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ELBOTICARIODEARANDAS

Published by mariocastillocolque, 2018-06-14 19:15:24

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ello dependía que se recuperen. La personas que les atendía, más allá de saberde medicinas, estaba allá para que el que los recibía pueda, con sus palabrasy su actitud, transmita la esperanza necesaria y los haga sentirse vivos. Losatendidos deberían saber que la enfermedad solo era una estación pasajera ypronto saldrían de ella. Él sabía que la medicina sin los medicamentos, era un asunto ilusorio.Entendía que la confección de buenos medicamentos era una condición ne-cesaria para el restablecimiento de la salud. La farmacia debe, solía decir, serindispensable para la curación de las personas y el complemento necesario dela medicina. La atención a los pacientes requería de personas con conocimien-tos científicos y moralidad intachable. Por ello siempre vigilaba que nosotros,quienes ayudábamos en la botica, hiciéramos una labor de atender con unapizca de sabiduría, así, afirmaba, podíamos ser una porción pequeña de queuna vida fluya y siga el sendero predestinado a la salud y el buen vivir. De allíaprendí cuan esencial era la disciplina para solventar con autoridad aquellavocación que uno tenía. La imagen del farmacéutico como artesano y hombre de ciencia era elreflejo de la percepción que tenían los propios expertos de su quehacer pro-fesional. Si bien ésta se había identificado con el arte de elaborar los medica-mentos, y por mucho tiempo se definió de este modo a la farmacia a finalesdel siglo XIX. Esta desarrollaba su trabajo en la botica. Los farmacéuticosde aquel tiempo en Arandas eran expertos por vocación y autodidactas en lasciencias mencionadas anteriormente. Desempeñaban múltiples labores comoanalistas de alimentos, aguas, bebidas, clínicos, toxicológicos, y realizabaninvestigaciones, a su manera, acerca de los productos medicinales y que sepodían elaborar con productos típicos del lugar. El papel de los boticarios era muy sensible a los comentarios de la gente.Podía ser que la calidad de las medicinas que expendían sea buena. De ellobrotaría la salud en el cuerpo del paciente y el beneficiado podría atribuirefectos milagrosos a la misma. Pero en el caso de su mala preparación, desco-nocimiento o equivocación daba dar lugar a una catástrofe en la salud de losenfermos. Obviamente que esto podía ser un argumento que se utilizaba encontra de la botica. Esta fue la razón por la que el doctor tuvo que convertir-se en boticario, así como era la práctica de aquel tiempo, puesto que en estepueblo no existía ningún boticario que pueda mostrar sus credenciales acadé-micas que le autorice tal ejercicio. Era obligación del doctor, como boticario, llevar un libro donde anotaranlos ingredientes y el modo de elaboración de los remedios, y a aquellos que no 149

cumplían se les imponían severas sanciones, tales como multas o la suspen-sión temporal o definitiva de la licencia. Aunque estos requisitos eran un dolorde cabeza, pues eran tantos requisitos que se hacían imposibles de cumplir.Recuerdo que el doctor guardaba ese libro en una caja fuerte y lo cerraba convarios candados, tanto que era todo un verdadero misterio muy bien cuidado.Podría decir que eran sus fórmulas sagradas y de ellos dependía la elaboraciónde las medicinas. Hubo un tiempo en que el doctor me pidió que criara una especie de ala-cranes pequeños, que él los había traído en uno de sus viajes. La picadurade estos arácnidos era una cura para cierta enfermedad. Se lo administrabamediante la picazón de dicho arácnido y estos tenían tal virtud que en breveshoras sanaba el enfermo. La idea que tenía el doctor era que pudiéramos criarmuchos y luego surtir de dichos útiles animales a las otras boticas de Arandasy que estas de inmediato lo aplicasen a los enfermos. El experimento de criarno funcionó. Nunca pudimos saber porque aquellas pequeñas sabandijas nose adaptaron al medio y nos privaron de una forma de curar muy útil y barata. También puedo recordar, borrosamente, en el libro que el protomedicatoconsideraba como la biblia de los boticarios, estaba el uso de la mistela, en laepidemia del matlazáhuatl, que si bien en el pueblo no estaba muy confirmadoaquel brote epidémico de tifus o peste. Y que al momento de prepararlo secombinaba con aguardientes corrientes, para abaratar el precio, lo que cau-saba resultados impredecibles en los pacientes. No era casual que algunaspersonas se entregaran desenfrenadamente a la embriaguez y en ese estadoacudieran a la botica. Al ver esto el doctor estaba muy preocupado que inme-diatamente lo quitó de las recetas que recomendaba. Más tarde se supo queel mismo protomedicato lo prohibió, puesto que comenzó a combinarse conotros aguardientes de dudosa procedencia. En una de esas ocasiones me comentó el doctor que estaba enterado deque en ocasiones algunos boticarios comenzaron a recetar remedios invero-símiles, como el uso del pulque blanco como medicamento para controlar ladiarrea. La aceptación del público fue explicable, pues se conseguía fácilmen-te y se creía que sanaba enfermedades incurables sin tener que recurrir a labotica. La medida resultó contraproducente porque al consumirlo los niños sehicieron adictos a la bebida blanca. Él decía, que bajo ninguna consideraciónmedicaría dicho producto, pues era común en el mercado que los campesinoslo tomaban; pero para embriagarse y desde ese punto de vista, ya lo hacía in-viable para cualquier asunto que tuviera que ver con la salud de sus pacientes.150

Entre otros recuerdos que tengo, sobre los insumos y la fabricación demedicinas, estaban el jengibre que actuaba como estimulante carminativo yel cardenillo, especie de mezcla venenosa que servía para eliminar los anima-les caseros, que también era preocupación de las boticas y doctores, puestoque en muchos casos de ella emanaban las causales de algunas enfermedadeshumanas. La piedra calamita era una especie de imán o brújula y como pega-mento se usaba la resina del árbol gutagamba. Entre otros productos a la ventaestaban el estiércol de cabras, el aguarrás, el aceite de linaza, la piedra alum-bre, el amoniaco, el agua clorurada, la cataplasma emoliente, los polvos áci-dos, la tintura acuosa de opio para dolores de estómago y jarabe de morfina. Y las plantas, especialmente las locales, proporcionaban una innumerablevariedad de esencias utilizadas en licores, aceites, gomas y resinas. Los bál-samos se utilizaron para sanar heridas, además de poseer un excelente olor, aligual que el liquidámbar. El copal se utilizó para los sahumerios, la zarzapa-rrilla para mil achaques y el hachís como narcótico. Algunas otras veces, ya cuando el doctor entendía que las medicinas yano producían los resultados esperados, recomendaba a los enfermos que bus-carán aguas termales y se dieran unos baños. Y sí la enfermedad era crónicae incurable, les aconsejaba rezar unas novenas a San Liborio, que era el abo-gado especial contra el mal de piedra en la orina, dolor de quijada o nefrítico. Esos tiempos derivaban al doctor a una tristeza que trataba de disimular,aunque quienes lo conocíamos sabíamos que su corazón guardaba un hondapesar, porque no podía cumplir su juramento hipocrático. Lo bueno era queesto ocurría muy rara vez. Y digo esto, para que conste que yo tenía de maes-tro a un gran doctor y boticario. El doctor y su equipo, entre los que me contaba, tenía un método, quesegún creo, era el de todos los médicos boticarios, para que una receta fueraaprobada. Esta debía demostrar su utilidad con enfermos, tanto hombres comomujeres, los que debería aplicar la medicina y darle seguimiento riguroso so-bre cómo reaccionaban a estos medicamentos. Mi tarea era registrar dichosresultados y esto implicaba que tenía que visitar la casa de los pacientes, porlo menos 2 veces al día, y asegurarme de dichas evidencias. Así como ob-servar que el paciente no esté a merced de la interferencia de algún alimen-to o situación ambiental que pudiera neutralizar el efecto del medicamento.Esta fue mi mejor universidad para aprender. Y, consecutivamente, aprendía,directa o indirectamente, sobre la elaboración de las diferentes recetas. Porejemplo aprendí a preparar la receta conocida como los vapores para el dolorde huesos. En este caso era necesario realizar los siguientes pasos: se ponía a 151

cocer en agua, salvia, romero y manzanilla. Ya frío, se rociaban los ladrillosque estaban al “rojo vivo” produciendo vapores. Después limpiaban el sudor alos enfermos y se les untaba en todo el cuerpo el aceite de cachorros. Aunquees una receta casera, era muy frecuente que lo solicitarán. El doctor tenía una preocupación ante la afluencia notable de gente queno tenía dinero para pagar las medicinas, considerando que si los atendía enlos horarios en los que regularmente acudía la gente. Esto podría dar lugar aque mucha gente que no tenga dinero acudiera y aun teniendo dinero solici-te la donación de los medicamentos. Se le ocurrió un truco, que siempre lefuncionaba, para que la costumbre de regalar medicamentos a los pobres nose desbarate. Los convocaba en aquellas horas en ya era muy tarde y estabaseguro de que no acudirían otros clientes. Usualmente lo que donaba para lagente era botecitos de ungüento amarillo para algún grano, agua cefálica paralas muelas, tripa de judas, aquilón gamado, cuernillo para alumbramiento,cuerno de cuervo y flor de granado. Ahí estaba el boticario, o sea yo, yo re-galando trocitos de azúcar, tamarindos y mustela a los niños y, también, a lasmuchachas bonitas. En todos esos menesteres estaba, ayudando a recibir y aentregar, mientras el miraba a los ojos de cada uno de ellos, para decirles quela salud dependía de ellos mismos y no de los botecitos que recibirían paracurarse. Esa fue la mejor lección de medicina: Que la verdadera curación deuno mismos está en sus propias manos y los médicos y boticarios solo cola-boraban con ellos. Con el tiempo pude hacer mías estas palabras y entenderque la vida es de uno y depende de uno mismo una vida saludable y que rayeen la felicidad. Mucho se decía que el boticario era al médico lo que el tinterillo al licen-ciado. Hubo un tiempo en que me lo creí. Aunque entendí que en las comuni-dades donde no había doctor, la vieja comadrona y el curandero ejercieron laprofesión de boticarios bajo la protección y la advocación de los santos mila-grosos o espíritus desconocidos para la mayoría de los enfermos. Pues daba laimpresión de que cuanto más desconocidos sean quienes curaban, más poderle otorgaba al mismo, ya sea este un chaman o una curandera y menos fe teníaen ellos mismos. Ellos, la vieja comadrona y el chamán, preparaban medica-mentos contra las enfermedades ocultas, las famosas habas de San Ignacio, elatole del padre Verdugo, las pepitas para la solitaria y hierbas exquisitas parala orina, entuerto, cáncer y mal del corazón. Yo era un boticario, así lo sentí, mientras era parte viviente de aquellamaterialidad significativa que me albergaba. Aunque nadie me dio el título152

en cuestión, yo me sentí como tal. Ello ya era parte de mi identidad. Yo eracómplice en este intento de que las enfermedades y la muerte no mutilarán lariqueza de las alternativas que la vida ofrecía a las personas. Había que co-laborar con éstas para que su esfuerzo porque su cuerpo tenga armonía vital,sea una conquista. Que ese saberse mortal para las personas que acudían connosotros, no haga miserable la vida humana. Que esta vida, tan terrenal, no seescape del control de sus dueños y luego se difumine y se extinga en la nada. Mis aprendizajes, durante mis primeros años, estaban hechos de una ru-tina, dura y repetitiva, que consistía en moler, destilar, comprar, acomodar,atender a las personas y otros menesteres de alguien que estaba ahí por azaresy fortunio en la vida. Luego, mis aprendizajes de boticario tuvieron muchoque ver con mi voluntad ante el mundo, mi modo de entender y actuar ante losavatares de cada día, mis convicciones sobre el estar aquí y la calidad con laque se vive ese instante. No fue fácil esta transición, pues tuve que tomar unatajo para el camino no me sea tan largo e insoportable. Eso sí, que esta tran-sición tuvo un costo: renunciar a algunas partes de mi tiempo de vivir. Quizásme hice adulto prematuramente. Tal vez no dejé salir totalmente al niño quehabitaba en mis adentros. De lo que sí estoy seguro, es que un adolescente encrecimiento observaba de mis pupilas como sucedía la vida y con elocuentetimidez, solo atinaba a asombrarse. 153



