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Cuentos de Papa Yin

Published by Moris Polanco, 2018-10-15 01:17:02

Description: Cuentos de Papa Yin

Keywords: cuentos,guatemala,oriente

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soltara la tranca; él la soltó y dejó prensado al tigre, tal comoestaba al principio. —¿Así estabas? —le preguntó Tío Conejo al tigre. —Sí, así estaba yo —le contestó el tigre. —Pues así te vas a quedar, por pícaro. Y vos, bruto —ledijo al buey—, ¡que te quede de lección! Y se fue Tío Conejo,montadito en su armadillo. 50

El sapo que se pasó de listoUna vez iba a haber una fiesta en el cielo, y la urraca se lo fuea contar a su compadre el sapo. —¡Viera, compadre, qué fiesta tan buena la que va a haber en el cielo! ¿No va a ir usted? —le preguntó la urraca al sapo. —Bien fuera, comadre —le contestó el sapo—; pero tengomucho qué hacer... Sabe qué —le dijo—, si usted me hace unfavor, tal vez me anime. —Cómo no, compadre, dígame —se ofreció la urraca. 51

—Que me lleve un encarguito para allá —le propuso elsapo. —Con mucho gusto, compadre —le contestó la urraca. Entonces el sapo pícaro se metió en un costal1 y le dijo asu mujer que se lo diera a la urraca cuando ella llegara buscarlo.Al rato llegó la urraca: «toc-toc-toc» llamó a la puerta. —iHola, comadre!, ¿ya está listo el compadre? —lepreguntó la urraca a la mujer del sapo. —Fíjese que ya se fue, pero me dijo que le diera esteencarguito y que usted le hiciera el favor de dejársejo detrás dela puerta del cielo —le respondió ella. —Está bien, comadre, ay nos vemos —le dijo la urraca,y se fue volando para el cielo. Al llegar arriba, puso el costaldetrás de la puerta y se fue a bailar. Cuando el sapo sintió queestaba solo, hizo un hoyito en el costal, y se salió. Poco despuéslo encontró bailando la urraca... —¡Hola, compadre qué bueno que lo miro! Allá le dejé suencargo, detrás de la puerta...—le recordó. —Ah, sí, muchas gracias, comadre —le respondió el sapo,muy agradecido, y siguió bailando. Ya cerca de la madrugada,1 Costal: Saco grande de tela ordinaria, en que comúnmente se transportangranos, semillas u otras cosas. 52

cuando el sapo vio que todos se estaban yendo, fue a buscar asu comadre la urraca. —Comadre —le dijo—, disculpe que la moleste tanto... —No tenga pena2, compadre —le dijo la urraca—, ¿en quéle puedo servir? —¿Se acuerda de aquel costalito...? —le preguntó el sapopícaro. —Ah, cómo no, el que le traje al venir —le respondió laurraca. —Ese mismo; quería ver si me hacía el favor de llevármelode regreso —le propuso el sapo. —Con mucho gusto compadre; pero no me diga que ya seva... —le dijo la urraca, sin sospechar lo que el sapo se proponía.2 «No tenga pena»: no se preocupe. 53

—Pues fíjese que sí es que tengo mucho que hacer. Asíque ay le encargo —le recomendó el sapo. —No tenga pena, yo se lo llevo —le ofreció la urraca, muyamable como siempre. —Muchas gracias, comadre —le dijo, aliviado, el sapo.Después de que se despidieron, el sapo se fue a meter al costal,despacito, cuidando de que nadie se diera cuenta. Cuando ya seiba, la urraca pasó tomando el costal. En el camino de regreso, soltaba el costal, y lo volvía acapturar en el aire. «¡Ay!», pensaba el sapo dentro del costal,«¡cuándo no me vuelve a agarrar esta!», y ya se animaba a darun grito. En una de ésas, cuando ya iba cerca de la tierra, la urracasoltó el costal; pero esta vez, por más que se esforzó, no lopudo alcanzar...«¡Poch!», sonó en el suelo el pobre sapo. 54

—¡Ay!, el encargo de mi compadre, ¡se ha de haberquebrado! — exclamó la urraca, y fue rápido a ver. —¡Pero si era el compadre! —exclamó—, ¿y ahora...?¿Cómo se lo voy a decir a la comadre? —se preguntó… En eso,llegó con la esposa del sapo... —Comadre —le dijo la urraca—, le quedé mal: fíjese que seme soltó el encargo, y como yo no sabía que era el compadre...,solo el cuero le traigo. —¡Ay, mi marido! —exclamó ella—, si yo le dije que tuvieracuidado... Pero no tenga pena, me vuelvo a casar... 55



La zorrita vanidosa Esta era una zorra que tenía una zorrita. La zorrita ya estaba en edad de aprender a cazar, y vivía molestando a su mamá para que le enseñara. —Mamá —le decía—, ¿y yo cuándo voy a aprender a cazar? —Te voy a llevar con tu padrino, para que te enseñe —leofrecía su mamá. El padrino de la zorrita era un tigre, que vivíaa un día de distancia de la casa de ellas. 57

