Important Announcement
PubHTML5 Scheduled Server Maintenance on (GMT) Sunday, June 26th, 2:00 am - 8:00 am.
PubHTML5 site will be inoperative during the times indicated!

Home Explore LOS SECRETOS DEL CORONAVIRUS -CRISTINA ACCIALINI

LOS SECRETOS DEL CORONAVIRUS -CRISTINA ACCIALINI

Published by Gunrag Sigh, 2022-06-16 19:38:08

Description: LOS SECRETOS DEL CORONAVIRUS -CRISTINA ACCIALINI

Search

Read the Text Version

—¿En qué te estás ocupando, cambiaste el pasaje… te enteraste que Argentina suspendió los vuelos internacionales por treinta días?, ¿eh?, ¿de qué te estás ocupando? Esto se va a ir empeo- rando cada vez más. Tenés que llamar o comunicarte porque, a los que tenían pasaje como vos, se los tienen que cambiar obligatoriamente, no te tenés que retrasar porque todo el mundo va a querer volver. Conectate con la página web del gobierno o con la Cancillería. —Tranquilizate… me estoy ocupando… ¿me crees? Nayeli miró la pantalla que se deformaba levemente mostrándole, a veces, una cara desconocida. —Bueno, hacé las cosas como quieras —dijo sin mirar a la cámara—, hasta mañana—. Y cortó la conexión. Cómo no se iba a preocupar si también en el país se estaba crean- do un Comité de Crisis para capacitar a operadores ferroviarios, de transporte automotor, marítimo, lacustre y fluvial, comple- mentado con campañas informativas para la detección temprana de casos sospechosos…Y su marido como si estuviera en Disneylandia en tiempos normales. Trató de arrellanarse en el sillón en busca de sosiego. “Tu marido es un adulto”, le había recordado Ernesto. Era verdad… eso creía… por lo menos hasta hacía poco. La asaltó la urgencia de llamar a Ernesto, pero se frenó, sentía la necesidad de unas palabras que la volvieran a ella… pero no, no podía abusar de su bondad. Entonces recordó que todavía no se había comunicado con sus socias del centro de atención. Fue por un vaso con agua y volvió al sillón mientras llamaba. La atendió Celia, la secretaria. —Hola, Celia, habla Nayeli. —Hola, doctora, qué alegría escucharla, ¿está en Buenos Aires? 51

—Sí, ya volví, ¿está alguna de mis compañeras? —Sí, está la Licenciada Anahí, ya le paso. Mientras esperaba, las imágenes de sus compañeras acudieron a su memoria. Hacía diez años que entre las tres compartían un proyecto bastante singular. El grupo lo integraban ella, como médica, una ginecóloga, Charo, y una psicóloga y sexóloga, Anahí. Se habían unido para brindar a sus pacientes mujeres una atención integral. La idea era que cualquier paciente que se aten- diera en una de las especialidades debía tener, luego, una consulta con las otras dos profesionales para recibir una mirada inter- disciplinaria; estas consultas iniciales y complementarias eran gratuitas y permitían que luego, las profesionales construyeran un informe más completo de la paciente. Así como eran gratuitas, eran obligatorias. Si la paciente no estaba de acuerdo y deseaba tener solamente una mirada parcializada, se la invitaba a buscar otro profesional fuera del centro. Aún las pacientes más reacias terminaban dándose cuenta del valor de la interconsulta. Luego, si era necesario que, para su salud, transitara varios caminos a la vez, se acordaba un plan. Pero a veces, las mujeres entraban por la vía médica y terminaba en sesiones con la psicóloga; todo tipo de situaciones se fueron dando y las profesionales también descu- brían experiencias nuevas y se enriquecían con ellas. También las pacientes se habían adaptado a la modalidad y muchas veces eran ellas mismas las que veían necesaria la consulta complementaria y la pedían. El legajo de cada paciente era una historia de vida no una simple y fría ficha despojada de humanidad. En esos años, las mismas pacientes habían ido recomendando este tipo de atención a sus amigas y conocidas y se había ido generando una corriente de confianza y reconocimiento. Además, tenían un teléfono de emergencia al que podían llamar a cualquier hora del día. Ese 52

requerimiento era atendido por cualquiera de ellas o por otra compañera, Ailén, que también oficiaba de suplente para cuando alguna estaba de licencia o de viaje. Ailén, a veces, oficiaba de moderadora en casos especiales. El proyecto había germinado en la cabeza de Nayeli un día en que conversaba con Ernesto en la villa y salió otra vez el tema de lo poca integrada que estaba la salud y aquél le acercó también su mirada sociológica. Así fueron entretejiendo ideas; ella consul- tándole acerca de esa posibilidad que estaba pergeñando, descar- tando algunos aspectos, agregando otros y acercándose lenta- mente a una idea concreta. Después, fue la tarea de convocar a la gente indicada; eso se dio más fácil pues, con solo verles la cara a los aspirantes cuando se les proponía el proyecto, se advertía su rechazo o su interés. El espacio físico lo buscaron entre los cuatro, las tres mujeres y Ernesto, como así también la instalación y decoración. Él, cada tanto, daba algunas vueltas para estimularlas y fue quien orga- nizó, como sorpresa, una reunión de inauguración. —¡Hola, compañera!, ¡volviste! —dijo Anahí. —Sí, disculpen que no llamé antes pero como estoy en cuarentena y también con mi marido en Italia. ¿Te imaginas…? —Sí, cómo no me voy a imaginar. —Tal vez tendría que pedirte me hagas algunas sesiones vía on line —¿Tan mal estás? —Y rio. —No te rías, boluda. Éste es mi cuarto día pero Raúl me lo hace parecer como 400. Bueno, por hoy ya no quiero hablar más de él, ¿es un adulto, no? —dijo repitiendo la frase de Ernesto. 53

