EL SACAMUELASElla, mamá, recuerda anecdóticamente aquel día en que su esposo esta- ba algo desanimado por cómo iban las cosas, después de quebrar con elnegocio. Aquella tarde dijo que tenía que salir de casa, supongo porque loshijos, lloraban y ante esta situación, y él se sentía inquieto. Mamá no podíaatenderlos, pues andaba con los achaques de un nuevo embarazo. Papá nece-sitaba un poco de tranquilidad para pensar y buscar oportunidades laborales.Ya fuera de su casa, comenzó a caminar sin rumbo. No tenía nada en su cabezaque podía parecerse a una solución a su problema. El problema de encontrarun trabajo que le dé dinero para poder llevar los alimentos para su familia. Elfracaso de emprendedor, había calado hondo el estado de ánimo de la familia.No había muchas opciones. Tenía claro que no podía aproximarse a alguno de los negocios de susparientes, pues estos apenas sacaban para vivir o mejor dicho sobrevivir. Lafamilia de sus padres no era agricultores y por lo tanto estaba lejos de tener unterreno para cultivar, rentarla o venderla. Papá no la tenía fácil. Encontrar unaoportunidad para poder cumplir su rol de proveedor y mantener a su familia,como todo hombre de su época debía hacerlo, resultaba una misión compli-cada. Y cuando pasaba por la calle principal, sin mucha atención vio a un hom-bre alto y de tez blanca que sufría mucho llevando una silla. Ese mueble eraenorme y parecía muy pesado y desconocido para él. Este, el hombre quebregaba con la silla, parecía tan exhausto que daba la impresión de que se des-mayaría cualquier momento. Cuando vio a papá, le dijo, en un castellano casiintraducible, que sí le ayudaba a llevar la silla, que pasaba mucho. Y despuésde 2 a 3 veces de repetir, papá entendió lo que le pedía el extranjero. Obvia- 49
mente aquel hombre, a pesar de ser alto y fornido, apenas podía con la silla.Y cuando papá se puso a ayudarle, el extranjero se excusó diciendo que teníaa alguien esperando en su consultorio, y que debía ir rápido. Le señaló dóndetendría que llevarlo y que lo esperaría para que él llegue con la silla. Era unasilla especial para que los dentistas hagan su trabajo. Ya cuando quiso llevar la silla, vio que estaba era como si estuviera hechade plomo, pues pesaba tanto que luego de unos instantes de intentarlo, searrepintió de haber aceptado este encargo. Pero, inmediatamente se le vinoa la memoria que estaba en una frenética búsqueda de una oportunidad paraganar unos pesos y sacó fuerzas de donde no había para seguir con esta her-cúlea tarea. Llevó la silla hasta donde debía, trató de no demostrar debilidadante quienes lo veían llevar, pues quería demostrar que aquella silla no era unproblema para sus fuerzas. Su orgullo y la necesidad de llevar algo de comidaa su familia, fueron la fuente de donde extrajo aquellas fuerzas sobrehumanaspara cumplir con el encargo. No tenía otra alternativa, puesto que temía quealguien más fuerte que el apareciera para hacer este trabajo y se ganará eldinero que el gringo ofrecía. Ya con la silla en el consultorio y muy cansado, papá se sentía satisfecho.Y se sentó para descansar y esperar su paga. En eso, mientras miraba de espal-das al gringo, se preguntaba: ¿qué hacía este gringo en el pueblo?: ¿cómo se leocurrió llegar a este último rincón de Jalisco? ¿Era un médico que curaba losdientes? Y en ese instante se palpó los dientes y al parecer tenía uno malo yquizás podía curarse. Y cuando recordó a sus pequeños llorando de hambre ysu esposa con los achaques del embarazo, se olvidó de su diente y solo pensóen el dinero que le pagaría y luego compraría frijol y tortillas para llevarle asu esposa. Ya ella se encargaría de la milagrosa multiplicación para que puedaatender las necesidades de la familia. Y justo en ese instante unos ojos tala-drantes lo miraron y luego una voz grave le dijo, algo así como: - Mi llamarse “Henry Marquis”. Mi ser dentista. So, mocho gosto. Así fue como se enteró que este gringo era un dentista. Aunque nuncasupo por qué había llegado a Arandas, pues si bien el susodicho se lo explicó,más nunca supo entender dicha explicación y prefirió decir que si a todo. Yaque se hacía tarde y él solo quería que se le pague lo adeudado. Y en eso elextranjero sacó unas monedas y se las dio a papá, quien agradeció de corazónesta paga. Al tiempo que el pagador le decía: - ¿Yu quererme ayudar mí en consoltorio? Y cómo papá a todo decía que sí, esta vez no fue la excepción. Aunqueno entendió bien la pregunta, solo cuando ya estaba en la puerta, el tal Henryle espetó:50
- ¡Tú deber estar mañana a las 8 en punto! ¡Aquí! Así fue como se enteró de que el gringo la había contratado para trabajar.Y empezó su carrera de ayudante de dentista y poco a poco fue aprendiendodel oficio. Aunque el especialista solo atendía a los que podían pagar sus ser-vicios. Su especialidad era dar una atención personalizada. Papá había idoaprendiendo rápidamente. Observaba con sumo cuidado cada detalle y siem-pre estaba atento a pasar las gasas, las tenazas, el martillo. Lo más complicadopara papá fue el de ayudar con el alicate a extraer alguna muela del juicio.Ya cuando el gringo no podía, papá tenía que seguirle con el intento. Algu-nos pacientes gritaban o mejor dicho aullaban de dolor cuando alguna muelaestaba profundamente enraizada. El ayudante había aprendido del maestro aponerse tapones a los oídos para que los gritos de estos infelices pacientes nolos pusieran nerviosos y hagan una mala maniobra. Y alguna vez tenían queatar las manos a algunos de los pacientes, pues solo así podían cumplir con sutarea curativa. También había aprendido, después de un cierto tiempo, a ponerla anestesia, a identificar cuándo un diente ya no tiene remedio y cuando sipodía salvarse. Al principio, si bien le era difícil entender a su maestro, ya conel correr del tiempo vio que las instrucciones eran repetitivas y se le hizo fácil.Y hasta hacía de traductor ante otros pacientes que acudían por los servicios.Y esto también fue una fuente de aprendizaje, ya que a menudo debía repetirtodo lo que el dentista decía a los pacientes. De tanto repetir, ya se las sabía dememoria. Y después de trabajar, ya de vuelta en casa, contaba todo a su esposay con lujo de detalles. Así mamá también aprendía colateralmente. Así estuvo un buen tiempo trabajando con el señor Marquisse. Ya se lassabía todas y el trabajo comenzó a hacerse muy rutinario y aburrido. Y papáno era de aquellos hombres que no se conformaba con un trabajo donde élprecisamente no era protagonista. Así fue ideando poco a poco su próximaperipecia. Mientras aprendía y dominaba todos los secretos del dentista es-tadounidense. Era tan osado que ante la ausencia de su maestro, el atendíay comenzaba a dar los diagnósticos a los pacientes. Y, así poco a poco, fueideando que ya era hora de que debía independizarse y comenzar algo nuevo.Y con la complicidad de mamá, papá entendió que había llegado la hora detener un oficio. Mis hermanos recuerdan bien aquel instante, en el que apare-ció inflando su pecho de orgullo, muy orondo y seguro de sí mismo, mirandoa su esposa e hijos, dijo: - Familia, tienen ante sus ojos al dentista del pueblo. Todos celebraron riendo. Y yo no puedo incluirme entre los celebrantes,pues todavía la cigüeña estaba retrasada. Claro que papá no podía ser dentista;pero sí un sacamuelas. Ahí nos enteramos de que papá había decidido dejar de 51
trabajar con el gringo y tener su propio equipo en esto de atender los dientes.Había aprendido tanto que era hora de hacer algo diferente y por eso decidióser un sacamuelas. Los sacamuelas eran itinerantes, que tenían que ir a buscar a los pacienteso estos llegaban; aunque en muchos casos ya era muy tarde. Ya cuando nohabía remedio. El servicio de estos empíricos estaba orientado a colectivida-des que disponían de escasos recursos y solo acudían para atenderse en lasúltimas. Ese asunto, el de atender a la gente con su problema bucal, estabaorientada a gente fuera del pueblo y que vivía en los ranchitos, poblacionesde campesinos de la zona rural del pueblo. Incluso se podía encontrar a gentedel pueblo de clase media y pobre, que nunca había sido asistido por esteproblema de salud. Papá había decidido salir del pueblo para ofrecer sus servicios en las zo-nas rurales, puesto que allí los servicios de alguien que atendiera a los sufrien-tes con las caras hinchadas, mal dormidos, con los ojos hinchados de tantollorar, era inexistente. Sabía que atender a la gente pobre era una empresadifícilmente lucrativa. Sacando los dientes enfermos a los parroquianos delos pueblos y comunidades vecinas a Arandas, era más un acto humanitario,que un emprendimiento para poder obtener pingues ganancias. Aun así, mamáveía a papá echarse a su nueva aventura. ¡Allá iba papá, con sus ilusiones yoptimismos corriendo delante de él! Los que acudían con el sacamuelas, como casi no tenían dinero para pagarel servicio, pagaban en especie. Y no era raro ver a mi padre trayendo unagallina bajo el brazo o un costal de frijoles. Aunque mamá decía que ya teníanmuchos sacos de frijol, no estaba demás acumular, pues luego se cambiaríapor otra cosa. Papá, también sabía que nunca estaba demás tener comida encasa y que uno siempre debía esperar los malos tiempos. Contaba mamá, que al principio el aprender sacamuelero de papá, fuemuy árido, puesto que él tenía un poco de miedo al sufrimiento y por otraparte, no tenía mucho afecto al tener que hurgar bocas extrañas. Y quizás erapor esto que al principio, cuando volvía a casa, venía con las manos vacías.Fue así que mi madre, un día decidió acompañar a papá a su trabajo. Y apro-vechando que mi padre decía a menudo que solo no podía con los pacientes:ya que no sabía, si agarrar a los pacientes para que no huyeran o sacar la muelaque estaba enferma. Algo que después comprendí era que mi padre prefería no atender a lospacientes que demostraban mucho miedo al dolor. ¡Quien no! Y seguro queesa era la razón del por qué la gente, que al principio quería atención del sa-52