—Lléveme con mi padrino —le pedía la zorrita a su mamá.Y todos los días era la misma cosa: «Lléveme con mi padrino...,lléveme con mi padrino...» Hasta que un día, cansada la señorazorra de la insistencia de su hijita, decidió llevarla con el padrino. —¡Comadre, qué sorpresa! —exclamó el tigre cuando viollegar a la zorra con su hija—. Y qué grande está la ahijada… —¿Verdad que sí, compadre? —le dijo la zorra—. Y aquí sela traigo para que me le enseñe a cazar, porque ella tiene deseosde aprender. —¡Ah! Eso está bueno —dijo el tigre—. Entonces déjemela,comadre, yo me encargo, no se preocupe —se ofreció muyufano. Y la zorrita, al fin, consiguió lo que tanto deseaba:iniciarse en el arte de la cacería. Al día siguiente comenzaron laslecciones. 58

—Mirá —le indicó el tigre a la zorrita—: huellas de animales;éstos van al agua. Venite —le dijo, y empezaron a seguir lashuellas. Cuando llegaron a la orilla de una quebrada, le explicó eltigre a su ahijada: —Ahora vamos a buscar un árbol que esté algo tendido,donde podamos escondernos y esperarlos. —Mire, padrino, éste —le propuso la zorrita, señalando unárbol pequeño. —No, ése no está bueno —le contestó el tigre. —Mire, este, este... —dijo la zorrita, cuando vio otro árbolgrande. —Esperate —le decía el tigre—, yo te voy a decir. Unpoco más adelante encontraron un árbol grande, con las ramastendidas, ideal para esconderse. Poco tiempo llevaban esperando,cuando de repente apareció por la orilla de la quebrada unconejo. —Padrino, mire...: ¡un conejo! —señaló, entusiasmada, lazorrita. —No, muy chiquito —dijo el tigre—; esperate. Más tarde,pasó un coche de monte, y tampoco le pareció al padrino.Pasó un venado, y lo mismo...: «Está muy chiquito... Está muy 59

chiquito», decía el tigre. Ya se estaba desesperando la zorrita,cuando pasó una mula... —Esa sí, mirá —le dijo el tigre a la zorrita. Despacio,muy despacio, se fue incorporando el tigre, y en el momentooportuno, se le tiró encima a la mula. Aunque la mula brincabay relinchaba, no pudo quitarse de encima al tigre, que la teníacogida de la nuca. Y así la tuvo, hasta que cayó muerta. Y asísiguieron haciendo todas las noches, pero la zorrita nunca hizouna prueba; ella sólo miraba. Pasado un mes, llegó la mamá atraer a la zorrita. —¿Y qué tal? —le preguntó la mamá. —¡Ah!, ya me voy; ya vi bien cómo caza mi padrino —lerespondió muy segura la zorrita. Y se fueron a su casa, despuésde darle las gracias al padrino. Al no más llegar a su casa, le dijola zorrita a su mamá: —Mamá, hoy vamos a ir de cacería. —¡Ah, sí!, ¿no? —le dijo la mamá—. ¿Pensás que podés? —¡Ah!, ya vi cómo lo hace mi padrino: es fácil, viera —ledijo muy segura la zorrita. Y se fueron de cacería. Poco habían avanzado, cuando le dijo la zorrita a sumamá: —Mire: huellas de animales; éstos van a buscar agua. 60

—¡Ah..., vaya! —contestó la mamá, admirada. —Ahora vamos a buscar una rama alta... —dijo la zorrita.Cuando encontraron un árbol apropiado, se subieron a esperara los animales. AI poco tiempo, llegó a tomar agua un armadillo. —Mirá, allí viene uno... —le indicó la zorra a su hija. —Muy chiquito, ése no sirve —-le contestó la zorrita. —Está bueno, hombre, ésos son sabrosos... —insistiómamá zorra. 61

—No, esperemos otro —concluyó la zorrita, muy segura.Y así pasaron otros animales: pasó un zorrillo, un tacuacín...;pero ninguno le parecía bien a la zorrita. —¿Y qué querés, pues, hija? —le decía la mamá zorra. —Usted espérese, ya va a ver —le respondía la zorrita. Eneso, llegó una mula pequeña. —¡Esa sí! —dijo la zorrita. —No, hija, ésa está muy grande para vos —le advirtió sumamá. —Pero si ya vi cómo lo hace mi padrino; usted espéreseaquí, y va a ver —dijo la zorrita. Entonces se le tiró a la mula,agarrándola de las orejas, pero inmediatamente la mula saliócorriendo. La mamá zorra pensó que tal vez era así como elpadrino le había enseñado a su hija a cazar, y se fue detrás deella. Pero la zorra buscaba, y no hallaba nada. Hasta que alfin, más adelante, vio entre unos hilos de alambre las tripas dela zorrita, y la cabeza, con los dientes pelados... Hecha pedazosquedó. —¡Ay, mi hija, cómo quedó! —exclamó la zorra. Y ese fueel final de la zorrita. 62

