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LOS SECRETOS DEL CORONAVIRUS -CRISTINA ACCIALINI

Published by Gunrag Sigh, 2022-06-16 19:38:08

Description: LOS SECRETOS DEL CORONAVIRUS -CRISTINA ACCIALINI

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—¡Ahí entramos en terreno jodido, mi preciada dama! —Y terminaron en un estallido de hilaridad—. Busquemos la pared para la escenografía. Dieron unas vueltas y eligieron un lugar; probaron la distancia para que la cámara no tomara otros detalles. —Bueno, ahora hablemos seriamente, mi reina ¿Te vas a venir a vivir conmigo ya? —Sí, si es tu voluntad. —O te olvidás que construí esta casa para nosotros dos. Ella lo besó brevemente en la boca. —Cuando vayamos a Libertador, traemos las cosas para acá y después tenemos que hacer lo propio con lo que llevé a Caballito. —Vayamos esta tarde al departamento; digo, si no querés encon- trar a tu marido, mejor hacerlo lo antes posible. —Bueno, pero al anochecer me voy a ir a Caballito porque va a venir el plomero a hacer un arreglo. —¿Tan rápido me engañas con el plomero? —Es que va a venir bien temprano y querría ya estar allí. —Bueno, no hace falta que me inventes nada… Ya me dijiste que tenías que solucionar algunas cosas, a ver si crees que soy contro- lador… —Gracias. —Es que esto de tenerte a mi lado es muy nuevo para mí y es como si quisiera recuperar el tiempo perdido. —No lo perdimos, mi amor, lo tuvimos en maceración, como el buen vino —Rieron. —Y yo me quiero tomar toda la producción de golpe, ¿no? —Bebamos, pero sin emborracharnos… quiero ser consciente de mis actos. —Pero ahora estamos juntos… es bueno emborracharse de amor. 151

Después de almorzar partieron para Libertador en el auto de él. Era como manejar en una ciudad fantasma; algún auto solitario discurría por una avenida; a lo lejos se veía un colectivo, una moto realizando un reparto y nada más. Los pájaros caminaban indolen- tes por las plazas sin ánimo de volar. En muchos balcones la gente había instalado su centro de contacto con el mundo real, se asoma- ban mate en mano y hasta saludaban a los autos que excepcional- mente pasaban por sus calles. Un enorme bacón se mostraba lleno de guirnaldas y globos señal de algún cumpleaños infantil. Era sorprendente el protagonismo que había tomado esa desestimada parte de la casa: el balcón. Al llegar, Nayeli accionó el portón del garaje del edificio y entraron el auto. En una rápida acción, ella cargó sus pertenencias más propias, algunas prendas y su ropa de trabajo que colgaba en el lavadero. Después consideró pertinente llevarse la mercadería del freezer y la heladera, La cargó en unas cajas ayudada por Ernesto quien se imaginó en un operativo comando de serie norteamericana y comenzó a reírse imaginando a Raúl abriendo sorpresivamente la puerta. Nayeli lavó rápidamente la heladera y la desenchufó. También desconectó los otros artículos eléctricos, registró puertas y ventanas. Tuvo el impulso de llevarse sus cua- dros pero desistió y cerró definitivamente la casa. Cuando volvían, pasaron por el supermercado pues Nayeli pen- saba en otra notebook que reemplazara la que dormía en la caja de seguridad; era su elemento de trabajo más preciado y funcio- nal. Pensaron de paso en proveerse de algunos artículos que cre- yeron necesarios; pero las colas eran infernales y con el distancia- miento se hacían más largas; desistieron. Pasaron el resto del atardecer ordenando la mudanza. Lo vivían con placer, casi como un divertimento. 152

Ernesto le recordó a Nayeli el nombre de la persona que les había provisto todo el material tecnológico del Centro Médico. Ella tenía el contacto y lo llamó rápidamente consultándole sobre la notebook que necesitaba. El proveedor hizo sus propuestas ofre- ciendo llevarle el producto en su vehículo y cerraron trato. —A veces tenés ideas geniales —Bromeó Nayeli. —Sí, solo a veces; lo voy controlando, trato de que no sea muy seguido para no adquirir el vicio. Dos horas más tarde, llegaba su nueva notebook. Nayeli contó los días que Raúl no se había conectado y decidió hacerlo para no despertar sospechas. Se colocó frente a la pared elegida y activó la videollamada. Él se excusó por no haberse conectado; echó la culpa a la constante tensión que le provocaba el estar gestionando, a diario, la vuelta al país. Ernesto escuchaba la conversación mordiendo la pata de sus anteojos. Nayeli no indagó más; no quería poner a su marido en aprietos pues intuía que esas gestiones no eran reales y que él estaba có- modo en Italia, sin necesidad de volver. Preguntó si veía a Renzo y él le recordó que habían quedado en hoteles diferentes y ahora no podían salir. Raúl preguntó qué hacía ella y le dijo que conti- nuaba el trabajo de MM on line. Finalmente se saludaron sin entu- siasmo de las dos partes. Al finalizar el llamado Ernesto aplaudió sin sonido. Nayeli le revoleó un almohadón. —No sabés lo nerviosa que me pone hablar con él. —No me digas que es remordimiento. Nayeli se dio cuenta de que casi entra en terreno todavía vedado para Ernesto y cambió la conversación. 153

