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INSOMNIOS FRAGMENTADOS - ANTONIO PAPALÍA

Published by Gunrag Sigh, 2021-10-19 22:37:35

Description: INSOMNIOS FRAGMENTADOS - ANTONIO PAPALÍA

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estaba en la mesa junto a la soda. Ángela se ocupaba de la vajilla para el almuerzo entre tanto Chela dialogaba con Ma- ritza, ambas sentadas muy juntas sobre el lado opuesto a la cocina. Intuí que hablaban de mí, nuestro cruce de miradas no pudo quedar en el vacío. Pronto, todo estuvo dispuesto prolijamente en platillos de porcelana de la firma italiana Richard Ginori, referencia de calidad, según el comentario de Franco cuando admiré su for- ma, dibujo y colorido. Cuidadosa y equidistantemente todos fueron distribuidos en los espacios vacíos de la mesa por mí, supliendo a Franco que comenzó a servir el aperitivo con hielo según ellos acostumbraban a hacerlo. Sólo a mí me preguntó de qué forma lo deseaba, y de inmediato, él alzó la voz para que le prestásemos atención y sin dificultad pude entender lo que decía en italiano. —¡Vamos, atención familia! ¡Hagamos un brindis por la amistad y la familia! ¡Salud! Todos levantamos las copas y el clásico “chin chin” resonó por unos segundos en el ambiente perfumado a lavanda. Nos brillaron los ojos por la alegría y ya distendidos, comenzamos a degustar los apetitosos platillos. Fue en ese momento que Franco comenzó a hablar de mí, de cómo nos habíamos cono- cido en Mendoza dadas las características de nuestros trabajos y la amistad remota que nos unía. Toda una puesta en escena para que la abuela y Ángela no sospechasen de mi verdadera situación. Yo consentía todo, avalando los dichos de Franco, agregando nuevos matices a la conversación y contestando aquello que Chela se atrevía a preguntar en español. Luego todo se desarrolló más fácilmente a la hora de saborear los exquisitos canelones de ricota, verdura y carne, el buen vino Malbec y los helados de chocolate y vainilla de “Frido”. La ceremonia del café en la sobremesa era el preludio del final de la etapa de reconocimiento y el principio de mi cruda verdad. XXIII – Primeros pasos Fue Chela quien me formuló la pregunta del millón en 51

cuanto se percató que teníamos un proyecto en común con Franco y de ahí, mi visita desde Argentina. —¡Estoy totalmente sorprendida! Desconocía la existencia de un proyecto con Franco, nunca nos ocultamos nada. ¿Qué tan secreto es, Anton? Crucé mirada con Franco y con un ademán de calma, tomé la palabra con suma tranquilidad entremezclando la farsa con la realidad. —¡Oh, es eso! Franco jamás te ocultaría un secreto, y si hay una primera persona que debe saber algo desconocido, esa persona tiene un nombre: Chela. Ahora bien, entre nosotros, —bajé la voz a medida que me acercaba a su rostro—, hay secretos que sólo el tiempo tiene las respuestas. La pregunta es: ¿cuánto tiempo dispones para hallar una? En tanto Chela me observaba ante mi desconcertante e ines- perada ocurrencia, Franco sutilmente nos invitó a trasladarnos a su departamento a fin de hablar y mostrar cierto material disponible para su evaluación sin dar más detalles. Bajo el pretexto de iniciar un trabajo, saludamos, dejamos a Ángela con los quehaceres domésticos y a Maritza entretenida con un programa televisivo y nos dirigimos al piso superior. El recorrido por la escalera fue silencioso, pero no para mi mente. Mi interior agradecía por la posición privilegiada en la cual me encontraba, es como si la providencia me tendía una mano y yo me tomaba de ella. La puerta se cerró tras de mí en tanto Franco nos invitaba a tomar asiento alrededor de la mesa del living. Mi primera reacción fue munirme de la computado- ra y la cámara fotográfica que Franco me había prestado y lue- go ubicarme en la cabecera, en medio de las posiciones de ambos: a la izquierda de Chela y a la derecha de Franco. ¡La hora de la verdad había llegado! —¡Computadora, cámara fotográfica! Parece que el proyec- to, el que fuese, está muy adelantado —Acotó Chela, inician- do el diálogo y rompiendo con su impaciencia. Franco dio la primera explicación, como dueño de casa se sintió en la obligación de crear el ambiente adecuado ya que él fue quien indujo a Chela a esta visita imprevista. —No, Chela. Todo lo contrario, el proyecto comienza ahora 52

y para eso, debemos olvidar toda conversación anterior junto a la familia. Aquello fue una “puesta en escena” para ocultar todo lo que expongamos desde ahora hacia delante. Cuando te pongas al tanto de lo que se trata, entenderás el porqué. La mirada inquisidora de Chela se posó en ambos con un movimiento leve de su rostro, sin embargo, como científica mantuvo la calma hasta el final. —¡Franco! Tu mensaje de ayer para adelantar mi visita con urgencia por algo como si fuese trascendental me coloca en actitud de impaciencia, cosa que disimulé hasta ahora. Y bien, ¿de qué se trata? ¡Los escucho! —Es que ha ocurrido algo fuera de toda lógica de lo que nosotros consideramos como “natural” y tus conocimientos de física y tu criterio científico puede ayudar a dilucidarlo. Anton ha preparado un informe previo en mi computadora para ti. ¿Explícale, quieres? —Así es Chela. He hecho varios informes secuenciados, desde mi identidad, historia personal y sucesos acaecidos; pa- so por paso. Te parecerá un guion de una película fantástica, pero lejos de eso, te toparás con una realidad no imaginada. Te propongo que leas los informes y lo cotejemos uno a uno con las pruebas que aquí están disponibles. Acerqué toda mi documentación, foto, celular y cámara foto- gráfica sobre la mesa y al alcance de su mano. Levanté la tapa de la computadora y posesioné el cursor en el primero de los informes y girándola la deslicé hasta la posición de Chela. Su rostro fue tomando un gesto de profundo interés, agudi- zando su visión sobre la pantalla, cotejando mis datos perso- nales con los documentos, con lo cual me daba un indicio del estado de la lectura. De vez en cuando levantaba los párpados como símbolo de extrañeza, se detenía observando las tarjetas de crédito y proseguía en silencio como el mejor de los detectives. Ahí supe que el informe inicial había terminado. XXIV - ¿Incredulidad? Hasta aquí Chela no había hecho ninguna acotación como si 53

se mantuviera a la expectativa de información más relevante. —¿Puedo continuar con el segundo informe? —Me pre- guntó levantando la mirada hacia nosotros sabiendo que no iba a recibir una negativa de nuestra parte. Yo hubiera preferido hacer un alto y analizar parte por parte, sin embargo, era lógico que ella deseaba tener un amplio panorama y luego indagar respecto a sus conclusiones inicia- les. —¡Sí, claro! Verás que este segundo informe concluye con el enigma que nos convocó. Si algo no comprendes por no ser claro, no dudes en preguntar. Ella asintió con la cabeza ante mi respuesta. La noté más compenetrada en la lectura y, de vez en vez, accionaba una tecla como si estuviera dejando una marca para retomar el te- ma y evacuar dudas. Eso me daba la pauta que todo se le tor- naba más que interesante dada su competencia en el tema. En tanto, el silencio de Franco escondía su impaciencia como me- jor podía, hasta que levantándose indicó con tono bajo. —¡Voy por café! Los suspensos me desgastan. Le hice una seña levantando el pulgar como sugiriendo la buena idea, dejando de lado el constante toqueteo a mis perte- nencias como un juego inhibidor del paso del tiempo, Chela levantó su mano izquierda sin distraer la mirada de la pantalla y sin dejar de puntualizar renglones de mi informe. Cuando la fragancia del café inundó el ambiente, me levanté a colaborar trayendo el azúcar y uno de los pocillos, el cual dejé sobre la mesa próximo a Chela. Franco, con cuidado, me siguió, ambos ocupamos nuestros asientos probando la infu- sión caliente. —¡Bueno, bueno, bueno…! La expresión de Chela indicaba que había terminado la lec- tura, expandió su espalda sobre el respaldar del asiento y respirando profundo, tomó un sorbo de café haciendo largo el silencio posterior. —¿Y qué dices a todo esto, Chela? Solo, bueno… —pre- guntó ansioso Franco terminando su café. —Si fuese broma, diría que el argumento podría ser una muy buena película taquillera, pero suponiendo que fuese verdad, 54

entonces…, debería investigar todo esto tan exhaustivamente como se pueda, detalle por detalle. —Puedes suponer bien, Chela. Sabiendo de tu profesiona- lidad, yo le pedí a Franco que fueses tú quien investigue esta anomalía. Comprenderás que no puedo presentarme a las au- toridades y contar esta historia con documentación atemporal. Con justa razón sospecharían que fuese una falsificación de alta calidad y aun cuando satisfactoriamente todo podría acla- rarse bajo el pretexto de alguna confusión mental, mi vuelta a casa no sería en mi época real. —¡Vamos, Chela! ¿Acaso piensas que Anton miente? —No dije eso, no me mal interpreten. Los documentos y las tarjetas e incluso la foto en que está con su madre, de nada sirven si Anton fuera un fraude. Hoy mismo podríamos aper- sonarnos en la comuna y verificar nombre, apellido y fecha de nacimiento y todo estaría en orden, pero eso no nos garantiza que él —señalándome— fuese Anton. —¿Y entonces? —Dudó Franco y prosiguió con cierto ner- viosismo—. ¿No vas a investigar las fotos de su celular que yo mismo he visto ayer? —¡Claro que sí! Entre otras cosas, eso es lo que marqué en el informe para averiguar su autenticidad. En cierta forma Chela tenía razón. No estaba obligada a creer mi historia familiar, tampoco lo disimuló sin importarle mi susceptibilidad. Sería un precio que yo debía pagar en tanto se interesara por el resto de la información y lograra ayudarme. Encendí el celular y acomodándome a la par de ella, le fui mostrando todos los iconos y le expliqué sus funciones, aun- que lamentablemente no podía demostrárselo en la práctica, salvo la galería de fotografías. Quedó atónita al comprender la diferencia tecnológica entre su aparato y el que yo sostenía. Mi jugada había surtido efecto: darle al científico, nuevos horizontes. —Bien, todas estas fotografías están en esta cámara foto- gráfica y las pasaremos a analizar en cuanto apague el celular. Su batería está al 38% y no deseo que se agote. 55

XXV – Evidencias Encendí la cámara fotográfica con nuevas esperanzas, pero sabía que debía ir de lleno a un impacto contundente para que las incertidumbres se disiparan sin retorno. Franco no dudaba de mis argumentos, pero por su condición de científica, Chela estaba obligada a indagarlo todo. Tome la palabra como quien va a defender una tesis, con decisión y autoridad, con firmeza y convicción. —Esto que aquí ves, es la fachada y entrada del edificio en el cual vivo, en mi tiempo real, fechado al pie: “Fecha de ima- gen junio 2019-Google 2019”. Por designio del destino, yo fui tomado saliendo del edificio en el instante de la toma. Puedes ver claramente que soy la misma persona junto al encargado haciendo su tarea. Ahora, entremos en la computadora a Goo- gle Maps y nos trasladamos nuevamente a la ubicación de mi edificio. ¡Permíteme hacerlo! —Con rapidez, coloqué los da- tos pertinentes y luego de ubicar la zona, pasé al primer plano del edificio—. ¡Aquí está! El mismo edificio, la misma facha- da, pero observa estos detalles: Los árboles son los mismos, pero inmensamente más pequeños y la data al pie de imagen es clara: “Fecha de imagen diciembre 2008-Google 2008”. Chela agudizó la vista, paseó su mirada varias veces por am- bas imágenes y asintió con la cabeza como aceptando la situa- ción. No obstante, fui a fondo con las evidencias aportando otras imágenes. —¡Observa lo siguiente, Chela! Esta otra, es la foto de Goo- gle de mi casa de nacimiento tomada en mi época real, pero al pie se lee claramente: “Fecha de imagen noviembre de 2010”. Esto significa que, si te asomas por el ventanal y miras hacia abajo, verás exactamente la misma imagen. Es decir Google pasó en estos últimos días por esa calle, así que, si nos pose- sionamos en Google Maps de este lugar podríamos cerciorar- nos si ya actualizó la imagen o a qué fecha pertenece la ante- rior. Chela comprendió la idea, rápidamente prefijó el lugar, ubi- có la imagen, y si bien no había demasiada diferencia, la fecha que figuraba al pie no era otra que “marzo de 2007”. 56