El tigre cutoHabía un señor que se dedicaba a hacer quesos. Los que-sos que fabricaba los guardaba en una bodega, pero de vez encuando un coyote entraba a la bodega y se los robaba. El señortambién tenía un perro, para que corriera al coyote; pero esteperro estaba de acuerdo con el coyote porque su amo lo tratabamal. Un día, el señor estaba pensando matar a su perro,porque no le servía para nada. Pero un sirviente le dijo: «Nolo mate, patrón, mejor cuídelo y aliméntelo bien, y verá quecuando esté gordo va a ser un buen guardián». El señor decidióseguir este consejo, y empezó a tratar bien a su perro. Pasado unmes, el perro ya parecía otro de lo gordo que estaba. Entonces, 63

el perro pensó: «Pobre mi amo, lo estoy traicionando; mejorcuando venga el coyote le voy a ladrar». Y así lo hizo: cuando elcoyote estaba comiéndose los quesos, vino el perro y le empezóa ladrar, y no lo dejó salir. Entonces llegó el señor y mató alcoyote. Al otro día, el señor contaba a todos cómo se habíaportado de bien el perro. Estaba tan contento, que decidió haceruna fiesta, y ordenó que al siguiente día le mataran el cabro másviejo. En la noche, en el corral de los cabros, se oía decir a loscabros más viejos: «Vos sos el más viejo»... «No, vos sos elmás viejo: acordate que yo estaba mamando y vos ya andabasbrincando». Y así siguieron discutiendo. Pero como a las dos dela mañana, el cabro más viejo, disimuladamente, haciendo comoque iba a orinar, se salió del corral y se fue de la finca. Cansadoiba el pobre cabro al amanecer cuando, de repente, le salió porel camino un conejito que llevaba unas bolsitas. —¡Hola, Tío Cabro!. ¿para dónde va usted? —le dijo elconejito. —Callate —le respondió el cabro—, yo voy a rodar tierras,porque allá en la finca donde vivía está peligroso. —¡Ah! ¿Qué pasó? —le preguntó el conejito. 64

—Fijate que me iban a matar para darle de comer a unchucho viejo que porque mató a un coyote... —le contó el cabro. —Estuvo bien, Tío Cabro, que se haya venido. A mítampoco me gusta ya por aquí: vamos a rodar tierras —lepropuso el conejo. Poco más adelante, le dijo el conejo al cabro: —Mire: hagamos una cosa: vamos a mancornar estasdos bolsitas y las lleva usted en el lomo... —Ponelas, pues —consintió el cabro, y se las echó encima.Pero como al cabro se le caían las bolsas con el movimiento quehacía al caminar, le dijo otra vez el conejo: —Espere, Tío Cabro, espere: para que no se caigan, mevoy a montar yo. 65

—Montate, pues —le dijo el cabro; y se subió el conejito.Allí iba él, muy contento, montado en el pobre cabro. Másadelante, exclamó el conejo: —¡Pare, Tío Cabro, pare! —¡¿Qué pasó, hombre, qué pasó?! —le respondió,extrañado, el cabro. —Mire —le dijo el conejo—: una cabeza de tigre... —Ah, ¿y para qué queremos eso? —le preguntó el cabro. —Cómo no, para algo nos ha de servir; echémosla enla bolsa —le dijo el conejo, y metieron la cabeza en una de lasbolsas. 66

—¿Sabe qué? —le propuso el conejo al cabro— para queno se caiga, me meto yo en la bolsa del otro lado... —Montate, pues... —le dijo el cabro —y se metió elconejo en la otra bolsa; sólo la carita asomaba. Más adelante,encontraron una cabeza de león: —¡Pare, Tío Cabro, pare, pare! —exclamó el conejo. —¿Qué pasa? --—te preguntó el cabro. —¡Mire!: una cabeza de león; echémosla aquí —dijo elconejo, asomando la cabeza. Metieron la cabeza en la bolsa, yel conejo se fue encima. Ya habían caminado bastante, cuandollegaron a una casa vieja. Parecía una casa abandonada. —Espere, Tío Cabro, pasemos aquí la noche. Entremos,a ver qué hallamos —dijo el conejo. Adentro encontraron unamesa con cinco platos servidos. —Mire: comamos —le propuso el conejo a Tío Cabro. —Ah, no —le dijo el cabro—, a saber de quién será eso. —No, no tenga pena: comamos, comamos —insistióel conejo, y se pusieron a comer. Cuando estaban comiendo,empezaron a llegar unos tigres. Uno a uno fueron entrandoen la casa, hasta que estuvieron todos, y los rodearon. Unode los tigres, el que parecía ser el jefe, no tenía cola: era cuto.Temblando de miedo, el conejito le dijo al cabro: 67