MIEDO EN LAS CALLES



MIEDO EN LAS CALLESSiempre hay algunos otoños en nuestras vidas, más allá de las estaciones circulares del tiempo. Ese tiempo en el que caen las hojas sobre nuestrocuerpo, sobre nuestra sombra, sobre nuestras huellas. El sol es tenue y da laimpresión de que quisiera esconderse. Hay una estela de silencio que nos pideescuchar su cierta tristeza que viaja por su corazón. Esos grisáceos atardecerespor los que uno debe transitar su propio vivir, haciendo que esta se decolorecomo si fuera un prisma devaluado. Y uno se ve sí mismo grisáceo. Ahí esdonde le sale al encuentro una melancolía que no queremos evitar. Esto con-firma que, también, somos seres invadidos por la melancolía. En ese estadode ánimo es posible detectar la esperanza por las ilusiones porvenir y quealbergan nuestros corazones. Una parte de mi tendrá siempre el color del otoño. El color de esas tardesde soledad que asolaron mis estados de ánimo. Cuando mis células espiritua-les atentaban proceder con una terrible plasmólisis de mi esperanza juvenil. Yun pedazo de mis amores tiene el color de hojas otoñales que caen para moriry luego dar vida. Cada otoño que viene nos aproxima a la soledad que tendremos. El otoñose recuerda, por lo que es. Ya casi es el otoño, y algo se huele en el aire quemuta lo cálido en frio, en ese amarillo de las hojas que comienzan a caer.Siento que hay un resquicio de tristeza anticipada, una angustia vestida para elviaje, en el sentimiento en el que estamos vagamente atentos a la difusión co-lorida de las cosas, al otro tono del viento, al sosiego más viejo que se arrastra,si cae la noche, por la presencia inevitable del universo. Me palpo en este aquí y ahora. Siento que he develado un misterio queme ayudó a entender somos los que el universo ha diseñado. Descubrí que la 157

realidad es como un mundo, a la vez submarino y subterráneo. Que la atmós-fera se oscurece y la aclaran, algunas veces, los relámpagos recargados defosforescencia y de incógnita. Los días transcurrían en la botica e hipotecaban mis reflexiones sobre lavida, esa mi vida de cada día. Esos días fueron los más interesantes de mivida. Desde que los últimos calores del estío dejaban de ser rigurosos al solempañado, comenzaba el otoño antes de que llegase en un leve vientecilloprolijamente indefinida, que parecían evidencias de malas nuevas. Ya se veíavenir problemas y conflictos; pero que en casa pensamos que no llegaríanlejos y se difuminarían en la nada. ¡Qué equivocados estábamos! Todas las mañanas mamá se levantaba muy temprano para hacer el desa-yuno y limpiar la casa. Al mismo tiempo, colaborar para que nosotros nos pre-paráramos para ir al trabajo. Yo era el que siempre daba más lata a mamá, puescómo me costaba levantarme de la cama. Sentía que obligarme a interrumpirmi sueño era lo más atroz que podía sucederme. Poco era la comparacióncon alguno de los castigos militares para quienes que los sargentos hacían asus soldados ante las novatadas de estos. ¡Cómo amaba los domingos porquese podía dormir hasta tarde. Yo pienso que mamá sabía que apreciaba tantolos domingos, que dejarnos dormir hasta cansarnos era una de esas formasde acariciarnos. Claro que el otro lado de la medalla lo daban los hermanos.Tan bulliciosos y escandalosos, solo como ellos. Por la mañana y ya se daráncuenta que era imposible dormir hasta la hora que uno quisiera. Hasta diríaque ellos complotaban para que mi dormir sea interrumpido. En esos momentos anhelaba ser hijo único. En fin, el mundo no es perfec-to y no había otro camino para llegar a la felicidad, que no sea con la familia.Había que ser familia y yo hice esfuerzo para olvidarme de estos pequeñossucesos. Y creo que lo logré, puesto que después de este percance los domin-gos con mi madre y mis hermanos era fabuloso. Aquella mañana mamá, como de lugar, hizo su ritual de cotidianidad paraempezar el día. Mientras todos mis hermanos estaban enfrascados en prepa-rarse para salir al trabajo. No olviden que los domingos es cuando más se tra-baja en los mercados. Claro que yo ya era un empleado de una botica y, comotal, tenía mis privilegios. Ya en el desayuno y disfrutando de aquellas ricastortillas embardunadas de frijol y un buen café de olla. Yo, abría los ojos contanta lentitud y sentía que mi sueño apenas había empezado y que Morfeo seensañaba conmigo. ¡Por qué a mí, siempre a mí! ¿Por qué soy yo quien debepagar los pecados del universo? Y mientras hacía mis meditaciones trascen-158

dentales, algo prorrumpió y rompió aquella escena tan apaciblemente fami-liar. Mi despertar fue abruptamente abortado por los gritos agudos de nuestravecina, doña Lupita, que se metió a casa, luego de tocar e histérica comenzóbalbucear: - Hay militares en el pueblo y detuvieron al P. Reyes. Dicen que lovan a matar. Ellos quieren que no haya religión. Quieren matarnos a todosnosotros los católicos, también. ¡Ya se llevaron, estos desgraciados, a nuestropastor y seguro que lo van a matar! Mi madre, al escuchar esto, se asustó mucho. Trató de calmar a la coma-dre, encendida de emoción. Ella nunca imaginó que esto podía estar sucedien-do, pues desde la revolución las cosas en el pueblo habían cambiado y la gentese había empezado a dividir. Muchas crisis habían sucedido desde entoncesy por lo común, eran los pobres los que pagaban, muchas veces con su vida,el precio de aquel conflicto. Eran tiempos difíciles. Mamá se preguntaba sí¿Doña Lupita no estaría exagerando? ¿Y si eso fuera cierto? Inmediatamente,como cualquier madre, pensaba primero en sus hijos y comenzaba a urdirestrategias para protegernos. Y poder implementarlos en cuanto sea posible. Esta señora era tranquila y muy amiga de la familia. Ellas, mamá y doñaLupita, eran buenas amigas y siempre estaban compartiendo mutuamente loque tenían, ya sean las tortillas o los chismes. Ella era una participante dis-ciplinada de parroquia. Se consagraba alma, corazón y vida a su comunidadreligiosa. Era feliz con esta misión. A menudo llegaba a casa para invitar amamá a que fueran a misa, o que había que rezar el rosario o un novenario.Y aunque mamá hubiese querido ir, era complicado hacerlo, ya que siempreandaba muy ocupada. La vecina nunca cesó en su insistir y tenía fe que suamiga sería parte del grupo parroquial: Tarde o temprano. Siempre llegaba a casa y le contaba aquellas acciones en favor de reco-lectar alimentos para los damnificados de los desastres naturales que habíaocurrido en el rancherío de Piedra Amarilla. Un día antes había sucumbidoa una granizada, que había arrasado los cultivos de maíz y esto dejaba a loscampesinos y sus familias sin alimentos y vulnerables. Esa vez, como tantasotras, mi madre no lo pensó mucho y dio la mitad de nuestra comida paraaquellas familias que necesitaban. Había que ajustarse los cinturones, un pocomás, y mamá sabía hacernos entender, con sus escasas, elocuentes y precisaspalabras, que vivir era compartir. Mamá vivía enfrascada en su mundo. Una mujer sola, viuda en este caso,tenía que lidiar con la mentalidad cerrada de ese tiempo y la manutención desu familia: desde ya era una misión muy dura. Cinco hijos que alimentar, edu-car, vestirles y motivarles para que hagan de sus vidas una buena causa, ya de 159

por sí era una ardua tarea. Ya con tantas cosas que hacer, el tiempo era escaso,siempre escaso. Aunque la parroquia estaba cerca, ella sentía que quedaba le-jos de sus expectativas emocionales, puesto que el trabajo y la atención a unoshijos, niños y adolescentes, era lo primordial para ella. Se había prometidoque consagraría su vida para ellos y estaba obstinada a cumplir su promesa. En aquel tiempo, una mujer sola y con familia, tenía un vivir estigmatiza-do. La sociedad pensaba que solo los hombres podían ser jefes de familia. Lacreencia de que la ausencia del padre en la familia, el jefe, dejaba a la familiaa expensas de las preocupaciones de la sociedad, sobre quien educaba y diri-gía a los hijos. Lo bueno, fue que mamá de ello nunca cayó en cuenta y sí lohizo, no se puso a reflexionar seriamente sobre el asunto. Vivía concentradaen su vida de familia, el trabajar para que el alimento no faltara en su casa, Seocupaba de cuidar el cuerpo, así como de su alma de sus hijos. Lo hacía comosi fuera su evangelio de consagración absoluta. Alguna vez se escapaba a losrituales católicos y terminados estos, rápidamente volvía a su casa. Esto dabalugar a que ella no estaba enterada de lo que ocurría dentro de estas comuni-dades parroquiales. Doña Lupita se sentó y mamá le invitó un poco de atole que había hechoesa mañana. Mientras recobraba el color de la piel y la tranquilidad, mamácontinúo escuchándola serenamente, sin poder ocultar cierto temor que la in-vadía, mientras las palabras de la angustiada sucedían: - Debemos resistir ante esta invasión de los militares. Nos han dichoque entrarán a nuestras iglesias y destruirán nuestros santos. No quieren quehaya religión. Es por ello que los curas andan ocultándose. Debemos haceralgo, pues nosotros no hacemos mal a nadie y solo profesamos el amor deCristo. Esta tarde nos reuniremos en la plaza y debemos ir todos, pues es unasunto de vida o muerte. Tenemos que defender nuestra religión. Estamosconvocando a todos los católicos y nos reuniremos todos allí y, comadre, Ud.debe ir y allí nos encontraremos. Mientras la vecina seguía hablando, mamá cayó en cuenta de aquellosacontecimientos que habían sucedido en ese tiempo y ella no prestó muchaatención. Un día antes, recordó que la gente caminaba muy apurada y alguienhabía dicho que la iglesia estaba cerrada. Ahora que rememora, la iglesia nun-ca antes había estado cerrada durante el día y recién caía en cuenta, tardíamen-te, que aquello no era un buen augurio. Esa mañana en el mercado no había encontrado tortillas y ahora entendíaque esto tenía que ver con que la gente se preparaba para algo que iba a pasary no era nada bueno. Los recuerdos de la anterior crisis de los revolucionarios160