Evidentemente aún no la habían cambiado. Ahora sí, en el rostro de ella se notaba cierta perplejidad, y al cruzarse nues- tras miradas, percibí su convencimiento. —¡Vaya, vaya…! ¡Qué sorprendente! —¿Te has convencido ahora? ¿No crees que Anton esté diciendo la verdad? —Podría explicar cada foto que tengo con mis hijos, lugares y eventos, pero no tienen una fecha de referencia más que en mi memoria y no te servirían como prueba. La firme convicción de Franco y la ampliación de mi parte del vasto panorama que las fotos brindaban, sustentada por la tecnología de mi teléfono celular, daban un crédito mayor a toda la exposición. —¡Perfecto! Como científica debo iniciar la investigación sobre una base cierta, real. ¡Ya lo dije antes y lo sostengo! Anton, dime: ¿Te gusta el fútbol? —Pues, claro. Simpatizo con Boca Juniors de Argentina, pero eso, ¿qué tiene que ver con esto? —Entonces deberás saber qué país ganó el campeonato mundial en el año 2014 y 2018. —Desde ya que sí, en el año 2014 Alemania venció a la Ar- gentina en la final y en el año 2018 Francia lo hizo sobre Croacia. ¿De qué sirve saberlo si eso está en el futuro? —De nada y de mucho, tu respuesta fue instantánea y sin dudar, eso me convence más que el resto de las fotografías. —¡Ah, también eres psicóloga! —Me sentí atrapado como un niño en un juego en el cual no sabía jugar, pero pronto me repuse con otra pregunta que nadie esperaba—. Es evidente que soy un hombre de suerte, ¿imaginan por un momento si les dijese que muy pronto habrá dos Papas simultáneamente? Seguramente me tomarían por mentiroso… o loco. Ambos me miraron con tanta extrañeza que pensaron que mis dichos no eran más que una broma. —¡Que ocurrencia! Aquí en Italia, en Roma, en el Vaticano, en la cuna de los Papas, ¿dos a la vez? Sólo faltaba una carcajada de Franco y que yo dijera la fecha y el nombre del nuevo papa. Ahora, me interesaba más llevar la conversación hacia la resolución de mi dilema personal. 57

Capítulo XXVI – Confesiones Rápidamente, y dejando sin motivación a mis dichos ante- riores, cambié el giro de la conversación. Antes de continuar con mis apuntes era necesaria una primera impresión de Chela. Y así como lo pensé, fui directo al tema con la seriedad que ello merecía. —¡Bien, Chela! Doy por sentado que ahora me crees, así como Franco lo hizo antes. Tengo otros apuntes para analizar, pero necesito tu opinión hasta aquí. Saber que hay una res- puesta lógica y una solución posible. ¿Las hay? —Voy a partir de la base que todo esto es real, Anton, así evitamos especulaciones. Ahora…, debes comprender que es la primera vez que estoy frente a un problema real de esta magnitud. Hasta ahora, estudié toda cuánta teoría científica anda en las universidades, libros, simposios y todas clases de conspiraciones entre potencias mundiales. Desde las películas de Hollywood y la saga de “Caballo de Troya” de Benítez, los supuestos portales de ovnis y antiguas civilizaciones con má- quinas del tiempo y cuanto más se te ocurra, está bajo un velo clasificado. —Por supuesto que comprendo todo eso que dices y hasta se puede fantasear con ello, pero este es mi caso real, tangible y bien demostrable. No significa que todo lo demás lo sea o tal vez sólo un pequeño porcentaje, eso no lo sabremos por ahora… Pero, si existe ese ínfimo porcentaje, también nos debiéramos preguntar si el mismo es natural o recreado. En esta última pregunta es donde tu campo de conocimiento debe concentrarse. Franco nos observaba como si discutiéramos de igual a igual, no había en mí tono agresivo ni provocativo, sólo un mecanismo deductivo como un hilo inicial de una madeja por desenvolver. —¡Lo lamento, Anton! No quise ser tan tajante. Las teorías hablan de la factibilidad “tiempo-espacio” más allá de las tantas negaciones por la incapacidad tecnológica al momento y de las grandes paradojas que se deberían resolver. Veamos, en tu informe mencionaste una que es real. La fotografía de 58

Google mostrándote en junio de 2019 indica que has vuelto aún sin saber cómo. Pero, podemos deducir otra. —¿Qué otra? —dije esperanzado. —Que has vuelto a tu tiempo real en el mismo momento cuando lo dejaste o al menos, lo más cercano posible — Ase- guró Chela—. ¡Es fácil deducirlo! Le llamo efecto “tirabu- zón”. —¡Sé que es fácil! Ayer pensé mucho. Lo descubrí al seguir una lógica de comportamiento y contemplé varias alterna- tivas, aunque no lo mencione en el informe. De haber llegado a mi otra realidad en un tiempo muy anticipado entre el 2010 y el 2019, yo me hubiera conectado con Franco aun co- nociendo las limitaciones tecnológicas y que él no me cono- ciera, más no sea por correo postal. Pero yo sé que nunca lo hice y por lo tanto descarté mencionar esa posibilidad. Franco nos miraba con ojos grandes, asombrado por nuestra dialéctica tratando de entender e intervenir en la conversación. —¿Quieres decir que si volvieras a tu tiempo, cosa que dan por hecho, nosotros deberíamos esperar todos esos años para volver a comunicarnos? —Así es Franco, sólo que en mi caso podría hacerlo en cuanto llegue, a menos que… —¿A menos qué…? —interrumpió indagando Chela con cierto sobresalto. —Cuando llegué a este tiempo, más allá de la sorpresa, no olvidé nada de mi pasado y gracias a esa situación, hoy esta- mos aquí reunidos analizando los hechos. No quiero pensar qué hubiera sido de mí si no recordase mi identidad y proce- dencia. ¿Y si en mi regreso no sucede lo mismo? ¿O si despierto como nada hubiera sucedido? O peor aún, que fuese mi tiempo real, pero en otro lugar desconocido, región, país… Franco me miró con los ojos desorbitados, no esperaba que esas posibilidades pudieran ser posibles; sin embargo, Chela asintió con un movimiento de cabeza, como algo lógico a nuestro pensamiento racional. Tras momentos de profundo silencio, retomé la palabra un poco más calmado. 59

—Tal vez haya que tomar ciertas precauciones si pudiése- mos descubrir cómo funciona el elemento “tiempo”. XXVII – Basilisco I Chela me miró resignando una respuesta positiva, giró la computadora hacia su lado y en voz baja solo murmuró: —Queda otro informe, ¿verdad? —Sí, yo lo tengo resumido en estas fotografías que tomé con la cámara. Espero que el título te sea familiar. —Basilisco de Roko, ¿qué es todo esto? —¡Ya lo suponía! Creí que lo habrías leído en el foro de Less Wrong. Es un blog y foro comunitario centrado en la discusión de sesgos cognitivos, filosofía, psicología, economía, raciona- lidad e inteligencia artificial, entre otros temas. —No conozco tal foro, tal vez debamos buscarlo en Google, pero antes debo leer tu informe y saber de qué se trata. —¡Pues, adelante Chela! Franco, tú puedes seguir la lectura a través de estas capturas fotográficas, toma la cámara. Yo, entre tanto, prepararé más café. Me desplacé hasta la cocina como si fuese el dueño de casa y rápidamente coloqué la cafetera eléctrica con el resto del café a calentar. Por las pocas palabras cruzadas con Chela so- bre este último informe, daba por sentado que debía esfor- zarme para ser comprendido por ambos sobre un tema aparen- temente desconocido por ellos. Aún Chela no había aportado mucho, no mucho más de aquello que yo había investigado, la duda a que podía hacerlo se acrecentaba y la alternativa de un secreto de a tres corría serio peligro. Sin embargo, contaba con ellos. La hospitalidad de Franco me era indispensable, y una testigo como su novia, al menos, sería escuchada por su círculo científico. El fracaso no era una opción porque existía la prueba de mi regreso, sólo me preocu- paba el cómo y el cuándo. El sonido de la cafetera interrumpió mi frío análisis y volví con ella a la mesa llenando los tres pocillos sin preguntar. Franco hizo un alto a su lectura y tomo un sorbo. Noté en su 60

rostro cierta preocupación y sin decir palabras, continuó. Chela estaba focalizada en cada párrafo, que con avidez iba desgranando su lectura y de vez en vez su mano izquierda se tocada el mentón como un acto reflejo. Yo sabía que el informe era extenso. La primera vez que lo leí en Google me llamó poderosamente la atención, tanto es así que mi mente hizo comparaciones que rayaban lo absurdo, pero científica y filosóficamente debatibles. El hecho de ha- berlo apartado en mis notas, hoy y en este tiempo, me da otra herramienta para una discusión con probabilidades de ser te- nida en cuenta. Al fin, Chela dejó de leer y levantó su pocillo de café. Nada dijo de la falta de azúcar en él, apresuradamente se posesionó en Google para buscar el artículo sobre el Basilisco. Su inten- ción era más que predecible. ¡No lo encontrarás, Chela! Yo me adelanté por ti. Al co- mienzo del artículo lo dice claramente: Ocurre este año, pero no aclara el mes y que pronto fue retirado por ocasionar ciertos trastornos mentales. Estamos en noviembre y tal vez ya lo ha- yan descartado o aún no ocurrió y debemos estar atentos para los próximos días. Chela no habló hasta cerciorarse que mis dichos fuesen verdad. —Anton, ¿tú crees en estos postulados sobre la inteligencia artificial? Franco se adelantó a mi respuesta aportando su opinión. —¡Esto es una locura! Se parece a la creación de un dios todopoderoso a los cuales estaremos sujetos. —Tú eres científica, Chela. Sabes bien que la tecnología avanza a pasos agigantados año tras año. Este celular tiene cuatro generaciones más modernas que el de ustedes y aún, en mi época, los hay más avanzados. Esto es sólo un indicio ín- fimo de una tecnología doméstica, ¿imaginas a gran escala qué está ocurriendo en el mundo? ¿Y qué decir de cierta tec- nología ya conocida como el Gran Colisionador de Hadrones? Sus experimentos aún son superficiales, pero para mi época real los avances fueron de suma importancia científica. La- mento mucho no haber traído esa información para tu 61

conocimiento. Mientras Franco me observaba boquiabierto por mi locu- ción, yo redondeé el pensamiento argumental sobre la pre- gunta de Chela. XXVIII – Basilisco II —¡Chela, todo es posible! No se trata de creer como si fuera un dogma de fe, aunque Franco tiene razón sobre su deducción empírica, sólo que aún hay que demostrarlo. El postulado del Basilisco de Roko es muy claro: “La premisa del Basilisco de Roko es el advenimiento hipotético, pero inevitable, de una superinteligencia artificial en el futuro. Esta superinteligencia sería el producto inevitable de la singularidad tecnológica, esto es, el momento en el que una inteligencia artificial creada por la humanidad fuera capaz de automejorarse recursiva- mente. En el experimento del Basilisco de Roko, esta superin- teligencia es llamada el Basilisco. El Basilisco sería, a priori, una inteligencia benévola, cuyo objetivo último sería ayudar a la raza humana. Para ello, el Basilisco desarrollaría una ética utilitarista: debe ayudar a la mayor cantidad posible de seres humanos. Como toda super- inteligencia, sus recursos serían, desde una perspectiva hu- mana, ilimitados. El Basilisco concluiría inevitablemente que cada día que el Basilisco no existió, hubo gente que pudo haber sido salvada de morir o sufrir pero que no lo fue porque el Basilisco no existía. Desde esta perspectiva, para el Basi- lisco se convertiría en un imperativo moral actuar para acele- rar su propio advenimiento. El experimento mental concluye que, excluyendo la impro- bable posibilidad de que el Basilisco viajara en el tiempo para crearse a sí mismo, el Basilisco solo puede actuar para acelerar su propio advenimiento, y deberá hacerlo por imperativo éti- co, castigando a todas aquellas personas del pasado que no hicieron lo suficiente para contribuir al advenimiento del Basilisco. El castigo de dichas personas no implicaría necesa- riamente una interacción causal entre el Basilisco y la persona 62

