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ANTOLOGÍA 2021 - TALLERES LITERARIOS

Published by susanaterman, 2021-11-30 18:55:47

Description: "GRUPO EKOS"

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EL MANTEL Lucía tomó el largo mantel bordado a mano en punto filtiré, heredado de madres a hijas, desde hacía varias generaciones; lo extendió sobre la mesa y lo acarició dulcemente como para alisar algún pequeño pliegue. Ese trozo de tela, era una historia viviente, testigo en las tradicionales fiestas de Navidad y Año Nuevo. Es que cobijaba en su superficie los manjares de la ocasión y con los que se agasajaban a los numerosos comensales, ocupando sus lugares a su alrededor. No pudo evitar que una lágrima rodara por su mejilla y sus ojos húmedos le mostraran la engañosa visión del tío Salvador, animando la reunión con chistes y juegos. ¡Y hasta le pareció oír su ¡Jo, Jo, Jo!, que anunciaba los regalos de Papá Noel! Como olvidar a los Reyes Magos que habían venido misteriosamente, mientras los niños dormíamos. Y el despertar del nuevo día sorprendiéndonos con algún humilde juguete o una golosina; valiosas joyas para nuestra inocencia. Hoy todo es realidad explícita y los niños encuentran en la tecnología todos los recursos de una realidad que opaca la ilusión. La mesa está vacía de comensales, de algarabía y de risas. Nostálgicamente Lucía comenzó a doblar minuciosamente el antiguo mantel, que atesoraría como único recuerdo de una época muy feliz. ENGAÑOSA MELODÍA Ana descendió del subte en la estación Sáenz Peña para dirigirse, como cada día, a la casa de la señora Inés, donde realizaba el trabajo de limpieza. En su camino, una vez más se detuvo frente a la gran vidriera del antiguo negocio que vendía instrumentos musicales y por unos minutos quedó embelesada contemplando ese bellísimo violín y su arco; no podía explicarse la razón de la potente atracción que esa reluciente, a la vez de costosa pieza, operaba sobre ella. Le llevaba varias horas acondicionar la amplia propiedad de dos plantas, así como el amplio parque, con muchas plantas y árboles que perdían sus hojas en otoño.

Como ya estipulara con su empleadora, puntualmente a las 17hs. abandonaba su tarea, para concurrir a la escuela nocturna. Estaba cursando el ciclo secundario, tal como se lo había prometido a su madre, si le permitía trabajar para ayudarla, a sabiendas de lo mucho que había ella sacrificado al criarla sola. Sentada en el subte, repasaba alguna lección hasta llegar a Once. El colegio quedaba a un par de cuadras frente a una plaza. La atravesaba hacia su destino, cuando se sorprendió al ver a un hombre maduro tocando una dulce melodía en un violín con bastante uso. No pudo evitar detenerse, por el imán y la curiosidad de escuchar el sonido del a diario admirado instrumento. Buscó en su bolsillo una moneda como para gratificar al ejecutante. Mientras lo hacía no prestó atención a la mirada del mismo, que esbozaba una sonrisa algo insinuante. La asustó la voz ronca del hombre: — ¡No dejes nada, hermosa!... ¡Solo ven aquí a mi lado y disfruta!... ¡Yo tocaré para ti! — exclamó estirando su mano y acariciando la mejilla de Ana. De pronto lo que tantas veces le contara su madre retumbó en sus oídos. “Tu padre era un eximio violinista de la Filarmónica de Berlín, con una encantadora y cautivante sonrisa, que supo conquistar mi corazón a primera vista, enamorada mantuve una relación con él, fruto de la cuál naciste tú. Pero antes que eso ocurriera mostró su verdadera personalidad de golpeador\" Además del castigo físico que su madre soportó en varias oportunidades, la abandonó embarazada para regresar a su ciudad natal. Rechazó enérgicamente la caricia que pretendió llevar a cabo el violinista; y corrió hacia el colegio. Nunca más se detuvo en la Casa de música. FORTUITA TORMENTA Las manos de Anahí jugaban modelando una vasija de cerámica, mientras en el viejo grabador sonaba una tenue música, que por momentos desaparecía, tapada por los truenos y rayos de la devastadora tormenta, tan frecuente en esa zona balnearia.

Vivía sola en una casa cercana al mar, con sus dos mascotas, Felipe su viejo gato atigrado y Pancha, una perra callejera que vino conjuntamente con la propiedad. Estaba concentrada en su tarea y sumida en sus pensamientos; por eso se sobresaltó al oír los golpes en la puerta. No esperaba a nadie…, había optado por la soledad, lo que no fue entendido, ni por amigos, ni por su familia, que no supo respetar su vocación de artesana, la que hoy le permitía mantenerse. Se dirigió lentamente hacia la puerta, con recelo y desconfianza la abrió solo unos centímetros. Pudo en la oscuridad divisar una silueta masculina, con una capucha y una frondosa barba, de la que caía agua debido al diluvio. — ¡Perdón! Mi nombre es Juan, mi coche se quedó encajado en la arena, en la calle que da al muelle ¿No tendría Ud. una soga o algo para poder desatascarlo del médano? — Por resguardo volvió a cerrar y fue en busca de un rollo de cable, que recordó había olvidado un técnico que le conectara internet. Mientras iba en busca del cable pensaba ¿Por qué tenía que llamarse Juan? ¡Ese nombre le traía nostálgicos recuerdos! Volvió rápido y se lo entregó sin abrir demasiado la puerta. El joven tomándolo se lo agradeció reiteradas veces y se alejó. Anahí volvió a su trabajo, cuestionándose lo poco solidaria que había sido con ese pobre hombre, que seguramente hubiera aceptado de buen agrado tomar algo caliente. ¡Desechó la idea! Era un desconocido, que podía ser un ladrón, un asesino, o un depravado. Se conformó y volvió a su rutina. Después del diluvio de la noche anterior, había amanecido un día apacible, con un sol radiante que iluminaba su mesa de trabajo. Con una taza de humeante café en su mano, observaba detrás del amplio ventanal, que daba al frente y desde donde podía contemplar un pinar, lo que se complacía en disfrutar. De pronto pudo ver a un caballero muy elegante con un ramo de fresias amarillas en su mano; a los pocos segundos escuchó los golpes en la puerta. Abrió y pudo observar a un joven bien acicalado, con unos ojos castaños que la atravesaron haciéndola estremecer. Él extendió su mano ofreciéndole el perfumado ramo,—eran sus flores preferidas—, agradeciéndole profundamente el salvataje del día anterior. Anahí, casi sin voz, exclamó — ¿Juan? —

De pronto la asaltaron mil imágenes, habían pasado diez años de una despedida, él la dejaba por una beca a Londres para perfeccionar el idioma, lo que le causó un inmenso dolor, un dejo de rabia la invadió por un instante, pero su encantadora sonrisa…, la disuadió. Entraron y cafés mediante, hablaron como si el tiempo no hubiera transcurrido; entre los detalles de su estadía en Londres y sobre la experiencia adquirida, le contó que eso le permitió ocupar un cargo gerencial en una importante exportadora de todo tipo de obras de arte. HORA ANTICIPADA Había subido a su habitación, se asomó por la ventana, la brisa acarició su rostro. La luz de la calle iluminaba tenuemente el lugar. Se sentía colmado de inexplicables emociones, aunque ninguna tenía que ver con su madre, más bien se relacionaban con sus hermanas; su niñez, el pasado que lo envolvía con buenos y malos pasajes vividos. Pensó que no podría conciliar el sueño, pero procuraría descansar un rato. Se quitó las botas y se recostó en la cama Mucho después despertó, el silencio le indicó que sería entrada la noche. Había soñado. Pesadamente, debido a la somnolencia que aún tenía; se sobresaltó de sus propios pensamientos, con sentimientos que lo superaban sin saber a ciencia cierta si era sueño o realidad. Volvió a la ventana, estaba sofocado. Exactamente era miedo, terror lo invadía…, que hasta creyó escuchar: —\"Tenes que estar preparado\"— Se halló sollozando, pues se imaginó dentro de una tumba. Era consciente que el tiempo transcurría inexorable, pero no podía entender que la muerte lo eligiera; siempre se había cuidado, llevando una vida sana. No entendía el porqué de ese funesto sueño. Un fuerte ahogo lo sorprendió, volvió a la ventana en busca del aire que lo compusiera y se llevara ese mal momento. Llegó el nuevo día, el horror de la noche anterior se desvanecía, pero quedaba la amenaza de la nada.

Salió de su habitación para entrar en la contigua, su hermana menor yacía sentada en el suelo, pálida y con su rostro bañado en lágrimas. La ayudó a incorporarse y se sentó al costado de la cama donde su madre, moría mientras aún dormía. HEYOKA Salió del consultorio médico con una triste mirada. El Dr. Artezán había sido muy claro en su diagnóstico. Sofía caminó lentamente hasta la plaza cercana, necesitaba pensar y metabolizar el resultado de su consulta. Se sentó en un banco, tomó su rostro entre sus manos y rompió en llanto. Ella trabajaba como enfermera en un sanatorio, siempre le encantó ayudar a la gente. Tenía 32 años, se había casado con el amor de su vida y con quien tuviera un hijo que hoy tenía 3 años. Su vida hasta pocas horas antes, podía decirse \"era un lecho de rosas\"…, que en un segundo había desaparecido. Su mente era un torbellino de preguntas sin respuestas: ¿Cómo voy a decírselo a Pablo? ¿Qué pasará con mi pequeño? Tan concentrada estaba en su propio dolor que no se percató que una anciana se había sentado a su lado; una mujer menuda, con su cabello totalmente blanco y un rostro muy arrugado, pero con una dulce sonrisa que la iluminaba. Había apoyado su pequeña mano sobre la de Sofía, lo que repentinamente la sacó de sus pensamientos. — ¿Qué te ocurre muchacha? ¿Por qué lloras? — — ¡Estoy muy enferma! ¡Acaban de darme un diagnóstico definitivo! ¡Tengo cáncer! — La noble señora le sonrió y le dijo: — ¡Niña, tu vivirás por largo tiempo!¡Yo te aconsejaría consultar a otro profesional! — Sofía pensó: — ¡Pobre mujer! ¿Qué puede saber esta anciana? El Dr. Artezán era una eminencia, de amplio reconocimiento internacional. Varias veces reporteado en la televisión; y hasta invitado a la mesa de la señora. de los almuerzos. Por respeto, agradeció y se incorporó para irse…, pero una mano la detuvo. —Sé que pensarás ¿Qué puede saber esta vieja? Soy Heyoka empática y puedo asegurarte que estas sana —