camuelas; pero luego se arrepentían. Me puedo imaginar a los pacientes quellegaba y se sentaban en la silla y el experto aprendiz, se frotaba las manos yestaba a punto de utilizar un alicate para extirpar el maligno molar que dabatanta lata. No puedo imaginar de no sé dónde salían todos los miedos habidosy por haber que los pacientes mostraban, pues al llegar venían como seres tantranquilos y seguros de que querían curarse. Unos huían y otros se tenían queaguantar como buenos cristianos. No era casual que algunas mujeres acudíancon su rosario o su crucifijo, pidiendo a dios que le ayude a soportar el dolor.Cuando algún paciente al ver al sacamuelas bien armado de una tenaza, salíahuyendo y este no sabía si debía ir tras el miedoso o simplemente dejarlolibre. Tal vez papá en cada paciente que salía huyendo, veía que se la iba laganancia. A nadie le gusta el dolor, por más que haya hecho una opción por el mar-tirio, siempre tratará de evitar el dolor. Y los valientes, por lo común, salíanchimuelos; pero podían respirar aliviados de que ya ningún diente les volveríaa molestar. No tendrían que sufrir insomnio por las noches. Así como duranteel día evitar andar con unos pañuelos que contenían unos preparados esoté-ricos y amarrados a la cabeza para sostener unos los cachetes inflamados ybrillosos como zapatos recién boleados. Así todo el mundo se enteraba de sutragedia dental. Esto de ser sacamuelas era muy complicado. Recordaba mamá, que alprincipio ella solo veía cómo su esposo, con cierto temor, atendía a las perso-nas, especialmente los hombres, que eran quienes más gritaban de dolor. Ahífue donde mamá comprobó de que eso de que los hombres deben no lloranera una tontería. En cambio las mujeres, como pacientes, la mayoría de ellasterminaba el tratamiento y entendía muy bien eso de la prevención. Apren-dían que cuidarse era la mejor medicina. Y adivinarán que eran los hombresquienes se resistían a la atención o simplemente huían, ya después de habersesentado en la silla de las torturas, al asustarse viendo un sacamuelero bienarmado de tenazas. ¡Pude comprenderles! Y ella relata un caso de un hombre, cuya esposa era partidaria de aqueldicho popular: aquí nomás mis chicharrones truenan. Ella, la esposa, le habíatraído al consorte con el sacamuelas. El hombre traía la cara hinchada y yaeran varias noches que por su problema dental no dejaba dormir. La esposa ylos hijos ya estaban hartos. Y por esa razón estaban allá ante el sacamuelas.Este empezó a obrar, al primer intento, el esposo no se dejó y salió huyendocalle abajo. Y la esposa corrió detrás de él gritando: - ¡Agárrenlo, agárrenlo! 53
Y entre todos presentes lo agarraron y luego tuvieron que atarlo a la sillapara que se quedará quieto. Solo así pudimos extirparlo la muela infernal quedaba mucho sufrimiento a este buen hombre. Valga también mencionar que esto de sacar las muelas, era una especie deespectáculo público, puesto que muchas veces esta intervención se hacía en lacalle, porque las casas eran pequeñas e inapropiadas para que el sacamuelashiciera su trabajo cómodamente. A la vez que había una ventaja que entre losespectadores se podía buscar ayuda, que a menudo se necesitaba. Había casos en los que los pacientes ya traían las encías muy enfermas yante esto, papá los derivaba con el médico, puesto que ya eran casos graves.Papá sabía bien lo que le correspondía hacer como experto; pero había casosque se salían de su competencia y los derivaba con el médico del pueblo. Mamá celebraba mucho que papá era muy temido por los niños. Aunqueme atrevería afirmar que en los ranchos todos le tenían temor. Ya que de soloel anunciar que llegaría el sacamuelas a las comunidades, los niños huían y seocultaban. Así que cuando papá llegaba a la comunidad, era raro ver que unoque otro niño curioso en la calle. Y las mamás, muy hábiles como siempre,aprovecharon de esta situación para convertir este asunto en una estrategiasu propósito de hacer que los niños que no les gustaba las verduras, acabaráncomiéndolas. A los que en lugar de hacer tareas se ponían a jugar, amenazarlescon que vendría el sacamuelas, era muy efectivo. O simplemente a los queno querían ir a la escuela, de solo mencionar el nombre del sacamuelero, yalos niños no ofrecían resistencia para ir corriendo a sus clases. Ahora ustedesentenderán del por qué papá era famoso y mucho más entre los niños. Mamá siempre atesoraba los instrumentos que usaba papá y que servíanpara las extracciones dentales. Entre estas se contaban diferentes tipos de lla-ves, sobre todo la llave Garengeot. Esas eran las herramientas indispensablespara que los que realizaran las extracciones dentales. El equipo se completabacon una garra o uña extra y dos o tres lancetas. Y adicionalmente unas toallas,algodones, gasas y un mandil blanco que mamá había costurado especial-mente para su compañero. Ella, generalmente, envolvía los instrumentos enun pañuelo de seda roja para transportarlas de un lado a otro. Los materialesse completaban con unos martillos, que bien mamá me enseñó; pero ya norecuerdo de la utilidad de los mismos. Mi memoria es muy buena; pero yaestos detalles ya escapan del alcance de mis neuronas. Y todo esto lo ponía enun maletín de cuero, que era del abuelo de mamá, que lo había dado a papá,justamente, como regalo y pensando que esto le traería suerte en esta nuevainquietud emprendedora.54
Otra vez un paciente al que se le tenía que extirpar una muela, muy malig-na, se asustó tanto del dolor que saltó de la silla y huyo hacia su casa, con elalicate colgando de la boca. Y mi papá detrás del susodicho, para que le devol-viera su instrumental. Y en otra ocasión, papá estaba algo nervioso, porque lapaciente no dejaba de gritar y que esto lo hizo equivocarse y sacó una muelaque estaba medio mala y no la malísima, la que debía ser extraída. Y de estonunca más se habló. Y en estos afanes, mamá poco a poco se aproximaba al trabajo de su espo-so, inicialmente para cobrar en especie, pues era lo más probable que la genteno tuviera dinero para pagar. Y luego a ayudar poco a poco a su esposo. Em-pezó por convencer, preventivamente, a los pacientes de que esta intervencióncasi no dolía. Que de no curarse el problema se pondría más grave. Y si teníaque asustarles alguna vez, utilizaba argumentos como: - Ud., cuando no tenga los dientes, no podría comer bien y comenzaríaa tener problemas estomacales. ¡Además de que se verá horrible que podríaasustar a los que le vean! Si los adoloridos pacientes eran jóvenes, solía animarles a que se curen,con estas palabras: - Si se quedan chimuelos, seguro que no conseguirán una novia y hastaes probable que se queden a vestir santos. Obviamente estos argumentos eran la mejor anestesia y los pacientes seaguantaban como buenos mártires los dolores que podía provocar la sacada demuelas. Esto especialmente cuando se trataba de las muelas del juicio, sacarlasin que el sufriente pierda el juicio. Así fue como mamá, de ser una terapeuta que anestesiaba con sus palabrasa los pacientes y ayudarles a entender eso de la mejor salud bucal, comenzóa tomar parte de las intervenciones. Al principio lo hacía sosteniendo a lospacientes a que no se movieran mucho y se quedarán quietos, puesto que si semovían mucho o gritaban como si estuvieran a punto de dar a luz, el sacamue-las de su esposo se ponía nervioso, ¿quién no?, y comenzaba a fallarle el pul-so, la vista y, por último, la paciencia. Esto no era bueno y podía llevar a queeste oficio que tenía futuro, se vaya a pique. Claro que esto tenía futuro, ya quecon gente que no sabía que cuidarse los dientes era sumamente importante,no podía ser de otra manera. Tanta gente con infecciones y a punto de perdersu tesoro bucal, sí que era algo que prometía trabajo para un sacamuelas. Ymientras mamá contaba esto, yo recordaba aquella famosa frase del Quijote:que la boca sin muelas es como el molino sin piedra, y mucho se ha de estimarun diente, como si fuera un diamante. 55
Así fue como mamá iba comenzado a ser parte importante del equipode papá. Ella era la que cobraba. Esa era la razón por la que siempre volvíacargada con bolsas de frijol, huevos, tortillas, maíz, hasta gallinas. Y cuandopagaban en queso, que era muy raro, entonces los niños en casa dábamos finen pocos segundos ese manjar blanco. Gracias a ello en la mesa siempre habíaque comer. Mis hermanos comenzaron a ganar en peso y color: estaban relle-nitos y de un color menos pálido. Yo aún no había llegado. ¿Y cómo fue que mamá se involucró en el asunto? Todo comenzó aqueldía, que era más noche que día, en que un hombre gordo tenía 2 dientes malos,que digo malos, malísimos. Y ya mi padre había atendido a muchos y esta-ba exhausto de trabajar. Y el gordo dijo que ya no podía aguantar el dolor yquería que lo atiendan, sí o sí, aquella tarde. Se paró delante de papá y estabadispuesto a secuestrarlo para que éste cumpla su misión y así pare de sufrir. Enla semioscuridad no se veía bien y hubo que poner 3 cacahuateras para tenermejor iluminación. Mi madre al ver que mi padre no podía ni con su alma, entonces decidiócolaborar más directamente: muy decidida tomó el alicate. Ya después de vertantas sacadas de muela, se dijo: ceo que esto no tiene mucho de ciencia, sinomás de arte y paciencia. Y comenzó su primer examen, a la vista de papá, quela miraba más asustado que el mismo paciente gordo. Mamá dice que aquellaintervención duró como unas 2 horas. Si bien el gordo gimió, chilló y hastaimploró a la Virgen María y todos los santos que tenía en su catecismo, alfinal, quedó tranquilo y curado. De tan agradecido que estaba, fue a su casa ytrajo 2 gallinas, bien gordas como él, para pagar. Al ver que mamá había hecho un gran trabajo, papá comenzó a entenderque tenía una socia con gran talento para ayudar a esa gente que sufría a causade un diente crónico. Y supo que ella tenía otras habilidades que complemen-taban su trabajo. Aunque a estas alturas, y con honestidad, no sabría decir,quien complementaba a quien. Así papá y mamá formaron un equipo de sa-camuelas ambulantes y comenzaron a salir a comunidades más alejadas. Laspersonas de esos ranchos supieron de ellos y la mayoría manifestaba, despuésde recibir el servicio, con elocuente agradecimiento. Y, como en la econo-mía sucede, los buenos servicios se divulgan de boca a boca, también papá ymamá, y viceversa, comenzaron a tener su propia fama de sacamueleros. Ya era frecuente que en Santiaguito, Piedra Amarilla, La Rosa de Castillay la Trinidad los esperarán para atender a quienes padecían de sus dientes yquerían evitar perderlos. A la llegada, previo anuncio, ya había una lista depacientes para atender. Unos en primera fila y a otros había que traerlos a lafuerza. Ya esos posibles clientes tenían listo para pagar sus muchas monedas56