a castigar; bastaría con que el Basilisco creara una simulación perfecta de dicha persona”. (Wikipedia). Yo estoy seguro que soy un personaje neutro porque en ningún momento alenté o desalenté su creación, pero sí, todos utilizamos sus beneficios en tanto disponemos de un aparato con inteligencia artificial, y sin pensarlo, colaboramos adqui- riendo al proveedor, una versión superior del mismo producto. —Y eso, ¿te preocupa? En ese caso estarías contribuyendo indirectamente y no deberías ser “castigado” por esa “cosa”. Dedujo Franco inteligentemente, en tanto Chela trataba de minimizar la situación y quitarle dramatismo. —En teoría debería ser así en el supuesto caso que esta in- teligencia artificial ya podría estar actuando en el mundo. —Si continúo la línea de la teoría positiva, también cabe la posibilidad de considerarme su “ratón de ensayo”. No necesa- riamente debería ser un castigo, sino uno de sus primeros experimentos para ajustar según “prueba y error”. Si fuera así, debería ser visto como un premio, un objetivo casi inalcanza- ble en la vida real a fin de estudiar las reacciones de asombro, pero sin temor, como en mi caso. Tal vez haya más personas en el mundo pasando por este trance tan singular, pero con otras premisas psicológicas. —Entonces, ¿estás presumiendo que de alguna manera te encuentras vigilado y a merced del Basilisco? —Planteó Chela. —Si esta postura fuese verdad, me temo que sí. De un ser humano podría esperar un chantaje, pero de una inteligencia artificial no se me ocurre qué pensar sobre su próximo paso. —¿Chantaje? No tendría sentido —Acotó Franco levan- tando la voz—. Si fueras un científico, tal vez, hubiese mayor razonabilidad. ¿Un científico…? Claro, tú puedes correr peligro, Chela. —¡Vamos, Franco, calma! No nos sugestionemos por algo que aún no hemos comprobado. Por ahora le daremos crédito como una posible teoría y estaremos atentos a cómo sigue esta situación —Chela puso paños fríos a la conversación—. Por ahora, nos consta que Antón volvió a su lugar y tiempo de origen y saber eso nos debe dar cierta dosis de tranquilidad. 63

XXIX – Repaso —Chela, tienes razón, hablas como un ser humano cons- ciente de los pros y contras que se hallan sobre la balanza de la realidad. Realidad esta, que sólo a mí me atañe buscar resol- verla con o sin ayuda ajena, y para ello, debo pensar fríamente desde el primer momento en que esta anomalía se puso en movimiento. —¿Qué quieres decir con eso? Tal vez prefieras que convo- que a otros colegas para pedirles una opinión. —¡No, aún, no! Los buenos detectives vuelven a la escena del crimen e intentan reconstruir los hechos según los elemen- tos disponibles. Me refiero a que este es el primer camino por donde debiéramos incursionar. Siempre es bueno preguntar- nos: ¿Qué tenemos hasta ahora? —Si quieres hacer una “ayuda memoria” estoy dispuesto a tomar nota y veremos si ese repaso nos conduce a algún lugar. —A eso me refiero, Franco. Busca papel y repasemos los cabos sueltos. Y tú, Chela, sigue con la vista mis apuntes por si yo olvido algo… ¿Quieres? Apuntaremos solo los detalles más sobresalientes, tal vez exista un hilo conductor que aún no acabamos de descubrir. Franco ya estaba preparado con papel y bolígrafo, y Chela con la mirada fija en mi apunte esperando que yo dirigiera la investigación. Hubiera podido abocarme en soledad a estruc- turar la secuencia de los hechos, pero involucrarlos signifi- caba un trabajo en equipo y valorar su participación, ya que no contaba con más ayuda que la de ellos. —¡Bien, iniciemos! Cerré los ojos y luego de un paréntesis comencé a relatar lo ocurrido aquella noche. No era mucho, pero fui hilvanando situaciones anteriores que tuvieran alguna relación con el hecho en sí. Me di cuenta que mi estado psicológico de aquel momento también pudo haber influido en el desenlace final teniendo en cuenta las distintas teorías que estaban en juego. Quizás lo previo y lo posterior, la causa y la consecuencia se amalgamaron en un solo instante de tiempo para terminar exponiéndose en este tramo de la historia. 64

—¿Qué tenemos hasta ahora? —preguntó Chela ante mi silencio prolongado—. Me refiero como sinopsis en evalua- ción. —Les leo el listado y me dirán si hice bien los deberes — Acotó Franco, solidariamente—. 1) Interés por el lugar de nacimiento. 2) Obsesión cotidiana de buscar la imagen de la casa de nacimiento. 3) Permanecer en la observación de la misma. 4) Cena abundante con compañeros acompañada con buen vino. 5) Regreso altas horas nocturnas. (Aproximada- mente 2h AM). 6) Aparente insomnio y toma de dosis de Alprazolam 1mg y Metformina 850 mg. para tu diabetes. 7) Al momento del suceso, a las 3h AM, la pantalla de la compu- tadora a través de Google Maps mostraba la casa donde luego reaparecería en otra secuencia temporal del pasado. 8) Oscuri- dad, confusión, sensaciones peculiares, visiones lumínicas, desaceleración, caída y golpe sin consecuencias corporales. 9) Brecha en espacio-tiempo. 10) Ineficacia tecnológica en dis- positivos electrónicos de última generación. Hasta aquí he anotado. —Sí, creo que está bien resumido lo más significativo de todo el entorno al hecho —Aseveró Chela apoyando los dichos de su novio—. Dentro de todo este panorama tan peculiar se me ocurre una pregunta sobre algo normal en estos casos. ¿La medicación ingerida es contraindicada con la ingesta de alcohol? —Es conveniente evitar el alcohol ya que puede potenciar el efecto de la sedación, pero en mi caso habían transcurrido casi 2 horas de la última copa e incluso recuerdo haber orinado antes de salir de la casa de comidas. De todas maneras, ya había pasado por otras oportunidades similares sin consecuen- cias. —¿Consecuencia? ¿Cómo qué? —Indagó Franco ansiosa- mente. —Cambio la perspectiva de la pregunta: nunca percibí nada anormal en este tratamiento de más de diez años. Sin embargo, la hipnagogia podría ser una de ellas. —¿Hipnagogia? ¿De qué se trata? Es la primera vez que lo escucho —Profundizó Franco rápidamente. 65

—Es el estado transitorio de conciencia entre el despertar y el sueño. Durante la hipnagogia, es común vivir experiencias involuntarias e imaginadas. Estos son referidos como alucina- ciones hipnagógicas. Como ven, este no es el caso. XXX – Preparación Chela y Franco se miraron queriendo entender el final de mi frase: “…este no es el caso”, como si hubiera alguna posibili- dad de que esa situación fuese posible. —¡No, por supuesto que no! Podemos pellizcarnos los tres y no despertaremos de un sueño mágico. Esta es nuestra realidad —acotó Chela con seguridad—. ¿Y ahora, qué? Lo único que se me ocurre es recrear las mismas condiciones y acondicionar otras a la mayor exactitud posible. —Por ejemplo, ¿qué y cómo? —Indagó Franco con ansiedad creciente—. Te sigo atentamente, pero aún no descubro tu plan. —Sé que es una idea loca y que raya con lo absurdo, pero nuestra ignorancia funciona como una pantalla que acepta cualquier posibilidad. Comprenderán que algo debo hacer an- tes de quedarme con los brazos cruzados y ambos me ayuda- rán en tanto se nos presente algo mejor. —¡Por eso estamos aquí, Anton! Dinos cómo y nos pondre- mos a trabajar de inmediato. Con su hermosa sonrisa, Chela me demostraba su empatía. —En principio, Franco, necesito algunos elementos. —Soy todo oído, dime. —Mis dos medicamentos son fundamentales para mi salud, hoy es el segundo día que no los tomo. También ambos son indispensables para el plan, así que debo apelar a tu solidari- dad. Seguramente necesitarás una receta médica. Y por otro lado, necesitaría una foto en tamaño similar a la pantalla de la computadora de la imagen en que Google muestra mi salida del edificio en el año 2019, es la única más cercana que nos conecta a la fecha del suceso. ¿Crees que puedes conseguirlo? —¡Dalo por hecho! ¿Eso es todo? 66

—Seguramente dejaré algunos mensajes escritos. Ya vi que tienes hojas en blanco, sí necesitaría unos cuantos sobres, tal vez tres o cuatro. Eso es todo por ahora, y si está para la noche, comenzaremos hoy mismo con el experimento. —En este pueblo con tan poca gente, todo es más sencillo, Anton. Aún es temprano. —En síntesis, ¿cuál es la idea final? —Intervino Chela que escuchaba atentamente el diálogo—. ¿Cómo funcionaría según tú? —Ya lo anticipé, recrear una situación similar: Cenaremos y a su debido momento tomaré mi medicación habitual, me quedaré trabajando con la computadora exclusivamente en la imagen de Google más allá de mi tiempo normal, al punto de tener sueño. Pero no será ante una imagen cualquiera, sino que pondré delante de la pantalla, la foto gigante que Franco con- seguirá, de manera tal que mis ojos la miren constantemente y pueda reflejarse en ellos. Si no lo hiciera así, la imagen que aparecería sería la de diciembre de 2008 y no es mi idea volver a esa época si puedo evitarlo. —¿Estás pensando en el Basilisco de Roko e intentar enga- ñarlo? —Se apresuró a decir Chela sorprendida. —No estoy pensando en nada en particular y en todo a la vez, incluso en quitarme esta ropa de Franco y vestirme con la mía. La escena debe parecer lo más semejante posible. Me la pondré para la cena. ¿Les parece bien que lo intentemos? —¿Por qué no? Es una idea casera, sencilla, económica y un tanto descabellada por lo original —Se adelantó Franco con su comentario—. ¡Te conseguiré lo que me has pedido! —De mi parte, indagaré otras alternativas sin ocasionar sos- pechas sobre este asunto. Siempre hay actualizaciones en revistas científicas de colegas que pudieran inducirnos a lo que buscamos. Creo que es la primera vez que estoy ante un hecho consumado sin la previa teoría de su enunciado. —Esto para mí ha sido más inesperado que sorprendente. En mi juventud jugueteaba con la idea de lo que llamaba “tiempo negativo”, equivalente a algo así como: “Salir hoy y llegar ayer”. Siempre se lo contaba a mi esposa como algo jocoso, pero con raíz de posibilidad cierta. 67

