Por esa calle acostumbraba pasar diariamente José, ya con 20 años, en su bicicleta de media carrera, con sombrero, pañuelo al cuello y un cigarrillo colgando de sus labios. Cruzaba muy temprano la barrera de Triunvirato y tomaba Yrigoyen, hasta doblar y enfilar hacia el bajo por Garibaldi. Por entonces había conseguido trabajo en la panadería El Cañón de Oro, la cual todavía existe, en la esquina de Garibaldi y Cevallos. Ahí se dedicaba a amasar y hornear el pan. Volvía de tarde. El destino hizo que José se conociera de vista con Consuelo, cuando él pasaba a la vuelta, por el frente de aquella casa que alquilaban los Vázquez. Y comenzara a saludarla amablemente desde su bicicleta. Al principio, a veces ella confundía a Yuleto con José, quién también acostumbraba a pasar por ahí con sombrero y en la misma bicicleta, que compartían. Lo miraba para saludarlo y él la ignoraba, lo cual la dejaba un poco descolocada. Pero pronto Consuelo y José se acercaron y comenzaron una relación. Y la melliza Ana comenzó a insistir a José para que venga a casa de ellas con su hermano. Y así lo hizo una vez Yuleto. Y otra vez, y otra. Pero como era muy tímido, un día Ana, que era más decidida, le propuso sin tantas vueltas: “¿Querés que seamos novios?” La panadería donde trabajaba José, casi intacta. (2018) Sobre la vereda de la derecha, posó junto a un compañero para la foto, en los años 30.
Las mellizas habían sido siempre muy apegadas y coincidían en muchas cosas. Incluso trabajaban juntas en el servicio doméstico. Se complementaban donde conseguían empleo, ya que una limpiaba y la otra se dedicaba a cuidar a los chicos de la casa. Durante estos años, Consuelo se presentaba con el nombre de Celeste, no se sabe bien porqué. Fue así que una de las señoras para las que trabajaba un día la comenzó a llamar Chela. El apodo pegó tan fuerte que incluso José la empezó a llamar así a veces, y hasta le mandó a hacer un anillo con ese nombre. José fue tentado para conducir un taxi, por uno de sus cuñados Gatti, pero no aceptó. Pronto cambió el trabajo en El Cañón de Oro por otro en una panadería más cercana, llamada La Platense. Dedicándose esta vez al reparto en un carro de cuatro ruedas a caballo, de los que por entonces denominaban “jardinera”. Mientras hacía su recorrido, a veces se apuraba a terminar rápido su infaltable cigarrillo negro, para abrir un pan criollo al medio y comerlo con banana. O con gajos de naranja. Consuelo y José, en una de las primeras fotos juntos, rodeados por algunos de los Vázquez. Las mellis juntas a finales de los 30.
Hacia fines de 1930, en uno de los lotes del gran terreno que poseían los Schiavi ya habían construído una casa donde vivían Chesco, el mayor, con su esposa María De Domenici, en la actual dirección de Sarratea 24. Pegada a su derecha, la casa de los dos hermanos menores, en Sarratea 26, que vivían con su madre. Dejaron el cuarto lote por el momento libre. El terreno del rancho original, del lado izquierdo, había sido vendido por Chesco cuando terminó su casa. . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Las casas de Sarratea, en 2015. Sarratea 24. La casa que Sarratea 26. Terminada primero, El lote de la izquierda (Sarratea 22) construyeron para Chesco y María. reformada años más tarde. era donde se encontraba el viejo Se mantuvo casi igual a través de A su derecha, se mantuvo el cuarto “rancho”, más al fondo. los años. lote libre hasta fines de los 60.
El lote de Sarratea 22 lo había comprado Elba, costurera y esposa de Manuel, María De Domenici al lado de su el enfermero del barrio, y ella con el tiempo levantó su taller en el frente. El rancho suegra y vecina María Gatti. de los Schiavi seguiría en pie varios años más, utilizado como vivienda por los nuevos dueños del terreno. Y Manuel se convertiría en el “terror” de los chicos de la zona, cada vez que los tuviese que vacunar. Tendría la costumbre de aparecer diciéndoles: “Hoy traje la aguja más grande”. Aquellas antiguas casas, de grandes habitaciones y techos altos, eran imposibles de calefaccionar en los fríos inviernos. La zona todavía descampada volvía esos meses un poco más duros. Se usaba la cocina económica para preparar la comida y como estufa. Y el resto de la casa era casi un freezer. A la hora de dormir, ponían a calentar unos ladrillos y luego los metían, envueltos en diario o tela, dentro de las camas un rato antes de acostarse, para no tener frío en los pies. Cuentan que una temporada José y Yuleto llegaron a podar 180 árboles frutales de la zona, y usaron toda la leña ese invierno en la cocina económica. Yuleto con su bicicleta y visitas, en la vieja vereda de las casas de Sarratea, de ladrillos y cerco con arco en la entrada.
Los Schiavi usaban un sombrero Chesco con su esposa María De de fieltro estilo “Borsalino”. Domenici, posando en su casa. José montado a caballo. Yuleto en versión más formal. Las mellizas durante alguna tarde de paseo.
María Gatti posando con familiares de visita, en el frente de Sarratea 26. Fotos carnet de Ana y Yuleto. María De Domenici entre sus cuñadas, Consuelo y Ana.
IV. S u b e , s u b e , s u b e l a e s p u m i t a . . . EL TRABAJO Y EL AMOR Poco tiempo después, José conseguiría entrar a trabajar a la planta de la Cervecería Quilmes, recomendado por su hermano mayor. Chesco estaba en la parte de fermentación de la “Brasserie Argentine”. José, en cambio, en el “sótano de reposo”, donde descansaba la cerveza una vez lista, en un ambiente frío, previo a la filtración y posterior embotellado. José trabajaba rotando los turnos, unos días de mañana, otros de tarde y otros de madrugada. Vestido con un grueso atuendo gris, polera de lana y dos o tres medias, para combatir las bajas temperaturas, más las pesadas botas de “seguridad” (de un duro cuero y plataformas de madera). Yuleto, por entonces, trabajaría como encargado en La Italiana, una textil a la vuelta de su casa, donde hoy en día se encuentra la terminal de la línea 22. Consuelo y José decidieron casarse en agosto de 1940, superado un breve distanciamiento como novios (con recorte a puro tijeretazo de una de sus fotos juntos). Lo hicieron en un antiguo Registro Civil de Quilmes que ya no existe, en el barrio La Colonia. Como festejo eligieron ir a un cine de la capital y de paseo al zoológico. Ana y Yuleto se casaron en 1946. Durante algunos años, ambas parejas compartieron la casa de Sarratea 26, junto a María Gatti.
