene el derecho de arrebatar el mundo que cada ser construye para sí?, mundo en el que se echan raíces, en el que se generan defensas, ese es el lugar al que uno quiere pertenecer. Nadie, nadie tiene ese derecho. Hoy, veinte años más tarde, la propiedad aún no fue vendida. La vecina se construyó una nueva casa. Hoy se queja porque paga muchos impuestos... El fantasma del Arroyo del Rey
Erase una vez un fantasma que habitaba en el bosque y todos los días viajaba en el mismo colectivo, con el mismo conductor. Hasta que un día el conductor no regreso y el fantasma se quedó para siempre en el Arroyo del Rey. Nadie podía verlo, pero él escuchaba a cada una de las personas que viajaban. La primera persona era una mujer sin edad, que hablaba sola cosas impertinentes, y una pequeña puteada al presidente. Tenía una pollera marrón con el ruedo descosido y un camperón manchado. Una monja rezando su rosario reflejándose en el vidrio añoso y con los ojos llenos de árboles que pasaban en el bosque y moviendo los labios con imperceptibles ondulaciones. Un soldado, en un asiento doble que dormía con la boca abierta y dejaba pender del lado izquierdo un fino hilo de plata que goteaba lento. En el último asiento había una pareja que se comía con las ganas sin poder manejar sus manos deseosas. En el anteúltimo asiento doble estaba un anciano con un niño menudo a su lado. El fantasma se apoyaba siempre en el lomo del asiento, él no se sostenía de ninguna parte, ya que su (ex vida) no corría riesgo de muerte, y de caerse nadie se daría cuenta. El arroyo con grandes madejas de bruma durante largos inviernos, el fantasma recorría de uno
a otro lado. Por la noche sucedían cosas distintas a las que suceden en el día. Por las tardes los chicos pescaban anguilas y cuando se les enganchaba el anzuelo en alguna mugre, el fantasma, que estaba sentado en una gran piedra, se lo desenganchaba, porque le gustaban los niños. Y, por otra parte, verlos le traía recuerdos de cuando era un niño feliz e iba a cazar ranas con su primo Raúl. En las noches de primavera, en los bordes del arroyo, se veía a las parejitas mimarse, pelearse o droga dependientes hasta morir. Una cálida noche de otoño vio a un policía de gatillo fácil matar a un ladrón de gallinas que se entregaba (pero igual lo mató). Otra noche, una mujer llevaba una caja de galletitas y pudo ver cómo fue capaz de arrojar un feto. Y peor que eso, vio como un hombre se quería deshacer de su mujer muerta envuelta en una frazada marrón con rayas que contenía el cuerpo aun caliente arrastrado durante 5 cuadras atado del caño de escape de su Torino bordó. Otra noche una mujer de unos 35 años se quedó parada unos minutos en el medio del puente y tiró un arma calibre 22, luego se alejó sin mirar atrás. Y cada día que pasa, aparecen coches, animales vivos y muertos, pero el que nunca aparece es el conductor que lo regresaría a los bosques de Ezeiza. Mientras camina bordeando una villa donde todo es color gris miseria el Fantasma
del Arroyo del Rey recuerda su último viaje en colectivo... Siempre el mismo camino, el recorrido pintado por una acuarela. Los mismos árboles, las mismas caras y los mismos ruidos. El clamor de las hojas secas, el viento suave que despierta a la luna, la magia que hace que el pinar se ponga negro profundo, recortando el cielo, justo donde termina la esclavitud de la luz. Los vidrios del transporte manchados de tormenta dejan entrever la agonía del ocaso, derramado en el cielo opacado. El soldado está sentado en el lado derecho del sucio colectivo (540),joven y corpulento, lleva puesto el uniforme, del lado de la ventanilla apoya un bolso del ejército. Vencido por un viejo cansancio, duerme un sueño comprometedor, que lo menea como en una mecedora en el monte, un guerrillero sueña con gestar una revolución prometedora. El joven soldado, movía la cabeza balanceándose donde prometía caer sin protección que lo resguarde. Siempre que alguien se entrega al cansancio está totalmente desprotegido. De repente un giro brusco provocado por el obeso y sudado conductor, muerde la banquina y el soldado cae con todo su peso. Se despierta confundido, mira a su alrededor y se sienta. Se lleva la mano a la frente y palpa la marca que le ocasionó la caída en la piel, tenía