—Vaya si lo es… por lo menos tendría que serlo. Bueno, contame algo del trabajo de campo que justo tengo tiempo hasta el próximo paciente. Y Nayeli se alegró de encontrar una receptora que pudiera hilar las hebras del complicado tejido de datos que había relevado en esas investigaciones. No había podido armar las conclusiones con sus compañeros del equipo de MM, pero ella ya quería ver alguna luz y compartía algunos temas con su compañera. Así se le pasó la mañana; a la tarde prefirió concluir por lo menos con la acotada tarea de jardinera que se había impuesto y el con- tacto con la tierra y las plantas fue curativo. Al anochecer la radio le comunicaba que el Min. de Educación de la Nación recomendaba a las instituciones educativas del ámbito universitario y de Educación Superior la readecuación de las clases u otras actividades académicas, en el marco de la emergen- cia sanitaria. También se había establecido una línea gratuita para adultos mayores, el 138, opción 9. “La cosa debe andar muy mal”, pensó para sus adentros, sin querer ser escuchada por ella misma. Tuvo el impulso de ponerse a googlear sobre el virus, pero por instinto de preservación, lo postergó para otro día. Se metió bajo la ducha y no salió hasta que se sintió más calma. Sintió ganas de llamar a Ernesto, pero dudó. ¡Qué tiene que andar bancando mis problemas! Pero, ¿lo quería llamar para contarle su problema o porque le encantaba oír su voz? Lo llamó desde su teléfono fijo; quería saber cómo sonaba su voz desde ese aparato. —Hola. —Le habla una ferviente admiradora. 54

—¡Ah! Esto es una celada —Rieron juntos y a Nayeli se le olvidaron los problemas. —Un ardid, una argucia, una emboscada, una encerrona… profe —Y volvieron a reír. —Qué hacés, tesoro. —Aquí estoy, recién bañadita. —¡Estar cerca para oler tu cuello! —¿En qué andás? —En la facu quedó todo en suspenso. En la villa, sigo apunta- lando al padre Tomás y con la radio comunitaria. Y creo haberte contado: en la editorial, acordamos trabajar desde casa todo lo que se pueda; seguimos así la sugerencia de hacerlo a distancia para disminuir la presencia de trabajadores en la misma. Y como lo mío lo puedo hacer también desde acá, lo hago; mientras tanto me pongo verde con tanto mate. —Estás igual que yo. —No, porque yo puedo salir y vos no. —Sí, tenés razón. Si no fuera porque vivo en el último piso, te pedía que me compraras un helado y me lo alzaras con una roldana. —¡Ay!, pobrecita. No me digas que estás antojada de helado, porque soy capaz de sacar el auto del garaje y llevártelo; claro que, al izarlo hasta allá arriba, llegaría derretido. —No pensé en ese detalle. —Pero sí pensaste en que te lo llevara, ¿eh? —Ay, no; fue solo un comentario —Ahora me quedo con remordimiento. —¡No, por favor! Olvidate. —Porque, para mí, sus deseos son órdenes, señora. 55

—¡Qué caballero! Cuando esto pase, nos vamos acá a la vuelta que venden unos helados riquísimos. —Bueno, aguzá tu ingenio y mirá si no te lo traen. —No, ya pasó. —¿Sabés qué pensaba?: tendríamos que escribir un libro entre los dos. Podría ser “Decodificación de la medicina” o algo así. —Podría llegar a ser interesante. —Interesante seríamos vos y yo escribiendo un libro. —¿Sabés que sos loco, eh? —“Loco, loco, loco, Cuando anochezca en tu porteña soledad Por la rivera de tu sábana vendré Con un poema y un trombón A desvelarte el corazón… Loco, loco, loco Como un acróbata demente saltaré Hasta el abismo de tu escote Hasta sentir Que enloquecí tu corazón De libertad… ya vas a ver.” …Te gustaba Piazzolla y Ferrer, ¿te acordás?, Balada para un loco. Nayeli contestó con un suspiro Ernesto entonces consideró conveniente cambiar de tema. Co- menzó a contarle que estaba corrigiendo una novela de una autora mendocina de pronta edición y que, además, seguía trabajando en su libro. Y así entre preguntas y comentarios Nayeli pudo despe- jar sus preocupaciones. —Mañana, cuando me llames, voy a poner la cámara de forma que te pueda mostrar mi casa —dijo Ernesto. —¿Cómo sabés que te voy a llamar? 56

