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La chateadora_final

Published by barango, 2017-01-20 10:47:33

Description: La chateadora_final

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Alondra, estás bendecida por los dioses. Pero no abuses. 101Te puede costar caro. No abuses de tu buena fortuna.María contrató un abogado. Ya sabía moverse como pez enel agua en las altas esferas, y tenía sus propias defensaslegales. No le fue difícil hacerse a ellas, con sus encantos yel conocimiento adquirido de la sociedad y sus asuntos. Elabogado, un prestigioso jurista, que hasta Magistrado ha-bía sido, no tuvo dificultad en defenderla, aclarar el asun-to a favor de María, y lograr dejarla libre como un pajarito.Que fácil fue decirle al juez que María no tenía nada que veren el ilícito, que por caridad cristiana le había permitido almalhechor vivir en su casa y un largo etcétera que termina-ron dejándola bien librada. También para eso era la plata yen su momento, como ese, la usó sin contemplaciones y agozar de la libertad. Este país tiene culpables pobres y cul-pables ricos, los unos a la cárcel y los otros en la impunidado en sus casas por cárceles y ella se las había ingeniadopara ser de los últimos.Y claro que la suerte de Sebastián no fue igual. Fue negracomo su conciencia. Doce modelos de la red de trafican-tes habían caído como moscas en la redada de la policía,que se las ingenió para infiltrar un agente, y con él desen-redar la maraña operativa y administrativa de la empresadel crimen; más de cincuenta personas involucradas en lasoperaciones del lavado de activos cayeron en esta ocasión,perdiendo como siempre ocurre, el propio negocio de laWeb, que es sacrificado en medio de los moralismos jurí-dicos, a pesar de que la página no sea más que una expre-sión posmoderna de la condición humana y no haga nin-gún daño, por el contrario entretenga y desfogue pasionespara evitar violencia que se le sale al ser humano por todoslos poros, y que la sexualidad apacigua.María volvió a sumergirse en su trabajo. Como una sirenaque se tira desde un acantilado al mar del deseo, ella se

hundió en el océano de la virtualidad y en el decidió habitar de día y de noche. La virtualidad se hizo su propia realidad. Y sí que la pasaba bien. Las ironías de la vida. Ella bella, prefería diluirse en la pantalla de su monitor e irse a viajar a esa realidad etérea, conseguir amigas y amigos, chismo- rrear al espejo de la virtualidad con sus colegas de trabajo y coquetear con sus clientes. Y así pasar semanas enteras, fines de semana pegada a la pantalla de su monitor, decla- rando su dormitorio y arena del espectáculo todo su uni- verso, para vivir en sociedad virtual. Y ni los monitores de esas páginas escapaban al encanto de sirena que ella les producía. Vivir en y para la página se fue convirtiendo en el sentido de su vida, su teatro de operaciones, su estancia, su morada, su casa, su todo. Hoy en día el concepto de novio ha cambiado mucho. Y como es de esperarse, se dan también los novios virtuales.102 En este caso, un cliente asiduo, que con el correr de los días, de las visitas, de los créditos enviados, se va acer- cando más y más a la modelo, y se hace consuetudinario, fija su residencia en una modelo y la visita a diario, gene- rándole una entrada de dinero regular. Las modelos, ni cor- tas ni perezosas, consiguen varios novios de este tipo. Son facturadores regulares, muy apetecidos. Y estos novios se encoñan de la modelo, no la quieren sino para ellos, y la pi- den en chat privado, y no escatiman dinero para tenerla en exclusiva, solo para hablar con ella, solo para contemplarla y sentirla suya. Mientras toques mágicos de dinero van y vienen para ellas, bienvenidos estos novios. Pues María no podía ser la excepción. Y ella sí que los conseguía apega- dos y bien adinerados. Ese novio, osado y derrochador, un buen día le preguntó que cuánto ganaba ella en un día de trabajo, y María le respondió, por no dejar, que alrededor de quinientos dólares. Y como por arte de magia, ella vio con los ojos bien abiertos que aparecía una propina de veinte

mil créditos, mil dólares. El bello novio, generoso le enviaba 103de un tiro todo ese dinero para liberarla ese día de la faena,y él sentirse el Aladino de la lámpara maravillosa. Te regaloel día de hoy, haz lo que quieras con él, dijo su Aladino, ysonrió satisfecho con su ego.María que había evolucionado hacia una mujer diferen-te, culta y con hábitos de lectura interesantes, ganados afuerza de seguir al pie de la letra los consejos de su tutorAlejandro, los ponía en práctica con su novio. Hoy notabala importancia de la universidad para Webcams, como lallamaba atinadamente Alejandro. Gracias a ella, María erabuena lectora, se cultivaba en ese oficio, que la diferencia-ba de las demás, y con mucho dominio de la lectura, torná-base lectora de poesía en voz alta que la disfrutaba en laarena de sus espectáculos virtuales, dejando pasmados asus clientes, y más a su novio. Fue tanto el entusiasmo li-terario que decidieron de común acuerdo leerse al aire cada15 días unos textos poéticos, y luego comentar las emo-ciones y sentimientos que les arrancaban las páginas dellibro escogido. Tan intelectual ofrecimiento se convirtió enun valor agregado a las atracciones mutuas de los dos, quelos fue apegando sin darse cuenta el uno al otro.María se enamoraba. Se enamoraba irremediablemente.Pero ¿de quién? Del hombre sin rostro. El extraño personajeno se dejaba ver. Era esquivo, enmascaraba su continenteen las tinieblas virtuales. Físicamente era un fantasma, surostro, el de Santo el enmascarado de plata. Pero era bellocomo persona, su palabra se sentía sincera, enamorada ymuy bien tratada. Y ella, a pesar de su pragmatismo, desu cinismo a la defensiva, se estaba enamorando. Cadaque ella le insistía en que mostrara su rostro, el eludía esaposibilidad con mucha calidad y sutileza de estilo. Algúndía lo verás, le decía, no desesperes. Y ella se quebraba lacabeza. Manejaba mil hipótesis. ¿Será el hombre elefante?

¿Estará desfigurado? ¿Acaso es un parapléjico, un Stephen Hawking millonario, que juega al donjuán? Un día cualquiera, cuando ella se acicalaba para su enamo- rado sin rostro, la puerta sonó. Toc, toc. Ella quiso pensar en él, se estaba enamorando, y ya todo se iba por encima de los requerimientos económicos, y se trasladaba al sen- timiento genuino, en una palabra, al amor. María abrió y se encontró con un mensajero y una encomienda en sus manos. El sobre de manila estaba sellado. Lo abrió de in- mediato, ansiosa, y para su enorme sorpresa se encontró con un pasaporte. Foto y nombre de ella, incluso su firma, su rúbrica.., ¿pero cómo? Se decía. La magia del dinero, el poder del dinero, de las influencias, de los poderosos. Todo era posible y María tenía en sus manos su pasaporte, docu- mento de identidad y salida que ella no había tramitado, y para colmo, el documento visaba para entrar al Reino Uni-104 do y todo a favor de ella. ¡Increíble! Todo apuntaba a un cuento de hadas, y en el cuento ella era el hada madrina. María no salía del asombro. No logra- ba enlazar nada, asociar nada. Todo era un mar de con- fusiones. Una llamada telefónica vino a poner todo en su lugar, sin quitarle la magia y el encanto al asunto. De un número privado, se oía una voz varonil, en un español con acento Inglés que le decía: María, tuve el privilegio de ser tu primer cliente. De ganar tu presentación inaugural. Yo fui el primero que te vi, como una princesa encantada, dan- zar por primera vez frente a las cámaras, a la virtualidad de los shows eróticos. Mis ojos fueron los únicos que te vieron graduarte de modelo, de diva de la sensualidad. Te formaste en la academia de Alejandro, y yo no te perdí pisa- da, hasta que te graduaste, y compitiendo con los mejores, gané el privilegio de verte actuar, ahora quiero que viajes, que atravieses el mar, que vengas en cuerpo y alma y me visites, te me presentes y hagas realidad mi sueño desde

