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NOMBRE DE MUJER - Cuentos - Lidia Susana Puterman

Published by Lidia Susana Puterman, 2021-08-01 01:43:03

Description: NOMBRE DE MUJER - Cuentos - Lidia Susana Puterman
Cuentos que cuentan historias reales o ficticias de mujeres auténticas o imaginarias para vivir situaciones similares a la vida real.

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Puterman, Lidia Susana Nombre de mujer : cuentos / Lidia Susana Puterman ; contri- buciones de Daiana Congett ; Tamara Nahir Colombo Mazzeo ; Jessica Masini. - 1a ed. - General Rodriguez : Pamela Daiana Yacobi Congett, 2019. 100 p. ; 21 x 15 cm. ISBN 978-987-86-2795-3 1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. 3. Mujeres. I. Daiana Conge- tt, colab. II. Colombo Mazzeo , Tamara Nahir , colab. III. Masini, Jessica, colab. IV. Título. CDD A863 Todos los derechos reservados. Prohibidos, dentro de los límites establecidos por la ley, la reproducción total o parcial de esta obra, el almacenamiento o transmisión por medios electrónicos o mecánicos, las fotocopias o cualquier otra forma de cesión de la misma, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público sin previa autorización escrita de los titulares del copyright. Primera edición: agosto de 2019. Copyright ©2019 Puterman, Lidia Susana. Copyright ©2019, Volcánica. Corrección: Daiana Congett y Mora Vigorito. Diseño de tapa y contratapa: Jessica Masini. Fotografía: Estudio Look at me, Fotografía. Diagramación: Tamara Colombo. EDITORIAL VOLCÁNICA Editorial Volcánica @editorialvolcanica @volcanicalibros [email protected] Hecho el depósito que indica la ley 11.723 Impreso en Argentina.

Dedicado a: Verónica, Esteban, Walter, Milton, Camila, Lucila, Joaquín, Valentina, Micaela, Thiago, Mateo.



Languidecía la tarde en el barrio de Palermo, el último día de enero. El sol dibujaba pinceladas de naranjas y violetas sobre el horizonte. Andrea se sentía inquieta. Dudaba si debía acudir al encuentro. Las charlas habían sido muy placenteras al teléfono, habían hablado de todo un poco, o casi todo… y ahora iban a conocerse. El momento crucial había llegado y, después de varias idas y venidas, decidió que era mejor lucir espléndida. Se vistió con una túnica verde esmeralda que resaltaba sus ojos claros. Deseaba deslumbrarlo, seducirlo.Al llegar al punto de encuentro, cruzaron sus miradas, florecieron las sonrisas y sobraron las palabras. Andrea lucía exquisita, radiante…, y Pablo lo notó; flotaba un halo mágico en el ambiente. Ambos parecían serenos, pero la ansiedad los movilizaba. El deseo ebullía por sus poros a punto de estallar… Una voz quebró el silencio y una imagen oscureció el resplandor. Se esfumó la magia cuando a la luz de las velas se vislumbró el rostro asombrado y lacrimoso de Vanina, su mujer. 5

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Corrió hasta perder el aliento, se detuvo en seco y apoyó la espalda contra la pared; tomó grandes bocanadas de aire para recuperarse. Sintió voces que se acercaban. Bajo la luz tenue de un farol pudo distinguir dos sombras que se agigantaban, pero Jaime no tenía miedo. Debía encarar a los hermanos de Anita, y lo haría sin dudarlo. Los enfrentó con los puños y les dio un escarmiento. Jaime volvió a su casa. Lo recibió el silencio. El silbato del tren sonó a lo lejos y pasó por la estación llevándose a Anita… dejándolo vacío.1 1 Mención de Honor en el x Concurso Literario de Microcuentos, Sociedad Italiana, San Pedro, 2019. 7

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Amanece en el Palmar, puede divisarse el río transparente detrás de los árboles. Todo el campo luce en su esplendor y el horizonte límpido de nubes invita a la meditación. Elvira se adhiere al enrejado que la separa del resto del paisaje, pero sus pensamientos están más allá del campo, del río, del horizonte. Sus cabellos rubios danzan acompasados con el viento brillando bajo la luz del sol, pero su mirada languidece tan triste como sus recuerdos. Buenos Aires siempre tuvo un hechizo especial para ella y un día, allá por 1996, quiso conocerla, caminar por sus calles empedradas, saborear sus comidas típicas y sus vinos embriagadores, saber de sus tradiciones y su gente, entrar en contacto con su bullicio y sorprenderse. Viajó una tarde en pleno mes de mayo. Comenzaba a sentirse el frío en el ambiente y las estufas se encendían para mitigarlo. Compartió una habitación en el Hostal San Telmo en pleno corazón del barrio homónimo con su prima Magda, quien la invitó a pasar unos días y conocer la ciudad. Al cabo de algunas semanas, Elvira había conseguido empleo y no quería volverse a sus pagos. Sentía que ese era ahora su hogar y su mundo. Una tarde, en pleno mes de agosto, cuando el invierno se hacía sentir más crudo, al salir del trabajo que ambas realizaban como vendedoras en una tienda de ropa, fueron a tomar un café y escuchar música en uno de los tantos boliches de una zona típica de San Telmo. El jazz inundaba el ambiente con su calidez y armonía. Jack, el joven saxofonista, le invitó a ambas una ronda de cervezas. 9

Lidia Susana Puterman Brindaron y se quedó largo rato con ellas, aunque fue bastante difícil hacerse entender en su idioma, ya que era de origen irlandés y su castellano estaba limitado a unas pocas palabras. A pesar de las dificultades del idioma, pasaron una velada muy agradable, tanto que Jack invitó a un nuevo encuentro a Elvira para el día siguiente. Después del cierre de la tienda, Elvira caminó con paso apresurado hacia el boliche para encontrarse con Jack. El corazón le latía con fuerza y un cosquilleo de mariposas le arrancaba sonrisas. La gente la observaba con curiosidad, pero ella no se daba por aludida. Quería llegar al tan ansiado encuentro lo antes posible. Sabía que él estaría aguardándola mientras tocaba con su conjunto de jazz. A Elvira le encantaba esa música… la transportaba, la hacía flotar como en una nube. Una leve llovizna caía sobre las veredas y la tarde se veía deslucida con un cielo plomizo y sin pronóstico de mejorar en breve tiempo. El frágil paraguas no duró mucho y tuvo que resignarse a que la lluvia hiciera de las suyas y la mojara casi hasta empaparla. Elvira llegó al bar con un gran fastidio por la mojadura; fue hasta el baño a recomponerse un poco. Al rato, se sentó en una mesa al fondo. De pronto, se percató de que los músicos no estaban. Pensó que llegarían al rato. Pidió un café cortado. Su aspecto lucía un poco desmejorado: estaba mojada y con el cabello pegado al rostro. Aguardó a Jack por más de una hora…, él nunca llegó. No sabía qué pensar, comenzó a inquietarse y lentamente su aspecto fue de mal en peor. Uno de los mozos la reconoció y se le acercó. Confundida e intimidada le preguntó si sabía de los músicos de jazz que habían tocado la noche anterior. Le informó que por la mañana viajaron de 10