La muchacha saludó y se fue… No podía sacar de su mente lo dicho por la señora. Días después trabajando, mientras preparaba los medicamentos para los pacientes internados, levantó su vista y descubrió el afiche. Invitaban a un \"Congreso Oncológico\", para profesionales y particulares con algún diagnóstico en relación… Cartel que seguramente en otro momento hubiera obviado. Era en un hotel céntrico. Se sintió rara entre tantos médicos, algunos eran del mismo Sanatorio en el que trabajaba. De pronto le pareció ver entre la multitud a la anciana de la plaza, le costó bastante llegar a su lado, no podía descartar la intriga que tenía por saber. Intento decirle quien era, pero no hizo falta... —Te recuerdo ¿Ya has ido a buscar un nuevo diagnóstico? — —No ¿Pero que hace Ud. aquí? — —Soy médica, Dra. Amanda Marcovich. Aunque me han jubilado, no puedo dejar de ayudar con este don especial con el que he nacido ¡El ser Heyoka me lo permite! — Y le explicó brevemente en qué consistía. Luego de unos días, se encontraba saliendo de un centro médico donde le realizaron análisis y estudios pormenorizados que le auguraban una larga existencia. ¡Cómo hubiera querido poder abrazar a esa longeva hada que se había cruzado en su vida! Al salir alguien sacaba lustre a una plaqueta de bronce, donde podía leerse: \"En agradecimiento a la Dra. Amanda Marcovich, por su aporte desinteresado a la ciencia y amor a la medicina\"

Diana Flores MIRANDO CAER LA LLUVIA DESDE MI VENTANA Amaneció frio, lluvioso, triste. Un hermoso aroma a café invadía sus sentidos. Se sirvió una taza y quedó extasiada mirando a través de la ventana. La acercó a sus labios como esperando aquel beso que nunca fue. Una dulce canción le trajo recuerdos de su juventud De pronto una imagen pareció reflejarse en la humedad de la ventana; era esa boca tan deseada…, pero era solo su imaginación. Un bello viaje fue el regalo especial de cumpleaños que sus padres y abuelos habían preparado. Inés era una joven muy introvertida, delgada, de ojos grandes y negros, que resaltaban aún más por su piel tan blanca. Llevaba su abundante cabellera atada con una trenza. Caminaba como escondiéndose del mundo. Inés se negaba a realizar ese viaje con su hermana gemela. Físicamente eran iguales. Noelia se destacaba por ser alegre, habladora y sociable. Ambas eran excelentes alumnas y lo merecían. Fin de clases, 18 años y el ansiado viaje llegó. Partieron de Aeroparque la madrugada del 18 de marzo de 1982…, destino Bariloche. Después de dos horas y media de viaje, llegaron al hotel donde se hospedaron. Hacía mucho frio. Bajaron a desayunar y planear el día, Noelia estaba desbordante de alegría y entusiasmo, quería contagiar a su hermana…, tarea muy difícil. Su itinerario iba de maravilla. Llevaban 5 días de mucho andar…, Inés se sentía un poco más relajada. Una tarde ambas fueron de paseo por las tiendas de una bella galería. Entraron a una confitería, pidieron un submarino bien caliente; en la mesa del frente varios conscriptos reían y charlaban animadamente. Julián fijó su mirada en Inés, pero no se animaba a acercarse. Uno de sus amigos percibió lo que pasaba y sabiendo lo tímido que era su amigo…, decidió tomar cartas en el asunto. Escribió una pequeña nota de invitación a charlar y se la envió a través del mozo. Inés sorprendida pensó en rechazarla, pero su hermana aceptó por ella. Se encontraron en el Centro Cívico. Fue amor a primera vista. Él era de Buenos Aires, estaba destinado a la Escuela Militar de la

ciudad de Bariloche. Estaría allí por varios meses. Caminaron apenas rosando sus manos. El tiempo paso muy rápido. Quedaron en verse el fin de semana. Inés sentía que volaba… Los siguientes días estuvieron cargados de ansiedad e inquietud. —2 de abril 1982— Amaneció frio, lluvioso, convulsionado, algo terrible sucedió… Julián había partido a Malvinas dejando en su corazón una marca eterna. —2 de abril 2021— La nostalgia le atraviesa el alma, nunca pudo darle un beso de despedida; nada le quedó de él…, solo una foto y la pequeña nota que guarda con gran celo. Convirtió la soledad en su compañera de días inciertos y el café…, en su amante perdido. LA MALA SUERTE…O NO Llegó como cada mañana, con el tiempo justo, siempre una justificación; pero su jefe no poseía ni tolerancia ni deseos de escuchar excusas y menos de ella. La soportaba porque era su cuñada…, nada más. María Laura trabajaba en la oficina de seguros en pleno centro porteño. Bella joven, esbelta, con un físico envidiable, pero con un gran defecto: “impuntualidad”. Tuvo varias charlas con la coordinadora y con su jefe…, nada funcionó. Era su última oportunidad…, ella lo sabía. La noche anterior preparo todo. El reloj sonó a la hora fijada despertándola de forma abrupta. Se dio un baño rápido, se vistió, maquilló en forma perfecta, tomó su café cargado y emprendió el viaje. Nada podía salir mal…, había calculado cada movimiento. Tomó un taxi, le dijo donde tenía que llevarla. Nunca levantó la mirada…, estaba muy ocupada revisando sus papeles. De repente una frenada, un golpe muy fuerte, sus carpetas se desparramaron por todo el auto. Su único pensamiento fue — ¡No!, ¿Por qué hoy?— Sintió un fuerte dolor en su cuello y se desvaneció. Despertó en la clínica, desesperada…, tenía que llegar a su trabajo. A su lado estaba el chofer del taxi muy preocupado. La primera reacción de Laura fue darle un bofetón y comenzó a llorar.

Entre lágrimas repetía —Si pudiera volver el tiempo atrás, si pudiera…. Esto no hubiera pasado ¿Por qué a mí? — Temía que la hubieran despedido. El taxista no entendía nada… Con amabilidad le alcanzó un pañuelo tratando de consolarla, Le contó como había sido el accidente: chocó en la entrada de un hotel contra un auto negro…, que salió raudamente. —Lo raro— dijo el chofer —Fue la actitud del hombre… Bajó del auto como loco, a los gritos, se asomó de tu lado y con cara de asombro, junto con…, supongo que su esposa, salió corriendo— María Laura aún muy dolorida, solo le preocupaba que su jefe la iba a echar. Dos días después, ya de alta, con un cuello ortopédico, se dirigió a su trabajo con el convencimiento de que no trabajaba más. ¡Gran sorpresa… ¡ Por milagro de la vida…, la habían ascendido a coordinadora y su jefe la trato muy amablemente… Le llamó mucho la atención el golpe en la frente y la venda en la nariz de su “cuñado” — ¿Qué le habría pasado?— Pensó. Pasó por su mente una idea loca… pero… no, no podía ser… o ¿Si? EL MENDIGO DE AMOR El ruido de la ciudad era ensordecedor: la gente, los niños correteando por la plaza y él… perdido en sus pensamientos. Su mirada opaca, sin el brillo que la vida da, solo su corazón latía acompasado a un silbido de una canción de amor. Cada tarde se sentaba a su lado tratando de charlar con ella que solo leía y leía; su mirada era tan fría como un témpano, no se movía, lo ignoraba totalmente, deseaba con todo su corazón que ella lo mirara, aunque sea una vez. Después de insistir se levantaba, acomodaba sus harapos, con su mano percudida, peinaba sus cabellos descuidados y se marchaba a deambular por la ciudad, buscar un refugio o algo que comer. Así cada día de su existencia volvía a sentarse a su lado mendigando solo un poco de su amor No siempre fue así, en su juventud era un dedicado estudiante de piano; su vida giraba en torno a su instrumento y su familia. Vivía con su madre y abuela en la vieja casona, en el barrio de Balvanera, herencia de sus ancestros ingleses, a pocas cuadras del conservatorio

de piano, donde ingresó siendo un niño de tan solo 5 años…, pero con un talento único Su mente siempre ocupada en piezas de música, notas, silencios, silencios abrumadores, silencios que solo él podía escuchar e interpretar; se sentía pleno Sus bellos ojos celestes solo conocían las figuras musicales. De estatura pequeña, —para un joven de su edad—, cabellos renegridos, ensortijados, su piel suave como la seda. Siempre muy bien vestido. , Su voz era apenas audible…, su timidez lo hacía caminar mirando el suelo. Su cuerpo tomaba vuelo cuando al piano se sentaba…, solo para perderse en las melodías; amaba la música, amaba la soledad. En el colegio lo apodaban “el rarito”, “el clave de sol” y cuanta burla se les ocurría. Ismael sentía cada burla como un puñal. Durante sus años de secundaria solo se escuchaba su voz cuando daba el presente. Llegó octubre con todas sus actividades, en especial los conciertos estudiantiles. Hasta ese momento no había querido participar por vergüenza, pero ese año era el último y no le quedaba otra opción; tenía que hacerlo. Se preparó como para un gran concierto. ¡Amaba a Chopin! Llego el gran día, entró al escenario con un esmoquin que, obviamente causo la risa de sus compañeros; él los ignoró, El concierto fue maravilloso…, fue aplaudido de pie por todos. Su tiempo transcurrió entre su trabajo y el piano; una noche al finalizar sus prácticas levantó su mirada y…, allí estaba; la más hermosa joven que había visto en su vida. Sus grandes ojos negros y cabellos castaños lacios, brillantes, lo deslumbraron, Desde ese momento no pudo sacarla de su mente; todo empezaba y terminaba en ella, solo que nunca encontraba las palabras para decirle lo que sentía. El tiempo pasó rápidamente…, Ismael se quedó solo en la casona. En un par de años la muerte lo había golpeado fuertemente llevándose a su madre primero y a su abuela después. La tristeza opacó de a poco sus ojos, solo vivía por su amor secreto; la esperaba con ansias. Cada tarde la veía llegar a la plaza, sentarse, abrir su libro y perderse en la lectura, él pasaba muy cerca para llamar su atención; pero no, nunca lo logró. El sol golpeaba la calle con fuerza, el calor era insoportable; por la tarde Ismael fue la plaza a verla, como siempre…

