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Cuentos de Papa Yin

Published by Moris Polanco, 2018-10-15 01:17:02

Description: Cuentos de Papa Yin

Keywords: cuentos,guatemala,oriente

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Y se puso a matar vacas...: las más grandes, porquetenían más cuero, y a hacer caites... Así que hizo los montones de caites, cargó a las mulas y sefue a la plaza a vender. Al poco tiempo se le llenaron de moscas.Entonces, unos vecinos fueron a quejarse con la policía, porquelos caites despedían muy mal olor. Y llegó el mismo policía quehabía despedido antes al compadre pobre: 100

—Ayer sacamos a uno que venía con un pushito4..., yahora venís vos con tanto, ¡a botarlo! —le dijo. Como el compadre no quería botarlos, además dequitárselos, lo apalearon. Y así, sin nada y todo golpeado, tomócamino de regreso a su casa el compadre rico. —¿Cómo te fue, vos? —le dijo la mujer cuando llegó. —Callate —le dijo— a mí me mataron a puro palo... A todo esto, el compadre pobre ya se había ido lejos delpueblo con su dinero.4 Poquito. 101



El adivinador Había una vez una pareja muy pobre. El marido —a quienllamaban Escarabajo— no encontraba trabajo, y ambos, maridoy mujer, pasaban mucha necesidad. Un día, Escarabajo le dijo asu mujer: —Se me ocurre una idea. —¿Y eso de qué? —le preguntó ella. —Me voy a hacer adivinador. —Escarabajo... —le dijo la mujer—, ¿qué vas a andaradivinando vos? —Bien, ya vas a ver. 103

Y se fue una tarde donde estaban lavando las mujeres, ya una de ellas le tomó toda la ropa y la fue a esconder. Cuandoellas recogieron su ropa, se dio cuenta la mujer de que le habíanrobado la suya. Entonces él, paseándose por allí, le dijo a lamujer: —¿Qué le pasa? —Me robaron la ropa, mire... —le contestó ella. —No se aflija, vamos a hacer unas cachitas1 aquí; yo séalgo de brujería —le dijo él. Entonces, Escarabajo encendió un fueguito y empezó aechar unos polvos que ya llevaba preparados. Luego, tomó unasbarajas, y miraba para dónde tomaba el humo, y otras cosas porel estilo. Por último, le dijo a la mujer: —Mire, en esta dirección está la ropa; no está perdida.Véngase — y se la llevó. Por aquí, por aquí —decía él, al mismo tiempo queconsultaba la baraja que llevaba. Por último, encontraron la ropa en el lugar en que él lahabía dejado escondida. —Aquí está, mire —le dijo a la mujer. —Ay, señor, usted sí que es bueno para adivinar —le dijoella—; ¿y cuánto le debo?1 Intentos, con la esperanza de tener suerte. 104

—No, no me debe nada —le contestó él—, pero si mequiere dar algo, no me cae mal. Entonces vino la mujer y le regaló unos centavos. Y asíse fue él, contento. A los pocos días, se supo en el lugar que se había perdidouna mula. —Vayan con don Fulano —dijo la mujer—, aquél que ledicen Escarabajo; ése es bueno para adivinar. A mí me adivinó...—y la mujer les contó el caso. Entonces, los dueños de la mula extraviada llegaron conél, y le dijeron: 105

—Mire, señor, dicen que usted puede adivinar, hallar lascosas perdidas... —Pues..., he hecho la cacha. —A mí se me perdió una mula. —Ajá... Permítame... ¿Cómo era la mula? —Así..., así... —le dio todas las indicaciones sobre la mula. Entonces Escarabajo se acercó un poco al polletón2,donde todavía estaban encendidas unas brasas, y echó suspolvitos... —Mire, la mula no está perdida; la mula quisieronrobársela, pero no pudieron. Allá en su potrero, donde pasa unaquebradita, por ahí está amarrada —les dijo. Escarabajo sabía dónde estaba la mula, porque él mismola había ido a esconder. Los señores se fueron a buscar su mula, y, en efecto,la encontraron donde les había dicho Escarabajo. Luego,regresaron a darle las gracias al adivinador, y lo recompensaronespléndidamente, porque la mula era muy cara. Algún tiempo después, a la hija del rey se le perdió unasortija, y mandaron llamar a Escarabajo. —¿Y ahora? —le dijo su mujer.2 Cocina antigua 106