—Decime, ¿por qué a veces usás anteojos y a veces no?, ¿te da más aire de intelectual? —Yo soy un intelectual, no necesito anteojos que me lo hagan parecer… —Rio—. No, en realidad son de descanso, pero los debería usar más seguido, en especial delante de la compu. Más tarde cenaron y cuando terminaron, Nayeli se volvió a la casa de Caballito con su ordenador portátil bajo el brazo. De noche, la ciudad solitaria suscitaba temor. Los edificios se erigían silenciosos en una ciudad que parecía abandonada, en sus- penso. Cada esquina despertaba el misterio al haber sido desaten- dida por el tránsito y la imaginación podría haber creado persona- jes con piloto de cuello levantado, sombrero y manos en los bolsi- llos aguardando detrás de una pared. Dobló en otra calle y salieron en su auxilio las luminarias, que parecían más resplandecientes, y los semáforos, que estremecían sus colores indiferentes a la obe- diencia, desestresados. Terminó el día restituyendo los archivos que debía tener en la no- tebook por practicidad. Al finalizar le deseó las buenas noches a Ernesto y se fue a dormir. DÍA VIERNES 27 DE MARZO Durante toda la noche, a Nayeli le habían rondado las imágenes de las piezas arqueológicas que estaban en el archivo secreto. Algunas de ellas coincidían con las fotografiadas por Raúl en Guatemala, que eran parte de las enviadas por él mismo, días atrás. Ya era evidente; no era mera coincidencia; las imágenes corroboraban los datos que emanaban del archivo oculto. “Obras de arte o algo así” le resonaba la respuesta de su marido. 154

No bien se levantó, llevó un yogurt y unas galletitas de arroz a su centro de comunicación y se dispuso a investigar. Quería rastrear esas piezas y no sabía dónde investigar. Se le ocurrió poner directamente “piezas arqueológicas robadas en Guatemala”. Apa- recieron varios temas que se iban asociando y le dieron informa- ción acerca del asunto. Había una investigación de un Profesor de Historia de la Universi- dad Nacional de Mar del Plata que encabezaba el tratamiento del tema con esta frase de Karl E. Mayer de “El Saqueo del Pasado” y que decía: “El pasado no tiene futuro a menos que estemos dispuestos a pagar por él”. Ese profesor decía que el saqueo de tumbas era la profesión más antigua del mundo y que había logrado vencer las trabas tempora- les y a su vez a la justicia, la culpa y los riesgos. Explicaba que todos los países han sufrido la permanente exportación ilegal de obras de arte y objetos arqueológicos y que éstos terminaban en vitrinas de museos importantes de Europa y Estados Unidos o en manos de coleccionistas privados, anticuarios o millonarios excéntricos. Parecía que eran los mismos que incentivaban exca- vaciones en desiertos, montañas o templos abandonados o que promovían los saqueos cuando los arqueólogos trabajaban en los yacimientos. Como los estados no tienen dinero para custodiar estos sitios, cuando los equipos de investigación se retiran para volver al otro día, se producen los robos. Aseguraba que estos hechos son el nudo de un mercado negro poco investigado y peligroso. Allí Nayeli trató de sofocar el temblor que le produjo esa aseveración. Decía el investigador que las piezas precolombinas se habían convertido en una “especiali- dad” floreciente y lucrativa, que poseían una atracción especial no solo por su belleza intrínseca sino por el exotismo que suelen 155

simbolizar lo misterioso, la cultura perdida o lo étnico. Todo esto promovía un creciente aumento de inversores y alimentaba el contrabando ilegal; un mercado de “alto nivel” dispuesto a pagar decenas de miles de dólares por objetos de alta calidad. Nayeli se inquietó todavía más. No había escuchado nunca que existiera este tipo de comercio y no se imaginaba cómo su marido se había involucrado en él. El autor la ponía en contexto diciendo que estas acciones origina- ban una larga cadena de relaciones y contactos ascendentes y descendentes que iban desde el comprador más prestigioso, pa- saba por el traficante o intermediario y llegaba al ladrón de tum- bas o excavaciones. Todo ese funcionamiento estaba plagado de latrocinio y sobornos, contrabando e hipocresía, conocimiento y “buen gusto”. Vinieron a la mente de Nayeli las fotos de Raúl con aquellos paisanos. Sin dudas su marido era parte de esta red inmensa que no respe- taba fronteras, clases sociales, legislaciones y controles aduane- ros. En muchos países de Latinoamérica, a los saqueadores los llaman “huaqueros”, que proviene de la palabra quechua “huaca” que quiere decir “lugar sagrado o templo”, porque es en esos lugares donde suelen realizar sus saqueos. Mientras más leía, más se indignaba porque, aunque se pudieran recuperar esas piezas, al sacarlas del contexto arqueológico de donde fueron halladas, pasaban a ser testimonios mudos dado que se había perdido toda su relación simbólica originaria. Y también era triste porque los Estados, cuyos bienes culturales violentaban, no tenían el dinero suficiente para preservar y conservar sus bienes culturales puesto que tampoco lo tenía para dar de comer a su población o cuidar la salud o la educación. 156

Se sintió descorazonada, abatida. A la rabia que le daba la acción vergonzosa de su marido se le sumaba la desazón que le producía el hecho de degradar el valor que las personas de otra cultura le habían dado a cada pieza y éstas, seguramente, habían sido colocadas en una tumba como elemento sagrado cargado de men- sajes; no cabía duda que formaban parte de sus valores y creencias como grupo social. Nayeli necesitó abandonar toda esta información por un rato y se fue a caminar por el jardín. Era difícil despojarse de la rabia pro- ducida por el hecho de que su marido fuera parte de esos manejos espurios y capaz de acciones degradantes como esas. ¡Y, la reserva y precaución con que había actuado siempre, le ratificaba la magnitud de las gestiones y el valor operativo de toda esa red! ¿Haría mucho que su marido realizaba estas acciones?, ¿toda la actividad de Álvarez Castro se cimentaría en negocios prohibi- dos?, ¿todos los socios serían parte?, ¿realizarían alguna actividad legal o medianamente normal aunque fuera como pantalla? Fue a la cocina a prepararse un almuerzo, necesitaba encarar algo práctico y que la reconfortara: unos ricos penne rigate con salsa mediterránea. Terminó con un café en el jardín. El almuerzo la recompuso y volvió a la computadora. Siguió linkeando y fue sumando datos corroborando también su veracidad. Por momentos se levantaba y daba unas vueltas para despejarse, volvía a la pantalla y continuaba saltando de informa- ción en información. Hasta que, ante su sorpresa, aparecieron las páginas de un diario de Guatemala. En un artículo narraba que en la carretera que iba de Guatemala a Flores, un vehículo del IDAEH, que transportaba un lote de piezas arqueológicas a Petén, tuvo un accidente y volcó. Inmediatamente recibieron socorro de 157