que representaban el poco dinero que podían juntar o sus gallinas o lo mejorde sus cosechas. También podían pagar con los huevos de gallina y el atesora-do frijol que en ninguna de las comida de aquel recóndito rancho podía faltar. Ya la gente comenzaba a entender que esto de cuidarse los dientes eraun asunto de sufrimiento o salud. Y así es como papá y mamá comenzabana definir su itinerario de trabajo y si bien no tenían un plan definido, los pe-didos de auxilio venían de improviso. Cualquier mañana que alguien llegabasudando de tanto caminar y pedir al equipo de sacamuelas que debían acudir aSantiaguito, porque había una señora que ya hace días no había comido por elproblema con sus dientes. Los sacamueleros tomaban sus herramientas y sa-lían corriendo. Ya era tal el sufrimiento de la susodicha, que había adelgazadotanto que temían que fuera a desaparecer. O al caer la noche llegaba una señora y su esposo trayendo al hijo jovenque tenía el cachete tan inflamado que apenas podía hablar. Era urgente laatención, pues el sufriente había llorado tanto que tenía los ojos bien hincha-dos y clamaba para que lo ayudarán. Así era la rutina de papá y mamá. Esteequipo de sacamuelas ambulante, que comenzaban a hacerse expertos y cuyoservicio comenzaba a tener prestigio. Me siento orgulloso de contar este epi-sodio. A la vez que atendían a la gente, había que convencerlos para que entien-dan que la caries que padecían no era ninguna maldición o embrujo de losmalos espíritus o que gente mala buscará hacerles algún hechizo por envidiao porque se hayan portado mal. Que nada tenían que ver con los pecados quehayan cometido. Que no había ningún gusano escondido en los dientes y paraello había que enseñar minuciosamente el diente extraído y aun así, los saca-mueleros no estaban seguros si habían convencido a los pueblerinos. Y por elcontrario, papá bromeaba y decía que bonitas se ven las personas cuando tie-nen todos los dientes y los cuidan con si fueran perlas preciosas. Y en ese afánmostraba a su ayudante, de cómo se veían los dientes bien cuidados: Limpiosy que embellecían la sonrisa. Y, mientras tanto, la ayudante (mamá), sonreíasin querer queriendo. Existían casos en los que eran necesarios ciertos medicamentos (ungüen-tos) para paliar los efectos de la caries, especialmente cuando estaban afec-tado las encías. Así fue como se habían asociado con la botica del doctordel pueblo, quien los proveería de estas medicinas a precios razonables y alalcance de aquellos pacientes que tenían poco dinero. Eran los que más de-mandaban atención dental. Mucha gente solo querían que les saquen la muelamala, pues para ellos ya no servía y, mientras tanto, mis padres, trataban deconvencerlos de que todavía esa muela tenía solución y había que cuidarla y 57
serviría un tiempo más, claro que las explicaciones eran inútiles. ¿Alguienpuede escuchar un buen consejo, cuando el diente enfermo duele hasta elúltimo nervio del cuerpo? Mamá decía, a su manera, que no era fácil ayudar a separar aquellos pre-juicios míticos de aquel diente que comenzaba a ser inútil y había que extir-parlo. Ya muchos que quedaban chimuelos, aprendían por experiencia que elno haberse cuidado tenía un precio muy alto. Así es como luego se convertíanal evangelio de la higiene y el cuidado dental. También hablaba de aquellosque siempre agradecían por el servicio y yo fui testigo de algunos de esoshechos, pues vi personas que en la calle interferían a mis padres, tan solo paraagradecerles con elocuente sinceridad. Otro día en la plaza les abordó un jo-ven, que iba muy feliz y sonriente, diciendo que gracias a la atención de mispadres, podía sonreírle a la vida y a su novia. Así fue como mis padres estabanempezando a trabajar como equipo de sacamuelas. Lo único que puedo entender, a estas alturas de la vida, es que todo eseaprender de la salud humana me fue irradiando, pues yo estaba gestando ycuando mi madre comenzó a atender al señor gordo, yo ya era más que unembrión en el vientre de ella. Y quizás ahí comenzó mi vocación por la saludhumana. No quizás no: ¡Estoy seguro que ahí nació mi vocación! Y ahora en mi mente aún sigue rebobinándose aquella vocación que co-mencé a heredar de mi madre. Al recordarla el tiempo no existe y solo laeternidad y el tiempo de ser feliz. Es este presente en el que la memoria delpasado queda anulada y el futuro no es siquiera una palabra. 58
UNA REVOLUCIÓN DESCONOCIDA
UNA REVOLUCIÓN DESCONOCIDAHacía 11 años que papá y mamá se habían jurado amor eterno. A pesar del inmisericorde transcurrir de los días, ellos seguían viviendo su primaverade amor. Ya se habían acumulado algunos años, a ese atardecer de un domingode abril, cuando el sacerdote les pregunto: sí aquel amor que se prometían te-nia porvenir. Ellos juraron que se amarían hasta la muerte. Todos los presentescelebraron, junto con los amorosos, este juramento. La ilusión de los tortolitosestaba en su punto pinacular. Esta fiesta se realizaba en nombre del amor. Eljuramento era el símbolo de que todos querían que ese fuego benevolente quecomenzaba, sea eterno. Cuando el amor está de fiesta, la belleza es la principalinvitada. Allá todos eran bellos, empezando por los recién casados. Los invi-tados eran muchos, para la incipiente economía de los que habían organizadoesta fiesta; pero esto no impidió que la alegría fuera mayor que la comida.Bien se dice que una persona que está en estado de felicidad, tiene poco apeti-to. ¡Esto se confirmó en esta ágape! Mamá siempre recuerda aquel día. Y mucho más desde que papá se fue.Ella siempre me relataba sus imágenes y en ese su paisaje memorial, estabatoda su gente celebrando aquella unión, que tenía el adjetivo de perenne. To-dos los que habían llegado a la fiesta eran aquellas familias a los que siemprela historia de Arandas los recordaría, a su manera. Aquella gente que sin ser delos últimos ni los primeros, era parte de la acuarela humana social. Las pupi-las de los novicios amorosos, brillaban de emoción al ver aquel pintoresco yúnico paisaje de personas celebrando algo único. Todo eso sucedía, mientras el fondo tenía como eufonía musical, el clásicodel campo jalisciense “Poeta y campesino”. Y esa canción se hizo inolvida-ble, yo así lo entendí, por el brillo de los ojos de mamá, mientras me contaba 63
aquel pasaje de su historia. Pude entender que aquel son duró toda la vida ensu corazón. Ella cuenta que aquel día su hombre no la soltaba de la mano,para nada. Ese tiempo él era un jovencito sin bigotes, ya luego se hizo creceruno, y que según él, le daba mucha personalidad. Y creo que el tiempo le diola razón, pues cuando se hizo de bigote, ese fue el rasgo esencial de presen-tación. Ese día del matrimonio, se convirtió en el día más importante de lavida de mamá. De eso sí puedo dar constancia, pues ya en sus últimos días,ella recreaba en su memoria aquel día y lo rebobinaba constantemente, comouna película interminable. Ella amó toda la vida aquel instante. Todavía mepregunto si instantes como ese no son un principio de aquello que llamamosinmortalidad. Y ese juramento lo celebraron cada año. Y esta vez ya habían pasado unosbuenos años. Nuevamente se miraron a los ojos y se dieron cuenta que elloshabían cambiado un poco; pero lo único que seguía intacto era su amor. Claroque ahora tenían un poco de vergüenza mostrar su forma de quererse, puesnosotros, sus hijos, estábamos muy atentos a todo lo que hacían y no nos per-díamos ningún detalle. Esa es una manera de decirlo, pues aunque yo apenashabía llegado, y ya comenzaba a dar lata cuando me daba hambre o no melimpiaban cuando hacía mis necesidades. Yo solo quería estar en los brazosde mamá. Armaba siempre escandalo para que ella me tuviera en sus brazos ymuchas veces lo lograba. Quizás yo no estaba consciente de que esas pataletaseran, también, el síntoma de que también yo celebraba aquel aniversario delamor de papá y mamá. Y que yo era la prueba fehaciente de cómo esos torto-litos seguían disfrutando de su felicidad. Esa fiesta de aniversario sería algo austera, aunque ya estábamos acos-tumbrados a ello. Bueno, no todos, pues yo era un bebeleche empedernido yquería mi leche a toda costa. Parecía un bebe insaciable. En aquella fiesta solose cocinaría unos chilaquiles, que era el platillo favorito de papá. Mamá con-sentía mucho a papá. Ya un día antes, ella le había comprado unos huaraches,con sus pequeños y secretos ahorros de los últimos meses. Ese sería el regalosorpresa para papá, a manera de agradecimiento que mamá lo demostraba. Esaera la mejor señal de lo feliz que era compartiendo su vida con su compañero.Valga decir, con elocuente orgullo, que en aquel entonces, Arandas fue la cunade la fabricación de huaraches. ¡Los mejores huaraches de la región estabanen mi pueblo!64
Papá era un verdadero caminante y un buscador de oportunidades. Salíabastante a los alrededores del pueblo y si bien no siempre traía dinero a casa,al menos venía con una bolsa de maíz o frijol o mínimo unos huevos de galli-na. También traía novedades de todo color y sabor. Muchas veces estos, nove-dades, eran más grandes que la bolsa de frijoles que traía en su mano. Claroque para lograr el frijol, seguro que trabajó mucho. Papá era de aquellos idea-listas que siempre daba más de lo que recibía. Y, podría asegurar, que mamásiempre creía en él, puesto que en ese idealismo que albergaba en su mentey su corazón, estaba la gran calidad humana de lo que era. Estoy convencidoque aquella dedicación por los demás, era uno de los pilares que sostenían elamor de mamá por su hombre. Todos fuimos felices en aquellas horas, especialmente nosotros los niños,porque había comida especial y, estoy seguro, que si bien los chilaquiles eranpara papá, nosotros éramos los que dábamos fin a aquel manjar, bueno, másbien mis hermanos mayores. Jugamos y reímos mucho. Aunque de rato enrato, mamá nos hacía callar o decía que había que bajar el volumen de nues-tras voces, puesto que en aquel tiempo en el pueblo que se respiraba un airemisterioso. Se decía que la revolución estaba en marcha y que habría muchosproblemas con la gente. Que la gente estaba cansada de los gobiernos y habíarebeldía. En casa no entendíamos mucho de esos argumentos. Nos parecíandistantes y extraños. La fiesta duró hasta que nuestro cacahuatero ya no pudo darnos más luz,ya que se la agotó el petróleo. En aquellos días la luz eléctrica solo daba porunas pocas horas. Ya después de apagada la luz y en penumbras, nosotros se-guíamos cuchicheando y hasta quedar totalmente exhaustos por el cansanciode hablar, jugar y reír. Había que dormir, porque ya había empezado un nuevo día. Aquel tiempo llegó a oídos de nuestra gente una palabra misteriosa: revo-lución. Nadie, de modo preciso, sabía que significaba. Si bien las autoridadesy gente que tenía poder en el pueblo, habían tratado de minimizar el asunto.Y por otra parte, algunos profesores y jóvenes que ya habían salido bastantefuera del pueblo, comenzaron a hablar con fuerza del asunto. Aunque unaparte no quisiera, ya el tema era vox populi, y se departía mucho y, quizás,las pulquerías eran los lugares donde se podía encontrar a los valientes que seofrecían a ir a servir a un tal Pancho Villa. ¡Cómo el pulque envalentonaba a los adeptos del tal Villa! En tanto que quienes eran administradores públicos y gente que teníagrandes tierras y contrataban peones en el cultivo de las mismas, argumenta- 65