Nombre de Mujer regreso a Irlanda para emprender luego nuevas giras por otros países. A Elvira se le atragantaron las palabras y, disimulando unos incipientes lagrimones, salió con paso apresurado del lugar. Pasaron los días y las semanas y Elvira comenzó a adelgazar. Se la veía como si estuviera dentro de un compás de espera… infinito. Magda no quiso seguir viéndola en ese estado de letargo y se puso en contacto con su tía Juana para contarle con lujo de detalles de la crítica situación. A la noche siguiente, Juana viajó a Buenos Aires. Dada la extrema delgadez y profunda depresión de Elvira, Juana decidió llevarla de regreso a su hogar en la ciudad de Colón, provincia de Entre Ríos, para cuidarla y que se repusiera de la sensación de frustración y abandono. Pasaron largos meses para restablecer su vida, para volver a encontrar la paz interior y creer en la gente… En puntitas de pie y silenciosamente se acerca una pequeña a sus espaldas. Con picardía e inocencia tironea de su falda para llamar su atención. En breve comienza su bella y gratificante tarea de madre. 11

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La mirada ausente, perdida en el horizonte, en esa línea imaginaria que une o separa el mar de cielo. Mira sin ver y piensa o recuerda antaños veranos donde la piel se inundaba de aromas a sales o se descascaraba el alma de sombras ingratas. El sol se esparcía tenue con hilos dorados y reconfortaba su brillo y candor. Todo tenía una tibieza sutil y no había recuerdos dolorosos ni ausencias que dejaran huellas. El amor se saboreaba, se absorbía en plenitud y sin escatimar tiempos. Unas lágrimas asomaron tibias y trató de disimularlas. El mar y el cielo a lo lejos la atraían como imanes mientras la espuma bañaba sus pies cansados de tantos caminos andados y tantas huellas dejadas. El sol resaltaba las cicatrices marcadas por avatares pero ya no dolían, solo le traían recuerdos… Esos que arañan y desgarran sin medida, esos que no se olvidan, aunque quiera, aunque lo intente. Se enamoró sin darse cuenta y cuando menos lo esperaba de alguien que no la merecía; y cuando quiso alejarse, él la persiguió sin darle tregua. La espiaba, la buscaba y llamaba a toda hora y…, tuvo que marcharse lejos, muy lejos, para que no la encontrara, y empezar de nuevo, sola y a escondidas de miradas indiscretas, lejos de su familia y amigos, lejos de todo lo que quería y había construido. Tuvo que empezar otra vez a construir una nueva identidad, una nueva imagen. ¡Tuvo que volver a nacer! Ahora contempla un paisaje que la cobija bajo otro cielo, en otra tierra donde construye nuevos sueños; una mueca parecida a una sonrisa parece asomarse en su rostro de mujer y la mirada se le hace cristalina, ausente de lágrimas. 13

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Beatriz tenía que irse. No sabía dónde, no sabía cuándo, ni siquiera cómo... pero sí el porqué. Era urgente, imperioso, definitivo. Sí, tenía que irse. Hurgaba dentro de su mente cuándo había empezado todo. No podía recordarlo con precisión, pero tenía clara la imagen de Dolores, su cara bañada en lágrimas cuando le dijo su decisión. Se agitaba en pequeñas congojas. Sus manos se movían como alas y sus labios balbuceaban palabras ininteligibles. Jamás olvidaría esa imagen. Definitivamente. Beatriz dio vueltas y más vueltas en la cama. Miró su reloj, casi las cinco de la mañana. Ya no podría conciliar el sueño otra vez. Se estiró para quitarse la somnolencia. Decidió levantarse y tomar una ducha rápida. Tenía mucho en lo que pensar y todavía estaba aturdida por los últimos acontecimientos. Dolores y Beatriz comparten un departamento en Quilmes, zona sur del Gran Buenos Aires. No solamente comparten eso, yo diría que comparten todo; la comida, la ropa, los amigos... como yo. Las conozco hace más de ocho años. Las tres somos compañeras de trabajo... y de aventuras también. De aventuras y desventuras, de alegrías y desdichas. Sí, todas compartimos todo. En realidad, compartíamos. Sí, así fue hasta la semana pasada, cuando Beatriz dijo con voz grave que tenía que irse, no sabía dónde, no sabía cuándo, ni siquiera cómo, pero sí el porqué. Sin embargo, no quiso contarnos a ninguna de las dos. Ella dijo tener sus razones. 15

Lidia Susana Puterman Dolores rompió en llanto como una colegiala. No lo podíamos creer. Fue de golpe. Sonó como un mazazo en nuestras cabezas. Yo quedé tan aturdida que enmudecí. Las palabras se me atragantaron. Traté de no llorar en ese momento para poder consolar a Dolores. A la noche, sola en mi cuarto, no me pude contener. Los días pasaron como sombras. Apenas cruzábamos miradas, hablábamos lo esencial: el trabajo, las compras, la comida. El silencio se apoderó de nuestras voces. Las preguntas quedaban flotando en el aire. Las respuestas no llegaban nunca. La noche anterior a su anticipada partida casi no pude dormir. Me desvelé pensando cuál sería el motivo de la huída… porque estaba segura de que estaba escapando de algo. Pero... ¿De qué?... ¿Por qué? No tenía familia, ni amigos en otro lugar, solo a nosotras…. Y así de golpe, como si alguien la estuviera persiguiendo o acosando. Las preguntas fluían en mi mente en forma incesante, a borbotones. No podía dejar de pensar… Una y otra vez las mismas preguntas y ninguna respuesta. Viernes por la tarde salimos las tres de la oficina. Beatriz no se despidió de nadie. Saludó como de costumbre, con un simple: “Hasta el lunes”. De pronto caminábamos por Lavalle y veíamos distraídamente las marquesinas luminosas de los cines. En pocas horas, Beatriz tomaría un micro, sin decirnos a dónde iría. Dolores y yo nos miramos con complicidad. Teníamos que detener esta locura. No importaba cuál fuera el motivo. Nada era tan grave como para no poder solucionarlo. Teníamos que ayudarla a como diera lugar. Teníamos que averiguar el porqué de su repentina partida. No la dejaríamos ir sin saber toda la verdad. 16