ese entonces: verte en la realidad. En tus manos está el pa- 105saporte. Tiene el visado en regla. Una limosina te recogeráa buen tiempo el día de mañana y te llevará al aeropuerto. Ydicho eso, colgó. Ella no alcanzó a preguntar nada, solo unleve suspiro se le escapó de su garganta. Mil preguntas seapretujaban en su cabeza. Se la tomó en sus manos, perodibujó una sonrisa y se tendió en el sofá.Aventurera y atrevida, estuvo unos minutos ensimisma-da, para luego pararse como un resorte y ponerse a hacerlas maletas. Al otro día, el citófono le sonó como músicapremonitoria en sus oídos. El chofer había llegado con lalimosina, dispuesto a trasladarla al aeropuerto. Oficiandode mayordomo, tomó en sus recias manos el equipaje deMaría y lo guardó en el maletero, acto seguido, le abrió lapuerta del coche y la invitó a entrar. Entrar en la limosinaera empezar una aventura, que sabe Dios adónde la lleva-ría, pero ella era de armas tomar y no se quebró, a pesar deun sudor frío que le recorría el cuerpo dándole la señal de laansiedad a lo desconocido.En el aeropuerto todo fue extraordinario, fácil y fluido. Re-corrió pasillos exclusivos, destinados a los personajes másencumbrados e importantes y adinerados del mundo. Eranlas entradas vip dispuestas para un club selecto de perso-nas, que ahora estaban para ella. Dios mío, se decía conuna sonrisa de oreja a oreja. Los controles migratorios erande otro tipo, cordiales, discretos, inteligentes, nada moles-tos. Flanqueada por su chofer custodio alcanzaron la pista,caminaron unos pasos y llegaron a un jet privado. Maríaviajaría al viejo continente en un jet privado, con destinoa un misterioso hombre sin rostro de quien a decir verdadestaba enamorada, ¿Pero quién era aquel extraordinariohombre, cuyo poder sacaba de la chistera un pasaporte le-gítimo y un visado sin formas que diligenciar? Él lo sabíatodo de ti, y tú a duras penas sabías del tono de su voz,

grave y varonil. Morías por saber de él, aunque fuera una pizca más. Ya será, no desesperes.    106

CAPÍTULO DOCECamino del viejo mundo



El avión carreteó y decoló y tú mirabas alelada por la ven- 109tanilla. Te parecía mentiras lo que te estaba sucediendo. Eldespegue fue suave, con la nariz de la nave apuntando alcielo, y tú mirando la tierra que se empequeñecía. La azafa-ta, solo para ti, te distrajo un poco de tu ensimismamiento.No querías nada, no tenías ganas de nada. Estabas muyadentro de ti, pensando mil preguntas. Eras una masita denervios y emociones encontradas. Te esperaba un viajetrasatlántico, horas y horas hasta llegar a tu hombre al otrolado del océano.Más de diez horas después el avión aterriza en un aero-puerto londinense. Vuelves a recorrer pasillos de privile-gio, policías discretos que no te molestan para nada, unabienvenida formal y protocolaria por parte de inmigración.Extraordinario, venir del tercer mundo, de un país en la pi-cota pública mundial, y tú tratada de manera prudente yrespetuosa, sin colas, ni acosos, ni burlas, ni nada, como sipertenecieras al primer mundo y al club de privilegiados dela historia. Vaya suerte. No te la creías.Camino de la suite que te tenían reservada, mirabas alela-da las luces de la ciudad. Minutos y minutos que degus-taste hasta llegar al hotel cinco estrellas y quedar sola. Teparaste frente al ventanal que te daba una panorámica detoda la ciudad. La ciudad a tus pies. Te tumbaste en unagran cama y el cansancio físico te rindió. Cerraste los ojosy pronto entraste en el mundo onírico, del que creías nohaber salido todavía en horas.Dormida de lado, como una gatita con tus manos palmacontra palma debajo de tu mejilla derecha, empezaste asentir la presencia de otra humanidad, una humanidad cá-lida de hombre que te abrazaba en silencio y suavemente.Un hombre como un oso que te abrazaba con todo el cui-dado del mundo para no alterarte. Y tú, pájara pinta, venida

del trópico, exótica, te dejabas tomar como en la cuenca de unas vigorosas manos. Entredormida no atinabas a saber en ese duermevela qué era realidad y qué era fantasía en ese momento. El hombre te abrazaba y te miraba tierna y sensualmente. El hombre te mecía en sus brazos y tú fuiste abriendo los ojos lentamente. Los dos brazos bien tornea- dos y ligeramente musculosos revelaban juventud y vita- lidad. Tomada de costado, la posición te obligaba a mirar girando el cuello y tirando un poco hacia atrás la cabeza. Él con firmeza caballerosa evitó que dieras el giro, mientras te acariciaba con suavidad pero con solidez varonil, y tú te abandonabas a tu oso, a tu león, a tu príncipe, sin oponerle la más mínima resistencia. Emocionada, confiada, alegre, eras toda de él, no por falta de personalidad, sino porque la emoción te hacía la mejor de las hembras en celo. Te gustaba el juego, lo permitías, lo facilitabas, te agradaba y hacía parte de un sueño dorado.110 Dos noches de placer inolvidable Primera noche He aquí el primer encuentro. El inglés quería hacerte el amor como una obra maestra del arte amatorio. Tomó uno de tus senos en sus manos y lo acarició con gracia, lo estrujó en sus yemas, subió a tu pelo y lo mimó seseando un poco, balbuceando palabras eróticas en inglés que tú entendías perfectamente y disfrutabas. Luego bajó con sus dos bra- zos al ombligo, lo acarició y le pellizcó dócilmente, apuró una de sus manos que se fue toda a cubrir la bella flor, ro- sada, pulida, limpia de vellos púbicos, pero palpitante como un corazón animoso. Dominada, desvanecida, desmayada de emoción, te dejabas tocar por todas partes y él lo hacía sabia y deliciosamente. Lubricados los dos, temblaban de emoción, y gemías tú y rugía él, hasta la explosión volcáni- ca. Sin penetración, solo por la gracia del arte y de la fuerte agitación apasionada ambos llegaron al clímax.

Mojados en manantial, tú no aguantaste y bruscamente te 111giraste todavía gimiente, para verle el rostro a tu amante.Pero, oh sorpresa, el rostro de nuestro misterioso personajeestaba tocado con un antifaz. Una máscara veneciana, mul-ticolor, festiva, de brillantes lentejuelas se sostenía en unresorte negro que apretaba el occipucio. Bruscamente qui-siste quitarla de un tajo. Él lo evitó con soltura y seguridad.Todavía no, dijo. Cuando salgas de la habitación podrás lle-varte en tus pupilas mi rostro, antes no. Y no lo intentes denuevo, te lo pido, dijo con voz firme pero generosa. Intriga-da eras un mar de sospechas. ¿Cicatrices cruzadas? ¿Caraquemada? ¿Rostro deformado y monstruoso? ¿De qué seavergonzaba? Si acaso la vergüenza era la razón del antifaz;pero ¿por qué ocultaba su rostro? ¿Por qué?El cuerpo del inglés era perfecto. En bóxer se revelaba at-lético, bien tupido, de músculo discreto pero trabajado. Unabdomen plano y recio; en pocas palabras, un cuerpo ar-monioso, exquisito, bien hecho.Pero desnudos el uno y la otra ya no tuvieron pensamien-tos sino para el placer. La danza del amor había comen-zado. Tú tomaste su cara enmascarada y la besaste conintensidad, él te repasaba centímetro a centímetro con layema de sus dedos, mientras te apretaba contra su cuerpo.El pene en riel, mojado, rosado en su cabeza, se paseabaorondo por encima de tu flor. Tu flor se sonrosaba y se ex-ponía, se abría y se lubricaba, manando hilos de ambrosía.Los cuerpos presentaban sus humores y hacían parte dela excitación; tú lo olías, lo mordisqueabas, lo tocabas portodas partes, le apretabas las nalgas oscurecidas por unapelambre de macho. Él te lamía, hacía la lengua en puntay la llevaba al lóbulo de una de tus orejas, mientras pelliz-caba los pezones que erectos parecían manar leche. Tú ti-rabas tu cabeza hacia atrás y gemías, mientras tomabasel miembro viril y lo masajeabas, para llevártelo luego a tu

