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DE AQUELLA ROJA RAÍZ

Published by Gunrag Sigh, 2022-01-23 19:57:18

Description: DE AQUELLA ROJA RAÍZ

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Juan Ranieri Silvia recién comenzó a estudiar su carrera en 1971, a los 28 años. Era una estudiante abnegada y pudo recibirse sin problemas en la Escuela Nacional de Terapia Ocupacional, única institución disponi- ble por entonces en el país para cursar aquella especialidad. De paciente a terapista; de entender las limitaciones del cuerpo, a tratarlas. Su condición de profesional, lejos de constituir un logro propio, era un nuevo elemento para aportar a la transformación de la sociedad. Los conocimientos debían socializarse, compartirse, brin- darse a todos, y debían ser, también, un medio de vida, pero no de lucro. Así, Silvia trabajó un tiempo en el Centro de Rehabilitación al Li- siado, en el barrio de Núñez, y luego en una clínica neuropsiquiátrica de Banfield. Cuando llegaba de trabajar a su casa por la tarde, se iba en bicicleta hasta el barrio donde militaba para atender los diversos casos que, uno a uno, seguía con dedicación y suma paciencia. Entre ellos había una niña a la que Silvia conoció postrada en su silla de ruedas, componiendo con su entorno de carencias una ima- gen irreversible para cualquier observador común. Era necesario mi- rar más allá; era necesario mirarla diferente, con ese amor que guía al revolucionario verdadero, según dijo el Che. Por un gran esfuerzo mutuo, en una simbiosis paciente y gigan- tesca, aquella nena logró desplazarse por sus propios medios con muletas. Fue la construcción de una inmensa alegría, de esas que pese a todo y contra todo, duran para siempre. En las vacaciones, la pequeña fue con ella a Capilla del Monte, en su Córdoba natal. Silvia quiso llevarla para que pudiera meter los pies en el río. II Con Víctor vivían en la calle Erezcano al 1600, a dos cuadras de la Avenida San Martín, en Rafael Calzada, casi en ese límite tripartito con José Mármol y Adrogué. De la avenida hacia su casa el barrio era muy precario: sumamente oscuro y casi sin veredas, con lo cual uno estaba obligado a caminar por la calle. El asfalto era esa 101

De aquella roja raíz especie de brea con piedra que se partía a pedazos y resultaba ser, en definitiva, una sucesión de pozos. Ellos tenían un lote largo y la modesta vivienda construida al fondo. Es probable que la militancia de Silvia se desarrollara en Claypole, pero solo probable por algunos indicios: era un lugar de fuerte presencia del ERP; había también un importante desarrollo de los curas tercermundistas y porque además, según recuerda Analía, su hermana menor, el barrio en cuestión no quedaba lejos de su casa. Desde luego, cierto nivel de militancia y compromiso conlleva un altísimo grado de exposición, especialmente en tiempos de un Estado represor con sus recursos desplegados a la máxima potencia. Los compañeros que se forjan en ese contexto son a la vez custo- dios y portadores de la vida de cada uno de sus pares. Esto es así, aunque no lo sepan, o aunque sabiéndolo, no lo asuman. Tal vez, inclusive, asumida un día para siempre, esa verdad no pesa sobre los hombros a cada instante, sin dejar de ser, a cada instante, verdad. Entre los más cercanos, sin dudas, estaban Olga Cristina Gonzá- lez, prima de Silvia, y su compañero, el periodista francés Maurice Jeger. Ambos militantes del ERP, tenían una activa participación en Tucumán al momento más álgido de su accionar en la provincia. Silvia y Víctor consideraban muy peligroso aquel foco, dado el gran despliegue del ejército en torno a él, pero sus amigos allá tenían un fuerte compromiso con el desarrollo local y sabían cómo manejarse. Maurice trabajaba en el diario La Gaceta como corrector y tenía una librería y disquería. Hacia mediados de 1975, Olga gestaba un embarazo de cuatro meses. En la madrugada del 8 de julio fueron secuestrados de su departamento en la ciudad de San Miguel de Tucumán por un numeroso grupo armado que saqueó la vivienda. Víctor solía llevar a su casa un ejemplar de La Opinión todos los días. Insólitamente, fue por el propio diario que supo el destino de sus amigos. A ese duro golpe que los conmovió, en pocos meses sobrevino la frustrada toma de Monte Chingolo: Analía había ido a visitarlos y los encontró llorando por aquella catástrofe. Silvia, en esa navidad 102

Juan Ranieri de 1975, estaba embarazada de tres meses. Luego, enseguida, el golpe de marzo. Pero pese a todos estos hechos, Silvia y Víctor siguieron firme- mente adelante; esto es: pensando igual y viviendo como entendían que se debía vivir. En cada momento —cuando los sueños estuvieron al alcance de las manos y aun cuando comenzaron a esfumarse—, su vida cotidiana transcurrió materialmente con lo justo, en una austeri- dad que no era inevitable pero sí necesaria. El compromiso político seguía afirmado en su militancia y en el contacto con los compañeros cercanos. Analía recuerda una pareja de uruguayos que tenía frecuente relación con ellos. De hecho, cuando nació Paula a mediados de 1976, estos Tupas le regalaron el cochecito que ya había dejado de usar su pequeña hija. En relación al ERP, tenían un fuerte vínculo con militantes del barrio El Gaucho: Angelita Angelini, su hermano Luis Alberto y, de Florencio Varela, su marido Alfredo Valcarce Soto. Estos dos, trabajadores de la fábrica Rigolleau de Quilmes. Como ya bien sabemos, los nombres de guerra impiden conocer identidades en numerosos casos. Analía cuenta que Lito era un compañero muy cercano a Silvia y Víctor, pero no hemos podido acceder a más datos sobre él. Existe, sin embargo, un relato familiar que revela la estrecha relación militante entre ellos, vinculado a un sencillo maletín que alguna vez Lito dejó en la casa paterna de Silvia, más precisamente en la habitación de Analía. En esos días fue necesario reparar la puerta del placard y su padre se dispuso a hacer- lo. Cuando se encontró con el maletín y quiso correrlo, apenas lo pudo mover. Al observar en su interior encontró —según los térmi- nos de la época— una ferretería impresionante de diversos calibres. Si bien en su caso el hallazgo no iba a generar alarma ni, tal vez, siquiera sorpresa, lo cierto es que por la imprudencia del lugar y la ausencia de aviso, Lito fue conminado a llevarse de inmediato aque- llas armas. 103

De aquella roja raíz III En las primeras semanas de 1977, tal vez ya dentro de febrero, Silvia y Víctor fueron a casa de Lito. Apenas los recibió el padre del compañero —visiblemente inquieto y nervioso—, les dijo que se fueran de allí, que no se quedaran, prácticamente echándolos. Ocu- rrió que Lito había sido secuestrado. Como dice el poema de José Hierro, ya todo era nada. A los pocos días, en la última medianoche de febrero, un opera- tivo impresionante irrumpió en el barrio, cortando con los móviles las esquinas, obligando a todos los vecinos a permanecer adentro sin asomarse ni hablar por teléfono. Víctor regresaba de trabajar habi- tualmente a las 3h de la madrugada, de modo que en la casa estaban Silvia y Paula, ya de ocho meses. El grupo de tareas, literalmente, tiró la puerta abajo y revolvieron todo, rompiendo hasta el piso del placard y robando diversos objetos que Víctor había traído de sus viajes. Uno de los hombres cruzó con la beba a la casa de enfrente y ahí quedó al cuidado de un matrimonio mayor de edad de apellido Taboada, con los datos de sus abuelos maternos escritos de puño y letra por Silvia. El grupo de tareas se dedicó entonces a esperar mientras comieron y bebieron una dama- juana de vino. Don Taboada fue desobediente. Mientras su mujer atendía a Paula él subió sigiloso a la terraza donde permaneció largo rato espiando. Cuando Víctor llegó, entró con su auto directamente. Sin dudas, el operativo se veía desde la Avenida San Martín, con la antelación necesaria como para seguir de largo en lugar de tomar Erezcano. Don Taboada lo certificaría al día siguiente: —Víctor pudo salvarse. Se los llevaron a los dos y desde entonces nada se supo de ellos, sin obtenerse ningún dato cierto pese a los esfuerzos de Analía. El 3 de abril desapareció Alfredo Valcarce Soto y el 17 de mayo su cuñado, Luis Alberto Angelini, siendo dos de los cuatro trabajado- res desaparecidos de la fábrica Rigolleau. En Erezcano 1659 quedó una bicicleta con las ruedas embarradas. 104

Juan Ranieri 26 El dolor de irse, el error de volver Luego de una cálida recepción en el cottolengo de Mercedes donde fue presentado como director de educación ante la comunidad, el padre Boi se abocó a organizar los lineamientos de su gestión para los próximos años, pero duró allí menos de dos meses. Su planteo sobre el lugar central que debían ocupar los estudiantes como protagonistas activos de su propia educación y las frecuentes reuniones que realizó con ellos bastaron para generar una masiva reacción en contra. Las fuerzas vivas, las instituciones civiles locales y aun la propia iglesia pusieron el grito en el cielo. La prensa local llegó a tildarlo lisa y llanamente de comunista, y dadas las razones por las cuales fue trasladado desde Almirante Brown, no quedaron dudas en las autoridades eclesiásticas de su congregación que el sacerdote ya era un problema grave. De modo nada discreto, antes de la navidad de 1974 le comunicaron que debía regresar a Europa, previo paso por Pompeya durante enero y febrero del ’75. Así regresó a su Cerdeña natal, pero con la idea de volver a la Argentina cuando le fuera posible. Una gran angustia pesaba sobre él, preguntándose cotidianamente por la suerte de aquel país hundido en la violencia. Sentía que en su tierra de siempre él ya no era el mismo, al tiempo que dudaba emprender el regreso por la edad avan- zada de sus padres a quienes acaso ya no volvería a ver. Se decidió a correr todos los riesgos y en octubre viajó a Madrid, donde permaneció casi tres meses. El 19 de enero de 1976 tomó allí su vuelo hacia la Argentina. Aunque no hay certeza sobre este regreso, debe suponerse que hizo alguna gestión para obtener el permiso, cosa que, por otra parte, resultaba muy difícil de esperar. Lo cierto es que su destino fue Tigre, donde estuvo varios meses muy condicionado por la superioridad, especialmente a partir del golpe de Estado. Tenía orden de permanecer casi recluido, evitando transitar las calles por las constantes razias que se realizaban en la 105

De aquella roja raíz zona, particularmente sobre la cercana Avenida Cazón. En esas circunstancias al menos había dejado de ser el bicho raro, ya que pasó a integrar un trinomio que fue la pesadilla de sus autoridades, junto a los sacerdotes Bepe Godino y Enzo Giustozzi. La llegada del padre Rafael hizo rebalsar la paciencia del obispo Antonio Aguirre y la superioridad provincial, que manifestó su opo- sición a la presencia de algunos sacerdotes de vanguardia en la dió- cesis de San Isidro. Se resolvió transitoriamente, mientras se es- peraba el momento oportuno para trasladarlos a un destino de menor exposición, que los tres se reunieran cada mes con el obispo auxiliar, Justo Laguna, a efectos de preparar lo que debían decir en sus misas y especialmente lo que no debían decir. Uno a uno los fueron sa- cando del Tigre durante la segunda mitad de 1976, con especial apu- ro luego de la masacre de San Patricio, en la ciudad de Buenos Aires, el 4 de julio. A Bepe Godino lo recluyeron en Victoria, a Enzo Giustozzi lo trasladaron a Gerli y el padre Rafael en diciembre fue enviado a Los Toldos, donde lo recibiera su amigo y protector, el padre Mamerto Menapace. Ya era marzo de 1977 cuando recibió una carta definitiva desde Almirante Brown firmada por Vicente Re, antiguo compañero. Fe- chada el 9 de ese mes, le contaba sobre los asesinatos de Orlando Bastarrica y Julio Arena. Al padre Rafael no le quedó ninguna duda. Era imperioso abandonar la Argentina. Se despidió amargamente de su amigo Mamerto y partió hacia Europa, previo paso breve por Paraguay. Apenas llegado a Francia tuvo la inesperada alegría de encontrarse con Alicia Chihee. Jamás olvidó aquel abrazo con su querida amiga. 106