Y no llegó…, nunca más llegó. Esperó por varios días verla venir desde la esquina, hasta que se resignó a no verla más. Su mente comenzó a desvariar,,,, perdió su trabajo, su casa. La gran ciudad con su salvajismo se convirtió en su nuevo hogar. Una tarde de otoño vio algo extraño en su “sillón” —como llamaba al banco de la plaza—. Colocaron la estatua de una joven leyendo plácidamente, en la pequeña placa se leía — En homenaje a Lucia “la Seño” que todas las tardes leía esperando a su amor — Las lágrimas brotaron de sus ojos color cielo; era “Su” Lucia, a quien tanto amaba y no pudo darle su amor Hoy como cada día, después de 40 años, va a la plaza, habla con ella, le cuenta de su vida. Sus dedos percudidos tocan la banca como si fuera su piano, acaricia sus cabellos, apoya la cabeza en su hombro, le da un tímido beso en la mejilla y muy lentamente…, se va ESPERO QUE AL REGRESAR… La orden fue categórica “Espero que todo esté en orden para cuando regrese”. Cerró la puerta con un azote que hizo temblar los pocos vidrios que había. Lloró amargamente mientras comenzaba a limpiar su pobre casa; con sus 30 y pico de años a cuesta parecía una anciana…, la vida ha sido muy dura con ella Vivía en Recoleta, era una niña mimada, rebelde y muchas veces actuaba con soberbia. Sus padres le cumplían todos sus deseos y caprichos; pero nada era suficiente para Ludmila…, siempre quería y exigía más. Toda esa vida quedo atrás el día que por aceptar un desafío conoció a Ricardo. Eran de mundos muy distintos…, él trabajaba para mantener a su familia y no tenía tiempo para juegos. La mañana pasó muy rápido. Salió de la casa para llevar los chicos a la escuela, las calles polvorientas, gritos, ladridos todo era igual desde hacía tanto tiempo. Miró a lo lejos…, vio figuras distorsionadas por el calor. Le trajo recuerdos de sus viajes en la ruta, de lo divertido que lo pasaba con sus amigas y…, las odia. Por ellas está ahora así. A sus 15 años con toda la locura que da la juventud, el reto de conquistar al peón le pareció gracioso, sin sospechar que todo se

saldría de control. Pasó el tiempo, el juego se transformó en amor y… A pesar de las lágrimas y los gritos de sus padres…, Ludmila se fue con él. Mira a su alrededor ve a sus niños correteando y siente un gran vacío. Su testarudez la ha sumido en la más absoluta pobreza y violencia. Del Ricardo dulce y amable solo quedan imágenes y recuerdos…, ninguna de sus promesas las cumplió. Ahora ella se ha convertido en una más de las mujeres que luchan por sobrevivir en la villa. Pensó varias veces en volver a su casa. Siente que su familia no la recibiría… ¡Además Ricardo iría a buscarla donde fuera! Esta atrapada en un mundo irreal Apura el paso tiene que cocinar, bañar a los chicos y acostarlos para que no lo molesten cuando llegue. A las 8 de la noche regresa su marido…, si es que primero no pasa por el bar. La noche anterior llegó tomado, más de la cuenta. Sabiendo que iba a ser una noche horrible, sacó a sus hijos por la puerta de atrás y los envió a la casa de una vecina. La pasó mal y como siempre después le pidió perdón; ella sabe que siempre va a ser así. Pasaron días interminables hasta tomar coraje y dejar su vida en el pasado, tomó a sus niños, lo poco que tenia y sin mirar atrás…, se fue. Su tía Catalina la recibió en su casa, en Mendoza. Lloró amargamente de verla así tan triste y devastada. Hoy despertó en una cama suave y limpia. Salió al patio, el aire fresco de la mañana acarició su rostro. La esperanza de volver a empezar, trajo a su alma la paz que tanto deseaba. Las risas de sus hijos le dieron la fuerza que necesitaba para seguir…, por ellos solo por ellos. LA MALDITA (Adaptación de la leyenda el alma mula) «Los pecados siempre lo pagan… las mujeres» Anochece en Las Lomitas, pequeño pueblo al noroeste de Santiago del Estero donde los últimos rayos de sol se entierran en la negrura del monte. Todo es silencio.

La noche se cierra en su pesada oscuridad, un grito que hiela la sangre surge entre rayos y tinieblas, los pueblerinos saben que un alma en pena los rodea, los más jóvenes no creen, los viejos advierten, las mujeres rezan. El miedo se adueña de sus almas hasta hacerlos suplicar. Anastasia nació en un hogar muy religioso donde se restringían hasta sus más pequeños pensamientos y acciones, todo era pecado, todo era falsedad. Con los años se convirtió en una bella mujer, morena de grandes ojos oscuros y penetrantes, sus labios rojos y su piel trigueña atraían a los jóvenes del barrio, que solo la podían mirar de lejos; inalcanzable. No todo era perfecto en su familia; las apariencias de felicidad y rectitud eran la imagen presente para los demás. Era la única mujer de 4 hermanos, situación muy difícil de llevar. Más que hermana era esclava de los deseos de su padre y hermano mayor Desde pequeña, el maltrato y el sometimiento la llevaron a ser callada, de andar triste y sumisa. Cuando podía huir, se refugiaba en el monte, pero siempre alguien la encontraba y la traía de regreso. Intentó hablar con su madre, ella nunca la escuchó; vivía preocupada por el qué dirán. A la parroquia Nuestra Señora de Loreto llegó un nuevo sacerdote, era su primer destino, recién recibido, de semblante jovial; muy atractivo para las jovencitas del pueblo El Padre Gringo, como lo solían llamar por sus cabellos rubios y ojos muy celestes, salió a recorrer y visitar a sus feligreses; allí conoció a la Familia de Anastasia, la bella jovencita lo llenó de admiración, en especial por su profundo silencio, que despertó su curiosidad En los meses siguientes, su madre la obligaba a ir a confesarse, a participar de las misas y de los eventos que se hacían. Esta situación despertó en el sacerdote deseos que no estaban de acuerdo con su vocación…, y la tentación se presentó Insinuaciones, miradas y hasta roces con su mano…, fue la antesala de males peores. El atardecer los halló envueltos en sábanas de pasión y lujuria, perdieron el control y ante su mirada atónita, le arrancó su garganta dejándolo con su mirada incrédula No todo terminó allí, entre la maleza y con su alma transformada en bestia, los espero…, sus ojos despedían fuego, de odio y resentimiento.

Ya entrada la noche Juan y Pedro caminaban por esas callecitas casi sin luz, venían borrachos de alegría y alcohol, cuando la bestia les saltó encima… Nada pudieron hacer y allí quedaron con sus bocas abiertas y sus miradas de desesperación Un grito desgarrador cortó el silencio del pueblo, los perros aullaban enloquecidos, las abuelas rezaban —el alma mula está aquí— decían en voz baja Anastasia dormía como si nunca lo hubiera hecho antes; por fin descansaba. Con desesperación, su madre la llamó para contarle lo sucedido, su Padre y Hermano habían sido asesinados por el Alma mula, la abrazó pensando en darle consuelo, pero su hija no se inmutó, fría con sus ojos perdidos la miró con cierta satisfacción. En los días siguientes fueron encontrados en distintos lugares cadáveres mutilados de hombres y algunos animales. La policía desconcertada buscaba sin saber qué o quién causaba esas horrendas muertes —Comenzando por el cura y terminando…, por vaya a saber quién— decía el comisario. De pronto todo paró, no más muertos, ni gritos; la venganza fue consumada… y como siempre el monte… Se la llevó. LA OFRENDA Eran las 22:00 hs, recién llegaba de un día agotador de trabajo y problemas. Vivía en un sexto piso del edificio frente al puerto. Como siempre el ascensor no andaba. Insultó por lo bajo y emprendió el camino por las escaleras, por momentos las luces parpadeaban y cada vez estaba más enojado. Entró a su departamento y con furia arrojó su bolso sobre la mesa, descorrió las cortinas. Era insoportable la luz y el olor…, no veía la hora de cambiar de trabajo y mudarse; no aguantaba más Alexis trabajaba en el puerto de Mar del Plata, en varias tareas, llevando y trayendo papeles, levantando cajas; según lo que surgiera. Era un joven de 30 años, de cuerpo robusto, poco cabello y ojos pequeños de mirada iracunda, de carácter muy reservado. No tenía casi amigos…, en realidad nadie quería estar cerca de él

Tomó un baño caliente para poder relajarse, se preparó una sopa instantánea, se puso su bata y encendió su vieja televisión. Se recostó en el sofá…, miraba sin mirar, sus pensamientos volaban. De repente alguien le chistó. Asombrado miró para todos lados, no vio a nadie. Otra vez escuchó el chistido. Un frio le recorrió la espalda, se sentó de un salto. Era la tele, quiso cambiar de canal y no pudo ¿Qué demonios pasa? Una voz fría lo llamó por su nombre — ¡Alexis! — Sobresaltado mira hacia la pantalla…, no podía articular ni una palabra y otra vez — ¡Alexis! ¿No me ves? — Titubeante se acerca, con apenas un hilo de voz logró preguntar — ¿Quién eres? ¿Qué quieres? — Una intensa luz lo golpeó haciendo que caiga pesadamente sobre el sofá. Una figura espectral acercó su casi rostro al de él, pudo sentir su fétido aliento..., pero el terror lo dominaba, no podía moverse. —Por lo que veo…, te has olvidado de mí y de nuestro acuerdo — le dijo una y otra vez Alexis no tenía ni idea de su reclamo, sus pequeños ojos se abrían cada vez más, su boca en una mueca solo decía— ¡No sé! ¡No sé de qué me hablas! — Giró sobre sus harapos, con desprecio le gritó —¡¡Claro!! Era de esperar que te olvidaras ¿Lo tengo que repetir? — Se sentó frente a él, dulcificó su voz y comenzó su relato — ¡Ay mi querido y dulce Alex! en tu adolescencia vivías llorando por tu apariencia, por lo que sufrías a manos de tus compañeros de curso, del maltrato de tu padrastro y obvio el desprecio de las chicas. Me buscaste o te busqué Mmmm… no importa. En resumen, te ayudé con la condición de que una vez al año tendrías que traerme al campo de Navarro una ofrenda ¿Y qué pasó? ¿Te acordás? — Alexis espantado asiente, pero también sabe que ha fallado, a días de cumplir sus 234 años, sabe que llegó su final. Aún le quedaba una jugada, y la iba aprovechar —Señor, te pido una sola oportunidad más, hoy mismo pagaré mi deuda, por favor te lo ruego— — ¿Realmente crees que mereces una oportunidad? — — ¡¡Por favor!! Te lo suplico… te juro que esta misma noche buscaré y traeré tu ofrenda y nunca más te fallaré— —Mmmm… no sé si creerte. Está bien, pero…— un silencio sepulcral invadió la habitación— Te exijo doble ofrenda, tómalo o

déjalo, ¿no te parece que estoy siendo generoso? — soltó una carcajada horrible Alexis se vio acorralado, no tenía escapatoria. Vio aterrado los ojos vacíos del espectro que rápidamente volvió a la pantalla, sin antes advertirle que era la última vez, no acostumbraba a hacer favores; un aire gélido lo trajo de vuelta a la realidad. Casi había amanecido. Los días pasaron lentos, plomizos. Una mañana prendió la tele, los noticieros solo hablaban de una serie de crímenes en distintos puntos de la ciudad, la policía no tenía ni un solo indicio. Dos cuerpos jóvenes, de 18 años sin ojos ni corazón fueron encontrados en distintas plazas de la ciudad. El teniente Carlos Volkov se sentía muy ofuscado al no tener ni un testigo. Buscaron en los alrededores, pero no pudieron encontrar ni una sola pista; el asesino era muy cuidadoso. Era el tercer hallazgo en 1 año Alexis aterrado, revolvió su departamento buscando algo que le pudiera indicar si había sido él…, nada. Por lo bajo volvió a escuchar el chistido. Se acercó sigilosamente al televisor. Solo halló escrito en el polvo de la pantalla… OK. UN DÍA MÁS Despierta cansado, aturdido, agobiado por el calor de la húmeda habitación. Su mirada perdida le niega la realidad. Tuvo muy mala noche. No pudo conciliar el sueño y el maldito reloj que le marca cada segundo de su vida…, el sonido lo vuelve loco. Tiene trabajo atrasado de hace varias semanas, papeleo inútil, una pérdida total de tiempo. No quiere pensar en ello. Como puede se levanta, arrastrando sus pies va la cocina. Hoy parece más oscura que nunca Prende la cafetera, quiere darse un baño, pero otra vez no hay agua…, maldice entre dientes. Sabe que hoy no va a ser un día fácil. Se enfrenta a su propio reflejo y no se reconoce. El viejo espejo le devuelve la imagen de un anciano. ¡No puede creer lo que ve!