Nombre de Mujer Cuando llegamos al departamento que ambas compartían, vimos los bolsos preparados y cerrados bajo la ventana del living; sobre ellos, un sacón y bufanda. Y no aguanté más. —No vas a irte sin decirnos el motivo de tu partida… Dolores y yo necesitamos saber… Seguramente, podemos solucionarlo si lo hablamos entre las tres —la increpé cuando me interpuse entre Beatriz y la puerta. —Queremos ayudarte… en lo que sea… No podés irte… No podés dejarnos… Por favor, sea lo que sea, podés contar con nosotras —dijo Dolores con angustia. Al verse acorralada, entre sollozos, nos confesó: —Me enamoré de un hombre casado… y el marido se enteró. 17

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Cuando la muerte tiene algo que decir, ni siquiera el tiempo la calla. El amanecer de mayo pintaba fresco y con un sol que apenas entibiaba en el sur del Gran Buenos Aires. Clarisa tenía que mudarse. El consorcio del edificio no le permitía tener mascotas y ella no podía vivir sin Pit. Era más que un perro, era su ángel guardián. Su amiga Maruja la ayudó a encontrar una casita en las afueras de Temperley. Era pequeña, pero con las comodidades necesarias, sobre todo porque tenía un jardín en el fondo; ideal para que Pit corriera a sus anchas. En un mes ya estaba totalmente instalada. Maruja fue de gran ayuda y Pit se sentía feliz; tenía por fin su propio espacio. Clarisa tuvo que cambiar de trabajo por la mudanza. Las distancias y los tiempos de viaje se hacían interminables. Consiguió como vendedora en un kiosco en el centro de Temperley. Eran dos empleadas, ella tenía el turno vespertino hasta las veinte horas. El salario no era mucho, pero alcanzaba para llegar a fin de mes. A la semana ya conocía los precios y reconocía a los clientes; siempre los saludaba con una sonrisa y les devolvía con amabilidad el saludo, aunque no todos eran de su agrado; había ciertas personas con un carácter un poco ácido y de mirada huidiza. Algunos eran del barrio y otros venían de localidades cercanas. Un viernes por la tarde, casi a fines de diciembre y cerca de las fiestas, Maruja fue a buscarla al kiosco para 19

Lidia Susana Puterman llevarla a bailar. Juntas fueron a la casa de Clarisa para que pudiera cambiarse, previo baño tibio. Encontraron la casa fajada con cinta roja. Se miraron angustiadas. Un agente policial les impidió el paso aduciendo que se estaba realizando una investigación criminalística. Clarisa no podía creer que estuviera sucediendo algo semejante… en su casa. De pronto, recordó a Pit y comenzó a llamarlo; no obtuvo respuesta. Le preguntó al agente si habían encontrado al perro que estaba en esa propiedad. Le informaron que el perro estaba bien y custodiado. Su asombro fue aún mayor. ¡Quería verlo, tocarlo, saber si estaba bien! Entre el griterío, las luces y las alarmas de los autos policiales, flashes de fotógrafos, periodistas que querían saber y que nadie decía absolutamente nada… Clarisa escuchó los aullidos de Pit y pidió verlo con desesperación. El fiscal a cargo de la investigación le permitió ingresar a su casa y, al instante, Pit se lanzó a sus brazos buscando su protección. Ante los ojos interrogantes de Clarisa, el fiscal le explicó que, gracias al olfato de Pit y su escarbo, en el fondo del jardín fue hallado un cadáver. El fiscal condujo a Clarisa hasta el lugar donde fue encontrado y le preguntó a ella si podía reconocerlo. Los ojos de Clarisa se abrieron aún más al observar los ojos negros sin vida de aquella mirada huidiza que le helaba la sangre cada atardecer. Un grito apagado surgió de su garganta y luego todo se volvió sombras. Cayó desmayada sobre el pasto del jardín. De inmediato, la llevaron adentro de la casa y Maruja le preparó un café caliente para reanimarla. Al rato fue interrogada por el fiscal, a quien le manifestó reconocerlo como cliente asiduo del kiosco donde trabajaba. 20

Nombre de Mujer El occiso fue llevado a la morgue para practicarle la autopsia, y el fiscal y su comitiva se quedaron en la casa de Clarisa hasta obtener los resultados de la identidad del cadáver. Mientras tanto, Clarisa y Maruja se ocuparon de preparar y servir café para todos. Ambas estaban muy confundidas e inquietas. Se miraban y murmuraban por lo bajo tratando de entender cómo ese cadáver había llegado hasta su casa. Entre ambas dedujeron que él debía haberla seguido, seguramente, con malas intenciones. Maruja desvió la mirada y de pronto enmudeció; no podía siquiera mencionar el sonambulismo de Clarisa. Al cabo de unas horas ingresó un oficial y entregó al fiscal el resultado de la autopsia. El occiso fue identificado como Ernesto Villar, acusado de violación y homicidio de dos jóvenes, aún no identificadas. Su deceso fue perpetrado hacía una semana por una puñalada en el bajo vientre, cerca de la zona testicular, herida que le provocó una hemorragia interna hasta desangrarlo. El fiscal, que había leído en voz alta el resultado de la autopsia, dobló el papel con sumo cuidado en el bolsillo de su chaqueta. Luego, mirando el asombro en los ojos de Clarisa y tomándola de los hombros agregó: “Por este hallazgo hay una significativa recompensa… esperándola”. 21