—Hoy si ya me llevó la trampa... Cuando llegó, le dijo el rey: —Lo he mandado llamar, porque dicen que usted adivina.A mi hija se le perdió una sortija. Así es que aquí tiene usted.Diga qué es lo que necesita para averiguar dónde está la sortija,quién se la ha robado, o en dónde está. Quiero que aparezcaporque vale mucho dinero. —Pues mire —le dijo él—, deme un cuarto; me da unas doscandelas, y..., necesito dos días, para averiguar. Pero él lo que necesitaba era tiempo, para escaparse delpalacio. 107

En su cuarto, él hacía como que trataba de adivinar,porque dos guardias lo vigilaban día y noche y notificaban al reyde todo lo que hacía. Por el palacio se corrió noticia de que había llegado el«gran adivinador», y que pronto se encontraría la sortija de laprincesa. La sortija la habían robado tres sirvientes del palacio. Alenterarse de que estaba en palacio el adivinador, se reunieronpara platicar. —Mirá, vos —decía uno de ellos—, ¿qué hacemos? A ésteno se le escapa nada, y si nos descubre, nos van a ahorcar. —Mirá —dijo otro—, hay que hablar con él. Devolvámole lasortija, y que él nos cubra el secreto. —Pero..., ¿y si para mañana ya lo ha descubierto? —Mirá, andá choteá vos a ver qué está haciendo —le dijoel jefe de la banda a uno de ellos. Entonces el ladrón que iba a ir a hablar con el Escarabajo,pensó: «A la una de la madrugada es buena hora para que vayaa hablar con él». En el cuarto de Escarabajo había un reloj de pared, quedaba las horas con un fuerte campanazo. Cuando iba a dar launa —él no se podía dormir, pensando en el problema en que se 108

había metido—, se acercó a su cuarto el ladrón. En eso, sonó elreloj. —La una —dijo el Escarabajo. Al oír esto, el ladrón salió corriendo. Cuando llegó dondelos demás, les dijo: —Miren, muchá3, hoy si que nos fregamos. Cuando yoiba llegando dijo: «Ya vino uno». —¿De veras vos? —preguntó otro. —¿Y hoy cómo hacemos? —decía otro. Y así se estuvierondurante un buen rato, deliberando qué acción tomar.3 Expresión utilizada para llamar a los amigos. 109

Finalmente, otro de los ladrones se ofreció a ir a hablarcon Escarabajo. Se repitió la historia: cuando llegó el segundo ladrón,eran cerca de las dos, y Escarabajo, que no se había dormido, alescuchar el campanazo del reloj, dijo: «Las dos». El ladrón entendió que había dicho «ya van dos», y salióhuyendo. Cuando llegó con sus compañeros, les contó: —Sí, muchá, es cierto. Cuando yo llegué dijo: «Ya vandos, sólo falta uno», y me vine yo corriendo. —iAh...!, exclamaron los otros. Finalmente, se decidieron a ir los tres, dispuestos adecirle toda la verdad, porque se daban cuenta de que no teníanescapatoria. Al tiempo que iban llegando los tres, dieron las tres de lamañana, Escarabajo iba saliendo de su cuarto con intenciones deescapar, y se topó con ellos... Los cuatro se asustaron. Se asustóél, y se asustaron ellos, porque él pensó: «Ya me fregaron estos,no puedo irme»; y los ladrones pensaron: «Ya nos fregamosporque ya salió él a nuestro encuentro». —iAy, señor! —le dijo uno de los ladrones—, háganos ungran favor... 110

—¿Y eso de qué? —les preguntó él. —Cúbranos el secreto.., aquí está la sortija. Mire cómohace, porque a nosotros nos ahorcan por esto. —No tengan pena —les dijo él—, yo ya sabía que ustedeseran los que la tenían, pero ahora vamos a ver cómo hacemospara que no los ahorquen. Los ladrones estaban admirados de lo fácil que les habíasido convencerlo de que les ayudara... —¿Dónde está el baño de la muchacha? —les preguntó él. —Aquí, mire —le señalaron los ladrones. —Bueno, la vamos a meter en esta rajadurita del baño, yyo voy a decir que aquí está; pero mucho cuidado..., no vayan amencionar nada de esto. Los ladrones se mostraron muy agradecidos conEscarabajo, y trataron de pagarle con dinero y otras cosas. Al otro día, el rey invitó a Escarabajo a desayunar con él. —Pero..,, antes que nada —le dijo el rey—, ¿ya adivinó? —Ya, Señor rey —le dijo—: en una rajadura se le fue a ellasu sortija. —Vamos a ver —dijo el rey, levantándose de la mesa. Al llegar, la encontraron donde Escarabajo la habíadejado. 111