LA GRAN FÁBRICA La Cervecería a principios de siglo. Sus calles internas hacia 1910. Hacia 1890, se había iniciado la radicación de un polo industrial en medio de las tranquilas chacras y quintas de frutales que poblaban el partido de Quilmes. La fábrica, con sus enormes edificios, se parecía a una ciudad con sus calles, su tráfico de coches que iban y venían cargados de botellas y barriles, con toda su gente caminando. Tres habían sido las determinantes principales para la elección del sitio: la pureza del agua, la cercanía del ferrocarril y la relativamente corta distancia de la ciudad de Buenos Aires. La utilización de energía eléctrica y de vapor combinadas permitió un mayor rendimiento de las instalaciones. Las chimeneas, los depósitos, las vías, cada uno de los pabellones y talleres, contribuían a conformar una imagen de eficiencia y progreso. Hacia 1910, la fábrica ocupaba una superficie de 19 manzanas, 8 de las cuales estaban edificadas. Daba empleo a 1000 operarios, más técnicos y directivos. Gran parte de los quilmeños llegó a trabajar, y trabaja, en la Cervecería. Todavía hoy, muchos recuerdan cuando todo Quilmes ajustaba sus relojes con el pito a vapor que sonaba a cada cambio de turno. O cuando para los fines de año se formaban interminables colas de vecinos que buscaban barras de hielo. Al finalizar la década de 1930, la “ciudad industrial” se ubicaba en un Partido netamente fabril. En todo este proceso, la Cervecería jugó un rol pionero.
La sala de cocimiento. Algunas de las etiquetas de la José, destacado arriba, Quilmes, entre junto a varios capataces de 1920 y 1958. la fábrica. Carnet de la Sociedad de Obreros Cerveceros.
(QUE QUEDE ENTRE NOSOTROS) Irónicamente, el “sótano de reposo” de la Cervecería estaba en el tercer piso. Interior de la planta Una vez pasado el período de maduración necesario, se derivaba la cerveza por una de la vieja Cervecería. tubería desde allí hasta un piso inferior, a la parte de filtración, para el posterior embotellado. Llegado ese momento, José estaba atento para abrir la llave que José Schiavi durante permitía circular a la bebida. La comunicación con sus compañeros de abajo era a los años 40. Al lado, través de un grito y luego golpes con alguna herramienta en el caño. su pesada bota de trabajo. Hasta que no le dieran aviso debía esperar, pero en una oportunidad creyó escuchar un “¡Chavi!”, como le decían (acortándole el apellido), habilitándolo a abrir el paso a la cerveza. Así fue que comenzó a liberar litros y litros a través del conducto. Y esperó hasta escuchar el aviso de los golpes metálicos, para cerrar el paso. Calculó el tiempo mentalmente, que más o menos era siempre similar, pero no hubo ninguna señal. Ya preocupado, les pegó un grito a los de abajo, para ver qué pasaba. Para su sorpresa, le respondieron que todavía no lo habían llamado para mandar la cerveza. José se apresuró a cerrar la válvula, pero... ¿adónde había ido lo que había liberado? Todo el contenido de un tanque de 75.000 litros había terminado en el desagüe. Porque hacia allí estaba derivada en ese momento la salida de la tubería. Así fue que una parte de la producción de aquél año fue a parar al Río de la Plata. Pero, afortunadamente para José, eran épocas donde no solo la comunicación entre las áreas era un poco improvisada, sino también los controles de lo que se fabricaba. Y en “la Quilmes” nunca se enteraron de lo que luego se convertiría en una simpática anécdota familiar.
NACIMIENTOS Y DESPEDIDA Mary Schiavi en foto de estudio. En 1941 nació la primera hija de Consuelo y José: María Ester Schiavi. Algunos cercanos la llamarían “Ester” al principio, hasta que se convirtió definitivamente Abajo, con sus padres y junto a su en “Mary”, para todos. tío Yuleto y abuela María Gatti. Las tres fotos en el frente de José de chiquita le diría Chimbela, por un conocido personaje radial de la época, su casa de Sarratea 26. interpretado por la actriz Elena Lucena. Iba a ser la mimada de sus abuelas Dolores y, sobre todo, María, quien debutaba como tal. La hija de su hermano Alejandro Gatti se la llevaría de bebé a su casa todo el tiempo, enloquecida de ternura.
Los Schiavi en foto de estudio de la época, que se sacaba en la costa de Quilmes. Mary lista para el carnaval de 1943. Dolores Segovia con su pequeña nieta Mary a upa. A solas, y rodeada por algunas de sus hijas. (1941 y 1942)
La nueva integrante, Marta Schiavi. (1946) Foto en estudio de la familia completa. Mary vestida de aldeana y Marta con disfraz de polvera, usado por Mary unos años antes. (1947) En 1945, nació Marta Beatriz Schiavi, segunda hija de Consuelo y José. Ella y Mary serían a partir de entonces muy compañeras, en las diferentes etapas de la infancia y a través de sus vidas. Siendo ambas todavía pequeñas, un cáncer se llevó a su abuela paterna María Gatti. Aquella italiana, llegada en 1923, había podido conocer a sus primeras nietas. Y continuarían naciendo más nietos hacia el final de la década del 40. Las mellizas Vázquez y los hermanos Schiavi siguieron viviendo juntos en la casa de Sarratea 26, la que habían compartido con María. Mientras tanto, como por aquella época adquirir lotes podía llegar a ser relativamente accesible con un crédito, José y Yuleto compraron uno juntos a unas cuadras de su casa, como inversión. Yuleto había visto el terreno en venta, mientras pasaba en su bicicleta, y no dudó en proponerle la idea a su hermano Pino. Quedaba sobre la calle Lavalle al 1300, justo del otro lado de las vías.
Chesco rodeado Ya eran muchos en una misma casa cuando en 1947 nació Mirta Ana Schiavi, la por sus sobrinas primera hija de Ana y Yuleto. La estabilidad en el trabajo de la Cervecería ayudó a Mary, Marta y Mirta. José a tomar la decisión de empezar a construir una casa nueva en ese terreno de (1949) Lavalle 1338. En esos años, la cervecería ofrecía vivienda a los trabajadores que la necesitaran en el barrio obrero Villa Argentina, vecino a la fábrica. Desde su inauguración en 1927, los obreros calificados, capataces, jefes y directores podían instalarse allí. No era fácil, pero José y su familia habían logrado que se le asigne una. Incluso llegaron a visitarla y todo. Pero, al trascender que estaban empezando a construir la suya propia, la propuesta quedó trunca. En 1948 nació Norma María Schiavi, hija de Chesco y María. En 1949, Ana y Yuleto tuvieron a su segundo hijo, Miguel Ángel Schiavi. En aquellas dos casas de Sarratea habían nacido los primeros descendientes de los Schiavi, atendidos por doña Etelvina (la Chofi), partera del barrio. En pocos años, había comenzado a nacer la nueva generación. Izquierda: las primas Schiavi con la más chiquita, Norma. (1949) Centro: Chesco y María con su hija. Derecha: Norma en un retrato, a los 3 años.