unos paisanos. Momentos más tarde, el personal de la delegación, una vez recuperados de la conmoción, se dieron a la tarea de ordenar y verificar el estado de las piezas patrimoniales que llevaban. Al inventariar, descubrieron que cuatro de ellas habían sido sustraídas por los socorristas que ya habían desaparecido. El jefe de Delitos contra el Patrimonio Cultural de la Nación informó después que resultaba muy complicado de investigar el hecho dado que las precisiones de las características de los vestigios arqueológicos robados iban a ser determinadas por los investiga- dores cuando tuvieran las piezas en sus manos y al no tenerlas no podían precisar sus características. Nayeli continuó investigando y encontró otra noticia: en Mixco Viejo, Guatemala, había habido un robo de gran magnitud. Los delincuentes cargaron con un muestrario de 161 piezas del Pe- riodo Post Clásico (900 d.C. - 1524), lotes completos de piezas de obsidiana, piezas de piedras de moler y piezas pequeñas. Por este hecho existían abiertas treinta fichas en el departamento de Pre- vención y Control de Tráfico Ilícito de Bienes culturales. Más abajo, un historiador guatemalteco comentaba la situación crítica que se daba en estos casos porque el país no tenía recursos para cuidar el patrimonio y coincidía con la opinión del historia- dor argentino que Nayeli había leído por la mañana. Creyó haber reunido la suficiente información para acallar sus dudas. Al principio había albergado la esperanza de que fueran operaciones de menor cuantía o algo casual en lo que se hubiera visto enredado ingenuamente pero ahora comprobaba que a esos negocios no se llegaba inocentemente, había que estar involu- crado, con conocimiento y dominio del tema. Expiró profundamente y se desperezó. 158

Ahora quedaba el paso más difícil. ¿Cómo iba a encarar ella todo ese asunto? Parecía un hecho de película. Su mente circulaba por toda la información que tenía y por los datos del archivo secreto. ¡Cuánto habría dado por poder reflexionar todo esto con Ernesto! Pero no, de ninguna manera lo iba a comprometer, ni siquiera dárselo a conocer antes de encontrarle una solución. Era algo que tenía que resolver ella sola. Ernesto se enteraría cuando ella hu- biera cerrado el asunto. Pero, ¿cómo? Mientras pensaba, se acordó de una serie televisiva argentina de años atrás que a ella le encantaba; se llamaba Los Simuladores. Era un grupo de hombres que con tácticas casi teatrales aparenta- ban situaciones, se disfrazaban, imitaban personajes, y fingían una realidad que ayudaba a sus contratantes a solucionar un pro- blema. Siempre se daba el juego de los malos y los buenos y, al estilo de Robin Hood, hacían justicia y los ricos terminaban pagando las cuentas o haciendo donaciones. Decidió darse un baño antes de cenar. Volvió renovada y se sentó a la mesa con papel y lapicera dis- puesta a armar un plan. Antes de dormir llamó a Ernesto y charlaron largamente de cosas banales. Él había respetado su silencio de todo el día. DÍA SÁBADO 28 DE MARZO Desayunó y fue directo a preparar su centro de comunicación para la “operación revelación” como había decidido llamarla. Lo primero que hizo fue imprimir algunas de las fotos de las piezas arqueológicas protagonistas del delito. Las dejó a mano 159

como también los datos que le había dejado su contador y el plan trazado la noche anterior. Respiró hondo y activó una videollamada a Italia. Ya no le importaba que él descubriera que estaba en la casa de Caballito. Raúl respondió del otro lado y su imagen apareció en cámara. —¡Hola, querida!, ¿cómo andás, bien de salud? —Hola, sí, perfectamente. —¿Cómo te está tratando el aislamiento? Yo bastante aburrido — Su fondo de pantalla seguía neutro. —Yo muy entretenida. —Bueno, mejor. ¿Dónde estás?, no es el departamento. —No, es la casa de Caballito. —¿Y por qué estás ahí? —Entre otros motivos porque si vos volvías me ibas a perjudicar mi cuarentena y yo necesito volver a mi trabajo; el hospital me necesita. Nayeli se preparó para el ataque. Se puso seria y lo miró de frente. —Raúl… lo sé todo… ya no hace falta que me ocultes nada. Estaba atenta a sus gestos y observó que se ponía serio y su cara se contraía. —…Pero… no sé de qué me hablás —titubeó. —De lo que me ocultás, Raúl, …mejor me lo contás vos… De lo contrario, te lo cuento yo. —Bueno… aquí va —dijo bajando la cabeza. Se lo notaba inde- ciso, sin saber por dónde comenzar. Finalmente levantó la cabeza y comenzó su narración. —Es verdad… no estoy en Italia. Nayeli levantó la vista, ¡esto no lo esperaba! En ningún momento había dudado de que estaba en la península. Pero no dejó traslucir su sorpresa y le hizo un gesto para que continuara. 160

—En realidad volví el 15 pero tomé otro vuelo hacia Bariloche pensando en quedarme en nuestra cabaña hasta el final de los feriados. Pero el aislamiento forzoso nos agarró aquí y… Nayeli se quedó en pausa… No esperaba estas revelaciones. Ahora entendía el fondo de pantalla neutro que Raúl había tenido la precaución de mostrar: no quería revelar que estaba en la ca- baña. Seguramente planeó todo pensando que ella permanecería en Honduras. Pensaba sorprender a su marido y la sorprendida era ella. Se sobrepuso y reparó entonces la frase en plural que había pronunciado: “nos agarró” ¿Con quién estaba? Entonces avanzó. —Bueno, ya no hace falta que tomes tantas precauciones para que no se vea nada a tus espaldas… ahora me podés mostrar todo. Y entonces volvió a recibir otra sorpresa, cuando Raúl movió la cámara apreció detrás ella… aquella mujer del vestido rojo, inde- cisa, con cara compungida. Nayeli sintió una emoción contenida en su garganta… Esta era una situación que destrababa, que revelaba y Raúl estaba ofre- ciéndole otra causa más a favor de su divorcio… Entonces todo le pareció gracioso, ridículamente gracioso… Y una carcajada in- contenible surgió de lo más profundo de su ser… su risa era liberadora y hacía más livianas las noticias que ella todavía no le había dado a él. —De qué te reís —dijo Raúl compungido. —De que querría saber el nombre de la señora, era una intriga que tenía al mirar las fotos, por favor. —Nilda. —Bueno, Nilda —dijo dirigiéndose a la mujer—, te voy a pedir que salgas fuera de la cabaña porque lo que voy a seguir hablando con mi marido no te concierne… No sé qué temperatura hace allí, pero llevate un saquito… ¿Viste cómo te cuido? 161