las huellas de las canaletas del piso. Pasan unos momentos y se da cuenta que le faltaba la gorra color café con leche, la busca primero sin éxito, luego se agacha como puede, ya que era grande y el sueño lo hacía torpe, la maniobra fue insuficiente y se le ocurre meter la mano en una especie de cajuela. La mano no alcanza y trata de meter el brazo, a ciegas toca la gorra, pero siente la malla del reloj enganchada en la punta de la chapa. Rojo de incomodidad, el soldado destraba la muñeca y arrastra la gorra café con leche que sale llena de grasa, con ella un pedazo de pan, boletos mojados llenos de pelusa y una caja de cigarrillos colorados. El soldado sin dar muestras de su estado de ánimo, toma la gorra con sus dedos gris ratón por la mugre, aprieta fuerte la gorra y le pega tres golpes secos contra el asiento de cuerina verde con borde blanco. La tierra baja por un tobogán al vacío, pero la grasa se instaló en la trama. Con la cabeza gacha, no hace más que doblar la gorra, como quien dobla en la mano la mitad de pan encerrando una feta de fiambre, y la deja caer sin cuidado, dejando la gorra color café con leche prisionera en su mano, son rejas de carne que simbolizan el contratiempo del que no pudo librarse. La luna aparecía siguiendo al colectivo destartalado, como el cazador persigue su presa. La quietud del anochecer deshacía la morada de los
pasajeros que día a día se desplazaban al mismo 1ugar, a la misma hora, con los mismos silencios. En el último espacio un anciano con un bastón negro está acompañado de un niño de rodillas sucias y raspada. El viejo levanta la mano y señala parte del sombrío bosque. El viejo habla fuerte, pero en absoluta complicidad con el niño que lo observa con mucha atención. Lo mira con ojos grandes, mientras deja la boca entreabierta, dejando ver la comisura del labio con una costra infectada. Los ojos del precoz niño largaban lanzas acumuladas. Son disparadas al viejo historiador que movía la lengua con dificultad por la saliva pesada que embarraba el sonido de sus palabras. Como quien abre un libro repetido el viejo le cuenta la historia del Hombre que se convirtió en árbol. Cuenta la historia de una pareja que solía encontrarse en ese lugar del bosque. El se sintió traicionado vilmente por la mujer que le comería el llanto. Ella era todo para él. Y él solo respiraba por agasajo a ella. Él amaba a esa doncella de suave piel y corazón grande para el amor. Todas las mañanas se encontraban, ella era muy joven, extremadamente hermosa aunque aún no terminaba de desarrollar su cuerpo menudo, apenas se dejaba ver sus pechos tempranos. Pero tanta felicidad no es común y todo termina por complicarse, cuando el fiel
enamorado creía tocar el cielo con las manos, comprendió que no había tal cielo, que aunque extendía las manos no le darán las venas, la sangre se secará dentro de ellas... -mi bella hierba temprana, ¿dónde irás con tan majestuosa belleza a depredar lo hermoso de la naturaleza? Ella con vos frágil le dijo: -Apaga tu fuego que voy para siempre. Él desconsolado murmuró... -Hierba temprana este hombre se convertirá en una sombra. Ella le dijo: -Mi amor no te pertenece. Dolor muy grande, uno tiene que encontrar el verdadero amor. El poeta enamorado, negando su realidad le dijo: -Hierba temprana, mira lo que la tierra le regaló a tu belleza-, mientras le puso ante sus ojos un trébol de cuatro hojas. Ella lo miró, guardó el trébol, y le dijo que cierre los ojos, le tomó las manos y le puso un lazo que llevaba en el cuello, lo miró y tocó su rostro con sus dedos que se sentían como flecos de hierba virgen, besó sus párpados y se alejó hasta ser un punto en el planeta. El poeta sumergido en el dolor, buscó el árbol que tenía un corazón con sus iniciales, besó el lazo del adiós como quien besa una rosa pronta a
deshojar, mira todo a su alrededor termina con el dolor de la traición ... El tiempo fue pasando y su cara se fue borrando, sus manos se pegaron, las piernas se unieron entre sí, una lluvia filosa como una navaja cortó el viejo el lazo, y este ya sin forma definida cayó parado, junto a él, un par de ramas El tiempo pasó para darle vida a la primavera y todo lleno de brotes amaneció ese tronco que se convertiría de día en un gran árbol, rodeado de fresca hierba que crecía tierna y suave... El viejo así terminó la historia mientras el niño giró la cabeza para mirar el bosque. Lo que el viejo no sabía de la historia es que la joven había muerto en una pieza del convento La Esperanza. Ya habían transcurrido muchos años y la anciana mujer, en su lecho de muerte, decía que estaba en un bosque verde, que había un árbol fuerte y pegado a un arroyo, que lo hizo un rey como propio castigo por matar a su esposa por equivocación. ,, La desdichada monja murió diciendo que estaba abrazada a un árbol. El árbol que de día estaba verde, de noche se le escapa el alma al poeta, y recorría el arroyo que llega hasta el final en el colectivo con el mismo conductor. Pero parece que cuando murió la monja, el conductor del colectivo dejó de venir.