Consuelo y José junto a sus hijas. Norma Schiavi en fotos de estudio, a solas y junto a sus padres Chesco y María. Las primas Marta, Mirta y Mary Schiavi, en el carnaval de 1950. Norma con su prima Mary.
Chesco, Norma y María. José , Consuelo y sus hijas . De vacaciones en Córdoba. (1952) (1950) Primos. Detrás: Mary, la más alta. Los dos hijos de Ana y Yuleto: Centro: Mirta, Marta, Marta hija Mirta y Miguel Ángel. (1955) de Porota, Norma, Miguel Ángel. El bebé de adelante es Juan José. (1953) Derecha: Marta, Mirta y Mary. (1948)
V. L a g r a n f a m i l i a Eloisa Vázquez y Carmen Vázquez. BODAS E HIJOS DE LAS VÁZQUEZ (1956) La primera de las hermanas Vázquez en casarse fue Eloisa, la mayor, con apenas 15 años. Su marido, Aníbal Morando, era de la Marina y vivieron en Pellegrini 220, frente a la plaza cercana a la estación del tren. Era una persona muy culta, según cuentan, y después de casada se mantuvo más alejada de la familia. Siempre coqueta y arreglada, usaba cremas, en una época en que aún no era algo común. El matrimonio tuvo 5 hijos, las mujeres “Toqui” y Mercedes, los varones “Coquito” y “Titilo”, y uno que falleció de chico. Carmen (alias La Negra) se casó con Orlando Ferrara, que trabajaba de encargado en las cristalerías Rigolleau de Berazategui. Ellos tuvieron cuatro hijos: “Tití”, “Monona”, Rodolfo y Alicia (la Ñata). Vivieron sobre Triunvirato, a una cuadra y media de la barrera. Dolores (Monina) se casó con Pedro Camarotta. Carlos Camarotta (Carlitos) nació en 1944. Era “bravo” de chiquito, según recuerdan. Una vez metió la cabeza entre dos rejas y no lo podían sacar. En otra oportunidad, jugando por la calle se cruzó con un carro que pasaba, y mientras todos se agarraban la cabeza él salió del otro lado como si nada. Monina y Pedro tuvieron otra hija, llamada Estela. Pedro Camarotta y Monina, en su casamiento.
Argentina (Porota) se casó con Armando Ruiz. La familia de su marido era de campo y criaban vacas. No muy lejos, ya que por Centenario pasando Dorrego todavía era una zona poco poblada. Su primera hija murió de muy pequeña. Luego nacieron Marta y Ana María. Ellos también compraron un terreno sobre la calle Sarratea, cerca de Vicente López, donde luego construirían. Rosa (Chichí) era la última de las hijas nacida en Paraguay. Y de las más jóvenes, después de sus hermanos porteños María y Santiago. Era muy “moderna”, se vestía y peinaba a la moda. Era muy hábil con las manualidades y la cocina. Trabajaba en la textil Rhodia. Se casó con “Cholo” Mella y tuvieron a Mónica, pero finalmente se separaron cuando su hija tenía 9 años. Y a partir de ahí todo se les hizo difícil. Arriba: Porota alzando a su hijas. Derecha: Pedro y Monina, casados y con su primer hijo Carlitos. En las riendas, Armando Ruiz, con Porota y su hija Marta. En el centro, María y Juan Citro. Más atrás, la Ñata Ferraro y Mary Schiavi.
Ana y Porota con su hija a upa. Abajo, María sentada. Carlitos Camarotta y Mirta Schiavi. Abajo con sus madres, Monina y Ana. (1949) Marta, Mary, Carlitos y la Ñata Ferrara, hija de Carmen Vázquez. (1950)
Chichí en los 60, ya sola con su hija, trabajaría casa por casa vendiendo una foto para los más chicos de cada familia. Lo hacía junto a Mary Schiavi (para quien sería uno de sus primeros trabajos) y si luego el fotógrafo concretaba el retrato ganaban una comisión. María, la más joven de los hermanos, se casó con Juan Citro. Su esposo era albañil y construyó la casa donde vivieron, en la esquina de Sarratea y Martín García. También era futbolista amateur. Jugó de 10 en el Quilmes Atlético Club, a mediados de los 40, contra equipos como Boca e Independiente. No era pago, solo le daban la camiseta, y como había conseguido trabajar en la Cervecería tuvo que dejar. Siguió jugando en el ámbito barrial. Con María tuvieron a Mónica y Miguel Ángel. Arriba: retrato de Chichí en los años 40 y 50; y de su hija Mónica. María Vázquez a los 20 años. Arriba: casamiento por civil de María Vázquez y Juan Citro. Debajo: Chichí en la década del 60. izquierda: las hermanas Tití y Monona con su tía María.
Izquierda: Dolores Segovia y su hijo. Arriba: Juan y María con su hija Detrás: hermanas y madre del novio. Mónica, junto a Monina y Pedro Camarotta con su hija Estela. Retrato individual de Mónica Citro. (Años 50) Abajo: María y Juan en 1957.
Monina y Pedro Al remo, Santiago Vázquez Camarotta, junto y Juan Citro. Detrás, sus a sus hijos. respectivas parejas, Marta Los Camarotta Horisberger y María Vázquez. y los Citro con su hija, Mónica. Años 50. Carlitos, Juan Citro y María Vázquez con su hija Mónica, Carlitos Camarota y su mamá Monina en 1956. y los Camarotta con Estela. Quequén. (1959)
SANTIAGO VÁZQUEZ, EL “NENE” Santiago, el único varón de los hermanos Vázquez, también comenzó a trabajar en la Cervecería Quilmes. En varios puestos, como por ejemplo el de embotellado. Pidió licencia para cumplir con el servicio militar y luego continuó en la fábrica. “Nene”, como lo llamaban de chico, conoció a Marta Horisberger a finales de los 40, en la puerta de un cine del centro de Wilde. Pero ese acercamiento no pudo convertirse en noviazgo hasta unos cinco años después. El padre de Marta, que era un suizo-alemán muy estricto, no la dejaba tener novio hasta que se casara la hermana mayor. Cuentan que cada vez que entregaba la mano de una de sus hijas (tenía cinco), decía al pretendiente: “Te llevás la mejor”. La familia venía de una clase media acomodada, eran de Villa Domínico y no les faltaba nada. A diferencia de los Vázquez, que siempre la habían remado. Finalmente, después de la larga espera, Santiago pidió su mano para casarse en 1952. Por entonces ya tenía comprado en cuotas un terreno en la esquina de San Luis y Bernardo de Irigoyen, en Quilmes, donde estaba construyendo. Continuaría trabajando en la fábrica, hasta que le ofrecieron ser casero en el sindicato de cerveceros. Santiago en la “colimba” (1940) y con bigote para su casamiento, en los 50.