Juan Ranieri 27 Aquella célula del ERP En el domicilio de la calle Yatay 344 de Claypole —llamada lue- go Catedral— convivían cinco miembros del Ejército Revoluciona- rio del Pueblo: Pedro Crisólogo Morel Barrios, formoseño de 32 años nacido en Colonia Dalmacia; Sara Fulvia Ayala Collar, su es- posa de 22 años naturalizada argentina oriunda de San Lorenzo, Paraguay; Lucinda delfina Juárez Robles, tucumana de 28 años; su hijo Sebastián Ariel Santillán Juárez de 3 años; Lucía del Valle Lo- sada Jiménez, de 27 años, también tucumana, que cursaba un emba- razo de dos a tres meses de gestación, y finalmente Rómulo Gregorio Artieda Galarza, de Bella Vista, Corrientes, de 22 años de edad. En la madrugada del 13 de mayo de 1977 se realizó un fuerte ope- rativo que derivó en el secuestro de cuatro militantes, a excepción de Rómulo que no estaba presente. El niño Sebastián Ariel fue dejado en casa de unos vecinos que lo llevaron al Juzgado de Menores N°1 de Lomas de Zamora. La jueza Delia Pons dispuso su internación en el hogar “Casa de Belén” en lugar de ubicar a la familia y restituirlo, dado que conocía la verda- dera identidad del niño.19 Su padre, Carlos Benjamín Santillán, había sido secuestrado seis meses antes, el 9 de noviembre de 1976, en San Nicolás. A la tarde siguiente del secuestro de sus compañeros, Rómulo fue de- tenido en un operativo realizado sobre la estación de Burzaco. Dos meses después, a mediados de julio, fue asesinado en Empedrado, pequeño pueblo de su Corrientes natal sobre una zona costera del río Paraná.20 Por diversos testimonios de sobrevivientes se sabe que Pedro y Sara fueron derivados a diversos centros clandestinos. El hijo o hija de Lucía que debió nacer hacia noviembre o diciembre de 1977 permanece desaparecido. 19 Localizado por Abuelas de Plaza de Mayo, el niño fue restituido a su familia el 22 de mayo de 1984 a la edad de diez años. 20 Treinta años después, a fines de 2007, los restos de Rómulo fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense, habiendo sido exhumados en el cementerio de San Roque, Empedrado, donde se lo inhumó como NN. 107

De aquella roja raíz 28 Judith El 14 de noviembre de 1958 nacía Nina Judith Golberg, única hija de Alberto Aarón y Nidia Ratuschny, quienes se habían conocido y casado en el pueblo bonaerense de Rivera, de donde ella era oriunda. Establecidos definitivamente en el Adrogué de Alberto, este se de- dicó a atender su farmacia en Espora 63, frente a la plaza y a escasos metros del Colegio Nacional. Nina Judith Golberg Allí Judith cursó su secundaria, a diferencia de muchos amigos y amigas de la colectividad que concurrían al ENAM —Normal de Banfield—. En una y otra escuela, aun en el año 1976, seguían 108

Juan Ranieri activos fragmentos de sus Centros de Estudiantes —integrados por miembros de este grupo—, todos ellos parte, además, de una Juven- tud Guevarista ya disuelta para entonces. Si bien Judith siempre se destacó como estudiante, también se caracterizaba por su compromiso de acción ante cualquier injusticia. Tenía un espíritu rebelde, de esa rebeldía auténtica, espontánea, con raíces que iban más allá de una conducta adolescente. En todo caso, ella tenía cierta luz —dicen— que suele arder a esa altura de la vida para no apagarse jamás, pero de una potencia poco común. En el Nacional hubo un solo docente que fue cesanteado por la dictadura: León Zimerman. Abogado y figura principal del Partido Comunista en la zona sur, tenía a su cargo una materia erradicada del currículo que se denominó Estudio de la Realidad Social Argentina, más conocida por su sigla E.R.S.A. Es comprensible que esa asignatura a cargo de ese docente haya generado tanto miedo en los censores. Judith organizó una juntada de firmas exigiendo su rein- corporación en pleno 1976, y si desde luego hubo en esa iniciativa una dosis de ingenuidad, es también claro que fue ella quien la em- prendió con un puñado de estudiantes sabiendo que no sería precisa- mente felicitada por eso; es decir: tal vez no pudo medir la magnitud de los riesgos, pero sabía que existían y asumió correrlos. Al egresar se inscribió en la facultad de Derecho de la U.N.L.P. eligiendo, puede decirse, una profesión acorde a su demanda perma- nente de justicia y a su personalidad. Tenía además dos ventajas adicionales: todavía existía el tren a La Plata que pasaba por la esta- ción de Mármol, y la casa de su tía Nilú en la capital bonaerense para quedarse cada vez que fuera necesario. Así comenzó a cursar en 1977, pero por muy poco tiempo. Entre ese grupo de amigos, el 27 de mayo fueron secuestrados en distintos operativos dos estudiantes de 5° año del ENAM, ambos en sus domicilios de Banfield: Rubén Gerenschtein, alrededor de las 14:30h, y María Silvia Bucci en la noche. Más temprano, cerca de las 11:00h, Judith llegaba a la estación de Lomas. Su novio, Héctor Gueffner, le había pedido que fuera en reemplazo de otro compañero 109

De aquella roja raíz a entregar unos volantes y panfletos, para lo cual debía contactar a alguien en un bar lomense. Gueffner llamó telefónicamente para para advertir que no fuera, que el encuentro debía cancelarse, pero Judith ya había salido de su casa rumbo a la estación y nunca llegó a recibir el mensaje. Es cierto que de haber existido los celulares ella se salvaba, pero acaso se hubiera salvado ese día, nada más. Tiempo después una mujer que había compartido cautiverio con Judith buscó a Alberto y le contó que a su hija y la persona que debía contactar se los llevaron del bar en un automóvil que esperaba allí cerca. Todos estuvieron en el centro clandestino La Cacha, en La Plata, al igual que otros estudiantes del Normal de Banfield que componen la conocida División Perdida junto a su profesor Guillermo Sávloff. María Silvia Bucci fue liberada a principios de ese agosto y su testimonio en juicio muchos años después resultó clave. Alberto presentó Habeas Corpus y radicó diversas denuncias en la D.A.I.A., el C.E.L.S. y la A.D.L. —Anti Defamation League— y tuvo apoyo muy importante del ex diputado Hernán Bravo. Por cierto tiempo mantuvo la expectativa de hallar a su hija y de una posible amnistía cuando llegaba una fecha patria. Alguna vez su hermano le consultó a un ex militar, cliente conocido de la farmacia, y tras alguna averiguación recibió de este la contundente respuesta, tan extendida por entonces: “No la busquen más”. Judith en el recuerdo de quienes la conocieron sigue siendo una luz encendida. Gran jugadora de truco, jovial y reflexiva, de espíritu firme, creyó con sus escasos años que podría cambiar el mundo; creyó que ella y sus compañeros eran capaces de contribuir a eso. Evidentemente el Estado represor y el inhumano sistema dominante creyeron lo mismo. Para aquellas personas que intentan leer y oír más allá de las pala- bras, Judith dejó plasmado un mensaje: “Frente a lo injusto, no mires para otro lado; frente a lo injusto, nunca te calles”. 110

Juan Ranieri 29 Aldo y Cristina Aldo Gallo ya se había salvado de caer un par de veces. Entre junio y julio de 1976 una corrida veloz, el salto olímpico de un zanjón y mucha suerte por el roce de alguna bala le advirtieron que no había margen. Todo era irreversible y cercano, incluso la propia muerte que cada tanto se insinuaba y se dejaba ver, jugando fascinada con el tiempo. Desde aquella vez ya no volvió a casa —la casa materna de Glew— y le enviaba de tanto en tanto mensajes a su madre por medio de alguna persona. Tres meses más tarde fueron a buscarlo allí. Mirta, su hermana menor, pudo ver a la distancia en el descampado barrio aquel des- pliegue infernal de automóviles cuando volvía de la escuela. Aldo, por supuesto, no estaba, pero le hicieron saber que ellos sí, y que estaban muy cerca. En febrero de 1977, como sabemos, habían secuestrado a María Cristina Michia y la llevaron forzada a casa de Nelson. La razón por la cual ella no fue mencionada por Velázquez Rosano entre los cauti- vos de El Vesubio es que, obviamente, la habían liberado. No es difícil concluir que estaban utilizándola para llegar a su compañero. El 25 de mayo Aldo realizó una jugada muy riesgosa. Hizo saber a sus padres que fueran al puente de Turdera, junto a la estación, donde los recogió una Estanciera y los condujo a cierta vivienda sobre la Avenida Frías donde él estaba esperando. Pasaron unas horas juntos en un encuentro que acaso el hijo planificó como secreta despedida. Dos semanas después, el 10 de junio, Aldo y Cristina fueron se- cuestrados cerca de las 22:00 horas. Ella estaba durmiendo en una casa de Monte Grande, sola; a él lo emboscaron llegando a esa casa y resultó herido en un pie. Tan importante como el testimonio de Velázquez Rosano para conocer sobre el Vesubio entre febrero y abril de 1977, es el que ha brindado Hugo Luciani cubriendo los meses de junio a octubre de ese año en el mismo centro clandestino. 111

De aquella roja raíz A este hombre —militante peronista— su mujer e hijo los secues- traron de su casa de Avenida San Martín 400 de Adrogué, junto al paso a nivel, en dos ocasiones: la primera fue el 15 de junio, perma- neciendo cautivos hasta fines de agosto; la segunda, entre septiembre y octubre. Poco después de ser liberados, recibieron la insólita visita de un guardia cárcel, Roberto Carlos el Sapo Zeoliti. Ya sea con el ánimo de amedrentar o queriendo vender una imagen humanitaria, lo cierto es que en esa situación las víctimas supieron que su lugar de detención ilegal había sido El Vesubio. El propio Zeoliti se los dijo. Tan pronto como pudo Luciani, con las secuelas de sus torturas a cuestas, buscó a la madre de Aldo, María Gandulla, para contarle que había estado con su hijo y Cristina en ese centro clandestino en junio, pero que ya no los había visto en su segunda detención allí. Es también sorprendente que Hugo haya llegado hasta Glew porque el propio Zeoliti le había dado los datos de la casa e incluso le refirió que él siempre vivió a la vuelta y conocía a Aldo desde pequeño. Por su parte el padre de Cristina, Florentino Michia, había reci- bido la noticia del secuestro de su hija al otro día de ocurrido, el 11 de junio, por un llamado anónimo. Luego de presentar Hábeas Corpus en vano, pudo reunirse también con Luciani por intermedio de la madre de Aldo. A ella, que también había agotado las instancias de búsqueda, le quedaba todavía una imagen por guardar, última y definitiva, en octubre del ’77, cuando estaba regando en la puerta de su casa y vio pasar muy lentamente un automóvil de modelo bastante viejo en cuyo asiento trasero, entre dos hombres, viajaba Aldo. Justo frente a ella el vehículo aceleró para alejarse. 112