Tal vez, no es fruto de la casualidad ver a una monja caminando en el bosque, rezando junto a un árbol fuerte. La emboscada La tarde caía y la sacristía quedaba vacía, el futuro monaguillo, cuando se disponía a retirarse
luego de la misa, una mujer de ojos azules le pidió si por favor le podría llevar un té bien caliente al padre. El joven luego de un silencio accedió, llegó hasta la habitación pequeña luego de atravesar un largo pasillo, ésta era la habitación más alejada del lugar, era pequeña, austera y sombría, dentro de ella se podía ver, justo a la entrada, una cama de plaza y media con una frazada marrón con cuadros blancos, una mesa cuadrada y dos sillas de madera gastada, el cuarto tenía una diminuta ventana que daba a un patio interior que generalmente no era transitado, el jovencito golpea tímidamente la puerta de color gris topo. Una voz cálida lo invita a pasar, el chico llevaba una taza de té caliente, su mano tembló y el té terminó derramado en el platito blanco. El cura estaba sentado del lado más oscuro, la silueta difusa, lo invitó a sentarse y le habló del gran amor que Dios debía inspirarle siempre, que debería serle fiel y rendirle pleitesía. Si bien Facundo escuchaba al sacerdote con atención, había recordado los murmullo de pasillos de que el carismático cura tenía acusaciones de abuso de menores, esto de pronto asusto a Facundo, temeroso dijo: \"padre si no le molesta, me tengo que retirar, no quiero llegar muy tarde a mi casa, ya que mi madre está s.ola en cama\". El padre tomó su cara con sus manos, acarició su pelo rubio y llevó lentamente sus manos chicas a su pecho invitándolo a dejar que Dios
toque su corazón bondadoso; pero cuando éste se resistía aterrorizado, la puerta se abre de pronto, se prende la luz. Era la catequista, que con maquina de foto en mano, disparó varios tiros simbólicos de flashes que, inmortalizaron la escena. Ya tenía la evidencia para hacer justicia por el abuso de su hijo que también había sido violentado un año anterior. Pd :Cualquier parecido con la realidad ... es pura casualidad La noche de los pies descalzos
Foto tomada de la página www.cromañonquenoserrepita La noche rompía en el cielo deshojando las primeras luces. El calor era agobiante. La gente transitaba con un movimiento más dinámico que de costumbre ya que era día jueves 30 de diciembre y se acercaba el inminente fin de año. Diciembre es un mes distintoa todos, es un mes de tensiones familiares, por las problemáticas que surgen durante el año. Hipocresías, envidia, desamores, separaciones, familiares peleados, deudas, balances laborales, gastos extras y si a esto le sumamos que los hijos deben rendir materias. Pero... en especial los adolescentes que en ésta época del año sólo piensan en despedidas, las previas de las fiestas, salidas nocturnas donde ellos toman la calle invisibilizándose, pero a la vez con un gran sentido de pertenencia, mientras los adultos duermen, ellos son los dueños de las calles. La mayoría de estos jóvenes se ven ansiosos por
gestionar algún garroneo para las vacaciones o contentos por asistir fervientemente a los últimos recitales del año, de sus ídolos, donde logran identificarse. Esa tarde me costó viajar. Tardé más de lo común, el tren venia repleto de jóvenes, y para colmo, cargados con mochilas, el lugar era un griterío vivo, luego surgían encuentros, abrazos, y de momento surgían cánticos de aliento a su banda, o bien aparecía un estribillo, acompañado de saltos. Había una chica de pelo rojo, con zapatos rayados, pollera roja, musculosa negra, mascaba chicle y besaba a un chico y luego a otro. Su transgresión incomodaba a otros pasajeros. En sus pies, se podían ver todo tipo de colores de zapatillas, muchos de ellos, en las gomas laterales tenían escrita con birome, el nombre de \"Callejeros\", por lo general las remeras eran negras. Las chicas exhibiendo coloridos tatuajes, y muchas de ellas con short ytacos altos, algunos de corchos o plataformas forradas, los colores que vestían sus jóvenes pies eran fucsia, verdes brillantes, azul Francia, negros, amarillos, pero predominaban los rojos. Llegué al hospital Posadas, lugar donde trabajo, fiché como de costumbre. Hice el relevo, yo ahora soy la jefa de guardia por 24 horas. Pregunté ¿cómo está la guardia? Mi compañera me dijo: \"Todo tranquilo, lo de siempre, el de la cama (A), un hombre, parece que es vesícula. En la cama (B)