Súbitamente su piel se eriza…, tiene miedo. ¡El tiempo se le escapó de las manos y nunca lo disfrutó! ¿Dónde está la juventud eterna, la vitalidad que hasta hace unos años atrás lo desbordaba? Tenía todo planeado. Los detalles eran importantes para él, había calculado hasta lo más mínimo…, era una oportunidad única. El pacto había sido firmado, no podía perder esa posibilidad de progresar. Un estruendo lo saca de su perplejidad, el teléfono no paraba de sonar, una llamada perdida le hiela la sangre…. — ¿Por qué hoy…? Justo hoy — La puerta se niega a darle paso…, sale a la calle como puede. Todo es niebla, polvo y soledad. Un pequeño epitafio reza en la entrada: “Pablo Núñez 1960- 2015 —Siempre al servicio de los demás—, Bomberos de la Matanza” LA CASA VACÍA La vida es una extraña situación de casualidades y causalidades; esta es la historia de dos niñas al que el destino unió de forma muy extraña En el barrio de Floresta vivía Melina, una bella niña de 10 años. De ojos vivaces, larga cabellera de color castaño, robusta, de piernas fuertes a causa de jugar hockey, Poseía la sonrisa más contagiosa del mundo, traviesa y muy bochinchera. Cursaba cuarto grado en el colegio de su barrio cuando conoció a Melisa. “Meli” como todos la llamaban, se mudó a unas cuadras de la casa de Melina. Comenzó a ir al colegio al mismo grado Melisa era el vivo retrato de Melina, algunos compañeros les decían —Ustedes son mellizas— y reían estrepitosamente. Al principio esta situación era muy molesta para ellas…, pero tuvieron que acostumbrarse. Para Melina, su nueva compañera era todo un desafío; hasta ese momento la más popular era ella y no quería competencia. Sin embargo, Melisa se sentía sola y lo único que añoraba era ser aceptada y tener amigos. Se acercaba el día de la primavera; cada año hacían el desfile de las flores y un gran picnic. El grado estaba muy alborotado…, planeaban disfrazarse, un baile y muchas más actividades. Melina lo

sabía y no quería que su “Compañera” participara; hizo un pacto de silencio con sus otras compañeras. Los días pasaron muy rápido y por fin la tan ansiada actividad llegó. Melisa se preparó como todos los días para ir al colegio, al llegar, se dio que no había clases. Las otras chicas al verla, murmuraban y reían por lo bajo. Melina reunió a sus amigas, se acercaron a “La nueva” y sin medir palabras la empujaron echándola del patio Tomás, muchachito tímido al igual que Melisa, hacia poco había llegado al colegio. Era un galán muy dulce y bonito. Se acercó para ayudarla. Melina los vio juntos y estalló de bronca, Ella era la más linda,— ¿Qué le vio a esa? — mascullaba entre dientes. Los celos la ponían muy mal, ya no reía ni jugaba, Melisa se mantenía distante, lo que menos quería era tener algún problema. Una mañana fue al supermercado cerca de su casa; en el trayecto cruzó a Melina y su mamá Al verla, su cálida sonrisa se borró inmediatamente, gesto que su madre advirtió – Esa nena ¿Es tu compañerita nueva? —le preguntó; asintió con su cabeza Marcela, la madre de Melina, sintió algo muy raro; esa niña era el calco de su hija… ¿Cómo era posible? Por la noche le comentó a su marido, de la compañera de su hija y lo tan parecida que era. Pedro no hizo caso al comentario…, pero se sintió inquieto ¿Quién sería esa nena? Pedro averiguó la dirección de la casa de Melisa. Una mañana salió más temprano que de costumbre. Al llegar golpeó con fuerza la puerta, al abrirse, un frio le corrió por la espalda — ¿Qué haces acá? — le preguntó casi sin voz Marcela, la mamá de Melisa, aterrorizada intentó cerrar la puerta…, no pudo. Pedro la empujo y entró… La casa, otra vez vacía, un cartel viejo colgado del portón enuncia “SE ALQUILA”.

LA CORREDORA La vio por primera vez corriendo por los caminos polvorientos del pueblo. Era una hermosa joven de unos 15 años, cabellos largos, oscuros como la noche, esbelta. La siguió con la mirada hasta perderla. Francisco llegó al pueblo hace más de 1 año buscando empleo. Con 40 años la vida ha sido muy dura, su trabajo como cosechero lo llevaron a recorrer miles de kilómetros, pero ya estaba agotado. Era un gran trabajador de estatura media, robusto de piel bronceada y cabellos entrecanos, su rostro denotaba su cansancio y rudeza. tenía una pequeña familia, pero no se sentía satisfecho, se instalaron en la ciudad de Tres Arroyos al sur de la provincia de Buenos Aires Todas las tardes casi al final del día, llegaba al bar que estaba muy cerca del campo donde trabajaba, no era un lugar grande, el mozo muy poco amable se acercaba a Fran (como lo llamaban sus amigos) y sin decir nada le dejaba el menú. Ocupaba el mismo lugar en la mesa cerca de la ventana, pedía su ginebra, se quedaba descansando y dejaba volar sus pensamientos. Una tarde la vio pasar. Como nunca sintió un escalofrío en todo su cuerpo, estaba sorprendido al ver lo que el consideró una obra de arte de la naturaleza. Repetía ese pensamiento cada día su rutina se convirtió en obsesión…, sabía que a su edad ciertas cosas no eran bien vistas y mucho menos por los demás, pero no podía quitársela de la cabeza. Daniela su esposa, una joven mujer de 30 años, agobiada por todo el trabajo de la casa y su bebe, percibió que algo raro estaba sucediendo, Francisco no era el mismo, ella ya no existía para él…, la angustia la deprimió profundamente. Viernes, último día laborable. Ocupo su lugar en el bar como cada día, pidió su bebida y espero, los minutos transcurrieron lentos, agónicos. La noche lo alcanzó y confuso al no verla, tomo sus cosas y se fue. Daniela lo esperaba con la cena, el bebe dormía, ella quería tener un momento especial, pero Francisco no estaba de buen humor…, comió en silencio sin siquiera mirarla, Daniela sollozaba por lo bajo, no entendía que había pasado

Él no pudo conciliar el sueño, se sentó en el patio tratando aclarar sus pensamientos, su mente solo le trajo una imagen…, la niña del camino. El lunes llegó con las ansias de un adolescente. Durante el fin de semana decidió acercarse a la chiquilla Tomo su lugar en el bar, como siempre, pero estaba nervioso, impaciente. a lo lejos la vio, velozmente pagó la cuenta, salió a esperarla, al pasar intentó hablarle ella ni lo miro, siguió corriendo, quedo parado en mitad de la calle sin saber que hacer, en un arrebato comenzó a correr detrás de ella, casi sin aire se detuvo, estaba como perdido, no reconoció el lugar continúo recorriendo el camino, la noche con su manto de oscuridad se precipitó sobre él. Sorprendido se halló frente a la puerta del cementerio.

Stella Maris Gil CLASES DE TANGO Se conocieron en una clase de tango. Ambos mayores adultos, como les llaman ahora, aunque eso no signifique que sean menos divertidos, faltos de aptitudes o se postulen para un plan de descarte. En esas clases formaron un lindo grupo de amigos, como siempre más féminas que varones, pero con las mismas ganas de ser activos y pasarla bien cuando la ocasión se daba. Felizmente se acoplaron los maridos de un par de ellas…, entonces los encuentros resultaban más parejos. Así se fueron sucediendo los días, semanas y en un par de meses aprendieron a ganarse el afecto los unos de los otros. Un cariño sano y recíproco. Se creó una hermosa pandilla de adultos activos. Como en cualquier época y edad, algunos formaron parejas que luego se distanciaron, pero Mabel y Osvaldo se habían mirado desde el principio y fueron avanzando no demasiado lentamente, ya que la edad les marcaba el paso, hasta que un día, en plena reunión de amigos…, brindaron por ser pareja. Les gustaba cantar y bailar en reuniones programadas en las casas, con mucha música, pizzas, empanadas y bebidas espirituosas; como en los viejos tiempos. Todos compartían tardes de clases y algunas noches de milongas. Se fueron agregando otros compañeros, a medida que el año iba avanzando y las caras se hacían familiares en los encuentros de baile. Así fue que la cumbia y el rock fueron incluidos en las nochecitas de domingo en la casa que estuviese de turno, que era generalmente la más grande y más alejada para no molestar a los vecinos. Mabel, viuda, si bien había tenido un par de parejas posteriores, estaba sola a esas alturas y sin familia cercana en la ciudad; se sentía incompleta, buscaba una pareja estable. Quería disfrutar de compañía el resto de sus años, que seguramente no serían pocos. Osvaldo, unos años mayor, alto, elegante y con tres divorcios a cuesta, apostaba de frente sonriendo a una nueva etapa de futura convivencia en armonía. Estaban felices.

Comenzaron una etapa de compañerismo pocas veces vista, iban como estampilla y sobre, pegados a todos lados. Convivieron un tiempo en cada casa, hasta que se quedaron juntos. Y luego llegó eso llamado <Pandemia>, que dio por finalizado el feliz recorrido grupal de los amigos. Eso que separó, maniató y amordazó a millones de seres distanciándolos del afecto —en cualquiera de sus diferentes matices—, recluyéndolos en una pantalla digital y a distancia. El grupo seguía comunicándose por mensajes virtuales, enviándose videos de milongas, tangos para saludar a la mañana y fotos de juergas compartidas para levantar los ánimos durante el día. Fueron decreciendo con el paso de los meses y la falta de esperanza, noticias alentadoras que les diese un soplo de alegría. El tiempo transcurría y la vida se convirtió en un día a día sin sentido para muchos, en frustración, desilusión o depresión para otros. Mientras Osvaldo y Mabel más se unían, uno de los matrimonios se separaba; las cuestiones amorosas son tan imprevisibles como el clima. Obviamente el Covid 19 les dio una mano. Pasó mucho tiempo hasta que un par de ellas decidieron verse aún amordazadas. Más tiempo aún, para que Mabel se uniese a ese par de disidentes. Sólo Mabel. ¿Reunión de chicas…? El amor no es inmune a la razón ni a la rutina; mucho menos a los virus inescrupulosos que pululan desbaratando los mejores proyectos, tanto de niños como de adultos mayores. ESCRITORIO Caigo en el sillón giratorio y con rueditas —que me regaló mi hijo hace años— para no escuchar sobre el dolor de espalda. Enciendo la computadora, calzo los lentes, miro la pila de papeles y me respaldo bien atrás, haciendo que se aleje del papelerío, quedando a la altura de ese otro escritorio…, ese tipo neceser que era de mi abuelo Pedro María —uruguayo, instruido— a quien no conocí.