—Porque me lo estás diciendo, si no, me habrías contestado de otra manera. —Bueno, te voy a llamar. —Pero te voy a cobrar mi visita guiada. —¿Y cuál va a ser el costo? —Que vos también me muestres algo. —No vamos a entrar en terreno prohibido, ¿no? —Nooooo. Pero, ¿te gustaría? —¿Qué cosa? —Entrar en ese terreno. —¡Qué manera de complicar mi pobre cuarentena! —Una cuarentena con fantasía, se pasa más rápido. —Bueno, volvamos al pedido, ¿es algo fácil? —Facilísimo. —A ver, ¿qué? —Quiero que te pongas el vestido azul que llevaste aquella noche, esa de la fiesta. —¡Ah!... — no sabía cómo seguir —y ¿cómo te acordaste que era azul?, si vos, decís que sos distraído. —Soy distraído en las cosas que no me importan. Nayeli sintió que se le iba acelerando la respiración y se sentía confusa. Finalmente, las palabras se animaron a salir. —Bueno, lo voy a pensar; ni sé dónde está, hace mucho que no abro ese placard. —Bueno, tenés todo el día, a las 22 te llamo. Chau, hasta mañana. Ella dejó que el tubo del teléfono se deslizara de sus manos y se quedara descansando en el hueco formado por sus pechos. 57

DÍA DOMINGO 15 DE MARZO Nayeli pasó todo el día en su “centro de comunicación”. Primero buscó algunas fotos que había sacado con su celular en su último paseo por El Petén. Eran fotos espontáneas, no como las que sacaba Raúl con la cámara profesional. Mientras tomaba un café las recorría; algunas las ampliaba y buscaba detalles. Que- ría comprobar si esas imágenes visuales coincidían con las que tenía en su recuerdo. Las fotos mostraban a Raúl curioso de los detalles, mirando dete- nidamente algunos rincones de las ruinas, alejándose del guía y comentando con campesinos que andaban sentados por ahí, con- versando animadamente. En dos fotos aparecía dándoles algo a esas personas; no sabía si le pasaba su contacto. ¿A qué campe- sino le interesaría su contacto?; bueno, qué prejuiciosa. Tal vez les estaba encargando algo, pero ¿qué?; quizá algunas frutas que él siempre gustaba probar. Raúl había decidido ir a verla antes de viajar a Italia para pasar dos o tres días juntos. No sabía por qué no había elegido Hondu- ras: era donde ella estaba trabajando, tenía lindas playas, buenos hoteles según su gusto. Pero eligió Guatemala. Dijo: “te voy a sorprender”, y vaya si lo hizo. Le pidió que lo esperara en Ciudad de Guatemala y ella viajó hacia allí. Él pasó a recogerla con un vehículo tipo jeep pero cerrado del cual bajó con ropa de guerrillero casi, la abrazó en medio de la calle y recogió su pequeña maleta para subirla de la cintura al carro. Mientras lo esperaba, se había comprado un par de soleras y unas sandalias pues no tenía ropa siquiera para ir a comer. Su vestimenta era parecida a la que él llevaba en ese mo- mento, solo que en ella era su ropa de trabajo y en él resultaba 58

ridícula, …como mínimo, graciosa. Mientras arrancaban acele- rando, le contó que había contratado un paquete tipo turismo aventura, pero arqueológico. Nayeli se decepcionó. Nada más lejos de su necesidad que unas jornadas eruditas. Había imagi- nado unos días solos en una playa, disfrutando un poco de una paz que le permitiera una pausa en el enloquecido ritmo llevado en su misión: siempre entre muchedumbres de personas, en entornos agresivos e inhóspitos. Bueno, lo importante era que estaban juntos y así se dirigieron a tomar un vuelo de cabotaje que, según se enteró por el coordinador, los llevaba a Flores, a unos 65 Km de Tikal, donde centrarían su paseo. Flores, en el departamento de Petén, resultó ser una pequeña ciudad con bellos matices. Rodeada de agua, pues era casi una isla inserta en el lago Itzá, con pequeñas calles adoquinadas llenas de tiendas, restaurantes y terrazas donde tomar una cerveza o un rico licuado de frutas. Estaba poblada de coloridos edificios coloniales como el hotel donde se hospedaron, invadidos sus techos de tejas por una Santa Rita gigante y sus patios internos poblados de palmeras y filodendros. Y movidos fueron los dos días y medio, visitando el Parque Nacional de Tikal, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, la Reserva de Biosfera Maya, el Parque Nacional El Mirador caminando, volviendo a caminar, subiendo y bajando. Lamentó profundamente llegar a conocer las ruinas de tan valiosa civilización en esas condiciones. Siempre había imaginado un viaje así pero realizado con premeditación y real deseo de investi- gar. Su físico no la acompañaba y cuando llegaban al hotel se bañaba y caía rendida en la cama. No obstante, le quedaban algunas ganas para indagar en su notebook alguna información sobre el yacimiento arqueológico que habían recorrido. 59