—Mire, Tío Cabro, se me hace que éstos nos van a comer—y empezó a buscar por dónde escapar. De repente, tuvo unaidea y, dirigiéndose al cabro, pero para que lo oyeran los tigres,dijo con voz fuerte y ronca: —¡Ah, ah! ¡Esta comida no me gusta, no me gusta! ¡Vayaa traerme la cabeza del tigre que maté de una manada...! —y sefue el cabro despacito a buscar la cabeza de tigre. La tomó deuna oreja, y se la llevó al conejo. Entonces, empezó el conejito apicarla por un lado y por otro, y la olía, y hacía como que no legustaba... Finalmente, le dijo al cabro: 68

—Mejor no, mejor no. ¡Vaya a traerme la cabeza del león,que le quité de una patada! —y se fue el cabro a buscar la cabezade león que habían recogido en el camino. Entonces, el tigrecuto, que era el jefe de todos, pensó: «Esto está peligroso», yles hizo señas a sus compañeros para que se acercaran. —¡Qué panteras serán éstos! —les dijo—. Si de una manadale quitó la cabeza a un tigre, y de una patada mató a un león..., anosotros seguro que nos matan; hay que tener cuidado. Cuandoel conejo y el cabro terminaron de comer, se les acercó el tigrecuto, y les dijo: —Señores..., señores: nos da mucho gusto tenerlosaquí como huéspedes, pero quisiéramos que, para que no losmolesten las pulgas, ustedes durmieran arriba, en el tabanco1.Nosotros nos quedaremos aquí abajo. . —¡Ah!, está bien, está bien —le respondió el conejo,haciéndose el despreocupado, y se fueron para arriba. Una vezacomodados en el tabanco, platicaban entre sí el conejo y elcabro: —Mire, Tío Cabro, si nos atacan en la noche, miramoscómo nos escapamos saltando por aquella ventana —decía1 Tabanco o tapanco: Tarima de varas que se encuentra debajo del tejado yse usa para guardar cosas. 69

el conejo… Mientras tanto, abajo, el tigre daba órdenes a suscompañeros: —Cuidado quién se duerme: quédense vigilando ypónganse en posición de salir en carrera en caso de un ataquede estos. La puerta no la vayan a cerrar. Paren todo el tiempo laoreja para ver qué oyen. Poco después, le dijo el cabro al conejo: —Tío Conejo, Tío Conejo, ya me orino... ¿Qué hago? —Cállese, orínese por gotitas —le aconsejó el conejo. Yasí lo hizo Tío Cabro. Al rato… —Tío Conejo, ya me cago… —¡Qué molesta usted, hombre! —le dijo Tío Conejo—.Vaya, acérquese a la ventana y se hace por chirulitos2. Entonces el cabro se paró y se fue caminando despacitohacia un rincón del tabanco, a buscar la ventana. Cuando los tigresoyeron el ruido del cabro que caminaba arriba, se asustaron, yles dijo el jefe: —Estén listos, estén listos... De repente, como el tabancoera muy viejo, el cabro se paró en una tabla podrida y se vinopara abajo con gran estruendo. Entonces el conejo, al darsecuenta de lo sucedido, se decidió a jugar su última carta y gritó:2 Pelotitas 70

—¡¡A la puerta, tío, que el cuto es mío!! Al oír esto,salieron en estampida los pobres tigres... El que más corríaera el cuto, y se volvía a ver si no los venían siguiendo. Cuandoestuvieron lejos, preguntaba el tigre cuto a los demás: ¿Estántodos? ¿No falta ninguno? Y así, les quedó la casa al conejo y alcabro. 71



El arriero y el barberoHabía una vez un arriero que vivía con su mujer. Todos losdías iba al pueblo con su burro cargado de leña. La esposa teníaun pavo que estaba engordando, y un día le dijo a su marido: —Mirá, vos, llevame el chumpipe1 a venderlo. —Está bueno —le contestó el arriero—, amarralo. El arriero puso al pavo encima de los tercios de leña quellevaba para vender, y se fue al pueblo. Al llegar al pueblo, pasó enfrente de una barbería. Elbarbero, al verlo pasar, le dijo: —¿Vendés la carga? —Para vender la traigo —le contestó el arriero.1 Pavo 73

—¿Cuánto querés? —le preguntó el barbero. —Cincuenta quetzales —le respondió el arriero. —Tomá, te la voy a pagar ya —le dijo el barbero, y se lapagó. El barbero ayudó al arriero a descargar la leña, y puso alpavo junto con la leña. Cuando el arriero notó que el barberoquería quedarse con el pavo, le dijo: —¿Y el chumpipe? —¿Cómo el chumpipe? Ese te lo compré también —lecontestó el barbero. —No —le dijo el arriero—, el chumpipe no me lo hacomprado. Yo le vendí la leña. 74