boca, y pronto bajabas tu mano izquierda en bandeja para tomar los testículos y tocar la balada de los dos huevos. Él sopesaba tus senos, se los llevaba a la boca, se metía en medio de los dos y besaba el centro de tu pecho de mujer, luego tú te tumbabas en la cama y abrías las piernas en M para que él buscara con su bello riel la profundidad de tu vulva y la penetrara. Penetrada, el hacía una, dos, tres plan- chas, rectas, sin tocar tu cuerpo, pene adentro, tieso como el riel de un tren, entraba en tus entrañas hasta llevarte al séptimo cielo. Él contenía tántrico el líquido lechoso, para sostener el orgasmo y prolongarlo hasta el límite. Los dos querían morir de placer. Tú te aferrabas a sus nalgas y ge- mías pidiendo más y más, él se sonreía y rugía, mostrando toda la capacidad del macho que sabe lo que hace. Todo estaba siendo permitido. Todos los agujeros eran cu- biertos, rellenados, por manos y dientes, dedos y pene. Y112 tú espléndida, como una araña, tejiendo con tu cuerpo una tela viscosa de placer que rendía a aquel hombre al encan- to de la carne. Uno tras otro se sucedieron cinco eyaculaciones de él, y doce orgasmos tuyos. El tiempo se había detenido para el placer, los cuerpos sudorosos se enroscaban, se trenza- ban, se fundían, y las caricias eran unas suaves, otras no tanto, y muchas ardientes de fuego como es el buen amor, el arte amatorio inteligente y desinhibido, el amor recrea- tivo. Después de una noche de esas, bienvenida la muerte dijo el inglés, y sonrió extenuado de la lucha por el triunfo de la rosa. Segunda noche A la noche siguiente el inglés volvió a aparecer enmasca- rado y se acercó de nuevo a María como una bestia ardien- te, sedienta de más placer, pero, en la escena erótica, y no como un decorado, estaba un nuevo personaje, la mujer del

inglés también enmascarada. Que rico. Los dos se dispo- 113nían a amar a María, con un hambre infinita de pasión y delascivia. La mujer, gruesa, figura de Tiziano, blanca como elnácar, de vello púbico color acaramelado, al igual que suscabellos llenos de bucles y conquistadores en la frente. YMaría que le da por jugar a la tímida, a la ratoncita recogidaen su piel, esperando el asalto de las dos bestias en celo, ji-jiji. Arrodillada en posición de virgen de la piedad, esperabael asalto de uno y otra, y la maja del cuento empezó su obramaestra. Hombre y mujer rodearon a María, y la apretaroncontra sus cuerpos, mientras la maja murmuraba a la ore-ja de María, mordiéndosela, déjame decirte cosas ricas, tegusta mi piel, sí, di que sí; y la seguía mordiendo; y el inglésle dice, y mi pene, mira como está, ¿te gusta? Es largo ygrueso, y ya está lubricado; eres tan bella. Repite conmigodijo la hembra: me gusta el sexo oral, y María repitió, megusta el sexo oral; me excito de solo pensarlo; y María re-petía una por una las palabras de la mujer que le hablabay la tocaba de arriba abajo. Di, me excito cuando me besanlos pechos; me encantan los mordisquitos, mis chupitosson bellos, rosados pálidos, son teteritos; di, di, di, decíala maja. Repite. Pechos, pezones, chupones, teteros, tete-rotes. Huy se te pararon. Están erectos. Que rico. Di, esosteteritos son para ti. Esos teteritos son para ti. Que bien.Así me gusta. Mientras el inglés, la tumbaba en la camay la penetraba, la maja la seguía coqueta y tocadora, y leintroducía uno y otro y otro dedo en su coñito, en su culito,y luego se los lamía. Hazme gemir, decía y María obediente,se mecía sus cabellos, tiraba su cabeza a un lado, hurgabacon sus dedos en uno y otra, y gozaba, gozaba de lo lindo.¡Lo quiero todo adentro! le dijo María al inglés, que con suórgano viril como una estaca lo clavaba hondo y se movíacomo una ola hacia arriba y hacia abajo. Por favor ulúlamecon tu lengua, le decía la maja; esta mujer está muy buena,dijo María ya excitadísima, mientras la besaba en la boca

y la mordisqueaba. Que peras más lindas, quiero besarlas. Son unas colinitas rematadas en punta de pasita. Son tu- yas. Ay, méteme el dedo por el culito, pidió la maja. Tres en uno, que delicia, que ocasión para morir de dicha. Depre- dadores del sexo, ella, María, al comienzo pasiva, tomó la batuta y se los terminó comiendo a los dos, en un desen- freno de placer único, que parecía eterno… Pero la duración que venía del sol de los venados hacia la alborada señalaba que el tiempo sí corría y de prisa como el viento. Aunque para María fue el amanecer más espléndido de todos los tiempos. Desmadejada, cansada, llena de satisfacción se fue sumiendo en un sopor y pronto vino el sueño profundo. La maja abandonó el dormitorio, y el inglés se acomodó a fumar y a meditar… Corolario114 El despertar a la realidad El inglés dejó dormir a sus anchas a María hasta bien en- trada la mañana. A eso de las 11 de la mañana María des- pertó. Vinieron las sonrisas de aplauso por la pieza maes- tra que habían armado con sus cuerpos. Recostado en la cama, desnudos y calmos, se dedicaron por un instante a mirar un punto perdido en el horizonte de la vida. Las mira- das estaban en el túnel de la dicha, y allí el horizonte termi- naba en blanco. De pronto, él le dijo a María: Debes irte. Es tu hora. Todo ha terminado. Lo dijo con voz segura, confiada, pero bella y diciente. Nuestros encuentros han sido únicos. Nunca más nos volveremos a ver. Ella estaba desconcertada, Era algo inesperado. Y al bloqueo por tales palabras tan contunden- tes, tan imperativas, le siguió el movimiento de sus manos que retiraron de un solo golpe la máscara. Entonces, ella

pudo ver el rostro de su enmascarado. Y allí lo compren- 115dió todo. Todo, todo. Reconociendo el rostro de su amado,sabía ya por qué el final de finales era ese. María, tomó ensus manos el rostro del ya conocido y lo besó, como besauna madre a su hijo desahuciado, como besa un padre alhijo que va para la guerra, como besaría María al mago dela lámpara, a sabiendas de que nunca más volvería besar aser humano alguno así como besó a su Aladino, a su genio,a su inglés.Solo quiero saber quién era la mujer, dijo con voz queda Ma-ría. Mi esposa, dijo el inglés con una sonrisa llena de misterio.Aladino, el genio, el inglés, era en realidad un futbolista dealto rendimiento con un contrato billonario en uno de losmejore clubes de futbol del mundo, en el apogeo de su ca-rrera, casado y con una responsabilidad histórica de mode-lo divinizado, que le impedía vivir con María más allá de esesueño de realidad que se apagaba para siempre despuésde 48 horas de desconexión de su propia vida y sus con-venciones sociales y culturales.



CAPÍTULO TRECEUn amor fantasmal revive del pasado



Mi alondra, que loquita eres. Eres irremediable, pero eres de 119dulce. Quién no te quiere. Te haces querer. Pero todo es fu-gaz, todo es efímero, todo va y desaparece como el viento,como las nubes. Y en esta ocasión despertaste casi en unade ellas que dibujaba un ovejita degollada al viento.María vivió horas soporíferas. Así fueron las horas siguien-tes al trío. De pronto, sus ojos se abrieron y se encontró debuenas a primeras en el mismo Jet, lo supo por la presu-rización que le tapaba los oídos y la obligaba a cubrirse lanaricita con los dos dedos, pulgar e índice para expulsarel aire por los oídos. Pero ella estaba obnubilada. ¿Dón-de estaba? ¿Hacia dónde volaba? ¿Dónde había estado?¿Londres? ¿Y qué era eso? Llamó a la azafata. ¿Para dóndediablos vamos? Dijo. Volamos de regreso, respondió la de-pendiente con una sonrisa forzada. ¿Dónde estuve? ¿Quéciudad era esa? ¿En qué país estuve? Fue usted a Lon-dres, el centro del mundo, respondió la mujer con miradaburlesca. A propósito tengo un presente para usted, dijo laaeromoza y le entregó una caja en la que sobresalían tresflores, una rosa roja y dos rosas blancas, frescas y tiernas.¡Tres rosas! Vaya símbolo de una despedida.María había quedado como prendada en emociones y pa-sión a esos dos personajes que parecían de película. Ypensar que son pareja, se dijo para sus adentros, y sonriócomplacida.Los días, las semanas, los meses empezaron a pasar, re-petidos, como si todos fueran un día martes sin tiempo, yella sumida en una extraña tristeza, que trastocaba sueñosy realidad. ¿Soñé? ¿Fue todo real? Gemía y lloraba en silen-cio. Pero ella, que era el rey Midas, que todo lo convertía enoro, pronto, esa tristeza se le convirtió en papel, en repre-sentación, y lo lanzó al éter, a que viajara por las pantallas yentretuviera a más de un morboso, lleno de los mismos do-