DESPEDIDA DE DOLORES Dolores Segovia en una Dolores Segovia siguió viviendo con las hijas que todavía eran solteras y el último de sus últimas fotografías. lugar que alquiló fue sobre la calle Moreno 1083, entre Guido y Solís. Dolores rodeada por nietos: Mary y Marta a cada lado, Allí vivía al fondo, pasando la habitación de un judío ortodoxo fanático de la música detrás la Ñata, delante Rodolfo, hijo de Carmen, clásica. Cuando las nietas de Dolores la iban a visitar no podían evitar, quién sabe y Marta, hija de Porota. (1950) porqué, la risa de verlo sentado en su cuarto escuchando la radio. Se tiraban al piso y pasaban agachadas por debajo de la ventana. Tan tentadas que a veces largaban la carcajada y el vecino se indignaba. Cuando se casó la última de las Vázquez, el joven Santiago se fue a vivir a casa de Yuleto y Ana. Y Dolores seguramente habrá estado un poco en casa de diferentes hijas. Pero finalmente también se quedó junto a Ana, en Sarratea 26, hasta que una hemorragia cerebral la dejó inconsciente en su cama durante una semana. En aquella casa falleció y fue velada, en 1952. Sería el adiós a una madre, y abuela, muy querida por su bondad. Su esposo había tenido un hermano menor, Manuel, que se mantuvo cerca de ellos en sus años en Paraguay, donde se casó, pero luego falleció en Corrientes. Esta parte de la familia vivió luego en Boulogne (al norte de Buenos Aires) y se dedicó a la venta de zapatos. Tenían un comercio en aquella zona: Calzados Vázquez. Inés Vela, la viuda de Manuel, y sus hijos, durante muchos años se relacionaron con los Vázquez de Quilmes. Todavía hay quien recuerda a Inés llamando a su sobrina política “Consuelito”. Carmen, la hermana menor española de Santiago Vázquez, se casó con un valenciano de la familia Vela, en Paraguay. Y tuvo una hija en Corrientes. En esa provincia se casaron dos de los tres hermanos de Santiago nacidos en Argentina, pero no se conoce mucho más sobre ellos.
LA FAMILIA SE COMPLETA Hacia 1949, Consuelo y José decidieron mudarse con sus hijas, por un tiempo, a casa de Porota, una de las hermanas Vázquez. En esos meses, Mary y Marta se enfermaron de sarampión. Finalmente, todos se trasladaron a la casa de Lavalle 1338 cuando estuvo terminada, donde nació Juan José Schiavi en 1951. Miguel Ángel, de apenas 3 años, comenzó a hablar de su nuevo primo como “Neneíto”. Con ese apodo comenzarían a llamarlo todos al mismo Miguel Ángel, incluso hasta de grande. Los hermanos Schiavi habían completado sus familias, y sus hijas andarían siempre juntas. Aunque José y Consuelo se habían mudado a unas cuadras, ellas compartirían su tiempo visitándose mutuamente. Hacia 1962 nació Marcelo Vázquez, hijo de Santiago y Marta. Dos años después, tuvieron a “Lili”. Y en 1964 a Miriam. Además, el resto de los hermanos Vázquez se fueron casando y mudando relativamente cerca. Con el tiempo el número de primos creció y se transformaron en una familia muy numerosa. Juan José Schiavi a los 6 años, junto a su familia, de vacaciones en Córdoba. (1956)
Marcelo Vázquez en el primario. Mirta, Juan José, Marta y Mary, delante de José y Consuelo. (1965) Marta y Santiago con Marcelo en sus brazos. (1963) Derecha: sus hijas Miriam y Lili.
LOS NUEVOS VECINOS Mauricia Muñoz, luego de dejar su pueblo natal Caa Catí, trabajaba como empleada doméstica en la ciudad de Corrientes. Pero hacia 1940 se decidió a buscar mejor suerte laboral en Resistencia, Chaco. En aquellos años aún no existía el puente que hoy en día une, por sobre el río Paraná, las dos vecinas capitales. Eso complicaba vivir en una provincia y tener actividades diarias en la otra. Los medios de transporte hasta la otra orilla en aquellos años eran la balsa y el “vaporcito”. Así que cada día Mauricia cruzaba con su pequeño hijo Roberto hasta Resistencia, y por la tarde regresaba a Corrientes. En 1942 logró ingresar a trabajar como mucama en el Hotel España, de la capital chaqueña. Y, con este trabajo estable, finalmente pudo alquilar una casa en las cercanías y mudarse a Resistencia. Roberto iniciaría primer grado inferior en 1943, en la escuela Nº 3 de esa ciudad, con 7 años. Hacia 1945, Mauricia comenzó a planear venir con su hijo a Buenos Aires. Y se decidió a viajar al año siguiente, renunciando a su trabajo en el hotel. Un barco a vapor los traería por el río Paraná hasta amarrar en la capital porteña. Para Roberto implicaría perder un año del primario, hasta acomodarse en su nuevo lugar de destino. Pero para su madre lo importante era lograr algún progreso económico que les permitiera estar en una situación más cómoda y recuperarse de momentos de apremio vividos hasta entonces. Ella haría lo posible porque su pequeño hijo estudie, para que posea una buena herramienta a futuro, y tenga las menores carencias mientras tanto. Roberto junto a su mamá, a los 8 y en el día de su comunión. Resistencia, Chaco. (1943)
Ambos llegaron, como los Schiavi y los Vázquez, a la ciudad de Quilmes, donde Roberto Muñoz con diez años Mauricia volvió a trabajar como empleada doméstica. Viviendo un tiempo en de edad. A mediados de la Bernal conoció a José Barca, un inmigrante italiano viudo. Se casaron en 1947 y década del 40. compartieron 10 años juntos, hasta el fallecimiento de Barca. Mientras tanto, hacia 1948, Mauricia había comenzado a trabajar como mucama del Hotel Astrid, en Alvear 624, Quilmes. Hoy todavía existe y se llama Hotel Poland. Mauricia tenía una hermana, llamada Petrona. Para entonces “Nila”, se había casado con un inmigrante español y también vivía en Buenos Aires. Con 14 años, Roberto Muñoz consiguió entrar a trabajar como cadete, en carácter de prueba, en la Secretaría de Transporte, a fines de 1949. Al año siguiente terminó sexto grado de la educación primaria, y a través de una carta solicitó su nombramiento efectivo, para “prestar ayuda a mi señora madre”. Trabajaría en la Secretaría hasta 1962, período interrumpido en 1956 cuando fue llamado a alistarse en las filas de la armada. Se encontraría en la Infantería de Marina durante un año y medio. Y durante un tiempo estuvo alojado, con los demás conscriptos, en el viejo Hotel de Inmigrantes, utilizado ahora para otro destino. Después de alquilar en diferentes lugares y vivir un tiempo en Wilde, durante ese año de 1956 Mauricia alquiló una habitación en Sarratea 12, al lado del viejo almacén y despacho de bebidas conocido como Palumbo. Casualmente, justo a pocos metros por Sarratea, estaban las casas de los Schiavi. En 1962 Roberto y su madre se mudaron de esa casa a una más cómoda, en la vereda contraria. Un PH antiguo al fondo de un pasillo, en Sarratea 25. Exactamente enfrente de los tanos, lugar que Mary y Marta visitaban casi diariamente, para ver a sus primas y tíos.