ban que había un grupo de gente violenta que quería quitarles las tierras. Quese decían que eran comunistas y no querían que haya religiones y destruiríanlas iglesias, si llegan al poder. Que estaban armados y eran un peligro para elpaís. Las noticias de la revolución iban y venían. Aunque este asunto estabaocurriendo a miles de kilómetros de Arandas, todo lo que se escuchaba soloera el eco de las voces originales. Y como tal, llegaba algo distorsionadas. Lasnoticias eran pequeñas y lejanas, eran irritantes, eran ambiguas, asustaban aunos y alentaban a otros. Pululaban por las calles, por la plaza, por la iglesia,por los mercados. Los argumentos, que se repetían, se acomodaban al modode ver de quien las exponía y a su manera de ver la realidad, a su experiencia ysu condición material. Todo lo que se decía de la revolución en el pueblo eranvoces distorsionadas, bocas que pronunciaban la palabra revolución del modomás rudimentario que se pueda imaginar. Ni sabían que significaba. Era comoun chisme que se decía, aunque a éste le daban un tono de cierto misterio ysuspenso. Y, podía atreverme a decir, que algunos tenían tanta habilidad paraexplicar lo que era, que lo hacían más verosímil, a lo oídos de quienes ignora-ban, de lo que realmente era. Aunque la brisa del verano de aquellas horas revolucionarias se hizo den-sa. Unos que miraban con simpatía como los rebeldes se sumaban a las filasde los disconformes. Cansados de ser parias en su propia tierra. Cansados deque nadie les defienda de tanta injusticia. Cansados de ser gobernados porel engaño de los políticos. Otros, en cambio, incrédulos de ver que todo loganado con su trabajo se vendrían abajo. Que habían mirado a los indíge-nas como gente que solo estaba para trabajos duros. Toda una vida se habíanacostumbrado a mirarlos en un peldaño social más abajo y que ahora queríangobernar. La iglesia que los había señalado como los pobres de dios, ahoraestaba perpleja de que estos se levantaban en armas. Debatir esos argumentos era inimaginable. Unos apostaron al silencio yotros comenzaron a encender sus argumentos para mirar de otro modo esa rea-lidad, que parecía intangible. Comenzaron a segregarse los grupos sociales.Ya empezaban a perfilarse aquellos colectivos que se creían que eran comu-nistas y quienes eran conservadores. Esta actitud social no era fiel a la natura-leza de aquel pueblo y por ello este acontecimiento comenzó a generar fisurasserias en la sociedad y posteriormente a concretizar esas fronteras sociales. Yala vida no sería como antes: apacible y armoniosa. Y eso pudo constatarse, aúnmás, 17 años después, en aquello que se llamó la guerra cristera.66
Estaba fresca aquella noticia de que en Etzatlan, cuando el ejército fede-ral apresó a 800 indígenas, entre hombres, mujeres y niños, y luego fueronllevados en calidad de detenidos. Los comentarios hacían énfasis en que loshombres iban amarrados como animales, pues eran los cabecillas de la des-obediencia y la rebeldía. Según unos, se lo tenían bien merecido. Que esode ser revoltosos no traía nada bueno. En cambio otros estaban indignados yexpresaban que esos pobres hombres, con sus mujeres y sus niños, iban atadoscomo animales. Esto era lo más inhumano que habían visto. Que era hora decambiar esta realidad. Estas otras voces eran los disconformes. Aquellos vientos de que había insatisfacción entre los rancheros, campesi-nos y el mismo pueblo entero sobre las medidas gubernamentales. Se pensabaque se los iba a despojar de sus tierras escriturarlas a favor de los latifundistas.Tal descontento era el preanuncio de que cualquier momento se podía avizo-rar ciertos desmanes en contra de la administración pública y afectando a lasfamilias que tenían grandes extensiones de tierra. Ese malestar la había capitalizado el tal general Reyes, que comenzaba aconvertirse en una corriente mayoritaria. Este grupo integraba a la mayoríaque no estaba contenta con el actual régimen federal y buscaba un caudillo.Muchos se habían sumado. Y esto era un indicio del impacto del Plan de SanLuis, que convocaba al pueblo mexicano a tomar las armas, considerando quese habían agotado las vías legales para evitar el continuismo de un régimen.El mismo que, de la forma más tramposa en el sufragio reciente, pretendíaperpetuarse en el poder. Lo que representaba que siguiera la injusticia paralos pobres. El nuevo gobierno, al percibir nítidamente el descontento popular, se com-prometió a respetar las obligaciones gubernamentales que se habían asumidoy que cuidaría de los fondos públicos, tanto como restituir a los campesinoslas tierras que le habían sido arrebatadas por grandes terratenientes. A pesarde esta promesa, ya se habían identificado en poblaciones del Estado algunoslevantamientos armados. Aunque en el pueblo se respiraba cierto aire de tranquilidad, esto era re-lativo. Quizás haya tenido que ver con la prudencia de la gente, que al ver lastropas federales acantonadas y que estaban alertas ante la posibilidad de algúnbrote rebelde o que suceda una incursión de Zacatecas o Aguas Calientes, queera donde se percibía mayor movilización de los insurrectos. Se hablaba que, posteriormente, en San Miguel del Alto hubo una alte-ración del orden de las cosas, puesto que hubo el arribo de tropas federales,que estaban siendo perseguidas por los insurrectos y que, prácticamente, losestaban arrinconando. Y se decía que un mayor llamado Celso Gallardo, al 67
que los federales consideraban un bandolero, en tanto que los disconformes lomiraban como un caudillo revolucionario. Así sucedió el fenómeno del avance de las fuerzas que con el correr deltiempo, los carrancistas y villistas alcanzaron el pueblo. Obviamente que estose dio al fragor de que muchos jóvenes se declararon revolucionarios, abier-tamente, e hicieron del periodismo su trinchera. Fortalecida la colectividad deadeptos a la rebeldía, se dio las condiciones necesarias para que se dé la tomade Arandas. Aunque estaban dando mis primeros pasos, en el juego ya era un fregona-zo. Y era muy sabido que si mis hermanos no tenían intenciones de llevarmecon ellos, no podían conmigo. Yo les perseguía sin que mamá lo descubriera.Claro que si luego sucedía algo inesperado, ellos tendrían la culpa, aunque nola tengan. Por ello querían evitarme y huir de mí, saliendo a hurtadillas para lacalle y jugar con sus amigos. Y no era casual que estando en el juego de la ca-lle, ellos se olvidaban de mí y yo, perdido en la calle, lloraba y lloraba. Ya eraun experto para ese arte. Y lloraba tanto que parecía que mis glándulas lacri-males eran interminables. Daba la impresión de que era un niño extraviado enla calle. Abandonado y sin familia. Ya ustedes imaginarán el castigo para loshermanos crueles que abandonan al hermanito menor en la calle. Así que notenían otra que llevarme, cuidarme y lograr que me divierta. ¡Menuda tarea! Aquella tarde en que jugábamos en la plaza con mis amigos y de repentesonaron disparos y un grupo de hombres ingresaron a la plaza al grito de:¡Viva la revolución! ¡Viva Pancho Villa! Eran muchos y con el miedo queteníamos me olvidé de contar, mejor dicho no sabía contar. Así que no podríadecirles cuántos eran…..solo que eran un chingo. Y fueron directamente a laoficina del municipio y aprehendieron al presidente municipal. Nosotros está-bamos muy asustados y ocultos. Pudimos ver que varios hombres comenzarona golpear al susodicho. Otro de ellos traía una soga y se la puso al cuello. Otrose la quitó y lo empujo a una pared y luego se pusieron en fila varios hombresy tomaron sus rifles. Y, justo cuando pensé que iba a suceder algo trágico, una mano fría meagarró del cuello y me arrastró fuera del lugar en el que me escondía. Llenó desusto, más del que ya tenía, levanté la mirada y vi que era mamá. Iba muy eno-jada y llorando. No quise reaccionar y solo caminé, como mis hermanos, juntoa ella en silencio. Obviamente que ellos tendrían su castigo y yo, a su manera,un simulacro de regaño. Ya ahora en la distancia de los años, no recuerdoningún sonido de disparos, por lo que deduzco que no hubo tal fusilamiento yvaya a saber que sucedió después de aquel hecho.68
Ya mucho después me enteré de que en este asunto intervinieron un grupode mujeres y jóvenes valientes, que cuestionaron este intento, bajo el argu-mento de que la revolución era para objetivos mayores, que andar matando agente inocente. Para eso existían los juicios y las cárceles, mientras que habíaque ocuparse de que los campesinos pobres tengan su tierra de nuevo y pue-dan cultivarlo, con apoyo de gobierno. Con esos precisos y loables actitudessalvaron al pobre presidente municipal del paredón. Esas eran las noticias, ambiguas, misteriosas y que dependían de quien lascontará. Y se decía en voz baja. Y mamá escuchaba las distintas versiones quellegaban a sus oídos, desde diferentes posturas. Unas que abogaban del porqué la tierra debería estar en manos de aquellos que lo trabajaban y expropiar-las era legítimo, puesto que se debería dar preferencia a quienes producían losalimentos y dinamizaban la economía de la región. Y otros, con cierta discre-ción, manifestaban que era hora de detener este conflicto. Que la indiada eraciega y peligrosa cuando se ponía en masa y se temía por las consecuencias.Decían que alguien les había metido ideas extrañas, pues ellos eran dóciles ybuenos trabajadores. Y lo peor: Que en lugar de expropiarse de la tierra, eramejor que el gobierno apoye a los latifundistas con créditos y semillas, paraque haya más trabajo para los campesinos. El transcurrir del rio de la vida, me dio la posibilidad de armar un puzlecomplicado: el pensar de mamá. Me di a la tarea de reconstruir el pensar demamá sobre diversos temas de su propia historia. Poco a poco y fruto de lastantas tertulias que teníamos en la cocina. Ese era el lugar en el que siempreella me atrapaba con sus temas de conversaciones y sus escasas palabras. Yyo me quedaba para escucharla, ella sabía bien que pediría un poco más decomida, para seguir allí. No se crea que esto era un soborno. De ninguna ma-nera, si bien el comer era necesario, el escuchar a mamá era esencial. Graciasa esto mi memoria puede rehacer ese tiempo y lo que sucedió. Gracias a ellopuedo estar aquí contando lo que era mamá en sus palabras y sus hechos. ¡Lahermenéutica que traduce lo que hay detrás de ello, ya es culpa mía! Ese imaginario que mamá tejía en su mente, estaba determinado por larealidad que la vivíamos en casa. La situación de nuestro hogar reflejaba laperturbación de la guerra en la economía del pueblo. Mucho de la comida ha-bía que comprar en los mercados, especialmente el frijol y maíz, y de prontose hizo escaso y esta carestía convirtió el precio en algo montañoso; es decir,que uno podía apenas comprar, por lo carisimo que estaba su precio. Esto ellalo entendía y veía que los campesinos, que eran los que más trabajaban la 69