—Yo te compré la carga, y así es que no tenés quereclamar. —Pues voy a acudir al señor juez —le dijo el arriero. —Pues andá —le dijo el barbero. El arriero se fue a pedir auxilio al juez. Le planteó elasunto tal como había sucedido, y el juez ordenó que llegara elbarbero. Entonces le dijo el juez: —¿Por qué no querés pagar el chumpipe? —Se lo compré —le dijo el barbero—, y se lo pagué deuna vez; yo le compré la carga. Acordate que te dije si vendíasla carga —le dijo al arriero—, y me dijiste que sí; entonces te lapagué de una vez. Ahora me reclamás el chumpipe... —¿Así fue? —le preguntó el juez al arriero. 75

—Sí, así fue —le contestó él. —Pues estás perdido; andate: está perdido —dijo el juez. —Está bueno —respondió el arriero. Cuando llegó a su casa, le dijo la esposa: —Dame mi pisto2 del chumpipe. —Fijate que fiado3 lo dejé —le dijo él. —Ah, ¿y por qué? —le preguntó la mujer.2 Dinero3 Lo que uno vende sin tomar de presente lo que debe recibir. 76

—Lo dejé en buenas manos —le respondió él. En mipróximo viaje te traigo tu dinero; lo dejé bien vendido. El pobre arriero se quedó pensando a ver de qué manerapodía recuperar lo perdido... «Ya pensé», se dijo. Al siguientedía, se cambió de vestuario, ensilló su burro y se fue al pueblo.Al llegar, amarró el burro cerca de donde el barbero, y se fuecon él. —Por cuánto me rasura a mí y a mi compañero? —le dijoal barbero. —Por cuatro quetzales —le respondió él. —Entonces le voy a pagar ya —le dijo el arriero, y le pagó.Rasúreme a mí primero. Cuando lo hubo rasurado a él, le dijo el barbero: —Andá a traer a tu compañero. Y llegó el arriero con el burro... —Cómo crees que te voy a rasurar ese burro —le dijo elbarbero. —Es mi compañero —le contestó él. —Pero yo no lo rasuro... —Me lo tiene que rasurar, porque ya recibió el pago. —No lo rasuro —insistió el barbero. —Pues voy donde el juez —le dijo el arriero. 77

El arriero se fue con el juez, y le contó que él le habíapagado por que lo rasuraran a él y a su compañero, y que ahorael barbero no quería rasurar a su compañero. El juez mandóllamar al barbero. —¿Por qué no querés rasurar al compañero de este? —lepreguntó. —¡Señor, es un burro...! —Pero es mi compañero —intervino el arriero—, y ya lepagué. —Pero un burro, vos... —le dijo el juez al arriero. —Sí, un burro —le contestó él—. Acuérdese que ustedmismo me sentenció perdedor cuando vendí la carga, y allí no ibaa cuenta el chumpe4. Ahora yo le estoy reclamando legalmenteporque le pagué por mí y por mi compañero. —Es cierto —dijo el juez. Rasuralo. Entonces el barbero, con tal de no rasurar al burro, lepagó al arriero lo que le debía por el pavo.4 Pavo. 78

CUENTOS DE PÍCAROS YAFORTUNADOS 79

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El muchacho que llegó a ser alcaldeHabía una vez un pueblo muy próspero que tenía un parquemuy bonito. En el parque había un árbol y una fuente que eranel orgullo de los vecinos. Pero sucedió que un día, el árbol y lafuente se empezaron a secar, y nadie sabía por qué. El alcalde de ese pueblo, que era un hombre oportunista,ofreció dar una recompensa a la persona que le averiguara porqué se estaban secando la fuente y el árbol. Llegaron sabiosde todas partes y hombres eminentes que vieron el árbol yexaminaron la tierra; pero no pudieron averiguar qué pasabacon el árbol y la fuente. 81

La gente del pueblo tenía la creencia de que en la montañavivía un ogro que todo lo sabía, pero que se comía a las personasdespués de resolver sus dudas. En el pueblo vivía un muchacho arrojado, de esos que nole tienen temor a la muerte, que se llamaba Juan. Al enterarse dela noticia, pensó en ir a buscar al ogro para preguntarle por quése estaban secando la fuente y el árbol. Los familiares y amigos del muchacho le aconsejabanque no intentara hacer semejante cosa, pero él pensaba: «Valela pena, porque obtengo una buena recompensa, y tambiénsalvo al pueblo». 82

«Yo voy», pensó. Le dijo a su mamá que le prepararavíveres, y partió rumbo a la montaña. Juan caminó todo el día, y en la noche llegó a un ranchito.Allí le preguntaron que para dónde iba, y él les contó susintenciones y el motivo que lo animaba. Sus huéspedes trataronde desanimarlo, pero él siguió firme en sus propósitos. —Ya que no quiere desistir de ir —le dijo el señor de lacasa—, si en caso llega, pregúntele al ogro que dónde podemosencontrar la llave de la cómoda1, que se nos ha perdido, y nos dalástima romperla. —Está bien —les respondió Juan. A la mañana siguiente, Juan continuó su camino. Más adelante, llegó a otro ranchito, en el que pidióposada. También allí le aconsejaron que no fuera, porque erapeligroso, pero él no cambió de idea. —Bueno, ya que no podemos persuadirlo de que no vaya—le dijo la señora de la casa—, háganos un favor; pregúntelequé medicina le podemos aplicar a esta muchacha que estáenloqueciendo y no hallamos cómo curarla. —Está bien —le respondió Juan—, en mi regreso lescuento.1 Mueble para guardar ropa. 83