Éste, dijo mi abuela Lola —gallega y analfabeta— quien había venido de España a los catorce, metida en la bodega de un barco allá por 1912, va a ser para la nieta que estudie…, y mi prima abandonó en 1* año. O sea… ¡Es todo mío! Ella vivía con sus dos hijas y sus dos nietas —familia matriarcal podríamos acotar— en la casa con puerta de chapa, jardín adelante, tres dormitorios —uno detrás del otro— cocina y baño precarios, patiecito con un ceibo, todo a lo largo de un ancho pasillo. Del otro lado, sobre la izquierda y medio metro más abajo del nivel de la casa, desde el portón hacia el fondo, seguía el adoquinado, hasta las caballerizas. Eso era un corralón. Tengo 8 años… ¡Cómo me gusta este mueble que está en el dormitorio de la abuela! Con tres cajoncitos arriba y dos abajo, con una persianita curva entre medio, que se levanta y deja a la vista una superficie que se puede mover hacia adelante para escribir. Y me veo enseñándole a firmar, si, a mi abuela, quien a los 24 se quedó viuda con dos hijas de uno y dos años, quien sin saber leer ni escribir —en aquella época de hombres dónde las viudas debían encontrar un respaldo casándose nuevamente para seguir subsistiendo— ella enlutada de pies a cabeza, se negó a otro marido o a un amante, como así también a darle una de las nenas a su hermano mayor para evitar infinitos apremios económicos y sociales. Alquiló entonces al corralón, entregando a los dueños de carros y caballos un recibo en blanco, con una cruz abajo a la izquierda, a modo de firma. Después de mi insistencia, ya suplantó la cruz por Dolores González. No sabe leer ni escribir, pero calcula mentalmente como una Cassio ¡Y ahora sabe firmar…! Vuelvo en mí, como si nada, adelanto el sillón hacia el mueble de la computadora, impresora y…, móvil vibrando sin ser atendido, donde paso demasiadas horas de mis días, dejando atrás a la izquierda el mueble heredado —de más de cien años— con su persianita curva y sus cajones lustrados, ese que se mudó siempre conmigo, y más vale me ponga a trabajar de una vez por todas, antes de cruzar nuevamente la línea invisible que me lleva y trae del presente al pasado…,, casi sin darme cuenta.

LA PLUMA ROJIZA Samantha apoyó el libro sobre la mesa ratona, con el señalador en la página 55. Dejó la comodidad del diván y se dirigió a la cocina para preparar un café bien espumoso y con mucha azúcar. Fer llegaría en un rato, pero él tenía llave… Tenía el fin de semana libre por primera vez en un año. Habían conseguido un reemplazo para su cátedra de Ciencias Sociales en la Universidad de Morón, zona oeste del gran Buenos Aires. Volvió a la lectura de aquel ejemplar tan diferente a los que acostumbraba a leer. De pronto se encontró inmersa en aquella madeja de situaciones emocionantes, su pulso comenzó a tomar velocidad a medida que se sucedían los acontecimientos… Estaba escalando por el filo de una elevada montaña, sus manos apenas aferradas a unas pequeñas salientes en la piedra resbaladiza y los pies balanceándose en busca de algún lugar donde apoyarse. Las cuerdas que llegaban a su arnés venían de varios metros más arriba; guías que su compañero de aventuras le proporcionaba para facilitar el ascenso. ¡Imposible mirar hacia abajo! El vértigo se apoderaba de ella y todo giraba en torno suyo. Tras no pocas dificultades alcanzó la cima y pudo verse entre las nubes como flotando entre copos de algodón, aún sostenida por el brazo de Fernando, maravillada de lo que apenas podía entrever mirando hacia abajo, del lado opuesto al que habían subido. Descansaron un rato e iniciaron el descenso del mismo modo; ella atada a las cuerdas del otro, con el pequeño pico en una mano y sólo mirando la pared ahora soleada. En una pronunciada saliente rocosa pudo ver hacia un costado, Debajo de las nubes se divisaba el valle como una esmeralda gigante surcada por algunas estrías celestes. Los pájaros pasaban muy cerca de ellos, plumajes azules, verdes y rojizos, picos largos, alados multiformes. A medida que llegaban al pie de la montaña, el griterío de aves y animales del bosque la dejó aturdida. No había imaginado un mundo tan vivaz, brillante, armonioso por así decirlo. Monitos trapecistas saltaban de un árbol a otro mientras algunos mamíferos dormían al sol y otros jugaban revolcándose en el colchón verdoso.

Blancas aves navegaban esas estrías azules, mientras otras rosadas picoteaban en la orilla La cueva detrás de un pequeño árbol de copa caída fue el escondite perfecto para protegerse cuando cayó la tarde, aunque húmeda y barrosa, les proporcionó cobijo permitiendo que se alimentaran, descansaran de la travesía y del perpetuo sonido del bosque que fue apagándose a medida que el día dejaba paso a una luna gigante que iba apareciendo en lo alto de la arboleda. Encendieron un pequeño fuego en la parte posterior del refugio y se cobijaron pegados uno al otro dentro de la bolsa de dormir. La luz de la luna penetraba apenas en el recinto y el fuego tardó bastante en consumirse. Más allá del cansancio les urgió el deseo, tal vez la necesidad de canalizar parte de tanta adrenalina y exaltación acumuladas. Quedaron abrazados bajo el abrigo, agotados y felices. Los despertó un sonido extraño. Dos chimpancés sentados cerca de ellos miraban haciendo muecas y dando manotazos en el aire; sus chillidos no parecían amenazantes. Se miraron fijamente pensando en qué harían y los micos los copiaron por reflejo. Al incorporarse, los imitadores salieron a toda velocidad. Aprontaron sus petates, comieron unos frutos secos y salieron con sumo cuidado para otear el paisaje. Los paralizó la belleza del lugar. Costearon uno de esos hilos de agua cristalina por largo rato. Ya con el sol bien alto divisaron a lo lejos algo indescifrable. Como una mancha lejana gris amarronada y hacia allí fueron. Caía la tarde cuando alcanzaron a ver medianamente de qué se trataba… Un conglomerado de chozas y toldos en una abertura del bosque, murmullos llegaban desde lejos. Se sentían observados por ojos invisibles. El cansancio y el hambre acuciaban sus sentidos por lo cual se guarnecieron bajo un árbol cuyo ramaje caía como en flecos hasta la tierra y el amanecer los encontró enrollados entre sus raíces protectoras; observando con horror que sus mochilas, vituallas, sogas y arneses habían desaparecido. Emprendieron directamente camino hacia la aldea. Fernando estaba preocupado ¿Cómo emprenderían el regreso? Un sonar de tambores los recibió entre gritos de gente de poca estatura y piel cetrina, adornados con collares, casi faltos de ropaje y que hablaban en un lenguaje incomprensible.

Los forasteros les sonreían para parecer amigables, mas aparentemente no entendían la sutileza. Les arrojaron de pronto sus pertenencias a los pies de cada uno. Las señales se hicieron descifrables ¡Querían que explicasen que hacían allí con sogas, picos, arneses…, y esa pequeña cajita de tapa y fondo duro que se abría en infinitas hojas pequeñas y blancas con símbolos negros desconocidos! Era el libro que Samy llevaba consigo <La Sociedad en los Pueblos Originarios> Pasaron toda la mañana intentando explicarles el contenido de sus mochilas. No eran hostiles, pero sí demostraban curiosidad por cada uno de los objetos que salían de los bolsos. Les convidaron algunos frutos que los jóvenes devoraron y luego se sentaron a observarlos. Al atardecer todos dirigieron sus miradas hacia el río cercano, que pasaba detrás de los árboles que rodeaban ese conjunto de chozas. Apareció por allí un hombre blanco de estatura normal y curtido por el sol, de pelo canoso que acarreaba varios ganchos con pescado fresco y una mochila donde se distinguía una Cruz Roja. Lo cortejaron hasta el centro de los cobijos con ademanes de alegría y algo así como sonrisas que dejaban ver varios dientes faltantes. El recién llegado quedó firme como un poste al ver a los dos extraños en medio de esa tribu perdida en un lugar que ni siquiera el mapa más actualizado reconocería como existente. Se presentó como James, amigo de esa gente, Ellos, como quienes eran, licenciados universitarios en día de vacaciones; aunque ya habían pasado dos. Extrañamente hablaban distintos idiomas pero se entendían a la perfección, en un español- inglés entremezclado. El tal James les traía comida y medicinas cada tanto a cambio de hierbas y objetos de barro cocido. También cambiaban relatos de la historia de la civilización de cada uno de los que se sentaban a charlar frente a frente; al calor de la fogata en invierno o al frescor de la arboleda en verano. Los muchachos hablaban de la aventura de la escalada y descenso de la montaña, cuanto más el estupor de hallar un paraíso perdido. A ese punto, el hombre blanco les pidió no comentar a nadie ese encuentro o él mismo se encargaría de acallar sus voces para siempre, (divulgar su existencia al mundo civilizado sería el fin de aquella raza originaria).