Sus libros de la escuela. Roberto en la adolescencia. Carta de agradecimiento a su mamá. (1945) Auto de madera, de los pocos juguetes de su infancia.
Roberto a principios de los 60. Arriba: Mauricia en 1954. Derecha: Roberto en el mismo año, a los 20, elegante para una fiesta. Madre e hijo, en fotos individuales, a finales de los 50. Y del brazo, una década después.
VI. Aquellos buenos viejos tiempos El viejo boliche funcionando como restorán de barrio, en 2013. LA ES QUINA DE PALUMBO El viejo boliche de Rafael Palumbo, en la esquina de Centenario donde nace Sarratea, era un lugar de reunión donde más de uno tomaba una grapita y mataba el tiempo con el truco. Se escuchaba cada tanto el silbato del Ferrocarril del Sud a lo lejos, y se lo veía pasar de reojo a través de las ventanas, con su estela de humo negro (mientras los vasos temblaban), para no desatender las cartas durante la jugada. En su frente, con puerta en la esquina, estaba la entrada al bar. Y por el otro lado, frente a las vías, se accedía al almacén de ramos generales, que vendía de todo, suelto. Menos el pan, que lo repartían por la zona en un carro con el nombre pintado de “La Panificadora”. Otro carro que pasaba era el de don Evaristo, el lechero, un gaucho de bombacha bataraza, pañuelo al cuello y boina. Palumbo era frecuentado por algunos vecinos del barrio y los más variados clientes. El afilador de cuchillos, Cardilo, dejaba su bicicleta y entraba por un trago. Un tal “Pistola”, que andaba a caballo, sin un brazo pero nunca sin un arma, era otro habitué. Los caballos se ataban en el palenque o las argollas de hierro en la entrada. Una dama, que llamaban “La viejita del Geniol”, también pasaba casi a diario por algún vaso de vino. Y no faltaba el que hacía unos mangos con las changas y se los gastaba ese mismo día ahí. El boliche también servía como punto de descanso para los cocheros de las carrozas fúnebres que volvían del cementerio de Ezpeleta, luego de los entierros. Ahí paraban siempre a tomarse unos minutos. Y algunos tragos.
Carroza como las que se detenían Chesco y amigos en divertida foto por descanso y algún trago un poco pasada de tragos. volviendo del cementerio. La esquina de Palumbo como Podían verse desfilar por Centenario hasta esa esquina las carrozas negras tiradas por sobrevivió hasta ser cerrada con dos o cuatro caballos del mismo color. La cantidad de caballos dependía del presupuesto destino incierto. del cortejo. También las había blancas con caballos blancos, en el caso de tratarse de funerales de niños. Incluso Miguel Ángel Schiavi visitaba Palumbo de pequeño. Cuando Chesco se iba de vacaciones venía un conocido suyo a cuidar su casa. Y, como los fondos de los tanos no estaban divididos y Miguel siempre pasaba hacia el lado de su tío, este hombre lo llevaba seguido a tomar una Coca Cola en botellita de vidrio al boliche de la esquina. Al día de hoy, luego de ser un restorán y parrilla hasta 2015, Palumbo todavía corona la esquina de Sarratea y las vías, aunque con las puertas tapiadas. Y aún se mantienen en el barrio algunos de los paraísos que plantó una vez Chesco, desde el boliche hasta su casa. “Don Pancho”, como lo llamaban algunos vecinos, era un fanático de plantar árboles. Por cada nuevo integrante de la familia que nacía, él plantaba uno. Por ejemplo, plantó un olivo para Marta, hija de José. Y ella siempre le recordaría, como dice la vieja expresión, que él “le dio el olivo”.
ALEGRES MASCARITAS Hacia 1900 los corsos de carnaval de Quilmes se realizaban en la calle Rivadavia. A partir de 1940, comenzaron a organizarse al mismo tiempo los corsos barriales sobre la calle 12 de Octubre. Eran muy concurridos. Gente de todo el partido venía con sus disfraces, comparsas y murgas. Las carrozas eran muy simples, casi siempre sulkys o un carro cualquiera adornados con guirnaldas. La fiesta seguía en los bailes y concursos de disfraces de los clubes. Y en el Parque de la Cervecería, hasta los 60. Una vez, estando aún de novios, Consuelo y José fueron a una de esas fiestas, disfrazados. Querían sorprender a las hermanas de ella que siempre andaban en alguno de estos bailes, así que no les avisaron nada. A pesar de estar de incógnito y de que José tenía un extraño disfraz de “dominó”, y lo cubría casi por completo, las Vázquez reconocieron enseguida a Consuelo y su novio. Sorprendidos, preguntaron cómo los habían descubierto tan rápido. La respuesta fue simple: “¡Porque eran los únicos que estaban sentados y no bailaban!”. Y la culpa había sido de José, al que siempre le costaba pisar la pista. Las Vázquez divertidas, vestidas de españolas. (1938) José, disfrazado de dominó, y Consuelo, de bailarina, en una foto cortada y luego unida con cinta, fruto de una pelea de novios. Reconciliados, se casarían poco después.