tierra, se habían rebelado y andaban en pleito con el gobierno. Muchos ya noquerían trabajar para otros, sino tomar la tierra para ellos cultivarla. Otra parte de lo que se podía comprar en el mercado dependía de los co-merciantes arrieros que traían productos que no se producían en la región. Ya la vez, llevaban otros productos del pueblo a otros mercados distantes. Yaeste intercambio se había truncado porque los caminos de herradura se habíanbloqueado y la afluencia de los comerciantes se había detenido. Los produc-tos escaseaban en el mercado y sus efectos castigaban mucho más a familiascomo la nuestra. Ante la crisis de la economía de la región, también nuestra economía fa-miliar sufrió un desgaste. Había poco para comer en casa. Por lo tanto reduji-mos la cantidad de alimentos. Ya solo comíamos 2 veces al día. Mucha gentecomenzó a prestarse dinero para pagar la comida. Y ante estas circunstancias,mamá dictó una regla: No endeudarse, pues desconfiaba de los préstamos.Aunque el endeudamiento no era ni siquiera una posibilidad para nuestra eco-nomía. Así pasamos un tiempo de aprender a racionalizar lo poco que tenía-mos y lanzarnos en búsqueda de oportunidades para mejorar la dieta de cadadía. Puedo decir, con mucho orgullo, que en muchas ocasiones lo lográbamos.Ya cuando había un poco más de comida, era motivo de fiesta. Ya años des-pués supe que mamá comía menos y favorecía a que nosotros no pasáramoshambre. A pesar de ello, el hambre nos visitaba a menudo. Los efectos de larevolución habían dejado secuelas y había vulnerado la economía de las fa-milias del pueblo. Especialmente las que no cultivaban la tierra. Y la nuestra,que era una de ellas, sufrió las consecuencias. ¡Pero no sucumbimos y más al contrario, nos fortalecieron esas circuns-tancias!70
EL COLOR GRIS DE LA VIDA
EL COLOR GRIS DE LA VIDAInesperadamente un día, el más triste de la historia de mamá, a papá le llegó la muerte. Y él se fue sin despedirse de su fiel compañera. Era una mañana, cuando el sol estaba en el zenit, y el calendario señalabaun día jueves 31 de julio. Y ese día la historia de nuestra familia se tiño de uncolor gris. Fue como sí el arco iris hubiese sufrido una eclipse, tan extraña alentender de nuestro corazón. Nuestras vidas sufrieron un colapso y nuestraesperanza se volvió anémica por un tiempo. Mi familia, mientras caminabatomada de la mano, tenía la primavera de alegría en sus adentros. Ese día el si-lencio complotó para que la tristeza alcanzará un tamaño que jamás habíamosimaginado, mucho menos haberlo vivido. Los ojos de mamá se nublaron y de ella devino una torrencial lluvia que,por mucho tiempo, irrigó su cadadía y su porvenir emocional. Aquel día des-cubrí la tristeza y mi experiencia de la misma me dejó lastimado. Vi como undía de pleno sol, se convertía en una noche solitaria y lejana. Así, como esedía, imaginé que el corazón de mamá se decoloraba. Los días, después de eseacontecimiento, fueron largos y áridos. Las noches silenciosas y muy oscuras.Las palabras escasas y anémicas. A mi temprana edad la muerte no existíay desde ese día se convirtió en algo detestable. La tristeza de mamá fue unasemilla de la que brotaron, con mucha parsimonia, los frutos de la fortaleza. Yo tenía 4 años. Qué puede suceder en un niño de 4 años, cuya concienciasobre el morir de los otros es solo una hoja blanca, en el que aún no hay nadaescrito. Mis recuerdos sobre aquel tiempo cobran vida, por las palabras demamá. Todo lo que he construido de aquel tiempo que papá dejo de ser, hansido hechas con aquella brisa lánguida y melancólica que invadió el corazónde mamá. 75
Ellos, mis padres, sembraron con inabarcable ilusión este huerto, en elque, quiero pensar, que cada hijo fue como una simiente que se echó en latierra. Nos cuidaron para que demos los frutos esperados y cuyo sabor endul-ce la vida. Ahora mamá tendría que arreglárselas sola: sin papá. Mi hermanamayor, tuvo que aprender a transitar de la adolescencia a la juventud, solo conel acompañamiento de mamá. Ella estaba muy ilusionada con que en sus 15años le acompañaría papá. Yo imagino a papá, después de tantos años del hecho luctuoso, con ese tra-je tan coqueto que a menudo usaba para acompañar a mamá a la misa o algunafiesta que los invitaban. Y su notable bigote de estilo káiser, que presumía ensilencio y con la cabeza en alto. Mamá se sentía orgullosa de tener un esposotan chulo y que no pasaba desapercibido cuando caminaban por las calles. Y yo tuve que aprender a conjugar el verbo vivir, sin mi padre. Cuandoapenas comenzaba a aprender a ser, tuvo que irse. Y, en esta tempestad, mamátuvo que tomar las riendas del barco y evitar que naufrague. Ella, además,tuvo en tantas ocasiones que ocupar el lugar de papá. ¿Cómo no va a ser miheroína preferida? En la vida ella lo fue todo para mí. Nunca sabré sí me perdí una valiosa ex-periencia de aprender acompañado de un padre. ¡Nunca lo sabré! Todo lo quehe vivido a título de mi propia biografía, ha sido iluminado por la pedagogíade mamá. No es causal, para mí, que de su nombre se desprenda la sabiduríaque me ayudó a ser un mejor hombre. Un día mamá me contó que había soñado a papá. Decía, que en esa ente-lequia imaginaria, era una mañana y él le pidió silencio y que solo se mirarana la luz del sol naciente. Mientras él se quedó mirándola, luego la acarició loscabellos que comenzaban a irradiar destellos blanquecinos. Mamá solía decirque nuestros sueños derivan de nuestra mitología. Esa mitología en la queradica cierto misterio. Y que nuestra hermenéutica, muchas veces, se inspiraen ella para vivir nuestra vida con enorme sentido. Así como aquellas tareaspendientes que nuestra razón ha dejado y el corazón se encarga de darle signi-ficado. Que había que darle una noción profunda y significante a esos sueños,para que nuestras vidas sean dichosas. Mamá atesoraba ese sueño y a él seaferraba para encontrar algo de almíbar en su existencia cotidiana. Ese azúcarque lo compartía con nosotros y con elocuente generosidad. Ella solía decir, que vinimos al mundo a vivir en felicidad. Y vivir en latristeza, debe ser solo una transición, una breve estación, a veces necesaria,para alcanzar aquella vida plena que deseamos para nosotros mismos. Aun-que, a mi parecer, esa breve estación para mi madre se hizo tan larga y que76
tuvo que sobrellevarla mirando de frente la vida. El alma de mamá tenía unpequeño recodo intocable, en el que ella se encontraba a sí misma, como lamujer que jamás dejará de esperar a su hombre. Mamá, cuando estaba en su profunda melancolía y soledad, a veces mebuscaba para hablar solo con ella misma. Y mientras estaba delante de ella,la ausencia de papá solía mutarse en palabras, con las que ella se acariciaba.Alguna vez solía decir, de manera casi imperceptible a mis oídos, estas pala-bras: Mis ojos brillan más que cualquier estrella, porque tu padre está en mispupilas. Nadie me verá decrépita por esta soledad, pues tú, mi compañero,nunca te fuiste. Siempre seré joven porque hoy me atrevo a volver a ser joven,porque me quedé en esa hora que tú te fuiste. Tras la partida de papá, mamá veía que la vida era triste y vacía. Se resistíaa vivir la vida sin aquel hombre que amaba. Esa despedida repentina, abruptay unilateral, cuando apenas el amor había comenzado, fue como una traicióna la promesa de amor eterno que se habían hecho. Cuando más disfrutaban deacariciar el sol. Cuando apenas fundaban una familia. Ella solía decirse queesto no estaba pasando. ¿Cómo puede irse alguien que ama y vive del amor?¿Cómo puede irse alguien que aún no ha terminado su obra más sublime: serpadre? ¿Qué les diré a nuestros hijos cuando me pregunten por ti? Esos eranlos momentos catárticos de mamá y yo era como su confidente. Ellos, papá y mamá, hicieron del invierno una primavera y tenían esailusión de que esta sea una estación placida de colores que dure toda la vida.Papá fue el último amor de Mamá. Ese amor que fue breve y en eso la vidafue injusta. Quizás valga reclamar ahora y con justicia: ¿Por qué justamente aellos? A pesar de esta brevedad, puedo testificar que ese amor, de mis padres,fue sencillo, cotidiano y esencial. Lo que sí quiero recordar es que papá tomaba las manos de mamá y se lasponía a su rostro. Era una forma de acariciarse y sentirse amado. Yo era celosode mamá, me enojaba y ahuyentaba a papá. Sentía que, como era el más pe-queño, mamá era solo para mí. Así lo había entendido en mis escasos años. Talvez, después de la partida de papá, mamá se preguntará, ya cuando la cacahua-tera esté languideciendo, ¿Ahora quien tomará mis manos para acariciarse?Cuánto extrañaba esas manos ásperas de dedos largos, cuya dueña era ella. Ellos encontraban su amor en el aroma de las tortillas del comal. En todoslos rincones de casa. En la ropa limpia que estaba secando en los colgadores.En el griterío de todos nosotros, que como pollitos, llegábamos de la escuelay con mucha hambre. Todo hablaba de ese amor. Todo en la casa respiraba deese amor. Y se confirmaba lo que aquella canción de antes, decía: de colores 77
se visten los grandes amores. Mamá cumplió su promesa de amor y, si bien lamuerte de papá aconteció antes, mamá tuvo que esperar mucho para seguirle.Yo creo que ella dijo, antes de irse: ¡Misión cumplida! Todas las noches mamá siempre se quedaba despierta. Ya cuando los ni-ños se habían ido a descansar y el silencio abarrotaba esos espacios del hogar.También ella quedaba en silencio de horas, hasta que el sueño la vencía. Ellanunca supo, en algunas de esas noches largas que veía la luz de la cocina, queyo la vigilaba y sabía que ella escudriñaba todos esos lugares en los que elaroma de papá había quedado impregnado. Me daba la impresión de que, conla mirada, encontraba a su hombre. Para ella él seguía allá. Esto me daba lacreencia de comprender que aún la voz de su hombre estaba vivo dentro deella. Estoy seguro que ella nunca querrá olvidar esa voz. Así también entendíaque se sentía observada por él. Recuerdo que mamá me contaba que uno delos rasgos de papá, que la enamoro, era su mirar lleno de ternura y promesa. Yo tenía 4 años cuando papá murió. Papá apenas había llegado a los 33años. Ambos éramos jóvenes para mirar la realidad como una hermosa po-sibilidad de ser felices. Ambos éramos una promesa para la vida. Aunque elrecuerdo que tengo de papá, es fruto de tanto escuchar a mamá, en aquellashoras en que solía acompañarla y yo era uno con ella. Todo ese bagaje de pala-bras, llenas de tristeza y amor, fueron definiendo imágenes con las que esbocéel imaginario que atesoraba el recuerdo de papá. Sé que papá era un apasionado por el trabajo. Ese que a veces decía poco ya veces demasiado. El culpable de que hablará algo más de lo habitual, era eltequila. No faltaba algún amigo que en un fin de semana que lo invitaban y éldecía que era inocente, pues justamente estaba pasando por la casa del amigoy justo ahí había fiesta. Que él no quería que lo vean y cuando estaba por eva-dirles, zas, que lo descubren. Excusas no faltaban para que papá argumentaraal llegar a casa y hacer entender a mamá que lo suyo no era el beber, pero quehabía ciertas cosas fortuitas (como si fuera una predestinación) que sucedíany uno tenía que afrontarlas, como todo un caballero. Mamá lo escuchaba conatención y cariño. Ella solía decir, ¿Qué le puedes decir a un hombre que erahonesto y nunca fallaba en el trabajo? Cuando a papá le iba mal en el trabajo,eso era otro asunto que no tenía que, ver necesariamente con su voluntad.Ahora, tantos años después puedo entender eso que decía mamá, como quecuando uno ama, deja ser al otro. Hablando de trabajo, papá y mamá eran un buen equipo. Papá era un bus-cador y siempre entendía que el sacrificio era necesario. Jamás podía concebirel trabajar sin esfuerzo y ganar dinero. Y mamá siempre iba detrás de él. Sabía78