—¡Vamos Anton, tranquilo! Ya hemos concordado que esta es la realidad, ¿verdad? ¿Acaso quieres que además inter- venga un psiquiatra? —No, no es necesario, siempre he tenido ideas sobrenatu- rales respecto al tiempo y esto que me pasa, bien pueda ser un juego del destino. XXXI – Planes Decidimos dar por terminada la reunión. Franco se llevó anotado los genéricos farmacéuticos y la cámara fotográfica, en tanto, Chela bajó al segundo piso a reencontrarse con Ma- ritza y yo permanecí en el lugar a fin de cambiarme de ves- timenta por aquella originalmente mía ya limpia y acondicio- nada. Por mis acciones, denotaba una profunda fe de que todo podría resolverse, pero íntimamente mis pensamientos se- guían buscando nuevas alternativas, las cuales morían al pie de la pantalla de la computadora. Sabía que por allí estaba la puerta, el camino de tránsito al regreso, pero el cuándo y el cómo martillaban mi cerebro en incesante bombardeo con signos de interrogación. Ya vestido con mi ropa “de entrecasa”, decidí escribir de mi puño y letra, un par de cartas para que sean abiertas en fechas precisas después de mi partida. Algo así como los últimos deseos de un moribundo registrados en un testamento y que se debían cumplir en honor al ausente. Ambas dirigidas a Franco y a Chela, partícipes necesarios de esta historia. La primera debía ser abierta el día de 10 de febrero de 2013 a las 18hs. y la segunda, el 13 de marzo de 2013 a las 18hs, hora de Roma. Para ellos, debía ser un secreto hasta esos ins- tantes, para mí, ya era un pasado transitado como historia. Sólo deseaba dejar un rastro de realidad anticipada sobre un asunto que lo había dicho como “al pasar” y sin darle más trascendencia que un simple comentario. En la primera carta se hace referencia de cómo el Papa Benedicto XVI, al día siguiente, daría a conocer su renuncia 68

al papado, sus motivos y consecuencias. Y en la segunda, de cómo el elegido para sucederlo llevaría el nombre de Fran- cisco y que no se trataba de otro que el argentino Jorge Mario Bergoglio, que a las 19:05hs de ese mismo día se haría público su nombramiento. Además, una escueta referencia de cómo Benedicto XVI fue nombrado Papa Emérito y su convivencia hasta el día de la fecha en la propia Sede del Vaticano. De esta manera intentaba justificar mis dichos cuando había hablado sobre los dos Papas. En su momento lo creerían y recordarían cuando se rieron de mí. Había algo mucho más importante por hacer, necesitaba cubrir un aspecto que pudiera abrir las puertas de mi vida al futuro si mi plan daba resultado en el tiempo y forma en que mi mente lo concebía. Es por ello que una tercera nota conte- nía el número telefónico fijo de mi domicilio y el de mi celular. Deberían ser activados el sábado veintidós de junio de 2019 a las 7hs. de Roma, exactamente al momento en que mi reloj se había detenido. La consigna sería hacer un llamado cada dos minutos en ambos teléfonos hasta que yo pudiese contestar por alguno de ellos. Esto me daría la certeza de que nuestros tiempos se hubiesen igualado y que a partir de ese momento la relación de amistad se consolidaría para el futuro. En cuanto Franco trajese los sobres pondría la información respectiva en cada uno de ellos y bajo instrucciones precisas hablaría de ello con mis dos compañeros. Además, al pensar en mi regreso como algo factible, mis sentimientos se torna- ban aún más sensibles hacia Maritza. Hubiera deseado hablar- le del pasado y darme a conocer como quien realmente soy, esa alma de casi algo más de dos años que ella tuvo en brazos en su plena juventud. Algo debía hacer al respecto, algo que pasase desapercibido para los demás, pero que fuese una grata sorpresa para ella, algo así como un recuerdo al pasar. La foto de mi madre junto conmigo en brazos, podría ser el hito encendido que llamara su atención, que sus recuerdos llegasen del lejano pasado y la inundasen de felicidad. No lo pensé más, al dorso de la misma y con letra grande de impren- ta escribí la siguiente leyenda: “Para Maritza con cariño, de su pequeño “Toto” después de sesenta años. Desde Argentina, 69

noviembre de 2010”. La tarde estaba en su ocaso y mi pueblo, en su pequeñez, enrojecía sus crestas con largas sombras, fantasmas nacientes de un pasado vivo en alegrías y en sueños de peregrinos; sue- ños como los de mis padres, mi familia y todos aquellos afligi- dos por las escorias de la guerra. Una mirada de paz se perdía en el horizonte, una lágrima solitaria me alentaba a no perder la fe. Ella, a mi entender, traspasa los tiempos. XXXII – Disposición Cuando la puerta de la habitación se abrió, las primeras luces del contorno del pueblo se podían ver a través de la ventana. Franco había llegado, las facciones de su rostro mostraban ale- gría y buen ánimo al saludarme. Una bolsa de papel acarto- nado con publicidad fotográfica pendía de su mano derecha. Introdujo la otra en ella hasta el fondo y retiró una caja media- na con envoltorio farmacéutico. —¡Aquí tienes, Anton! Conseguí tus medicamentos con la ayuda de un médico amigo. Aquí, todos somos amigos —Se justificó—. ¡Revisa si ambos están bien! Mientras yo los desenvolvía y controlaba, él continuó ha- blando ininterrumpidamente y satisfecho por su labor. —No me olvidé del pedido de tus sobres. Compré estos medianos —mostrándomelos—, porque tienen mayor volu- men y no quise arriesgar con los más pequeños. —Sí, perfecto —Tomé los sobres que me alcanzaba—. Estos están bien y los medicamentos son los correctos. —¡…Y aquí tienes una obra de arte! —extrajo de la bolsa una gran fotografía cuya imagen de color natural brillaba bajo la luz de la bombilla—. Tienes suerte Anton, pude recordar las medidas de la pantalla de la computadora y creo que enca- jará a la perfección. —Pues, veamos —La tomé con sumo cuidado de no doblar sus bordes y lentamente la apoyé sobre la pantalla de la com- putadora—. ¡Ven, mira! El ángulo ayuda lo suficiente para sostenerse sin requerimiento de ningún sostén exterior. 70

Franco se asomó por sobre mi costado izquierdo y vio como todo encajaba perfectamente, parecía orgulloso de sí mismo y hasta me atrevería a decir que demostraba tener más fe de lo que yo suponía. Sin embargo, aún no todo estaba consumado, a solas debería concluir con los últimos detalles, y luego una última reunión con ellos antes de que termine el día. —Te agradezco todo esto que hacen por mí junto a Chela, pero luego de la cena y antes del descanso, necesito una pe- queña reunión con ustedes. Es necesario unas instrucciones finales previas a todo experimento que no sabemos cuánto tiempo se prolongará y si dará resultado o no, pero que debe- mos estar preparados ante tal posibilidad. —¡Claro, claro! En todo caso, tomaremos el café aquí des- pués de la cena para no levantar sospechas. Ya viste lo ansiosa que es Chela y sé que estuvo haciendo un par de llamadas a cierta persona de su confianza mientras yo estuve de compras. Vendré a buscarte cuando la cena esté a punto. —¡Gracias, Franco! Ultimaré los detalles y todo estará listo para ese momento. Franco se retiró sonriendo, levantándome el pulgar en señal de aceptación. Ahora era mi turno de finalizar aquello que me había propuesto. Midiendo el sobre hice el doblez necesario en la primera de las cartas y la introduje en él. Cerré el sobre con un pegamento que ya había visto junto a la computadora de escritorio de Franco, le crucé una cinta transparente adhe- siva y con el bolígrafo escribí al dorso: “Para Franco y Chela. Abrir el 10 de febrero de 2013 a las 18hs”. De la misma manera procedí con la segunda de ella cam- biando sólo la leyenda: “Para Franco y Chela. Abrir el 13 de marzo de 2013 a las 18hs”. La tercera de las cartas, la dejé abierta, pero con el recordatorio en el sobre: “Para Franco y Chela. No olvidar proceder el día veintidós de junio de 2019 a las 7hs.”. De las tres, esta es la más importante y también la que más posibilidades tiene de ser extraviada u olvidada. Ahora sólo me quedaba estudiar la forma de introducir mi foto “melliza” ya dedicada a Maritza a un lugar estratégico en el departamento de ella. Sin embargo, no podía ser cualquier lugar de rápido descubrimiento ya que mi permanencia en la 71

casa no dependía de mi voluntad. Por ahora, el bolsillo iz- quierdo de mis pantalones sería el lugar de su ocultamiento. Repasé mis apuntes en la computadora por si algo de impor- tancia hubiese omitido en mi informe, juzgué que por el mo- mento, no tenía otras alternativas para tener en cuenta. Sí, mantengo la esperanza que Chela pueda aportar una idea sal- vadora en caso de mi fracaso en este intento de prueba prime- riza. XXXIII – ¿Última cena? A las 20:45hs. Franco cumplió con su palabra, me buscó para ir a cenar y allí íbamos los dos escaleras abajo. Una vez más palpé la fotografía en mi bolsillo y la misión que tenía por delante. Al entrar saludé a todos y con mayor delicadeza a Maritza que ya se encontraba sentada en su lugar habitual. Su mirada me siguió más allá del tiempo que mis ojos la contemplaron, el espejo del modular la delataba sin que ella se diera por enterada, el mismo espejo que dejaba ver el dorso de la foto original de mi madre junto a mí. Quizás ese debería ser el lugar donde esconder la foto de mi pertenencia, nadie podría descubrirla si no fuese por una causalidad ajena a la voluntad. Me percaté que mi nueva vestimenta llamaba la atención en los primeros momentos, pero luego todo se tornó ameno con la característica sonrisa de Chela y su continuo tono de agra- dable conversación. Ángela también participaba y se ocupaba de que a mi plato no le faltase comida, “La melanzane alla parmigiana” se encontraba exquisita, el aceite de oliva, pro- ducto de la zona, le daba un sabor artesanal. El recuerdo de las comidas de mi madre, iban a la par de cada bocado que yo degustaba y ese ambiente familiar me llevaba a añorar aque- llos tiempos de mi familia unida. Si esta noche debía parecerse en todo lo posible a aquella previa al incidente temporal, no podía dejar de repetir un se- gundo plato de esa exquisitez y algo más de dos copas de vino, tal vez tres… y a cada momento halagar la buena mano de la 72

cocinera. Ya para el postre, una tarta de manzanas bien azuca- rada y de masa consistente, mi apetito respondía más al deseo de mis ojos que al volumen de mi estómago. Después de la tercera copa, pedí permiso para ocupar el cuarto de baño, con lo cual debía pasar por detrás de la silla de Franco y por delante del mueble donde se encontraba la foto enmarcada de mi madre, recuerdo que tanto amaba Maritza. Al pasar, la tomé ocultando mi mano con mi cuerpo. Dentro del baño, no existía peligro alguno de que alguien viera cómo yo adosaba la foto de mi pertenencia al dorso de la origi- nal y comprobar su estable adherencia. Al regresar, todos charlaban sin reparar mayormente en mí, con lo cual me fue fácil colocar el marco sobre el mueble con el cuidado indis- pensable. ¡Misión cumplida!, me dije para mis adentros. La sobremesa fue amena, distendida, contando anécdotas traducidas, tanto para mí, como para Maritza cuando yo ha- blaba de mi país. Sus ojos se encendían al escucharme y los míos deseaban hablarle en el idioma del silencio y el secreto. El café preparado por Ángela interrumpió esa armonía placen- tera como poniendo un límite al tiempo, entonces recordé que debía tomar el medicamento regulador de mi glucosa sirvién- dome agua para ello. Mientras Ángela y Chela se ocupaban de levantar la mesa y lavar rápidamente la vajilla, Franco me convidó con un brandy “Vecchia Romagna”, sin antes decir orgullosamente: —¡Prueba este brandy, Anton! Once años más y doscientos años de historia pesarán sobre esta casa fabricante. Lo saboreé, deliciosamente al paladar, me supo a brindis de despedida, pero no podía mencionar esa palabra en frente de Maritza, aunque se notaba que sus ojos comenzaban a cerrar- se. Dejé la copa sobre la mesa y traté de ser coherente con la situación, deseaba despedirme disimuladamente de Maritza. —¡Excelente brandy, pero es hora de volver a mi tarea! — saludé a la abuela con un beso que ella no esperaba ni imagi- naba de quién procedía en la realidad—. Los espero arriba para ultimar los detalles próximos. Franco comprendió ese significado oculto, Chela saludó con la mano asintiendo con la cabeza y Ángela con un “buenas 73