La mujer cumplió rápidamente la orden y, vacilante, salió de la cabaña. Raúl la siguió con la mirada. Luego volvió a la cámara, había perdido la compostura que siempre lo había caracterizado. Su cara sonriente ahora estaba demudada. Nayeli comenzó. —Lo primero que te voy a decir, es que yo no sabía nada de este viajecito de amor, aunque siempre me llamó la atención tu preocupación por neutralizar tu fondo de pantalla porque es muy tuyo el compartir las imágenes que están a tu alrededor. Cometiste una falla. Pero esta falla es pequeña, te voy a mostrar otra… Y puso delante de la cámara las copias de las piezas que supuestamente había comercializado. Vio que Raúl empalidecía, pero habría deseado verlo en vivo por- que las cámaras de las computadoras no eran suficientemente fieles. Él trató de sobreponerse y demostrar aplomo. —¿Y… qué me querés demostrar con eso? —Con esto no demuestro nada… Simplemente te estaba dando un aperitivo. Mirá Raúl, no me importa que me hubieras faltado el respeto huyendo con una mina y alojándola en nuestra casa de Bariloche. ¿Sabés que me ofende más?, que me sacaras de mi trabajo y me llevaras a Guatemala para tener una coartada para tus negocios sucios. —¿Qué estás diciendo? —Bueno, vamos a empezar de nuevo: Raúl… lo sé todo… ya no hace falta que me ocultes nada. —No sé de qué hablás —Raúl quería parecer ingenuo. —Mirá, se supone que a las esposas hay que cuidarlas, agasajar- las, ser atentos… Vos me propusiste un viaje sorpresa, de placer y contrataste un safari aventurero donde te fuiste a cazar piezas arqueológicas valiosas y tu mujer se quedó aburrida en un hotel, en medio de un lago. Y, bueno, el aburrimiento hace que una se 162

ponga a investigar. Después vino la pandemia y me dio tanto tiempo que terminé de cerrar todas las pistas. Raúl tenía el rostro paralizado. Pensó que siempre había subesti- mado la capacidad de investigación de su mujer. Nayeli tomó el papel con los datos de las operaciones. —¿Querés que te lea algunos datos de tus operaciones clandesti- nas, de tus negocios ilegales? —Y puso el anotador frente a la cámara—. ¿Te resultan familiares algunos datos o querés que te lea las referencias de las cuentas, las sumas, los bancos, las personas? ¿Querés que te diga algo más?, hasta tengo la proce- dencia de las piezas que comercializaste en Guatemala, sé cuándo las robaron, a quiénes, de qué yacimiento arqueológico proce- dían... ¿sigo? —Se sentía hasta orgullosa de poder abotargarlo con tanta información. Raúl estaba inmóvil, con la cabeza gacha. —¿Qué querés hacer? —¿Qué?… ¿yo? … Vos ¿qué deberías hacer? —Yo… ya no puedo hacer nada… —Bueno… entonces comenzá tomando nota. Lo primero que vas a hacer es contestar amablemente y sin presentar ningún problema a mi pedido de divorcio que te va a llegar en estos días. Lo segundo es depositar en la cuenta bancaria de la Fundación del padre Tomás, y todos los meses, el 50% de los ingresos de Álvarez Castro & Cía. —Pero eso es una enormidad. —Es solo el 50% de esa enormidad; y todos los meses. Ya te estoy pasando el CBU y los datos para que mañana mismo hagas la primera transferencia —Le pasó los números y referencias correspondientes—. Lo vamos a destinar a crear un centro de salud integral en la villa. Además, tendrías que alegrarte, porque 163

lo vas a poder descontar de impuestos —se rio—. ¡Ah! y no olvi- des traer al país la plata que tenés en los paraísos fiscales, de eso también espero el 50%. Voy a estar atenta. —Pero mis socios… —Qué, no me vas a decir que tus socios están ajenos a esas negociaciones espúreas… y a sus beneficios. —No, pero… —Deberían agradecerme el quedar libres, …siempre y cuando todo salga como espero y no tenga que realizar otras acciones. —¿Y si me opongo?, ¿qué pruebas tenés vos para chantajearme de esta manera? —Las pruebas que vos, inconsciente, guardaste en mi notebook con todos los datos de las operaciones que hacían, vos, tus amigos y tus socios. —¿Cómo pudiste abrir ese archivo? Era inviolable. —Te dije que me subestimaste, Raúl. Todo se puede si te lo pro- ponés… Vos sabés de eso, ¿no? Mi computadora ya no está conmigo, está a resguardo y la presentaré solo si algún fiscal, algún día, tenga que utilizarla… Pero, si te portás bien, ese día no llegará. ¡Ah! Te comento que era más complicado si te quedabas en Italia evadiendo la ley, pero vos me lo facilitaste volviendo al país. —¿Y si me hubiera quedado allá? —Para ese caso había tomado otra clase de precauciones y sus respectivas estrategias… que no te revelaré. —No te reconozco. —Yo tampoco me reconozco. Tal vez, nunca me hubiera enterado si el Coronavirus no me hubiera puesto en cuarentena y me sobrara el tiempo para jugar con la compu y recibir el asesora- miento correspondiente para saber todo de tu empresa. ¡Ah!, 164