que todo lo que el encontraba, ella lo atesoraba. Todo lo que papá ganaba,mamá lo administraba y podría decir que en casa teníamos a la mejor admi-nistradora. El mejor indicador era que de comida nunca sufrimos. Incluso enépocas de crisis. Por ello no era de extrañar que aprendimos desde pequeñosa trabajar. Seguramente las noches que mamá se quedaba a solas, ya ausentepapá, ella recordaba sus interminables reuniones para tratar temas de contabi-lidad. Estas se hacían largas cuando lo ganado no ajustaba para todos los gas-tos. Entonces ella siempre tenía la voz de mando y decidía lo que comeríamosy de donde saldría. Y papá la escuchaba y nunca discutía esas decisiones. Yquiero pensar que esas noches quedaron grabadas eternamente en la memoriadel corazón de mamá. Entre las cualidades de papá estaba la de ser un emprendedor. Una de susúltimas inquietudes, antes de convertirse en sacamuelas, fue la de inauguraruna tienda ropa, que, según él, era un buen negocio: Fábricas de Francia.Así tenía su pequeño negocio en el Portal Hidalgo y si bien tenía un buenproducto y de calidad, lo que faltaba fueron quienes comprarán. Pensaba él.Quizás se había hecho muchas ilusiones, pues había sobrestimado las ventasy la realidad fue mucho menos de lo esperado. Y en ese devenir desalentador,mamá siempre acompañaba en sus emprendimientos. Aunque la lealtad demamá no le impedía expresar su punto de vista sobre el negocio. Ella vio elriesgo en esta empresa; pero el entusiasmo de papá pudo más que las palabrasde mamá. Por esa cualidad, él solo imaginaba las ventajas y el éxito, no asílas desventajas y riesgos que tenía el negocio. De ello aprendí que cuando auno le desborda el optimismo, acentúa el éxito y, a menudo, esto distorsionala realidad. ¡Y, de alguna manera, se vuelve sordo y ciego, temporalmente! Si bien papá no había invertido de su propio capital, puesto que la merca-dería, la mayor parte, era en consignación. Por lo que tenía que devolver. Y sequedó con algunas deudas, y estaba seguro de que pronto las honraría. Hastaahora aquel optimismo de papá es un misterio para mí. Había que continuar,puesto que había que hacerlo. De eso no cabía duda alguna. Los hijos pedíande comer y uno no podía darse el lujo de esperar otra oportunidad del éxito.Había que trabajar en algo nuevo, puesto que no había tiempo para llorar labancarrota. En aquel tiempo si algo tenían asegurado los agricultores era la comida.De la misma tierra, negra y fecunda, salía el frijol que alimentaría a las fami-lias campesinos y los saldos de las mismas serían vendidos en el mercado deArandas. La parte más importante del mercado lo constituían los campesinos,puesto que ellos producían el alimento y sostenían la economía de la región. Yeran el pilar del auge. Entonces era de esperar que sin alguna época la agricul- 79
tura tuviera crisis, por los cambios climáticos, la tierra abortaba o era infértil.Y de esas consecuencias pagaban todos. Y aquel tiempo en que sucedió labancarrota del negocio de papá, coincidió con que el dios de la lluvia, nuncallegó y esto afectó seriamente, tanto que las cosechas fueron raquíticas. Ob-viamente que en esos tiempos, lo que se privilegia es el estómago y el cuerpopuede conformarse con lo esencial. Y una familia cuya economía no estaba vinculada a la actividad agrícola,tenía sus desventajas y en ocasiones bastante serias. Un agricultor tenía el me-dio para proveer de la comida a su familia, y vender sus excedentes. Nuestrafamilia no pertenecía a ningún clan familiar de agricultores o arrieros. Nadieen la familia tenía este vínculo antepasado. Y a esas alturas era muy tarde paracomenzar una nueva profesión, por lo que solo tenía que seguir el sendero deidentificar las oportunidades de marcado y aprovecharlas. Así es como suceden esas tan fortuitas oportunidades, en las que parecieraque los dioses complotarán contra uno. Se juntaron la sequía que significabahambre y el fracaso del proyecto de papá. Nuestro jefe de familia, tenía ungran espíritu emprendedor y su método era solo ver las ventajas que le podíaproporcionar el negocio. Al parecer este modo de arriesgar requería una seriaevaluación para el siguiente emprendimiento. Estas circunstancias adversaslas tomó con cierta dosis de humor. Yo quiero creer que aquella forma emo-cional de tomar este descalabro era una manera de mirarse con tanta confianzaa sí mismo o era su modo de dar fortaleza a mamá. Ella tenía fe en papá, quelo seguía, aún el riesgo de hacerlo era muy alto. De esto nunca lo sabré. De loúnico que tengo certeza es que, con la madurez de la vida, me he alimentadode ambas vertientes: la fe en uno mismo y saber que la fortaleza de emprender,no solo depende de uno. Luego sucedió la fortuita experiencia de convertirse en sacamuelas. Estodio de comer a la familia unos buenos años. Si bien no era para que la familiase permitirá comer más de 3 veces comida de calidad, al menos no se cono-cía el hambre en casa. Gracias a este tiempo de trabajar juntos comenzaronotra forma de ser dos en uno: cuidarse uno al otro. Compartir el sacrificio ycomplementarse en el trabajo. Fruto de ello es que uno de mi familia, comoevidencia de la herencia, se convirtió en un sacamuelas legítimo: Un dentista. A partir de ellos y no me quepa la duda, que ambos eran un equipo eficazy daban buenos frutos. Eso lo comprobé en aquella experiencia de años y enla que trabajaron con rigor. Así nuestra familia pudo exiliar aquella crisis queasolaba después de la quiebra empresarial. Primaron las estrategias que mamáimpuso en casa y papá las asumió con chistar. Ahora los papeles cambiaron.Mamá tomó la batuta de la economía y papá la seguía. Obviamente aquel80
modelo funcionaba detrás de nuestra puerta, en el corazón de nuestro hogar,puesto que aquel tiempo y como decía la biblia: el hombre era la cabeza de lafamilia. Y Arandas era un pueblo muy católico. Mamá cuenta de papá que cuando recién casados, él era demasiado opti-mista, pues creía que todo iba a salir bien para ellos. Que el dinero sería muyfácil de conseguir, disponer para la comida y otros asuntos de la nueva fami-lia. Al principio él hacía de todo; pero sin mucha convicción ni compromiso.Ella entendía que cuando son dos y el amor acaba de nacer, las necesidadesson pequeñas y hasta se puede soportar el hambre con unos tacos de frijol ymucha alegría. Los primeros años de casados las necesidades no eran grandesy se vivía en nombre del amor. Para dos recién casados y muy enamorados,la economía, quizás, no era muy esencial. Si bien no sobraba, lo que faltabase suplía con abrazos y besos. Los padres de los recién casados nunca losdejaban pasar hambre. Sabiendo esto los recién casados acudían a menudo avisitarles, especialmente en las horas de la comida. Los primeros años vivieron en la casa de los abuelos paternos. Y así suce-dieron los primeros años de casados. Solo hasta que mamá dijo que estaba em-barazada. Entonces ellos entendieron que tenían que encontrar su propio nidode amor. Se dieron cuenta que se habían casado y la responsabilidad de sufamilia era de los dos. Y así fundaron su propio rincón de vida. Algo pequeño,solo para dos, escaso de muebles y lleno de ilusión. Así fueron transcurriendo,de manera casi imperceptible. Los días se hicieron semanas y las semanasmeses y luego volvían años. Papá era un poco rebelde con aquellas cuestiones de la religión. Siem-pre estaba repensando todo aquello que decían los representantes del cleroy nunca le faltaban argumentos para desnudar sus debilidades. Aunque enaquel tiempo sucedía con fuerza una ola de ideas comunistas. En el pueblose había detectado este aire de aquella ideología extraña para la cultura local.Esos fundamentos ideológicos que comenzaban a cuestionar demasiado a losdogmas de la iglesia católica y la sociedad de ese tiempo. Papá tenía amigosprofesores y conversaba con ellos. Seguramente por este lado se le filtraronlas ideas de rebeldía. Mamá era muy práctica y nunca discutía con su esposo,sabía que estas discusiones no llevaban muy lejos, además no servían paranada, puesto que al final de la discusión, la realidad seguía igual y ellos, losdebatientes, terminaban enojados y hasta enemistados. Y, ella decía, que enlugar de discutir, había que hacer algo mejor y de utilidad. Así papá, algunas veces, decía que no acompañaría a mamá a la misa. Ella,con sentido práctico, se iba sola. Y luego él solía salir corriendo de casa para 81
acompañarla, contradiciéndose en aquello que había dicho, que no iría. Se mehace que papá era celoso y no le cabía en la cabeza imaginar que su esposaestaría sola en la misa. Seguro que sus emociones le hurgaban las entrañas alimaginar a su esposa, toda elegante y hermosa, pasar por la plaza, que estaballeno de hombres, que quien sabe que hacían allá, podían mirarla. Ya la idea deello le llenaba de enojo y celos. Así que sus ideas comunistas no servían paracombatir sus celos. Entonces mamá sabía que papá saldría corriendo detrás deella, para acompañarla a la misa……aunque en el trayecto solía ir silencioso. Con las palabras de mamá puedo atreverme a dibujar a papá como unhombre duro de cabeza, de mirada inquieta; pero brillante de entusiasmo. Or-gulloso de su bigote estilo káiser y siempre bien peinado. De vestir muy ele-gante y pulcro a rajatabla. Despistado en asuntos del hogar y lúcido intelectualen conversaciones especializadas. Su mirar severo, solo era una pose, ya queen el fondo era generoso en afecto. Inclaudicable en el empeño de su palabra ycon un silencio profundo de cavilaciones. Reposado en la alegría y de melan-colía estacionaria. Amante de los caminos de a pie, obstinado descubridor depaisajes otoñales. Leal a muerte y orgulloso de vocación. ¡Ese era mi padre!Aunque este esfuerzo hermenéutico puede ser que esté a una distancia consi-derable de lo que realmente era papá. Por lo tanto, quizás sea mejor pensar queesto es más una alegoría por el cariño que le tengo. Mamá lloró mucho la muerte de papá. Sus lágrimas fueron una forma dehomenajear a su hombre. Fue un llorar hecho de silencio y nostalgia. Un llan-to que fue semilla de ausencia y con la esperanza de que diera el fruto de laresignación. A diferencia de un llorar común y silvestre, mamá lloró sin lágri-mas, esas lagrimas que fluyeron a sus entrañas. Hasta que un día sus lágrimasse secaron y comenzó a renacer, como una planta que comenzó a vestirse deverde y a entender que su compañero vivía en los hijos que juntos habían pro-creado. Y en ese día se secó las lágrimas y miro el cielo y comenzó a caminaral horizonte. Ese día mismo se juró a sí misma que sería, como el árbol fuertey firme, que de sombra y frutos a sus hijos, cuando estos lo necesitaran. ¡Y síque lo cumplió con creces! Recuerdo que en tiempo de lluvia ella se quedaba horas en la ventana denuestra casa y miraba como el agua corría por las ventanas. Quizás ella llorabaen esos fragmentos líquidos, que chorreaban con sutileza y suavemente, paramorir en el suelo y provocar la vida. Esas gotas eran símbolo de esa tristezalejana y silenciosa, húmeda y solitaria. Esa agua desolada que brotaba delcorazón se llevaba su melancolía y la renovaba, aunque esa metamorfosis eralenta, demasiado lenta.82