de Pancho Villa y los que pedían tierra, duró mucho y los niños fueron los mássacrificados. Mamá no quería volver a imaginar que un hecho como ese suce-dería nuevamente. Por sentido común sabía que sí sucede un conflicto entrelos hombres, son los más débiles lo que pagan las consecuencias. Ciertos acontecimientos comenzaron a suceder en el entorno del pueblo.El pueblo comenzó a moverse de una manera extraña. Había mucha suscep-tibilidad y la gente comenzaba a mirarse con desconfianza y comenzaron asurgir los grupos de personas, especialmente mujeres, que se reunían a ocultasy muchas veces, con el liderazgo de un cura. Los lugares y las horas eran se-cretos y se decían en baja voz. Decían que era una estrategia para que dichasreuniones no fueran en un solo lugar ni a una sola hora. Era obvio que queríanevitar ser descubiertos por los militares. Así mismo las personas que podíanasistir, eran muy seleccionadas y, al parecer, tenían que ser objeto de muchaconfianza. Mamá había sido invitada y de manera insistente. Aunque aducía que te-nía que cuidar a sus hijos, que tenía labores que hacer y el tiempo se le ibacomo agua entre las manos o que había olvidado. Siempre tenía que estarargumentando para evitar llegar a esos lugares. Eso, en parte, tenía que vercon que ella estaba confundida por todas las voces que venían de diversoslugares. Entre esas voces estaban las de las amigas de mamá, quienes estabanmuy involucradas con las actividades parroquiales por su membrecía. Aunquetambién escuchaba las voces que venían del otro lado y que tenían sus propiasrazones. Es necesario precisar que entre tantas virtudes que tenía mamá, una era lade su sensatez. Ella tenía que tomar postura, siempre y cuando los argumentosy, especialmente, los hechos, la hayan convencido. Ya cuando ella tomabadecisiones, eran irreversibles. Ya entonces se puede entender aquello de quese tomaba su tiempo. A ello se debe sumar que la nostalgia profunda que teníamamá de la ausencia de su compañero. La asimilación de esa experiencia eralenta y dolorosa. Esa soledad era profunda y aún no daba lugar a entender lavida sin su compañero de vida. Eso la llevaba a que no le cabía, aún, en sumente que ella podía estar formando parte de algún grupo de resistencia o deagentes de cambio a estas alturas de la vida. La comadre Lupita siempre visitaba a mamá. Aunque ella no siempre es-taba dispuesta para los chismes que la vecina traía. Y otras veces era unaespecie de terapia el escucharla, aunque ponía poco interés sobre aquellashistorias que poco tenían poco de veracidad y casi nada tenían que ver con su 161

vida de cada día. La comadre comentó, aquella mañana, que el gobierno habíadecidido ponerse enérgico para reprimir el culto y por ello los curas se habíandeclarado en la clandestinidad. Y en ese instante mi madre comprendía el porqué estaba cerrada la iglesia. La comadre continuaba con su rollo: - El gobernador de Jalisco ordenó reprimir los bautizos, casamientos,extremaunciones y otros. Esto nos ha llenado de temor y rabia. Y encima nospersiguen y nuestras vidas corren peligro. Comadre, no podemos quedarnoscon las manos cruzadas. Yo no me quedaré sin hacer nada o de otro modohasta podría ser la siguiente víctima. A la vez que debemos cuidar a nuestrossacerdotes. Algunos los hemos ocultado, pues ellos son nuestros guías espiri-tuales y sin ellos la iglesia estaría descabezada. Mamá conocía a su amiga Lupita desde que eran niñas. Juntas habíancrecido, habían ido a la escuela y eran del grupo de niños que asistían a la doc-trina católica. Si el corazón de mamá hablará, diría que, la señora Lupita erala hermana que siempre hubiese querido tener. Eran cómplices en las buenasy las malas. Compartían sus vidas y la materialidad de ésta. No era casual queuna acudiera con la otra para pedir un poco de azúcar, algunas tortillas, unaolla grande para hacer tamales. Y también llegaban, de improviso, sorpresasinesperadas; pero suculentas como un champurrado aromático y caliente, unmenudo que de improviso llegaba por la mañana. También vinculaba, la unaa la otra, el poco del tiempo que se regalaban para desahogarse. Y en este pe-queño espacio de minutos, era permitido el llorar, y no importaba que sí esaslagrimas eran de cocodrilo. En esto Doña Lupita aventajaba mucho a mamá,pues era la que más lagrimas derramaba, en cambio mamá parecía que teníasequedad por dentro, solo llegaba a ponerse triste. También nunca menciona-ba a papá en sus comentarios. Ella creía que ese era un asunto solo de ella. Ya cuando se hicieron jóvenes y tuvieron que elegir su propio camino,de la mano de sus esposos, las cosas comenzaron a cambiar y la distanciase abrió. Aunque nunca dejaron de ser amigas, pero ya cada una debería deatender sus propios asuntos. Doña Lupita se consagró a la parroquia y era unamilitante activa y leal a la causa de su religión. El cura parroquial siemprelo consideraba en su equipo para recolectar dinero para los seminarios dejóvenes que se formaban para ser futuros presbíteros, para preparar a los queharían su primera comunión y para ayudar en los cursos para quienes preten-dían casarse. Mamá era una mujer más de su casa. Juntar y contar los centavos para lacomida no había sido poca cosa. Esto de estirar el presupuesto para que losniños tengan lo esencial para vivir requería buenas horas de su tiempo. Ella162

creía que los niños deberían ser siempre felices. Decía que un niño con ham-bre no ríe, un niño con frio no ríe, un niño con tristeza no ríe. Su mundo erasu casa y sus salidas tenían que ser muy bien planificadas, puesto que colabo-raba con la gente que necesitaba y eso tenía que ser algo secreto. A ella no legustaba que la vieran como alguien que ayuda al prójimo. Y sí de paso podíaganar unos pesitos: Bienvenidos. Y en casa siempre faltaba tiempo, pues habíamucho que educar a unos hijos inquietos y que requerían de su atención. Así es como doña Lupita, aquella tarde de viernes, muy alterada y con-vencida, continuó su explicación sobre lo que estaba sucediendo, más propia-mente su versión: - Sofía esto que está sucediendo es terrible. No lo puedo creer. Quierencontrolarnos con la religión. Ya los del gobierno no quieren que nuestros sa-cerdotes llamen la atención a los políticos ni que opinen de lo que es la políti-ca en nuestro país. Han llegado hasta el colmo de decir que nuestros pastoresdeben casarse. ¡Eso ya es un sacrilegio! ¿Acaso Cristo, nuestro redentor, eracasado? Él era un hombre casto que nunca se casó, justamente porque sí secasaba no podía ser el pastor y salvar a este mundo. Tendría que elegir entresu familia y el mundo. Y el eligió morir por nuestros pecados. A lo que mamá decía: - Lo entiendo Lupita. ……y continuaba, muy emocionada e indignada, a la vez: - Si se meten con los curas, se meten con nosotros. Hasta quieren qui-tarles las tierras que tienen y donde cultivan para sacar para los gastos de igle-sia, ¿así como van a ayudar a los pobres? ¡Cómo no nos va a llenar de corajeesto! Por eso nos estamos movilizando para convencer a la gente que salga endefensa de la iglesia y sus pastores. Y ya les hemos dicho que no pagaremosimpuestos, porque con este mismo dinero ellos compran armas y nos vienen amatar. ¿Qué será de nosotros sí nos cierran la iglesia? Así como Lupita, mucha gente en muchedumbre clamaba enojada contrala promulgación de la “Ley Calles”, que, según los católicos, era una he-rramienta del diablo para impedir que los dogmas católicos sigan vigentes.Entendían que el Estado pretendía controlar a los curas para que no tengantanto poder. Mamá estaba perpleja al oír esto. No sabía que pensar. Apreciaba a suvecina y temía por su vida, aunque por otro lado pensaba que sí no estaríaexagerando demasiado. En el pueblo había una catarsis y de esto se empapabacotidianamente la gente. Se sentía que todo el pueblo estaba con los persegui-dos, a los que habían estigmatizado como rebeldes. Estos, en cambio, habíanjurado que defenderían su iglesia y sus líderes (los sacerdotes). Sí era posible 163

con la vida. Que el martirio los santificaría y estaban dispuestos a todo por susideas. Mamá era muy pragmática y pensaba que posiblemente era necesarioque ambas partes se entiendan y evitar que haya derramamiento de sangre.Que eran inútil las muertes y esas posiciones radicales para dirimir este con-flicto. Esas posturas radicales aproximaban más al conflicto que la solución.Pero no podía expresar su pensamiento, porque las partes estaban tan polari-zadas, que expresar sus ideas hubiese complicado la cotidianidad de mamá.Pues ya tenía suficiente con su cadadía familiar. Muchos jóvenes y adultos fueron influidos y se sumaron a la causa inte-grando el grupo de resistencia. Había que defender con la vida la religión. Es-taba en riesgo la sanación de nuestras almas, pues ¿qué podía ser del hombresin una iglesia que lo guiará? Así fueron sumándose, silenciosa y lentamente, los jóvenes, los adultos yhasta los ancianos pasaron a formar parte de estos grupos. Muy convencidosellos con los argumentos que sostenían la causa y asumiendo una postura ra-dical. No había otro modo de sacar de adentro a afuera la valentía y armarse,aunque este sea un machete, y lanzarse al campo de batalla. Muchos se habían despedido de sus familias como si nunca volverían aencontrarse. Otros habían dicho a sus parientes que era solo una salida parauna comisión, que les había encargado el sacerdote y que pronto volverían….aunque ambos bien sabían, prometedores y prometidos, que aquello no eracierto. Muchos se reunieron en ranchos de los alrededores de Arandas. Hombres,más que mujeres, escondidos en el campo. En tanto que en los alrededores delas iglesia y muchas casas, mujeres valientes que estaban dispuestas a todopor su causa y haciendo equipo con sus hombres. Todos ellos llenos de rabiay fe. Con la convicción de que esta era una guerra a nombre de Cristo. Así seformaron las expediciones, de las que muchas nunca regresaron. Muchos sa-cerdotes se internaron en la zona rural y desde allí entablaron su lucha. Otrosse quedaron para negociar con el gobierno los términos de referencia y con lapremisa de que no corra sangre inocente. Algunos a caballo y la mayoría ca-minando, sigilosamente, estaban moviéndose por los alrededores del pueblode otras poblaciones cercanas, con Tepatitlán. Un día un vecino, de estos que se sumó a la causa engrosando el ejércitocristero, llegó corriendo se metió a casa pidiendo protección, puesto que decíaque los soldados lo estaban persiguiendo. Él era un agricultor, que junto conotros muchos, se juntaron para conformar una milicia y resistir a quienes pre-tendían usurpar sus sagrados símbolos religiosos. Estaban dispuestos a com-164