Las melli y Monina listas para los carnavales. La aldeana Mary y Marta con disfraz de polvera. (1950)
Hacia fines de los 40, José y Consuelo concurrían a los corsos de 12 de Octubre, Mirta y Miguel Ángel Schiavi, llevando a sus hijas disfrazadas. En una de las fotos de aquellos años se puede ver a en los corsos de Quilmes. Marta con un disfraz de polvera, o “cisne”, como le decían a la almohadilla suave que se usaba para maquillarse. Y a Mary vestida de aldeana. Aquel disfraz de Roberto de mexicano, en algún polvera había sido estrenado por Mary unos años antes. En otros carnavales llegaron carnaval de los años 50. a disfrazarse de gitana e incluso de botones de hotel. En esas noches de carnaval eran infaltables los juegos con agua. Y generalmente no se perdonaba a nadie a la hora de apretar el pomo. En una ocasión, un muchachito se había puesto tan pesado mojando a Mary y Marta que José se enojó y le sacó el “Tiralindo”, el pomo de agua con el que las perseguía. En otra ocasión estaban reunidos en casa de una de las hermanas Vázquez, y Ana se había disfrazado de osito, con una bolsa de arpillera a la que le había atado las dos puntas para formar unas orejitas. Andando en bicicleta, su hijo Miguel Ángel se cayó y alguien lo llevó rápido al hospital. Cuando volvieron a avisarle, Ana salió a atender la puerta de lo más divertida vestida como oso, sin tener idea de lo ocurrido. Marta disfrazada de botones de hotel y gitana. (1950)
DÍAS DE RADIO Radioteatros y orquestas de Hacia la década del 30, los nuevos receptores de radiofonía a válvulas se habían tango en vivo. Atracciones hecho accesibles y la radio dejaba de ser un artículo de lujo para convertirse en un principales de la programación artefacto hogareño habitual. Fue cobrando cada vez mayor importancia con las radial por entonces. manifestaciones de la cultura popular, como las transmisiones de fútbol y los radioteatros. Los Schiavi solían escuchar en los 40 y 50, entre otras novelas, la famosa comedia “Los Pérez García”, que se transmitía por la histórica LR1 Radio El Mundo, de lunes a viernes por la noche, después del “Glostora Tango Club”. Se trataba de un radioteatro en vivo, de 15 minutos, cuya temática eran los problemas que vivía una familia de clase media, con el auspicio de Mejoral. Acuñaron una frase que todavía se escucha actualmente: “Tiene más problemas que los Pérez García”. A veces el aparato de radio perdía la señal, y alguno corría a agarrar la antena con la mano para reducir la interferencia. Esto llevó a pensar al pequeño Juan José que quizás la solución fuera colgar un pedazo de carne de la misma. En la década de 1950 se produjo el nacimiento de la televisión en Argentina, que se expandiría desplazando a la radio de muchos de los ámbitos de la comunicación masiva. A finales de los 50, los Schiavi empezaron a visitar la casa de los italianos de enfrente, que se habían comprado un televisor, algunos sábados a mirar novelas. Con el tiempo compró un tele José y eran ellos los visitados por algunos de la familia. Por ejemplo, Porota y sus hijos venían los fines de semana. Como su hija más chica era corta de vista, siempre se sentaba bien adelante. Y les tapaba la visión al resto, que tenían que andar cabeceando.
Juan José junto a la Petisa, en la LA PETISA Y LA FLECHA puerta de Lavalle 1338. (1957) A principios de la década de 1950, José Schiavi y Ana Vázquez compraron un sulky El típico sulky de aquella época. cada uno. El de José tenía dos ruedas y estaba compuesto por un exterior de mimbre y unos asientos de madera. Era tirado por la Petisa, una yegua de dicha raza, bajita, marrón, gorda y pachorrienta. La Petisa tenía miedo a las alcantarillas y cuando tenían que pasar cerca de una, José le tapaba la cabeza con un saco, sino se ponía a corcovear. Pero era buenísima, muy noble y les dio muchas satisfacciones haciendo sus viajes. José cuidaba de no sobrecargarla y era el único que manejaba el sulky. Las herraduras se las ponía un herrero, que se acercaba hasta la casa de Lavalle. El caballo de Ana se llamaba Flecha, también era medio bajito, pero más delgado y muy mañero. Acostumbraba a andar un poco y pararse de repente. Si estaba Armando Ruiz, esposo de Porota, bajaba a susurrarle en la oreja para que arranque. Después bromeaba diciendo que lo había invitado a un café. Armando hacía reír a todos pero, en realidad, el pobre caballo se frenaba porque arriba del sulky siempre eran demasiados para cargar. Los Vázquez y los Schiavi a veces jugaban carreras, por una poco transitada calle Andrés Baranda, que por entonces ya estaba pavimentada. Avanzaban a la par cabeza a cabeza con los sulkys. Claro, a la velocidad que podían llegar la Petisa y la Flecha, que no era mucha. Una vez iban al trote en uno de los sulkys por alguna de las tantas calles de tierra y cuando agarraron el comienzo del pavimento el pequeño Miguel Ángel, que iba sentado atrás, salió despedido y ninguno de los adultos lo notó. Marta iba a su lado e intentó agarrarlo, sin éxito. Y no pudo avisar de la risa que le dio la situación. Por suerte, un hombre que vio todo desde la vereda fue el que les gritó que un chico lloraba unos metros más atrás, en la calle.