No solo la zona que visitaban sino toda esa región hasta México, había sido habitada por lo que ahora se conoce como la Civiliza- ción Maya. Las primeras grandes poblaciones de esa región se habían desarrollado ya desde 1500 a.c. y habían ido evolucio- nando, alternando con períodos de crisis y pasando por variadas etapas. Llegaron a construir grandes metrópolis con plazas, mo- numentos escultóricos relacionados con el tiempo, edificios que marcaban los equinoccios y los solsticios lo que demostraba una mayor precisión en el conocimiento de los fenómenos cósmicos; establecieron un calendario de rituales, desarrollaron campos sagrados para el juego de pelota y edificios destinados a mercados y escuelas. Así surgieron ciudades como Palenque, Tikal, Bonampak, Calakmul. Contaron su historia y sus árboles genealógicos. Sus dioses hablaban de la concepción dual de la vida. Aquellas grandes ciudades vivían en una constante competencia y en un juego de aliados y vasallos. Crearon en sus construcciones el falso arco, como la sorprendente Bonampak; dentro de su templo, los murales mostraban la vida de la ciudad, sus ceremonias, rituales, festejos y contiendas. El colorido, la composición y la expresividad eran una muestra de la formación artística de su gente. Había dos regiones que se complementaban. Las Tierras Altas proveían recursos minerales: piedras, obsidiana, jade y también plumas de quetzal. Las Tierras Bajas, zona tropical y lluviosa, aportaba, a su vez, animales valiosos no solo por su valor ali- mentario sino también por su valor comercial y ritual como el tapir, el pecarí, el ciervo de cola blanca, el jaguar, monos, reptiles 60

como serpientes, iguanas y cocodrilos. Los ríos, además de pro- veer agua para el consumo, fueron el fácil medio de comunicación no solo comercial sino cultural. Comerciaron con regiones muy distantes, como las actuales Colombia y Panamá; utilizaban el cacao como moneda y con él adquirían bienes, como el oro, para objetos suntuarios y rituales. Las costas marítimas proveían no solo de peces sino de sal. Las ciudades mayores tenían una población de 50.000 a 120.000 habitantes y estaban conectadas por redes a pueblos subsidiarios. Tan amplia organización evolucionó paralelamente hacia una institución política vibrante y dinámica, con un gobernante su- premo (que mediaba entre los mortales y los dioses), los sacerdo- tes y una corte real. Palenque y Piedras Negras fueron poderosas, a orillas del río Usumacinta y en el SE, lo fue Copán. Razones todavía inciertas, produjeron migraciones. Por el 1000 se dio un incremento de las poblaciones hacia el norte del Yucatán y entonces Chichén-Itzá y Uxmal parecieron dinamizarse. El sistema maya de escritura fue el más desarrollado y sofisticado de Mesoamérica expresado en cueros, tallados en piedra, en pinturas y en papel de árbol, llamado amate. El obispo Diego de Landa, que llegó con los españoles, destruyó los escritos, aunque tres Códices se pudieron preservar; en el Popol-Vuh contaron su historia. Su escritura era un sistema que combinaba sílabas con logogramas que representan palabras. Tenían el sistema numérico vigesimal de rayas y puntos que ya se usaba en la región y añadieron el símbolo del cero. Sus cálculos eran más exactos que los del Viejo Mundo en ese momento. La medicina maya era muy avanzada. Poseyeron pociones para diversas enfermedades, suturaron heridas mediante pelo humano 61

e hicieron implantes de muela e incluso prótesis. Usaban calman- tes y drogas para las dolencias y los baños termales para desin- toxicar el cuerpo. La nobleza practicaba modificación dental y algunos señores llevaban incrustaciones de jade en sus dientes. Los arqueólogos detectaron más de 10.000 sitios arqueológicos con las características de esta cultura, pero solo sesenta se estaban restaurando y permitían las investigaciones que daban cuenta de cómo vivían y pensaban los mayas. Era de lamentar que durante el S. XIX y parte del XX, gente inescrupulosa profanaran lugares y robaran piezas importantes que terminaban siendo parte de museos y colecciones privadas en cualquier parte del mundo. Nayeli se dijo que volvería en otra oportunidad a interiorizarse más de esta cultura que seguramente trascendía en los pueblos que la habitaban. Estaba segura que también conservarían los conocimientos de métodos curativos y recetas ancestrales pues sabía que éstos solían pasarse de generación en generación. Supuso que a Raúl lo habían movido las mejores intenciones al organizar aquel viaje, pero él no tenía idea de que su trabajo demandaba poner el cuerpo día a día. Tal vez, si hubiera durado más tiempo, la exigencia se habría espaciado. Mientras recordaba esa aventura, rogó que no se la hubiera sugerido Renzo, porque su malestar se iba a transformar en odio y hasta ahora era un sentimiento que no conocía. Dejó de ver las fotos y apagó el celular sin haber llegado a una conclusión, pero con varios datos que acopió en su mente. Se conectó con su marido. No la entusiasmaba mucho ya que ayer, al insistirle para que se ocupara de conseguir el pasaje de vuelta, la trató como a una chiquilina. —Hola, Nayeli, ¿cómo andás? —Aquí estoy, un poco cansada. 62