batir, si fuera necesario, hasta dar la vida. Ellos pensaban dar la vida por suDios, y veían en el martirio, una forma de conseguir la vida eterna. El ejército cristero estaba constituido de mucha gente humilde, que comoel vecino agricultor, se sumaban a la multitud indignada de los defensores dela religión y prometían lealtad y. sí era posible, ofrendar sus vidas por la causaabrazada. Todos eran uno al grito de ¡Viva Cristo Rey! En el pueblo había mucho movimiento. Mucho miedo y enojo. La gentecorría de un lado para otro, siempre tratando de disimular. Disimulaba porquesospechaba de todo el que se le cruzara. Había un ambiente tenso que dela-taba malestar y estaba en riesgo aquella paz que siempre se había respiradoen el pueblo. Muchas tiendas de abarrotes estaban cerradas, porque temíanlos saqueos. Esto dio lugar a que la escasez comience a hacer estragos. Setemía que los fantasmas de la escasez del 1910 estaban de retorno. Aun así lagente no estaba preparada para otra crisis como ésta. Mucha gente ignorabaque pretendían ambos bandos, pues solo tenían conocimiento de aquellos queeran próximos a ellos, estos eran los católicos y eran la mayoría. Estos, losrebeldes católicos, habían influido tanto en la población, que pareciera quetodo el pueblo estaba apoyándoles y estaba con ellos. De esto no se podría darevidencias, puesto que uno apenas sacaba sus conclusiones de aquello hastadonde alcanzaban sus ojos y sus oídos. Algo admirable de Mamá era la prudencia. Ella nos había instruido queno saliéramos a la calle. Y mientras estábamos en casa, debiéramos guardarel mayor silencio posible. Obviamente que eso era casi como una misión im-posible. Ella argumentaba que sí la gente escuchaba ruido, podría pensar quetenemos rebeldes ocultos o que en casa se celebran rituales católicos que es-taba prohibidos. Para salir a algún lado, tendríamos que tener sumo cuidadoy nadie podía ir solo, pues la regla era ir acompañados. Por lo general Mamásiempre acompañaba o se dejaba acompañar. En esto último yo era el indica-do. Era horrible estar casi todo el día en la casa y salir esporádicamente poralgo que tenía que ser muy necesario. Salir, aunque sea con mamá, era algoque todos los hermanos anhelábamos. Ya nos había nacido una especie declaustrofobia de tanto estar encerrados. Mis hermanos discutían con mamá,del porqué siempre yo. No había tiempo para explicaciones, además la prac-ticidad de mamá le había enseñado que discutir con hijos adolescentes eracomo uno de esos debates teológicos medievales que trataba sobre cuántosángeles caben en la punta de un alfiler. 165

Podría decir todo lo que significó aquel tiempo para nosotros. Creo quepuedo expresarlo con cierta libertad: que mi trabajo fue un pilar fuerte de laeconomía doméstica. Podría afirmar, a riesgo de pecar de inmodestia, que losingresos de trabajar en la botica ayudando al doctor, eran una contribuciónconstante a la economía familiar. Sumado a ello el trabajo de mamá y mishermanos habían dado lugar a que mamá hiciera un fondo de ahorro para lascontingencias. Por esta razón no tuvimos muchas dificultades para enfrentar lacrisis de aquel tiempo. Nunca faltaba en casa las tortillas con frijol o el atolitopara paliar el hambre. Mamá fue la mejor administradora que conocí en mi vida. Y los aportesque hacía ella y que los hermanos contribuían habían dado lugar a un pequeñoahorro. Su argumento de equidad era que ella les daba igual valor a todos losaportes y pretendía hacer creer ese argumento a mis hermanos. Ella tratabade cuidar mi perfil para evitar los celos de mis demás hermanos. Yo creo quemamá era la ingenua, pues mis hermanos estaban muy conscientes de ello.Solo que ellos, también, la hacían creer que era como ella decía. Bajo esasexenciones es que yo tenía ciertos privilegios y uno de estos era que podíaacompañar a mamá en sus salidas. También que, a pedido del doctor yo teníaque salir a menudo a la botica a trabajar, pues en tiempo de guerra siemprehabía a quienes atender y a menudo los casos graves eran el pan de cada día. Algunos amigos y vecinos nuestros comenzaron a ponerse misteriosos ydesaparecieron de nuestra vista, pues andaban preparando la rebelión cristera.Así era que con estos argumentos, algunos de los que no querían el cambioy creían que el orden establecido era ideal para la sociedad de ese tiempo,comenzaron a tomar sus propias precauciones, pues estaban informados queel gobierno estaba enviando un ejército de muchos soldados y bien armados,dispuestos a poner orden y hacer que se cumplan los decretos gubernamenta-les. Ya se vivía un tiempo de guerra y sus consecuencias eran nefastas. Esos grupos comenzaron a radicalizarse y estaban dispuestos a levantarsey de ser necesario usar las armas. Obviamente que las armas de los rebeldesconsistían en cuchillos, rifles antiguos, guadañas, hondas y todo lo que encon-traban en casa y creían que podía hacer daño al enemigo. Incluso alguien setrajo una cacerola antigua de puro fierro, dijo que lo había tomado prestadode su abuela, quien con gusto cedió su utensilio para una buena causa. Podríaafirmar que en esos defensores de su religión, era más el ímpetu y la pasiónpor sus ideas, que la habilidad estratégica para enfrentar las contingencias bé-licas ante un ejército preparado y bien armado. La milicia federal, que estabamuy bien preparada, tenía una misión clara: apaciguar a los revoltosos y hacercumplir la ley.166

Esto de hacer cumplir la ley consistía en la conversión del Estado en laico.Este conflicto tenía una data de años y el epicentro fue en la capital. Aunquelos efectos fueron desastrosos en las zonas alejadas del mismo. La sociedadde aquel tiempo había entendido que el Estado sería neutral en materia dereligión. E inexplicablemente al tomar partido en Estado, caía como un baldeagua fría para quienes eran católicos y creían que su religión era La religión.Es más se sentían traicionados y eso avivó mucho más la adhesión y la radi-calidad con la que se sumaron a la lucha. Y en este ambiente bélico, el conflicto cobró mucha notoriedad y envolviótotalmente al pueblo. Algo que se comentaba, una noticia que había sido re-copilada y que entre voces bajas, fue la muerte de aquel niño en San Juan delos Lagos, al que mataron de manera cruel (a balazos), porque se resistió a losmilitares. Mientras ofrecía resistencia, traía un letrero que decía: ¡Viva CristoRey! Esta tragedia enervó la dignidad de los rebeldes, que se radicalizaronmucho más. Juraron defender a su Dios y su iglesia, sí era posible con la vida.Aún creo escuchar ese enojo y rabia contra algo sagrado para ellos. Así loentendían los rebeldes. Esto reflejaba la violencia con que el ejército se ensañó contra los pobla-dores. Aunque, sabía mamá, que los soldados solo recibían ordenes, pues ellostambién eran católicos y alguno le dijo que tenían orden de utilizar las armasen caso de verse obligados. Y aquellos que se portarán timoratos, serían seria-mente sancionados. Esto lo sabía mamá, porque en el camino se encontrabacon algunos soldados, que cansados y con hambre, salían a buscar comida yagua. Ya en el pueblo casi nadie quería ayudarles, pues no los veían con simpa-tía y hasta alguno lo veía como enemigo y con cierto odio. En esos encuentroscotidianos de la calle, con los soldados, ellos trataban de explicar que eraninocentes, que sus padres les educaron en el dogma de Jesús y que no queríanhacer esto; pero se sentían obligados. Mamá solo los escuchaba y poco podíadecir, pues ella se sentía entre la espada y la pared. Y sentía simpatía por estosjóvenes, pues entendía que no sabía lo que hacían. Que de buena gana tiraríanlas armas y se irían a sus casas; pero la disciplina militar no lo permitía y hastapodrían ser juzgados por desertores y eso era muy grave para ellos. Mamá proveía, en la medida de sus posibilidades, de algo que comer aestos jóvenes, a espaldas de sus amigas y vecinos, pues ellos no entenderíanestos actos. Sumado a que casi todos ellos estaban con los rebeldes. La cautelade mamá estaba orientada a que la gente no malinterpretara su acción. Sí estoocurriera, sería complicado para nuestra familia. 167

El vecino le había contado que los soldados en los Altos bajaron con vio-lencia una cruz. Que no tuvieron contemplación con los adeptos que trataronde defenderla. Y a la vista de ellos lo quemaron. En otra ocasión los soldadosdestrozaron el sagrario del Templo de la Purísima Concepción. Mamá sabíaque los soldados, ordenados por sus capitanes, eran crueles e impiadosos conquienes se resistían. La evidencia eran los tantos hombres jóvenes, adultos yhasta ancianos que llegaban a la botica para ser atendidos. Había ocasionesen que solo había que darle la extremaunción. El doctor había pedido a mamáque estuviera todo el tiempo que sea posible en la botica, pues se requería tan-to de sus habilidades curativas, de su trabajo para tener limpios los instrumen-tos y de atender a quienes llegaban malogrados. También, de vez en cuando,llegaban los militares llevando algún herido o para pedir medicamentos. Los argumentos, tanto de uno u otro bando, quizás le parecían exageradoso llenos de odio, puesto que era el sentimiento que se respiraba en el ambien-te. Esto lo entendía a la vez porque en el Valle de Guadalupe, se ahorcó 4hombres solo porque se pusieron a rezar el rosario con los fieles en el templo.También que los rebeldes capturaron a un soldado y sin piedad lo castigaron ymurió de tanto golpe. Obviamente esto provocaba indignación entre del pue-blo, especialmente la gente católica, que era casi todo el pueblo, puesto que lamayoría estaba con los rebeldes. Todo esto a los ojos de mamá era algo complejo de entender. Supongo queante esas circunstancias su actuar en este escenario se hacía difícil y estabaentre la espada y la pared. Ella sabía bien que nadie entendería sus razonespara buscar la paz y que tenía que andarse con cuidado. El sentido común demamá le decía que ambas partes podían dialogar y sin que medie la violencia.Ésta forma de actuar, de ambas partes, era inútil y solo llevaba la situacióna la catástrofe. Entendía que ambas partes tenían sus propias razones y erandebatibles. Una aproximación era urgente y necesaria, así se podía evitar elderramamiento de sangre. Aunque alguna vez trato de explicarse ante sus ami-gas y vecinos, en una reunión espontanea que había cerca de casa; pero fueinútil. No había apertura al dialogo y desde aquel día mamá decidió guardarel silencio y la cautela. Sus hijos eran lo más importante, en tanto que losrebeldes y los militares jugaban su propio juego. Ella decidió no ser parte deeste pleito, pues aducía, que tenía razones más importantes por las que debíajugarse la vida. Los sacerdotes eran los líderes y como tal les costaba ponerse de acuerdo.Unos estaban muy irritados porque les habían obligado a cerrar sus iglesias168