lores de la vida y del alma que ella. Y sus clientes, sus ad- miradores, como los psicoanalistas de Manhattan, la con- solaban a punta de propinas. Cada minuto de tristeza que manifestaba en su carita de muñeca desanimada y llorosa, le reportaba seis dólares, y ella no contenta con el metáli- co pedía gimosa regalos y más regalos que le llegaban a granel al buzón de los deseos. Y su lacrimosa actuación le convertía su tristeza en metálico y bienes materiales. Ay mi alondra, como has aprendido de la vida. Pasados unos meses se desvanecía el deseo ingenuo de que el inglés volviera. María pensó: ¿Y aquel software? Ma- ría se acordó de su mítico fan. De aquel muchacho que co- nociera tiempo atrás y que se obsesionara con ella. Aquel fanático de su belleza que le dejaba mensajes día tras día. ¿Qué sería de él? Ella lo tenía en su computador, desde ha- cía mucho tiempo. Nunca le había fallado. Día tras día le120 dejaba un mensaje poético, una flor virtual, un poema. Y ella se había acostumbrado a verlo en esa dimensión. Siempre recibía lo suyo con una sonrisa de sirena. Ella recordaba vagamente un dominio por internet, un puntocom exclusi- vo, para que ella siempre pudiera instalarlo sin dificultad. El que busca encuentra, dice el refranero popular, y así fue. Lo buscó y lo encontró. Descargó el Software y en pocas horas ya tenía el primer mensaje ante sus ojos. Era actual, del día de hoy. Se fue para atrás, una semana, un mes, un año. Todos bellos, pero también adivinatorios, extraña- mente exactos en ocurrencia de tiempo y lugar, agendados día tras día. Como si su admirador virtual fuera un mago. Aquel muchacho que ya no recordaba bien si era garboso o desgarbado, conocido en el estudio, decente, silencioso, casi invisible, seguía persistiendo. Y lo sabía casi todo de ella. ¿Pero cómo? Vaya a saber Dios y el diablo. Pero ese muchacho era de carne y hueso y se le presentaba ahora como su salvador. Alondra, siempre tendrás un salvador. El

contenido en el software le aliviaba el alma. Lo repasaba ylo leía con avidez y se contentaba un poco en medio de suinfinita tristeza.Enganchada como idiota al Software, como lo había hechoaños atrás, leía y leía cada día el mensaje correspondiente,hasta que un día, la frase la sacó del letargo y sorprendidala leyó en voz alta: Disfruta de las particulares tierras ruma-nas. ¿Cómo? ¿Qué quiere decir eso? ¿Rumania? ¿Eso quées? ¿Dónde queda? 121



CAPÍTULO CATORCEEn el sureste del viejo continente



¿Por qué lo sabía todo o casi todo? ¿Era un fantasma? ¿Ve- 125nía del más allá? ¿Por qué tal precisión en el conocimientode su vida? Se preguntaba María. ¿Cómo era posible quesupiera algo que ni ella misma sabía en ese preciso mo-mento? ¿Un adivino? Los adivinos no existen. Existen losespías, los fisgones, los metiches. Tengo que contactarlo,se dijo María, pero ¿cómo? No había manera lógica de ha-cerlo. María sabía que las potencias mundiales en mode-los eran Estados Unidos, Rumania y Colombia. Pero bueno,todo es tan misterioso, era posible que llegara como porarte de magia otro pasaporte, con la visa lista para Espa-ña. Y con visado español ya podría transitar por el espacioShangen así podría visitar Rumania sin contratiempos; yahabía ocurrido una vez por qué no podía ocurrir una segun-da vez. Todo era muy intrigante.Pero esta vez el genio de la lámpara sería Alejandro. Fueél quien le propuso viajar a Rumania y quien le inició todoslos trámites burocráticos de rigor para el viaje por el territo-rio Shangen. Fue Alejandro quien la ilustró sobre Rumania,le dijo dónde quedaba, en el sur de Europa oriental, en elprimer mundo, con muchos más avances que nosotros, ledecía. Él con semejante dama de compañía, quería hacer elviaje que le traería muchos beneficios. No te preocupes, ledijo, como si nada, iremos, tenemos el dinero, tenemos loscontactos y a ti te vendrá de perlas, lo sé, indicó categórico.Aprenderás muchísimo.Y María, como siempre, dijo, sí.Rumbo a Rumania. María otra vez acomodada en un vuelo,esta vez comercial, y de nuevo a volar sobre el Atlántico. Enel aeropuerto internacional de Bucarest los recibió uno delos gerentes de la cadena de estudios de modelos web másprestigiosa de Rumania, con cerca de diez estudios profe-sionales, camuflados en agencias de modelaje. Descarga-

ron las maletas en el hotel y salieron como una exhalación rumbo a uno de los estudios emblemáticos de la firma. El edificio se erigía por encima de los demás, en el corazón de la ciudad. En un gran penthouse de centenares de me- tros cuadrados estaba el paraíso de un circo erótico del sol. Y pensar que pisos abajo funcionaba la embajada Rusa, y otros más abajo funcionaban elegantes oficinas de pres- tigiosos abogados. Nada que ver con Colombia en la que relegaban los estudios de las modelos a bodegas y casas escondidas, por culpa de un moralismo ramplón. El edificio no tenía nada que envidiarle a un hotel cinco es- trellas. Vestíbulo lujoso, una lámpara araña inmensa con hilos de cristal que daba visos como si sus piedras fueran diamantes, una alfombra inmensa que cubría cada rincón, y un muy agradable aroma a rosas que se esparcía por todos los rincones, en un edificio de la era soviética que se ha-126 bía dejado remodelar por arquitectos de mucho gusto. Los contrastes creaban una realidad aparte, y ellos, como en un cuento de hadas eran recibidos como magnates occiden- tales de la potente industria de Webcams colombiana. Ma- ría y Alejandro se sentían metidos en un cuento de hadas, en el que como reyes tenían que representar sus papeles. Alejandro y María se sentían atravesando un espejo que los llevaba a otra realidad. Después del ascensor, que pa- recía de museo, ese sí, tenían ante ellos la sala de espera. Pero que sala de espera, señores. Mucho orden y concier- to, estructura sólida y bien tratada por los decoradores de interiores, exquisitos tocados, colores y grabados en las paredes. Silencio y más silencio, y si se oía una voz, se al- canzaba a escuchar en el murmullo de una sordina musi- cal. El aire a empresa casi se podía tocar con las manos. Vaya diferencia con nuestra realidad pensaba uno y otra en silencio respetuoso y admirado. Luego vieron la sala de belleza, el spa exclusivo para modelos, y en ellas las diná-