—Qué bueno, digo, porque cansarse en situación de aislamiento puede llegar a ser bueno. —Sí, claro. ¿Renzo se hospeda en el mismo hotel que vos? —No, el anda en lo suyo y viene cuando lo llamo. ¿Qué anduviste haciendo? —Arreglando las plantas de la terraza, ordenando y, estaba por darme un baño, pero se te iba a hacer tarde. ¿Cómo van las cosas? —Ya se van acomodando. —Convendría que se acomodaran más rápidamente. —Todo tiene su tiempo. —Sí, Uds. tienen un tiempo y el coronavirus tiene otro. —¡Ay, Nayeli! ¡Otra vez! —¿Te enteraste de que Aerolíneas Argentinas cancela sus vuelos a partir del 17 de marzo? ¿Tu pasaje para el 17 era de Aerolíneas o de otra empresa? Te convendría entrar a la página del gobierno que te menciona todos los datos para conectarte con la Cancillería —le largó todo de golpe para que no la cortara con sus comenta- rios indolentes. —Querida tranquilízate, en unos días estoy allí. Ya soy un adulto, no necesito que me digas lo que tengo que hacer. —¡Ah! Qué suerte que me lo recordás; ahora me siento más tranquila —De golpe decidió cambiar de táctica—. Mirá, te voy a mostrar cómo quedaron los macetones de mis plantas. Y fue paseando con la cámara hasta la terraza, mostrándole los macetones remozados y también la calle y la plaza de enfrente mientras le describía todo con lenguaje relajado. No quería que su marido se enfadara y se mostrara renuente a atenderla los días siguientes. No podía perder contacto con él. 63

—Viste, dos cuarentenas más y aprendo —forzando una risita— Bueno, andá a atender lo tuyo, chau, beso—, y mostró a la cámara sus labios estirados. Apagó todo, abatida. Cada conversación la descorazonaba. No encontraba argumentos sólidos para enfrentar esa situación. Si no fuera porque tenía una responsabilidad tan grande, se habría tirado una camperita sobre los hombros y salido a caminar por la plaza. Necesitaba descargar su enojo. Volvió a su computadora fija y descubrió que guardaba unas carpetas con fotos familiares. Recordó, entonces, que hacía varios años, en unas vacaciones, se había traído las fotos de su mamá y de su papá y había escaneado las más importantes porque temía que se deterioraran o se perdieran. Estuvo largo rato pasando revista hasta que se decidió crear un Power Point y armar un árbol genealógico virtual. El trabajo se extendió hasta el atardecer. La sobresaltó el sonido del celular. Había perdido la noción del tiempo. Miró la hora y después el mensaje escrito; …era Ernesto. Le sugería se preparara una pequeña picada para compartir por zoom luego de acabada la visita guiada a su casa que le había propuesto el día anterior. Era una buena idea. Le contestó con un emoticón. Evaluó el tiempo y decidió que ya era hora de guardar la presentación que estaba haciendo, cerrar todos los archivos y apagar el aparato. Tomó la notebook y la ubicó de manera cómoda para la videolla- mada que iban a tener más tarde. La encendió, pero, al ver la pan- talla, le llamó la atención una carpeta en la que no había reparado, la identificaba la palabra “ruins”. Clicleó para averiguar su conte- nido pero no se abrió. Le picó la curiosidad y volvió a insistir con el mismo resultado. Volvería a probar mañana. 64

Acercó a su mesa de trabajo otra más pequeña para ubicar la pi- cada. De un cajón retiró un mantelito y lo colocó encima. Indagó en la heladera las posibilidades. No se iba a complicar. Cortó unos daditos de parmesano que colocó en una cazuelita y regó con aceite de oliva y orégano; en otra volcó unas aceitunas negras que salpicó con ají molido; les clavó unos pinches y llevó ambas a la mesita. Le sumó unas tostadas aromatizadas con oré- gano. Miró la vinoteca y eligió una botella de tinto malbec, la abrió y volvió a colocar el corcho. Enfiló, después, hacia el vestidor, abrió las puertas de los placares para descubrir dónde había quedado el famoso vestido azul. No estaba colgado, pero recordó que seguramente lo había guardado en alguna caja para que su peso no lo deformara. Al fin lo encon- tró y lo estiró sobre la cama. Lo miró como si recién lo descu- briera; sí, era un vestido muy bello. Tomó por asalto el baño y en él se dedicó no solo a bañarse sino a masajearse con cremas. Luego pasó al antebaño y lentamente y con toda la parsimonia, se dedicó a maquillarse como repitiendo la ceremonia de aquella fiesta. Después procedió a arreglarse el cabello tratando de recordar cómo la habían peinado en esa opor- tunidad; lo recogió con algunos invisibles y un sencillo broche con brillantes. Salió del baño solo en tanga, abrió el cajón de la cómoda y eligió unos pequeños aros también de brillantes. Del armario del calzado eligió las sandalias plateadas que usó aquella vez. Miró la prenda, descorrió cuidadosamente el cierre ubicado lateralmente y se enfundó en el vestido que se fue ciñendo a su cuerpo como una caricia. Giró para verse en el espejo y lenta- mente subió el cierre. 65