y eso era algo muy duro para el pueblo, para sus feligreses. Esto contradecíael dogma de que la religión era el alimento espiritual del pueblo y sin ellapodrían perderse muchas almas. Este argumento los reunía; pero en lo que noponían de acuerdo era en el método. Unos creían que había que ser más firmesen la postura, en cambio otros pensaban que había que promover la paz y eldialogo. Ya después de la muerte de algunos sacerdotes, algunos integrantesdel clero comenzaron a radicalizarse. Directa o indirectamente comenzarona apoyar estos movimientos. Otros fueron declarados en rebeldía porque noquerían abandonar a su comunidad y más bien los alentaban desde la clandes-tinidad a seguir en el combate. Ya el gobierno les había declarado rebeldesy clandestinos y los tenía bien identificados. En circunstancias de clandes-tinidad los sacerdotes celebraban la misa y administraban los sacramentos yen algunos casos a los rebeldes, a los que se les había identificado como loscristeros, cuando estos lo pedían. La gente tenía miedo y rabia. Mucho más sabiendo que llegarían másde un centenar de soldados bien armados. La gente nunca había visto tantossoldados armados y dispuestos a atacar. Ya eso les provocaba un miedo atroz,puesto que eran gente muy pacífica. Después de la revolución de 1910, vol-vían las armas y los grupos de combate. Ahora tenían más miedo, puesto queexperimentaban que los tiempos de guerra habían vuelto. Los rebeldes cristeros, como los llamaban a los guerrilleros, tenían susvigilantes para estar informados sobre la proximidad y el peligro de las fuer-zas militares. Por ello era que era muy difícil que los pudieran encontrar yatraparlos. Casi toda la gente estaba del lado de ellos. Y, por lo tanto, los infor-mantes eran muchos y era espinoso que los soldados pudieran sorprenderlosin fraganti, en algún rancho o casona. La gente rebelde estaba segura de que el gobierno de Calles quería acabarcon el catolicismo. Suponía que quería implantar el socialismo como sistemasocial. La gente comenzó a odiar al presidente. El gobierno compro avionespara vigilar a los rebeldes por aire. La gente tenía mucho susto al ver aquellasnaves, puesto que nunca habían visto de tan cerca estos monstruos de fierroque volaban. Hasta pensaban que los aviones se iban a caer en sus cabezas osus casas. Esto daba mucho más enojo. Este sentimiento reunía y de algunamanera radicalizaba mucho más a los rebeldes cristeros. El ruido ensordece-dor enloquecía a los animalitos, los que huían atolondradamente y sin direc-ción. Incluso algunos campesinos creían que aquel objeto que volaba, era unengendro del diablo y, por ello deducían, seguro por eso no querían que nohaya religión. 169

En esos avatares sucedió una discusión entre 2 campesinos se sucedió dela siguiente manera: - ¡Compadre, mire, mire el aviónplano! El otro, con cierta soberbia le corrige: - No compa. Eso no se llama avionplano. Es un aeroplano. El compadre sorprendido ante tal respuesta, mirándolo fijamente, solo ati-na a decir: - ¡Compadre, usted debe tener muy buena vista para que a esta distan-cia pueda reconocer las diferencias! El esposo de doña Lupita, que también era compadre de mamá, habíallegado, junto con otros hombres, cargando en una cobija un cadáver. Muyagitados y asustados, estaban en el centro de aquella pequeña congregación dela casa de la comadre. Muchas vecinas y de manera muy discreta estaban allípara alguno de los rituales que de manera oculta se realizaban. Todas comen-taban los últimos sucesos de aquella realidad, tan extraña y paradójica, para elsimple modo de entender la rutina en la que vivían. El compadre comenzó a decir: - Veníamos al pueblo y en el camino, por donde está la subida de laladera, encontramos este cadáver. Nunca supimos cómo se llamaba de verdad.Estaba desnudo y con la piel húmeda, que seguro era sudor. Estaba arrodilladoy atado ante una cruz pesada. Era como si estuviera encadenado a la sagradacruz. Estoy seguro esos malditos lo hicieron sufrir hasta matarlo. Este her-mano murió por amor a Jesús. ¡Esos salvajes deben pagar por este crimen!Nosotros solo queremos ser fieles a nuestro Dios; pero estos miserables no nosdejan. No están matando y debemos defendernos. ¡Viva Cristo Rey! Luego de que el diacono le diera los últimos sacramentos, se comenzó aenvolver al cadáver en unas cobijas. No había ataúdes y menos podían hacerun velorio como manda una despedida ultima. Había que enterrar el cuerpode aquel mártir y del modo más discreto. Aquel entierro secreto fue muy tristey todos lloraban y juraban venganza. La muerte de aquellos mártires dolíamucho a la comunidad. Saber que uno de la comunidad se había ido, dolía. Eneste pueblo, en el que todos los católicos eran como una enorme comunidad.Mamá observaba con una muestra de serenidad externa, aunque por dentro,seguro, que su preocupación aumentaba. En esa comunidad católica, todos hablaban de todos, nadie pasaba desa-percibido para para los chismes y también para las cosas buenas; pero tratán-dose de este acontecimiento, había mucho silencio y rabia. Ese día no habríaun velorio y a diferencia de una muerte en tiempos de paz. Esta despedida170

tendría una mezcla de dolor y rabia. Todos, de manera oculta, acudirían paradecirle por última vez: Adiós. Mama había observado el cadáver y estaba perpleja, pues le devolvióaquella experiencia de la muerte de papá, tan próxima y tan dolorosa. Lospocos asistentes se quedaron mirando aproximadamente el vacío y la luz te-nue de la noche dejaba ver los ojos húmedos de todos aquellos condolientes.Experimentaba que el dolor del pueblo se había trasmutado en algo azufroso,como si el diablo anduviera cerca y estaba señalando el destino de los unos yde los otros. Se había dejado de escuchar la campana del templo y su silencioera tortuoso. Antes de aquella hecatombe que estaba acaeciendo, escucharesas campanas era música para los oídos de aquel pueblo pacífico. Ahora queya no sucedía su ritmo, esa ausencia era desgarradora y todos, aunque nofueran asiduos asistentes a las actividades de la parroquia, se dolían por esevacío acústico. Los hechos en los que se informaba de que algún católico o cura fue ase-sinado, alentaba el movimiento cristero. Este se volvía masivo y esto comen-zaba a generar temor en las fuerzas federales. La gente comenzó a aborrecer alos invasores y se sumaban, de manera pasiva o activa, a los rebeldes cristeros.Estos hombres mal armados y movidos por la fuerza de su fe en aquellas ideasque tenían, estaban dispuestos a dar la vida por sus ideales y su fe. Estos eransus dogmas fundamentales y daban sentido a sus vidas y, de alguna manera,les ayudaban a alcanzar la vida eterna, que tanto anhelaban. Trataron de ar-marse, además que iban muy mal vestidos con unos huaraches que apenas sesostenían, unos sombreros llenos de huecos, sus vestidos llenos de remiendosy unos suaderos que daban lastima. Más que rebeldes combatientes, parecíanandrajosos; pero lo que tenían de sobra eran las ganas de defender sus ideasde aquellos que atentaban contra ellas. Mamá me contaba que un día de esos conoció al Chancan. Este era unespía que llevaba información para el ejército, eso se supo mucho despuésde pasada la guerra cristera. Dijo que este señor lo abordó, cuando pasabapor una calle, algo solitaria, aunque desde que hubo aquellas manifestacionespopulares, invasión del ejército, la susceptibilidad de que uno era vigiladose hizo mayor. Ella no sabía quién era este señor, solo que se portó amable ymientras acompañaba a mamá, pretendía sacarle información. Cuenta que el individuo le pregunto dónde podía acudir para el bautizo desu hija, que él era muy católico y que no podía dejar que su hija se quedé sinser bautizada. Claro que ella sabía de algunos lugares, aunque nunca asistió aalguno. Mamá sabía poco, con precisión, de lo que ocurría a sus alrededores, 171

y eso que sabía no estaba segura, puesto que la información siempre le veníade segundas fuentes. Así que mamá no pudo ayudar mucho a este señor coninformación sobre los curas, los lugares secretos que usaban para sus reunio-nes y otros. Estoy seguro que aunque ella lo hubiese sabido, no lo hubiese hecho, puesademás de ser cauta, su sexto sentido siempre funcionaba. Imagino que elChancan se fue decepcionado, suponiendo que mamá no quería colaborar conla información y seguro de que mamá era una fiel militante de los rebeldescristeros. Nunca más volvió a ver a este señor. Luego se enteró que era uno deesos exploradores y espías de gobierno, que se mimetizaba entre la gente parabuscar información que delate al enemigo. Así se enteraban de lo que esta-ban haciendo los rebeldes y denunciarlos ante el ejército. Este agente andabaentre los ranchos y los pueblos, buscando a los que podían informarle sobrelos rebeldes y así proveer de esta información al ejército y que este haga sucometido. Mamá entendía, porque sus vecinas y amigas lo habían manifestado, queel gobierno quería que las escuelas fueran laicas, es decir, que la iglesia dejaráde tener injerencia en ella. Esto daría lugar a que la religión católica dejaríade ser el centro de la educación. Esto le interesaba mucho al Estado. Otrasvoces le habían dicho que se pretendía implantar un nuevo sistema llamadosocialismo. Ella no tenía ni idea de que era eso y menos se preocupó por in-vestigar, puesto que todos los que le rodeaban, tenían claro que el enemigoera el Estado y había que combatirlo. Ya no quiso llegar más allá, puesto quesus necesidades familiares eran grandes, tanto como su temor de que un día deesos este asunto se ponga grave y la comida en casa podría escasear. Y razones tenía de sobra. El pueblo estaba comenzando a tener escasez dealimentos. El mercado habían muchos compradores y pocos vendedores. Lobueno de mamá era que su comadre, la Sra. Cruz, siempre le tenía sus tortillasguardadas y no le faltaban. Incluso sus previsiones la llevaron a almacenar elnixtamal, de tal modo que sí un día su comadre no la podía proveer de torti-llas, ella tendría su nixtamal para preparar sus tortillas. Ya habiendo tortillas,se cocinaba un poco de frijol y, se podía decir, que la comida estaba hecha. En tiempos de guerra los frijoles eran el oro para las familias. Y este erael fruto de aquellos trabajos de sacamuelas que hacía, de manera esporádicay le pagaban en especie. Bien había aprendido el oficio cuando ayudaba apapá. Gracias a esta forma de administrar y prever, el hambre casi no existíaen casa. Cuando había algún cumpleaños, de alguna de mis hermanas, espe-172