Juan Ranieri 30 Jorge y Rony Los tres amigos estaban terminando la secundaria en el turno vespertino del Comercial de Temperley. Vivían en Adrogué, en torno a la Avenida San Martín y Castelli, a escasas cuadras entre sí y solían caminar juntos cada tardecita hasta la Avenida Espora para tomar el colectivo. Además de compartir el barrio y la escuela los tres militaron en el Partido Intransigente, participando de diversas actividades mientras fue posible y de memorables actos en Plaza Once, “la plaza del PI”, como se le llamaba. Una tarde Jorge y Rony tomaron el colectivo como siempre pero esa vez sin Carlos, quien les había avisado de su inasistencia. Esto ocurrió algún día que ya nadie recuerda en la segunda mitad de 1977. El 79 fue detenido por un retén militar en Pasco y Almirante Brown, justo en la parada anterior a Cangallo, donde ellos bajarían. Cuatro décadas después Carlos aún infería que acaso sus amigos portaban algún material del PI o quién sabe, en el peor de los casos, una foto del Che decorando la carpeta. Lo cierto es que fueron llevados a la comisaría de Temperley y luego al Pozo de Banfield, según el testimonio que un sobreviviente diera a la familia de Jorge años después. Sin dato alguno con respecto a la casa de Rony, sí es preciso que al día siguiente de aquel secuestro un grupo de tareas destrozó el domicilio de Jorge en busca de material político que lo pudiera comprometer. En efecto, hallaron unos bonos contribución para la olla popular que, tiempo atrás, el PI había hecho en solidaridad con los trabajadores de una fábrica. Durante seis meses buscaron a Jorge por todas partes. Su hermano mayor llegó al secretario del obispo de Lomas de Zamora, Colino. Por toda respuesta, en el segundo encuentro, recibió una especie de sentencia: “Dice Su Eminencia que si desapareció por algo será”. 113

De aquella roja raíz Pasó mucho tiempo; muchísimo tiempo. Cierta noche la tía de Jorge, único familiar que tenía teléfono, recibió un llamado desde Ciudad Evita. Una voz masculina le daba la noticia que tanto habían esperado: “Estoy con Jorge”. Así lo recuperaron. Su estado de salud era terrible. Extremadamente flaco, tenía ras- tros de diversas quemaduras y apenas podía hablar. Él y Rony habían sido trasladados desde Banfield a otro centro clandestino más lejano que nunca se pudo establecer. Aquella noche del llamado telefónico fueron llevados con otras personas a un basu- ral de Ciudad Evita y sus verdugos simularon un fusilamiento des- cargando una ráfaga de disparos junto a ellos que estaban tabicados y de rodillas. Dejados allí en libertad, llamaron en varias casas. Todas tenían la puerta paralizada por el miedo, hasta que aquel vecino los atendió. Nada sabemos de Rony desde que pudo regresar a su casa. Jorge fue llevado a Puerto Piray, Misiones, al cuidado de un tío que era prefecto, donde estuvo varios años. Cuando volvió a su casa materna, muy próxima a San Martín y Angonelli, permaneció recluido, saliendo muy de vez en cuando a lugares cercanos y totalmente imposibilitado para trabajar o desarro- llar cualquier actividad. Nunca abandonó su tratamiento psiquiátrico y psicológico. Una mañana se animó a ir hasta el centro de Adrogué. Más tarde, al regresar, fue al galponcito del fondo y se suicidó. El hermetismo fue tal que Carlos se enteró muchos años más tarde a través del hermano de Jorge. De Rony, el Colorado, nunca más tuvo noticias. 114

Juan Ranieri 31 El Chispa El Chispa era invencible para el Estado fascista que recibió de él cien bofetadas y no pudo doblegarlo ni siquiera cuando, detenido y encerrado, fue liberado ignorando su identidad. Por supuesto, el Chispa tenía nombre, pero eso era justamente lo que el Estado represor nunca supo. Para esto contribuyó una caída temprana en la comisaría de Burzaco con identidad falsa. Desde en- tonces, para los servicios de inteligencia se llamó Agustín Choque. Lo espiaron mucho tiempo desde su rápida liberación, estable- ciendo sin lugar a dudas que integraba el buró político de PRT y era miembro de su Comité Central; es decir: un cuadro importantísimo. La historia de Rufino Leopoldo Almirón —El Chispa— venía de muy lejos. En la juventud fue trabajador metalúrgico, delegado sindical de sus compañeros, con una extraordinaria habilidad como soldador que le valió su particular apodo. Estuvo diez años como personal civil de la Marina, trazando en los barcos su artístico zur- cido invisible de fuego, y bien pudo quedarse para siempre en ese empleo seguro y estable, pero lo de él era otra cosa. En esencia, el Chispa fue un trabajador con profunda conciencia de clase, enorme valentía y principios cabales; fue, acaso, el mejor sueño de Carlos Marx. Por eso, en la primera mitad de los sesentas se erigió en uno de los gestores del Frente Revolucionario Indoamericano Popular (FRIP) y anduvo por los campos de Corrientes, Chaco y Tucumán difundiendo entre el pique las tesis de los Santucho que luego se plasmarían en la fundación del PRT el 25 de mayo de 1965. Entre las diversas acciones que fueron tomando estado público y tuvieron amplia difusión selladas con la estrella de cinco puntas y un solo trazo del ERP-PRT, se destacó el mítico robo al BaNaDe (Banco Nacional de Desarrollo) el 29 de enero de 1972, a pocos me- tros de la Casa Rosada. El Chispa y su soplete fueron artífices funda- mentales de aquella operación sobre las cajas de seguridad. Muchos 115

De aquella roja raíz años después, Rosa, su esposa, comentaba que lo había oído lamen- tarse por haber quemado gran cantidad de dólares al forzar las cerra- duras. Podemos afirmar con certeza que el Chispa era muy fierrero, que tomó parte en innumerables acciones y, desde luego, entró en com- bate muchas veces. De más está decir que si bien lo conocían como Agustín Choque, el cuerpo que iban a agujerear los terroristas en la primera ocasión que tuvieran era el de Rufino Leopoldo Almirón, o al menos esto indicaba el sentido común. A medida que la situación nacional fue empeorando, el partido evaluó su salida del país. El Chispa fue enviado a Europa con la misión de recibir y contener a los compañeros exiliados. En ese des- tino consta ampliamente que fue contactado por decenas de personas para quienes gestionó vivienda y algún empleo. Se sabe, incluso, que entre ellos hubo militantes de otras organizaciones y también tupamaros. Rosa, que pasó largos períodos sin verlo —alguna vez se sumaron cinco años seguidos en esa situación— y que solo podía hacerlo en determinados lugares y condiciones —particularmente en casa de su cuñada— había llegado a saber de la salida del Chispa. La pena de no verlo por años se atemperaba con la tranquilidad de saberlo a salvo. Sin embargo, un día cualquiera le cayó encima la peor noticia, la que parecía imposible: “Lo mataron al Chispa”. Sin detalles precisos de fecha, lugar y circunstancia, la versión parecía aún más inverosí- mil. En algún diario —supo después— se había publicado la noticia sobre la muerte de Agustín Choque. Ella sabía que su marido estaba en Europa, que no había razón para que regresara en el peor momento —hablamos de la segunda mitad de 1977— y suponía, además, que los servicios bien pudieron tirar carne podrida para confundir, desmoralizar o intentando forzar una ingenua desmentida pública. En suma, confiaba que el Chispa un día iba a volver; y un día el Chispa volvió. 116

Juan Ranieri Vaya a saber uno qué cosa es el exilio, qué dolores y pérdidas genera; vaya a saber con qué se vuelve del exilio y, aunque parezca curioso, adónde se vuelve. Cuando el Chispa —ya Rufino— todavía se estaba acomodando a la Argentina que encontró post dictadura, supo diez palabras sobre su falsa muerte y no le bastaron. Rosa cuenta que fue a las hemerotecas y anduvo días y días buscando a ciegas en los diarios hasta que en La Razón del lunes 22 de agosto de 1977 (¡22 de agosto!), en un pequeño recuadro de la página 6 —indigno de tan pequeño para anunciar la muerte de un trabajador— decía sin más detalles que el sábado 20, en un baldío de la esquina de Italia y Rawson, localidad de Burzaco, se halló muerto a un hombre con un tiro. Su nombre, agregaba la información, era Agustín Choque, domiciliado en la calle Sargento Ponce de Dock Sud, según consignaba su documento. Ahora, en poco más de diez palabras, la verdad quedó revelada: los fracasados terroristas de la comisaría de Burzaco habían salido de cacería. Su presa tenía nombre y apellido. Lo rastrearon, encontra- ron y mataron a Agustín Choque; es decir, a un humilde trabajador del Docke que no tenía militancia alguna y que, tal vez, el sábado 20 agosto había salido de su casa como todos los días a laburar. A diferencia de aquellos cobardes, el Chispa supo que tenía un dolor pendiente que asumir; uno más todavía: rastreó la noticia, la encontró y guardó ese dolor para siempre en justo y silencioso homenaje a Agustín Choque, un trabajador desconocido. 117

De aquella roja raíz 32 En la comisaría de Adrogué I En octubre de 1977 tuvieron lugar en Almirante Brown de manera casi simultánea tres hechos que, en apariencia disociados, se tocan y enredan al confluir en sendos relatos que pudimos registrar de dos testigos muy calificados. Estos testimonios, sin embargo, no llegan a explicar de manera cabal aquellos hechos, dejando interrogantes que no podemos responder. El primero que destacamos tuvo lugar, como hemos visto, en el barrio Sakura durante la noche del 18 al 19 de ese mes. Tras aquellos múltiples secuestros las víctimas fueron confinadas en centros clan- destinos donde sufrieron torturas diversas por espacio de una sema- na, pero todas ellas regresaron al barrio una vez abandonadas entre Avellaneda y Constitución; vale decir: no hubo muertos ni desapari- ción forzada que se prolongara más allá de esa semana de cautiverio. El segundo hecho de ese octubre nos remite a una vivienda ubi- cada sobre la calle Carlos María de Alvear 5640 de San José. Allí se encontraban Sergio Natalio Yovovich, el matrimonio integrado por Juan Antonio Gines y María Ester Scotto y el hijo de estos, un bebé de once meses llamado Emiliano Damián que tenía síndrome de Down —dato que mencionamos por ser muy impor- tante, como veremos—. En las primeras horas del día 14 la casa fue rodeada por un impresionante operativo y luego de un intercambio de disparos los tres adultos que la ocupaban resultaron muertos. Sus cuerpos, no obstante, fueron retirados del lugar y permanecieron en situación de desaparecidos hasta ser exhumados del cementerio de Rafael Cal- zada y luego identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense en 2012. La suerte que corrió Emiliano Damián también fue fatal porque —en un caso similar al del niño Sebastián Ariel Santillán Juárez— 118