tampoco hubiera jugado con mi ordenador, si vos hubieras estado conmigo… Nunca me hubiera enterado de quién sos realmente. Pero tuve suerte y muchos días, no solo para jugar, sino para pensar y descubrir la otra Nayeli que había en mí. ¡No tenés idea de lo que descubrí…! Raúl no encontró ninguna palabra que fuera adecuada y se quedó en silencio. Por primera vez lo veía vencido y… a pesar de todo, lo gozó. —¡Ah!, te advierto que, de ahora en adelante, tu empresa deberá hacer negocios limpios porque, como podrás imaginarte, así como pude enterarme de lo que hiciste en el pasado puedo ente- rarme con mayor facilidad lo que harán en el futuro. Ya tengo quien lo puede averiguar. Si tuvieron la capacidad para meterse en tantas complicaciones confío en que sabrán utilizar sus habili- dades para acceder a negocios sanos. Seguramente se sentirán menos presionados, …imagino. —Sí —contestó Raúl dubitativo. —¡Ah!, no me llames más, envíame mensajes de texto o mail que pueda leer en el momento en que disponga de tiempo. Y, si volvés al departamento, vas a tener que limpiarlo todo con prolijidad, sin olvidar ningún detalle porque estaba muy apurada cuando me fui y pude haber dejado gérmenes desparramados por toda la casa — Era una mentira dicha con maldad, pero la divirtió. Cerró la notebook y también cerró las puertas a una etapa de su vida. Colocó su ordenador en el sobre, guardó unos elementos en su bolso, cerró puertas y ventanas, y condujo feliz hasta la casa de Ernesto. Mientras manejaba, se decía que no habría sabido qué contestarle a Raúl si pedía detalles de las “precauciones” tomadas por ella para el caso de que él se quedara en Italia, no tenía ni idea 165

de si la ley lo alcanzaría en otro país, pero se lo iba a hacer creer. Se rio… Finalmente, había podido sortear los escollos. El verano se negaba a abandonar su reinado; era un mediodía brillante y caluroso a pesar de que el calendario afirmaba que el otoño había comenzado. El sol la acariciaba acercándole un placer renovado y dulce. Conducía tranquila, satisfecha, dispuesta a pasar el resto del fin de semana entre los brazos del hombre que la amaba… y eso era suficiente. DÍA DOMINGO 29 DE MARZO Después de desayunar, conversaron acerca del futuro próximo. Ella iba a reincorporarse al hospital al día siguiente; había reci- bido la aceptación de su jefe. Seguramente, tendría que recibir instrucciones nuevas respecto a las atenciones inéditas a las que obligaba este nuevo virus, incluso conocimientos específicos acerca de terapia intensiva que ella no tenía. Le propuso a Ernesto seguir viviendo en casas separadas; eso evitaría que ella volviera a esa casa directo desde el hospital; así se achicarían las posibi- lidades de contagio. —Acá, cualquier descuido podría trasladar el virus y contagiar, en cambio, en la casa de Caballito no vive nadie más. Ernesto lo tomó muy mal. —¿Y vendrías a casa como si fuera una cita? No, Nayeli. ¿Vamos a vivir juntos, sí o no? ¿Qué hacen los servidores de la salud que están casados?, ¿viven con trajes de astronautas en su casa? —Bueno, los que están casados no tienen otra opción, llevan una vida juntos… 166

—Y nosotros ¿qué?, tuvimos una vida juntos… diez años, pero sin tocarnos… ¿y ahora que podemos proyectarnos en pareja nos vamos a asustar? …Tomaremos también los riesgos que nos propone este presente; es nuestro presente; se presentó así, con coronavirus, con esta dificultad, pero debemos transitarlo juntos, como mejor se pueda, extremando los cuidados, pero juntos… Ya no puedo concebir la vida sin vos; no puedo jugar al novio. Sé que tal vez todo se dio demasiado rápido para vos pero yo lo venía imaginando y ansiando desde hace mucho tiempo… Y ahora que estás aquí, no voy a dejar que te alejes o que aparezcas y desapa- rezcas. Necesito abrir la puerta y encontrarte… o esperarte coci- nando algo rico; …necesito saber que aquí está tu faro; necesito encontrar signos tuyos en cada rincón de la casa, …sentir tu olor en las cosas cotidianas. Necesito acordar cada momento lo del día después, el futuro inmediato, así, cortito, ya que todavía no podemos proyectar un futuro a largo plazo porque esta plaga nos lo impide… porque no podremos pensar en hijos pues no sabemos qué riesgos corren los bebés... Pero, por favor, si vivir el presente no te da miedo, vivámoslo unidos, mi amor, compartamos nues- tros días y construyamos cada día… juntos, …los dos. Si el tiem- po no está con nosotros, lo vamos a crear a nuestro gusto. Selló con un beso su largo sinceramiento y se abrazaron emo- cionados, con congoja. Los apenaba que luego de tanto tiempo, su amor se debiera consumar en estas circunstancias; podría haber sido con todos los sabores que otorga la libertad plena, aunque se había dado así, con el acecho de un virus pero gracias al virus; porque las circunstancias que éste provocó en sus vidas habían desencadenado la realidad que vivían hoy. Se serenaron. —Yo quería cuidarte, preservarte —explicó Nayeli. 167

—Mi vida, yo también salgo a la calle, yo también podría traer el virus a la casa. Sé que vos tendrás más posibilidades, pero articulemos los cuidados, pensemos. Pero estoy seguro que quiero compartir con vos todo, incluso la enfermedad… o la muerte. Se besaron otra vez, conmovidos. Luego, más serenos de dieron a la tarea de armar un protocolo de prevención para la vuelta a casa: la entrada por la puerta trasera que estaba cerca del baño chico, el lugar donde arrojar las ropas, se prepararon equipos de recambio para cada uno, la forma de acceder a ellos y otros detalles. Cuando terminaron se sintieron más tranquilos, tenían protocolo propio. —Más tarde, me acompañás a la casa de Caballito y traemos las cosas que tengo ahí, ¿sí? Ernesto saltó y corrió alrededor de la casa dando la vuelta olím- pica, símbolo de triunfo. Nayeli rio con placer. Se mimaron un rato. Entonces, ya más serena, Nayeli invitó a Ernesto a sentarse dispuesta a contarle los hechos ocultados hasta ese momento; mientras, encendía la notebook para apoyarse con imágenes. Comenzó narrando las particularidades del paseo a Guatemala al que la había invitado su marido y las situaciones raras de esos dos días y medio. Iba acompañando el relato con las fotos, resaltando los datos ocultos. Siguió con el descubrimiento del archivo resis- tente y su osada decisión de contratar un hacker. —Perdón, ¿la película es de misterio, policial o de espionaje? — dijo Ernesto, arrellanándose en el sillón y mirándola con asombro. —La clasificación es mixta. Ya vas a ver. Continúo, porque ahora viene el suspenso… ¿A que no sabés que había en ese archivo secreto? 168