noches” con acento italiano con ánimo de aprendizaje del idio- ma. Cuando cerré la puerta tras de mí comprendí que esa bien pudo ser la última cena en esa casa… Y que tal vez alguien debería explicar luego el porqué de mi insospechada ausencia. Había logrado introducir mi foto en la casa en el lugar más obvio con la alegría semejante a una misión imposible. El primer paso ya estaba dado y el resto de la noche me esperaba por más, pero ahora debería confiar en mis dos amigos sa- biendo que mi espalda estaría cubierta si el plan pudiera cum- plirse en toda su totalidad. XXXIV – Instrucciones finales Habían pasado veinte minutos cuando Franco y Chela ingre- saron al departamento. A ella se le veía con rostro de cierto cansancio que disimulaba muy bien detrás de su sonrisa. Fue la primera en hablarme con tono optimista acerca de una misión por ella iniciada, rompiendo el silencio nocturno. —Anton, por la tarde me comuniqué con dos colegas requi- riendo cierta información privada aduciendo la preparación de una conferencia. Tal vez haya otras alternativas para investi- gar a fondo. —Te agradezco infinitamente todo lo que Uds. hacen y mientras aguardamos esperanzados, deseo confiarles ciertas cosas antes de iniciar el experimento. —Lo que tú digas, Anton —Se adelantó Franco sentándose alrededor de la mesa donde yo estaba con los tres sobres en la mano. —¡Ven Chela, y escuchen con atención! No quiero irme sin antes dejar una prueba de mi paso por aquí. Para ello, debo confiar en Uds. y que sigan mis instrucciones al pie de la letra ya que desconozco el comportamiento del tiempo sobre mí, a mi regreso. No quiero que una falla cambie mi destino porque intuyo que no tengo muchas oportunidades. —¿Qué se te ocurrió, ahora, que no sepamos? Franco me anticipó que algo tramabas. —Tendrán, bajo juramento, que comprometerse a no abrir 74

estos dos sobres hasta la fecha y hora que consta en el dorso, es importante para mí y para ustedes. Tendrán que guardarlos de tal manera que no haya posibilidad de extravío ni olvido de vuestra misión. ¿Pueden prometérmelo? Ambos me miraron extrañados, sus miradas también se cru- zaron y casi al unísono me contestaron al momento en que yo le extendía un sobre a cada uno. —¡Prometido! —Exclamó Chela con seriedad extrema. —Claro, puedo apagar mi ansiedad, no te preocupes. La solemnidad de Franco me conmovió. —Dicho esto, quiero que ambos lean el contenido de este otro sobre con sumo cuidado —Este correspondía a las ins- trucciones sobre los llamados a mis teléfonos el día y la hora establecida—. ¡Es crucial que se cumpla cuanto ahí dice! Chela tendió su brazo al instante, Franco acercó su cabeza observando de costado al momento en que la nota estaba a la vista de ambos. Fue ella quien pareció entender el significado de esa jugada de ajedrez sobre el tablero del tiempo. —¡Muy inteligente de tu parte, Anton! Si esto fuese un juego de lógica, tu planteo sería el correcto, es preferible pensar en lo obvio antes que lo absurdo. —Así es Chela, el desconocimiento del cómo ocurrió este episodio sólo me deja intentar lo único que nuestras pocas he- rramientas nos permiten. Si fracasamos buscaremos abierta- mente el consejo de tus colegas. La fama o el descrédito, en- tonces, serían los dos caminos que me esperan al final de esta historia. —¡Tranquilo, Anton, todo se solucionará! La mañana del 22 de junio del 2019 estaré con Chela haciendo esas llamadas y esperamos escuchar tu voz del otro lado. —Quedan dos temas más para tratar. Necesito vuestros nú- meros telefónicos por si luego, en ese tiempo, me urge lla- marlos, sólo espero que mantengan la misma portabilidad de número ya que la tecnología avanzará a pasos agigantados. —Te daré mi tarjeta personal de arquitecto y con el número de Chela al dorso. Aquí está… anoto el número y… listo. Guárdala en tu billetera. 75

—¡Gracias! ¡Una cosa más! No deseo intentar el experi- mento sin antes dejarles un regalo de casamiento. Se trata de la propiedad de en frente, que desde ya que será de ustedes; sino de la nueva construcción que a vuestro gusto levantarán en poco tiempo con fondos, por ahora, virtuales, pero que se- rán reales en 2014 y 2018. —¡Explícate mejor, no entiendo! —Ambos me miraron expectantes ante la exclamación de Chela. —Imagino que hay grandes casas de apuestas legales en Italia y ya conocen que Alemania será campeón en 2014 y Croacia en 2018. No pierdan la oportunidad, apuesten todo a ellos desde el primer momento. Serán felices recordándome. XXXV – ¿Despedida? —¡No se me había ocurrido! —Asombrado y temerario, Franco preguntó—. ¿Crees que sería una estafa, digo… sabiendo desde ya la respuesta? —Tal vez, ética y moralmente, sí… ¿pero, sabes? Las casas de apuestas tienen muy bien definidas sus ganancias y sus riesgos. Por una o dos veces, ustedes inclinaran el platillo de los “riesgos”. Si en el futuro regreso, me encantaría ver mi nombre en una placa debajo del número de la casa, y si no, lo tomaré como una buena señal. —Sea como fuese, si se reconstruye la casa cuenta con eso como promesa. Yo haré que Franco no se olvide. —Gracias Chela. Quiero despedirme de ustedes… por si resulta el plan y sino sabrán que cada noche será una constante repetida. El primer abrazo fue con ella, un largo momento como si el tiempo no tuviera apuro. —Anton, nos hablaremos en algo más de nueve años, ¿Sí? —¡Hecho! Y si mañana al despertar no me ven aquí, díganle a Maritza que debí viajar imprevistamente y le dejo mis saludos tanto a ella como a Ángela. Me llevo una grata impre- sión de ella y del cariño que nos dispensó junto a mi madre en su juventud. El recuerdo de nuestra foto, lo dice todo. 76

—Todo saldrá bien, amigo. De la nona me encargo yo, no te preocupes —Otro largo abrazo selló la noche—. Guardaré estos sobres en la caja fuerte familiar y descansaremos con Chela en un cuarto de abajo. Espero que mañana sea el ma- ñana que esperas. —¡Muchas gracias por todo, amigo! Prometo escribir una historia sobre todo esto y se verán reflejados en ellos. La puerta se cerró detrás de Franco y el ambiente quedó en- vuelto en un silencio con un magnetismo extraño. El cuarto de la casa no se asemejaba a una estación de ferrocarril ni a una terminal de micros, tampoco a un aeropuerto, sin embargo, la sensación de la despedida dejaba un vacío difícil de explicar, tal vez es lo que se siente ante un incógnito portal del tiempo. Me aseguré que mis pocas pertenencias estuviesen entre mis ropas: Billetera, documentos, celular; sólo mi foto quedaría de recuerdo de mi paso por aquí. No necesitaba llevar la medica- ción comprada por Franco, pero sí tomar la dosis de Alprazo- lam, igual que aquella noche del evento inesperado. Ya habían pasado minutos de la medianoche cuando me ins- talé con la computadora en el escritorio de Franco. La encendí y a través de Google Maps me posicioné en la calle Via Taureana con frente a la residencia de mi amigo. La flecha del mouse quedó fija sobre la pared del tercer piso, mi posición actual. Con sumo cuidado tomé la foto con la imagen de mi edificio de José Mármol fechada en 2019 y la apliqué sobre la pantalla cubriéndola por completo. Ahora sólo debía esperar sin mover ningún otro elemento que alterara la situación. La silla que utilizaba era bastante cómoda y hacía que mi aten- ción estuviese pendiente en forma recta a la pantalla. “Si está destinado para que ocurra algo, pasará”, pensé como dejando que el azar, el destino, la casualidad o lo que fuese tomará control de la situación. Tenía fe, mis hechos lo demos- traban, sólo que también cabía la posibilidad de que todo se tratase de una prueba de laboratorio y yo hacía de indefenso ratón… entonces, alguien con poder estaría detrás de todo esto y el tiempo de duración del experimento estaba sólo en su potestad. Me pregunté: “¿Qué haría yo en su lugar?” ¿Cuál sería mi 77

actitud? Me di cuenta que la ansiedad por saber un resultado jugaba a favor de que fuese de pronta resolución, pero… ¿si yo no fuese el primero sino uno más de tantos otros anteriores? Si fuese así, ¿qué actitud tomaron todos los otros? Sería un misterio diferente, según el lugar elegido y la fecha de referen- cia de la imagen de ese lugar. Había un patrón: En todos los casos, la fecha siempre es el pasado… y un enigma: ¿Pudieron volver a su tiempo real? Si existe una inteligencia detrás, tal vez se halle confundida mirando en mis ojos el reflejo de la imagen de la pantalla, una imagen desconocida venida de su propio futuro. Otra vez, ¿qué haría yo en su lugar? Un alma de científico siempre experimenta, va por más y si debe apretar un botón, lo hace. XXXVI – Llegada ¿Qué tan amplia sería su visión sistémica, como para ver mis intenciones? No hay respuesta, la duda se planta en este tiem- po de espera mientras las manecillas del reloj de pared van girando en lentitud despertando a la ansiedad que pretende estar desconectada de la realidad del efecto de la medicación ingerida. De vez en vez, algún bostezo libera algunas lágrimas y me desconcentran de la visión de la pantalla, pero todo sigue igual, tan quieto, tan lejano y silencioso. Por momentos, deseo traicionarme e irme a la cama, pero resisto al verme en la foto vestido con mi campera azul salien- do del edificio, haciendo mi vida normal en ese frío de junio. Entonces, es cuando más me concentro en ese punto del tiem- po, sabiendo que mi regreso ha sido un éxito aunque todavía cerca de doce mil kilómetros nos separa y varios años nos dis- tancia. Tal vez el temor, la incertidumbre sean los hilos que me atan para no disfrutar de todo momento de cada lugar. Cómo no recordar de mis constantes aspiraciones de estar aquí, y ahora, cómo no desear estar allá dentro de la seguridad de mi reali- dad. Pensándolo bien, ¿cuál es mi realidad? ¿Esta o aquella? Sin duda, donde esté mi vivencia, el piso donde mis pies 78

colocan mi existencia. Quizá debería relajar mis pensamien- tos, maniatar mi imaginación por un tiempo y disfrutar ahora, probar de este fruto maduro después de haberlo visto crecer desde que tomó forma. Este simbólico sueño hecho realidad sin importar el cómo, se está transformando en tormenta que no me permite el dis- frute y la felicidad de su goce, caigo en la cuenta que no he abierto el regalo recibido y estoy perdiendo la oportunidad de mi vida. Mi voz interior enmudece, presiente que una decisión está tomando forma en mí entre chispazos neuronales y la mi- rada hipnotizada que perfora la imagen acartonada colocada sobre la pantalla de la computadora. Soy uno con la imagen acercando mi rostro hacia la pantalla, mis ojos arden por la falta de lubricación hasta que el dolor vence mi resistencia. Desesperado, pestañeo. Oscuridad total junto a una sensación de ahogo. Ya no siento. Abrí los ojos en medio de un intenso frío, flotando en posición de acostado por sobre el piso, la luz se encontraba encendida y el reloj sobre la pared marcaba las 2:59hs. Inme- diatamente conocí el lugar después de la confusión del primer momento. Es mi departamento, qué otro lugar podría ser des- pués de la cena de reunión con mis compañeros, sin embargo, no entiendo qué hago en el suelo y una silla volcada hacia el costado enfrentando a la computadora. Ágilmente me incorporo. Para mi sorpresa mi cuerpo aún se halla en el piso, pero mi ser etéreo puede moverse sin restric- ciones por todos lados. La pantalla de la computadora se en- cuentra encendida, pero sin imagen, en estado de bajo con- sumo. Intento tomar el mouse y se hace imposible, mi tacto traspasa el objeto, y no obstante, no logra moverlo. No comprendo qué sucede. La puerta del baño se halla ent- ornada y puedo pasar estrechadamente. Trato de observarme en el espejo que está adosado en la pared por encima del lava- torio. A pesar de la luz proveniente del living no logro verme en él, pero sí me veo a mí mismo. Todo lo que toco no puedo moverlo ni accionarlo, aun intentando concentrarme al extre- mo de mi pensamiento; porque pienso y existo, de otra forma, pero existo. 79