micas propias del lugar, sesiones de maquillaje, masajes, 127mascarillas, clases de glamour. Aquello dejaba en remedosu universidad latina, colombiana de Webcam.El Alcapone de las Webcam rumanas, los esperaba arrella-nado en un sillón, con sus brazos colgando, como todo unemperador. Hizo un ademán para hacerlos seguir y sentar-se lleno de propiedad y dominio, y empezó la primera reu-nión histórica entre el magnate de las Webcams rumanas yMaría y Alejandro que fungían de empresarios de este ladodel planeta. El magnate de anchas espaldas y pelo engo-minado, más se parecía a un gánster italiano de película,que a un empresario, y su voz de trueno, daba miedo, queAlejandro, tan curtido, la sintió en la mitad de su estómago,y hasta tragó saliva, a pesar de su cancha en estas lides.La verdad del negocio en Rumania es otra. Allí hay un mo-nopolio sutilmente disimulado. Pocas cabezas muy pode-rosas acaparan el negocio y lo cercan y blindan en favor deellos y nada más. Querer hacer negocio y adentrarse en esared no es fácil, y depende casi siempre del padrinazgo y elvisto bueno de un pez gordo; de otra suerte, le toca enfren-tarse a sangre y fuego y medir fuerzas y eso implica muchodinero, mucha influencia y muchas muertes. Los negocioseran trasnacionales. Uno de ellos, por ejemplo, había tra-ficado con diamantes traídos del corazón de áfrica y cla-ro, al precio que cobra el imperio del crimen organizado,esto es, chantajes, sobornos, muerte y dolor. Avionetas envuelos nocturnos, volando por instrumentos o por intuicióny pericia, con mercenarios que morían a granel perdidosen el mar o en las montañas, tratando de burlar radaresy lograr aterrizar en pistas clandestinas, rumanos gitanos,extraña mezcla que la historia contemporánea complicaríamás con la llegada de la Unión soviética y el dominio de eseImperio comunista sobre ese territorio. Cruces inverosími-les de razas y genios, caracteres y tipos, daban lugar a un

bandido histórico. Nómadas modernos, de facha simpáti- ca pero sangre fría para matar, y caliente para sobornar y chantajear a quien fuere. Con la conciencia del gitano que se siente paria en cualquier tierra y está siempre a la de- fensiva, pero que con el poder de las armas y el dinero esos chacales se echaban al bolsillo a todos los poderes públi- cos y privados. Negociaban imponiendo su ley a chantaje, sangre y fuego, y al apostar, siempre ganaban con cara o con sello, para dominar la institucionalidad, permearla y crear un Estado criminal en donde ponían y quitaban como títeres a sus testaferros en lo político, económico, financie- ro, y en lo social y eclesiástico también. Todo lo dominaban por ellos mismos o por interpuestas personas. El monopolio de este imperio del crimen organizado era extensivo, alcanzaba toda la producción porno, incluyen- do la de los juguetes sexuales. El gánster presumía, sobre128 todo con una impresora 3D de última generación, por la que se sentía ufano, y de la cual brotaban por encanto de la tecnología, más de 700 vulvas, senos y culos a escala real para los ávidos clientes ansiosos de novedades reales, a los que –decía fantoche– pondría en el portón de su casa, cualquiera que fuera el lugar del mundo donde se hallaran, a más tardar en 10 días. María y Alejandro vieron alelados cómo una modelo les exhibía en sus caras un control re- moto de tecnología de punta, que manipulaba desde su comando los movimientos y la estimulación hacia un dis- postivo de látex, (con apariencia de huevo) el mismo que en poder del cliente podía usar para introducir su pene, y ella a su antojo estimulaba y movía el adminículo para llevar al penitente hasta el último anillo celestial. Ella, la modelo, se iba moviendo al mismo ritmo que le imprimía desde el con- trol al huevo en clavo, y el hombre sentía de verdad que lo tenía adentro de aquella criatura que veía en la pantalla con los ojos inundados de humedad lagrimal por el sudor y el

placer a distancia. Y él sintiendo que clavaba aquella mujer, 129en la realidad se desarrollaba en el látex. No contento conesa demostración el gánster les habló de las gafas oculus,listas desde la alta tecnología para satisfacer demanda enel terreno de la sexualidad. Gafas oculus que provocaríantodo un mundo de placer imaginario, recorriendo interacti-vo una sala para compartir con las modelos en una nuevadimensión virtual de sentido real el espacio de las orgíastácitas de última generación. En pocas palabras, el gánsterestaba a la vanguardia y lo podía todo, por el dinero, la in-formación y la capacidad de gestión. En eso Colombia noes Rumania.Gracias al bilingüismo y trilingüismo de muchas modelosrumanas y de la Europa oriental, a Alejandro y a María lesfue fácil dar algunas conferencias, pues las modelos biencultivadas, tenían un buen oído para escucharlos, graciasa su disciplina y a la formación escolar; que no tenemosnosotros en Colombia.Pero la realidad es una sola, y Alejandro y María consta-taron in situ que la diferencia cultural no las alejaba a lasunas de las otras. Rumanas y colombianas compartían elmismo destino, la misma actitud de vida, los mismos sufri-mientos, avatares y dolores de la existencia. La baja auto-estima era común en unas y otras. A pesar de los halagosde centenares, miles de clientes, ellas, de un continente yotro, se sentían solas e inseguras, y no les bastaba el dine-ro que recibían y las lisonjas en la punta de la lengua de susclientes. El maltrato era otra actitud común en una latitud yotra. Maltrato verbal, psíquico y físico era un pan diario tan-to para colombianas como para rumanas. Los pillos comoestratagema empezaban muy caballerosos, lo mismo aquíque allá, y luego pum, se dejaba venir el maltrato, hasta laesclavitud y el sometimiento humillante. Las amaban comosementales de casta al principio, pero luego las sometían

hasta la esclavitud. Tanto en Colombia como en Rumania, ellos se convertían en los encargados de gestionar sobre todo el dinero de las ganancias de ellas, y con ello se apo- deraban hasta de su libertad. En Rumania, quien lo creyera, las modelos son discriminadas, relegadas al margen de la sociedad, como pasa en nuestro medio, y aunque no es- tén enclavados en el tercer mundo, los prejuicios y la igno- rancia en estos temas están a la orden del día para estig- matizar y someter al escarnio público a estas artistas del cuerpo. Pero ellas, al igual que las modelos nuestras, son olvidadas, humilladas y ofendidas. Sus amantes y amos las ocultan, sienten vergüenza de ellas, y las ningunean sin piedad. Eso hace que casi ninguna de las modelos alcance un buen hombre para constituir pareja y sea relegada a una mujer de cero en conducta como las nuestras. De todas, una resaltó y se singularizó para María: Anasta-130 sia. Venía del submundo ucraniano, en el que este tipo de trabajo está relegado, satanizado, es ilegal… María hace pronta amistad con aquella ucraniana y por mera curiosidad y espíritu aventurero, a instancias de Anas- tasia de sopetón toma un vuelo desde Bucarest para visitar Kiev. Esa es mi alondra. Que espontánea y aventurera. A Anastasia le había tocado muy duro, venía de un infra- mundo de alcantarilla, con corredores estrechos y largos como chorizos, que a duras penas daba espacio para un sillón. Anastasia, (bello nombre de la ucraniana) durante el viaje le contó a María su desgracia. Muchas personas, le decía, viven en suelo subterráneo, como en cavernas, deba- jo de los pies de los citadinos aquí en Kiev. En este subsue- lo, como amo y señor se erige un corregidor, que a sangre y fuego impone su ley, y todo lo gobierna, desde la trata de personas, hasta el microtráfico de droga heroica. Rodeado de un cordón de seguridad y de unos zombis seguidores

descerebrados, quita y pone, hace y deshace el bandido. El 131carismático personaje de las tinieblas se las arregla parahacerse obedecer y tratar como reyezuelo.Durante el viaje Anastasia insistía en hablarle a María deuna idea que tenía entre ceja y ceja: hacer un show Webcamcon todas las drogadictas de la caverna en Kiev. Haber vivi-do en este submundo le daba el respaldo y la seguridad dedominar ese ambiente. El escenario sería ese mismo lugar,que coreografiaría el evento fílmico y sería la mar de nove-doso y atractivo desde el morbo y el suspenso que atra-viesa a la raza humana. Sería un documental denuncia. Undocumental de miedo, que alcanzaría a llenar decenas demiles de pantallas con ojos ávidos de conocer la cara ocul-ta del ser humano. Una denuncia que alcanzaría los ojos ylas conciencias de los gobernantes de turno en la hipócritaKiev, y en el resto del mundo, pues bien sabía Anastasia,que esos encumbrados personajes lo sabían todo, pero sehacían los de la vista gorda. ¿Te prestarías para ello? Lepreguntó Anastasia a María. Eres tan bella y tu belleza estan exótica en estos parajes que serías el gancho perfecto,dijo convencida.Dicho y hecho. Con sus encantos fue fácil conseguir el per-miso del corregidor de aquel infierno, no sin antes ponerleen sus manos de cerdo un buen fajo de billetes para el per-miso, la seguridad y la defensa de la integridad de ellas y elequipo de filmación. Y entonces pronto se vieron filmando.Es la hora del Show. Como en una película de terror, todoel equipo se adentró en las profundidades del subsuelo deKiev. Cámaras, computador portátil, luces para la necesariailuminación del escenario y ellas dos, María y Anastasia.El record de mirones se dio en contados minutos. La salase llenó de ojos deseosos de ver ese submundo humano.Pronto la cifra creció y creció exponencialmente. 5.000,