—Aquí está, mire —le dijo él al rey. —Hombre, que buen adivinador es usted —dijo el rey.Vamos al desayuno. En la mesa del desayuno andaba un escarabajito. El reyse dio cuenta, y le puso una taza encima. Ya habían desayunado, y el rey estaba muy contento,felicitando a Escarabajo y ofreciéndole su recompensa... —Pero antes —le dijo el rey—, hagamos la última. Dígameque hay debajo de esa taza. «Ah...» pensaba el pobre Escarabajo, «hoy sí me llevó elrío». Al verse sin salida, exclamó: —Ay, Escarabajo, en las manos del rey veniste a acabar... 112

—¡Hombre, qué bueno es usted! —exclamó el rey,levantando la taza. A él se le fue el color, pero logró reponerse. El rey lo recompensó generosamente por sus servicios,y él, con prisa, se dirigió a su casa, a contarle todo lo sucedido asu mujer. —¡Vámonos de aquí! —le dijo la mujer—, antes de que tevuelva a llamar el rey. 113



Los tres consejos En una aldea vivía un señor muy pobre, con su mujer y treshijos. Él trabajaba en el campo, pero nunca salía de pobre. Undía, le dijo a la mujer: —Mirá, yo voy a ver si hallo fortuna por otro lado, porqueya ves que yo tanto trabajar aquí y tan pobre que estoy... —Está bueno —le dijo la mujer—. Mientras tanto, en lo quevas por allá, yo voy a ver qué puedo hacer aquí. Y se fue. Después de mucho caminar, llegó a unahacienda. Allí pidió trabajo, y se quedó como por un año. Alhacer las cuentas, vio que no le convenía seguir allí, y se fue abuscar trabajo a otra parte. Encontró por otro lugar, pero al 115

cabo de un año se fue también...; y así se estuvo, hasta que llegódonde un señor que le pagaba mejor. Con este señor estuvotrabajando como tres años. Al final, aunque no había logradohacer mucho dinero, ya quería regresar a su casa, y le dijo alseñor de la finca que quería que hicieran cuentas... —Mirá —le dijo el señor—, para que mejorés tu fortunadeberías cambiar de sistema: o te pago lo que te debo, o te doylos tres consejos, que fueron los que me hicieron a mí feliz. —¿Ah, sí...? —le dijo él—. Mire, déjeme toda la noche parapensarlo, a ver por qué me decido, si por los tres consejos o porel dinero que me debe. —Está bien —le dijo el señor. Pasó toda la noche pensando: «Ah, qué mala suerte.Yo soy un desgraciado. Tanto trabajar y no poder hacer nadapor ningún lado... Y aquí, a saber cuánto será lo que este señor 116

me debe... Tres consejos..., a saber qué misterio tiene eso». Elpensaba mucho, y al final se decidió por los tres consejos. Por la mañana, llegó con el señor: —Señor —le dijo—, me he decidido. —¿Qué pensaste al fin? —le preguntó el señor. —Deme los tres consejos —le dijo él—. De todas maneras,con lo poquito que me va a pagar no voy a hacer nada; tal vez lostres consejos me hacen feliz. —Vaya. Escuchá bien, pues —le dijo el señor—: primero:«No camines por veredas», ¿oíste bien?: No camines porveredas. «Ah..., qué consejo éste.», pensó él, y no le gustó mucho. —El segundo —continuó diciéndole el señor—, es éste:«No preguntes lo que no te importa». ¿Se te grabó? —Sí —le respondió él. —Y por último: «No rompas con la primera». Esos sonlos tres consejos; yo los puse en práctica, y por eso me hicefeliz. «Este me engañó», pensó él, «pero bien, qué voy ahacer.., siempre desgraciado». Se fue, y tomó sus pertenencias:su ropa, su machete, su tecomate... Se despidió del señor, y sefue. 117