Compartieron dos días apasionantes escuchando los orígenes de aquellos seres aparentemente únicos, a través de la voz de James; que oficiaba de traductor. Los indígenas oyeron la extraña vida de ambos jóvenes estudiantes y luego profesores universitarios. Se lamentaron por ellos, que fueron privados de su libertad para aprender lo que luego enseñarían a otros tantos seres; que tampoco disfrutarían nunca del sol abrazador, la lluvia refrescante, el trinar de los pájaros, el aullar de los gatos salvajes o del agua cristalina de esas vertientes. Eso fue lo que les dijeron solemnemente. La despedida fue efusiva, les devolvieron sus pertenencias y obsequiaron frutos y un par de collares coloridos. James indicó un camino más directo para volver al otro lado de la alta montaña, cuya ubicación geográfica ellos aún seguían desconociendo. Por allí fueron y durante un par de horas se sintieron observados y protegidos nuevamente por aquellos ojos invisibles. Por la noche al fin dieron con el pie de la montaña, donde advirtieron un sendero que recorrieron al amanecer y los devolvió al suelo árido y rocoso de donde habían partido… El lejano sonido del teléfono la devolvió al diván de su living por un segundo y sin ver siquiera de quién se trataba rechazó el llamado. Al rato volvió a sonar. Logró espabilarse, varias llamadas perdidas…, demasiadas. — ¿Qué habría pasado?— Pensó Samy Estaba a oscuras y sintió un hambre atroz. Encendió la lámpara y fue directo a prepararse un emparedado a la cocina. Se sentía cansada. Mañana sería un día relajado. Deseó fervientemente que no llegara el lunes. Aún podía sentir el dulzor de aquellos frutos y el sonido del bosque dentro suyo… Con dos emparedados y un gran café con leche sobre la bandeja se encaminó hacia el sofá, allí estaba el libro, abierto y con el señalador en la página 58. — ¿Sólo tres páginas en todo el día? ¿Estuvo leyendo o se quedó dormida?— Tomó el teléfono, escuchó los mensajes primero con descuido, luego atentamente advirtiendo el tono más que desesperado de su madre y de su propia ayudante de cátedra, que venían llamándola desde hacía tres días sin poder localizarla ni dar con su pareja — ¿Acaso habían tomado vacaciones sin avisar o estaban enfermos? — Preguntaba la madre en el contestador

¡La madre daría hoy sin falta aviso a la policía! Sintió una leve brisa en su espalda y observó el ventanal que daba hacia el balcón justo detrás del sofá; apenas entreabierto…, donde una enorme flor naranja iridiscente estaba atrapada entre el marco y la hoja de vidrio. Afuera, un colgante de colores pendía enredado en el barandal y una pluma rojiza flotaba de un lado a otro del balcón, mecida por la leve brisa de esa plácida noche de luna llena. LOLITA Siente que su corazón late con fuerza, angustiada ante la noticia…, tienen que operar a Loly —la perrita de 10 años— que era de sus padres y al morir ellos, hace varios años, pasó a ser suya. No es afecta a los animales, no hubiese tenido una por voluntad propia, pero la cuida en extremo y es su compañerita de vida. Hace una semana comenzó a notarla como triste, e insólitamente quieta. Hace dos días le preparó un poquito de pollo especialmente y se negó a comer…, eso fue la gota que rebalsó el vaso de agua. Vino entonces Andrea —su hija— y al verla así, la llevó urgente al veterinario, quien diagnosticó que por la edad y falta de castración, podría haber problemas en el útero. Ayer le hicieron análisis. Recién acaban de hacerle una ecografía y aparecieron tumores y el útero con pus. Mañana la operan, deben llevarla a las 9 de la mañana e ir a buscarla por la tarde. Pero hoy tiene que irse a trabajar, dejarla sola como siempre…, pero ella la está mirando con esos ojitos de caramelo, quieta, sin llorar porque la deja hasta la noche y eso es grave en Loly. Silvia siente ahora remordimientos por no haberla sacado a pasear casi nunca —tiene arresto domiciliario— dice siempre en broma, refiriéndose a la perrita. Hace diez años sus padres quisieron una mascota. Muy a su pesar, los nietos le llevaron a Loly, una bolita de rulos negros con ojitos almendrados y hocico de peluche.

Se acostumbró a la vida entre dos personas mayores en un departamento. A pesar de sus saltos continuos y chiches desparramados, nunca hubo accidentes para lamentar. Veía la televisión con ellos por la noche, sobre el sillón. De raza pequeña y tan inquieta, siempre pareció una cachorrita. La noche pasa lentamente. Hace frío cuando la bajan a upa y arropada para llevarla a la clínica. Andrea llora desconsolada…, ella tiene un nudo en la garganta. Ambas se van a trabajar. Hija y Loly ya están esperándola cuando llega a casa, una en el sofá, la otra en su camita y algo adormecida por la anestesia. Tienen instrucciones de no darle de comer y sólo ofrecerle algo de agua por la noche —cosa que acaban de hacer— pues siendo las 21.30hs., ya se ven algunas estrellas en el cielo a través del ventanal del 9* piso. Acaba de sonar el timbre y una llave está girando en la cerradura. Es Seba, su hijo que viene a ver a la convaleciente… Entonces Lolita se levanta despacito arrastrando sus patitas traseras y moviendo imperceptiblemente su diminuto rabo se acerca para recibirlo. Se percibe un suspiro generalizado y lágrimas de alegría van rodando por los rostros humanos mientras que en el hocico de peluche aparece en ese momento una mueca muy semejante a una sonrisa. VERÓNICA Germán Suárez dejó el bolso sobre la silla, a la izquierda de la cama, junto al placar de la habitación rentada por el fin de semana. Se tiró en la cama vestido como estaba y cerró los ojos intentando hilvanar el curso de los acontecimientos desde hacía dos meses a esta parte. Buscaba el hilo conductor que lo llevase a desenredar el ovillo de confusiones que en las últimas veinticuatro horas se estaba madejando en su mente,

Había conducido desde Monte Hermoso, donde residía hacía más de veinte años, durante 60 inquietantes kilómetros, hasta Bahía Blanca, donde había nacido. Se encontraría con Verónica, según dijo llamarse ella en uno de los tantos chats que habían cruzado desde hacía un par de meses…, en esa aplicación virtual diseñada para gente que busca conectarse con otras personas. Cuando vio su foto, le pareció bonita, pero al leer sus iniciales V.V. y datos de nacimiento, domicilio y estudios, publicados en su perfil, evocó aquel intenso amor juvenil. No esperaba encontrarla allí…, pero ahí estaba. Verónica Vázquez… susurró íntimamente. Hola Germán ¡tanto tiempo…, imposible no reconocerte, tenés esa misma sonrisa! — Si bien la recordaba de cabello castaño y ahora aparecía casi pelirroja, llegó a la conclusión de que sus facciones a través del tiempo transcurrido, también se habían modificado bastante. Vos estás tan linda como siempre — dijo emocionado e intentando reconocer en esos ojos, la mirada enamorada de otra época. Sin mirarse al espejo, recordó su propio cabello negro, largo, atado con una bandita elástica y escondido debajo de la camisa para no ser sancionado en el bachiller número 27, al cual ambos habían asistido en Bahía. Se habían enamorado al comenzar el 5* año y tuvieron que despedirse al finalizarlo. Fue todo un drama…, al menos para él. Ella seguiría Medicina en la Universidad de Buenos Aires y él quedaría allí, en la Universidad del Sur, ingresando en la unidad de Investigación del Centro de Recursos Naturales del departamento de Agronomía. Treinta años después los unía el azar, el destino, una aplicación digital. No había vuelto a sentir un sentimiento semejante; obviamente, tenían 17 años. ¿Te acordás del profe de química?..., ¿Cómo se llamaba…, Pires?. Lo encontré un par de veces en la Uni; mucho más grande por supuesto, ya debe haber fallecido. — ¿Y qué hacía Pires en la facu de Medicina?— —No…, en la de Ciencias Exactas Germán, yo no seguí Medicina, sabés que siempre me gustaron los números — dijo Verónica. — En cambio a vos te tiraba el campo y te anotaste en

Agronomía. Sé que te fue muy bien y sos un ingeniero prestigioso en Monte— agregó. Eso lo dejó pensando. En la vida no siempre se siguen los caminos proyectados…, pero entre medicina y economía como que la brecha era bastante amplia. Además ¿cómo sabía ella de su trayectoria, si no vivía en su zona? Aunque pueblo chico…, dice el refrán, infierno grande. Recordaron compañeros en común, por apodos la mayoría, ya que los nombres y apellidos no aparecían fácilmente: rulitos, el sapo, el colo, judas, Rasputín, la peli. Nunca abordaron el tema de aquel romance apasionado y fugaz. Él para no incomodarla, ella tal vez por vergüenza, supuso Germán, aunque parecía muy feliz por el hallazgo y no hablaba con timidez en absoluto. Durmió mal y despertó abombado. Se duchó, tomó un café fuerte para despejarse. Salió del hotel con lentes oscuros para disimular las ojeras y la ansiedad. Se encontraron en la puerta del bachillerato, dos adultos bien vestidos, una sonriente, el otro dubitativo. —Ger querido…, qué alegría verte, te traje una sorpresa— dijo abrazándolo con puro cariño — ¿Más sorpresas? — Respondió él, reconociendo que no era su Verónica quien lo abrazaba. —Tus pecas, ahora que las veo de cerca, siguen tan simpáticas como siempre… ¿Qué me trajiste? — Desde atrás de una camioneta con cabina apareció el colo, grande, gordo, sonriente y lo estrechó entre sus fuertes brazos con lágrimas en los ojos, mientras la peli los miraba emocionada. El buenazo de su hermano reencontrándose con su amigo después de treinta años, por una cita a ciegas… Ya en el almuerzo, Germán distendido preguntó a Verónica. — ¿Pero por qué V.V. si sos Verónica Cepeda como tu hermano…, acaso es el apellido de casada?— —No…, nada que ver. Cuando mis viejos se separaron, hice causa común con mamá y adopté su apellido de soltera; ahora soy Verónica Vázquez... Como aquella noviecita que tuviste en 5* año y se fue a estudiar medicina a la Capital… ¿Te acordás de ella, no? — — ¿Que si me acuerdo...? Claro— Germán levantó la copa de vino tinto y brindó con sus amigos, finalmente aliviado.

El ovillo se había desmadejado. Su cerebro comenzaba a funcionar normalmente. No quedaban dudas al respecto. ¡Y Verónica, la peli…, estaba muy linda! VIVIR La pandemia obligó a dejar los vínculos de amistad y las expresiones físicas por largo tiempo. Desde niños y adolescentes, que no descubrieron aún lo que es un acercamiento piel a piel, hasta padres mayores con hijos cuidadosos. Se fue dilatando tanto, que muchos como Alicia, comenzaron a relacionarse por medio de aplicaciones digitales, conociendo a otros online, iniciando ´´noviazgos virtuales´´. Cuando conoció a Leonardo, a través del chat, ambos sintieron una conexión especial. Estuvieron charlando un par de meses. Luego resolvieron tomar al toro por las astas. Con todas las precauciones proyectaron un encuentro cerca de la casa de ella, ya que no se podía viajar en medio público y él disponía de movilidad propia. Llegó el día esperado y Alicia felizmente dejó de lado las especulaciones negativas. Con dos barbijos y bañada en alcohol partió para el lugar de la cita. Un coche gris se acercó a su paso. Escuchó su voz presencial que la nombraba y vio que la puerta del acompañante se abría para que subiese. Eso no estaba previsto en sus planes. Leo fue a estacionarse más adelante. Caminaron un rato conversando, intentando reconocer al que del otro lado hablaba bajo el barbijo. Leonardo invitó a un café, pero ella no confiaba en que se cumpliesen con los protocolos. Una taza sucia o una cucharita mal esterilizada… Se despidieron con un semi abrazo distanciado y conciliaron un encuentro para la semana siguiente. Así fueron quitando los barbijos e incluyendo los acercamientos. El tiempo iba pasando, las charlas y los besos iban dejando sabor a poco. La piel iba pidiendo pista…, como suele decirse. Le dieron finalmente el espacio suficiente. Recobraron con sorpresa la sensación del roce con otro cuerpo.