10.000. Todos veían a María y a Anastasia acercarse a las drogadictas, ofrecerles droga a cambió de un show erótico espontáneo. Nada difícil para mujeres compulsivas, an- siosas por drogarse a cualquier precio. Al otro lado, en las pantallas, la audiencia crecía y crecía. Ya eran 20.000, que se afanaban por dar propinas para ver y ver más y más. María y Anastasia aunque en foco no participaban. Simple medida defensiva de salud. Los hombres adictos se sumaban al horrendo espectácu- lo. Ellas en sus cinturas, abrochaban un cinturón canguro cargado de cigarros, cigarrillos y golosinas embadurnadas de alucinógenos que repartían a diestra y siniestra. Y todo se convertía en una orgia sin fin con el humo inundando el ambiente y cargando la atmósfera del humor humano vis- ceral del que no es ajeno nadie. El sexo era el pretexto de estos seres para alcanzar su cometido: drogarse. Si esa era132 la moneda para pagar la marihuana, el hachís, la cocaína, la heroína, el LSD, qué más daba, hagámoslo, se decían y se entregaban a la orgía. Pero era como ver follar a zombis. Torpes y lentos, desmadejados, desencajados, somnolien- tos, lo intentaban más con rabia que con pasión, y más con perversión que con arte. Las jeringas iban de mano en mano, el líquido gris rosáceo de la heroína se vaciaba en las venas de los brazos y de las piernas una y otra vez. Era un cuadro del infierno. Todos y to- das desnudos se babeaban, se manoseaban, se arrincona- ban para inyectarse, indiferentes al compañero que las co- pulaba, que las tocaba bruscamente, que las enredaba y les arrebataba la jeringa para inyectarse. Sexo oral, sexo anal, sexo homosexual, sexo lésbico, tríos, masturbaciones, riso- tadas, llantos, expulsiones de semen en los pechos de unas, o al piso, parejas rodando entrelazadas, parados, gimientes. Pus, pus, pus. Las cámaras se movían al ritmo frenético de la búsqueda de los drogos por su pócima. El corregidor que los

secundaba guiaba los pasos hacia el final del corredor. En el 133borde del fin, una puerta y un candado. Todo iba quedandoatrás. Mujeres drogadas y aturdidas que se dejaban penetrarcon indiferencia, hombres tambaleantes que se caían y no selevantaban, risas y risas y llantos y más llantos, y nadie sinpoder saber el porqué de tan confusas emociones que salíandel alma de los desgraciados.Poco a poco Anastasia y María fueron acorraladas contrala puerta en candado. Atrapadas sin salida se miraron unaa otra, mientras el corregidor rodeado de un séquito de go-rilas se dirigía a ellas. ¿Qué pasaría? ¿Qué quería aquellabestia mal llamada corregidor?Ya más de 40.000 usuarios miraban la escena. Audienciaen el mundo a la expectativa de lo que iba a ocurrir. ¿Quéharían esos cinco hombres? ¿Depredarían a las pobres?¿Serían ellas víctimas de su propio invento?Quién te salvará mi alondra. Acaso las tortugas Ninjas.Loca, loquita, como arriesgas tu vida. Pero es tu vida y yosolo puedo lamentarme, ay.



CAPÍTULO QUINCEUnas son de cal y otras de arena



Mi alondra, en la mala. Te metiste en la boca del lobo y el 137lobo hincará sus colmillos en tus blandas carnes. ¿Te sal-varás? Solo Dios sabe.¿Qué habría detrás de la puerta en la que terminaba la cloa-ca? Ya lo sabríamos. El mismísimo corregidor nos lo devela-ría al instante, abriendo el gran candado y dejando la cadenalibre para abrir la puerta de par en par y acceder al otro lado.Como quien le da vuelta a una realidad de dos caras, quedóal descubierto un nuevo y macabro escenario, era un círculodel infierno todavía más candente y tenebroso. Ante los ojosde María se dejaba ver una habitación con el aspecto de unacaverna de salientes de roca filosa y marrón y de las rocassalían gruesas cadenas que aferraban a mujeres desnudas,demacradas y mudas, y otras de rodillas sostenían sus gri-lletes en sus calcañales, y exhumaban mal olor de sus so-bacos sudorosos por culpa del látex de sus trajes. Muchasde ellas cubrían sus rostros en sus manos y adoptaban unaposición fetal; dos de ellas estaban tumbadas en unas sillaskamasutra. En total sumaban 10 vampiresas. En las pupilasde las mujeres se notaba la dilatación consecuencia de ladroga consumida. Ninguna dormía, todas estaban sonám-bulas, enajenadas, con la mirada vidriosa y perdida. Algu-nas balbuceaban palabras ininteligibles y al tratar de sonreírproducían una mueca de lástima.El corregidor y su séquito de secuaces traspusieron la puer-ta, llevando en andas y a la fuerza a Anastasia y a María, yya estando todos de este lado de la gran puerta, el hombrela encadenó de nuevo, alineó las dos hojas de la defensa ycerró el gran candado. El administrador monstruo giró sobresus talones, y al mismo tiempo que terminaba de desaboto-narse su florida camisa, gritó: ¡Que comience la fiesta!Los secuaces convertidos en filipichines abrieron un ar-mario y se hicieron a un variopinto juego de implementos

sadomasoquistas. Disparaban los látigos que serpenteaban en el aire y estallaban como en las películas de Batman, gira- ban en veloces círculos las cadenas, y maromeaban con los bates y las cuerdas, a medida que se acercaban con mirada pútrida a las hembras atornilladas al piso y muertas del pá- nico. Y como si fuera un circo de domadores y bestias, las mujeres fueron sometidas al escarnio, a la degradación y a la humillación cosificante de los bestiales. En un abrir y cerrar de ojos, ellas, las productoras y directoras del evento fílmico, pasaron al foco odioso del oprobio y a ser el faro dramático de las cámaras y de las luces del horror. Ellas eran víctimas de su propio invento, y de ejecutoras del documental pasa- ban a ser parte de él y de un drama que pintaba para tra- gedia. Encerradas a expensas del monstruo del corregidor y sus secuaces estaban desprotegidas y quedaban en manos de un dios que se resistía a bajar a semejante cloaca, infierno y dominio de lucifer. El corregidor a la manera del maestro de138 ceremonia hacía bocina con sus manos y ordenaba seguir la filmación que salía en directo vía señales electromagnéticas hacia una repetidora, y de ella a las pantallas de miles de mirones que no parpadeaban. Era la filmación de un círculo del infierno en tiempo real, en vivo y en directo. Para eso es la ciencia y la tecnología, el dinero, las influencias y el poder. La señal podía llegar hasta la capital del infierno: el pande- mónium. Todo era horror y vivido en carne propia por María y Anastasia que apenas horas atrás lo contemplaban a través de sus retinas, y ahora lo sufrían a través de sus cuerpos en sangre viva. El tiempo estaba detenido, mientras las carnes de María y de Anastasia enrojecían y empezaban a sangrar por los golpes, los mazazos, los latigazos, los arañazos, los mordiscos y las vejaciones de los primates. Sin opción se desesperaban y se miraban compasivas una a otra. Todo el equipo de producción y los portátiles ya estaban en manos del primate mayor y ellas estaban a la volun-

tad omnímoda de los monstruos. Atadas y sin defensa se 139abandonaban a su triste suerte. Pronto las vistieron a logatúbelas de látex gótica, igual a las 10 hembras que seencontraron a la entrada del círculo infernal. Era una pesa-dilla, pero real, vívida, sentida en carne propia, en carne vivay propia. Con los trajes fueron atadas a crucetas giratorias,y rodeadas por las hienas fueron violadas sin piedad, una yotra vez, mientras las golpeaban en la cara, y les estrujabanlos pechos y les mordisqueaban los pezones hasta hacer-los sangrar. Las demás mujeres miraban aleladas y libresde castigos, gracias a que los gorilas estaban concentra-dos en ellas dos. La mirada de las 10 descargaba hiel ysatisfacción rencorosa con quienes hasta hacía poco eranamas y señoras del escenario y de su realidad.El mismo monstruo intendente les apuntaba con la lámpara yla Webcam en su adolorida humanidad, mientras al otro ladodel espacio, los espectadores, que llegaban a 60000 estimu-laban el show con constantes propinas, percibiendo en susdilatadas y sucias pupilas la película erótica de sus vidas.Pero todo llega a su fin. Por fortuna, después de la dan-tesca escena sádica, en la que María y Anastasia llevabanla peor parte, el show terminó. Jadeantes, sangrantes, caí-das como los toros de casta que esperan el puntillazo final,estaban las mujeres, cuando los monstruos abandonaronla escena y dejaron en la oscuridad a sus víctimas, no sinantes encadenarlas y cerrar con siete llaves el candado dela cueva del dolor.El silencio sepulcral se apoderó del lugar. ¿Qué vendríaahora para ellas? ¿La muerte por inanición? ¿Un tiro degracia para cada una de ellas? ¿Qué, qué, qué?Horas y horas pasaron en un silencio de miedo y muerte,hasta que llegó un sirviente con unos platos de comida.