Allá en el camino, lo alcanzó un señor en una mula, yse fueron platicando. El señor le contó que acababa de hacerun negocio en el que le había ido muy bien, y que iba a pasar lanoche en un pueblo cercano. —Mire —le dijo el señor—, yo me voy a ir por esta veredita.¿Nos vamos por aquí? Por aquí salimos más cerca. Él lo iba a acompañar, cuando se acordó del consejo... —Mejor..., mire, mejor yo me voy a ir por el camino,váyase usted por la vereda. El otro lo rogó; pero él no quiso, y se fue por el camino. Al otro día, la gran bulla en el pueblo.., que habíanmatado al señor en esa vereda. Le habían salido unos ladrones ypor quitarle el dinero, lo habían matado. «Ve», dijo él, «de la que me libré. A mí me hubiera caídola viga1: hubieran dicho que yo lo había matado en la vereda, ome hubieran matado a mí también... Está bueno el consejo: lovoy a poner siempre en práctica». Se despidió de la gente que lehabía dado posada, y siguió su camino. Al entrar la noche, pidió posada en un pueblo. En la casaen que lo recibieron, notó que había una muchacha encadenadade las manos, que lloraba y pedía auxilio, pero la gente de allí1 «Caerle la viga»: Responsabilizar a alguien de alguna acción negativa. 118

no le hacía caso. Él tuvo la intención de preguntar por qué eraque la tenían así: si era castigo el que le habían impuesto, o porqué... Pero se acordó del otro consejo: «No preguntes lo que note importa», y no preguntó. En la mañana, él tomó su desayuno y, después deagradecerles a los señores de la casa, preparó sus cosas y se fue. Al poco rato de caminar, lo alcanzó un muchacho,pidiéndole que regresara. 119

—Venga —le dijo el muchacho—, le vamos a hacer unobsequio. —¿Y eso de qué? —le preguntó él, y lo siguió hasta la casa.Al llegar a la casa, le dijo el papá de la muchacha: —Usted se ha ganado una gran fortuna... Por no haberpreguntado por qué estaba mi hija así en ese castigo, el maleficiose le quitó, porque una bruja la tenía así, castigada, hasta quehubiera una persona que no preguntara por qué estaba así;y luego, como usted no preguntó, usted la salvó, y yo habíaprometido esta fortuna para la persona que me la salvara. Asíque ésta es su recompensa. —Pero yo no he hecho nada... —le dijo él. —Pues sí, pero como usted no preguntó, usted es eldueño. Y le dieron al señor una gran cantidad de dinero, juntocon un arma para que se defendiera en el camino. Él lo echótodo en un costal, y siguió su camino. Después de andar como un año, finalmente llegó a sucasa. Primero se acercó por la ventana, y, para su sorpresa, vioque su mujer estaba acariciando a un muchacho... —Eh... —dijo, poniéndose pálido—, mi mujer ya tiene otromarido... Yo le pego un balazo a éste. 120

Ya iba a dispararle al muchacho, cuando se le vino ala mente aquel consejo: «No rompas con la primera». «Escierto», dijo, «cómo voy a matar yo a éste sin averiguar quiénes primero». Y tocó la puerta. —¡Ay, mi papá! —exclamó el muchacho, que era el menorde sus hijos y que había crecido mucho durante todo los añosque él estuvo lejos. 121

—¡Mi marido! —dijo la mujer—. ¿Y qué tal te ha ido? —Pues me fue bien –les dijo, y tiró el costal con el montónde dinero–, miren….. Y todo fue alegría en aquella casa desde entonces. 122

Juan Haragán y el Encanto de la montaña Este era un hombre haragán que vivía con su mujer, y sellamaba Juan. A Juan no le gustaba trabajar, y vivía de lo que leregalaban sus amigos. Pero un día, su mujer le dijo: —Hombre, Juan, tantos años que tenemos de estar juntos, ynunca he visto que hagas una milpa, ¿no te da vergüenza? Esteaño tenés que hacer milpa. Ya me dio pena a mí vivir de lo quenos regalan los demás. —Está bueno. Yo, porque no he querido, no porque soybueno para trabajar. Ya vas a ver —le contestó el marido. 123

Y Juan compró un machete, lo afiló, y se fue para lamontaña. Pero el muy pícaro no iba a trabajar a la montaña, sinoque a descansar; limpiaba un poco de monte en el lugar dondese iba a acostar, y se ponía a dormir. Como a los quince días de estar así, le dijo la mujer: —Juan, hoy no te voy a echar comida, sino que te la voya llevar yo. Voy a ver lo que has rozado —le dijo. Entonces, Juan se asustó, y pensó: «Ahora no voy adormir porque la mujer va a venir». Cuando llegó a la montaña, iba decidido a trabajar unpoco, pero cuando empezó a dar machetazos en la maleza, oyóuna fuerte voz que dijo: 124