—Tan seguro está de que va a regresar... —comentó laseñora. En la mañana, Juan siguió su camino. Después de muchocaminar, llegó a un gran río, muy caudaloso. Iba a intentarcruzarlo, pero se detuvo al oír que un hombre enorme lollamaba, diciéndole que se esperara. Este hombre, cuando llegóa donde estaba Juan, insistió en pasarlo a la otra orilla, llevándolosobre sus hombros. El muchacho accedió. Cuando estuvieron en la otra orilla, el hombre lepreguntó a Juan para dónde iba, y él le contó su historia. 84

—Ah, muchos han pasado por aquí, pero no hanregresado; pero si en caso usted lograra regresar, pregúnteleque cuándo me van a quitar este castigo. —¿Qué castigo? —le preguntó Juan. —Si yo aquí estoy obligado —le respondió el hombre—;hay una fuerza que me obliga a pasar a todo el que viene aquí.Es muy raro el que quiere pasar, pero yo tengo que estar aquísiempre. —No se preocupe, a mi regreso le traigo la noticia —ledijo Juan. Y siguió caminando. Después de caminar por entre la tupida selva de lamontaña, llegó a una meseta donde se asentaba una casa. Juanvio a una anciana que barría a la puerta de la casa. La ancianale hizo señas de que se acercara, y cuando estuvo con ella, lepreguntó qué buscaba. El muchacho le contó su historia, yentonces ella le dijo: —Yo soy la mamá del ogro. Ahorita mi hijo no está,pero te voy a ayudar: metete debajo de esta olla; desde aquívas a escuchar. Yo le voy a hacer las preguntas. Escuchá bien, ycuando él se vaya, yo te vengo a sacar. —Está bien —le dijo Juan, y se metió bajo la olla. Cuando llegó el ogro, cansado, le dijo a su mamá: 85

—Qué huele a carne humana... —No hijo, es tu cansancio y el hambre que traés. —No, aquí vino gente —insistía el ogro. —Sí, vino pero se fue; el olor quedó nada más. Vení:descansá, comé. 86

—Y ese que andaba aquí, ¿qué quería? —le preguntó elogro. —Mirá, este dice que traía cuatro preguntas: la primera,que dice una señora que dónde pueden hallar la llave de lacómoda que no la pueden abrir y les da lástima romperla... —Ah, si allí atrás de la puerta está botada la llave, que labusquen allí. —Vaya, qué lástima que no está el muchacho... Y la otraera que hay una muchacha que se está enloqueciendo y no hallancon qué curarla. —Uhm, qué gentes, sí les falta mucho: en el patio de lacasa hay unas plantitas con las florecitas moradas. Que cozan2de esa agua y le den a beber, con eso se cura la muchacha. Esuna locura pasajera ésa, ya luego se va a componer. ¿Y la otra,mamá? —Dice un señor que está pasando gente en el río quetiene una fuerza que lo obliga, y que cuándo le van a quitar esecastigo. —Eso es fácil: que bote uno a medio río, y se le quita elcastigo. ¿Y la otra?2 Cuezan. 87

—Pues que en el parque del pueblo donde el muchachovive, dice que allí está un árbol que se está secando, y la fuentetambién se está secando. —Eso es más fácil: en una raíz que tiene cerquita de lafuente le metieron un clavo —a saber qué travieso se lo metió—;que le saquen el clavo y le pongan un poco de cera. El árbol yano se va a secar así, ni la fuente tampoco. —Vaya, pues, si vuelve a venir le voy a decir todo eso. —Sí, dígale todo eso... —le dijo el ogro, y se quedódormido. Entonces la viejita levantó la olla, y le dijo a Juan: —¿Oíste? ¿Se te quedó? —Sí —le respondió él. —Andate, pues —le dijo la anciana, y lo sacó con cuidadode la casa. Cuando Juan se aproximaba al río, el hombre grande lovio y se quedó asombrado: «Ve, no se lo comió el ogro; másbien que este no fue...», pensaba. Pero cuando el muchacho seaproximó, le pudo preguntar: —¿Y qué te dijo el ogro? ¿Me hiciste el mandado?¿Llegaste? —Sí —le respondió Juan. 88