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El verano al fin se había instalado definitivamente en Monte Hermoso. Era 5 de enero y el calor apremiaba, no solo en el termómetro que indicaba 32° a las siete de la mañana, sino también en el aire húmedo y en las arenas calientes de la playa. Ana, con sus frescos treinta años, cumplía, como todas las mañanas, su ritual caminata. Sus pies se bendecían con el frescor del agua marina. Adoraba esa sensación de placentera libertad mojando sus pies en la orilla, libertad que a veces resultaba dolorosa cuando le recordaba su soledad. Cerca de las nueve volvió a su casa para tomar unos mates bajo la galería, donde los aromos y cipreses brindaban linda sombra... Desde lejos vio al cartero dejar algo en su buzón. Se acercó con curiosidad, pues no esperaba nada de nadie... pero, sin embargo, ¡había un sobre en su buzón! Su nombre estaba ahí, pero no reconocía al remitente. Lo abrió con sumo cuidado, desdobló el papel y leyó: Mi querida Ana: Sin conocerte aún, te extraño y cuento los días que faltan para hacerlo. Sé que el 10 de enero será un día inolvidable, pues al fin podremos estar juntos. Te estaré esperando a las diez sentado en el banco azul frente al lago. Me despido con un beso que será el inicio de muchos más. Con cariño,  Raúl. 23

Lidia Susana Puterman «Pero... esto es imposible... Hay un error... Yo no conozco a nadie con ese nombre... Caramba, ¡la dirección está equivocada! Yo vivo en calle 23 y en el sobre dice avenida 23. ¿Y ahora cómo hago para subsanar este error? No puedo escribirle a Raúl y decirle que me llegó su carta por una equivocación del cartero. ¡Sería ridículo! Tampoco puedo llevársela a la verdadera Ana. ¡Sería un bochorno!». Los pensamientos asaltaban a Ana como torbellinos en su mente. Ana se sentó en la galería a tomar mate mientras miraba el sobre y pensaba qué hacer. «¡Esto es un designio del destino!», pensó Ana. Aunque le remordía la conciencia, en su interior deseaba llegar a conocer a Raúl y dejar atrás la soledad de una vez y para siempre. Pasó los siguientes días sumida entre la confusión y la alegría, la angustia y la euforia, pero sobre todo, un mar de dudas por hacer lo que iba a hacer. El amanecer del día diez pintó grandes nubarrones en el cielo. El pronóstico indicaba fuertes vientos e intensas lluvias. Ana no quiso pensar en el clima agorero; desayunó temprano unas tostadas con queso y un jugo de naranjas, se dio una ducha y se vistió con una remera y unos jeans. Se miró al espejo y esbozó una sonrisa; un maquillaje suave y unas gotas de perfume fueron el toque final. Cerca de las diez de la mañana rumbeó hacia el lago. El corazón le palpitaba como galope de tropilla. En su cabeza giraban miles de pensamientos para indicarle que desistiera y otras miles de voces insistían para que continuara. Miró hacia el banco azul y vio sentado de espaldas a alguien; se imaginó que era él, estaba aguardándola. 24

Nombre de Mujer Se encaminó casi sin tocar el suelo, parecía que sus pies volaban, como también lo hacía su imaginación… «¿Qué voy a decirle? ¿Que no soy su Ana, que no soy la que espera? ¿Qué…?». Ana empezó a lagrimear sintiendo que no podía continuar con esa farsa, que no debía. Sin darse cuenta, ya estaba junto a él y no le salían las palabras. Raúl la escuchó acercarse y, sonriendo, murmuró: —¡Ana, querida... viniste! Ana se sentó a su lado, un rubor sonrojó de inmediato sus mejillas y, secándose las lágrimas, que rebeldes se escapaban de sus ojos, respondió: —Aquí estoy, Raúl. Y fue cuando descubrió el bastón blanco. 25

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Comienza el fin de semana. En el jardín de la casa de Analía y Guillermo están reunidos varios integrantes de la empresa ultimando los detalles para el próximo lanzamiento de un nuevo producto. Alejados del grupo, la pareja realiza una caminata matutina. Parece ser una buena idea para relajarse después de una ardua semana de trabajo, con proyectos, imprevistos, decisiones a tomar… O al menos, eso parece. —A esta altura del año tendríamos que haber lanzado el nuevo producto al mercado —indica Analía a su marido. —Todavía no está listo. Hay ciertos componentes que no se consiguen en forma masiva —se excusa Guillermo. —La semana pasada me dijiste que los resultados de las pruebas de laboratorio fueron óptimas. ¿Por qué retrasar el lanzamiento? —pregunta ella, con un leve fastidio. —Necesito elaborar componentes artificiales porque los naturales no se consiguen en plaza —explica él. —Tengo las campañas publicitarias listas para anunciarlo. Invertí mucho dinero en esto. Hay compromisos de por medio que asumir. Si no se cumple con los tiempos establecidos, la imagen de la empresa se va a pique. —Analía se empieza a enojar. —Estoy haciendo todo lo posible para llevar a cabo este proyecto en el tiempo establecido —remarca Guillermo, tratando de conformar a su esposa. —Todo lo posible no es suficiente. Necesito de tu parte más esfuerzo y dedicación para lograr lo imposible —dice ella autoritaria. 27

Lidia Susana Puterman —Querida, hoy es sábado. Estamos juntos después de muchos días de intenso trabajo. ¿Por qué no tratamos de disfrutar este paseo, de acercarnos un poco más, de mimarnos? —dice Guillermo, intentando abrazarla. —Las empresas compradoras están empezando a presionar y si no entregamos el producto en tiempo y forma, van a demandarnos por daños y perjuicios —dice Analía con marcado enojo y esquivando el abrazo de su esposo. —Creo que no me escuchaste. Me gustaría que en este momento nos sintiéramos como lo que somos, tratando de disfrutar una pequeña luna de miel que nos debemos desde hace tiempo. Te quiero y me hacés mucha falta — dice Guillermo intentando besarla. —¡No seas baboso! Para esas cosas hay un tiempo y un lugar. Nos están mirando. ¡¿Querés soltarme?! ¡Te estás poniendo pesado y no lo soporto! El sexo puede esperar, los negocios no. —Analía corta bruscamente el intento de su esposo, esquivando el beso al darle vuelta el rostro. Susana, asistente de Guillermo, los escucha murmurar, y cuando el tono de sus voces va creciendo, se acerca a ellos con una bandeja y copas con champagne. —¡Atención, todos! Propongo un brindis. Quiero brindar por el AMOR, ese amor que nos hace perder el sentido de la realidad sin dejar de sentir; que nos permite hallar la perfecta comprensión sin necesidad de palabras, o encontrar la palabra justa en el momento de precisarla, llenar el hueco de la soledad con la presencia anhelada, es la vida que renace a cada instante, sin tiempo —dice Susana con euforia. —¡Bravo, Susana, estuviste maravillosa! —le dice Guille, dándole un beso en la mejilla. 28