Era una solera larga de un jersey apenas labrado que permitía tor- nasoles con un interesante escote delantero y otro bastante más insolente en la espalda; pero lo que la hacía más interesante era el tul que cubría esas partes descubiertas y llegaba a los hombros y la base del cuello y producía etéreos reflejos al cuerpo en movimiento. Sí, realmente era un hermoso modelo. Nayeli se quedó mirándose. Al tomar conciencia de que esa imagen era la de ella, el cuerpo se le llenó de breves pinchecitos y tuvo que acariciarse los brazos para sacudirlos. Se dio cuenta que la embargaba una sigilosa emoción. Respiró profundamente y fue soltando el aire lentamente y, al final, volvió a abrir los ojos. Miró el reloj de la mesita de luz: las 21,30. Apagó la luz y fue a dar los últimos retoques a la escena. Llevó el vino y dos copas, agregó las servilletas, acomodó los almohadones en el sillón donde se sentaría y preparó la cámara para que tomara el mejor ángulo del estar. Y se puso a esperar. Le costaba unir a aquella mujer, que sentada en el suelo de tierra y recibía datos de otras mujeres contándole sus problemas y mostrándole sus marcas y magullones, con esta persona vestida de gala. Tal vez era por eso que siempre eludía asistir a fiestas; no se adaptaba. Volvió a pensarse… ¿Por qué hoy, ahora, no sentía ese malestar? Estaba invadida de una sensación muy nueva que hacía mucho pero mucho no percibía. Estaba emocionada como si de pronto la fueran a invitar a su primer baile. La llamada le aceleró el corazón y la aceptó en la notebook. —¡Hola, señora! La estoy recibiendo en la puerta de entrada de mi casa, como verá. No conseguí la alfombra roja, pero Ud. sabrá imaginarla. 66

—Buenas noches, Ernesto, gracias —respondió con voz emocio- nada. —Acompáñeme a entrar, y deme su abrigo y la cartera que la colgaremos aquí —dijo mientras enfocaba con la cámara el perchero que, a la derecha de la entrada, recibía los supuestos elementos—. Antes de comenzar la visita, ¿me va a permitir que le haga dar la vueltita, como “La Mirta”, para que mi mirada le dé el ok? —¡Cómo no, joven caballero! —Se ubicó frente a la cámara — ¿Me ves completa? —¡Completita!, señora, a Ud. no le falta ni le sobra nada. —¡Tonto! Digo si me ves de cuerpo entero, ahí, en la pantalla. —Un paso más atrás y llego hasta el calzado… Estás hermosa, tal como te guardaba en mi recuerdo. Ella dio una vuelta lentamente imitando a una modelo. —¡Ay!, ¿dónde dejé las pastillas del corazón? —Bueno, ya pagué la entrada a la visita. —Es que hoy aumentó el precio, …es la inflación, vio, así que… —¡Ah, no!, yo reservé ayer. —Tiene razón. Se me había olvidado. Cierro la puerta de entrada y la conduzco, mi señora. Le voy a hacer una panorámica para que se ubique. —¡Qué linda!, es tipo cabaña. —Es una cabaña. Mirá. La pared derecha da a la medianera y no tiene aberturas. Todos los ventanales están a tu izquierda porque el sol las visita durante todo el día, desde el fondo hasta el frente. Ahora, si seguimos por la derecha, tenemos el hogar, y a su alrededor, el juego de sillones rodeando la alfombra. Me falta la cabeza de ciervo sobre la chimenea; dado que yo no cazo por respeto a los animales, pensé que tal vez podía colgar la cabeza 67

de algún político, pero todavía no conseguí un embalsamador. Al costado izquierdo, está la mesa con sillas y contra la pared, las cajoneras tapizadas en forma de sillones (adentro de ellas guardo todo lo que se me ocurre). —Qué buena resolución. —Para acceder a la cocina, subís dos escalones y el mueble bajo divide los dos ambientes pero la cocina sigue conectada visual- mente con el resto de la casa. Siempre me imaginé a los amigos conversando conmigo mientras cocino —Ernesto iba mostrando los detalles con la cámara. —Comodísima y cálida. —Si volvemos, a la derecha aparece la escalera que te lleva al piso de arriba. Debajo de ella, hay un baño pequeño y un placard y al fondo, esa puerta, da salida al patio y al parque. Si subimos la escalera, vas a encontrar una habitación grande y otra más pequeña con un baño en suite. Y todo este espacio, que ocupa la mitad de la casa y que termina con un balcón interno, desde el que ves casi todo el estar, es mi lugar de trabajo. Acá desarrollo mi vida profesional. ¿Te gustó? —Me encantó… me conmovió… ¿Desde cuándo la venís habitando? —Desde 2014, el año anterior a tu casamiento. Tardé cinco años en terminarla, bueno me la construyeron en tres años, lentamente. Comenzaron en 2009, en 2010 te conocí. En 2012, no bien saca- ron todos los materiales sobrantes, dejé el departamento y me mudé aquí, así, como estaba porque me agarró urgencia por terminarla. Me traje un mínimo de muebles y me improvisé, en un rincón, mi habitación. Ya desde adentro dirigí la construcción de todos los muebles internos y las terminaciones, por eso de “el ojo del patrón engorda la hacienda”. Luego, vino el momento de 68