Una porquería de alimento, aguamasa, y sólidos pestilen- tes sin forma, que en su momento fueron algunos tubércu- los de la tierra, más un agua rucia, sucia e igual de asquero- sa que bebieron sedientas, primero que todo. Dos mujeres, las más sumisas, las más medrosas de todas se ofrecían para llevarles el alimento al resto, que recibían calladas sus porciones y devoraban sin importar la gusanamenta. Las dos lacayas al llegar a María y a Anastasia, les tira- ron los podridos sólidos a la cara, mientras los hombres, apostados detrás de las sirvientas, fumaban y sonreían. Así daban rienda suelta a su resentimiento, aquellas esclavas de ocasión. Un día después, llegaron unos hombres a instalar unas cámaras en lo más alto de la caverna, y apostaron en án- gulos precisos la potente iluminación, advirtiéndoles que les soltarían los grilletes, pero que no trataran de dañar los140 útiles porque les costaría la vida. Por lo pronto, todas las hembras quedaron sin cadenas, pudiendo deambular por el lugar, pero eran tan pocas las fuerzas y tan duras las he- ridas que a duras penas se movieron de la zona en donde apuntillaban las cadenas a sus tobillos. El corregidor monstruo ni corto ni perezoso quería sacarle partido al asunto. Y al otro lado de la cloaca, computador en mano, emitía un nuevo show en una página web mon- tada, pero, claro, de manera ilegal, en servidores piratas, páginas ilegales funcionan con todas las de la ley… de la industria paralela del gran crimen organizado. Hoy, el desgraciado quería un nuevo show. Como si el lugar fuera un ring, y en ese ring todo fuera válido hasta la muer- te, quería azuzar a las 10 mujeres contra María y Anastasia, las que eran vistas con sed de venganza por aquellas hem- bras de genes paleolíticos, que aprovechaban las circuns-

tancias para saciarse en las pobres, quienes en inferioridad 141de condiciones fueron apaleadas hasta el cansancio y lainconsciencia. El corregidor monstruo se solazaba comoloco al ver créditos y más créditos, que por obra y graciadel espíritu santo, (al que igualmente se le llama libertad,capitalismo, sistema, historia, o crimen organizado y om-nipotente) también operan con una efectividad al cien porciento, desde estos servidores oscuros, y cada segundodan cuenta de la morbosidad de los mirones que dabantodo lo de sus bolsillos por ver violencia en situación insó-lita y saberla real. El maldito funcionario de marras se lassabía todas. Sabía que el crimen organizado echaba manodel cinismo y desde todo su poder impedía el bloqueo dela página pirata, así la emisión retratara los cuadros másviolentos prohibidos desde las páginas del mundo legal.Por eso el engendro se gozó de lo lindo el horrendo es-pectáculo, y ganó por partida doble, asaltó el metálico delos bolsillos de los fisgones y obtuvo la satisfacción de sutorcidos ojos de morboso mirón.Fue toda una semana, una larga y torturante semana. Aque-llas fieras aupadas por el monstruo del corregidor y sussecuaces se cansaron de golpear la humanidad de María yAnastasia. Fueron siete días de esclavitud, de palizas, de im-properios, vejaciones y torturas físicas, psíquicas, y verbales.Arriba del inframundo y en la lejana Rumania, Alejandro noatinaba a saber qué había pasado con María y con Anas-tasia. Las buscaba por cielo, mar y tierra. Las pistas delshow eran inciertas, sabía que estaban en Kiev, pero sinplanos en una ciudad de tres millones de habitantes, pe-netrar las cloacas era penetrar otro mundo. Un mundo sinplanos ciertos, desurbanizados, era como adentrarse en lacapital del mismísimo infierno. La única señal era las vocesucranianas, que lo llevaban a pensar que bajo los pies cita-dinos había otro mundo, y que en ese mundo estaba María,

a quien debía rescatar pasase lo que pasase en esa capital del infierno. Las cloacas de una ciudad centenaria son un laberinto de miedo y recorrerlas necesita de prácticos, que en ese mo- mento, Alejandro no sabía cómo accederlos. Alondra de mi corazón, vuelves a salvarte, surge otro salva- dor, rival, rival de mi propio corazón. Que suerte tienes. Me vas a hacer creer en Dios. Como que Dios te protege. De pronto, como llegan los príncipes, de la nada, surgió un hombre. Un colombiano, treintañero, exquisito, elegante. Se hospedó en el mismo hotel de Alejandro y empezó a sen- tarse en el lobby del hotel a leer la prensa. Un buen día, el mismo hombre abordó camino del ascensor a Alejandro. Se saludaron y Alejandro supo de inmediato por el acento que era colombiano. Sintió alivio. Escuchar el idioma y de142 un compatriota era inesperado en esas lejanías, y con la pena que vivía, esa situacional compañía era muy grata y bienvenida. Pronto se trabaron en muy interesante con- versación que derivó para fortuna de los dos en el mismo foco. Los dos estaban interesados en María y en saber su destino. Felipe, así se llamaba aquel elegante hombre, de- cía tener unas pistas firmes sobre el paradero de María. Alejandro, atónito escuchaba a aquel hombre que no era un fantasma, no, y que a pesar de haberlo conocido hacía un instante, le daba una buena corazonada. Fuera lo que fuera, era colombiano, sabía de María, y debía aliarse con él. Correría el riesgo. Deberían viajar a Kiev. Ya en Kiev Felipe hizo gestión y encontró un práctico. El práctico conocía del paradero de María, era un servidor pú- blico de la comarca, que conocía como la palma de la mano el laberíntico subterráneo que se movía bajos sus pies. Además conocía la red de malandrines y sus dirigentes en

ese bajo mundo de Kiev. El hombre que se mostraba en el 143video era bien reconocido por el práctico, quien aseguraba,era el jefe, amo y señor de esa red criminal en las profundi-dades del submundo de la ciudad.El práctico tenía contactos. Una relación funcional conaquellos personajes del crimen organizado de Kiev. Feli-pe le avanzó a Alejandro que todo estaba preparándose,como en una guerra de guerrillas, y sin cuartel, para asaltarlas alcantarillas. Alejandro, que no era ningún pendejo nicobarde, se ofreció para ir a la vanguardia. El plan estabafríamente calculado y controlado por el práctico. Alejandroquedó al mando de un ataque por una de las entradas prin-cipales al infierno, mientras Felipe iría por otra, y otros dosflancos serían cubiertos por el práctico y uno de sus co-laboradores de confianza. Todo estaba sincronizado, seríaun ataque simultáneo. Felipe le pidió al práctico la entradaal punto en el que se sospechaba estaría María.Escuadras de ocho hombres por alcantarilla atacarían a lavoz del práctico. Alejandro no dejaba de pensar en el costode la operación, y en el dinero que estaba desembolsandoFelipe, y se preguntaba muy para sus adentros, de dóndeprovendría ese dinero y si sería caliente o no; y meditabundose preguntaba por el interés desmedido de Felipe en María.La hora cero se fijó a las tres de la madrugada. La ciudadestaría dormida. El momento del ataque llegó. Cápsulas degas lacrimógeno abrieron fuego sorpresivo y simultáneoen las cuatro bocas de entrada al infierno. Como zombissurgían en un incesante hormiguero personas de ambossexos, que tapándose la boca y con los ojos enrojecidoscorrían despavoridos.Todo debía ser muy rápido. El gas lacrimógeno sabía serletal para quienes se quedaban atorados adentro. Y María