Juan Ranieri pese a conocer su identidad, la jueza de menores de Lomas de Zamora Delia Pons, dispuso su internación en el Hospital de Niños de La Plata, donde falleció el 1° de septiembre de 1978. Por último, el tercer hecho que referimos ocurrió cronológica- mente entre los dos anteriores, en la mañana del 17, y tuvo como escenario la esquina de Pedro Echagüe y Tucumán (actualmente Algarrobo) en el barrio San Pablo de Burzaco, a cien metros del Arroyo del Rey. En un operativo sobre el amanecer fue rodeada la casa donde se encontraban María Cristina Centrón y Aldo Arosamena.21 El lugar era por entonces un inmenso descampado de decenas de hectáreas que se extendía hasta la Ruta 4 con unas pocas viviendas muy esparcidas. Digamos para ilustrar que la Parroquia San Pablo, ubicada a unos quinientos metros de la casa rodeada, se erigía limpia a la vista como una montaña. Aprovechando estas características y la escasa luz del alba, la pareja salió efectuando disparos y ambos corrieron hacia los fondos con el propósito de ganar el campo y escapar. Aldo logró el objetivo, pero Cristina fue alcanzada por varios disparos que le generaron la muerte en el instante. Él corrió desesperadamente. En un momento ya no se oyeron disparos y supo que podía salvarse, pero miró hacia atrás y comprobó que su compañera había caído. Antes de llegar a la Ruta 4 —Avenida Monteverde, a esa altura— en un sector de pastizales muy altos se escondió. Estaba exhausto y muy lastimado por las ramas, espinas y arbustos que fue embistiendo su cuerpo a la carrera. Allí permaneció agazapado, esperando una oportunidad. Por un sendero cercano venía un hombre en bicicleta y Aldo no dudó. Salió a su encuentro, arma en mano, y se hizo del vehículo. Por la ruta encaró hacia el este, cruzó la rotonda de Los Pinos y luego las vías del ferrocarril Roca entre Burzaco y Longchamps hasta llegar a la rotonda de El Vapor. Ahí nomás vivía Ramón Márquez, 21 “Aldo de Longchamps”, entre sus compañeros. Al igual que Aldo Gallo -de Glew- tenía su pareja llamada Cristina, coincidencia que generó diversas confusiones. 119

De aquella roja raíz su compañero de máxima confianza que había militado en la “22 de agosto”. En rigor, lo narrado hasta aquí surge del relato que Aldo hizo a Ramón sobre lo que recientemente había ocurrido. Ya en primera persona, el testimonio que nos brindó Márquez subrayaba una y otra vez su impotencia ante la situación del compañero. Pese a esto, curó sus heridas, le dejó comida y como si fuese un día cualquiera se fue a trabajar. A su regreso, por la tarde, Aldo le dijo que se iría al anochecer para no comprometerlo, aunque evitó mencionar dónde: una norma básica de seguridad indicaba que Ramón no debía saberlo. Desde entonces no volvieron a verse. Aldo nunca ha sido denun- ciado como víctima de la represión estatal y se convirtió en un enig- ma para sus propios compañeros. Diversas versiones sobre su des- tino lo ubicaron en el noroeste de la Argentina pero también en Ve- nezuela, sin aportar ninguna de ellas un solo dato concreto. Él, además, nunca se comunicó con ningún conocido para dar señales, hasta donde pudo saberse. II El otro testimonio clave para este capítulo es el que corresponde a Héctor Cacho Segura, también militante de Montoneros en la “22” desde sus inicios y, además, quien habría sugerido este nombre para la mítica unidad básica de República Argentina y Alcorta, donde era conocido como Federico. Allí, por algún tiempo, su función principal fue acompañar a todas partes a su referente, Susana Mata, como seguridad, a quien quiso como una hermana y respetó como una maestra. Caracterizado por sus compañeros como “muy fierrero” y experto explosivista, Cacho Segura descubrió una inesperada salida de aquel laberinto de la muerte promediando 1976. Alguien le comentó que en la comisaría de Adrogué, sobre la calle Toll, necesitaban un admi- 120

Juan Ranieri nistrativo civil, algo así como un escribiente. Héctor estaba sin tra- bajo y sin dónde meterse, desenganchado ya de la organización, según los términos de la época. Pensó que nadie sospecharía de él dentro de una comisaría y que, por otra parte, tenía las ventajas de no haber caído preso nunca y un domicilio comprobable en Burzaco. Nadie dudaba que Cacho era capaz de animarse a cualquier cosa, especialmente desde el día que entró a esa dependencia policial en busca de un empleo. Fue entrevistado por el propio comisario, quien no le quitaba de encima la mirada fija e inquisitiva. —¿Y cómo se lleva con la máquina de escribir? —le preguntó. —Escribo muy bien —respondió Héctor, seguro y sereno. El policía tomó una hoja que estaba sobre su escritorio y se la dio. —A ver —le dijo— archive esto. Cacho tomó la plana por sus bordes superior e inferior, marcó levemente el medio y accionó la perforadora de modo que quedaran equidistantes los orificios. —¿En qué bibliorato va? —preguntó. El comisario tomó la hoja, siempre serio y con la misma mirada penetrante. —Démela a mí. Ya le avisarán cuándo empieza a trabajar. De ese modo consiguió, en un instante, empleo y cobertura por unos cuantos años. Durante ese tiempo no quitó sus ojos del punto exacto donde los pequeños brazos de metal forjan la tipografía sobre el papel, como absorbido por una mecánica hipnosis; durante ese tiempo, desde luego, aprendió de memoria una suerte de glosario fascista contra los montoneros —subversivos— terroristas que solía causarle gracia mientras pensaba: “¡Si estos tipos supieran quién soy yo!”. Cierta mañana de octubre de 1977, sumamente calurosa, Héctor llegaba a la comisaría temprano. Una serie de imágenes violentas le reventó el corazón a golpes. Sobre la vereda había una camioneta policial con tres cuerpos tirados sobre la caja trasera descubierta: una chica de cabello corto, muy bonita; un hombre joven muy corpulento 121

De aquella roja raíz y otro que, sin ser viejo, acusaba más edad, aunque el estado espan- toso de su rostro podía mentir al respecto. Cacho quedó pasmado y atinó a desviar sus pasos para ingresar por el costado derecho del edificio, atravesando una especie de patio interno. Pero al hacerlo se encontró con otro cuerpo, esta vez de un muchacho que yacía con ambos brazos cubriendo su rostro, en clara señal de haber sido fusilado en el piso. Ya en el interior de la comisaría se encontró con el doctor Muñoz, el médico que vivía en Loma Verde, con un bebé en brazos. Héctor, como si no hubiera visto nada, saludó al pasar y se sentó dispuesto a comenzar su trabajo. En el lugar todo era un desbande: el teléfono estaba rabioso, los policías iban y venían, salían y entraban. Él, algo retirado de la zona de tránsito más álgido, permanecía ajeno a la situación, pero de pronto el comisario Juan Carlos De Irazú lo mandó afuera junto al sargento primero Arriola. Salieron, sin saber para qué —acaso para no oír algo inconveniente— y se quedó un tiempo hasta que todo se fue calmando luego de retirados los cuerpos. Al rato, el doctor Muñoz pasó a su lado con el bebé y Cacho entonces se animó a preguntar por él. Por toda respuesta, el médico le dijo: —Este pibe tiene síndrome de Down. Es importante destacar que en su relato —registrado muchos años después— Héctor vinculaba aquellos cuerpos y al propio niño con un operativo efectuado en Sakura, cosa que no se corresponde con los hechos que tenemos probados. Dado que en ese barrio efectiva- mente hubo varios secuestros los días 18 y 19, podemos inferir que tal vez por esa razón Cacho los asoció en su memoria con lo que vio en esos mismos días en la comisaría. Volviendo a los cuerpos, descartamos cualquier vínculo con la muerte de María Cristina Centrón, dado que fue entregada sin vida a la familia y por lo tanto no puede corresponderse con la joven que yacía en la camioneta policial. Es por lo tanto altamente probable que aquellos cuerpos vistos por Héctor en la comisaría —una mañana de octubre de 1977 cuya fecha cierta él no recordaba—pertenecieran a los militantes muertos en 122

Juan Ranieri San José el día 14. El primer indicio para esta inferencia es, sin dudas, la presencia de aquel niño en la comisaría que remite claramente a Emiliano Damián. En segundo lugar, uno de los fallecidos visto en la camio- neta era un joven muy corpulento, tal como describen a Sergio Yovovich quienes lo conocieron, coincidiendo en esta característica destacada de su humanidad. Otro indicio a considerar en esta hipótesis es que el cuerpo de Sergio estuviera asociado al de una mujer joven y un hombre, que bien pudieron ser María Ester Scotto y Juan Antonio Ginés, los padres del niño. Si nos permitimos este razonamiento es porque, recordemos, los tres desaparecieron en el mismo hecho y fueron identificados a partir de la misma exhumación, lo cual demuestra que sus cuerpos siempre estuvieron juntos. A esta altura, confrontados los tres hechos con los testimonios que recogimos, queda claro que hubo un hombre asesinado en esos momentos del que nada podemos explicar. Sabemos de él por el testimonio de Héctor Segura —el cuerpo en el lateral de la comisaría con la cara cubierta por sus brazos— y también sabemos por el relato de Ramón Márquez que no se trató de Aldo Arosamena. Lo cierto es que estamos imposibilitados de inferir quién era esa persona porque no tenemos registro de otros hechos probados — asociados o cercanos en el tiempo— dentro de Almirante Brown. Es posible entonces que se trate de una víctima llevada a la comisaría de Adrogué desde otro distrito o bien de un caso que jamás fue denunciado; uno de tantos que permanecen en esa situación. 123

De aquella roja raíz 33 El Gordo José I José Vicente Vega estaba en todas partes. En San Francisco Solano, Claypole y Calzada fue uno de los militantes más conocidos y respetados. El único domicilio estable que pudimos registrar en Almirante Brown es en la esquina de 24 y Rivadavia, aunque se puede comprobar fácilmente que circuló por diversas viviendas del Conurbano sur. Si bien por su activa militancia tampoco tuvo un empleo estable —recordemos que integró el armado sindical en Molinos junto al Verdura Mataboni— fue titiritero de profesión, animando los muñe- cos que él mismo construía. El 26 de octubre de 1976, simulando un cumpleaños infantil con música y varios niños, se desarrolló en un departamento de Villa Corina una reunión política muy importante de Montoneros. Hubo otros militantes, pero solo pudimos constatar la presencia del Ver- dura con su mujer e hijos. A la medianoche la fiesta concluyó y los invitados se retiraron, quedando en aquel departamento dos matrimonios y cinco niños: Carlos Manfil y Angélica Zárate con sus hijos Carlitos de 9 años, Karina de 4 y Christian de 6 meses, además de José Vega, su esposa Rosario Victoria Ramírez, Marcela, de 8 años y Adolfo de 11. En la madrugada se realizó sobre la vivienda un operativo crimi- nal ingresando gran cantidad de efectivos que dispararon, literal- mente, a mansalva. Este hecho aberrante es conocido como la Masacre de Villa Corina22. De los cuatro adultos presentes, tres murieron en el lugar y sus cuerpos fueron desaparecidos. Solo el Gordo José pudo escapar. 22 Pese a contar con el testimonio directo de Marcela Vega, muy detallado y preciso, no se aportaría en estas líneas nada nuevo sobre la masacre. Será mucho más valioso buscar en internet el testimonio de Karina Manfil. 124

Juan Ranieri De los cinco niños, Carlitos fue asesinado y Christian resultó ileso, mientras que Karina, Adolfo y Marcela sufrieron heridas diversas, especialmente esta última que recibió un disparo en la espalda. Los tres fueron internados en el Hospital Finochietto con custodia militar. José fue a refugiarse en casa del Verdura, que vivía muy cerca de allí como sabemos. La madre del Gordo, con una cirugía muy reciente, supo la noticia por radio Colonia y fue a rescatar a sus nietos del hospital, llevándolos consigo a Solano. II Dos meses después, entre fines del ’76 y principios del ’77, su abuela les explicó a Marcela y Adolfo que harían un viaje, pero ella solo los acompañaría a tomar el micro. Cuando los niños subieron a bordo se encontraron con la sorpresa: el Gordo José estaba sentado en el primer asiento. Pasaron unos días en Mar de Ajó, escasos y distintos; únicos. Al regresar estuvieron en alguna vivienda transitoria hasta que fueron a vivir a Gerli, en un departamento al fondo sobre la calle Lacarra 1548. Los meses transcurrieron muy veloces. Viki, una conocida com- pañera de militancia, se fue consolidando en la vida del Gordo, quien a su vez estaba abocado a conseguir la salida del país. Marcela cumplía 9 años el 16 de octubre de 1977. Esa fecha que- dó asociada en su memoria con la desaparición de Viki, ocurrida dos días después. En las semanas posteriores el Gordo consiguió pasa- porte para ir a España, lo cual generaba en su hija las dudas y fanta- sías de perder a su padre o quedarse muy lejos para siempre con él. José comenzó a cerrar cada frente, cada aspecto, cada contacto. Hacia mediados de noviembre tenía una cita en el centro de Lanús, y como era habitual, antes de ir dio a sus hijos las instrucciones del caso: —Si no vuelvo para las once de la noche, vayan en un taxi a la casa de la abuela. 125