pintar. Esa etapa fue complicada por el olor a protectores y barni- ces. Mientras los pintores hacían lo suyo con todas las ventanas abiertas, yo, cuando estaba en casa, fui armando los jardines, plantando árboles y arbustos. Se complicaba cuando hacía frío porque era difícil tener todo abierto. Creo que desde 2014 que está así, como la ves. Bajemos. La cámara fue tomando el descenso. —Cuidado con los tacos, a ver si te caes. Nayeli rio con la ocurrencia. —Y ahora, te descorro la silla y tomás asiento junto a mí. Una lágrima furtiva acudió a sus ojos, se sentía emocionada. Era una vivencia que no había esperado. Cuando tomó conciencia, Ernesto ya había encendido las dos velas del candelabro que iluminaba una mesa bien servida con variación de platitos para degustar; con parsimonia, extraía el corcho de la botella de vino. Sirvió las dos copas. Nayeli lo imitó en su casa. Se mostraron las etiquetas de los vinos, él también había elegido un malbec. Acercaron sus copas a la cámara y el silencio fue ganando presen- cia, se expandió; no era un silencio vacío, era denso, carnoso, tibio, con perfume a jazmín y a bosque, que daba vueltas por sus caras, les rozaba el cuello… Ninguno se animaba a romperlo… El sorbo de vino se llevó un pequeño temblor. Entonces, a Nayeli se le escapó un profundo suspiro y Ernesto lo coronó con un: —¡Vamos a sobrevivirlo! Volvieron a unir sus copas… Fueron degustando de sus platos, pero convidando al otro en la pantalla. Lentamente. Volvieron a llenar sus copas. 69

Tal vez era una escena desoladora pero cada uno de ellos le son- reía al otro para que no lo pareciera. Estaban solos… con una pandemia acosándolos. Estaban solos, …buscando en el fondo de sus corazones, el motivo para luchar por la vida. DÍA LUNES 16 DE MARZO Nayeli despertó sin saber dónde estaba. La luminosidad se filtraba por los bordes del pesado cortinado de la habitación. Le dolía la cabeza y automáticamente se tocó la frente y el cuello buscando el calor de la fiebre… ¿Será el virus?, pensó confusamente. Pero no tenía fiebre ni ningún otro síntoma del virus. Observó a su alrededor para comprender dónde estaba. Se inclinó levemente y comenzó a recordar. Recién al desembarazarse de las sábanas, se dio cuenta de que estaba desnuda. Se miró a sí misma sin poder encontrar una escena en su memoria. Se irguió, con cuidado, se dirigió al baño y abrió la ducha. Tomó un toallón del armario, lo colgó en el perchero y se introdujo bajo la ducha. Lentamente fue concientizando sus sentidos en tanto que el agua la despertaba. El vapor abría sus pulmones y la respiración profunda la reconfor- taba. El agua corría por su cuerpo, la sensibilizaba, sintió necesidad de tocarlo, de registrar la sensación de la caricia, del deslizamiento lento de su mano por las curvas y los llanos de sus piernas, …el camino de su vientre, …el hueco de su ombligo, …el volumen de sus pechos olvidados, …sus dedos registrando los pliegues de sus pezones que vibraron ante el tacto y le trajeron la imagen de Ernesto. Sí, ahora lo percibía, era él, era él quien la recorría, le 70

circundaba su cintura, dibujaba con su respiración los caminos de su nuca, se metía por sus depresiones, …jugaba por su monte, …se deslizaba por sus médanos, …mecía sus cabellos, rozaba su cuello y se metía en su boca llevándola a la cúspide vibrante de un placer casi dolor. Sus manos eran las de él y actuaron hasta que el placer se fue debilitando y acompañando los estremecimientos que, lenta- mente, se fueron espaciando sin que el rostro de Ernesto la abandonara. El orgasmo arreboló sus mejillas y Nayeli levantó el rostro hacia la lluvia para que calmara su anhelo y aquietara su respiración. Luego giró para que el agua cayera en su nuca en tanto que sus manos se apoyaron en los cerámicos en busca de sostén. Respiró profundo y de su boca surgió un “No puede ser”, mientras la lluvia seguía derramándose por su cuerpo. Cuando descorrió la cortina, apenas podía tomar el toallón; le temblaban las piernas. Volvió a inspirar y luego de envolverse, se quedó quieta, tomando conciencia de ese abrigo que le brindaba la tela. Una suave cabalgata de alfileres la recorrió y apretó el toallón sobre su cuer- po. Cuando se sintió segura transpuso la pared y posó sus pies sobre la alfombra. Pasó la mano sobre el espejo empañado y se quedó mirando. Trataba de indagar qué le decía esa imagen. Se recogió el pelo con una broca y se enfundó en la suave bata. Recién entonces se animó a salir hacia la habitación. Lentamente fue caminando hacia el living reconstruyendo aque- llos momentos de la noche anterior. Allí, sobre el sillón descansaba el vestido azul. Lo levantó y, al hundir en él su nariz, incorporó un dejo del perfume que usó la noche anterior. 71