Nombre de Mujer —¡¡Estuvo ridícula, como de costumbre!! —indica Analía con frialdad. —A mí me parece una mujer con gran sensibilidad y fuerza interior —Guillermo excusa a su asistente. —Fue un poema con visible dedicatoria. ¡¡No te quitaba los ojos de encima mientras hablaba!! —Los celos de Analía se hicieron notar. —Yo solo tengo ojos para vos y me gustaría tanto que tuvieras un poco de sensibilidad para mí —le musita Guillermo al oído con ternura. —¡Guillermo, pareces un adolescente empalagoso… estás haciendo el ridículo! Todos nos están mirando —insiste Analía con visible nerviosismo y arreglándose el peinado. —Me estoy quedando vacío. Me siento muy solo. Me siento… —murmura él con tristeza. Guillermo se desvanece, pierde el conocimiento, su palidez asusta. Todos los presentes lo rodean. Analía se arrodilla y con un hilo en la voz, pregunta: —Guillermo, ¿qué te pasa, que tenés? ¡Hablame, por favor! —le dice asustada. —¡Un médico, por favor! —grita Carlos. —Yo soy médico, aléjense. Este hombre necesita espacio para respirar —dice la doctora Marcela Aranda mientras se acerca. Carlos toma con fuerza y decisión a Analía del brazo y la lleva a un rincón. Con voz susurrante pero fastidiosa, la interroga. —¿Qué hiciste, Analía? Habíamos quedado en esperar hasta que lanzáramos el producto al mercado —pregunta con cierto nerviosismo. —Pero ¿cómo te atrevés a culparme? ¡¡Yo no tengo nada que ver con esto!! En todo caso… ¿No estarás 29

Lidia Susana Puterman tratando de cubrirte eludiendo toda responsabilidad para hacerme cargo de tus sucios pensamientos? —responde Analía enojada. —Esto lo planeamos juntos y juntos decidimos hacerlo. No pretendas borrarte ahora —amenaza él. —¡Querés callarte de una vez! La empresa es mía y yo manejo mis negocios como quiero —replica ella furiosa. —¿Y dónde va a parar lo nuestro? ¿Ya te olvidaste de los planes que hicimos juntos? —le retruca Carlos con súbita bronca. Todos observan con marcado enojo la inoportuna discusión entre Analía y su colaborador. Queda a las claras, como la luz de un relámpago, su relación, su infidelidad, su total desapego a la dolorosa realidad. La doctora toma el control de la situación. —¡Este hombre necesita atención médica de inmediato, su estado es crítico! —dice en voz alta, interrumpiendo el altercado. —¿Qué tiene, doctora? —pregunta Analía, visiblemente preocupada. —Está envenenado. Hay que hacerle urgente un lavaje de estómago y encontrar el antídoto —concluye la doctora. —No hay antídoto —murmura Susana sin poder mirar a nadie. Ahora todos los ojos contemplan la reacción de Analía. Esta queda pasmada. Se le encoge el corazón como un trapo. Se le acelera el pulso. Su cuerpo es todo un temblor. ¡¡No puede creer lo que escucha…no quiere creerlo!! 30

Nombre de Mujer —Pero ¿qué decís? ¿Estás loca? ¿Cómo sabés que no hay antídoto? —interroga Analía furiosa. —No hay antídoto para la ausencia de amor —concluye Susana con tristeza. —¿De qué estás hablando? —cuestiona Analía sin entender. —Estoy hablando del amor no correspondido. De la soledad que abre heridas, de las lágrimas silenciosas que nadie vio, de las vanas esperas que derrumban el alma —responde Susana angustiada. —¡Estás totalmente loca, Susana. No tiene ningún sentido lo que estás diciendo! ¡Doctora, por favor, haga algo! —ordena Analía desesperada. —Hay que llevarlo de inmediato, su pulso está debilitándose y su respiración se hace dificultosa —indica la médica con premura. —¿Acaso sabías que estaba irremediablemente enfermo, Analía? No hay cura para su enfermedad. La leucemia no perdona, no espera. ¡Cuando toma la decisión de concluir con una vida, lo hace! —grita Susana con furia. —¡Eso es mentira! Jamás tuvo un resfrío, ni siquiera un dolor de cabeza —replica Analía con un dejo de soberbia. —¿Alguna vez valoraste su talento como bioquímico? Muchas veces se sintió frustrado porque no podía demostrar su gran capacidad. Pero lo peor no fue la falta de reconocimiento. ¡Lo peor fue su fracaso matrimonial! —La enfrenta encolerizada. —¡Eso no es verdad! Nos queremos mucho y yo siempre respeté su intelecto y le di el lugar que se merecía en mi empresa —explica Analía, dándose grandes aires. 31

Lidia Susana Puterman —¡Pero no en tu corazón, Analía! ¡Basta de fingir, es la hora de las verdades! ¿¿¿Ni siquiera ahora que está al borde de la muerte podés dejar de ser falsa??? —le grita Susana, más enojada aún. —¡Basta de una vez por todas! ¡Doctora, haga algo ya! —le suplica Analía, desbordada. —No puedo hacer nada acá. Es necesario llevarlo cuanto antes. El veneno actúa en pocas horas —dice la doctora, determinante. —La leucemia también. No se preocupe, doctora. Él lo quiso así. Prefirió el veneno para evitar el sufrimiento de la enfermedad y olvidar la ausencia de tu amor —concluye Susana con pesadumbre. —¿Y vos cómo sabes tantas cosas? ¿Acaso la idea del veneno fue tuya? —interroga Analía con los ojos inyectados en sangre. En el aire queda la pregunta resonando con furia y sin piedad. Se clava como un puñal, filoso, implacable. En el denso silencio se oye una voz casi inaudible. —Yo se lo pedí, Analía. No podía ni quería continuar con este dolor. No sé si era peor la agonía o tu indiferencia. Ambas me estaban matando con la misma intensidad. No pude llegar a vos… Estabas demasiado alta en tu pedestal. Yo solo te quería como mujer —murmura Guillermo en un quejido. —Te amaba demasiado, Analía. Más allá de lo increíble… y no supiste verlo, como yo lo vi, como un hombre íntegro, con un caudal de ternura inagotable. ¡Sí, yo lo amé en silencio y jamás lo sospechó! ¡Porque el amor es llorar sin razón y reír con locura! ¡Es dejar de ser para uno y entregar su ser para otro! —Llora Susana desconsoladamente. 32