Me atrevería a decir, que si bien no tengo evidencia; pero algo en el cora-zón me hace pensar que papá y mamá, cuando acontecía la lluvia, se sentabanante la pequeña ventana de nuestra casa, para juntos mirar como las gotas dela lluvia caían melodiosamente y lavaban las impurezas de la vida y hacíanposible que ésta luciera novedosa. Quizás su amor se humedecía, cual semillade vida, con estas gotas acuosas para que ambos, tomados de la mano, puedanacariciar el porvenir en un instante de un ahora lluvioso y plácido. Mamá hizo de los lugares donde papá solía estar cotidianamente, terri-torios sagrados. Ella cuidaba de que estos sitios estuvieron limpios y que noinvadiéramos. Así mamá se sentaba por las noches y su silencio era una con-gregación de recuerdos y una resistencia a creer que se había ido su compa-ñero. Algunas noches en que yo no podía dormir acudía para dormir junto amamá y la encontraba con la mano estirada, como si estuviera abrazando aalguien. Y en la cocina, donde todos comíamos alrededor de ella, nos daba decomer a todos y cuando ya estábamos saciados y abandonábamos el lugar, ellase quedaba sola para comer…..siempre mirando aquel lugar donde su hombresolía sentarse para compartir el pan de cada día. Mamá decidió que no se hablara de la muerte de papá. Si alguien pregun-taba, ella, con enorme sutileza daba un giro al tema. Pocas veces nos dábamoscuenta de que ella quería tender un manto de silencio, ese que solo le pertene-cía a ella, sobre esa enorme ausencia que nos dolía a todos. Nosotros bien loentendimos y la acompañamos fielmente. Cuando un padre está ausente, la vida es durísima para la compañera quese queda. Se aprende con mucho dolor. Se educa con cierta melancolía. Seama con un silencio profundo. Y una de las primeras lecciones que ella nosenseñó, fue que el lugar de nuestro padre era irremplazable. Y que cuando unpadre se va, deja un vacío enorme que nada lo puede sustituir. Y sí que mamásabía lo que decía, pues le guardó amor hasta el final de su tiempo. Mamá medecía, en voz baja y algunas muy pocas veces, que él le hacía tanta falta ycomo lo extrañaba. Ahora entiendo, a estas alturas de la vida, que aprender a vivir consigomismo, es una escuela de toda la vida. Y cuando mamá tuvo que irse, se fue enpaz. Yo quiero creer que ella ya estaba en paz consigo misma. El significadode la partida de ella, para nosotros, fue que esta vez sí sería para encontrarsecon su hombre. Y, por lo que puedo dar testimonio, ella se fue muy en paz. 83
TRABAJAR PARA VIVIR
TRABAJAR PARA VIVIREl Padre Mando era amigo de la familia. Ocasionalmente venía a visitarnos y mamá lo apreciaba mucho. Este hombre con sotana nunca llegaba conlas manos vacías, siempre traía algo para el desayuno o la comida. Aunquemamá le había dicho tantas veces que con lo que había en casa bastaba, comobuen testarudo, el P. Mando nunca hacia caso y más al contrario lo hacía conmás ahínco. Quizás mamá apreciaba al sacerdote porque siempre que veníanos preguntaba de nuestras vidas de cada día, de la escuela, de nuestros ami-gos y, de vez en cuando, nos sobornaba con algunos dulces. Ahora entoncesustedes entenderán mejor las razones por las que él era bienvenido. Siempre que llegaba a casa el P. Mando era un motivo festivo. Todos, pocoa poco, comenzábamos a rodear al sacerdote y acabábamos sentados junto ael, escuchando sus historias y, el a la vez, se enteraba de lo que sucedía ennuestras vidas. Mamá creía mucho en este hombre. Tanto que confío que élfuera algo así como mi guía espiritual. Aunque el mencionado y yo, fuimosmás amigos que lo otro. Ya fuera de casa, el me enseñaba otras cosas que pocotenían que ver con los dogmas de la religión y si con la vida que uno tenía queenfrentar cada hora del día. Este sacerdote era un tipo demasiado particular. Estoy seguro que mamá lohabía elegido por ello como amigo. A la vez, el P. Mando seguramente vio enmi madre algo que pocos podían caer en cuenta, una profundidad para mirarla vida y entenderla desde otra óptica. Claro que cuando llegaba a casa, él erapara nosotros y nosotros para él. Mamá se deleitaba solo con mirar, invitaralgo de comer y decir alguna que otra frase, llena de sapiencia y cariño. La fama del sacerdote era muy conocida en el pueblo. Un tipo activo y unverdadero líder que pretendía que todos se educaran y, gracias a ello, fueran 87
personas importantes que transformen la sociedad de su tiempo. Fundó variasorganizaciones que desarrollaban proyectos en favor de los jóvenes. Tenía feciega en los jóvenes y sus apuestas eran serias. Su discurso retórico no preten-día dogmatizar ni hacernos un lavado de cerebro, sino que miráramos la vidacon esperanza y como un asunto que requiere el cambio y los jóvenes son losllamados a ello. Era obvio que debía tener cuidado de las travesuras, como aquella deltemplo en construcción y nos descubrió uno de los sacerdotes. Sé que de ellose enteró el P. Mando. Y, como buen amigo, nunca se lo dijo a mamá. Aunqueel P. Mando dijo al sacerdote informante que pondría al tanto de esta travesuraa la mamá. Y eso quedó ahí. Yo no sé si eso es un pecado. Lo bueno es quemamá nunca se enteró de aquel asunto o de otro modo la cosa iba a ser muydifícil para mí. Una de los fundamentos de la vida, solía decir el P. Mando, era el deltrabajo. Después del estudio, el trabajo daba sentido a la vida. Y su modo deentender el trabajo era amplio; pero rigurosamente en el carácter humanizantedel mismo. El trabajo ayudaba a que el mundo sea un lugar en el que el hom-bre podía recrearse como criatura de un dios. Estas son las puras lecciones quelas aprendí del Padre. Así es como, con el tiempo, convencí a mamá de que me dejará trabajar.Aunque reconozco que sin las ideas del P. Mando, no hubiera llegado lejos enesa pretensión de convencerla de que yo, aún niño, podía trabajar. Me ayudómucho las ideas del P. Mando para hacer el lavado de cerebro a mi madre. Asíes como pude comenzar a trabajar de niño, lo que me ayudó para aprender laslecciones más importantes que me han ayudado a capitalizar las oportunida-des que en la vida se me han presentado. Solía acompañar a mamá al mercado y podía hacer cualquier tramoya,para que suceda ello. Eso representaba para mí, que podía tener un premio poracompañarla. Obviamente de ello mi boca no pronunciaba ni una sola palabray menos en casa. Ello detonaría el celo de mis hermanos y sí se enteraban,adiós a esa aventura turística por el mercado. ¿Y de qué premios estoy hablan-do? Huumm, de solo recordar se me hace agua a boca: alguna agua fresca deagrillo. Esa exquisitez era lo máximo para mí. O, en caso de que el dinero noalcanzará, por lo menos, unos dulces de coco para cobrar a mamá por mi com-pañía. Vaya, vaya espero que eso no les haga pensar que era un interesado.Aunque quizás si, al final de cuentas nada es perfecto. Era tan placentero estar en aquel lugar y contemplar tanta gente compran-do y vendiendo. Ese era un paisaje humano fantástico. ¡Cómo me gustaba! Y88
mi madre muy orgullosa de tener a su hijo a su lado. No pasaba desapercibidoy a menudo me saludaban, mínimo con un dulce, las señoras amigas de mamá.A veces me pongo a reflexionar que quizás mi compañía haya sido, para mimadre, una especie de recordatorio de aquel tiempo en que ella solía ir decompras e iba del brazo de papá. Y presiento que ella se sentía bien acompa-ñada. Yo observaba que mi madre era muy amiga de la señora que apellidabaCruz. Ambas, cuando se encontraban, se quedaban varios minutos para hablarsobre sus parientes y vecinas, la misa del domingo, las enfermedades de susamigas y tantas otras cosas que ellas tenían en su agenda de pláticas. Claroque siempre les faltaba tiempo para tratar todos los temas que se proponíanen su agenda de tertulias. Y tenían que despedirse sin querer, puesto que de-jaban muchos temas pendientes. Esta señora Cruz, que era bien observadora,siempre me descubría que se me iban los ojos cuando miraba en su estante dedulces de leche, los muéganos. Estos eran embardunados de una rica miel ycuando los comía, toda mi cara se ponía pegajosa. Claro que la señora Cruz sedaba cuenta de mi antojo y, además de que yo le caía bien, tanto que siempreme ofrecía lo que yo quisiera. - ¡Sí quieres puedes tomar lo que te guste! Así ella solía decirme. Y yo siempre esperaba esas palabras mágicas queme hacían muy feliz. Y volvía la mirada a mi madre y sus ojos me ordenabanque no tomará nada. Lo malo era que mi mano se desconectaba de mi cerebroy ya iba tomando aquellos antojos míos. Y así mi mano escogía entre los dul-ces y muéganos, jericayas o gelatinas en tazas chinas. Mamá me había dicho que no pidiera nada, aunque esté muy hambriento;que debía decir NO a toda oferta que me hacia la dueña de aquel puesto. Nosé qué pensaba mamá; ya que siendo cuerdos, cualquiera hubiera obrado igualque yo en esa situación. Para que lo sepan: ¡Los niños siempre sucumbimosante esas tentaciones dulces! Ya después de mi delito; evitaba la miraba demamá para no sentir el peso de la ley. Entiendo que uno cuando tiene miedo,no disfruta del comer. Sabía que en casa ella me regañaría y me llamaría laatención. Al final mi estómago, en complot con mi conciencia, solían decir:Después de lo comido, que venga cualquier tormenta. Aunque algunas veces mamá me sobornaba, para caer en la tentación. Loque a ella le hacía perder la cabeza era la birria de borrego. Cuando ella teníaalgunos pesos demás, me invitaba y me decía: Tú dirás que nos invitaron, quenos resistimos y a duras penas aceptamos la invitación de aquel platillo sabro-so. Y ella pedía su plato de birria y luego pedía otro plato, para darme un parte. 89