—Ah, no te lo creo... —Bien —le dijo Juan. —¿Y qué te dijo de mí? —le preguntó el hombre. —Ah..., pasame primero al otro lado y allá te cuento,porque así me dijo que te dijera. Así que lo hubo pasado, le dijo Juan al hombre: —Mirá, dijo que ese castigo se te va a quitar el día quedejés caer uno en medio del río. —Ah, cómo no me lo dijiste antes... —le dijo el hombre. —No, ay te voy a mandar uno —le ofreció Juan. —Siempre, muchas gracias por el mandado. Ahora ya sé:el próximo que venga... Juan se despidió y siguió su camino. En la noche llegó donde la señora que tenía a su hijaenferma. —¿Qué pasó? ¿Llegó? —le preguntó la señora. —Sí —le dijo él—; muy bonito, no lo come a uno. —Mire, ¿y el mandado? —Sí. Dijo que en el patio de la casa ustedes tienen unasplantitas con flores moradas... que corten un masucho3 de ésos,cozan agua y le den a beber a la niña, y con eso se va a componer.3 Manojo. 89

Inmediatamente mandó la señora a sus sirvientes a quele prepararan la medicina para su hija y, tal como lo deseaban,a la mañana siguiente la niña despertó como si nunca hubieraestado enferma. —Mire, cuánto le agradezco —le dijo la señora a Juan—. Yohabía ofrecido una propina para el que me salvara a mi hija; esque yo no hallaba médico que la curara, viera cómo he luchado.Así que acepte esta bolsa de pisto4. —No —le dijo él. —Cómo no —insistió ella—, y llévese esa vaca también. Por último, Juan accedió, y se fue de la casa con surecompensa bien ganada. Al caer la tarde, llegó a la casa de los señores que habíanperdido la llave de su ropero. —¿Y qué tal? ¿Cómo le fue? ¿Le dijo dónde estaba lallave? —le preguntaron los esposos a Juan. —Pues mire, la vamos a ir a buscar, dice que detrás de lapuerta está. Tal como había dicho el ogro, la llave se encontrabadetrás de la puerta de la habitación de los esposos.4 Dinero 90

—¡Ve, y nosotros tanto buscarla por otro lado! Quéíbamos a pensar... Nos salvó la cómoda. Mire, llévese aunquesea esa novillita5, en recompensa. Él no quería, pero tanta fue su insistencia, que terminóaccediendo. Cuando llegó al pueblo, la gente comentaba acerca de él;pero nadie le creía que hubiera llegado hasta la casa del ogro. —¿Y qué hubo? ¿Llegaste? —le preguntaban los másviejos cuando llegó a la plaza donde estaba el árbol. —Vos no llegaste —decían otros atrás. —Cómo no, sí llegué —afirmaba él con confianza. —¿Y qué dijo del árbol? —Miren, dijo que hay una raíz que tiene un clavo metido,que a saber quién de ustedes se la metió... —Vamos a ver —dijo uno entusiasmado. Efectivamente, como había dicho el ogro, hallaron elclavo, se lo sacaron y rellenaron el agujero con cera. Poco más tarde, cuando todos comentaban la proeza deJuan, se presentó el alcalde con aire de incredulidad. —¿Vos fuiste? —le preguntó.5 Novilla: Res vacuna de dos o tres años, antes de tener crías. 91

—Sí —le respondió él—; con que hasta vacas me regaló, mire, y me regaló pisto6 —le dijo, enseñándole el dinero que le había dado la señora—. Me regalaba más, pero yo no quise traer más, porque cuesta mucho, no porque mire..., contento él, ni quería que me viniera yo. —¿De veras, no? ¿Y porqué no te trajiste más vacas? —le preguntó el alcalde. —Ah, mucho cuesta arriarlas; porque mire, como cienme regalaba; a él le gusta que lo lleguen a visitar. —Mirá, te vas a quedar de alcalde —le dijo—, y voy a ir yoa visitarlo, a agradecerle en nombre del pueblo lo que ha hecho. Cuando el alcalde llegó al río, después de tres días decamino, encontró al hombre grande, quien inmediatamentese ofreció a pasarlo. El alcalde le aceptó su ofrecimiento, perocuando iban a medio río, el hombre hizo como que se caía ybotó al alcalde, y ya no se supo más de él, con lo cual Juan sequedó de alcalde de aquel pueblo.6 Dinero 92

Los caites de cuero crudo Este cuento es de dos compadres, uno rico y uno pobrecito.El pobrecito tenía una vaca muy bonita, y el rico tenía bastantesvacas. El rico tenía envidia de que el compadre tuviera una vacatan bonita, y quería comprársela; pero el compadre pobre no laquería vender. —No la vendo, compadre —le decía—, fíjese que solo esatengo. —Véndamela, compadre —insistía el rico. Pero un día de tantos, llegó el rico a la casa de sucompadre, y le dijo: 93

—Compadre, viera cómo se están vendiendo los caites decuero crudo en el mercado... De esa su vaquita salen lo menosunos cien pares —le dijo—, y hace un dineral. —¿De veras? —le dijo el pobre. —De veras —le contestó el rico. —Mirá vos —le dijo a su mujer—, matémola1. Vos vendésla carne y yo hago los caites y los voy a vender a la plaza. —Está bueno —le dijo la mujer. El compadre pobre mató su vaca, y se puso a hacer loscaites de la piel del animal. Cuando terminó, se fue a venderlosal mercado.1 «Matémosla». 94