cialmente de la mayor, quien siempre reclamaba para que su cumpleaños seauna verdadera fiesta de toda la familia. La comida era especial, pues ademásmamá hacía una tortilla gigante, como una tlayuda oxaqueña. Y solo para ella,embardunadas con frejol y de sorpresa unos pedacitos de carne. Otras veces,la comida especial era carne de gallina, ya sea en consomé o si había abundan-cia, con un riquísimo arroz. ¡Era la gloria para mí, puesto que era mi favorita! El pueblo estaba bien revuelto y enojado. Considerando que casi todoseran católicos y por nada se cambiarían. Creían en sus líderes, que eran lospárrocos, y los seguían sin dudarlo. Uno de esos líderes fue el cura J. ReyesVega. Este fue uno de los principales inspiradores que alentó a los rebeldes,aquel 31 de agosto de 1926, logró convocar y movilizar una procesión reli-giosa de protesta que empezaba en el templo del Corazón de Jesús y llegaríahasta la parroquia de Santa María. Sabía a detalle el contenido de la Ley Re-glamentaria de Cultos y estaba dispuesto a defender a su iglesia de aquellasmalditas leyes que pretendían coartar la religión en el pueblo. Ya casi todosestaban listos, eran unas 1.000 personas que marcharían en procesión, perojusto minutos antes de partir, llegó el cura Justino Ramos, para advertirle quedebería detenerse, puesto que aquello podía desencadenar en una tragedia.Ante esta advertencia, dicha marcha se suspendió. Aquella acción había dado lugar a que el sacerdote J. Reyes haya sidoconsiderado un rebelde que incitaba a la gente a no acatar las órdenes, a re-belarse y hacer mítines, en lugar de ser buenos cristianos. Ya él estaba en laclandestinidad y solo unos pocos sabían dónde podían encontrarlo para queles administre los sagrados sacramentos. Dicen que en esos parajes secretos oficiaba misa para sus más allegadosseguidores. Pero esta condición no le duró mucho, pues alguien lo delató yel militar Torres llega al pueblo para aprehenderlo. Ante la resistencia delpueblo, el militar entiende que sí pretende llevarlo preso, sería algo peligrosotener toda la turba en contra. Eso podría salirse de control y tendría seriasconsecuencias. Con cierta astucia, el militar decidió que el susodicho rebeldey contumaz, se presentará al día siguiente en la Jefatura de Operaciones y paraasegurarse de ello, pidió que hayan 2 fiadores, que eran personas de muchoprestigio y credibilidad, así asegurarse de que no se escapará. Aun así, al díasiguiente, el P. Reyes huyó. Ya después supimos que el Cura Vega, tan enojado que andaba contra lasacciones del gobierno y como quisieron apresarlo, inició un ataque a la cárcel,en la que echó las puertas y liberó a los prisioneros, de los cuales, algunosmuy agradecidos, se sumaron a su causa. Decidieron apoyarlo en las buenasy en las malas, como agradecimiento por liberarlos. Esa misma tarde unos 2 173

mil hombres tomaron la plaza y entre gritos tumultuosos de ¡Viva Cristo Rey!Empezaron a recorrer las calles y la gente se sumaba a la causa. Era una hordamuy enojada que podía atropellar toda forma de representatividad de gobier-no, y traían su escudo bien alto, en el que estaba escrito: Viva Cristo Rey y laVirgen de Guadalupe. Esta fue la razón por la que las autoridades municipales, muy atemoriza-das, huyeron. Ese día se incendia la biblioteca pública, el juzgado civil y laescuela oficial, quemaron libros del gobierno, así como los archivos munici-pales, pues era tal la ira de la muchedumbre que no miraba las consecuenciasde sus actos. Mientras eso ocurría, todos estuvimos ocultos en casa, con loscacahuateros apagados y en silencio. Eran las instrucciones de mamá. El susto invadió su corazón. Imaginó lo difícil que sería para su familialos días que llegarán. Mamá, como buena pragmática, percibía las cosas mate-riales de la vida y siempre estaba atenta a las necesidades de casa y evitar losriesgos para nosotros. Sí la cosa se ponía más grave, se pregunta ¿De dóndesacaría el dinero o las tortillas para sus hijos? A pesar de que sus hijos traíanlo que ganaban para compartirlo, lo que se comía en casa era insuficientepara llenar el estómago de unos adolescentes y jóvenes que comían como sifuera lo único que tenían que hacer en la vida. Hasta daba la impresión de queeste conflicto en el pueblo había acelerado el metabolismo de sus hijos y suhambre se había disparado exponencialmente. Aunque no solo era la comida,también estaba la ropa, la salud y otras necesidades. Lo que sí la alimentaciónera un asunto innegociable. Y en eso la despertó de sus imágenes oscuras lavoz de Doña Lupita, que nuevamente le preguntó: - Comadre, la espero en la plaza. Ahí estaremos todas las del grupo.Ahí demostraremos que estamos unidos y que estamos dispuestos a dar lavida por nuestro Jesús. Defenderemos nuestra fe de aquellos enemigos quepretenden usurpar. Ya estamos seguras que asistirá Don Espiridión Ascencio,El Catorce, Don Ramón Sainz, Don Miguel, El Güero Mónico. Nos vemosallá y trate de llegar temprano. Mientras terminaba de decir estas palabras, se escucharon unos gritos enla calle y todos salieron para ver qué pasaba. La gente corría por la calle, muyalterada y gritando: - Hay un incendio en la biblioteca. ¡Fuego, fuego! Ya después de qué pasó el tumulto de gente que corría desesperadamente,alguien, que venía más atrás, pudo con más tranquilidad, explicar que algúnperverso había incendiado documentos valiosos en la biblioteca y todo paraprovocar a la gente de la comunidad. Y todos corrían hacia aquellos lugares174

donde se consumía el incendio y algunos con cubetas de agua para tratar deapagar la hoguera. Otros en cambio solo para ver qué pasaba. Ante tal catástrofe, mamá salió y nosotros por detrás. Toda la familia co-rrió hacia la biblioteca, incluido yo, y pudimos ver un estela de humo, pues yacasi estaba apagada las llamas. Y que quedaba tan poco de esos documentosimportantes, de aquellos libros que, si bien eran pocos, eran muy valiosos paraque la gente aprenda. La que cuidaba la biblioteca lloraba de coraje y nadie lapodía consolar. Y entre esa confusión y rabia, alguien gritó: - ¡Viva Cristo Rey! Y todos con las manos en alto y blandiendo su crucifijo, gritaron a la vez: - ¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe! Esa tarde, a pesar de que quiso llegar a las 2 de la tarde, hora fijada paraeste mitin, mamá llegó a las 3, cuando ya había tanta gente en la plaza queapenas cabía un alfiler. Esta sorprendida, pues nunca había tanta gente en unlugar, ni para las fiestas religiosas se había concentrado tanta gente. Nuncaolvidaría aquel 9 de enero en que entendió que era tiempo de tomar decisionesradicales para buscar un mejor futuro. El grito era ensordecedor que decía: ¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Gua-dalupe! Todos los puños levantados y muchos con sus biblias o crucifijos orosarios, convencidos de que aquello era un grito de guerra. Habían llegadocaravanas enteras desde las rancherías próximas con sus costales de maíz ofrijol sobre sus hombres. Familias enteras, algunas desorientadas sobre losúltimos acontecimientos y otras con una ira que pocas veces se vieron en uncatólico. Unos estaban sentados en los machuelos de las banquetas, especial-mente aquellas que traían muchos niños pequeños. También estaban los abue-los cansados y tristes, que habían acudido a la concentración multitudinaria. Si bien mamá se movía entre estas multitudes, puedo afirmar que esta re-volución también debería denominarse Guerra de las Cristeras. Es indudableque fueron las mujeres las guerreras que salieron en defensa de su fe. Ellas en-grosaron las milicias religiosas y con una sencilla razón: La libertad de creer.Arriesgaron su vida por sus ideas sobre la vida y su dios. El martirio era uncamino, según ellas, para alcanzar la plenitud en Dios. Había que combatir loque la Constitución parecía arrancarles. Había que combatir el Estado anticle-rical. Si de resistencia y valentía había que hablar allá estaban estas mujeres,que fueron las primeras en indignarse y salir a las calles para protestar. Estasheroínas que, además de alimentar, cuidar la salud y dar apoyo moral a suslíderes y representantes, eran aquellas que sostenían a los ejércitos cristeros 175

con la comida y el agua, con la información y protección. Hubo casos en losque ellas tuvieron que tomar las riendas, ante la ausencia de un hombre. Erancomo hormigas que se movían por todo el pueblo y de manera organizadapara apoyar al movimiento cristero y a los rebeldes radicales, que sin ellas,hubieran estado perdidos. Creo yo. Las cristeras eran mujeres excepcionales y se contaba entre ellas, militan-tes de este movimiento que con tanto enojo defendía la fuente de inspiraciónde su credo de vida, amas de casa, profesoras de escuela, catequistas, vende-doras. Todas provenientes de estratos sociales diferentes. Todas las mujeresde ese tiempo, como mamá, habían encontrado la inspiración para educar ensu propia religión. El laicismo se mostraba como un viento dictatorial. Algoque pretendía corroer los cimientos de los dogmas que toda una vida las fa-milias habían cultivado y eran sus propios paradigmas. Así lo interpretabanlos católicos. Aunque las evidencias estaban a la vista: nuestras familias eran buenas yde una ética profundamente comprometida con la humanidad. Ellas recono-cían en sus clérigos, a sus líderes. Y hasta ese entonces, las señales eran evi-dentes para seguir confiando en ellos. Hacían honor a su nombre de pastores.La iglesia era la institución y todo lo que atente contra ella, como lo pretendíahacer la Ley Calles, era lógico que encontró una férrea resistencia para defen-der lo que era parte de sus sagradas creencias. Las mujeres salían a defender su templo, que significaba tanto para ellas,puesto que era su escuela de vida. Sí era necesaria la violencia, entonces habíaque usarla para defender estas sagradas moles. Ya habían escuchado de lasBrigadas Femeninas de Santa Juana de Arco, y había que seguir este camino yfundar una brigada para Arandas. Había que organizarse, había que recaudarfondos para financiar la defensa de sus templos y sus clérigos. Mi madre veía perpleja aquellos acontecimientos y, justo en aquel mo-mento, entendió que la vida de su familia corría peligro. Había que tomar unadecisión extrema. ¡Ella ya la había tomado!176