—¿Las estrategias de la CIA para una guerra bacteriológica? — bromeó Ernesto. —No, había una bomba… sí, una bomba para mí… El archivo en cuestión contenía todos los datos de una gran cantidad de nego- cios sucios de mi marido y su empresa. Ernesto silbó… y se quedó impávido, mirándola con los ojos agrandados por el asombro. —¿Álvarez Castro & Cía.? ¿Negocios sucios? No te puedo creer. —Hice venir a mi contador para que verificara los datos puesto que yo no entiendo casi nada; él me confirmó que todo pertenecía a la empresa, a Raúl, algunas a Renzo y un tal Onetti y otros. Me extrajo algunos datos valiosos que tengo guardados en un anota- dor. —Y ¿qué hiciste con el archivo, lo borraste? —No, mejor; mi notebook con el apéndice que le colocó el hacker para poder verlo, todo en un maletín, lo guardé en mi caja de seguridad en el banco; consejo del hacker. —Es de suspenso… ¿Y violaste el aislamiento? —Solo para dejarle la notebook al hacker, cerca de casa, con todas las precauciones. La devolución del maletín con todo, la gestionó el mismo hacker, y el trámite en el banco, lo hizo Eduardo. Te oculté la verdad cuando te dije que mi ordenador personal no funcionaba; lo había mandado al banco, pero todavía no podía revelarte nada. —¡Qué genia! …a mí no se me habría ocurrido todo eso. —Hay que ver las cosas a las que te incita el aislamiento… hasta a seducir a un amigo y forzarlo a satisfacer bajos instintos… — Rieron a carcajadas; se besaron. —Dejame seguir. —¡Ah!, ¿sigue? 169

—Sí, ¿cómo no va a haber chantaje en la película? ...y traición. —¿También? —Te vas a asombrar más. Por eso me quise volver a la casa de Caballito con mi nueva notebook. Todavía, había cosas que me intrigaban y me introduje en un mundo que no conocía: el del tráfico de piezas arqueológicas. Ernesto volvió a silbar de asombro. Ella, con ese gesto que la caracterizaba, corrió con su mano hacia un costado el mechón de cabello que insistía en caerse sobre su frente. Y continuó. Le contó que el hurto de piezas era común y que los gobiernos no podían controlarlo por falta de presupuesto. Y cómo había llegado a descubrir la forma en que esas piezas son sustraídas por huaqueros; fue deduciendo, que eran las comercia- lizadas por quienes se dedicaban a esos negocios, entre ellos Raúl y compañía. —Parece mentira que a nuestras culturas primigenias le hayan estado robando desde hace más de 500 años. ¿Te acordás que la expresidenta anunció, casi al fin de su mandato, la restitución de más de 4000 piezas arqueológicas a Perú y Ecuador que habían sido sustraídas de su patrimonio cultural? —acotó Ernesto. —Sí, y que había sugerido a los grandes museos y galerías del primer mundo desembolsar una especie de patente o royalty de forma compensatoria por las sustracciones. Bueno, asocié, mien- tras investigaba, todas estas conexiones. Así que tomé los datos más importantes, me hice un cuadro de situación y guardé en mi ordenador toda la investigación. Eso fue anteanoche, cuando me fui de aquí. —Vos sabés que estuve todo el tiempo queriéndote llamar, pero algo me decía que no debía molestarte. Por suerte me llamaste tarde porque no me podía ir a dormir. Cuando te sentí bien, 170

escuché tu voz normal, me acosté tranquilo. Bueno, seguí que te estoy cortando el suspenso. —Bueno, ayer por la mañana operé una llamada virtual, y directamente, le dije que lo sabía todo, le mostré las pruebas y todas las investigaciones que había hecho. —No me digas que lo negó. —Intentó, pero no pudo, menos cuando le dije que todo estaba a resguardo en una caja de seguridad y que iba a echar mano a los datos si algún fiscal me lo pedía. —Fuiste al hueso… y… ¿cómo terminó? —No terminó, llegamos a un acuerdo, que mientras lo cumpla, todo quedará en suspenso. —¿Y a qué acuerdo llegaste? —Lo chantajeé —y le contó lo del acuerdo, su propuesta, su pro- testa y luego su aceptación. La carcajada de Ernesto cortó el hilo de la narración. —¡Doble genia! ...por Dios, ¡Cómo se te ocurrió eso! —Le di muchas vueltas. Primero pensé: que se vaya al diablo… Pero luego creí que no debería salir incólume, así que asocié: “tanta gente está necesitando ese dinero”. Recordé la serie Los Simuladores y, entonces ideé toda la estrategia que espero salga bien, …no sé. —Y… es por una buena causa; tendría que salir bien. —Vos sabés que, hasta pensé informar a la prensa luego de la primera “donación”, para que lo reportearan elogiando su gesto; …así no podría volver atrás. Bueno, todavía estoy a tiempo. Además, le dejé traslucir que, de ahora en adelante, podía averi- guar todos los negocios de la empresa y controlarlos para que no me engañaran… Eso es mentira… no sabría cómo hacerlo, espero 171