—¡¿Quién?! Juan no se había dado cuenta de que la montaña estabaencantada, y contestó: —Yo, Juan Haragán, que vino a empezar su roza. —¡A ayudarle a Juan Haragán a hacer su roza! —ordenó elEncanto. Y en ese momento aparecieron machetes por todoslados cortando la maleza. En poco tiempo botaron como veintetareas. Cuando llegó la mujer con el almuerzo, se quedósorprendida al ver la roza que, según ella, había hecho Juan. —Ay, Juan, hoy sí te has matado trabajando; ve qué rozala que has hecho... —Ah, sí —le dijo Juan—, es que yo soy bueno para trabajar,nada más que no te habías dado cuenta vos... Cuando llegó el tiempo de las lluvias, Juan fue a darlefuego a la roza. Llegó a la montaña y empezó a juntar la malezapara quemarla. En eso, volvió a oír la voz del Encanto de la montaña: —¡¿Quién?! —dijo el Encanto. —Yo, Juan Haragán que vino a rondar su roza paraquemarla. 125

—¡A ayudarle a Juan Haragán a hacer la ronda! —ordenó. A la voz del Encanto, aparecieron un montón de escobas,que en un momento juntaron toda la maleza. AI siguiente día, llegó Juan a quemar la maleza. Cuando élestaba sacando los fósforos... —¡¿Quién?! —dijo el Encanto. —Yo, Juan Haragán que vino a prenderle fuego a su roza. 126

—¡A ayudarle a Juan Haragán a quemar la roza! —ordenóla voz, y en un momento quedó consumida la maleza por lasllamas. Cuando cayeron las primeras lluvias, Juan decidió ir asembrar maíz en su terreno. —Ahora voy a sembrar —le dijo a la mujer. —Vaya, andá pues, porque ya está lloviendo. Hoy sívamos a tener bastante maíz... —dijo la mujer de Juan, muycontenta. —Pues…, primero Dios que sí —agregó Juan. Entonces Juan preparó el maíz y el chuzo, y se fue a lamontaña. Cuando iba a dar el primer chuzazo, el Encanto se volvióa hacer presente. —¡¿Quién?! —exclamó. —Yo, Juan Haragán que vino a sembrar su milpa —dijoJuan. —¡A ayudarle a Juan Haragán a sembrar su milpa! —sentenció el Encanto. Juan no miraba quiénes le ayudaban, pero lo cierto fueque todo el maíz que él llevaba se lo sembraron. 127

Cuando llegó el tiempo de desherbar la milpa, Juan sefue nuevamente a la montaña. Al tratar de arrancar el primermonte... —Yo, Juan Haragán que vino a desherbar la milpa. —¡A ayudarle a Juan Haragán a desherbar la milpa! Juan oía voces pero no miraba a nadie. En pocos minutosla milpa estuvo limpia de hierba, y Juan, al verlo, regresó a sucasa muy contento. Cuando llegó el tiempo de los elotes, Juan no quería ir atraer elotes porque pensaba que al cortar el primero le botaríantoda la milpa. Entonces le dijo su mujer: —Juan, ya debe de haber elotes... —No, no hay todavía... —le decía Juan—, no hay todavía... Y la mujer se quedó pensando: «Hombre, este Juan, si alos dos meses quince días ya hay elotes… Yo voy a ir a cortarmeunos». Y en lo que Juan se fue a hacer un mandado1 al pueblo, lamujer tomó un machete y duna red para ir a cortar elotes. Cuando llegó, encontró muchos elotes, tal como pensaba,y empezó a cortar los más grandes. No había llenado un costalcuando oyó una voz que retumbó en toda la montaña... —¡¿Quién?! —dijo el Encanto.1 Encargo, compra. 128

—Yo, la mujer de Juan Haragán que vino a recoger elotes— respondió ella, muy asustada. —¡A ayudarle a la mujer de Juan Haragán a cortar suselotes! ... En un momento le botaron toda la milpa en elote. Lamujer, asustadísima, no se llevó ni uno. «Hoy me mata Juan»,pensaba. 129

Cuando llegó a la casa, ya había regresado Juan. —Mirá, Juan —le dijo entre sollozos— fijáte que fui a traerelotes y... y yo que... que pego el primer machetazo cuandouna voz en la montaña me preguntó que quién era, y yo le dijeque la mujer de Juan Haragán que había llegado a traer elotes, ybotaron toda la milpa en elote, fijáte.... —Ay, me las vas a pagar todas juntas— le dijo Juan. Y ése fue el final de la suerte de Juan Haragán. 130