EL ITACATE PARA EL VIAJE



EL ITACATE PARA EL VIAJEAquella mañana de color ceniza mamá se levantó muy temprano. Y senta- da en aquella silla vieja, que papá siempre lo ocupaba por las mañanas.Esperó a que nosotros nos levantáramos como si tuviéramos todo el tiempodel mundo. Ya cuando estábamos de pie, ella nos ofrecía un suculento desa-yuno preparado: unos chilaquiles con su chilito, que nos recordaba a papá.Él exponía su emoción nítidamente al saber que el desayuno sería su platillopreferido. Un aromático café de olla que dejaba una estela balsámica e im-pregnaba el ambiente. Unas tortillas de nixtamal hechas a mano, humeantes yordenadas, como aquel confortable lugar que nos cobijaba. Todo ello esperabaen la mesa. Mamá estaba serena, parecía de otro mundo. Pues recuerdo que en aque-llos días de miedo, desconcierto y tristeza, se reflejaban en las emociones demamá. Yo miraba a mamá impotente, pues siempre hubiese querido ayudarlaa reír, a ser optimista, a relativizar los acontecimientos de ese tiempo; peroella parecía impermeable a mis palabras. Confieso que cada mañana que melevantaba, la acompañaba con mi silencio en aquellos menesteres de casa. Laspocas palabras que había entre nosotros, eran precisas y no admitían aclara-ciones. Aquella mañana se puso su mejor traje y estaba al pie de la mesa parainvitarnos a desayunar, sin prisas, sin preocupaciones. Aquel silencio que nosenvolvía esa mañana, era sereno y despreocupado. Todos fuimos invitados a la mesa. Aunque de a ratos se escuchaban ciertosgritos en la calle, seguramente eran redadas en los que estaban envueltos loshombres rebeldes que en nombre de Cristo habían declarado la guerra a la fe-deración. Mamá nos pidió ignorar, por esta vez, todo lo que sucedía en la calle.Dijo que hoy desayunaríamos como si tuviéramos todo el tiempo a nuestro 181

favor. Como si fuéramos los únicos seres de este lugar y que nadie nos preo-cupe, ni que nadie se preocupe por nosotros. Empezamos a desayunar y mamános miraba con profunda ternura. Sentí que su mirada me calaba y me sentíatan bien. Comenzó a dar vuelta por la mesa, y uno a uno regaló las mejorespalabras que en tiempo no habíamos escuchado. Para mí solo hubo una cariciaen la cabeza. Ese mimo fue elocuente para que la felicidad invada mi corazón.Una caricia de aquellas manos callosas y frías, que en ese acto de acariciarmese transformaron en suaves y amorosas. Y aún hoy lo siento. Ella esperó que todos termináramos el desayuno y luego levantáramostodo y que le mesa quede limpia y sin nada en ella. Y entonces mamá, con suvoz algo serena y mirada distante, nos dijo: - Hijos míos, este fue el último desayuno en Arandas. Ha llegado lahora de partir. Hoy nos iremos lejos del pueblo. No quiero preguntas, soloquiero que se levanten y recojan lo mejor de su ropa y luego vengan a ayu-darme, para empacar algo de lo poco que llevaremos y que nos hará falta alládonde lleguemos. Nuestro destino será Guadalajara. ¡A moverse! No supe a ciencia cierta cuanto tiempo estuvo planificando esta partidamamá. Aquella decisión nos dejó perplejos y el shock nos duró un buen rato.Ella era así: reflexionaba en silencio sus decisiones más importantes y, cuan-do menos lo esperábamos, lo anunciaba y no había retorno en ella. Al final,cuando uno sabe que los propósitos que guían a tomar decisiones, tienen quever con el bien común, el asumirlo es la mejor aceptación. Así nos enseñaronen casa. Sí mamá hubiese tenido que consultar a cada uno, seguro que esto sehubiera complicado la decisión y hoy no estaría contando esta historia. Honestamente, creo que sí intuí que mamá se traía algo entre manos. Deeso pueda dar evidencia de meses atrás. Cuando comenzaron los líos en elpueblo y ella andaba muy preocupada porque la vida apacible se había mutadoen un ambiente de hostilidad y ya nadie era feliz. Veía, en ese tiempo, a mimadre enojada, preocupada y a veces angustiada. Lo que sí había perdido lapaz interior y quizás su angustia le nacía de imaginar el futuro de nosotros sushijos. Y sí sucediera algo a algunos de nosotros, ella no se hubiera perdonado. En ese tiempo era muy insistente para conmigo, acerca de que siempreretornara de la botica a casa sin distraerme, sin desviarme del camino, sinhablar con nadie. En fin, tenía que actuar, casi, como un caballo cochero parair de casa a la botica y de la botica a casa. Siempre que llegaba a casa, ella erafeliz, casi no me preguntaba sobre los acontecimientos de ese viaje de rutina.Supongo que con verme, sano y salvo, ella ya tenía toda la información nece-saria para no tener que preocuparse.182

Recuerdo aquella vez que tuvimos que atender a un herido de los cristerosen la botica. Había llegado con una bala en el pie y el pobre chillaba de dolor.Ya había perdido sus huaraches y llegó arrastrado por unas 4 personas, queseguramente eran sus compañeros. Inmediatamente que lo metieron, nos pi-dieron que cerráramos la botica y que nadie más entrara. El doctor les dijo queaquello podía levantar sospechas y era mejor seguir atendiendo, aunque sea apuertas cerradas. Así fue, al herido lo metieron a la rebotica y me encargaronla atención de la botica, mientras atendían al hombre maltrecho. Tuvieron quesedarlo con alcohol para que no gritara, mientras estaba siendo atendido. Estohizo que me retrasara mucho, antes de llegar a casa. Cuando llegué mamáestaba hecha un manojo de nervios y luego de enojarse conmigo y reñirme,me sirvió la comida silenciosamente y luego a dormir. Así terminó aquel día. Había que obedecer, había llegado un tiempo nuevo y la audacia de mamáno requería cuestionamiento. Así era ella, rigurosa en cosas prácticas de lavida. Por lo común se la conocía como una persona fría; pero ella solo guar-daba su ternura para momentos especiales. De eso, nosotros los hermanos, losabíamos muy bien. Y yo pensé que le diré al doctor, que era ahora cuando más me necesitaba.Qué les diré a mis compañeros en la boticaria. Y, como sí adivinara, mamá,mirándome a los ojos, me dijo: “Él sabrá entenderte tu solo dile que partirásjunto a tu familia” Y así fue. Tuve una crisis, entre que salía esa mañana decasa para anunciar en la botica que ya no trabajaría más, y mi preocupaciónde que el doctor lo tomaría como una forma de darle la espalda. Y justo ahoraque había muchas almas que atender y pocas manos para aliviar. Pero, sor-presivamente, el doctor ni siquiera me dejó esbozar mis argumentos para estadecisión y me dijo con sabiduría: Adonde vayas, recuerda bien todo lo queaprendiste. Te servirá de mucho todo el tiempo que invertiste para aprenderen esta botica. Mucho tiempo después, aún me queda latente saber sí mi madre se antici-pó para informar al doctor sobre este proyecto de la familia. El doctor siempreapoyó a mamá y quizás el mismo fue quien alentó esta decisión de mamá. Élentendió de qué se trataba. Ya cuando fui yo, solo me dio un abrazo de des-pedida y aquellas palabras que me persiguieron toda la vida. También vino elPadre Mando para entregar algo a mamá y dijo con sus pocas palabras, dijo:Te servirá en el camino y en el destino adónde llegues. Y se fue casi corriendo,pues su compromiso con su comunidad en estos tiempos de vientos de guerrarequería de él y no podía darse más tiempo con nosotros. Un abrazo y adiósfue lo último que hubo entre nosotros. 183

¿Quién podía vivir en paz en aquel territorio de guerra? ¿Quién podía con-fiar en alguien cuando todos se miraban con sospecha? ¿Quién podía dormirplácidamente cuando las calles emanaban el olor a pólvora y muerte? ¿Quiénpodía hablar libre y sin temor cuando la ira era una emoción a flor de piel?¿Quién podía soñar con el futuro de su pequeña comunidad familiar cuando lavida de los suyos estaba en riesgo? En aquellos tiempos y aquel lugar eran para entender y sobreentender queel “jefe” de la familia debería ser un varón: ¿Qué significaba ser mujer ymadre y líder de una familia de varios hijos? La cultura de principio de sigloera dogmática y basada en un sedimento de valores que puso en conflicto lasideas de mamá. Me atrevería a decir que mamá desafió la cultura de su tiempo.Después de ir viéndola, viviendo su silencio, caminando junto con ella por lavida y recolectando sus escasas muestras de alegría expresadas en una sonrisa,he entendido que para mamá, vivir su tiempo fue demasiado duro. Ella optó por mantener distancia con su contemporaneidad. Aunque nocortó del todo su vínculo con sus amigas próximas, puesto que nadie podríavivir siendo una isla en un continente. Aunque muchas veces fue incompren-dida, ella prosiguió perseverante en su modo de mirar la vida y asumirla.Mamá no se dejó atrapar por las formas preconcebidas de la asunción de lavida, ella optó por el silencio y la distancia con la sociedad de su tiempo.Dio lo más profundo y mejor de ella para su propia comunidad familiar. Lasociedad que le rodeaba, seguramente, tenía una imagen distante y más frutodel prejuicio y de los escasos indicios que ella solía demostrar. La ternura sela reservó exclusivamente para sus 2 grandes amores: su compañero de viday nosotros, sus hijos. Ella tuvo que atravesar un camino difícil, desde la ausencia de papá, losefectos de una revolución paradójica a su entender y, la cúspide de la tempes-tad, la guerra cristera que irrumpió abruptamente su paz interior y lo derivóen una situación de cuestionamiento. Imagino que habrá sido un tiempo terri-ble para ella, que apostó por seguir a su compañero matrimonial por toda lavida. Para ella que creía que aquel Arandas sería su paraíso. Allí le había sidoregalada la vida como un don, se había ilusionado con que allí vería crecer ymultiplicarse a sus hijos, Anhelaba que en aquel paraje vería el último sol desu vida. Mientras su familia comenzaba a ser comunidad, con la llegada delos hijos. Ella vivía para esa causa. Apreciaba esa paz invadida de bienaventu-ranza. Nunca imaginó que los avatares del destino quisieran quebrar aquellossueños que albergaba. A duras penas tuvo que asumir la vida y encarnar elpapel de papá y mamá para sus hijos. Claro que para ello no estaba preparada.184