De aquella roja raíz El Gordo solía manejarse así, asignando a veces ciertas responsa- bilidades que Marcela incorporó como habituales. La niña sabía muy bien qué decir y hacer en cada circunstancia, además de conocer algunos secretos inherentes a la organización. Marcela siempre afirmó que aquella cita fue cantada. José fue detenido en el centro comercial de Lanús. Forzado a indicar su domi- cilio, él accedió a revelarlo porque ya había pasado la hora indicada y sus hijos ya no estarían allí. Por desgracia ellos se habían quedado mirando la televisión y, aún consciente del horario, Marcela decidió esperar a su padre un rato más. Los fuertes e insistentes golpes a la puerta le indicaron que todo había salido mal. El pasillo que comunicaba la puerta del frente con el departamento estaba plagado de uniformados. Marcela no creyó que su padre estuviera allí y no estaba dispuesta a abrir, pero al mirar por la ventanita le quitaron la capucha a José para que lo reconociera. Al Gordo lo sentaron en un pequeño patio y los niños quedaron cerca, custodiados, mientras la vivienda era arrasada por el grupo de tareas. Destruyeron todo: armarios, puertas, muebles, sin hallar nada. Una mirada, una señal imperceptible de su padre le indicó a la niña lo que debía hacer. Ella sabía que en la ballenita de la camisa el Gordo ocultaba la cápsula de cianuro. Marcela intentó acercarse pidiendo permiso al guardia para darle algo de beber a José, pero su maniobra no resultó. Aunque había alcanzado a apoderarse de la pastilla, sus custodios lo advirtieron y la forzaron a abrir su mano. Al rato se los llevaron en autos separados. Ella, encapuchada, advirtió que en el móvil ya había otras personas. El destino de aquel viaje fue el Vesubio, donde los niños perma- necieron uno o dos días. Esa noche durmieron en el piso y fueron objeto de burla de sus captores. Cuando a Marcela le permitieron orinar afuera, en una pileta grande rodeada de oscuridad, alguno de ellos le advirtió: —Cuidado que hay lobos. En referencia a los gritos que se oían de las personas que eran torturadas. 126

Juan Ranieri Finalmente los fueron a buscar: —Vengan a despedirse de su papá —les ordenaron, mientras alguno les dijo al pasar —No lloren. No sean maricones. El Gordo estaba sujeto con un grillete, fumando. En esos últimos instantes les pidió que lo perdonaran. Fueron llevados a la casa de la abuela. Cada tanto volvía a pasar un coche por allí para amedrentarlos y verificar si aún permanecían en el lugar, recibiendo siempre en respuesta piedrazos de Marcela e insultos a los gritos. III Si bien no hay, dijimos, registro exacto de la fecha de secuestro de José, la misma se ubicaría en la primera quincena de noviembre de 1977. Pese a esto, la denuncia original en CONADEP señala el 15 de agosto de ese año, dato por supuesto incorrecto. Como vimos, Marcela tenía por seguro que en torno los días 16 y 18 de octubre — es decir, su cumpleaños y la desaparición de Viki— su padre estaba libre. Por el testimonio en juicio de un sobreviviente, Eduardo Jaime José Arias, sabemos que José estaba prisionero en el Vesubio dado que este hombre declaró haberlo visto en ese centro clandestino al que fue ingresado el 16 de noviembre. Juan Alberto Giménez fue un militante muy cercano al Gordo y al Verdura que, como sabemos, compartió con ellos su militancia por mucho tiempo. En abril de 1978 fue secuestrado de su domicilio de Claypole, en la esquina de Pensamiento y Balboa, a una cuadra de la Avenida Monteverde, y llevado al Vesubio donde permaneció hasta el día 22 de ese mes. Una mañana, estando por supuesto tabicado, oyó que se acercaba el guardia y adivinó por los pasos que venía con alguien más. Ahí surgió la voz inconfundible del Gordo: —¡Qué me van a conocer! —exclamó José— ¡Estos son perejiles! 127

De aquella roja raíz En su declaración testimonial ante el juez, es muy elocuente el relato de Giménez con respecto a lo ocurrido poco más tarde: —Yo le conocía muy bien la voz al Gordo José, él es José Vega. Él estaba barriendo con el guardia al lado y se pone a silbar y tararear mientras barría una canción que yo había escrito, para la militancia.23 Ahí era inequívoco que era él y que él sabía que era yo. En un momento dado el guardia se aleja un poco y el Gordo empieza a barrer alrededor mío, yo le veía las patas, estaba descalzo con un vaquero cortado. Y me dice: —Che negro, soy el Gordo José, estoy vivo, estoy vivo— eso fue todo. 24 Liberado poco después, Giménez avisó a la familia de José. Ese es el último dato que conocemos del Gordo con vida. IV Marcela sabía muchos secretos, decíamos. Unos días después del secuestro de su padre algunos compañeros entraron al departamento de Gerli, reventado por la patota. Fueron directamente a aquella silla señalada, rasgaron el tapizado y pudieron recuperar la documenta- ción oculta. 23 La canción se titulaba “La cuenta”. Juan Alberto Giménez componía canciones, cantaba y además era guionista. 24 Declaración testimonial brindada el 8 de noviembre de 2011 en el marco de la causa 14.216 ante el Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal N° 3 a cargo del juez Daniel Eduardo Rafecas. 128

Juan Ranieri 34 Identidad I A comienzos del ’77 Susana y John Alex regresaron de Rosario. Según recuerdan sus amigos Eduardo Suares y Nora Christiansen, aquel estudio de arquitectura en el sexto piso de Perú 263 volvió a ser escenario de un encuentro cierta mañana templada por los bordes iniciales del otoño. Si bien Susana conservaba su aspecto habitual, John Alex tenía un delgado bigote y un ataché que se conjugaban para darle aire de tipo abocado a cosas importantes y sin tiempo libre, por ejemplo, para conducir una organización armada. La visita tenía un objetivo preciso: Ellos pasarían próximamente a Uruguay y necesitaban entregar a Nora y Eduardo los tres docu- mentos de identidad —también el de Alejandrina— para que se encarguen de hacerlos llegar al padre de John Alex. Se entiende que esta era una acción vital y de enorme trascendencia por cuanto constituía la llave para que el Doctor Barry actuara en cualquier escenario desfavorable valiéndose, además, de sus vínculos e in- fluencias. No esperaban precisamente una ayuda de él ni mucho me- nos, pero sabían que era el único que podía actuar de manera rápida en caso de extrema necesidad al menos para representar transitoria- mente a la niña. De este encuentro fueron también testigos —calificados con altísima confianza— el socio de Eduardo, Osvaldo Rodríguez, y su esposa Liliana, a tal punto que esta acompañó a Nora a la calle Reconquista, en el bajo porteño, para cumplir aquella misión. Ambas partieron sabiendo que podía pasar cualquier cosa —incluso, tam- bién, nada— pero cruzar esas calles con los documentos de dos personas muy buscadas y en clandestinidad implicaba asumir un altísimo riesgo. Con los nervios a flor de piel o acaso conservando la calma, sabían que estaban ayudando a los amigos, y aunque nadie 129

De aquella roja raíz podía imaginar aún los verdaderos alcances, cumplieron la misión y aquellos documentos quedaron en el estudio jurídico. Para Susana y John Alex pasar a Uruguay implicaba, en el marco del Plan Cóndor, la prioridad de resolver el problema de sus identi- dades. Lo más seguro que encontraron fue portar como documenta- ción falsa los DNI de Nora y Eduardo. Era la manera más segura de estar en condiciones de responder cualquier pregunta con absoluta certeza en caso de ser detenidos o interrogados. Ambos conocían a la perfección los domicilios y datos filiatorios de sus amigos, de modo que podrían hacerse pasar por ellos de manera muy convin- cente. II No sabemos en qué momento del ’77 viajaron a Uruguay ni tampoco cómo llegaron allí. Existe un interesante testimonio del mayor de los Barry, Jorge, que refiere haberse encontrado con su hermano John Alex hacia octubre en un bar de Buenos Aires25. Desde allí en adelante —y para no repetir palabra por palabra el claro relato de Bonasso—26 es mejor ser muy breves: John Alex iba con el ex diputado chaqueño Jaime Dri en su viejo Mehari por la ruta inter balnearia cuando fueron interceptados por las fuerzas locales. En el intercambio de disparos él murió de manera instantánea mientras que su compañero fue capturado. Los milicos se lanzaron sobre la casa del balneario Lagomar donde estaban Susana, Alejandrina y otras personas. Casi todos fueron detenidos. Susana no. La niña tenía un cartelito que indicaba su nombre y alguna referencia al abuelo Barry. La madre había ingerido una cápsula de cianuro. 27 25 Ver: Mónica Mendoza y Eduardo Espinosa. Recordando Montoneros. Los Barry de Adrogué. Buenos Aires, Imago Mundi, 2007. 26 Ver: Miguel Bonasso. Recuerdo de la muerte. Buenos Aires, Planeta, 1984. 27 Ver: Eduardo A. Suares. “Muerto el perro, se acabó la rabia” en: Puro cuentos. Bs. As., Ediciones “el 55”. 130

Juan Ranieri En medio de un festival de la prensa amarilla28 asociada a las dictaduras en ambas márgenes, había llegado la hora de hacer jugar aquellos documentos en poder del doctor Barry, quien trajo a su nieta al país, realizó la gestión de rigor por los cuerpos de Juan y Susana —que permanecieron en Uruguay— y nada más. Alejandrina quedó a cargo de la abuela Anita en su casa de Lomas de Zamora. Al sábado siguiente por la mañana Nora y Eduardo caminaban por Adrogué cuando una amiga, entre asombrada y perpleja, les trajo la insólita noticia: decía el diario La Opinión que Nora había muerto en Uruguay en un enfrentamiento con las fuerzas locales al ser rodeada la casa que ocupaba. Una prima de la madre de Nora, radi- cada allí, al mismo tiempo alertó con un llamado telefónico por la misma especie periodística en algún medio de Montevideo. Así supieron, de manera indubitable, que Susana estaba muerta. Sobre John Alex la noticia trascendió poco después. 28 Ver el documental “la construcción del enemigo”. Guion y dirección Gabi Jaime. 131