que se lo crea. Bueno, …podría volver a pedir la ayuda a mi hacker designado, ahora que lo pienso —rio. —¡Qué astuta! ¡Bien, bien, no estaría de más tenerlo en cuenta! Ernesto seguía riendo cada vez que recordaba pasajes del relato. —Ahora me falta pergeñar cómo hacer para que las piezas puedan ser recuperadas por los países perjudicados… Si se advierte a Interpol van a llegar a mi ex y sus socios y se me cortan las dona- ciones…, bueno, tenemos tiempo… ya veremos… ¡Ah! Y descu- brí algo más. —Bueno, por qué no dejás la medicina y ponés una agencia de investigación. ¿Qué más descubriste? —¿Te acordás la mujer de rojo de las fotos? Se llama Nilda. —¿Te lo dijo él? —Sí, porque cuando lo llamé estaba con ella, compartiendo nues- tra cabaña de Bariloche, tomada como nidito de amor. —¿Qué?, ¿Raúl no estaba en Italia? —Sí, pero había vuelto y habían planeado juntos unas mini vacaciones mientras se suponía que yo iba a permanecer en Honduras. —¡Qué hijo de puta!, perdón… es tu marido… pero… —No te disculpes. Ya no tiene nada que ver conmigo, …sí, es un hijo de puta… y una rata. Ernesto estiró sus brazos y la atrajo hacia él. La abrazó fuerte- mente en un gesto protector. No sabía qué conjuro invocar para erradicar de ella tanto dolor. —¡Nena!, ¿de dónde sacaste tanto valor? —atinó a susurrarle. —De vos. Pensé que, si vos habías podido sobrevivir a tanto tiempo de angustia, yo también podría. Además, tenía una ven- taja. Vos pudiste superarte aún cuando sabías que no había futuro en tus deseos; …yo sabía que había un final feliz para mí y eso 172

me dio fuerzas... incluso hasta para causarme gracia la situación. Ernesto… tengo que aclararte que yo ya había resuelto terminar mi relación con Raúl antes de que supiera todas estas situacio- nes… Había resuelto terminar cuando descubrí mis verdades, cuando viajé a mi interior, a lo más profundo de mis sentimientos y descubrí que vos habías estado allí dentro y no me había animado a verte. No sé; las convenciones, la costumbre, la aceptación, me habían impedido tener esa revelación. Agradecí al covid-19 porque me ofreció el tiempo para pensar. Y te agradecí a vos, que, con tu acompañamiento, con tu voz, con tu mirada, volviste a movilizar esos sentimientos que guardaba celosamente, sin animarme a exteriorizarlos. Y, también te agradecí que, con tus insinuaciones virtuales, abrieras la puerta a lo sensual que no me permitía experimentar ¡Gracias! Pasaron el resto del día mimándose, amándose y también solucio- nando asuntos personales. Ernesto subió al ambiente, donde tenía su bunker. Quería preparar unas clases virtuales de Sociología Política para los alumnos del primer cuatrimestre de la Facultad. Ella, en conferencia con sus socias. Ahora, que parecía más cercana la realización de un centro integral cuyo “socio protector” sería Raúl (le seguía causando gracia), quería escuchar las opiniones de sus compañeras. Su idea era organizar un centro amalgamando diversas disciplinas que concurrieran de forma conjunta al tratamiento integral de las personas. No solo pensaba en el aspecto tradicional de la salud y de psicoterapias sino en que el centro presentara también propues- tas de yoga, reiki, u otras disciplinas orientales, teatro, danza- terapia y otras ramas del arte como elemento liberador; una trans- versalidad de recursos para la salud física, mental y emocional. Por un rato largo intercambiaron ideas y posibilidades. 173

Cuando Ernesto bajó, le preguntó, respecto a los conceptos que había escuchado en el intercambio con las profesionales: —¿Tenés noticias de Biodecodificación? —Sí, es una nueva disciplina de investigación que me interesa por esto que siempre hablamos: la enfermedad no es estática ni proviene de afuera. Es interesante verla como un proceso, como una respuesta biológica a un conflicto emocional que la mente no ha podido resolver. Ernesto la abrazó susurrándole al oído con su cara escondida en su cuello: —¡Ay, doctora, me está por agarrar una respuesta biológica…! —No es mi horario de atención —y rieron. Fueron a traer las valijas de la casa de Caballito y, al regreso Er- nesto propuso preparar empanadas para la cena. Ella le ofreció hacer algunas veganas. Así, Nayeli cocinó arroz yamaní y lentejas mientras él defrizaba unos churrascos. Picaron cebolla común y de verdeo, ají, ajo y dividieron por mitades; una parte se sofritó para agregarle la carne cortada a cuchillo y la otra se salteó para recibir el arroz y las lentejas. Ambas preparaciones se condimentaron con ají molido, comino, una pisca de pimienta y pimentón disuelto. Ambos rellenos, una vez enfriados un poco, irían a parar dentro de las tapas que se cerrarían con el repulgue. Como al pasar Ernesto preguntó: —Supongo que ese centro lo vas a dirigir vos, ¿no? —No sé. —Mirá, vos tenés la “praxis”, es decir, tu idea te pone en condi- ción de construir sentido y de actuar a partir de tu caudal personal y cultural, de tus concepciones y valoraciones. —Sí, pero el protagonismo… 174