hay una mujer con perdida, la ginecóloga todavía no la vio, pero... me parece que por los síntomas provoco la perdida. En la (C) hay una adolescente que tomo pastillas, ya le realizaron el lavaje de estomago. En la (D) hay una mujer muy golpeada, pero ella dice que se cayó sola, el marido o la pareja está con ella. ¡Igual prepárate! porque hay un recital en el Reventón y los pendejos pasados de rosca y los comas alcohólicos, con la jarra loca... te compadezco... bueno chau, \"que te sea leve\". Inmediatamente pensé en la juventud de los 70, éramos tan distintos, ni mejores ni peores, lo que sé es que lo vivido hoy en el tren con aquellos jóvenes de zapatos y zapatillas coloridas, floreadas, macaban su paso, y no era el de \"zapatillas flechas... blancas que marcan tú propio sentido\". A la hora O: 15, recibimos un llamado telefónico de una urgencia de un bailable, pero cuando la operadora le pidió un número de teléfono para confirmar, la llamada del horror se cortó. Eso se tomó como alguien que hacía una broma. Mientras atendía a un paciente, me llaman de la operadora. El doctor Crecenti, director del S.A.M.E pidió hablar conmigo en carácter de urgencia. Me puso al tanto de la noche trágica y preparamos cuatro ambulancias, teníamos siete, pero dos están rotas y una fue saqueada, di la orden de tratar de desocupar la mayor cantidad de camas, di la alerta roja para los quirófanos y para despejar la sala de terapia, convoqué a todo el personal que
se haga presente inmediatamente, que se arme el comité de urgencia para contabilizar las personas que ingresan al hospital. También solicite un gabinete de psicólogos para atención a los familiares. Corrimos con Rafael, el camillero, y un paramédico, nos dirigimos al lugar, pero era muy difícil llegar, ambulancias, carros de bomberos rojos, amarillos, patrulleros, autos que querían pasar a toda costa, gente corriendo, parecía el fin del mundo. La ambulancia quedó a una cuadra, las llamas hacían un reflejo rojo que latía en el cielo, el humo hacía un hongo negro, el olor que emanaba al llegar al lugar, jamás lo voy a olvidar, ese olor a carne y pelo quemado, corrimos con tablas de madera y al llegar a esa cuadra que se hacía interminable, veía correr a jóvenes, como remando contra la corriente, ahogados, cansados, ahumados, llenos de cenizas, transpirados, pidiendo auxilio, socorro, pedían por dios, padres que llegaban, se desmayaban, la fila de cadáveres era interminable, algunos eran arrastrados por sus amigos cuando aun ya no tenían vida. Tratábamos de revivirlos, los cuerpos eran cargados de a 3 o 4 en las ambulancias, podíamos ver a jóvenes que entraban de nuevo a sacar o buscar familiares, luego los veíamos muertos, los chicos se tiraban sobre los muertos, gritaban, besaban, en la fila encuentro a la chica de de pollera roja, la chica del tren, traté de reanimarla pero fue inútil, su novio le besaba el pie y el otro aun mantenía el zapato rayado quemado. La mayoría estaban descalzos, los colores se habían
teñido de muerte, formaban montañas siniestras de desolación. No vi a nadie responsable de Cromañón rescatar gente, ni de la banda. Ni políticos de turno en el lugar. Zapatillas, tacos por doquier, silenciosos cordones del espanto, fieles testigos de la no- che de los pies descalzos. Informe: Dra. Brenda Guzmán del 3111212004
La pelota manchada Foto tomada de la página \"futbol y dictadura\" El mundial '78 se vivía realmente como una fiesta nacional, esa tarde jugaba Argentina. Juan nvitó a seis de sus compañeros para disfrutar el partido, ya que era el único que tenia tv color, pero Juancho tuvo una pelea con su padre. Su papá se había tomado media botella de whisky y Juan hervía de rabia, sabía que se ponía muy pesado y por vergüenza tuvo que suspender la reunión, eso lo puso de muy mal humor, una palabra llevo a la otra, y la bronca por no poder ver el partido porque su padre era un pobre profesor borracho, un fracasado. La madre mucho no lo apoyó, ella era una directora de colegio que siempre estaba depresiva y vivía con carpeta médica, entre los dos no hacían uno. Su hermana Beatriz ya estaba por irse de la casa, era asistente social, su otro