De aquella roja raíz 35 Un final Entre fines de 1977 y comienzos de 1978, Silvia y Oscar llevaban en Brasil poco más de ocho meses. Se habían ido en la semana santa, a principios de abril. Desde Buenos Aires su madre le envió a Silvia la noticia de aquellos hechos de Uruguay, adjuntando el recorte de la nota morbosa publicada en la revista Para ti. Fue desde luego un golpe devastador. Tomaron un colectivo hasta el final del recorrido y regresaron luego caminando un largo rato hasta quedar muy cansados, llenos de dolor en aquel entorno ajeno y desconocido. Al pasar luego los años, ya superada la dictadura, Silvia y Oscar regresaron al país. En Brasil había nacido su segundo hijo. Ella vol- vió a ver a Alejandrina y retomó el contacto con Anita, a quien acom- pañó hasta La Plata en varias ocasiones para tramitar un subsidio que nunca consiguieron. En aquellos viajes, sin que lo hayan acordado, jamás hablaron de Susana, respetándose mutuamente el dolor. Silvia encontró una manera de visitar a los amigos. De vez en cuando iba al osario común del cementerio de Lomas de Zamora con sus hijos. A ellos, tan pequeños, les explicó que así como se visita a un bebé al nacer, también es parte de la vida llevar una flor a los que ya no están. 132

Juan Ranieri Registro de víctimas del terrorismo de Estado en Almirante Brown  Cómo se construye este registro Hemos iniciado esta indagación en el año 2006 a partir de un listado con 46 casos, aportado por Julio Busteros. Fue, desde luego —y lo seguirá siendo— un trabajo muy lento que reconoce éxitos y arrastra frustraciones. Más allá de las fuentes consultadas —citadas al pie— requirió de un intenso trabajo de campo consistente en visitar numerosos barrios —no menos de veinte— a lo largo de catorce años en busca de información con la táctica de ubicar a las vecinas y vecinos de más antigüedad en el lugar. Esa tarea me ha permitido conocer personas de inmenso compromiso con la verdad histórica. Luego de algunos años de aportes esporádicos —a veces signi- ficativos y por etapas inexistentes— entre 2017 y 2019 contribuyó decididamente a este trabajo la Dirección General de Promoción y Protección de Derechos Humanos de Almirante Brown a través de su titular Natalia Barreiro y del Coordinador de Memoria Histórica Rubén Miños. En 2018, esa repartición gestionó ante el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación la consulta de su registro oficial sobre Almirante Brown, aportando dicho material 18 casos que desconocíamos hasta entonces. En ese mismo año el municipio adoptó el presente como registro oficial. El mismo sigue, naturalmente, en pleno desarrollo, a tal punto que he podido confirmar un caso desconocido apenas dos meses antes de publicar el presente libro. 133

De aquella roja raíz  Casos anteriores al 24 de marzo de 1976  26 abril 1972: Secuestro de Juan Alfredo Lachowski Mazur, oriundo de Bernal, de 23 años, en la fábrica Peugeot de Berazate- gui —su lugar de trabajo—. Permaneció en cautiverio bajo tor- mentos en la Casa de las Torturas, ubicada en Serrano entre Bue- nos Aires y Galigniana, Malvinas Argentinas, Almirante Brown. Liberado el 28 de abril, falleció el 2 de mayo en el Hospital Julio Méndez de Bernal a causa de las lesiones recibidas. Junto a él fue secuestrado y liberado Eladio Ferreyra, quien sobrevivió.  24 abril 1974: Es asesinada María Liliana Ivanoff. Integraba la organización Montoneros y era también catequista. Secuestrada en Monte Grande por la Triple A, su cuerpo apareció horas más tarde entre Burzaco y Claypole, donde siempre vivió y había desarrollado su militancia. Tenía 21 años.  19 julio 1974: Muerte en enfrentamiento de Hugo Ricardo Drangosch Puchulu en San Fernando. Vivía en la calle Canale al 1800 de José Mármol y militaba en el ERP Fracción Roja. Tenía 24 años.  13 diciembre 1974: Muerte en enfrentamiento de Adriana Drangosch Puchulu, de 21 años, en San José de Lomas de Zamora. Hermana del anterior, vivió en el mismo domicilio de José Mármol y militó en la misma organización.  21 marzo 1975: En José Mármol, en la calle Santiago del Estero entre Sánchez y Amenedo, ocho militantes peronistas fueron ejecutados, perteneciendo siete de ellos, por militancia y residen- cia, a Lomas de Zamora: el concejal Héctor Edelio Lencina Rivarola, Héctor Flores Gouyet, Nelson Anibal Benitez Alvarez, Pablo Germán Gómez García, Rubén Pedro Maguna Cejas y los hermanos Eduardo Díaz Lazarte y Alfredo Díaz Lazarte. Luego de fusilarlos, sus asesinos de la Triple A dinamitaron los cuerpos. La octava víctima esa noche fue Gladys Adelaida Martinez, de 22 años, ejecutada en su casa de Amenedo 3980, esquina Santiago del Estero, a pocos metros 134

Juan Ranieri del hecho mencionado. El cuerpo de Gladys fue hallado dentro de su vivienda. Este caso, conocido como “La masacre de Pasco”, también perduró en la memoria popular de Almirante Brown como “Los dinamitados de San José”.  25 abril 1975: Ejecución de Edgar Eduardo Duchini Bengolea, de 54 años, en la vía pública, calle Toll 1591 de Adrogué. Falleció horas después del hecho.  Mayo 1975: Sin fecha precisa, desapareció Julio Barrios del Hospital Borda, donde estaba internado. Entrerriano de 32 años, fue militante peronista en Paraná. Vivía en Nother al 3500, José Mármol. Caso no reconocido oficialmente.  28 julio 1975: Ejecución sumaria de Edy María Mendoza Segovia, de 21 años, en la esquina de José Ingenieros y Las Latas, Burzaco. Militaba en el ERP. Había sido secuestrada el día anterior en la calle Arias 2984, Lanús.  3 agosto 1975: Fue asesinada la joven cordobesa María Haydeé Rabuñal, de 26 años, estudiante de medicina. Su ejecución se produjo en la vía pública, en Adrogué, en inmediaciones de la esquina de Spiro y Carlos Pellegrini. Militaba en el ERP. En el mismo hecho fue asesinado Helios Amuedo Gimenez, entrerriano de 38 años y militante de la misma organización, en circunstancias que se desconocen.  30 agosto 1975: Ejecución sumaria de Mirta Estela Quiroga de Novo, de 20 años, en el country “Mapuche” de Pilar. Vivía en el barrio Los Álamos de Glew y militaba en el ERP.  15 septiembre 1975: En la plaza de Claypole fue ejecutado Carlos Alberto Carril Falcone, de 21 años. Militaba en el ERP.  19 diciembre 1975: Muerte de José María Pellado Mallea en la Unidad Penal N°1 de Olmos a causa de las torturas recibidas. Había sido secuestrado en la calle Berlín 611 de Longchamps el día 9 de diciembre de 1975.  19 enero 1976: Secuestro de Adolfo José Lima en la Av. Calchaquí, Quilmes. A la madrugada del día siguiente apareció muerto en la esquina de las calles 32 y 21, La Plata. Misionero de 135

De aquella roja raíz 22 años, vivía en El Picaflor 631 de San José.  20 febrero 1976: Desapareció en Rafael Calzada José Humberto Muñoz Robledo, Tucumano, de 38 años.  25 febrero 1976: Desapareció en Claypole Justina Andrea Carrizo Zelarrayán (“Tina”) tucumana de 33 años. Militaba en el ERP. Sus restos fueron identificados, exhumados de Pozo de Vargas, Tucumán.  6 marzo 1976: Fue secuestrada María Esther Tommasi, docente y trabajadora social de 24 años, en su domicilio de Ferrari al 200, Adrogué. Trabajaba en la Escuela N° 1 de San Vicente y antes en la N° 33 del barrio Rayo de Sol, Longchamps.  Casos registrados desde el 24 de marzo de 1976  Mayo 1976: Desaparición del matrimonio integrado por Silvia Beatriz Goñi Madeira y Héctor Félix Rossi Monteros, de 31 y 33 años de edad respectivamente, en Burzaco.  1° mayo 1976: Desaparición de María Lourdes Calleja Martínez, de 25 años, en su domicilio de San Joaquín y las vías, Turdera. Militaba en la J.P. de Almirante Brown.  28 mayo 1976: Secuestro de Héctor Luis Tomé Díaz (“Luisito”), de 26 años, en la calle Avellaneda al 1400, Bernal. Vivía en Glew, en la esquina de las calles Justicia y Progreso. Militaba en Montoneros.  07 julio 1976: Secuestro de Santos Ojeda Ríos, formoseño de 24 años de edad, en Deán Funes 90, Avellaneda, empresa Molinos Río de la Plata, donde trabajaba. Vivía en Rosales 4945 San José. Militante peronista.  4 agosto 1976: Desaparición de Mario César Gimenez, en Florencio Varela. Paraguayo de 20 años de edad, vivió en Claypole. Peronismo revolucionario.  11 agosto 1976: Desaparición de Oscar Raúl Godoy Valenzuela, de 21 años, en Claypole. 136

Juan Ranieri  19 agosto 1976: Desaparición de Horacio Ismael Zapata, botellero de 57 años, mendocino, con domicilio en Mitre 6083, San José, Almirante Brown. Militaba en el MR 17 del barrio La Gloria, Rafael Calzada.  16 septiembre 1976: Desaparición de Juan Guillermo Fernández Amarillo, uruguayo de 27 años, en Burzaco. Militaba en Montoneros.  19 septiembre 1976: Hallazgo del cuerpo de Julio José Arena Torres, de 18 años. Había sido secuestrado el día 13 de septiembre de 1976 en la esquina de Alsina y Crispi, Claypole, cerca de su casa. Era militante peronista y también militante católico.  17 octubre 1976: Secuestro de César Nicolás Maza Saldaño, tucumano de 22 años, en la esquina de Av. Pasco y Salta, Temperley. Vivía en Carlos María de Alvear 5731, San José. Militante de Montoneros.  22 octubre 1976: Desaparición de Enrique Rodolfo Barry, 28 años, de Adrogué, en la localidad de Bernal, Quilmes. Militante montonero y de la JTP, su organización de origen fue FAR.  27 octubre 1976: Ejecución de Rosario Victoria Ramirez, de 27 años de edad, en un allanamiento de las fuerzas represivas conocido como “La masacre de Corina”, en Avellaneda. Militante de Montoneros casada con José Vicente Vega, vivió muchos años en San Francisco Solano, Almirante Brown.  28 octubre 1976: Desaparición de Gerardo Omar Moreyra, de 24 años, en Bernal, Quilmes. Militante católico y de la organización Montoneros, vivía en la calle Joaquín V. Gonzalez, próximo al club El Ciclón, en Burzaco.  7 noviembre 1976: Desaparición de Ricardo Omar Lois en Capital Federal. Vivía en la calle Dardo Rocha al 400, en Burzaco. Jugó al rugby en el club Pucará y era estudiante de arquitectura en la UBA. Militante peronista.  16 noviembre 1976: Desaparición en Burzaco de Adalberto Luján González Etchegoyen de 22 años. Era chapista. Militante peronista. 137