podía ser una de ellas. Después del bombardeo con el gas, los comandos irrumpieron con fuerza y velocidad en el in- terior de las cloacas. En posición de combate y en fila india zigzagueante, con lámparas en sus cascos y máscaras de oxígeno empezaron a moverse con sigilosa velocidad. Felipe veía unas escenas apocalípticas. Drogadictos abandonados a su triste suerte, tambaleantes, con ojos vidriosos y rostros desencajados, se movían torpes buscando la salida. Muchos estaban amasados los unos contra los otros en rumas pes- tilentes, los más heridos por los choques. El gas y la estam- pida pasaban sin piedad por encima de otros cuerpos caídos a quienes pisoteaban sin cuidado. Muchos ya no respiraban y tenían la rigidez de la muerte. Felipe solo buscaba con sus ojos a María. María era el objetivo, lo demás no importaba. Con su radio de alta frecuencia se enteraba de todo en los cuatro costados. Su incesante pregunta era: ¿Ya encontra-144 ron a María? Felipe paneaba el lugar. Miraba a diestra y siniestra, hasta que atisbó el portón.., lo reconoció, el mismo que salía en el show, el lugar de las torturas en donde había sido víctima María. Una puerta se cerraba sobre el fondo de ese corre- dor que él reconoció con el portón, la cadena y el candado, y pronto se dirigió hacia allá. La puerta hermética. La cadena y el candado impedían el paso. El práctico, ya allí, se acercó a la puerta y con grito en cuello, empezó a llamar. ¿Hay alguien ahí? Preguntaba. Pasaron los minutos y el suspenso se hizo mayor, hasta que del otro lado, una voz contestó. ¡De aquí no salimos vi- vos! ¡Moriremos todos! Lo dijo con mucha seguridad. Tene- mos rehenes a las mujeres y ellas morirán en el acto. Era la voz del monstruo del corregidor. Quien a sabiendas de por quién venían, dijo enfático: Soy el corregidor y la primera que morirá será María.

La operación militar se tardaba más de lo previsto. En cual- 145quier momento podía llegar la policía. La solución tenía queser militar. De comando especial. Y así se hizo. Un artefactoexplosivo de alta tecnología se adhirió a la puerta y se hizoexplotar. Los hombres de Felipe, del práctico y de Alejandrose apostaron en posiciones ofensivas e inteligentes y a laexplosión entraron como una exhalación, disparando a losobjetivos vivos que iban cayendo como soldaditos de plomo.Minutos eternos. Silencio. La respuesta del enemigo eraninguna. El corregidor parecía haber sido abatido y sus se-cuaces también. Una potente linterna en manos de Felipechorreó de luz el lugar recorriendo como una batiseñal elsuelo de todo el territorio que estaba teñido de rojo. Lasmanchas de rorschach en la pared hacían el lugar la cuevadel diablo, y la noche la amante de la sangre y de lucifer.María, María, empezó a llamar Felipe, cada vez con más fir-meza y tono, hasta convertir la llamada en un grito cerradoy retumbante en las paredes de la cueva. De pronto, comoquien escucha una flauta apaciguada por una minisordinase escuchó una voz entrecortada… Aquí estoy. María que-daba viva, pero en muy mal estado. Andrajosa, en harapos,tiznada, con la cara hinchada y los ojos enrojecidos por elgas, estaba a punto de entrar en shock. Felipe se le acer-có, como soldado en combate, doblado el espinazo y enposición ofensiva. María lo miró. A pesar de su debilidad,la mirada fue profunda, aguda, escudriñadora, y luminosa.María alcanzaba a reconocer, más con el corazón que consus ojos a su salvador. Era el chico del software. El chicode las rosas virtuales. Su nuevo salvador. María, le sonrió yse abandonó a él. En él se podía desmayar, y se desmayó…Que rico ser una alondra.



CAPÍTULO DIECISÉISMi alondra y el espíritu santo



Mi alondra vuela en las alas de un enrevesado pero risueño 149destino. Parece que vivirás para contarles a tus nietos tusaventuras de gatúbela.Los ojos de María se despegaron del sueño del terror. Undormitorio silencioso, acogedor, de grandes ventanales y decortinaje blanco lleno de pliegues, se agitaba al viento gra-cias a que las ventanas estaban abiertas de par en par. Uncuarto sencillo pero acogedor, antiséptico, como si fuera unahabitación de una clínica alemana. La estética se le rendía alo funcional y lo funcional terminaba siendo bello en su sen-cillez. María giró su cabecita en redondo y se encontró conel varonil cuerpo de Felipe, sentado en un cómodo sofá, queleía desprevenidamente. Ensimismado en la lectura Felipeno se daba cuenta de la mirada fija de María, su María, sutesoro rescatado, su épico premio. La mirada de María erahonda y penetrante, penetraba en el corazón de Felipe quesintió un sobresalto y volteó a mirar hacia María para chocarlas miradas en un haz de luz de amor. Las miradas se sus-pendieron en el tiempo, se miraron el alma. No parpadeaban,solo un leve recogimiento de los párpados que hablaba delamor se notaba para un observador agudo. Felipe era de ver-dad: Felipe no era un software, no era irreal, no era virtual, erade carne y hueso, y eso lo decía su mirada, su mirada carga-da de vida, de vitalidad, de humor, de sangre, de amor. Y Feli-pe, más que un todero de la casa de estudios, aquel flash dehistorieta que se desplazaba silencioso por los corredoresde aquella empresa para hacerlo todo, fácil, fluido y eficaz,y que después se sentaba al computador para teclear hastallamar la atención de María, su sirena de las Webcam y en-tonces le enviaba flores pero virtuales y frases poéticas derapsoda imaginario, era ahora ante sus ojos Superman, suSuperman, su hombre, su titán, su salvador, aquel que ahoramiraba y se comía con la mirada, y a quien podía ir y tocarlo,y amasar sus carnes, y morderlo para sentirlo real. Felipe le

sonrió con todo su rostro y le dijo: te amaré en la realidad para siempre. Y María sintió un corrientazo que le conmovió el corazón de serpiente emplumada. María no supo qué responder. Estaba muda. Estaba so- brecogida. Le parecía mentiras. Pero Felipe le sostenía la mirada y la sonrisa para reafirmarse. Todo se sentía tan cierto, la seguridad de Felipe era tan manifiesta, que la con- vencía sin lugar a la duda. Era una afirmación axiomática, definitiva. Y ella la aprobó. El magullado cuerpo de María, lleno de moretones y rasgu- ños, no se sentía a punto para ofrecérselo a Felipe, pero sí su desnudez que vibraba y que al espejo se veía tan huma- na. Él vería más allá de los moretones y rasguños la qui- mera agradecida, próxima a la realidad, y por eso, María se paró de su cama y se acercó al sofá, y como una sirena de la realidad empezó a desnudar a Felipe, que no opuso150 resistencia y entornó los ojos en un encanto de ensueño. María lo tomó suave de la mano y lo llevó a la cama, lo tumbó dócilmente y ella de costado se recostó sobre su pecho y suspiró. Él respiró hondo y se abandonó al sueño. Dulce sueño de triunfo, sus cuerpos desnudos se rozaban y comunicaban sinergia vital, amor compartido, amor seguro y confiado en esa realidad. Un milagro de la vida que tiene tantos misterios. Se conocían en la red virtual, y de la red virtual daban el salto a la realidad y ahora estaban juntos, física, psíquica, y vitalmente, gracias a la virtualidad. Que paradoja. La guerra y la ciencia ficción hecha realidad, ha- cían las maravillas del amor del Siglo XXI. Se amarían has- ta que la muerte los separase, jejeje, que risa, una promesa de la tradición religiosa cristiana, convertida en realidad dentro del mundo de las tecnologías de la informática. María quedó como una piedra. Durmió como la bella dur- miente del cuento de hadas, pero esta vez protegida por su


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