Lo bueno era que yo ya tenía el estómago repleto de dulces y tenía poca onada de hambre. Y, entonces mi madre terminaba el rico platillo y lo limpiabacon la tortilla. Y siempre me amonestaba, antes de llegar a casa: Que ningunode los dos hable de esto. No quiero que piensen que te llevo al mercado solopara invitarte a comer. Sí ellos se enteran, será el fin de nuestras salidas y dedisfrutar de domingo. Para nosotros los niños el mercado era nuestro centro de diversión. Asíque no era extraño que mi mamá descubriera a mi hermana mayor, quien yase ponía jovencita y andaba de coqueta, con su pandilla de amigas. Mamá lahabía encontrado 2 o 3 veces en los pasillos del mercado y la regañaba. Claroque mi hermana era muy hábil para no toparse con mamá y se las ingeniabapara escabullirse y no ser descubierta. Y en este propósito, sus amigas eransus informantes estratégicas, como ella lo era para sus amigas y evitar que susmadres las encontrarán. ¡Un auténtico trabajo en equipo! Mamá pensaba que mi hermana era todavía una niña, a sus 15 años, y quedebía aprender muchas cosas de la vida, antes de tener novios. Por esta sen-cilla razón era muy celosa, además era la primogénita y muy bonita. Eso medecían sus amigos que la andaban rondado. Pero yo veía que mi hermana eranormal, como cualquier chica de su edad. Mamá no podía permitir a cualquier avispado como novio para su hija.Y, por sobre todo, su hija, según ella, no tenía edad para esas cosas. Y a losque siempre se les descubría en el mercado, eran a mis hermanos. No sé sino les interesaba o no sabían cómo esconderse de mamá; pero siempre erandescubiertos in fraganti y regañados. Aunque ellos, aprendieron, que ademásde pasearse, podían ayudar alguno de los comerciantes en sus quehaceres yganar algunos centavos, para luego llevar a casa, así seguro que mamá ya notendría motivos para castigarlos. Aquel domingo, después de la misa, mi madre me llevó, como de costum-bre, al mercado. Hicimos la ruta señalada, como si fuera un ritual. Aunqueaquel día sería diferente. La señora Cruz estaba esperando a mamá desde hacerato. Y cuando llegamos, la vendedora amiga de mamá dijo que quería hablarcon ella. Y mamá, con mucha cautela, me dijo que fuera a caminar un pocoy volviera en unos 10 minutos. Y, para que no me sienta aburrido o excluido,una vez más el soborno de la señora Cruz: Unos muéganos que llenaron mispequeñas manos. Yo estaba fascinado, pues nunca había visto tanta generosi-dad hecha de mueganos. Y me fui de allí guardando los manjares en mis bol-90
sillos y otros se iban directo a mi boca. Había que comer rápido, porque si mishermanos me descubrían, tendría que compartir con ellos mi botín y nuestrasociedad, la de mamá y yo, corría peligro. Pero este mundo no es perfecto y sucedió lo que no quería que suceda. Mishermanos me descubrieron con las manos en la masa; en este caso sería, conla boca en los muéganos. Con la boca llena, apenas podía respirar y cómo ex-plicar aquella embarazosa situación. Allá estaban mis hermanos trabajadores,llenos de sudor y muy enojados. Ahí confirmaron, una vez más, que yo erael chiqueado de mamá y que por eso me llevaba casi siempre. Yo les traté dedecirles que no, que no era como pensaban. Y hasta traté de sobornarles conotros dulces que saqué de mi bolsillo; pero aquello no funcionó. Y, ellos mellevaron a empujones a ver a mama y reclamar, que como es que unos teníanque trabajar para llevar algo de comida a casa y el hijo chiqueado se daba ellujo de comer dulces a manos llenas. Ya delante de mamá, vieron el rostro deella, con mucha seriedad y que quería decir algo; pero se le adelanto la señoraCruz, la vendedora, dirigiéndose a mí, dijo: - Hijo, desde mañana vendrás a ayudarme con el negocio. ¡Ya recibisteun adelanto de tu salario y ahora tendrás que trabajar duro para pagar! Así fue como me enteré de que ya tenía un empleo. No podía creerlo queya era un trabajador. Ni se me ocurrió pensar en lo que ganaría, solo pensé enlos muéganos que comería, mientras trabajaba. ¡Fui muy feliz con la noticia! Mi primer empleo era acomodar jarros y ollas en un puesto en el merca-do Corona. La escuela fue un proyecto que tuve que dejarlo, puesto que mipercepción del valor de la escuela era escasa y había que ayudar en casa, puesmamá hacía todo lo que podía, a pesar de aquel tiempo en que una mujer solase la pasaba difícil en una sociedad patriarcal. El mercado era el lugar central del pueblo. Se podría decir que era el ejeque explicaba la dinámica del pueblo. Todas las personas que se querían en-contrar, podían hacerlo en el mercado. Aquella calle, la 5 de mayo, siempreestaba llena de gente. A las entradas y salidas del mercado uno encontrabahortalizas y frutas de las más variadas. El olor de la guayaba era penetrante yparecía que todo el mercado estaba impregnado de aquella fragancia profun-da. Ese aroma nos develaba lo silvestre de aquel lugar. ¡Oh, cuanto recuerdode aquel tiempo de fruta madura y encendida que hurga mis entrañas! El mercado no tenía paredes y los puestos en los que la gente expendía es-taban divididos por tablas simples, hechos de las mismas cajas en las que teníala fruta. Aunque nosotros no habíamos conocido otro tipo de mercado, puessuponíamos que así eran todos los mercados del mundo. Cuando llovía era un 91
atolladero bárbaro. A raíz de ello las caídas de las personas eran frecuentes ymucho más si la víctima era alguien que llevaba una caja o un itacate tamañogigante. Las mejores horas del mercado eran desde las nueve hasta las trece. Aveces había tanta gente que apenas se podía caminar. Y, sí mal no recuerdo,esos días eran los fines de semana, puesto que la gente salía de compras y depaseo. Después de la misa, el lugar frecuente, como la plaza, era el mercado.Yo veía que a mi hermana mayor la invitaban sus pretendientes unas golosinaso unos chicozapotes. Así mismo, cuando mamá tenía algo de dinero, se traía a todos sus hijos,excepto yo, que ya vivía en el mercado, para comer en el mercado. Y entoncespodía satisfacer los gustos de mis hermanos y esto era comprar unas chilindri-nas y unos pachucos, que no llegaban a casa para acompañar el café, puestoque eran tan ricos, que se terminaban en el camino. Además mis hermanos sesurtían de cocadas, muéganos y gaznates. Y luego todos felices. Quiero supo-ner que mamá hacía esto para saldar la deuda de aquel tiempo en que ella y yofuimos cómplices y el mercado era escenario de nuestras andanzas. También el mercado era el lugar de juego de nosotros los niños. Y jugara las escondidas era lo máximo, puesto que ese era el deporte favorito. Serencontrado en esos laberintos, era un asunto muy divertido. Y no faltaban losvivillos que eran hábiles, usaban la puerta del oriente para escabullirse y pa-sarse directo a la parroquia. Así nadie los encontraba, salvo el cura y entoncesel regaño era evidente. Al final, mamá nos dejaba que jugáramos un rato y mientras ella se senta-ba en una de los puestos de comida y pedía sus tacos estilo Arandas. Algunavez me sentaba junto a ella, no precisamente para comer, sino a manera deagradecer. Ese estar junto a ella, aunque sea en silencio, era mi forma de abra-zarla. Sentía que se quedaba unos minutos en silencio y miraba el vacío. Esome hacía pensar que, seguro, estaba recordando algún momento de aquellashoras de comida con su compañero ausente. Y comía lentamente y acompaña-da de esa ausencia que salía desde dentro de ella. Y, siempre al irse, compraba una orden de tacos y se los dejaba al amigode todos, Mauricio Aguas, a quien de cariño le decíamos el Guicho. Todoslos conocían porque era el cargador, para quien no había nada imposible quecargar. Siempre caminaba con su clásico mecapal brilloso y negro de mugre,aunque para el eso no le importaba. Y en su morral siempre traía su botellitade alcohol, la misma era su fuente de energía para llevar los enormes bultosque le encargaban. Claro, tenía que haber algún truco había que explique la92
fuerza sobrehumana que tenía este señor y podía con todo lo que le encarga-ban cargar. Por otra parte, el alcohol era su mejor antídoto contra el frio delinvierno. Y a veces se le iba la mano y de eso nos dábamos cuenta cuando a lasalida del marcado, sentado y casi cayéndose, cantaba alguna canción perdidaen su memoria y lleno de nostalgia por aquel tiempo y aquellas personas quefueron suyas y solo vivían en su corazón. Al final de la tarde el mercado se quedaba vacío. La señora Cruz y yoéramos de los últimos sobrevivientes de aquel día, de aquel lugar tan con-glomerado de gente y emociones. A ella le gustaba el orden y la limpieza. Yrevisaba hasta el último detalle que todo quedará limpio. Confieso que no megustaba aquel paisaje desolado del mercado. Como nosotros, todos estabanbarriendo, cepillando aquel piso que quedaba lleno del barro pegajoso de loshuaraches que venían de lejos y nos traían lo mejor de su cosecha. Y cuandodaban las siete don Pitilicha, el velador del marcado, golpeaba tres veces, conuna piedra, el poste que sostenía el techo, anunciando que la jornada en elmercado había terminado. Había que abandonar el lugar, que en pocos minu-tos quedaba desolado y entonces comenzaba la noche. La noche nos abrigaba y cubría nuestro sueño. Mamá siempre velaba paraque todos estuviéramos descansando y así comenzar el nuevo día muy tem-prano. Yo tendría que volver a ese mar de gente que acudía y buscaba algo quecomprar o vender, además de hacer vida social. Y así fueron transcurriendolos días y el calendario se agotaba fácilmente y se tachaba las fechas. El tiem-po avanzaba inexorablemente y esta daba evidencia pretérita de que se habíavivido. También los colores de las estaciones fueron pasando y los arboles co-menzaron a cambiar de ese verde que se parece a una espera llena de ilusión.Y luego aparecían los colores que delatan la vida: rojo, anaranjado, azul, ama-rillo y todos los demás. , Señal que hay alegría entre nosotros. Luego sucedíaa un color café de otoño, como aquellos atardeceres en los que uno debía dejarfluir su melancolía. Y, finalmente, asomaba el gris para decirnos que tambiénla soledad es parte de nuestro paisaje de emociones. Aprendimos que la vidasucede en esas estaciones y no podemos ignorar los colores que nos traen,porque así somos en la vida. Así también se pintaba el mercado, había tiempos en los que los coloresy sabores de las frutas, verduras despertaban nuestra inquietud y alegría. Esteera el epicentro de la vida del pueblo. Y podría decir, que fue el génesis demi vida laboral. Ahí aprendí tantas cosas, en esa niñez mía que debería estarjugando; pero una parte de mi tiempo lo consagré a trabajar. Ahí nacieron mis 93
buenos hábitos que me ayudarían a entender la vida desde una perspectivanovedosa y disciplinada. Y vive en mí el agradecimiento a aquella señora queme enseñó con mucha dedicación lo que es trabajar. Fue mi primera maestraque dejó huella en mí. Ahora, toda jornada laboral que emprendo, tiene algode aquel primer tiempo en que me convertí al trabajo.94
APRENDIENDO A SER BOTICARIO
Search
Read the Text Version
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
- 6
- 7
- 8
- 9
- 10
- 11
- 12
- 13
- 14
- 15
- 16
- 17
- 18
- 19
- 20
- 21
- 22
- 23
- 24
- 25
- 26
- 27
- 28
- 29
- 30
- 31
- 32
- 33
- 34
- 35
- 36
- 37
- 38
- 39
- 40
- 41
- 42
- 43
- 44
- 45
- 46
- 47
- 48
- 49
- 50
- 51
- 52
- 53
- 54
- 55
- 56
- 57
- 58
- 59
- 60
- 61
- 62
- 63
- 64
- 65
- 66
- 67
- 68
- 69
- 70
- 71
- 72
- 73
- 74
- 75
- 76
- 77
- 78
- 79
- 80
- 81
- 82
- 83
- 84
- 85
- 86
- 87
- 88
- 89
- 90
- 91
- 92
- 93
- 94
- 95
- 96
- 97
- 98
- 99
- 100
- 101
- 102
- 103
- 104
- 105
- 106
- 107
- 108
- 109
- 110
- 111
- 112
- 113
- 114
- 115
- 116
- 117
- 118
- 119
- 120
- 121
- 122
- 123
- 124
- 125
- 126
- 127
- 128
- 129
- 130
- 131
- 132
- 133
- 134
- 135
- 136
- 137
- 138
- 139
- 140
- 141
- 142
- 143
- 144
- 145
- 146
- 147
- 148
- 149
- 150
- 151
- 152
- 153
- 154
- 155
- 156
- 157
- 158
- 159
- 160
- 161
- 162
- 163
- 164
- 165
- 166
- 167
- 168
- 169
- 170
- 171
- 172
- 173
- 174
- 175
- 176
- 177
- 178
- 179
- 180
- 181
- 182
- 183
- 184
- 185
- 186
- 187
- 188
- 189
- 190
- 191
- 192
- 193
- 194