De aquella roja raíz  24 noviembre 1976: Desaparición de Marta Margarita Mastrángelo, de 35 años, de su domicilio de la calle Murature 1735, Adrogué. Maestra y preceptora del Colegio Nacional Almirante Brown, fue elegida consejera escolar en 1973 por el FREJULI.  3 diciembre 1976: Desaparición de Enrique Antonio Moschini Baudot, mendocino de 39 años, de su domicilio en Burzaco, calle Mercedes 245. Vinculado al Partido Revolucionario de los Traba- jadores, fue diariero y tuvo un pequeño comercio en Av. Monte- verde y Ángel Gallardo.  3 diciembre 1976: Desaparición de Carlos Antonio Ibarra Castro, tucumano de 22 años, en Av. Monteverde y Ángel Gallardo. Era obrero metalúrgico. Caso vinculado al anterior.  3 diciembre 1976: Desaparición de Rubén Ramón Mataboni Lescano (“Verdura”), 34 años, en Capital Federal. Militante peronista, es uno de los trabajadores de la empresa Molinos Río de la Plata desaparecidos. Vivió en Burzaco.  6 diciembre 1976: Desaparición de Luján Susana Papic, maestra de Burzaco, de 24 años, en Capital Federal. Militante de la Juventud Peronista y esposa de Enrique Rodolfo Barry, desapareció con su hijo Agustín, hallado a los pocos días.  8 diciembre 1976: Desaparición de Germán Nicolás Gramajo Gómez (“Tati”), de 35 años de edad, en Monteros, Tucumán, donde estaba de vacaciones. Empleado municipal, trabajaba en el cementerio de Rafael Calzada. Vivía en Claypole.  12 enero 1977: En el barrio Sakura, donde vivían y militaban, desaparecieron Ernesto Ramos, su hermano Lucio Dionel Ramos —ambos correntinos, de 25 y 24 años respectivamente— y Roberto “Beto” Castillo, misionero de 38 años. Todos eran militantes peronistas. Sus restos, en los tres casos, fueron exhumados del cementerio de Avellaneda e identificados por el EAAF.  11 febrero 1977: Desaparición de Carlos Adolfo Cienciala Russo, de Burzaco, 30 años, en Laferrere, partido de La Matanza. Es uno de los trabajadores desaparecidos de la Mercedes Benz. 138

Juan Ranieri  16 febrero 1977: Desaparición forzada de Rubén Antonio Torres Palma, salteño de 39 años, en inmediaciones de las calles 30 de septiembre y Chayter, José Mármol, cerca de su domicilio de Ferré 95, José Mármol.  18-20 febrero 1977: Desaparición de José Pedro Callaba Piriz. Uruguayo de 24 años, vivía en Rafael Calzada y militaba original- mente en Tupamaros.  19 febrero 1977: En la calle Tucumán al 900 de José Mármol se produjo el secuestro del matrimonio compuesto por María Ester Donza Seguel —maestra de 25 años— y Roberto Julio Coria —artesano de 22 años—. En el mismo hecho fue secuestrado Nelson del Carmen Flores Ugarte, chileno de 31 años, propietario de la vivienda. La esposa de este y dos hijos menores, también detenidos, fueron liberados al día siguiente. Los tres desaparecidos militaban en Montoneros.  20 febrero 1977: Secuestro de Carlos Enrique Gómez García (“Japonés”), de 22 años, y de Graciela Lilian Amarilla Rodríguez (“Lili”), de 18 años, en las calles Conscripto Bernardi esquina Buenos Aires —actual Martín Arín—, José Mármol. Militantes de Montoneros.  26 febrero 1977: Desaparición de Carlos Esteban Rodríguez Mendizabal (“Chamaco”), de 23 años, en Quilmes. Vivía en la esquina de Humberto Primo y Aquino, Rafael Calzada. Era obre- ro ferroviario, delegado en los talleres de Temperley. Activo militante católico y de la organización Montoneros. Ese mismo día desapareció Mirta Teresa Gerelli Marazzato, de 26 años de edad, en un lugar aún no determinado. Pareja de Carlos Esteban, compartía el mismo domicilio. Estaba embarazada en cautiverio.  26 febrero 1977: Desaparición de Carlos Alberto Chiappolini Otero en zona norte del Gran Bs Aires. Vivió en inmediaciones de Castelli y Jorge. Juventud Peronista.  28 febrero 1977: Desaparición de Silvia Juana Rivadera Gonzalez, cordobesa de 33 años, y de su esposo Víctor Mario Rivadera Ríos, de 43 años, en la calle Erezcano al 1600, Rafael 139

De aquella roja raíz Calzada. Ella era terapista ocupacional y él empleado del diario La Opinión y taxista. Ambos militaban en el ERP.  2 marzo 1977: Ejecución sumaria de Orlando Raúl Bastarrica (el “Loco Orlando”), de 31 años, en su domicilio de Joaquín V. Gonzalez y Garibaldi, barrio El Trebol, Claypole. Pertenecía a la organización Montoneros y era militante católico. Inhumado como NN en el cementerio de Rafael Calzada, sus restos fueron identificados.  03 marzo 1977: Secuestro de Nicolás Puca Gerónimo, jujeño de 34 años de edad, en algún lugar de la Capital Federal entre su trabajo y su domicilio. Vivió en Longchamps.  4 marzo 1977: Desaparición de Cristobal Augusto Dedionigi (“Cacho”) en Lanús. Tenía 23 años y vivía en José Mármol, cerca de la estación. Militaba en Montoneros.  8 marzo 1977: Ejecución sumaria de José Andres Flores Buhler, chaqueño de 19 años, en proximidades de Donato Alvarez y calle 824, Rafael Calzada.  14 marzo 1977: Desaparición de María Florencia Ruival Alvarez, de 28 años, en la calle Nother 5115 de San José. En el mismo hecho desaparecieron Vicenta Orrego Meza, paraguaya de 26 años, y José Luis Alvarenga, misionero de 28 años. Los tres murieron enfrentados a las fuerzas que cercaron la vivienda y que finalmente se llevaron sus cuerpos. María Florencia y José Luis fueron finalmente exhumados del cementerio de Rafael Calzada e identificados por el EAAF. Montoneros.  20-21 marzo 1977: Desaparición del actor Diego Fernando Botto, en algún punto del trayecto entre Capital Federal y Adrogué, donde vivía. Militaba en la Juventud Peronista.  22 marzo 1977: Desaparición de Daniel Eduardo Calleja, médico psiquiatra de 26 años, en Capital Federal. Vivía en Rosales al 1100, Adrogué. Trabajaba en el Hospital Posadas.  1 abril 1977: Desaparición de Rodolfo Alberto Gómez Ruiz, de 26 años, en Adrogué. 140

Juan Ranieri  5 abril 1977: Ejecución sumaria y desaparición de Mario Miguel Mercader Meyer en Amenedo y Santa Ana, San José. Había sido secuestrado en Tolosa, La Plata, el 10 de febrero de 1977. Militante peronista. Sus restos fueron exhumados del cementerio de Rafael Calzada e identificados por el EAAF.  5 abril 1977: Ejecución sumaria y desaparición de Marta Edith Veiga Domínguez en Amenedo y Santa Ana, San José, junto a Mario Miguel Mercader Meyer. Había sido secuestrada el 16 de diciembre de 1976 en la calle 45 entre 18 y 19, La Plata. Al momento de su secuestro estaba embarazada. Militante peronista. Sus restos fueron exhumados del cementerio de Rafael Calzada e identificados por el EAAF.  6 abril 1977: Desaparición forzada de Sebastián Borba Enciso, paraguayo de 32 años de edad, en el barrio Santa Isabel de San Francisco Solano, Almirante Brown. Sus restos fueron exhumados del cementerio de Lomas de Zamora e identificados por el EAAF.  16 abril 1977: Desaparición de Humberto Joaquín Vago, de 31 años, en Rafael Calzada. Militaba en Montoneros y en el sindicato de Luz y Fuerza.  18-19 abril 1977: Desaparición de Nelo Antonio Gasparini, cordobés, obrero y delegado sindical. Ejecutado el 24 de mayo de 1977 en el falso enfrentamiento conocido como “Masacre de Monte Grande”. Tenía 24 años y vivía en Claypole.  13 mayo 1977: Desaparición del matrimonio integrado por Pedro Crisólogo Morel Barrios, formoseño de 32 años, y Sara Fulvia Ayala Collar, paraguaya de 22 años. Ambos fueron secuestrados en el domicilio de la calle Yatay —actual Catedral— N° 344 de Claypole. Al momento del secuestro ella estaba embarazada. Desaparición de Lucinda Delfina Juárez Robles, tucumana de 28 años. Fue secuestrada con el matrimonio Morel—Ayala en el mismo domicilio que compartían con otras personas. Militaba también en el ERP. En el mismo hecho se produce también la desaparición de Lucía del Valle Losada Jimenez, tucumana de 27 años, en Claypole. Todos eran militantes del ERP. 141

De aquella roja raíz  14 mayo 1977: Desaparición de Rómulo Gregorio Artieda Galarza, correntino de 22 años, en inmediaciones de la estación de Burzaco. Compartía con los anteriores el domicilio de Yatay 344 en Claypole. Militaba en el ERP. Sus restos fueron exhuma- dos del cementerio de Empedrado, provincia de Corrientes, e identificados por el EAAF.  17 mayo 1977: Desaparición de Luis Alberto Angelini, de 31 años. Vivía en la calle Manzanares 264, Burzaco. Es uno de los trabajadores desaparecidos de la fábrica Rigolleau de Quilmes. Militaba en el ERP.  27 mayo 1977: Desaparición de Nina Judith Golberg Ratuschny, de 18 años. Estudiante de derecho en la Universidad Nacional de La Plata, vivía en Adrogué.  10 junio 1977: Desaparición de Aldo Roberto Gallo Gandulla (“Manolito”) de 24 años. Vivía en la calle Don Pelayo entre Gervasio Mendez y Mazzini, Glew. También desapareció su compañera, María Cristina Michia Cismondi, de 24 años, que vivía en inmediaciones de las calles Erezcano y Piedrabuena, José Mármol. Ambos militaban en Montoneros. Los restos de Aldo fueron exhumados en el cementerio de La Plata e identificados por el EAAF.  14 junio 1977: Desaparición de Jorge Alberto Martinez Abelleira, de 29 años, empleado, en José Mármol.  19 junio 1977: Desaparición de Héctor Oscar Cerulo Gonzalez, de 20 años, en Claypole. Obrero, albañil.  19 junio 1977: Desaparición de Reinaldo Miguel Pinto Rubio, chileno de 23 años, en Claypole. Ejecutado el 20 de junio de 1977 en la esquina de las calles 103 y 32 de la misma localidad. Sus restos fueron exhumados en el cementerio de Rafael Calzada e identificados por el EAAF.  3 julio 1977: Asesinato de Roberto Rossi Mir en lugar próximo a la intersección de las Avenidas Escalada y Cnel. Roca, Capital Federal. Había sido secuestrado el 15 de junio de ese año en la misma ciudad. Vivía en José Mármol. 142

Juan Ranieri  21 julio 1977: Desaparición del matrimonio integrado por Guillermo Eduardo Ricny Vicentini, empleado y estudiante de 27 años, y Graciela Mirta Nogueira Marini, maestra de educa- ción especial, de 28 años. Desaparecieron de su domicilio de Bermudez 633, Burzaco. Militaban en Montoneros.  26 julio 1977: Asesinato de Eugenio Miguel Carrizo Banegas en Av. Del Trabajo al 6300, Capital Federal. Porteño, de 23 años de edad, vivía en Ferré 845, José Mármol. Peronismo revolu- cionario.  03 agosto 1977: Secuestro de Elba Liliana Carrizo Hernández en el barrio de Balbanera, Capital Federal. Oriunda de Chubut, de 25 años, vivió en Av. San Martín 1508, Adrogué. Militante peronista.  07 agosto 1977: Secuestro de José María Iriarte Mendoza en un bar de Capital Federal con detención en la comisaría 12° del barrio de Caballito. El día 26 de ese mismo mes apareció muerto en aguas del Riachuelo, localidad de Avellaneda. Oriundo de Lanús, de 38 años de edad, vivía en Gaboto y Barranca, José Mármol  10 agosto 1977: Desaparición de Rosa Ana Perrota Porco, de 22 años. Vivía en San Francisco Solano, Almirante Brown.  11 agosto 1977: Desaparición de Alfredo Emilio Patiño Cavolata (“Flaco Tito”), de 31 años. Es uno de los trabajadores desaparecidos de la empresa Molinos Río de la Plata. Vivía en Almirante Brown y militaba en Montoneros.  17 agosto 1977: Muerte de Arnoldo del Valle Moyano, de 32 años, en un enfrentamiento producido en Banfield. Había nacido y vivió en Adrogué. Militó en Montoneros. Sus restos fueron exhumados del cementerio de Lomas de Zamora e identificados por el EAAF.  18 agosto 1977: Desaparición de Edgardo Patricio Moyano, de 26 años, hermano del anterior. También nació y vivió en Adrogué. Militaba en Montoneros. 143