Cruzaron la barrera del temor y la soledad…, para disfrutar el tiempo que les queda como seres humanos vivos y sentir que no están sobreviviendo. Hoy se los ve — como diría Eladia— honrando la vida. DECIDIRSE Con la mirada perdida en el horizonte; esa línea que separa el rojizo atardecer del verdoso espejo marino, se mantiene aletargado y como en trance durante un buen rato observando el paisaje. Con los pies en el agua y sin prestar atención a las olitas espumosas que llegan hasta sus tobillos, mantiene la mente en blanco. Es uno de los escasos placeres que le permiten desconectarse, estar consigo mismo, alejarse de la vorágine cotidiana…, bajar decibeles. Logra sin embargo, desprenderse de ese hipnotismo y echa una mirada a su elegante reloj pulsera que indolentemente cae sobre la muñera derecha. Las 19 hs. oficia el inaudible tic tac de su acompañante. Se ha hecho tarde. La bruma ya se hizo presente en la playa. Volviendo sobre sus pasos hacia la costanera, hundidos los pies en la arena repara entonces en la pérdida de los zapatos gamuzados y sus calcetines al tono. Seguramente fueron arrastrados hacia adentro cuando inmerso en sus divagaciones o en los blancos de sus pensamientos, jugaba con el agua que le iba tapando los pies. Ya en la acera, sin prestar más atención a esos detalles superfluos acciona la apertura automática del automóvil. Descalzo y con las botamangas mojadas y marcadas con esa línea blanca que deja la sal marina, se dirige a su casa. El sonido del teléfono celular hace que desvíe tan sólo unos segundos la mirada para reconocer que el llamado era de su jefe…, obviamente no responde. Había abandonado la oficina dando un portazo, renunciando verbalmente. El exceso de trabajo, presiones e intolerancia provocaban que reaccionara de modo irreverente no pocas veces…, pero siempre volvía. Era necesario, imprescindible…, o tal vez no.

Entró sonriendo, y sin dudar, clickeó finalmente sobre el archivo R que permanecía dormido en su laptop desde hacía demasiado tiempo.

Lourdes Pereira LA DESPEDIDA DEL ENCUENTRO “Bella” clavaba los dedos de sus pies en la arena húmeda, que a esa hora de la tarde, con el ocaso asomando en el horizonte, se hallaba más fresca. Y ahí, a orillas del mar, Anabella Benítez disfrutaba de la tranquila playa, sentada en la cómoda reposera; se encontraba absorta en el ir y venir de las olas. Su malla de baño se encontraba aún mojada y se había envuelto en un colorido pareo en varios tonos de verde que hacían resaltar aún más el tono bronceado que su piel estaba tomando en esos tres días de descanso. — ¡Pero qué bien Veo que vos si sabes relajarte! — La voz llegó de sus espaldas y ella sin girar, cerró los ojos y suspiró; la emoción la envolvió. Conocía perfectamente esa voz. Se puso de pie y volteando a ver, descubrió las tres mujeres allí paradas, Mariela su hermana menor, Graciela y Daniela, las dos mejores amigas de la infancia y parte de la adolescencia. —La banda de las “elas”— como se llamaban hace años atrás, estaban otra vez reunidas. Rápidamente las cuatro mujeres se encontraban en un grupal abrazo, se saludaban, besaban, sonreían y todas dejaron escapar discretas y emotivas lágrimas. No era para menos, después de casi 7 años, se volvían a encontrar; tras la gestión paciente de Daniela, que habiéndose ocupado de toda la organización por meses, logro que las cuatro pudieran reunirse por 4 días en Brasil, en una playita retirada del bullicio, pero con todas las comodidades. El hotel que daba a la playa también disponía de unos de los mejores restoranes de la zona y se podía comer los más exquisitos pescados provistos al hotel por los mismo lugareños, algunos buenos vinos y muchas cervezas artesanales de todos los colores, para todos los gustos y las mejores frutas tropicales, con las cuales las amigas habían sabido deleitarse en muchas vacaciones de verano. En el hall del hotel, las “elas” recién llegadas disponían órdenes a los dos cadetes, que sonrientes y predispuestos las atendían, organizaban su equipaje que dejaron en la recepción, al ir rápido a sorprender a “Bella” a orillas del mar.

Las habitaciones las compartirían de a dos, Bella con Mariela, y en la habitación próxima, Graciela y Daniela. La noche ya había caído y las mujeres se dispusieron a relajarse unos momentos antes de bajar a cenar. —Hay tiempo— pensó Mariela, poniendo música y llenado la bañera con sales de colores que encontró en el baño. Mientras Bella en una pequeña mesa en el balcón bebiendo un poco de vino blanco frio, encendió su netbook, “aprovecharía” a chequear algunos mail. Finalmente las cuatro amigas estaban listas para bajar a cenar; se encontraron en el cuarto de Bella y charlaron sin parar de todo un poco. Bella mantenía contacto aunque no muy asiduo con Daniela, sabían una de la otra por las redes, se mandaban mensajes y charlaban de vez en cuando por teléfono. Además era Daniela que mantenía al tanto a Bella de la vida de su hermana Mariela y también se enteraba por la cercanía de su hermana menor a Graciela, de ésta que además había vuelto a Buenos Aires hacia no más de dos años. Finalmente las cuatro se encontraban en el restorán, el clima entre ellas era de alegría, entusiasmo y el buen humor las invadía; todas charlaban mucho. Había que ponerse al día, después de tanto tiempo. —Deberíamos parar de charlar para poder comer— dijo medio en broma y riendo Bella. — ¡Es que no tenemos tiempo que perder! — Agregó Mariela — ¡Si no hubieras desaparecido tantos años! — Nadie dijo nada. Las cuatro mujeres clavaron sus miradas en los platos y se dispusieron a cenar. El buen clima no había cambiado…, fue una nube pasajera de pasado, del que no habían querido hacerse cargo hasta ahora…, solo dejarlo atrás, Bella así se lo había propuesto, pues era el casamiento de su hermana, su hermanita menor. Realmente deseaba que esté muy feliz y que todo transcurra según lo había soñado desde muy pequeña. Y así transcurrieron tres días y cuatro noches en las cuales las “elas” pasaron alegres y divertidos momentos: nadaron, escalaron los morros, surfearon, bailaron, degustaron platos exclusivos del chef de la casa; la Bossa nova acompañaba a la perfección esos atardeceres con vino.

— ¡Por favor chicas! Si no dejo de probar estos vinos no me va a entrar el vestido! — Gritaba de repente Mariela, sin soltar la copa, y seguía bebiendo; se encontraba realmente alegre y disfrutando de todo, especialmente del hecho de estar despidiendo su soltería con su hermana, Sentía que estaba viviendo un momento realmente especial, el que recordaría siempre. Además siendo su profesión la fotografía, no iban a faltar fotos para recordarlo y mirarlas cuando quisiera. El paisaje, los colores y las luces que les brindaba el lugar…, era mágico. En el cuarto amanecer de la estadía de la pintoresca playa, Bella, Mariela, Graciela y Daniela, tenían programado un viaje en lancha hacia una pequeña isla a pocos minutos de allí. Después de un suculento y frutal desayuno en el comedor del hotel, se disponían a la salida, cuando Mariela advierte que le falta un Flash de su cámara y no estaba dispuesta a salir de allí sin tener todo el equipamiento fotográfico. —Por favor chicas esperen aquí, subo por un flash y nos vamos— —Por favor que sea rápido— le pedía Grace —Tenemos el turno para la lancha en 15 minutos. —Si…, si, es un momento nada más— —Está bien “Elas”, mejor vayan…, Mariela con Grace por la lancha y yo acompaño a “Ela chica” para que no se demore— Dijo Bella y calzando su mochila al hombro tomó a su hermana del brazo por el otro lado y marcharon hacia la habitación. — ¿Te fijas en ese bolso Bella? Ahí tiene que haber dos— le indicó a su hermana con la mano —Voy al baño mientras— — ¡Claro apúrate! — Contestó Bella sonriente y moviendo la cabeza en un suave no. Su hermana siempre tenía que ir al baño, pensó La hermana mayor se acercó al bolso de fotografía pero antes de tomar lo que venía a buscar, pasó la mirada por la valija que su hermana tenia abierta y con ropas revueltas; quiso acercarse a ver detenidamente si era lo que se imaginó. En una división de la valija sobresalía un pequeño estuche de anillo, se inclinó hacia el objeto y lo tomó — ¡Oh! ¡No es cierto! …es…es el anillo de abuela Mari! — Dijo mientras se dejaba caer en la cama, quedando sentada con el estuche en la mano y la cabeza llenándose de ideas rápidamente.

—Ya estoy lista Bella, ¿encontraste los flashes? — Bella giró, pero al mirar a su hermana su cara ya no estaba feliz, su rostro se había tornado endurecido, los ojos rojos. — ¡Vos y mamá…mamá y vos! — Le gritó. Mariela quedó atónita, no llegaba a entender. —Pero Bella.. ¿Qué pasó? — — ¿Y todavía me lo preguntas? ¡Ya sus una mujer!... ¿no? ¿O aún tengo que seguir cuidándote y explicándote todo? — —Es…es que no entiendo…yo…— dijo apenas la hermana menor. — ¡Claro Mariela…, no entendes! Volvió a alzar la voz Bella que no soltó en ningún momento el pequeño estuche de terciopelo color uva, le replicó. —Así que vos tenías el anillo que mi abuela me dejó; me lo regalo cuando éramos niñas, mamá lo sabía y también sabía que lo busqué desesperadamente cuando desapareció de mi cómoda misteriosamente un día, La abuela ya no estaba, la “abu” Mari, la única persona que pensaba en mí, que me quería y le importaba. Cuando la abuela murió, una parte de mi mundo se desmoronó para siempre, tuve que hacerme más fuerte a la fuerza, y gracias a mamá. — ¿Pero qué pasa? No entiendo… ¿Por qué estás tan enojada con mamá? Me llamo la atención que no fuiste a su entierro…, pero como estabas afuera de viaje, no pensé…— Mariela estaba realmente confundida y más sorprendida aún; todo de pronto había cambiado. —Sí, ahora soy una mujer adulta, por eso sería bueno que me digas… ¿Qué pasó con mama, por qué te fuiste así y me dejaste? — Mariela trago saliva y continúo. — ¡Yo sé que mamá era un poco especial y con ese carácter! — Grace la miró, casi con indignación. — ¿Especial? ¿Llamas especial una madre capaz de destruir la felicidad de una hija y cuidar la felicidad de la otra? — La miró fijo, esperando la respuesta. — ¿Cómo destruir?... O sea que vos crees que mamá te destruyo la vida? Yo creí que eras feliz, Bella — Bella caminó unos pasos, llegó a la puerta del balcón, miró hacia afuera, se apoyó en el marco de la puerta sin salir; el sol ya calentaba más, —Va hacer mucho calor hoy—pensó. Sin mirar a su hermana menor, Bella continuó hablando, ahora sin gritar, pero con pesadumbre y seriedad en su voz— Sí, así es Mariela, soy feliz,