Federico Gallardo Había una vez un hombre llamado Federico Gallardo al quele gustaba mucho jugar a la baraja. Cuando murió su padre, sededicó a jugar con el dinero que él le había dejado en herencia,hasta que se lo terminó todo. Una vez, llegó a su casa nuestro Señor Jesucristo. —Federico —le dijo—, ¿me das posada? —Cómo no, Señor, pase, con mucho gusto —le respondióFederico. Entró el Señor, y llamó a sus discípulos: —Pasen, muchachos —les dijo. Se asombró Federico de que entraron doce detrás deEl... «Ve que fregada me dio el Señor», pensó, y empezó a 131

buscar qué darles de comer: les dio huevos, frijoles, café..., yalcanzó para todos. En la mañana, le dijo el Señor a Federico: —Mirá, Federico, quiero recompensarte con algo. Pedimetres cosas que necesités. Antes de que el Señor terminara, había sacado unabaraja, y le dijo: —Mire, Señor, que nadie me gane una partida jugandocon esta baraja. —Concedido, Federico —le contestó el Señor. Federico hubiera querido que el Señor se fuera paraprobar si era cierto... 132

—Pedime las otras dos que te faltan —le dijo el Señor. Federico no hallaba qué pedir... —Ah..., mire, Señor, que el que se suba a ese naranjo nose baje sin mi permiso. —Concedido —le respondió el Señor—. ¿Y qué más? Tefalta una... Él ya no quería pedir más, pero sólo por no desaprovecharla oportunidad, le dijo al Señor: —Mire, que el que se siente en ese escabel1, que no selevante sin mi permiso tampoco. —Concedido, Federico. Para Federico lo importante era la baraja... Así que se despidieron, Federico se fue a conseguir unpoco de dinero, y se fue al pueblo.. —¡Muchá2 —decían todos—, allí anda Federico! ¡Allí andaFederico! Pero Federico andaba consiguiendo otra baraja igual a laque él tenía, y la consiguió pronto en una tienda. —¿Y qué tal, Federico? —lo saludaban— ¿vamos a jugar...?1 Tarima pequeña que se pone delante de la silla para que descansen lospies de quien está sentado.2 Abreviatura por “muchachos”. 133

—A la noche jugamos, a la noche jugamos —les respondíaFederico. Y así se divulgó la noticia de que esa noche iba a jugarFederico Gallardo. En la noche, Federico empezó jugando con la barajaque había comprado: unas se las ganaba Federico, otras se lasganaban a él, y así, tomando sus copitas, se estuvieron hastabien entrada la noche. De repente, en una de tantas, Federico semetió la nueva a la bolsa, y sacó la suya... no le pudieron ganarni una partida... —¡Qué suertudo viene Federico! —decían todos. Al otro fin de semana, volvió a llegar Federico al pueblo. —Ahí viene Federico. Hoy si le vamos a ganar —decían losjugador es del pueblo. Y sucedió lo mismo: les metió primero la nueva, y luegola virtuosa, y les ganó a todos. Y así, en pocos días, Federicorehízo su capital. Un día, Federico se acordó de tres amigos que tenía, quepor culpa de él los habían mandado a la horca, porque él les habíaenseñado a robar. «Estos pobres deben de estar en el Infierno»,pensaba Federico. «Yo voy a sacarlos de allí», se dijo, y se fue alInfierno. Al llegar al Infierno, tocó el portón. 134

—¿Quién? —preguntó el Diablo. —Yo, Federico Gallardo —respondió él. —¿Y qué querés, Federico? —le preguntó el Diablo. —Que juguemos unas partiditas —le dijo Federico. —Con mucho gusto —le respondió el Diablo—, pero yasabés: yo contra el alma juego3... —Ah, no importa, mi alma es tuya si me ganás una partida—le dijo Federico. —Adelante, pues —le dijo el Diablo, y lo dejó pasar.3 En el sentido de no jugar por dinero, sino por ganar almas para el infierno. 135

—Sabés qué —le dijo Federico al Diablo, antes de quecomenzaran a jugar—, por cada partida que yo te gane me dasun alma. —Convenido, Federico —le dijo el Diablo. El Diablo tenía seguridad de que le iba a ganar, porque alDiablo nunca se le gana... Empezaron a jugar..., y Federico le ganó la primera. —El alma de Fulano —dijo Federico. Se la llevaron, y él la metió en una bolsa que tenía. —¿Jugamos la otra? —le preguntó Federico al Diablo. —Juguémola4 Federico —le contestó el Diablo. ...Y le volvió a ganar Federico. El Diablo estaba queechaba chispas. —El alma de Fulano —pidió Federico, y se la llevaron. El Diablo empezó a incomodarse, y decía: —¡Ah, qué calor! —Juguemos, hombre, juguemos —le decía Federico. Yjugaron otra partida. También se la ganó, y así recuperó lasalmas de sus tres amigos. —Ya no aguanto el calor —dijo e1 Diablo—. Mejor afuera,Federico —le propuso.4 «Juguémosla». 136