Salían a pasear, de visitas e iban siempre hasta el río en sulky. Incluso una vez fueron hasta el corso de La Boca. Ya un poco más grande, Miguel Ángel utilizaría el sulky de Ana para ir hasta Barrio Parque Bernal a pasear chicos dando la vuelta manzana y ganarse unas monedas. Hacia 1950, los Schiavi vendieron el viejo sulky y se compraron uno mejor: todo de madera, con puertita y asientos de cuero. Lástima que tuviese pintadas las iniciales “JM”, porque había sido de un tal Mujica. Pero era un detalle menor. La bicicleta de media carrera se la había dejado José a su hermano Yuleto, durante la mudanza, y se compró otra. Pero de mujer, para que también puedan usar sus hijas. Durante los primeros años de su trabajo en la cervecería, José también se dedicó a ir de mañana hasta La Plata a llevar repuestos mecánicos. Iba en tren, con su bicicleta a cuestas, y una vez allá recorría la ciudad con el reparto. En aquellos años el viejo Ferrocarril del Sud había sido nacionalizado por el gobierno de Perón y rebautizado como Ferrocaril General Roca. A mediados de la dédada del 50, el tano compró una moto marca Puma, en cuya parte trasera colgaba unos bolsos de cuero y se iba directamente de su casa hacia el sur por la ruta. A la vuelta, a veces no le alcanzaba el tiempo para pasar a comer y alguien tenía que llevarle el almuerzo a la portería de la fábrica. La Puma era una moto nacional que logró rápidamente popularidad entre las clases obreras. Después de aquellos años del sulky, la Puma que usaba José también fue utilizada por sus hijos, para dar unas vueltas a la manzana, pasear y visitar a amigos y primos. Una vez, cuando tendría ya 15 años, Marta lo llevó de recorrida a su tío Santiago y cuando volvieron él le dijo a José, asustado y un poco exagerado: “¡No sabés como maneja esta loca! No se la prestes más”. Marta, Juan José y Consuelo en la moto Puma, en el terreno al lado de Lavalle 1338. (1958)
\"¡ME AGARRÓ, ME AGARRÓ!\" El horario rotativo en el sótano de reposo de la Cervecería hacía que José algunos Las Schiavi, protagonistas de una días llegara a su casa aún de madrugada. Entraba por el costado de la casa y accedía a la cocina, pero la puerta que daba al resto de la casa la cerraba Consuelo desde el noche alborotada en su cuadra. otro lado, antes de irse a dormir. José acostumbraba mover el picaporte y luego dar unos golpes, como señal para que Consuelo se despertara y supiera que era él. En ese instante imaginó que quién había querido entrar a la casa podía estar debajo, oculto tras la tela. Cerró la puerta del living y se lo contó asustada a sus hijas. Una madrugada el sonido repentino de la puerta la sacó del sueño, pero era demasiado temprano para ser José que volvía de trabajar. Eso la asustó y fue a Ellas decidieron ir a buscar a su prima Monona, que vivía cerca. No se sabe bien por despertar a sus hijas, y a Mirta, que dormían en la otra habitación. Les avisó que qué, pero consideraron que Monona podía llegar a hacer frente al ladrón. Así que alguien pretendía meterse en la casa. Los golpes se hicieron insistentes y todas salieron junto a Mirta, por adelante, hacia la casa de la prima. El vecino de enfrente, corrieron a la habitación que daba a la calle, abrieron los postigos y comenzaron a que se había quedado atento vigilando por la ventana, se preguntó adónde irían pedir auxilio a través de la ventana. La vecina de enfrente salió a la vereda al grito de: las chicas. Hasta que las vió volver con “refuerzos”. Monona las acompañaba “¡¡Vecinos, salgan y traigan pistolas que hay ladrones!!”. envalentonada, cargando... un palo. Hubo un revuelo en la cuadra de Lavalle e incluso vino gente de más lejos a ver qué Las Schiavi revisaron debajo de la máquina de coser y no había nadie. Así que se pasaba. Los hombres se organizaron y decidieron meterse en la casa. Abrieron la fueron todas a dormir. Horas más tarde volvería finalmente José, y se sentaría a puerta de la cocina, salieron al patio y fueron avanzando en fila hacia el fondo. escuchar la insólita anécdota. Estaba todo oscuro, así que iban con cuidado atentos a encontrarse a alguno escondido. De repente pasaron sin percatarse cerca de la Petisa, que dormitaba. Se inquietó, sorprendida por la hilera de vecinos que avanzaban entre las sombras, y tocó con la cola al último, que comenzó a gritar: “¡Me agarró, me agarró!”. Los hombres se alborotaron hasta que notaron que se trataba solo de la yegua. Terminaron de revisar el fondo sin encontrar nada y se fueron. Consuelo cerró la celosía de hierro que daba al patio y se iba a ir a acostar cuando vio la máquina de coser, sobre su mesita en la cocina, con un largo mantel que llegaba al piso.
Yuleto rodeado por sus primos DE FIESTA EN FIESTA Gatti en un casamiento. Sin dudas eran años difíciles y de mucho esfuerzo. Pero también eran épocas felices, Los Vázquez, Schiavi, amigos y de fiestas y celebraciones. Las familias Schiavi y Vázquez tenían integrantes de parientes políticos acompañando a todas las edades; y bautismos, comuniones, cumpleaños de quince, casamientos, Mary en su fiesta de quince. (1956) los reunían cada tanto en gran número en un “convite”, en casa de la familia correspondiente. Con una enorme torta y, por supuesto, el brindis. Se contrataba un fotógrafo para registrar mejor estos momentos y generalmente se repartían luego algunas copias de las fotos, como recuerdo. A veces enviaban alguna imagen al diario quilmeño El Sol, como sucedió con el cumpleaños de quince de Mary y las bodas de plata de Consuelo y José. Y salía publicada en la sección de Sociales, con un breve comentario al pie.
El festejo de Mary y el aviso destacado en el diario. Los quince de Marta, junto a sus padres y hermanos. Y cortando la torta con Chesco, su padrino, y María De Domenici. (1960) Las fiestas de fin de año, durante los 50, Consuelo, José y sus hijos las festejaban en casa de Dolores Vázquez, sobre la calle Moreno. Se sumaban otros de la familia y se armaba una larga mesa. Tras la muerte de Dolores, los Schiavi las celebrarían en su casa de Lavalle. El 31 de diciembre a las 12 de la noche, acostumbraban hacer ruido contra un tacho y quemar muñecos para despedir al año viejo. Armando Ruiz trabajaba en la sala de máquinas de la Cervecería, y los fines de año que cumplía turno a la noche todos esperaban el momento en que hacía sonar el pito a vapor, marcando el nuevo año. Para las navidades preparaban el pino, pero por entonces no era tradición poner los regalos. Ese detalle era más propio de la celebración de Reyes. Sin embargo María, la hermana menor de los nueve Vázquez, trajo un año una idea que estaba empezando a hacerse costumbre en otras familias, y así comenzaron a dejar obsequios debajo del arbolito para Nochebuena. Llegado el momento, todos los abrían y luego siempre se sentaban para escuchar a Mary tocar el piano.
Norma Schiavi cortando su torta Las mellis Ana y Consuelo. Detrás de 15, junto a sus padres. de Ana: Mirta y su novio Roberto A la izquierda: Consuelo, José, Rodríguez. Detrás de Consuelo: Marta y Mirta. (1958) Chesco, José y Miguel Ángel. (1965) Más allá de tantos regalos, José siempre recordaría el humilde presente que recibía de chico, en la celebración de Reyes de su Pavía natal: una jugosa naranja, que llamaban “Portugal”, seguramente porque fueron los portugueses los que introdujeron la variedad de las naranjas dulces que se extendió por Europa. En una zona donde no abundaban los naranjos, algo así se convertía en algo rico y muy valioso. A veces, Yuleto y Chesco discutían para ver en casa de quién de los dos pasaba las fiestas toda la familia. Cosas de tanos con personalidades fuertes, porque en definitiva vivían uno al lado del otro. José siempre terminaba de mediador. A los Schiavi, trabajar en la cervecería les daba algunos beneficios para las fiestas o fechas importantes. Obtenían un vale de la fábrica para poder ir a buscar hielo. Iban con un carrito y, eso sí, había que hacer cola. Pero valía la pena para enfriar, entre otras cosas, toda la bebida.