En el mercado del pueblo, nadie le compraba los caitesal compadre, porque despedían mal olor y se habían llenado demoscas. Pero al fin de tantas, pasó un hombre pobrecito, y ledijo: —¿Qué vende allí? —Son caites. —¿Y a cómo los da? —A dos reales2. —Véndame un par —le dijo, y le compró un par. Elcompadre se echó los dos reales a la bolsa, y se quedó esperandoa ver si lograba vender más. Al poco tiempo, pasó por allí un policía. —Bueno... —le dijo el policía—, ¿y qué está vendiendo allí? —Son caites —le dijo el compadre. —Eso me lo quita de aquí inmediatamente y me lo va aarrojar a la barranca, ¡sin más tardar! Al compadre no le quedó más remedio que obedecer alpolicía, y fue a tirar sus caites. Al regresar al mercado, muy triste, vio a un hombreque estaba vendiendo máscaras, y pensó: «Hombre, con estamáscara voy a alegrar a mis muchachitos. Se las voy a llevar2 Real. Moneda de cambio usada en Guatemala en el siglo XIX y principiosdel XX. 95

para que jueguen». Era una máscara que representaba al Diablo.Como no pudo comprar más, tomó camino para su casa. Ya erabastante tarde. En el camino se encontró con unos ladrones, que lotomaron preso con todo y sus mulas. —Arreye3 las bestias —le dijeron—, y lo obligaron aseguirlos. Cuando entró la noche, los ladrones decidieron acampar,y le ordenaron al compadre que les ayudara a descargar susmulas. El compadre no lo sabía, pero lo que los ladrones llevabanen las mulas eran bolsas cargadas de dinero. Los ladrones hicieron una fogata para comer y calentarse,pero al compadre no le permitieron acercarse. Cuando los ladrones se acostaron, el compadre se acercóa la fogata para ver qué habían dejado los ladrones de comida;pero al no encontrar nada, se puso a atizar el fuego. En el silencio de la noche, lo empezaron a molestar loszancudos. «Hombre,» pensó, «la máscara me puede servir paraque no me piquen la cara los zancudos»; entonces fue y sacó lamáscara de la bolsa, y se la puso. Y así se fue quedando dormido,sentado, cerca del fuego.3 «Arrée» 96

En eso, despertó un ladrón, y lo vio: «¡Gran poder deDios!», dijo, y tocó a otro: —Mirá —le dijo—, el Diablo. El también despertó a sucompañero: —El Diablo —le dijo. Cuando se ya se habían avisado cinco de los ladrones, elúltimo en despertar dio un grito: —¡El Diablo! —dijo, y salió huyendo. Entonces todos losdemás se levantaron y corrieron detrás de él. El compadre estaba un poco retirado, pero alcanzó a oírel grito del último ladrón. Él no se acordaba de que tenía puestala máscara, y cuando vio que los ladrones iban en carrera, se 97

levantó de un brinco y se fue detrás de ellos. Los ladronesmiraban para atrás: —¡Ay viene el Diablo, ya nos alcanza! Él les hacía señas para que lo esperaran; pero como ellospensaban que era el Diablo, más miedo les daba. En eso llegaron a un desfiladero: «¡Plongón, plongón,plongón!», cayeron los cinco, y se mataron. Cuando el compadrevio lo sucedido, lo comprendió todo, y decidió regresar alcampamento. «Hoy regreso», pensó, «a ver qué es lo que llevanallí». Primero fue a registrar las alforjas que llevaban losladrones. Encontró pan, y se puso a comer. Después de comer,registró las mulas, y encontró el oro. «Ve —dijo— qué suerte lamía». Entonces cargó las mulas, y las arreó hasta su casa. Temprano llegó él a su casa, y el compadre rico lo viopasar con las mulas. —...Bueno, vos —le dijo a la mujer—, fijate que el compadrecinco bestias viene arriando... —Eh..., andá ve —le dijo a un sirviente— qué es lo que trae. En su casa, el compadre pobre vació un costal: puro oro. —Mirá, mujer, cuánto hice de la vaca —le dijo. —¿Y cuántas cargas traés? 98

—Cinco cargas me dieron —le dijo—; ¡ja!, eso está bueno,lo de los caites... Entonces, llegó el compadre rico: —Compadre, ¿cómo le fue? —le dijo. —¡Ja, cállese compadre! Mire —le dijo—, usted me hahecho feliz..., pase adelante, venga a ver compadre. Mire cuántodinero me dieron por un sólo cuero que hice caites. Y ahorausted, con ese vaquerío..., no le cabe en la casa el dinero que vaa traer de hacer tanto caite... —¡A matar, muchachos! —dijo el compadre al regresar asu casa. 99


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