hermano mayor vivía en la casa pero no estaba nunca. La discusión se puso tan grave que en medio de la pelea el padre lo echó. Juan recogió una muda de ropa y se fue a lo de un amigo, Gabriel, compañero de la facultad que vivía en una pensión de mala muerte en Avellaneda. La piecita era oscura, lúgubre, tenía la pintura descascarada, llena de humedad, olor a orina fermentada que ya se podía oler al recorrer los pasillos. La habitación sería compartida con su amigo que, apenas hacia dos días que estaba en el lugar. Cuando Juan entró a la casa en alquiler, apareció el encargado, un hombre flaco, entrado en años, con pocos dientes y muy amarillos, parecían oxidados, de igual manera se veían sus dedos que abrazaban un cigarrillo. Le pidió la plata por adelantado y Juancho como lo llamaban sus amigos, pagó sólo por una semana que, era la plata que pudo reunir. La primera noche que pasaría en la deprimente pensión, el sueño tardó bastante en llegar, nunca había estado en un lugar tan feo, pero lo prefería a la decadencia de su casa. El sueño llego por fin y se quedaron dormidos profundamente.. Un ruido sórdido de patadas lo sobresaltó serían las 03.:00 de la madrugada sin poder mediar palabra Entraron dos uniformados, y como dos osos rabiosos se le prendieron de la ropa, los sacaron de la cama a golpes, luego entraron cuatro tipos de civil, los jóvenes ya estaban en el suelo, una pesada bota aplastaba la cara contra el piso, revisaron sus pertenencias, sólo encontraron unos panfletos que
estaban en el techo de un viejo y sucio ropero, tenían la cara del Che y decía: \"El enemigo es más grande si lo miramos de rodillas\". En la habitación había un reguero de sangre, luego de cansarse de golpearlos no se los escuchó más, sólo se escuchaba como si se arrastraran animales. Hasta que se los llevaron. Los de las piecitas linderas, todos con las luces apagadas, la gente dentro, la mayoría eran vendedores de la zona, se les cortaba la respiración, no se movían por miedo a que los escuchen, uno se metió dentro del ropero, las palpitaciones estaban por las nubes, todos pensaban lo mismo, en que luego entrarían en sus habitaciones y los torturarían y no sabrían que decir sobre lo que les iban a preguntar. Ya que a los nuevos inquilinos no los conocían. Finalmente a los chicos los introdujeron en un coche, los llevaban encapuchados con bolsas de arpillera. El encargado fue el primero que escuchó los pasos frenéticos, avanzando como una tropilla, ya que él estaba despierto. Lo invadió el miedo, bajó la radio, luego apagó la luz y su miedo se fue transformando en terror, se metió debajo de la cama, entre la pelusa, la mugre y como era asmático y fumador empedernido, le costaba mucho respirar. Luego se había tapado los oídos para no escuchar los gritos y luego alaridos de los dos jóvenes nuevos. Uno de los tipos entró a su pieza, revolvió todo y por último, levantó la cama,
fue su punto máximo de indefensión, terror, pánico. Era un hombre muy corpulento, sus borceguíes brillosos de punta de acero. Quería decir que el no hizo nada, pero no le salía la voz. Pensó que ese era el final de su vida. También le dieron una golpiza tremenda en la que perdió un ojo. Advirtiéndole que, \"el no vio ni escucho nada\". Dos días más tarde los universitarios, aparecieron en un Falcón encadenados y acribillados a balazos frente al congreso de la Nación, envueltos en una bandera que tenia la leyenda de Montoneros. Un detalle, tenían los documentos de identidad de otras personas. Beatriz, la hermana de Juan, hizo averiguaciones, pudo hablar con el encargado y supo que su hermano y Gabriel no militaban en ninguna organización, en realidad a los que vinieron a buscar ya se habían ido tres días atrás. Ella saco una solicitada en el diario La Nación, culpando directamente a la dictadura de haber matado a su hermano. Tres meses más tarde... fue secuestrada de su domicilio, aun está desaparecida. El mundial siguió su curso, tapando los gritos de los secuestrados. Esa tarde Argentina le gano a Holanda 3 a O. ¡Vamos... vamos ... Argentina. Vamos... vamos a ganar... que esta barra quilombera, no te deja ... no te deja de alentar!