porque pude huir de todo lo que mamá me imponía y si algo yo quería…, ella se encargaba de sacármelo. ¡Mamá me lo saco todo por años! Desde que papa murió, se volvió otra persona, ya nunca más hablamos, solo me ordenaba y era mi obligación todo lo que ella decía, y mi primer orden siempre fue cuidarte…, me lo sacó todo! Hasta ese noviecito del que estaba tan enamorada, lo echó y me prohibió verlo. Tuve que dejar diseño por ella. Dejar mis amigas por ella, ocuparme de la casa, de que vos estés bien… ¡Yo también era una niña, una adolescente que quería salir y estar con sus amigas! — No hubo manera de cambiar, ni superar ese momento, al menos no lo era para Anabella; se encontraba hundida en un sentimiento que le nublaba el razonamiento, solo podía pensar en el odio que le provocaba. Para evitar mayor malestar y no continuar con la discusión, le pidió en escuetas palabras a su hermana que volviera con Daniela y Graciela…, que ya estarían inquietas. Mariela así lo hizo, con tristeza salió de la habitación. Al volver a la noche, ya Bella no se encontraba, ningún rastro quedó en la habitación. El día estaba cálido, por esa razón Bella dejo el chal en el auto y bajo con el deslumbrante vestido color esmeralda. Así vestida de gala se paró frente al gran portal del cementerio, miró hacia el cielo, dio una pitada más al cigarrillo y entró después de aplastarlo en el piso. Era sábado y a esa hora de la tarde, cercana al cierre del lugar, era muy poca la gente que se podía ver. Bella parada justo frente a la lápida de Maria Rosa Beltrán, su madre, le habló. —…Y así entendí que hiciste lo que pudiste mamá y hasta me ha resultado mejor…, creo— se dijo. Y sonrió, recordando al hombre que la esperaba cada día en el hogar que compartían hacia un poco más de 5 años. Continuó hablándole a su madre —A pesar que en su momento no lo entendí y sufrí por todo lo que debí relegar o perderme de vivir, las responsabilidades…, creía que solo amabas a mi hermana… Conocí un maravilloso hombre, tomé la carrera que realmente me hace feliz y tengo éxito… Está bien mamá es hora de continuar adelante, de perdonar y perdonarme. Ya es hora de dejar de

culpar a Mariela, nunca fue su culpa nada de lo sucedido. Tal vez no supiste manejar tu dolor por la pérdida de papá y estaba yo para cuidar a mi hermana. La amo y me alegra al fin verla ser una grande mujer y deseo su felicidad y que cumpla sus sueños, como el de hoy, casarse y brindar la fiesta soñada... —Adiós mamá, debo llegar a tiempo a una boda, y llevar a mi hermana al altar—

Walter Lisaso SORPRESA Corría el mes de agosto y Aníbal—de 57 años de edad— llegaba a su casa, al finalizar un arduo día de trabajo... Después de cenar, tomó un merecido descanso, en su cómodo, relajado y amplio living, con una hermosa tenue lámpara de pie. Desde su gran ventanal —la que da a la calle Jujuy— en su pueblo natal Pergamino, vio una imagen que le llamó poderosamente su atención. Florentino —su padre— ¡Venía cruzando la calle desde la escuela nro. 3 donde Aníbal cursó todos sus estudios primarios! Venían muy felices los dos, porque a él le gustaba mucho y a su vez le parecía extraño, que Florentino lo haya ido a buscar, porque era hora de su trabajo... De repente, su perro Corbata —emocionado y feliz al verlo en su sillón—lo despierta a su dueño con unas dulces y suaves lambetadas en su rostro, en demostración de felicidad. Aníbal mantiene su sonrisa dibujada en su rostro, por el sueño que había tenido, recordando a su padre junto a su mascota fiel EL REGALO Corría el mes de julio y la terminal de ómnibus de Liniers me despedía, como la única testigo de lo que vendría. Destino…, La Patagonia. Debo reconocer, que el viaje, si bien yo sabía que era largo, por momentos me ganó la ansiedad y a medida que pasaban las horas, en mi mente se dibujaban muchas posibilidades de como seria ese reencuentro. Sabía que como mínimo…, iba a ser “hermoso”. Después de casi 20 horas de viaje, nos detuvimos para almorzar en la terminal de Neuquén. Y lo inesperado pasó. Me quedé helado como las nieves eternas de la zona. Se me paralizó el corazón. El micro con su número de interno 8736 ¡No estaba! Por un momento, como había tanta gente comprando…, pensé que lo había perdido. Recorrí las 48 dársenas ilusionado de encontrarlo…, pero no.

Pasaron los 20 minutos más angustiantes de mi vida y cuando levanté la vista…, la felicidad inundo mi ser. . ¡Lo estaban desinfectando! Seguimos hacia el destino final. Como venía con un poco de retraso, le pregunté a uno de los chóferes a qué hora aproximadamente llegaríamos a destino. Le aviso a él y la respuesta fue: —Ahí voy a estar, no me importa dejar de trabajar para ir a buscarte—. Fue un espejo de nuestras vidas, el reloj pareció detenerse por toda la supuesta pérdida de tiempo. Su mirada lo decía todo, los detalles quedaron atrás. Era la misma de siempre: fresca, amorosa, sincera. Sin mediar palabras nos fundimos en un abrazo interminable. Había llegado al Bolsón a verlo y como si esto fuera poco…, el 20 de julio “DIA DEL AMIGO”.

Rafaela Zerpp EL ENGAÑO En la mañana del 15 de diciembre hacía mucho calor Manuel tenía una fábrica de plástico, trabajaba con su novia Belén de 18 años. La fábrica estaba en Capital Federal. Ella vivía a unas pocas cuadras de donde trabajaba Manuel y realmente lo amaba. Él, si bien quería a Belén, siempre tenía mucho trabajo. Belén tenía una hermana llamada Maria de 21 años, no trabajaba, por lo tanto tenía siempre limpio el departamento. Una mañana cerca de las once, Belén descubrió que Manuel la engañaba con la amiga de su hermana Maria. Decidida, fue a la fábrica, ingresó por la entrada que daba a la calle principal, caminó hacia la oficina y al abrir la puerta despacio, para no hacer ruido porque pensó que Manuel tenía reunión de empresarios, encontró a Laura, la amiga de su hermana con Manuel abrazados y desnudos en la mesa de la oficina. Belén, muy enojada, enloqueció…, bajó las escaleras y agarró un cuchillo muy fuerte con sus manos, que estaba en la cocina de la oficina. Muy furiosa y gimiendo, subió las escaleras y muy despacio abrió la puerta de la oficina de su novio. Manuel estaba de espalda, detrás de la puerta de la oficina con Laura, su amante, mirando ambos por la ventana, besándose descontroladamente. Belén enloquecida, mientras apuñalaba a Manuel y a Laura, gritaba “…mentirosos y desgraciados me engañaron…” Pasaron unos minutos… Maria empezó a preocuparse por su hermana Belén, porque no volvía a su casa. Tomó su cartera y fue a la fábrica a ver qué pasaba con su hermana. Al entrar, subió las escaleras, abrió la puerta de la oficina de Manuel y lo encontró a él y a Laura en el piso, apuñalados y llenos de sangre Maria comenzó a gritar llamando a su hermana. Al no saber qué estaba pasando, salió corriendo y encontró a su hermana Belén en las baldosas de la entrada de la fábrica…, con una puñalada en el vientre…, agarrando el cuchillo con sus dos manos.





María Benítez ALMA Caminó con ausencia del tiempo…, los ayeres perdidos que su mente olvidó… Flores muertas rodean su lecho, oscuro destino su sombra dejó… ERES Eres el tibio amanecer envolviendo en tenues colores y cálidos abrazos, que se amalgama en un amor sincero sin fin, sin tiempo. Eres luz que incide en un mirar sereno,, con ojos perpetuos, transparentes, sumergidos con ternura en un azul profundo, oceánico, perdidos en el mar. Eres amor…, como un sendero sin límite, sin espera, sin partida, que viaja y juega en silencio, eternamente en mi corazón…

AUSENCIA Cautela de un fino recuerdo, Circulaba hacia el límite de su pesar. Anclada en un cielo sin tiempo, Como un barco inerte, en el fondo del mar… Su estampa a espalda de su silencio, En un puente de ausencias. Amiga de su soledad… Gotas de lluvia, Marcaban su tormento. Mientras su alma fallece, En la eternidad… VUELO DE MARIPOSA ¡Despierta! Pequeña ilusión. Viajera de jardines eternos. ¡Levántate! La aurora y un mundo de colores llaman a tu puerta. Adorada por la primavera, recorres caminos secretos. Detenida, libre, sin tiempo, entre lirios, lavandas y sueños. Dueña de cuentos y suspiros de amor, rondas la vida con el alma inquieta, dejando distante tu huella de luz para corazones latentes…

Ema Carricarte ¡No me sueltes! Yo me lanzo... Solo tu fuerza me sosiega. El mundo es el espacio abismal donde los riesgos, la aventura de vivir…, me desafía. Tu mano, su calor…, me fortalece, lo hace posible. ¡Todo se aclara y brilla el sol! MIRANDO CAER LA LLUVIA DESDE MI VENTANA Te abres frente a mi…, expectante, como el ojo avizor del faro mudo, develas los ánimos variados… de caminantes solitarios o perdidos. El sol se muestra en ti recién nacido… y se guarda agotado en la jornada… donde animó al pobre o desvalido… y calentó suavemente al aterido gato. Me acompañas, me alumbras y resguardas, de esta lluvia de hoy desde mi nido… solo las gotas se caen presurosas, marcando su resbaloso y cristalino camino…

SI PUDIERA VOLVER EL TIEMPO ATRÁS Si el tiempo volviera…, no volvería. Sería como añorar lo ya perdido, como rehacer o remendar lo equivocado, como olvidar y no valorar lo ya aprendido. Yo atesoro lo sabido, sobre él construyo, me equivoco y me adelanto mejorando las lajas del camino… Miro hacia atrás…, pero yo sigo. TE ESPERO Sobre la calle oscura mojada con mis lágrimas, apenas el reflejo de la luna le da vida…, apenas. Tras el vidrio de la ventana muda sin imagen de regreso apagada de ilusión…, te espero. De pronto hay dos pies…, interrumpen la aletargada espera, avanzan hacia mí, trayéndote… ¿Quizás una oportunidad…? ¿Quizás otra esperanza…?

Elisa Contartese EL CAMINO Tu figura desdibujada se aleja en el camino, mientras el alma burlada estremece mi pecho. Inválida de amor…, sólo lágrimas acompañan mi existencia. La melancolía adormece la soledad del cuarto obscuro y gélido. Ahogada en un oleaje de furia y desconcierto la cordura se perdió en un laberinto sin fin. Sin encontrar la salida era consumida por la desesperación. El camino perfila tu cercanía… Un temblor inigualable invade todo mi cuerpo y un fuego abrasador funde nuestras almas. El vaivén de tristezas y alegrías queda sumergido en un pasado remoto. Nuestro acuerdo es el presente, el amor…, la ofrenda.


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