—Va pues, juguemos afuera —convino Federico. Cuando salió Federico, cerraron la puerta... —Échenle doble cerrojo —dijo el Diablo—, porque éste medeja sin almas aquí. Me llevó tres almas. Cuando vio Federico que lo dejaron afuera, se fue parasu casa. Al llegar a su casa, colgó la bolsa con las almas en unclavo en la pared. 137

—Aquí al menos no sufren —dijo Federico. Y así siguió Federico, jugando en un pueblo y en otro,haciendo mucho dinero. Al cabo del tiempo, llegó la Muerte a visitarlo. —Vengo a traerte, ya es tiempo que te vayas. Te pidenallá... —le dijo la Muerte a Federico. —Fijate —le dijo Federico— que yo no estoy preparado:cómo no me avisastes5 con tiempo... —Ah, pero así me mandaron y qué voy a hacer yo —ledijo la Muerte. Federico notó que la Muerte miraba las naranjas quetenía el árbol, y entonces se acordó de la trampa... —Me regalás unas naranjas, Federico —le dijo la Muerte. —Subite —le respondió Federico—, y en lo que yo arreglomis maletas y unas cuentas que tengo pendientes por aquí,chupás naranjas. Cuando regresó Federico... —Mirá, Federico, no me puedo bajar de aquí —le dijo laMuerte. —Y de allí no te bajás si no me das dos años más de vida—le dijo Federico.5 «Avisaste» 138

—No Federico, no fregués6, si es orden que tengo —le dijo la Muerte. —Yo no sé, si no, allí pasás los dos años —le respondió Federico. Cuando la Muerte vio que no podía hacer nada, le concedió lo que pedía. —Pero mirá —le dijo la Muerte a Federico—, dentro de dos años estoy aquí. —Magnífico —le dijo Federico, y se fue la Muerte. A Federico se le olvidó lo del plazo, y siguió jugando. Alos dos años, se volvió a presentar la Muerte. —¡Hey...! —dijo Federico cuando vio a la Muerte—.Caramba... Bueno, qué se va a hacer. Yo hubiera querido queme dieras otros diítas7 más...6 «No molestes, no me fastidies»7 En Guatemala se usa mucho el diminutivo; «diítas» se emplea aquí paraindicar que es poco tiempo. 139

—Pero hoy no me trepo8 al palo de naranja —le dijo laMuerte. —No te subás —le dijo Federico—, pero mirá, echémonosuna tacita de café, porque ¿dónde lo voy a dejar así, que se quedeel café perdido? —Está bueno9, Federico, dame una tacita de café —le dijola Muerte, y se sentó en el escabel. —Mirá, ¿y no me darás siquiera otro año más, no? —lepreguntó Federico. —Ah, no, hoy sí que no es posible, qué va a ser10 —le dijola Muerte. —Bien —le decía Federico a la Muerte, y trataba deconvencerla de que lo dejara. Pero cuando se dio cuenta quenada podía hacer, le dijo: —Bueno, allá vos, pues. Si querés, nos vamos. La Muerte quiso pararse, pero no pudo. —No te levantás sin mi permiso, y no te levantás si no medas otro año —le dijo Federico. —Ay, Federico, mirá que me van a regañar11... —le decía laMuerte.8 No me subo (de trepar un árbol).9 «Está bien».10 «No se puede hacer nada»11 Reprender, reñir. 140

—No —le dijo Federico—, no te vas si no me das otro año. —Concedido, pues, Federico: otro año más, pero sóloeso. La próxima, desde allá te voy a llamar —le dijo la Muerte, yFederico la dejó ir. Federico siguió llevando la misma vida: jugando ydespilfarrando. De repente, se le venció el plazo... —Aquí vengo, Federico —lo saludó la Muerte—, y hoy sino hay permiso de arreglar cuentas ni de nada. Ya de una vez tevenís. —Esperate —le dijo Federico, y tomó la bolsa con lasalmas. —Ah, no, Federico; esas almas son del Infierno, y a vos tequieren para la Gloria. Nuestro Señor te manda a llamar. —Pero mis amigos se van conmigo —le respondióFederico. —Ah, no, ¿cómo va a ser? —le dijo la Muerte—. Así te llevoal Infierno... —Pues llevame al Infierno —le respondió Federico. —Por causa de esas almas, te vas a ir al Infierno —le dijo laMuerte. —Pues llevame —le dijo Federico pero yo a mis amigos nolos dejo. 141