La muerte colorada Los vidrios del avión estaban congelados, al aterrizar muy poco y nada podía verse, yo me sentía muy orgulloso de estar ahí, era un sueño, me anoté como voluntario a pesar de que mi familia estaba dividida. Me llamaron y yo sentí que era una pieza importante que relataría \"la verdad y nada más que la verdad de la historia\". Esa era mi primera experiencia como corresponsal de guerra a diferencia de mis compañeros que venían condicionados por sus jefes de redacciones.
El avión ya faltaba muy poco para aterrizar, un soldado nos dice que nos ajustemos los cinturones y nos dio una bolsa de plástico de azúcar Ledesma para vomitar. En el tercer carreteo mi compañero, que estaba más pálido que una hoja de papel, fue el único en vomitar el mate y los bizcochitos de grasa que habíamos comido. A mí lo que más me perjudico fue que empecé a sentir una fuerte presión en los oídos, quedé sordo y luego se me destapó el oído derecho, vi la cara de mi compañero transformase y era la impresión que le dio ver como se deslizaba la sangre que salía de mi oído. Sentí luego el calor del fluido en mi cuello que ingresaba dentro de mi cuerpo. Me limpié con una manga de trapo que había y me hice un tapón con papel higiénico. Llegamos a las 14:20 hs.. Éramos tres corresponsales de guerra, todos teníamos cámaras, un mapa, anotadores, lapiceras, cigarros a granel, pastillas D.R.F de anís y mentol, varias petacas de grapa para pegarles un beso de vez en cuando, un reloj, y cartas de las familias. De mis dos compañeros, con el que mejor me llevaba era con Raúl, el otro casi no emitía sonido, parecía una momia. En cambio Raúl hacía chistes, contaba sus levantes con lujo de detalles, te hacía reír aunque no tengas ganas, pensaba en casarse,
su novia estaba embarazada y aún no lo sabían ninguno de los padres, ella, la dulce Magali, de 16 años, lo esperaría y hablarían entonces. Los hangares quedaron atrás y nos dejaron en un destacamento, de repente se levantó un viento que bramaba, mas tarde llego la lluvia. Sentimos por primera vez una gran explosión, comenzó el bombardeo que duro 40 minutos. Luego nos enteramos que habían bombardeado el aeropuerto, lugar de donde habíamos arribado escasas horas antes. Ya eran las 16:00 hs, eso sí que no lo esperábamos, a escasas horas estábamos en ese mismo 1ugar. Las bombas se sentían de distintos lugares, ya había anochecido y las bengalas corales, azules, verdes y violetas te encandilaban la vista, parecía estar en una película. Francisco habló por fin y dijo: \"ustedes parecen dos mariquitas, yo me voy a cubrir lo del aeropuerto\". Ya era de noche, nevaba, se fue perdiendo en la oscuridad y las bombas, pensamos, este es un \"cagón de mierda\" se va para no cubrir la guerra. Cinco días después lo vimos con una fiebre terrible en un puesto de enfermería, con la pierna toda podrida, recibió más de 30 esquirlas. El olor a podrido era insoportable, el estaba tan mal que no nos reconoció, Le sacamos el reloj ya que nosotros no teníamos. A esa altura, ya habían pasado muchos días, daba igual, no teníamos lugar donde estar. Un día hubo una balacera tan grande que me tuve que refugiar atrás de un muerto. Con Raúl dos días no nos vimos,
pero una tarde de desolación y en la que el frio nos cortaba la cara como una navaja siniestra, lo veo muy enfermo, los muertos ya eran decenas, Raúl me dice: \"¡Te parece que estos hijos de mil puta dicen que vamos ganando y ya no damos mas, apenas pasaron ... perdí la cuenta de los putos días. Las armas no les funcionan, los pendejos de Corrientes, fueron los primeros en morir, estuve en un agujero, sentía que me martillaban los dedos de los pies, ya se me estaban poniendo negros, saqué fotos de un chico que estaba estaqueado por robar comida, tengo las fotos de los muertos en una billetera, ahogados, voy hablar con los \"pichiciegos\"\". Una bomba estalló muy cerca de nosotros. que me hizo volar por el aire, al caer vi a Raúl detrás de una roca arrastrándose, sacando una foto. Llegué hasta él y me tiro su cámara, tenía el pecho perforado, le di el último trago de la última petaca de ginebra Bols, De la comisura de la boca salían riachos de sangre, mientras su llama se apagaba, con voz muy baja decía: \"¡Son unos hijos de re mil putas! estamos perdiendo... y dicen que estamos venciendo...\" Sacó como pudo una esquela mojada y la puso en mi mano, luego... llego la muerte colorada.