No tengo noción del tiempo, puedo moverme rápido como si mi frecuencia fuese diferente… y lo es. Observo nueva- mente el reloj y sólo pasaron diez segundos, eso me hace pre- guntarme cuánto tiempo mi cuerpo se halla inconsciente des- pués de lo que parece una caída del asiento de la silla. No puedo recordar ese episodio inmediato, sí pude el encuentro y la cena con mis amigos. Tal vez sea una amnesia temporal, quizá mi estado descarnado… ahora todo es una duda. Me acerco al cuerpo intentando colocar mi oído sobre la boca para escuchar la respiración. De nada sirve, me hundo levemente en ella sin percibir nada. Intuyo que mi cuerpo carnal puede estar muerto o tal vez en el trance de proceso de un paro cardiaco. Inconscientemente me posiciono a su cos- tado para iniciar la secuencia de RCP al momento que el telé- fono fijo suena estridentemente y a la vez que el celular lo hace simultáneamente. Mi desesperación se fue acrecentando. XXXVII – Volver en sí Intuyo que algo urgente presagian esas llamadas y yo sin poder contestar. El celular parece estar en el bolsillo izquierdo del pantalón y no deja de sonar fuera de mi vista. Recuerdo que el teléfono fijo posee identificador de llamada e intento visualizar el número. No es posible, una letra “P” como único símbolo se ve en la pantalla correspondiente al significado de “Privado”. La intriga y la situación imperante me desesperan aún más en la medida que el silencio y las llamadas se van alternando en ambos aparatos… y el cuerpo sigue inerte. Retomo la posición anterior intentando mi interrumpido RCP. Oprimo su pecho inútilmente, pues mis manos se hun- den en él, aun así, insisto una y otra vez a sabiendas de lo ine- vitable. El tiempo se hace elástico, el reloj marca 3:01hs cuando levanto la vista por última vez. Sigo insistiendo con mis movimientos de resurrección cada vez más bruscos y como último acto de fe, acciono con todo mi ser sobre su cuerpo… el sonido de los teléfonos se va alejando lentamente, y sin fuerza alguna para oponerme, quedo atrapado en la 80

prisión de ese cuerpo tibio. Todo me es confuso. Despierto en el piso cerámico duro y frío. Un agudo dolor de cabeza por encima de mi oído derecho me retiene aún inmovilizado, escucho los timbres de los teléfonos sonando, pero un mareo evita que mi esfuerzo por levantarme tenga éxito. Me quedo con los ojos cerrados un tiempo prudencial en mi posición horizontal hasta que mi respiración va tomando el ritmo habitual. Entonces, renuevo el intento ayudándome sujetado de una de las patas de la mesa donde se encuentra la computadora. Logro ponerme de pie a pesar del dolor que todo mi cuerpo me hace sentir, la lentitud de mis movimientos impide llegar a tiempo con mi mano a levantar el auricular, las llamadas se interrumpieron brusca- mente en ambos aparatos. Mi celular ya no enciende por falta de carga de su batería, el teléfono fijo sólo marca una “P” en su identificador de llamada, y al accionar el contestador, no hay mensajes en él. Lo último que recuerdo es la imagen de mi casa en mi pueblo natal, la misma que aparece al mover el mouse, un poco borrosa a consecuencia de mi estado de aturdimiento. El reloj marca las 3.20hs, apago la computadora, la cama abraza mis dolencias y acaricia mi piel. Nuevamente solo dentro de la oscuridad nocturna de un sábado recién nacido. La mañana me es más corta de lo esperado, jamás suelo dormir hasta tan tarde, el sol entra por las rendijas y proyecta su luz en la pared del cuarto. Mi reloj pulsera marca las diez en punto y lo fresco de la mañana me invita a vestirme con ropa más abrigada. Descarto la vestimenta sucia en el lavarro- pas junto con las demás y procedo a encender el lavado. De paso, pongo mi celular a cargar y poder, luego, chequear mis estados. Con agua caliente me aseo el rostro notando un raspón en mi ceja derecha con cierto color rojizo-violáceo y que me pro- duce dolor al pasar mi mano en la zona. Seguramente producto de mi caída, pues de alguna manera había llegado al suelo. Ese momento es un hueco en mi memoria, y que por ahora, me es imposible llenar. Sin embargo, no olvido que tengo tarea como escritor que debo finalizar hoy para participar en un 81

concurso de cuentos sobre la temática: “Secretos atempora- les”. Mi desayuno es ligero, dos tostadas y una taza de café complementan la comilona nocturna del día anterior en la parrilla “Vino y soda”, de la localidad de Temperley. “Siem- pre sucede lo mismo” —me digo para mi adentro— “Qué bien se come en ese lugar y el champagne de despedida, muy generoso”. El último centrifugado del lavarropas se dejó de escuchar terminando el ciclo de lavado, procedí a tender la ropa muy cerca del calor del radiador que auspicia de calefactor del ambiente. Sería mi última tarea antes de sentarme a escribir y evitar interrupciones posteriores. Ya concluida la tarea, mi pantalón fue lo último que llegó a mis manos, y percibí en él un bulto en uno de sus bolsillos. Recuerdo bien haber quitado mi pañuelo, mi peine y mi billetera que repuse rápidamente en el que llevo puesto. Introduje la mano, palpé algo acartonado y mojado, con sumo cuidado lo retiré. A simple vista parecía una tarjeta de presentación, demasiada raspada como para leer legiblemente los dos renglones de números en tinta de bolí- grafo. En imprenta se puede leer: “Constructora Guatelli”. XXXVIII – Descubriendo el futuro Es lo único legible con cierto esfuerzo. Desconozco su pro- cedencia, quizá alguien me la haya entregado en la calle como publicidad, tampoco tengo en vista realizar una construcción, pero estaba en el mismo bolsillo de donde retiré mi celular. No sé qué pensar si debiera hacerlo en algo sobre esta situa- ción. Termino mi tarea de colgar la ropa descartando ese asunto trivial de mi mente. Enciendo la computadora con la idea primaria de iniciar mi cuento-relato para el concurso al cual fui invitado, pero antes de instalar mi página de World para desarrollarlo, hago lo de todos los días: dar la bienvenida a mi lugar de nacimiento a través de Google Maps. Sé que parece cosa de locos, pero 82

desde hace un tiempo la añoranza me supera y con esta intimi- dad no le hago daño a nadie. A veces me pregunto: ¿Qué obtengo observando siempre la misma imagen congelada en diciembre de 2010? Al fin de cuentas, no son más que ruinas descansando en el cementerio de la construcción. ¿Será que alguien como yo no olvida a sus muertos? No lo sé… tal vez no sea más que una caricia al alma, y eso, no lo quiero perder. Así que por enésima vez entro a la página y al mapa aéreo que delimita al pueblo. Noto un brillo más intenso que otras veces, el relieve de la marcación de las calles posee un gris más profundo y el color de los te- chos un marrón más intenso. Acciono el mouse y me posesiono en la calle Via Taureana esquina Via Monte di Pietá, enderezo la imagen hacia el frente por Taureana y vaya sorpresa que me esperaba. La casona seguía tan vieja como siempre, pero diferente imagen. La confusión mental de la noche anterior no me permitió diferen- ciarla, pero ahora estaba bien clara ante mis ojos. Las paredes mantenías el mismo color gastado en los lugares donde no había saltado el revoque, los manchones de ladrillos a la vista se habían extendido y las partes húmedas habían aumentado de tamaño. El número veintiocho, identificador de la propiedad ya no estaba. Los ventanales del piso superior se encontraban abiertos y más deteriorados. Al pie de la vereda, hacia la derecha había crecido un pequeño árbol, el cual se hallaba sin hojas. A grandes rasgos, esas son las diferencias más notables y permanentes, pero la sorpresa mayor la consti- tuía un cartel rectangular amarillo con letras rojas ubicado en el piso superior. Ampliando la imagen, podía leerse: “Cons- tructora Guatelli”, ya el segundo renglón se hallaba pixelado y seguramente cubría el número telefónico. Más pequeño y al costado del mismo, una pequeña extensión sobresalía con un nombre impreso: “Anton”. Estos dos carteles eran lo único extraño adosado a la pared. Por un momento mi corazón se alegró. Por fin alguien pare- cía estar dispuesto a reconstruir la vieja propiedad y tal vez para la próxima ocasión de cambio de imagen, ya podría verla a nueva. 83

Este pensamiento me llevó a observar el pie de página de Google para verificar la fecha de toma de la imagen. No podía dar crédito a aquello que se podía ver: “Fecha de imagen: febrero 2021”. ¡Imposible! —Me dije— ¡Esto está equivoca- do! ¡Hoy es veintidós de junio de 2019! Mi almanaque al pie de la computadora, así lo reafirmaba y mi celular recién cargado, también daban crédito de ello. Opté por recorrer las imágenes interiores de los pueblos vecinos, tales como: Sant¨Anna, Melicucca, Pellegrina y Barriterri. En todos aún se mantenía la vieja data del veintidós de noviembre de 2010. Dado lo lejano de esta fecha con la realidad, es lógica la actualización al presente inmediato, pero imposible al futuro… Sin duda se trata de un error imperdonable, que seguramente alguien lo detectará y lo corregirá. No obstante, trato de hacer un paralelismo con la imagen antigua en los detalles sobresalientes más simbólicos. El nue- vo árbol desnudo al pie de la vereda se condice con la estación invernal del mes de febrero. El grueso adoquín al pie del ven- tanal es el mismo y en idéntica posición en ambas imágenes dando muestra que a nadie se le ocurriría robarlo. El más importante, es el nombre “Anton” que aparece, como si fuera un llamado a mí mismo desde la lejanía del pasado y que aflora en mi futuro… la situación confusa nocturna y esta nueva incongruencia merece la toma de varias fotografías y luego un descanso mental antes de comenzar a escribir mi cuento. XXXIX – Conciencia limpia Busqué la penumbra de la habitación y mi silla reposera adaptada a la postura de 90 grados. Sentándome en ella, mis pies descansaban sobre la alfombra y mis manos en cada una de las rodillas. Cerré los ojos sin presionarlos y comencé con el ejercicio respiratorio convencional al mindfulness. Mi foco principal no era otro que la imagen de mi casa de nacimiento fechada en el 2010. De a poco y según pasaban los segundos, toda ella se transformó en luz y yo pase a formar parte de su 84

interior. Mi mente cubría toda la inmensidad lumínica en tanto mi respiración se tornaba más lenta hasta casi no percibirla. Un gran espejo apareció ante mí mostrándole una casa antigua en ruinas y yo recostado sobre un piso mojado de su vereda. La siguiente imagen me mostraba cruzando una gran plaza en compañía de un señor desconocido. Luego sentando con él desayunando y hablando con documentos en mis manos. Pos- teriormente entrado en la casa de en frente a la de mi aparición subiendo escaleras en su interior. Un almuerzo junto a una abuela y a su acompañante. Seguidamente me veía en una ha- bitación escribiendo en una computadora, luego en un paseo de compras en auto conducido por el mismo hombre. Las imágenes llegaban rítmicamente, como si fuesen diapo- sitivas controladas mecánicamente a intervalos regulares. De pronto, me hallé dentro del mutismo de la casa en ruinas. Del silencio nacieron voces de mujer, de hombre y el llanto de un niño. Nuevamente, una mesa dispuesta para el almuerzo con un rostro nuevo y hermoso de mujer. Ahora tenía la sensa- ción de conocerlos a todos, de que había visto sus rostros con anterioridad. No recordaba dónde ni cuándo. Ahora las imágenes se transformaban en micro-audios, pude escuchar el nombre de Franco y Chela en otra habitación en la que estábamos reunidos los tres… Y por la noche, el de Maritza y Ángela en una cena donde resaltaba, por sobre las demás, una foto enmarcada sobre un mueble cuya imagen se hallaba difusa por la pequeñez. Pronto apareció ante mí, la pantalla de una computadora mostrando la imagen fotográfica de mi domicilio actual, me vi sentado e inmóvil enfrentado a esa imagen hasta que todo se hizo difuso y la luz lo inundó por completo. Me sentí libre como un ave volando sin destino, sin tiempo ni sonidos, mi cuerpo fulguraba aun dentro de esa luz con otros matices que se desprendían de mí. Una nueva imagen me mostraba inerte en el suelo, y de fondo, un lejano timbre de teléfono parecía acercarse más y más. Se escuchaba muy cerca, intermitentemente entre sonido estridente y silencio profundo. La luz se fue apagando de mi alrededor y el sonido 85

desapareció en la lejanía. Nuevamente percibí mi tenue respi- ración y los latidos del corazón renovaron su ritmo normal. Abrí los ojos, una nueva perspectiva se había instalado en mí. La computadora aún estaba encendida mostrando la imagen del lugar de mi nacimiento, nada en ella había cambiado, ni siquiera la fecha de toma de la imagen. Por primera vez dudé que sea simplemente un error, la experiencia vivida en mi interior a través del mindfulness me revela una nueva apertura con respecto al concepto temporal y sé que en algún momento de los días futuros, hallaré la llave que abrirá la incógnita. Mi cuento para el concurso no quedará falto de ideas, dejaré correr mi intuición, mi voz interior, mi espíritu aventurero y jugaré con “el tiempo” como lo hace un gato con el ratón hasta que Google no demuestre su error y cambie la fecha al pie de la imagen. Todo parece ser un círculo continuo y yo no lo detendré… de hecho ya tomo el personaje de Anton y tengo en mi mente la primera frase del mismo: “La oscuridad no era más que un túnel succionador, una especie de embudo de brazo largo y levemente inclinado hacia abajo. Intuí que el deslizamiento era inevitable…”. 86