Llegaron al Infierno, y tocaron la puerta. —¿Quién? —preguntó el Diablo. —Aquí te traigo a Federico Gallardo —le respondió laMuerte. —¡Andate con él por allá! Ese me deja sin almas aquí.¡Pónganle cerrojo, muchachos! —dijo el Diablo. —Ah... —decía la Muerte—, ¿y ahora qué hago con vos,Federico? Dejá las almas aquí, y te vas vos. —No —le dijo Federico, mis almas, ¡cómo las voy a dejaryo!. —Bueno, vamos a la Gloria, pues, a ver qué dicen allá —propuso la Muerte. Llegaron a la Gloria, y les abrió San Pedro. —Mirá, Pedro —le dijo la Muerte—, aquí traigo a Federico;pero trae unas almas del Infierno, y ésas no pueden entrar aquí. —De veras, pues... —dijo San Pedro—. Vamos a consultarleel caso a nuestro Señor Jesucristo. Entonces, llegó San Pedro con Jesucristo a donde estabaFederico. —Bueno, Federico... —lo saludó el Señor. —Señor —le dijo Federico—, me mandaron llamar; perofíjese que no me quieren dejar entrar ni en el Infierno ni aquí enla Gloria. 142

—Ay, sí, Federico —le dijo el Señor—. Vos sí podés entrar,pero esas almas no son de aquí, son de allá. —Señor —le respondió Federico—, cuando Usted mepidió posada, no me dijo que iban a entrar doce, y yo no le puseningún reparo. Y ahora yo que sólo traigo tres... —le dijo. —Tenés razón —le dijo Cristo—; pero que no se cuenteesto... Y así, Federico entró en la Gloria con sus amigos. 143



Cuentosmaravillosos 145

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BlancaflorHabía una vez un muchacho que tenía una novia. Blanca Flor sellamaba ella, y él Juan. Blanca Flor vivía con su madrastra, peroesta señora no quería a Juan. Como Juan quería mucho a Blanca Flor pero la madrastrano consentía en el matrimonio, un día decidieron fugarse. En la noche, antes de fugarse, Blanca Flor fue dejandoescupidas por los lugares en que su madrastra la buscaría. Dejóuna en su cuarto, otra en la cocina y otra en el patio, y le dijo aJuan que fuera a traer el caballo más viejo que encontrara en lacaballeriza. Cuando Juan se fue a buscar el caballo, Blanca Florfue a su cuarto a buscar unos objetos mágicos: un paste, unespejo, una bola de jabón y un peine, y los echó en su bolsa. 147

Mientras tanto, en la caballeriza, Juan vio el caballo viejo;pero también vio a uno joven y gordo. Trató de levantar al viejo,que estaba echado, pero no pudo. Entonces, se decidió por elcaballo joven. Cuando llegó con Blanca Flor, ella le reclamó sobre elcaballo, pero ya no había tiempo para ir por el otro, y partieronlos dos en el caballo joven. Al poco tiempo de haberse ido ellos, la madrastra selevantó y empezó a llamar a Blanca Flor. Se dirigió primero a sucuarto, y llamó: —Hija, ¿estás allí? Y la saliva le contestó: —Aquí estoy, mamá. 148

Entró en el cuarto, y no la encontró. Entonces salió, yvolvió a llamarla: —¿Andás por allí? Y le contestó la saliva de la cocina: —Aquí estoy, mamá. Entonces la señora se dirigió a la cocina, y volvió apreguntar: —¿No andás por allí? Y le contestó la saliva del patio: —Cómo no, mamá, aquí estoy. Al oír la voz que venía del patio, la madrastra se percatódel engaño, y fue a la caballeriza a buscar al caballo viejo. —De dicha me dejaron el mejor —dijo, y ensilló al caballoy partió de inmediato en busca de los muchachos. Al otro día, cuando ya había salido el sol, Blanca Flor vioa lo lejos a su madrastra. —Mirá —le dijo a Juan—, ya nos va a alcanzar. Cuando ya la madrastra se les acercaba, Blanca Flor sacóde su bolsa el espejo y lo tiró en el camino, y de inmediato seformó un gran lago. Pero el caballo viejo no se asustó, y se echóa nadar. Eso les dio una ventaja a los muchachos, que ya noalcanzaron a ver qué pasaba con la madrastra. 149


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