Mamá aborrecía la guerra, porque afirmaba que esa la forma más estúpi-da de solucionar los conflictos. Y tantas veces que sus comadres y amigas lecuestionaban el por qué no tomaba partido, en medio de los conflictos criste-ros que embargaban casi a todo el pueblo, ella se mantenía firme y silenciosaa sus convicciones. Aunque eso representará que la tildarán como cobarde oque era indecisa o que era impiadosa con sus próximos. Nunca nadie pregun-to a mamá sobre sus ideas acerca de este problema social que sucedían enArandas, pues solo la querían que se sume a su bando y que mejor si era sincuestionar las razones por las que había que pelear. En ese sentido, ella fueincomprendida. Al fragor de aquellos combates, mucha gente que solo sabía vivir en pazy armonía, apeló por huir de aquellos escenarios con aroma de odio, estelasde pólvora, palabras radicales para incitar a la guerra, miradas de sospecha ytraición. Aquellos días el salir a la calle era complicado, pues siempre habíala posibilidad de que uno podía no regresar nunca a casa. Entonces esas callesde Arandas estaban aterradas de miedo. Cuando se oía galopar caballos, o lagente se escondía, por lo general sí eran los federales, o salía al encuentro ycelebraba que estaban allí los guerrilleros de Cristo. La gente, de alguna manera, se había dividido entre quienes eran fervien-tes que apoyaban a los cristeros, convencidos de que esta lid era un asunto quetenía que ver con su religión. Otros, algo menos, veían que era más un asuntopolítico de quienes detentaban poder y este conflicto cristalizaba la pugnapor ello. También había indiferentes que estaban desconcertados con lo quepasaba y quizás era más el miedo por todo aquello que era incomprensible asu forma de pensar, que la probabilidad de que no les importara lo que allíocurría. Y, finalmente, estaba aquella gente que había hecho de la paz unabuena razón para vivir. Estos últimos estaban desconcertados y sin saber nipoder hacer algo para erradicar la violencia. Muchos habían decidido huir, pues la rutina comenzaba a hacerse pocosoportable y el convivir se convirtió en un asunto de desconfianza y temor.Las familias salían de madrugada o de noche. No querían que los vecinos seenterarán de aquel éxodo, pues el tiempo no estaba para dar explicaciones.Las familias que salían del pueblo, tomaban lo esencial y con su escaso equi-paje comenzaban la partida. Ellos solo sabían las razones por las que se iban.Sabían que dejaban aquellas calles, en las que antes de la guerra, el convivirera un asunto de felicidad. Solo estaban seguros de que ya no querían estar enaquel lugar de odio y violencia. Lo incierto era el lugar adonde llegarían y loqué harían allí. ¡Mamá era parte de este colectivo exódico! 185

En mi mirada se congregaron todas las calles recorridas, esos resquiciosque experimente y sentí que algo de mí se quedaba en aquel paisaje humano.No sé porque se arremolinaron todos los rostros de los ancianos que estabaante mí, como si hubieses salido a despedirse y a la vez decirme que nadie seva sino quiere. Que si mi cuerpo estaba de viaje, mi alma se quedaba. Segurosestaban que uno siempre volverá a buscarse en el pueblo. Eso me transmitíanlos ancianos, que me veían pasar, con su mirada. Las calles estaban conglo-meradas de aquellos ancianos, que sin saber o sabiendo lo que ocurría, locondenaban con su mirada, puesto que nadie era feliz. Mientras preparaba mis pocas cosas que llevaría en este viaje, se conglo-meraron en mi mente mis tiempos de niño, de las recreaciones lúdicas, de lastravesuras conscientes e inconscientes y que mi memoria los guardaba con-fidencialmente. Yo sí que fui feliz, a mi manera. Y ese ser feliz era mi mejortesoro taxativo. Mamá me dejó ser niño el tiempo que quise. Ella decía quevivir la niñez no tiene que ver con la edad, sino con la experiencia de ser loque uno quiere ser y a la luz del jugar. Quizás esa es la razón por la que mivida está intrínsecamente vinculada a la historia que escribimos mamá y yo,lo que me permitió ser mejor de lo que pensé. Como mi vida estaba atrapada entre aquellas medicinas de la botica, esosrecipientes que guardaban el antídoto para ahuyentar a la muerte, estos úl-timos momentos no los puedo eludir. Como no recordar que cada medicinafue preparado con mucho esmero y con recetas secretas. Cada una de ellasera especial y estaba destinada a una determinada enfermedad. Aunque hayexcepciones medicinales que eran como panaceas, puesto que se decía quecuraban todo tipo de males, considerando que estos males del cuerpo, podíanser más psicológicos que fisiológicos. Tanta gente que pasó por la botica y conel tiempo les declaré mi amistad. Vi milagros que traían del más allá a algunosenfermos, así como hubo casos que las medicinas no surtían ningún efecto, encasos que ya estaban escritos en los libros de la vida y de la muerte. Ahí, en la botica, siguen los frasquitos ordenados y acomodados en lu-gares clasificados en función a las partes del cuerpo. Una parte, la más alta,tiene que ver con los males de la cabeza. Todos los males de la cabeza, menosel de la brujería, podían ser combatidos con estas medicinas. Los males de labrujería o el demonio, no tenían antídotos que los curen. Por lo tanto no habíaningún medicamento en los estantes de la botica que sirva de antídoto. Solo unexorcismo o esperar a que un milagro ocurra en la vida del poseído. Así habíaotra sección, más abajo, para los males del pecho y del estómago. Y, finalmen-te, otra inferior que estaba orientada a las enfermedades de los genitales o lasextremidades inferiores.186

Aún sigo creyendo que aquellos frascos de medicinas, además de fórmu-las, tienen un misterio que al ser aplicado, se conjuga con la fe en la vida y lasganas de vivir del enfermo y suceden los milagros. Mateo me dejó su inquie-tud por entender que el cuerpo no es una máquina que funciona de memoria,sino un milagro que sucede con las células y que estas funcionan en armoníapor obra de un misterio que no puede ser revelado al hombre, pues este se en-cuentra tan distraído con la ciencia que no podría entender el fondo del asunto. Desde que ocurrió todo este colapso social, no he vuelto a ver a Mateo.¿Qué habrá sido de su vida? Tanto me hubiese gustado verlo aquel tiempo enque era la despedida. Siempre que caminaba por las calles, los últimos meses,mi mirada lo buscaba y sin éxito. Pregunté por él y alguien me dijo que unatarde lo vio muy triste, muy delgado y demacrado y que apenas caminaba. Yaal día siguiente ya no lo volvió a ver. Mateo fue uno de esos amigos al queuno le declara la amistad sin palabras, sin promesas. Son de esas amistades enlas que el silencio es elocuente para expresar lo mucho que cuenta uno con elotro. Son tan raras estas amistades que cuando se van, uno se queda extrañán-dolas toda la vida. Aun cuando vuelvo al pueblo, con cierto disimulo, lo buscopor los lugares donde solía estar y hasta creo poder volver a encontrarlo. Ymientras mis cavilaciones me derivan en estas ideas, imagino ver a Mateo enaquellos lugares que eran solo de él. Y luego vuelvo a la realidad y veo queya no está. Dicen que de los buenos amigos uno aprende lo mejor de la vida y eso lohe constatado con este amigo. Aquel loco que nunca más volví a verlo, peroaquella tarde sentí que mi corazón lloraba porque era un adiós silencioso yahora él y yo, solo seriamos un recuerdo. Alguien me quiso hacer creer queMateo no fue alguien real. Que nadie en Arandas sabe de un loco con esenombre. A estas estaciones del tiempo, en el que la vida es una rueda quegira con sincronía o asincrónicamente, qué puede importar sí Mateo estuvoahí o no. A fin de cuentas la materialidad de las cosas se diluye en la nada ysolo quedan con nosotros las lecciones que aprendimos. Y eso consta para mitestamento de vida. Bien podemos olvidar el pueblo; pero él no nos olvida. Todos tenemosun hogar, solo es cuestión de volver a él. Mejor si es en vida. Mejor si esahora, pues el mañana es incierto. Ahí, en ese lugar polvoroso, radican nues-tras raíces. Lo mejor de nosotros. ¿Cómo podríamos entender nuestra vidassi no desde nuestra niñez? Nuestras biografías están empapadas de ese aromaarandense. Aquellas primeras primaveras quedaron adheridas a nuestra piel.Ese color del pueblo es como nuestra segunda piel. Nuestra identidad no es 187

posible sin aquella noción de pueblo. Entonces podrán entender que no podíallegar lejos de mi pueblo. Y ese volver es como un eterno retorno que sucededentro de mí y seguirá, hasta que vuelva a ser la raíz que fui. Cuando salimos del pueblo, solo tenía lágrimas e incertidumbre. Teníaclara conciencia de lo que quedaba detrás de mí. ¿Adónde íbamos? Era unmisterio. Aunque ya la ciudad era algo más que un nombre, no había pensadoen serio sobre lo que nos esperaba allá. Había que comenzar una nueva vida.Todo sería comenzar desde cero. Nueva casa, nuevos amigos, nuevo cielo ynueva vida. Pero esto no me importaba, puesto que apenas había tiempo paradespedirse. Nunca tuve una despedida tan larga como aquella que sucedía.Confieso que ninguna otra despedida me desgarró tanto como aquella. Y aho-ra que lo recuerdo, aún me duele algo y una manera de mitigar dicha congojaes el volver a Arandas. Siempre que puede mi cuerpo: vuelvo. Vuelvo como sifuera un eterno retorno. Aunque mi alma nunca dejó aquel lugar. La vieja casa donde vivimos los últimos instantes iba a ser demolidas muypronto. Sus puertas estaban carcomidas, la humedad de las lluvias había daña-do sus muros. Pero ella, la casa, nos esperó en pie para este último minuto dela despedida. Pasan los años. Uno se gasta, florece, sufre y goza. Los años soncomo un viajar en el tiempo, le llevan y le traen a uno por la vida. Las despe-didas se hacen más frecuentes; los amigos entran o salen de la nuestras vidaso simplemente se mueren. Mamá decidió soñar un lugar diferente, a pesar desu resistencia al cambio, lo hizo. Aunque esto le costó mucho, lo hizo. Salir del pueblo fue casi un acto de mimetismo, pues mamá quería quenadie supiera que dejábamos nuestro lugar, nuestro pasado, nuestros amigos.Que nos embarcábamos en un viaje incierto. El arriero no tenía que disponerde muchos animales de carga, pues llevábamos las cosas esenciales. Había-mos aprendido a vivir con poco y nuestros itacates eran contaditos. Nuestraprogenitora decía que cuando uno acumula muchas cosas, no llega muy lejos.El silencio de aquella partida fue muy elocuente. Ahí radicaba nuestro adiósy nuestro corazón exudaba una enorme tristeza. Era como si dejáramos eledén que nos había dado la bienvenida y ahora, por obra y gracia nuestra, nosautoexiliábamos. Era invierno, por fin, el invierno verdadero: el aire se tornaba en un frío deviento, Crujían las ramas secas, estaban listas para dar el fuego que mitigaríael frio. Toda la tierra tomaba el color gris y la forma impalpable de una llanuraindeterminada y hasta parecía interminable. La decoloración de lo que habíasido sonrisa última, era un síntoma de la metamorfosis. Mamá sentía que todo188

esto no estaba sucediendo, o suponía que era un sueño oscuro y que apretabasus emociones. Aunque en sus rasgos íntimos ella se encontraba autentica ymiraba con los ojos en alto su propia despedida. Mamá me miraba con esos ojos muy desconsolados. Miraba como el hori-zonte se apagaba, triste y moribundo. El cielo por detrás de ella era azul comoun mar ausente de agua. Yo no sabía nunca exactamente cuándo volveríamosy esa incertidumbre me entristecía enormemente. Por momentos me sentía,desamparado. La fragilidad de mis emociones me derivaban en una melanco-lía anunciada, mientras el paisaje de Arandas comenzaba a hacerse pequeño ylo desconocido e incierto comenzaba a crecer. 189



SEGUNDA PARTE


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