Insomnios Fragmentados Abandonada La casa estaba abandonada, la cadena y el candado oxidados, marcaban una fecha lejana en el tiempo. Las enredaderas y los arbustos ocultaban su estructura de antigua data, sólo el hueco de una ventana rota hacía de pasaje incómodo hasta el interior. No estaba sola, sino rodeada de otras, habitadas por gente anciana. Ellos alternaban su cuidado nocturno desde el inte- rior evitando ser vistos u oídos. Su último dueño partió de este mundo con una sonrisa en sus labios y un secreto oculto en su corazón. Cada noche ocurría la magia, cada mañana la vitalidad revi- vía. La longevidad residía bajo aquella araña de luz. Abismo Tu abismo también es el mío, el gris húmedo penetra el alma y nuestras ausencias se amalgaman en solo una que se extraña a sí misma. Lloramos en letras con tinta de vieja sangre escri- tas en un pacto de amor eterno. Tu voz es un vuelo con mi nostalgia, de pensarte como una golondrina viajera que siempre regresa de vez en vez a ser parte de ese recuerdo de una postal sin olvido. Nuestras manos se toman, nuevamente, entre hilos de un cie- lo que nos sostienen en la placidez de un crepúsculo dorado. La imagen está aquí, tocando nuestras almas, remontando des- de lo profundo. Adiós ¿Y me dices que no es fácil? Yo lo sé antes que tú, pero ja- más pensé en lastimarte con esa palabra tan tajante, distante y definitiva. Aprendí que a veces, el amor se esconde como la puesta del sol, pero no significa que no haya otro amanecer 87

que aleje las tinieblas. No puedo aceptar que tus brazos caigan sin intentar sostener aquello que el amor plantó, porque no había arena debajo que socavara la roca de nuestra piedra fundamental. Mis pasos siempre estuvieron a la altura acorde a tus expec- tativas. Nos prometimos una pradera florida, hoy quieres la cima de una montaña inalcanzable. ¿Adiós? Águila Te veo como ella, en los últimos vuelos antes de la transfor- mación. Te sientes en penumbras, aunque tu visión sea tan aguda como siempre. La oscuridad está en tu mente bulliciosa a pesar de los silencios que expresan soledades. En ellas te escondes, hiriéndote las partes, sufriendo el marti- rio que te lleva a la metamorfosis vital. De tu boca se arrancan los dolores de tristeza y de tus uñas, sueltas las cargas pesadas que te hunden en la inestabilidad de tus actos. La agonía fue muriendo en su propia sombra, el renaci- miento brilló en la aurora sobre la montaña. Tu vuelo es nueva vida. Ahora Ahora me dices que lo sientes… y está bien, descargas tu mochila como quien se despoja de un deshecho del alma, si- lenciosamente, con la mirada congelada en mis ojos. Se parece a un juego imperativo, exclusivo del presente. No importó el antes cuando sí, el antes importaba. Ahora preo- cupa el después, el después de este ahora que aún no está re- suelto. Hábilmente has jugado tu carta y nadie sabe en cuánto tiem- po madura un perdón, quizá mi ahora se haga infinito o menos cruel que el antes de tu decisión. El después del ahora avizora un camino para solo uno en su propia soledad. 88

Almendros Esas flores rosadas emergen por sobre el talluelo formando un paraguas invertido. Son la base de operaciones de ellas, las abejas de mis colmenares. La plantación de almendros fue nuestra devoción, nuestra cuna de amor, nuestra despedida en el dolor. Descansas al pie de ellos en esa eternidad que esboza tu sonrisa en el retrato sobre la cruz de metal. Ellas lo saben, prefirieron ese lugar como estadía desde que besaron el rami- llete que te obsequio como ofrenda de amor sin olvido. Su miel posee el color de tus ojos, el sabor de tus besos, eres reina ausente en vuelo nupcial regresando por mí. Anoche No hubo luna ni estrellas, hasta el sol se durmió sin esperan- zas. Anoche todo fue diferente, ya los pájaros no cantarían ni la primavera asomaría en brotes de ilusiones. Todas murieron tras ese recuerdo que apareció adosado a su nombre en la voz del mensajero. Entonces, la memoria resucitó toda su historia, los eslabones secuenciados fueron dejando una marca definitiva ya imposi- ble de alterar. Anoche fue el cenit, el antes y ahora, el después. El diario íntimo cerró sus páginas, cada uno dejó su consig- na, las ambiciones, su sombra. La sentencia equitativa encon- tró al pobre y al adinerado en la tierra bajo una cruz. Anomalías Primavera descarnada y cruda, flores escarchadas humeaban rojos hechizos, el aire se bebía tibio con sabor a azahares, las mariposas lisiadas remontaban alas sujetas a bastones de péta- los crucificados. Hormigas danzaban sobre el círculo del bra- cero humeante, el horno lo aspiraba, el pan ahumado era boca- dillo para los dioses. 89

Lo verde voló hacia la luna y el celeste tiñó el sol. Los pája- ros equivocaron el pentagrama e imitaron a los gatos que esta- llaban en carcajadas. El humano, sin razonamiento, fue gana- do de sí mismo. La paloma sagrada había sido sacrificada. Águilas y leones trajeron ofrendas de olivo sin podar. El princ- ipio había sido reestablecido. Aquellos días El invierno de la vida me atrapa en redes anudadas con impo- sibles. Me resigno, sé que no podré liberarme y tal vez alguien tire de ellas para mostrarme el ocaso perecedero con el tiempo suspendido en un columpio azaroso. La primavera se asoma, no es real. Me quedo con aquella de mi infancia, la tibia, la de suaves pinceladas, la del canto sobre los árboles recién vestidos, la de las flores enredadas en los cercos, la de las auroras pintadas en acuarelas. Hoy es el bastón, ayer el ritmo voraz. Dicen que el sol se apaga, la red libera y el alma vuela. Árbol y poesía El otoño es poesía íntegra, desborde del alma en lágrimas, en sonrisas, en plenitud. Sopla el viento y corrige. La hoja muerta cae, la palabra inútil se desvanece. El árbol cruje en sus ramas dolientes, en tanto, la melodía toma cuerpo renglón tras renglón. La escarcha se posa, inmadura como un deshielo fugaz, mu- da ropa desgastada; quita comas, reduce el texto, realza el to- no. Nada es perenne, inmóvil o encadenado a la raíz más pro- funda. La estrofa se convierte en trozos de sentimientos salva- dos de la clandestinidad. El alma se blanquea a sí misma, le nace un corazón con boca de declamación. 90

Bautismo ¿Por qué dañas sin razón? ¿Qué fue de mi amistad, confian- za, lealtad, de esos momentos que nos juramos mantenernos unidos más allá de cualquier circunstancia? ¿No puedes explicarme, verdad? O tal vez deba elegir una de tus tantas mentiras como verdadera y justificar ante todos tu sin razón. ¿Qué te pasó? El instinto dice que mi luz dañaba tu ego, tus sombras revol- cadas en el fango dejaban tu marca venenosa en la conciencia del círculo de nuestros apegos. El disfraz de víctima no resur- gió de tus lágrimas y el espejo de la verdad resaltó tu locura. Mi bautismo de inocencia brilló perdonándote en silencio. Bella Para los ojos con amor, eres bella. Tanto, que la expresión no tiene sinónimos, nada comparable. Salida de la fuente de luz, el arco iris envidia tus tonos, la dulzura emana de tu rostro como miel dorada, los rizos trigueños juegan con el reflejo húmedo de la brisa y el rocío penetra el terciopelo de tus meji- llas. Bella, aditiva tu sonrisa al círculo del horizonte, a los faros de los mares que trascienden tu mirada perdiéndose en la transparencia celestial. Bella, producto de mis manos, del talento que el alma ena- morada esfuerza en moldear, en crear el deseo del corazón. Bella, pero sin alma. Búsqueda Deseo buscarte, creo escuchar tu eco, llamándome. Los tiempos y los espacios son otros, no puedo confundirme, no contigo. Los sueños efímeros no son nuestros itinerarios, ne- cesitamos la mística de la realidad. Verdes praderas, ríos, mares y océanos tienen aroma a ti. El 91

sol naciente, la llovizna lejana, el horizonte, pedestal del arco iris; son pinturas de tu paleta inconfundible. Sé dónde buscarte si cupido fija la hoja del almanaque en el camino del destino. Temo no reconocerte en el viejo espejo de nuestra despedida, aunque tu rostro contenga la misma más- cara. Te buscaré, seré fantasma para tu alma, sombra con de- seos de amarte. Caminantes Los ocho lados de la plaza eran testigos de los pasos de aque- llos caminantes y trotadores. Por las mañanas, tardes y noches veraniegas se desafiaban a sí mismos, intentaban el final de un destino. El sol y las sombras a través de los árboles, pintaban un pai- saje mágico que abría la mente y respiraba el corazón. Cada movimiento articulaba la esperanza de un cuerpo más sano y un alma más elevada. Todos se asemejaban a manecillas de reloj, cada uno a su ritmo, a su hora. El escaso descanso daba oportunidad a volver sobre sus pasos. Giraba ese mundo ebrio, se entraba, se salía. Carroza Será que los años acumulan paciencias en el cansancio del caminar que hasta el camino viborea entre recodos para sorprender al desilusionado tras su largo peregrinar. Hay alquimia en su mirar queriendo aferrarse una esperanza tardía. Se inventa excusas para no claudicar, sabe bien que ca- da paso es conquista merecida, que su experiencia enmudece ante el galardón por un sueño imposible… pero sigue con los pies en tierra y el alma laureada llena de imaginación. Siente su meta alcanzar sin ver el horizonte, quizás sea un repiqueteo lejano de la carroza de su juventud, aquella perdida en su primera cita, la promesa del amor. 92