Nombre de Mujer Analía se queda atónita y sin palabras. El silencio se hace denso. Mira a Guillermo como si lo viera por primera vez. Mira y no comprende. Un gran vacío se instala en su interior mientras Guillermo la mira sin verla. Despechada y ciega de ira, Analía se abalanza sobre Susana y le clava en el corazón un cuchillo que encontró sobre la mesa… hasta la empuñadura. Susana, herida de muerte, cae sobre el cuerpo de Guillermo, lo besa con pasión y bebe de sus labios el veneno que surge a borbotones.2 2 Premio en el Certamen Literario, Antología Leyendas y Mitos Urbanos, Bs. As, 2019. 33

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Dieciocho años habían pasado… Virginia miró el almanaque… 4 de abril… No podía creerlo. ¡Su cumpleaños otra vez! Estaba desanimada; los pensamientos volaban en su cabeza sin darle tregua, recordaba tantas cosas que hubiera querido olvidar. Pero el tiempo era implacable… y allí estaban nuevamente los viejos recuerdos, las antiguas heridas que no terminaban de cicatrizar. Decidió bajar a la playa. Necesitaba caminar y absorber el aire del mar. Se sentó en la arena con los pies tocando apenas el agua de la orilla. Su mirada se perdió en el horizonte. Quería traspasarlo, ir más allá, encontrarla… ¡Si pudiera! Tocó con delicadeza el relicario que pendía de su cuello. Lo acarició repetidas veces. Una ola traviesa le subió hasta las rodillas y dio un respingo hacia atrás. Quedó de bruces en la arena. Miró sus manos y notó el relicario apretado con fuerza. Lo abrió con sumo cuidado para observar si estaba todo bien… La foto de ella se había despegado del fondo y… ¡Descubrió algo escrito en el reverso! Entró corriendo a la casa, llamó a su hermana con insistencia. —¡Isabel, Isabel!… ¿Dónde estás? Tengo algo que decirte. ¿Todavía durmiendo? Son las diez de la mañana. ¡Despierta de una vez! —Es temprano, es domingo… ¿Qué es tan urgente que no puede esperar? —inquirió somnolienta. 35

Lidia Susana Puterman —Mira lo que encontré… ¿Qué significan estos números y letras? ¡Estoy segura de que tienen un significado! —dijo Virginia con gran entusiasmo. Ambas contemplaron con curiosidad lo que estaba escrito en el dorso de la foto. Se miraron perplejas sin entender su significado. —Tenemos que buscar a alguien que pueda descifrarlo pero… ¿Quién? —preguntó Virginia inquieta. —¡Yo sé quién! —respondió Isabel, dando un salto para levantarse de la cama. Se vistieron y se pusieron en marcha. Caminaron unas pocas cuadras por la costanera hasta llegar a la casa de Don Braulio. Estaba en el fondo, acomodando su jardín. —Buen día, Don Braulio —saludó Virginia con la mano en alto y una sonrisa. Isabel imitó el gesto. —Buen día, señoritas... ¿Qué las trae por aquí tan temprano? —preguntó con buen ánimo. —Necesitamos hacerle una pregunta —respondieron al unísono y ambas sonrieron con una inquietud poco disimulada. Le mostraron la foto en el relicario. Don Braulio conocía a Carmen, la madre de las chicas. Al verla, una lágrima asomó en sus ojos. Tantos recuerdos, tantas heridas… —Aquí, Don Braulio, al dorso de la foto hay algo escrito, unos números y letras… No entendemos —dijo Virginia con tono de súplica. —¡Son coordenadas… latitud y longitud! —dijo Don Braulio con un hilo en la voz. —¿Coordenadas? —preguntaron al unísono las chicas. 36

Nombre de Mujer —¡Vamos a buscarlas en un mapa…! ¡Adentro tengo uno! ¡Vamos, vamos! —gritaba Don Braulio mientras entraba corriendo a la casa. Del otro lado del horizonte, Carmen aguardaba, en silencio, con los ojos llenos de esperas. Tantos recuerdos, tantas heridas… Dieciocho años habían pasado… El tiempo y la distancia se acortarían. 37

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Caterina Abruzzi regresa a Italia después de veintiséis años. Tiene un doctorado en Medicina, Cardiología… Lleva en la sangre su carrera… Es su vida, su pasión. También está Ángelo, músico y compositor, su gran amor, que la acompaña donde ella decida ir, hasta el fin del mundo si es necesario. Ahora está en su país natal, Italia… En busca de su pasado, de sus raíces, sus ancestros y… —¡Por fin llegamos, amor! —dice Caterina, con euforia. —Ya era tiempo, tengo hambre. Deberíamos buscar un lugar para comer. ¿¿Te parece?? —pregunta Ángelo. —De acuerdo, de acuerdo. Busquemos un lugar para comer, pero algo rápido y liviano —acepta, con una sonrisa. Encuentran cerca un típico lugar italiano. Almuerzan pasta y la acompañan con vino de la casa. El ambiente es alegre y limpio. Unos bailarines danzan tarantelas sobre el escenario. Una voz dulce y melodiosa cantando en un raro dialecto se escucha a través de los parlantes. Atrae la atención de Caterina como un imán. —No entiendo bien lo que dice, pero me gusta cómo canta —asegura complacida. —Tiene potencial, buen timbre de voz, maneja bien los agudos… —comenta él. —¡Me gusta!— dice ella, con entusiasmo. —Ah, mira. Aquí en el menú figura su nombre. “Canta esta noche: el maravilloso Nico” —comenta Ángelo. —¿Estás satisfecho con tu comida? ¿Podemos irnos ya? —Lo apura ella. 39