Mi amor te amo como siempre, te espero como nunca. Mi vientre crece y crece te siento dentro de mí ser. Sé que estamos ganando gracias a Dios· eres un héroe Que están derrotando al enemigo. Te amamos, Siempre tuya, Magali
VENGANZA EN LOS HORNOS LA CASA DEL TERROR Una trampa mortal para tres chicos La ciudad de La Plata convulsionada por la muertede Natalia, Ximena y Francisquito, en manos de su propio padre María Rosa Grismado se retiró de su trabajo y se dirigió a su vivienda como un día cualquiera, como un día más, sin que esta joven mamá imaginara que su vida empezaba a transitar la peor de las pesadillas quedando sola y quebrada emocionalmente. Llegó a su domicilio, la puerta estaba entre abierta y, a pesar de no ser de noche (alrededor de las 17 y 30 horas), el lugar estaba con todas las ventanas cerradas. Lo primero que se le vino a la mente fue que alguien había entrado a robar, pero al encender la luz el infierno la estaba esperando. El cuadro era espeluznante, sus hijos estaban inmersos en medio de un charco de sangre. La hija mayor, que hacía dos días había cumplido 6 años, estaba en el living y presentaba una herida cortante en el cuello. La de 5 años de edad, estaba en la bañera boca abajo. Por último, la mujer ya desencajada de la realidad, entró al dormitorio donde encontró a su bebé de 11 meses que yacía en su cuna, muerto de la misma manera, con la herida en el cuello, aun- que... con más ensañamiento.
Salió de la casa despavorida y con gritos desgarradores, con una carta manchada con la sangre de sus hijos, aunque por su estado no pudo conocer el contenido de la misma hasta mucho después. La primera en escuchar los gritos fue su vecina, Adela Rodríguez, quien sin entender lo que sucedía, le brindó asistencia y se encargó de llamar al 9. 11y a familiares que conocía, que fueron llegando en el transcurso de la tarde. Luego de la llegada de la policía sólo diez minutos más tarde, la mamá fue brevemente interrogada, pero este interrogatorito tuvo que ser interrumpido por una descompensación motivada por el estrés postraumático. El policía a cargo dio la orden de dar aviso al S.A.M.E. que brindó los primeros auxilios en el lugar, realizando el posterior traslado de la joven, quien se encontraba en medio de una fuerte crisis de nervios, al Hospital San Martín de la ciudad de La Plata. El padre de los niños asesinados, Roberto Julio Cardozo, de 32 años, en ese momento se encontraba prófugo de la justicia. Fernanda Grismado, tía de las víctimas, fue quien hizo las primeras declaraciones a la prensa en medio de un doloroso discurso. \"Cuando yo llegué para cuidar a los chicos, él (Cardozo) me dijo que me vaya, que mi hermana había dejado dicho que me tome el día libre, que con los chicos se quedaba él.\" También agregó que Cardozo consumía drogas y que siempre creyó que este animal era capaz de cualquier cosa.