Mary animando un rato una En el patio de Lavalle, cuando las hermanas Schiavi eran chicas, después del brindis de reunión en el piano. navidad o año nuevo improvisaban una obra de títeres desde la ventana del galpón, para todos los que estaban en la mesa. También la hacían actuar a su primita Mirta. Los tocadiscos Ranser y Wincofón, populares para musicalizar fiestas. Las fiestas eran acompañadas por la música de algún tocadiscos. Si era “moderno” se podían apilar varios discos e iban cayendo de a uno, a medida que terminaban. Eso sí, entre uno y otro había que esperar todo el proceso, pero lo bueno es que era automático. En el mejor de los casos, la música se podía obtener de un “combinado”, que además de bandeja para discos tenía radio. El tema es que el volumen no era lo suficientemente alto como para un lugar lleno de gente. En algunas fiestas, las hermanas Monina y Ana Vázquez bailaban al compás de la música haciendo equilibrio con una botella en la cabeza. A finales de los 60, en más de una reunión de los Schiavi y los Vázquez, sonaba el acordeón. Y todos cantaban, entre otros temas, el clásico de los brindis “Tómese esa copa de vino”, mientras se pasaban la copa uno al otro. Muchas veces se envalentonaban para salir a tocar y cantar por la calle, dando serenatas. En una oportunidad fueron cantando hasta la casa de Santiago, a varias cuadras, en el camión de Miguel Ángel, que para entonces hacía fletes. Para subirse, se descostillaron de la risa, pero finalmente, un poco mareados, lo lograron. El tema fue que cuando llegaron de Santiago, la suegra los echó a todos. Dicen que para estas reuniones, se preparaban damajuanas con unos cócteles poderosos. Mezclaban aperitivos, tipo Gancia, sidra y durazno o ananá licuados. José, en las fiestas en su casa, a medida que llegaban los invitados los iba convidando con una copita de entrada. Y arrancaban entonados. Las bodas de plata de Consuelo y José. A la izquierda está Chichí, con Mary detrás, y a la derecha, Marta, Juan José y Monina. En la escalera, los Citro: María, Juan y Miguel Ángel. (1965)
Los tanos, del brazo de Maria y Consuelo. A la derecha, Santiago. En la escalera Juan Citro, Mónica Mella y Miguel Ángel Citro. Colgado, Juan José. Todos los hermanos Vázquez reunidos en una misma foto, brindando por las bodas de plata de Consuelo y José. A su izquierda: Porota, Chichí y detrás María. A su derecha: Monina, Eloisa, Ana, Carmen y detrás Santiago. (1965)
DE PASEO Y VACACIONES Hacia 1915 se había construído La Rambla sobre la ribera quilmeña, un complejo Las Vázquez en la costanera de que contaba con piletas, hotel, restaurante y confiterías. En la temporada 1917-18 Quilmes, en los años 30. se inauguró el primer cine al aire libre del país, el “Biógrafo de la Rambla”, que en 1935 pasó a ser sonoro. Se proyectaban películas, sobre una pantalla instalada en el medio del río. También daban conciertos cantantes, bandas filarmónicas y orquestas típicas. En 1927 se inauguró la construcción de cemento, sobre el río, de las piletas de agua salada del Pejerrey Club, el murallón y las pérgolas de paseo. En la temporada de verano, para aquellos que no podían viajar hasta Montevideo o Mar del Plata, el balneario era recomendado como una alternativa. Los paseos y picnics en la ribera eran parte de una escapada habitual en aquellos años, y también fue una costumbre de los Vázquez y los Schiavi. Muchas fotos de los años 30 los muestran posando en la pérgola o sentados en sus escalinatas. En la rambla también estaban los espejos “japoneses”, que deformaban la figura. Y estudios de fotografía donde retratarse en simpáticas escenografías.
Décadas después, su escapada al río sentó base en el camping cervecero de los capataces, Ana y Monina posando cercano al balneario, donde tenían la posibilidad de pasar un sábado o un domingo, por con hijos en Luján. tener dos de los hermanos Schiavi ese puesto en la fábrica. José seguiría concurriendo en familia incluso luego de jubilarse, durante la década del 70. Consuelo, Porota, Ana y Monina de paseo con hijos y primos. Otra costumbre de los Vázquez y los Schiavi era visitar Luján casi todos los años. Era un paseo muy tradicional en aquella época. Se llevaban las viandas para pasar el día en el recreo “El Descanso del Peregrino”, que aún existe. En los 50, el viaje lo organizaba José y lo hacían con un tal Faílde, a cuyo micro le decían la “bañadera”, porque tenía techo de lona y, al sacarlo, se convertía en una bañera colectiva. Eran ómnibus muy comunes para paseos, en esa época. Él y Consuelo acostumbraban llevar a sus hijas a tomar un submarino cuando llegaban (todo un lujo para la época). Luján era una ciudad conocida para José. En más de una ocasión, de joven, había ido en bicicleta hasta allá acompañado por otros amigos, pero la vuelta, eso sí, la hacían en tren. También se iban en la “bañadera” de Faílde a Chascomús o Punta Lara. Cuando Miguel Ángel compró su primer ómnibus Bedford, hacia 1973, empezó a organizar él estos viajes en grupo. Un año después compraría un Mercedes Benz modelo 66, que conduciría durante muchos años. A veces viajaban algunos vecinos, como Mauricia Muñoz, acompañada por su hijo y su nuera Mary. Vacaciones de Chesco, María y Norma en Córdoba (1952) y en Mar del Plata (1958). La típica “bañadera” de la época. En esta foto, descapotada. Chesco, María y Norma de vacaciones en Mar del Plata. (1958)
Los Schiavi y Vázquez en el hotel de La Falda. Viajes a través del sindicato cervecero. (1957) Las vacaciones típicas de los Vázquez y los Schiavi, en la década del 50, fueron en las sierras de Córdoba. En La Falda, por ejemplo, donde estaba el Hotel de los Cerveceros y tenían beneficios por el sindicato. Viajaban todos en familia, en tren: Ana, Consuelo y José, Porota y Armando Ruiz, María y Juan Citro, todos con sus hijos, más Santiago y Marta que todavía no eran padres. Se cuenta que casi llenaban un vagón entero. En el hotel, los pasajeros que se iban al otro día eran los encargados de recibir a los recién llegados, disfrazados y con antorchas, ya que llegaban de noche. Les daban la bienvenida y ellos tenían que hacer lo mismo con los que llegaban la noche anterior a partir. Cuentan que María Vázquez era buena costurera. Compraba telas y buscaba retazos en la fábrica textil del barrio. Empezaba a coser ropa nueva varios meses antes de las vacaciones, y después iba con valijas repletas de vestidos que no llegaba a usar. Los Schiavi también vacacionaron bastante en la costa atlántica, sobre todo a partir de los años 60. Ya sea yendo en tren o luego con José al volante de la “Gallega”.
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