Lidia Susana Puterman Llegan al departamento y se instalan, acomodan todo lo mejor que pueden. Es pequeño pero acogedor. Igual no estarán por mucho tiempo, solo el suficiente para encontrar lo que necesitan, lo que Caterina necesita… A su hermana. —Tengo que empezar a preguntar, necesito hacerlo cuanto antes, no voy a perder tiempo ahora… —comenta ella. —Querida, recién llegamos. Son las once de la noche, es hora de acostarnos, descansar, tuvimos un largo viaje. Hace un rato terminamos de acomodarnos —explica Ángelo. —Quiero empezar con los vecinos. Bianca comentó que vivía en este vecindario, tal vez la conozcan —aduce Caterina. —Tal vez sí, tal vez, pero empecemos mañana temprano si quieres. No hay problema… yo te acompaño… Ahora vamos a dormir, necesitamos recuperar fuerzas. Mañana empezamos. Mañana —dice él, para convencerla. —Está bien… Solo sacaré la basura al patio trasero y nos acostaremos luego —dice ella. —Lo hago yo. Ahora regreso —dice él. Sale Ángelo y deja la puerta abierta del departamento. Caterina escucha una tarareo que proviene del palier, le resulta conocido… Se asoma y allí parado de espaldas, con llave en mano, vislumbra en la semioscuridad al cantante que escuchó en la velada de su cena. —¡Qué gran coincidencia! ¿Eres Nico, verdad? ¿Vives aquí? —pregunta Caterina. —¡Hola! Vaya, ¡qué gran memoria visual tienes! — responde Nico, adulado. 40

Nombre de Mujer —¡Y auditiva! ¡Me gustó mucho cómo cantaste! ¿Trabajas allí? —pregunta ella. —Sí, los fines de semana. ¿Y tu nombre es? — pregunta Nico. —Ah, sí, disculpa. Mi nombre es Caterina. —Y el mío, Ángelo —dice él, llegando en ese momento. —¡Mira, amor, qué casualidad! Nico vive en el departamento de enfrente. ¿No es increíble? —comenta ella. —¡Sí que lo es! Totalmente —responde Ángelo, sorprendido. —¡Un gusto conocerlos! ¿Se mudaron hoy, verdad? Porque ayer no había nadie y… —concluye Nico. —¡Y dedujiste que nos habíamos mudado hoy! ¡Qué gran adivino! —dice Ángelo, en tono burlón. —Se está haciendo tarde. Vamos a descansar, querido. Mañana tenemos mucho que hacer —dice ella, tratando de cortar con delicadeza la conversación que iba cambiando de tono... —Hola, espero no interrumpir. Soy Tina, ¿reunión de vecinos a esta hora? —inquiere con curiosidad. —Hola, Tina. Soy Caterina, la nueva inquilina del departamento 2. ¿Vives en este piso? —pregunta ella. —Sí, al lado de ustedes —responde Tina. —¿En qué departamento? —interroga Ángelo. —En el 3 —responde Tina. —¿En el 3? Creí que ahí vivía Nico… ¿Me equivoco? —dice Ángelo —No, no te equivocas, vivimos juntos… Somos novios —explica Tina, sonriente. —Claro, son novios. Viste, Ángelo… Lo supuse enseguida —dice Caterina, también sonriendo. 41

Lidia Susana Puterman —¿Y cómo lo supusiste? —pregunta Ángelo, curioso. —Por la forma en que la miraba. Se notaba que la comía con los ojos. —Una sonrisa más grande aparece en la cara de Caterina. —Vaya, vaya… Así que novios, ¿verdad? —sonríe también Ángelo. —Vamos a dejarlos descansar, cariño. Hasta mañana, Tina. Buenas noches, Nico —Caterina se despide con ternura. —¿Por qué te llaman por tu nombre artístico? ¿Acaso te vieron cantar en el restaurante? —pregunta Tina con curiosidad. —Así es… Esta noche lo escuchamos… y miren qué casualidad, vivir justo uno frente al otro… —concluye Ángelo. —Realmente es mucha casualidad, qué pequeño es el mundo, ¿verdad? —dice Tina. —Y venir a encontrarnos en el pasillo, ¿no es increíble? —comenta Ángelo. —No creo mucho en las coincidencias… Pero a veces sucede, ¿no es cierto, cariño? —¿¿Se quedarán a vivir aquí?? —pregunta Nico. —Depende… —responde ella. —¿De qué depende? —quiere saber Nico. —De encontrar lo que vine a buscar… —dice ella, tratando de disimular su ansiedad. Caterina no se atreve a mencionarle a Nico sobre su búsqueda. No por ahora… el clima esta tenso entre Ángelo y Nico; es mejor poner paños de agua fría por el momento. Tal vez pueda pedirle ayuda… Tal vez… —¿Qué viniste a buscar? —pregunta Nico. 42

Nombre de Mujer —¿Por qué no le dices lo que viniste a buscar? Tal vez la conozca. Está dentro de su ambiente —agrega Ángelo. —Si es alguien del ambiente musical tal vez pueda conocer a quien estás buscando —comenta Nico, tratando de ayudar. —No creo que sea el momento oportuno… —dice Caterina, tratando de no mencionar el tema en ese preciso instante. —Vamos, cariño, hace un rato querías salir a buscarla, y ahora no quieres ni siquiera nombrarla —dice Ángelo, tratando de que ella explique sus motivos. —Está bien, está bien… Estoy buscando a mi hermana melliza —suelta Caterina, al fin. —¿Aquí, en Italia? —pregunta Nico, con asombro. —Nos separaron cuando éramos chicas… Se la llevó mi padre cuando mi madre falleció y me dejaron al cuidado de una tía. Solo sé que vino a vivir aquí y se crió en la casa de los abuelos… que se dedicó a la música y su nombre es Valentina —explica Caterina, acongojada. Las lágrimas comienzan a brotar en los ojos de Caterina, se le atragantan las palabras. Ángelo la consuela con dulzura. Caterina trata de recomponerse cuando de pronto… —¡Un momento, por favor! ¡No puedo creer lo que estoy escuchando! —Caterina se detiene en seco. —¿Qué te pasa, amor? Te pusiste pálida. Claro, es el cansancio del viaje, el estrés de la mudanza… —explica Ángelo. —No te veo bien, ¿te habrá bajado la presión? Tienes que ir a descansar mejor… yo creo que… —deduce Nico. —Yo también creo que es mejor que descanses, que descansemos —concluye Ángelo. 43