La vecina Marcela Villegas, quien mantenía con la familia una estrecha relación, aportó más datos a la investigación y al periodismo: \"Este era un loco, siempre fue violento con todos, tenía problemas con todos en el barrio, en todas partes. Nunca me voy a olvidar un día que mató al perro de la misma forma que mató a los chicos: ¡ahora me doy cuenta! Ese era un triste anuncio. El los amenazaba siempre, no le importaba nada.\" Hilda Alicia Encina, compañera de trabajo de la mamá de los chiquitos, agrego: \"María Rosa me comentó, mientras tomábamos unos mates, que el marido no fue a trabajar y que se había quedado en casa para hacer unos arreglitos que tenía pendientes. \"Luego mencionó que la vio preocupada por la situación y que si bien la joven madre le tenía miedo al marido, ya estaba decidida a irse a otra provincia, cerca de la protección de sus padres. Pues había sido la misma Encina quien le había obtenido un cargo que gestionó hace mucho tiempo, el pase laboral para Mendoza. Encina agregó finalmente que suponía que: \"ella le comentó esto y él se tomó su revancha vengándose de la peor manera, le dio el golpe certero donde a ella más le duele, con los chicos. Siempre la golpeaba y la amenazaba. \" Fuentes oficiales revelaron que un hombre sin identificación, fue hallado en las cercanías del lugar del hecho. Lo encontraron en estado de inconsciencia con un disparo de arma de fuego en
la cabeza. Se presume que podía tener relación con el episodio de los niños asesinados, por la ropa y porque portaba varios cuchillos de diferente tamaño en su poder. También tenía dos cartas en su poder: una estaba dirigida a su madre y la otra a un hijo que tenía de su primer matrimonio. El herido fue encontrado en un terreno baldío a cuatro cuadras del lugar por un albañil que pasaba, y si bien no se veía bien, dada la gran cantidad de pasto alto y escombros, el albañil decidió entrar. Allí se encontró con el supuesto asesino herido e inconsciente. Según los datos brindados por el fiscal. Osear Francisco Acevedo a cargo de la UFI Nº 9 de La Plata, a pesar de no tener identificación, se presume que sería el supuesto autor del triple homicidio, por las características brindadas que están bajo secreto de sumario El masculino fue trasladado de urgencia- a la sala de terapia intensiva del Hospital San Martín, encontrándose en estado desesperante.
Mujeres sin tiempo (Viernes 30 de agosto de 2014) La tarde estaba en su esplendor, el sol caía sin miramientos bañando la ciudad de La Plata. Lejos está la idea de una tormenta llamada Santa Rosa. Siempre que algo está institucionalizado y tiene que ver con política de vigilancia, castigo y estigmatización, aparecen los rótulos, aparece el yo bueno como lo de institucional y \"lo otro\" desdibujado. La primera tensión que me aparece es como llamarlas, a ellas, esas mujeres que son socialmente etiquetadas. Presas, tumberas, las diler, presidiarias, gitanas, encarceladas, buche, cada grupo clasificadas. Rochas, internas, transas, mulas, mecheras, asesinas, homicidas, las de PAMI (las mujeres mayores que son las más vulnerables, son las más castigadas) se las utiliza como modo de ejemplo. Reas, infanticidas, pirañas, pero lo que más me chocó fue escuchar el nombre \"la población carcelaria\", como si no fueran ni de aquí ni de allá, como si fueran algo malo, contaminante, inmediatamente me vino a la mente \"población de colonias de bacterias\", lo más impersonal que se las puede nombrar y a su vez se las describe dignas de ser temerarias. Llegada 14:00 hs., dirección: 149y 70 Los Hornos.
Search
Read the Text Version
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
- 6
- 7
- 8
- 9
- 10
- 11
- 12
- 13
- 14
- 15
- 16
- 17
- 18
- 19
- 20
- 21
- 22
- 23
- 24
- 25
- 26
- 27
- 28
- 29
- 30
- 31
- 32
- 33
- 34
- 35
- 36
- 37
- 38
- 39
- 40
- 41
- 42
- 43
- 44
- 45
- 46
- 47
- 48
- 49
- 50
- 51
- 52
- 53
- 54
- 55
- 56
- 57
- 58
- 59
- 60
- 61
- 62
- 63
- 64
- 65
- 66
- 67
- 68
- 69
- 70
- 71
- 72
- 73
- 74
- 75
- 76
- 77
- 78
- 79
- 80
- 81
- 82
- 83
- 84
- 85
- 86
- 87
- 88
- 89
- 90
- 91
- 92
- 93
- 94
- 95
- 96
- 97
- 98
- 99
- 100
- 101
- 102
- 103
- 104
- 105
- 106
- 107
- 108
- 109
- 110
- 111
- 112
- 113
- 114
- 115
- 116
- 117