—No, no, no; el protagonista está en las películas. El líder es quien impulsa la construcción, pues sabe lo que quiere, y lo hace posible; vos tenés las condiciones para representar el proyecto, permitir las articulaciones y armonizar el grupo. Cuando todo esté bien organizado y funcionando, entonces, si querés, delegás en otra persona. Dicho esto, Ernesto le propuso dejarla terminando todo y cerran- do las empanadas mientras él iba a comprar unas cervezas. Se colocó la ropa preparada para tal fin, cambió sus zapatos y salió por la puerta de atrás. Al rato, Nayeli recibió un mensaje: “no te preocupes si tardo”. Ella respondió: “Avisame cuando estás por volver para poner a cocinar las empanadas”. La divirtió el estar compartiendo esas cotidianeidades y se sintió contenta, liviana. Encendió el televisor, estaba alejada de las noticias. Se enteró de que habían otorgado un pago diferencial extraordinario para el personal sanitario; también se otorgarían créditos a MiPyMes para el pago de sueldos como así también se prorrogarían los pa- gos de deudas de éstas. Se prohibía el cobro de comisiones por las operaciones en cajeros automáticos; se incrementaban las partidas presupuestarias destinadas a áreas críticas. A su vez, se estaba organizando la descentralización de la detección diagnóstica del covid-19 distribuyendo progresivamente los reactivos en distintas jurisdicciones para que pudieran ir montando las técnicas pertinentes. ¡Dios mío!, ¡cuántas cosas a atender con esta situación que lo trastocaba todo! Se quedó meditando y sin escuchar las otras noticias. Se imaginaba el día de mañana, entrando al hospital y 175

encontrando todo distinto, con otra dinámica a la que ella estaba acostumbrada. Recibió el mensaje de Ernesto informando que estaba en camino y encendió el horno para ir cocinando las empanadas. Luego, fue tendiendo la mesa y buscó algunas copas o vasos finos para la cerveza. Escuchó ruidos en el fondo de la casa y el sonido de la llave en la puerta del fondo le avisó la vuelta de Ernesto. La alegró el “Hola” que emitió como saludo. Cuando bajó para ver, se encontró con una sorpresa; el padre To- más había venido con él y una profunda alegría la invadió. Los dos se abocaron a la tarea de cambiarse de ropa y calzado y desin- fectarse. Sintió unas ganas enormes de abrazarlo, pero estaba prohibido; conservaron las distancias y el alcohol en gel se colocó en la mesa. —Este irresponsable me quitó de mi zona de confort para que probara las empanadas —rio el padre. —Nayeli, no me pude resistir a convocarlo para que le hicieras una síntesis de tus últimas aventuras mientras yo controlo la cocción y sirvo. Se sentaron a la mesa. Nayeli comenzó el relato mientras Ernesto llenaba los vasos espumantes y un perfume gratificante salía del horno. Así fueron compartiendo informaciones, empanadas, be- bida, preguntas y respuestas. Tomás iba de asombro en asombro. Cada tanto expresaba un “¡hija mía!” de admiración. Cuando el relato llegó a su fin Tomás se quedó mirándola, no podía salir de su asombro. —Vos sabés que esta mañana, que fui a hacer una extracción, me desconcerté con el saldo de la cuenta de la fundación. Como hay 176

tanto lío con el funcionamiento limitado de los bancos pensé que debía haber una confusión. Le mandé un mensaje a Ernesto comentándoselo. Recién ahora entiendo. ¡Dos donaciones en pocos días! Todo es muy loco… pero bienvenida la locura si son mis amigos de la villa los que se van a beneficiar. Siguieron charlando y festejando. Tomás se veía feliz, no solo por el beneficio que significaría la construcción de un establecimiento de salud en la villa sino también por compartir ese momento con dos amigos que tanto quería y que, finalmente, se habían encon- trado. —Los caminos de Dios son sorprendentes —había dicho— e inesperados. Brindaron por última vez en la noche y Tomás se dispuso a partir. No quiso que lo llevara Ernesto y llamó a su remisero amigo. Entonces Ernesto le dijo a Tomás. —Vos sabés Tomás, que la señora tiene sus reparos en quedarse a vivir aquí… dice que no estamos casados. —Fue un chiste. Además, no fue esa la intención de mi reparo — protestó Nayeli. Tomás la miró interrogante y Ernesto gozaba con picardía. —Hija, yo puedo casarlos frente a Dios, si lo querés. —No padre, yo lo decía por el coronavirus; Ernesto saca el tema de contexto. —También los puedo casar frente al coronavirus —bromeó Tomás. —Yo soy el buen poeta casamentero… ¿te acordás Tomás? — dijo Ernesto. —Nunca lo olvidé. Hace muchos años… Yo lo predije. Entonces fue Ernesto quien se lo pidió. —Buenos casanos frente a Dios y al coronavirus. Entonces el padre Tomás se emocionó, les juntó las manos y los 177

bendijo… y sumó dos versos de aquel poema de Neruda: “…sencillamente juntos una mujer y un hombre”. Despidieron al padre Tomás y sin acordarlo verbalmente se en- contraron celebrando ese momento ansiado de ser entre los dos uno. “Complétate, hombre o mujer, que nada te intimide. En algún sitio ahora están esperándote. Levántate: Tiembla la luz en las campanas, nacen /las amapolas, tienes que vivir y amasar con barro y luz de vida …”. Había una sola manera de fundar nuevamente sus cuerpos… con caricias…, las manos como palomas; mirándose para acercarle al otro la versión que tenía de aquel; porque al ser amado no se lo ve, se lo mira y así se lo crea nuevamente. Porque nadie existe solo; es, con el otro; es, en el otro. Se amaron como metáfora, descifrando nuevamente los cuerpos. Los labios en silencio, el corazón hablando con mil lenguas. Per- diéndose en el otro y volviendo distintos. Creando entre los dos un propio mito. Solos en una ciudad amenazante, en extraño silencio. Dejando que el tiempo se derramara en ellos como un río de placer. 178

Sintieron las olas de deseo, palpitaron los recorridos de los labios, eligieron los caminos con el tacto, …percibieron el sonido de la sangre, aunaron ritmos en la respiración, oprimiendo, tensio- nando, desmayándose. Imaginando, él, temblorosas praderas, ella, frescura de cántaro, él, sonido de guitarra, ella, parpadeo de estrellas hasta terminar reclamando sus bocas antes del delirio… y acabando serenos, fragantes, ricos como la ternura del pan en la mesa. Así escribían su historia, Nayeli y Ernesto; recordando juntos, otra vez, otros versos de Neruda: “Hoy dejadme a mí solo ser feliz con todos o sin todos, ser feliz con el pasto y la arena ser feliz con el aire y la tierra, ser feliz contigo, con tu boca, ser feliz. 26 de abril, 2020 (22:22hs) 179

Esta obra se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Ediciones del País SRL en el mes de mayo de 2022




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