Lidia Susana Puterman —¡¡Basta los dos!! ¡¡Necesito saber!! —Caterina se muestra bastante alterada— ¿Cuál es tu nombre completo? —pregunta con ansiedad. —Valentina Abruzzi. Soy tu hermana melliza — responde, rompiendo a llorar. 44

Aún le temblaban las piernas a Silvina cuando el detective la invitó a sentarse en su despacho. Era una mujer de treinta y pico, delgada, vestida con discreta elegancia, con una larga y ondulada melena rojiza y una apariencia de extrema timidez. Ella miró a su alrededor con cierta inquietud; no estaba muy segura si debía estar allí. El lugar no tenía muchos muebles: un escritorio, tres sillas, un certificado colgado en la pared con el nombre de Javier Morales, detective privado. Extrajo de su cartera un sobre con un ademán tembloroso. El detective se puso los guantes de látex y lo tomó; el sobre contenía una esquela escrita a máquina: “Pagarás caro tu engaño”. Javier, investigador ávido y muy perspicaz, interrogó a Silvina con preguntas concretas y, a medida que avanzaba, ella comenzó a sentirse más desvalida, hasta que se le hizo un nudo en la garganta y las lágrimas fluyeron sin control. Javier le ofreció un pañuelo y trató de consolarla. Silvina detalló en forma sintética su situación amorosa: existía un marido, Damián, que la celaba de manera constante y enfermiza, también un amante, Luis, con quién se encontraba dos veces al mes, desde hacía tres años, y que desconocía su estado civil. Según el relato de Silvina, era probable que ambos se conocieran, pues ambos concurrían con frecuencia al club de tenis. El detective chasqueó los dedos como reconociendo un posible enlace. Sacó varias deducciones al decir: —Tal vez su marido dejó entrever con vehemencia en alguna conversación sus celos desmesurados y tenga 45

Lidia Susana Puterman sospechas de su relación amorosa y desee eliminarla; por otra parte, Luis, quizás se haya enterado de que continúa casada y esté resuelto a tomar venganza. Silvina, pensando en sus palabras, preguntó atemorizada: —¿Usted cree que Damián o Luis sean capaces de semejante locura? —Tranquila, vamos a averiguar quién fue —replicó con determinación, infundiéndole calma. El detective elaboró un astuto plan, pensó en poner una trampa para ambos. Instó a Silvina a llamarlos e informarles de su inminente viaje por razones de salud a las Sierras de Córdoba y que, al llegar, les daría su ubicación. Así lo hizo siguiendo paso a paso las indicaciones del profesional. Partieron juntos hacia Córdoba y se instalaron en habitaciones contiguas separadas por una puerta lateral. Al segundo día de vigilia, golpearon la puerta de la habitación de Silvina; el detective se escondió en el baño, dejando entreabierta la puerta. —¿Quién es? —preguntó Silvina vacilante. —Servicio de cuarto —respondió una voz desconocida. Silvina abrió la puerta con desconfianza. Delante de ella vio una mujer de avanzada edad, vestida con elegante estilo, tacones altos, peinada y maquillada de forma impecable, que la miró de forma inquisidora y amenazante. —¿Quién es usted? —preguntó Silvina, con cierto resquemor. —Vine a conocer a la amante de mi marido.3 3 Premiado y publicado por Editorial Dunken en Antología Relatos Cotidianos, 2018. 46

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El primer lunes de noviembre se inauguró la librería de Doña Eduviges; se reunió la gente de mayor alcurnia de la sociedad: empresarios, profesionales, docentes, hasta periodistas y fotógrafos, para hacer la nota más encumbrada de la zona. Todos se veían muy entusiasmados con la posibilidad de tener un comercio tan bien provisto de obras y textos de autores renombrados y otros que recién empezaban a destacarse. Podía hallarse de todo, desde poesía hasta ensayos, desde novelas hasta cuentos para niños. A pesar de tanto entusiasmo y publicidad, sucedió algo muy particular: nadie compró ningún libro. Doña Eduviges no podía creerlo. Muy apesadumbrada se fue a su casa pensando que al día siguiente sería mejor. En la oscuridad de la noche, pasó algo más increíble. Todos los libros acomodados por orden alfabético decidieron romper filas y se arrojaron sin piedad al suelo; se escucharon voces extrañas… Los libros de política discutían, los poemas lloraban y los dramas gritaban a voz en cuello. Al día siguiente, grande fue la sorpresa cuando ella llegó a la librería y vio semejante desorden. Cuando quiso acomodarlos entraron a ayudarla y antes de ponerlos en sus lugares, los hojearon con entusiasmo… ¡Y los compraron! 48

Miré el reloj colgado en la pared de la cocina, marcaba las siete de la tarde; era tiempo de ir pensando en preparar la cena. Una comida rápida, poco elaborada… No tenía demasiadas ganas de cocinar nada en especial. ¿Qué sentido tenía? Sabía que esa noche tampoco volvería a casa temprano. Últimamente, había tomado esa costumbre, dedicarle más tiempo a los negocios y menos al hogar. Pero, ¿de qué hogar estoy hablando? Poco a poco fuimos perdiendo comunicación, contactos, emociones, encuentros, por infinidad de motivos, aunque sean pequeños o de ínfima importancia. ¿Por qué? ¿Dónde nos habíamos equivocado? ¿Dónde estábamos fallando? Me senté en el borde de la cama. Se me ocurrió pensar que hasta ese refugio ya no nos resultaba cálido y enternecedor como antes. Estábamos aislados, como en mundos diferentes, con problemas incompatibles que no nos decidíamos a compartir, ni siquiera los planteábamos para buscar posibles soluciones. Necesitaba despejarme, salir a tomar aire, caminar, pensar. De pronto, me di cuenta de que hacía mucho que no recorría el barrio sin el apremio de las compras para la casa. Miré a mi alrededor y recordé la última vez que paseamos juntos; fue un domingo de mañana temprano, cuando el sol apenas entibiaba la piel y los ojos se nos llenaban de luz por solo mirarnos y… ¡Hacía tanto tiempo! De solo pensarlo comencé a lagrimear y la impotencia me llenó de rabia. 49


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