De aquella roja raíz  20 agosto 1977: Asesinato de Agustín Choque en la esquina de Rawson e Italia, Burzaco. Tenía entre 45 y 46 años (clase 1931). Vivía en Dock Sud.  31 agosto 1977: Desaparición de Eva del Jesús Gómez Leiva y su marido Américo Ginés Agüero Juárez, ambos tucumanos, de 38 y 32 años respectivamente, en la calle Solís (luego Pettoruti) casi esquina Mitre en Burzaco. Ambos militantes peronistas de Lanús, él trabajaba en la fábrica metalúrgica SIAT de ese distrito. Montoneros.  6 septiembre 1977: Muerte en enfrentamiento con las fuerzas represoras de René Honorio Oberlín Bertold, de 36 años, en Burzaco. Organización Montoneros.  13 septiembre 1977: Secuestro de Martina Concepción Espinoza Mendez de Robles, paraguaya, y de Carlos Guillermo Robles Pugliese, oriundo de Lanús, ambos de 31 años de edad, en Leandro N. Alem al 1400, Banfield. El matrimonio vivía en Rafael Calzada. Militaban en Montoneros.  16-17 septiembre 1977: Secuestro de José Clemente Artigas Barrientos en Ringuelet, La Plata. Correntino de 35 años, vivía en Viera y Belgrano, Burzaco. Organización Montoneros.  14 octubre 1977: Ejecución y desaparición del matrimonio integrado por Juan Antonio Ginés Puig, de 31 años, y Marta Ester Scotto Miguel, de 28 años. Con ellos desapareció su hijo de 11 meses, Emiliano Damián Ginés Scotto, del cual hay certeza de fallecimiento internado en el Hospital de niños de La Plata. Los tres desaparecieron en la calle Carlos María de Alvear 5640 de San José. En el mismo hecho es también muerto y desaparecido Sergio Natalio Yovovich, de 21 años. Todos eran militantes de Montoneros. Los restos de Juan Antonio, Marta y Sergio fueron exhumados del cementerio de Rafael Calzada e identificados por el EAAF.  17 octubre 1977: Asesinato de María Cristina Centrón Sepile en Pedro Echagüe y Tucumán (actual Algarrobo), Burzaco, en cercanías de su casa. Tuvo anteriormente otros domicilios en 144

Juan Ranieri Burzaco y Longchamps. Militaba en Montoneros.  8 noviembre 1977: Asesinato de Diego Julio Guagnini Raymundo, de 26 años, y de Walter Hugo Manuel Prieto Caivano, neuquino de 26 años, en el cruce de las avenidas Hipólito Yrigoyen y Monteverde, rotonda de Los Pinos, Burzaco. Los restos de ambos fueron exhumados del cementerio de Rafael Calzada e identificados por el EAAF. Con ellos fue asesinada una tercera persona NN.  Noviembre, segunda quincena de 1977: Desaparición de José Vicente Vega (“Gordo José”) de 29 años. Vivió en San Francisco Solano y otras localidades de Almirante Brown. Militó en Montoneros Columna Blajakis. La fecha que consta en denuncia original, errónea, es 15 de agosto de 1977.  30 noviembre 1977: Asesinato de José Oviedo Delgado en la ciudad de Corrientes. Había sido secuestrado el 3 de julio de ese año en Claypole. Ligas Agrarias.  13 diciembre 1977: Desaparición del matrimonio integrado por Mirta Noemí Martinez López, de 28 años, y José María Martinez, de 33 años, ambos en una vivienda de la calle Manuela Pedraza al 2000, barrio Los Álamos, Glew. Militantes montoneros.  13 diciembre 1977: Resultaron muertos en una emboscada Estela Inés Oesterheld, de 25 años, y su marido Raúl Oscar Mortola Serial, correntino de 28 años. El hecho se produjo en el mismo lugar, horas después que el caso anterior. Montoneros.  14 diciembre 1977: Fue muerto en enfrentamiento Juan Alejandro Barry, de 30 años, de Adrogué, secretario político de Montoneros, en la localidad balnearia de Lagomar, departamento de Canelones, Uruguay. Montoneros. Provenía originalmente de FAR.  14-15 diciembre 1977: Suicidio en enfrentamiento de Susana Beatriz Mata, de 29 años, de Adrogué, militante de Montoneros y primera secretaria general de la Unión de Educadores de Almirante Brown. Integrante de Montoneros, al igual que su marido Juan Alejandro Barry, su organización de origen fue FAR. 145

De aquella roja raíz  22 diciembre 1977: Desaparición de Francisco Dimenzza Domino, comerciante santafesino de 55 años, en Hipólito Yrigoyen y Arenales, Burzaco, cerca de su casa. Militante peronista.  03 febrero 1978: Secuestro en zona sur del Gran Buenos Aires — lugar no determinado— de Juan Lorenzo Figueroa. Tucumano, de 38 años de edad, vivía en la localidad de Glew.  03 febrero 1978: Asesinato de María Stella Zanocco Pesado Arenas de Medina, mendocina de 32 años, en la calle Riego Núñez entre Segurola y San Raymundo, Turdera. Vivía en Rafael Calzada. Militaba en Montoneros.  23 febrero 1978: Desaparición de los hermanos Amado Nelson Cáceres Cristaldo y Arnaldo Darío Cáceres Cristaldo, paraguayos, mellizos de 17 años, en Humberto Primo y Santa Ana, San Francisco Solano. Organización Montoneros.  14 marzo 1978: Secuestro de Basilio Pablo Surraco Britos, porteño de 33 años, en Salguero 329, Almagro —estudio jurídico donde trabajaba—. Montoneros. Vivía en Sarmiento 464, Longchamps.  7-8 abril 1978: Desaparición de Luis Ramón Ledesma en el barrio San José de Lanús junto a su pareja, Nilda Beatriz Muñoz, que estaba embarazada. Ambos militaban en Montoneros. La única vinculación de Luis con Almirante Brown es que sus restos fueron exhumados del cementerio de Rafael Calzada y posterior- mente identificados.  12 abril 1978: Desaparición de José Gregorio Ferreyra Gómez, obrero de 28 años, en Rafael Calzada.  20 abril 1978: Desaparición de Jorge Hugo Martinez Horminoguez, uruguayo de 22 años; su esposa Marta Beatriz Severo Barreto, uruguaya de 20 años, y el hermano de esta, Carlos Baldomiro Severo Barreto, uruguayo de 16 años, albañil. Los tres desaparecieron de la vivienda ubicada en Alcorta 1745 –actual 3869- de Claypole.  22 abril 1978: Desaparición de Raúl Ernesto Aguirre en la calle Avellaneda al 3200, Rafael Calzada. En el mismo hecho fue 146

Juan Ranieri asesinado Horacio Wenceslao Orué Juani, santafesino de 39 años. Hay controversias de fecha y lugar sobre este último caso.  18 mayo 1978: Muerte de Elena Ester Canella López, docente, en el Hospital Melendez de Adrogué, pocas horas después de ser herida en Avenida Espora y Podestá, barrio Corimayo, Burzaco. Caso no reconocido oficialmente.  18 mayo 1978: Desaparición de Rosa Estrella Mastrángelo, de 24 años, en la vía pública al salir de su trabajo en Capital Federal. Era estudiante de la facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Vivía en De Kay y Centenario de Mayo, Adrogué.  23 mayo 1978: Desaparición de Concepción Esther Mora Rivero, de 27 años, del domicilio ubicado en barrio Corimayo, Burzaco. Militaba en Montoneros.  1-3 agosto 1978: Desaparición de Hugo Washington Medina Flores, santafesino de 36 años, en Rafael Calzada. Militante montonero.  28 agosto 1978: Asesinato de Wenceslao Araujo Samudio Villamayor en la esquina de Somellera y Centenario de Mayo, Adrogué. Sus restos fueron exhumados del cementerio de Rafael Calzada e identificados por el EAAF. Montoneros. En el mismo hecho fueron asesinadas otras dos personas NN.  8 diciembre 1978: Desaparición de Jesús José Marciano, de 31 años, pareja de Concepción Esther Mora Rivero, en Sarandí. Militaba en Montoneros.  9 diciembre 1978: Asesinato de Ricardo Néstor Tajes García “El Dere”, de 28 años, en Remedios de Escalada. Vivía en Claypole con su compañera Graciela Mabel Passalacqua, poste- riormente desaparecida. Militaba en Montoneros.  10 diciembre 1978: Secuestro de José Abelardo Luna, entrerriano de 36 años, en la calle Derqui 256 de Banfield. Vivió en La Torcaza 915 José Mármol.  20 diciembre 1978: Secuestro de Juan Carlos Pérez Viera, chaqueño de 23 años, en lugar sin determinar de la Capital Federal. Vivía en Corrientes 810 José Mármol. 147

De aquella roja raíz  23 diciembre 1978: Secuestro de Graciela Mabel Passalacqua Razziga “La Tato”, de 30 años. Militaba en Montoneros. Fue vista en el CCD El Olimpo. Vivía en Tinogasta (actual Ricardo Rojas) entre El Baqueano y Zelaya, Claypole. Organización Montoneros.  20 abril 1979: Desaparición de Mario Marrero en Capital Federal. Era militante del Partido Comunista y trabajaba en la empresa General Motors. Vivía en Burzaco y tenía 29 años.  25 mayo 1981: Detención de Victorio Del Vigo en Capital Federal. Luego de permanecer en esa condición en la comisaría 35 apareció muerto en la vía pública. Integraba el sindicato de trabajadores portuarios. Militante peronista. Vivió en Burzaco. Actualizado octubre de 2020  Fuentes  Entrevistas realizadas personalmente a familiares y testigos con registro de audio y/o video;  Consultas de testimonios en juicio y fallos judiciales;  Secretaría de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires;  Registros oficiales del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación;  Publicaciones periódicas locales y nacionales. 148

Índice 7 9 Agradecimientos 13 Prólogo 15 Prefacio del autor 19 1. Alicia y Beatriz 24 2. El triángulo 27 3. La sombra de la Triple A 33 4. El plan macabro, de Lomas a Brown 36 5. Susana frente a las ruinas 38 6. Un viaje sin destino 41 7. Un insólito escondite 43 8. Se cierra el cerco 47 9. La dignidad de Carlos 50 10. El doctor Alonso 52 11. Osvaldo y Chicho 56 12. Horacio, el Garrapata 61 13. El MR-17 en Almirante Brown 64 14. Julio y Gerardo 66 15. Henry, el Pingüino 71 16. Marta 75 17. Susana, Silvia y Susi 80 18. Enrique 84 19. El Verdura 86 20. Susi no está 88 21. Tati 93 22. El terror sobre Sakura 97 23. Bynnon: el abismo de febrero 99 24. Chamaco y el Loco 25. Silvia y Víctor

26. El dolor de irse, el error de volver 105 27. Aquella célula del ERP 107 28. Judith 108 29. Aldo y Cristina 111 30. Jorge y Rony 113 31. El Chispa 115 32. En la comisaría de Adrogué 118 33. El Gordo José 124 34. Identidad 129 35. Un final 132 Registro de víctimas del terrorismo de Estado en 133 Almirante Brown


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