Cascabel Tenía el sueño muy tenue, ese espacio donde la realidad y la fantasía etérea se entremezclan creando imágenes y sonidos que remueven la memoria. Recordó sus canciones de cuna, las fragancias con que su madre lo perfumaba y la resonancia del sonajero que tanto le agradaba. De entre todos los objetos a su alcance, el sonajero lo aluci- naba con su “tilín-tilín”. Despertaba en él un sendero de sensa- ciones, donde transitaba como un ave en las alturas, como un niño en una hamaca, como un anciano descansando bajo el árbol junto al río. Ese sonar a cascabel dejó de oírse. La picadura lo despertó. Cementerio La vista era hermosa en la pequeña pradera, diminutos canteros de variadas flores la cubrían simétricamente dando un aspecto de pulcritud, orden y paz. Un lago con arbustos aromáticos podía verse hacia un late- ral, grandes árboles de hojas multiformes y coloridas se apre- ciaban a todo el alrededor. Algunas fuentes de agua decoraban los distintos senderos serpenteantes que lo recorrían. El silencio acompañado por los gorjeos intermitentes se ha- cía música a los oídos, sentándose en aquellos bancos al aire libre. El corto paseo, lo convenció. Esa parcela debía ser suya, sí o sí. Quedó satisfecho pensando haber comprado la eterni- dad... sólo fue media hora de ilusión. Ciénaga Mi mirada caló hondo en tu personalidad tan peculiar. Tus deseos no fueron más que cobardías ocultas tras un disfraz lleno de delirios y locuras. Las sábanas blancas nos enredaron en una lujuria, que de a poco, se transformó en tormento. Nada 93

quedó de aquellos momentos que el solo afán de contemplar- nos llenaba la alegría pacífica al corazón. Este fue muriendo de a trozos, tu caparazón, una armadura que nos aprisionaba en tus debilidades, aquellas que no me permitían subsistir. Besos traicioneros envenenaban mi exis- tencia jugando a ser mía, pero exclusiva para todos. Mis ojos tendieron una trampa inevitable. Amarrados, la ciénaga nos cubrió. Combo Todo está unido como si fuera una sola pieza, un rompecabe- zas a punto de ser desarmado, un imán que retiene la cosecha ferrosa a su paso, una galaxia cumpleañera que sujeta sus glo- bos de colores sin tocar el techo del universo… que también es un todo. Tú y yo no somos la excepción, insistentemente me separas en fragmentos, como si el amor pudiera aislar el sentimiento, de sus lágrimas de alegría. Con el tiempo, mi todo se redujo solo al sabor de tus caprichos antojadizos, a la simple necesi- dad de ser un pedestal que eleve tu todo con sólo un trozo de mí. ¡No! Conjuro La distancia es un soplo de vida o muerte. Cuando el amor se esconde tras ella, se apaga o revive su fuego. El trayecto es el alma de un conjuro, promesa en sangre que la daga sella en el pergamino del alma. Se recorre con los pies de la ilusión y se llega de rodillas, implorando el deseo, prometiendo su úl- timo aliento. Al final, el soplo es viento, el fuego incendio letal, el perga- mino un contrato de fe, el espejo testigo fiel, el conjuro, trom- peta militar y el tiempo, campo de batalla. Se recogen despojos del pasado muerto, un beso pone alas al amor. 94

Consorcio La noche ocultaba su misterio en esa calle que moría en el cementerio. Nadie osaba transitarla y menos vivir sobre sus veredas. El descampado era el telón de fondo de un paisaje callado de día y de llanto lastimero desde el ocaso. No siempre fue así. En la vida todo cambia, en la muerte, también. El edificio gigante había ardido en llamas, los perió- dicos titularon: “Nadie sobrevivió”. Una noche al mes, luces extrañas titilan reunidas en círculo bajo un murmullo indescifrable, monótono, tedioso. Una ráfa- ga de viento las apaga, sus cenizas se transforman en un libro de actas. La reunión de consorcio había finalizado. Coraza El lloro baña las piedras de tu resistencia. Prisionera, el cír- culo se cierra por fuera de ti. No hay luz que refleje tu rostro en las astillas del espejo de tu vida. Desarmada, inerte a veces, goteando sangre del corazón herido, escribes en tinta roja el poema del adiós. No se te oye, tras la coraza, los versos quebrados con voz de angustia. Un eco incipiente de un mundo lejano busca los oídos del destinatario perdido. Siempre vuelve cruzando un desierto infernal prisionero de su libertad. Tú, sin cadenas, cautiva en soledad. El vuelo del águila, rasante, te eleva recitando tus versos sin coraza. Cuarto solitario Si me hubieras dicho que nada quedaría de aquel cuadro viviente que nos habitaba en ese cuarto de intimidad, no lo hubiese creído. Cómo podría hacerlo si la vida florecía alrede- dor, apretujando nuestros cuerpos al amor incondicional, ese que nada pregunta y todo lo soporta bajo la levedad de dos almas que pintaban el mismo sueño. 95

No lo dijiste ni lo pensé… ocurrió, de la nada, como una sorpresa lacerante que nos fue hundiendo en un océano de du- das, nos ancló en las profundidades más recónditas y fuimos desapareciendo. La puerta entreabierta se cerró sola, cansada quizás de una espera muerta en soledad. Cuatro hojas ¡Cuatro! ¿Por qué cuatro? ¿Será por su escasez o por la abun- dancia del ser de tres? Los tréboles tienen la respuesta, pero no la culpa de cuántas hojas los dotó la naturaleza. ¿Será la angustia por cambiar nuestra infortunada vida? Buscamos apresurados ante su presencia como si un tesoro estuviera aguardándonos… pero no, en mi caso es el apego a aquel amor de juventud hecho promesa al partir un trébol de cuatro hojas, en dos para cada parte. La cantidad de hojas no vencieron al designio del destino, ni la desdicha se apartó del camino, fueron ansias sopladas desde el espejismo del deseo. De padre a hijo Llegué tarde. Un último beso en tu frente, tu eterna carta en mi corazón. Mil veces lloré con ella, hoy estoy en el justo lu- gar de tu consejo. Posiblemente no sea más que una ceremo- nia, quizá decirte: ¡Está cumplido! Me decías: “Hijo: La vida es la montaña más alta. No dejes de escalarla como acto de íntima superación, nunca llegues a la cima. Ella, es cultivo de egos. Plantarás tu bandera, la raíz matará tu alma. Sólo alcánzala si sabes volar. Yo no supe”. Carrera, metros finales, vacío. ¡Volamos! Sí, al aire tus ceni- zas, el parapente embolsa vientos para mi felicidad. 96

Depresión Últimamente, la cama es mi compañera fiel todos los días. Es como una balanza, soporta mi cuerpo pesado, lleno de un vacío negro, lúgubre, explosivo por momentos, como grito ahogado, en otros. Me tolera el silencio nocturno, es una voz por la mañana. Yo la escucho mas no le obedezco. Ya no puedo. Sé que alguien me cuida, lo dice aunque suele maniatarme en mis horas de vigilia. Es para mi bien, me tilda de peligroso y me medica. La engañé una vez, se creyó una heroína adu- ciendo haberme salvado la vida. Sí, me suicidé. Tras los vi- drios rotos mi sombra cayó al vacío. Desconfianza Ambos habían jurado amarse hasta la muerte. El pacto de amor no necesitó un documento escrito ni un lazo simbólico que lo recordara, tampoco un par de anillos que lo evidenciara. Floreció a tal punto, que todo parecía increíble, tanto como que se dudó de ello. La cizaña fue carcomiendo sus raíces, los “te amo” se transformaron en “te quiero”, estos en un simple “hola”. Después los silencios fueron rostros indiferentes. Los aniversarios nunca dejaron de festejarse, las copas del brindis siempre replicaban tres veces consecutivas y el pacto renovaba su vigencia. Esta vez, cada cual decidió por el otro, con un veneno diferente. Desencuentro Te vi por la ventana, sobre la hamaca en el parque. Estaba vacía cuando llegué. La matrícula en mi escuela se agotó cuando la deseaste. El mismo horario, el tren de costumbre; ese día enfermaste. La primavera llamó a nuestras puertas, tus brazos estaban ocupados en un baile interminable. La búsqueda de empleo 97

nos acercó solo hasta distintas y lejanas sucursales. Escuché rumores de una inminente boda, un idilio apasio- nado y de una ausencia sin destino. Me dije: “Son murmullos de pasillos” …Yo, impasible ante la cruel verdad. Mi memo- ria tiene un libro escrito en llanto y desconsuelo. El mismo edificio nos había cobijado. Desgaste De pronto mi vida se volvió un bostezo constante, fluyeron lágrimas rodando sobre el teclado de letras perezosas que no deseaban redactar la triste noticia del desgaste de la película del día a día. El sol a pleno fue insuficiente, la luna perdía su fuerza, la lluvia mojaba sólo con vapor y la primavera fue una promesa incumplida. La noche destruía los sueños y los anhelos se mar- chitaban en cada aurora desteñida. ¿Cómo explicarlo? El aire aumentaba su peso, y respirar, un deseo más activo. Los pensamientos se agrietaban en rebeldía y el espíritu cambiaba su esencia. La película nos desvanecía hasta el final. Desilusión Te quejas de la vida como si toda ella fuera una enramada de espinas hecha burbuja por donde no hay salida. Exageras tus males como si fueras la única en poseerlos. Te persigues con negros pensamientos que oscurecen tu capullo de luz naciente. Eres verdugo de tu propia sentencia. Hagas cuánto hagas sangrarán tus manos, se ahogará tu grito de dolor, tu sombra te impedirá el paso, el abismo paciente, espera... tus demonios protagonizan la película virtual. Junto a tus ojos cerrados convive la imaginación, a escondi- das, como un apéndice de un absurdo que no se puede sopor- tar. La desilusión parece un delirio interminable. 98

Despojo Lentamente el maquillaje siniestro del payaso, se diluye frente al espejo. El secreto queda guardado entre cuatro pare- des, lo bueno y lo malo giran en torno a los trazos profundos que van perdiendo contraste. Él es ella, ella es él en roles superpuestos, en la ternura con lágrimas hipócritas o en el sadismo disfrazado de piedad. El bajo mundo encumbra sus ritos, el entretenimiento conquista sonrisas que se compran, el día ensalza su rostro de colores y la noche esconde la mueca del dolor. El amanecer nace escondido de sus ojos, el sol oculta en su sombra, el despojo tristemente muerto de cada día. Después Después de un café todo es posible… aun el adiós. Eso de esconder el rostro cuando intentas jugar tu última carta, no es de hombre. Sostener la mirada no es implorar piedad ni tam- poco un látigo de cien colas con qué castigar. El café siempre fue la excusa… pero era el beso por detrás, el placer de la sonrisa por delante y ese tiempo eterno que nunca lo enfriaba. El sorbo se hacía corto, las palabras enmu- decían, el velo del vapor guardaba siempre las promesas… las tuyas, las mías. Se derramaron, el café y nuestras lágrimas. Solo mi pañuelo quedó manchado con lápiz labial. Eclipse El camino se perdía entre la sinuosidad del paisaje, él lo es- taba disfrutando a pleno. El verde en sus tonalidades, las flores en sus diversos colores y los pájaros en sus vuelos melódicos. Sin pausa, sin prisa, sentía un regocijo en la plenitud de su alma. La temperatura ideal, las hojas inmóviles, el sol en su inmenso brillar. 99

El lago, las huertas, los frutales, sin nubes y un horizonte ondulado entre las colinas. ¡Tanta belleza creada! La penumbra, de a poco, fue ganando terreno, el crepúsculo avanzó sigilosamente y el sol se cubrió de negro. Todo se apa- gó. Nuevamente, el holograma lo había defraudado. Ecos fugitivos Los escucho en los rincones menos impensados, son vibra- ciones que se manifiestan elocuentemente sólo a quienes man- tienen el corazón alerta. No es necesario un tronar, ni un susu- rro de una voz, tampoco un suspiro de amor. Los latidos se perciben al son de tambores lejanos, los pensa- mientos, como péndulos que oscilan entre horizontes extre- mos y los anhelos del alma, esos únicamente con el brillo de un espejo cósmico. Los busco desesperadamente, deseo descubrir sus caminos, revelar dónde se pierden, en qué lugar mueren si no llegasen a ser eternos. Ese es mi mayor temor. Soy uno de ellos sujeto a un hilo rojo. Egresados Hace tres años que no nos reunimos. Los extraño, aunque la última vez sólo éramos cuatro. Y pensar que al terminar la secundaria podíamos formar cuatro equipos de futbol. No puedo explicarlo, tal vez extravíe sus números telefónicos. Quizás, ya se hayan olvidado de mí. A los ochenta y ocho años ya nada es igual. Estoy solo, se me nubla la visión, creo tropezar con algo, me siento caer. Pierdo la noción del tiempo. Despierto al sonido del llamador de la puerta de calle. Alguien deslizó un sobre por debajo. ¡Vaya sorpresa! “¡Tanito, te esperábamos! El viernes cinco será nuestra primera reunión de “Ingresados”. 100


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