Repasó el inicio de la llamada, su paseo virtual por la casa de Er- nesto, la picada que compartieron cada uno desde su hogar, los brindis que realizaban cada vez que el vino se vertía en sus copas. Levantó la botella, …estaba vacía. Miró la mesita, la alfombra y no percibió que éste se hubiera derramado… Entonces, …ella se había tomado toda la botella. Apagó la notebook que había quedado con la cámara prendida. Revivió la “visita guiada”. Luego recordó que habían comenzado a conversar… pero solo registró los primeros diálogos sobre asun- tos muy personales. ¿Cuánto tiempo hablaron?, ¿qué cosas se dijeron? ¿Cuánto tiempo duró la comunicación? ¿Se había emborrachado solamente ella? ¿Qué cosas dijo en ese estado? Si Ernesto también se emborrachó, ¿se habrá olvidado lo hablado, como ella? Ernesto tenía más resistencia etílica, lo había compro- bado en sus reuniones. ¿La habría visto en condiciones deplora- bles? ¿De qué cosas pudo haber hablado? ¿Qué le dijo él que ella no recuerda? Recordó la conversación en la que acordaron la comunicación, él le había dicho que le haría una visita guiada de la casa pero que le cobraría: “—¿Y cuál va a ser el pago? —Que vos también me muestres algo. —No vamos a entrar en terreno prohibido, ¿no? —Nooooo. Pero, ¿te gustaría? —¿Qué cosa? —Entrar en ese terreno. —¡Qué manera de complicar mi pobre cuarentena! —Una cuarentena con fantasía se pasa más rápido”. El diálogo se repetía en su memoria. El vestido en el sillón la llenaba de dudas. 72

Llevó la botella a la cocina junto con las cazuelitas y las copas. Caminaba descalza, lentamente, como si eso le permitiera recor- dar; pero no volvían a su memoria más datos que parte de la charla que entablaron después del primer brindis. Lo sorprendente era que no se sentía inquieta, más bien curiosa. No estaba contrariada; …tampoco se arrepentía de haber acordado ese encuentro virtual. No había olvidado el placer que le había producido vestirse para ese encuentro, tampoco ser parte de aquella visita guiada y menos tener una conversación sobre aspectos particulares de cada uno de ellos dado que siempre sus intercambios anteriores se habían visto contaminados por los temas de la profesión. Tal vez, era ahí donde empezaba su curiosidad; porque solo recordaba retazos de la charla y no sabía por qué caminos había derivado. ¿Ernesto habría apagado la conexión antes de… cómo decirlo… no ser dueños conscientes de lo que decían? ¿O antes de que ella no fuera consciente de lo que decía o hacía, dada la mayor resistencia de Enrique? ¿Por qué amaneció desnuda? Lo más lógico era que le preguntara… Lo pensaría. Se hizo un café bien grande y se comió unos merenguitos. Desde la tarde anterior, había experimentado momentos muy vibrantes, vivenciando sentimientos que hacía mucho no exami- naba. Pero se sentía liviana, con deseos de exploración, con curiosidad de indagar planos de su interioridad largamente oculta- dos o, más bien, relegados. Ordenó un poco su estar y volvió a la habitación para vestirse. Recogió el vestido azul y lo estiró sobre la cama; ¿sería él el detonante de toda la secuencia? Ernesto le había dicho: “estabas 73

muy linda esa noche, con un seductor vestido azul”. Volvió a as- pirar su perfume y decidió colgarlo de una percha y ponerlo a airear cerca de la ventana. Tendió la cama, eligió un vestido del placard, seleccionó unos aros y se maquilló levemente. Se miró de ambos perfiles en el espejo, quitó la broca de su pelo que cayó fluyendo sobre sus hombros. A pesar de todo, se sentía bien. Al pasar por el centro de comunicación, o centro de operaciones como lo había denominado Ernesto cuando ella le contó de su espacio, no pudo resistir la tentación de llamarlo. Volvió a hacerlo del directo, parecía menos personal y les permitía a ambos reservarse sus gestos. —Hola, ¿el profesor Ernesto Yáñez? —¡Hola corazón!, ¿cómo amaneciste? —¿Cómo confirmo que sabías que era yo y no una alumna a quien le decías “corazón”? —Porque este teléfono no se lo doy a mis alumnos, porque ya casi nadie me llama al fijo y finalmente porque en la pantalla me sale tu nombre. —Son demasiadas pruebas. Lo acepto. —No te llamé antes porque temía despertarte. —¿Estabas seguro que iba a dormir hasta tarde? —Casi. —Y por qué casi y no un “no” rotundo. —Porque anoche, en un punto, corté la comunicación. —¿Dije algo que te ofendió, sin darme cuenta? —¿Ofender? ¡No, de esa boca no salen ofensas, tal vez verdades! —Ahora me preocupás más. —Por qué, ¿ya estabas preocupada? —Sí, un poco. 74

—Diga Ud. mi señora, qué le preocupa, yo estoy aquí y Ud. allí, …todavía. —¿Por qué todavía? —No sé, me salió así. — Estoy un poco confundida. —Si estás confundida no estés preocupada. —¿Cómo es eso? —Porque, si aclarás la confusión, está de más la preocupación. —Sos claro hasta cuando oscurecés. —Y qué te estoy oscureciendo. —No, pero no me estás aclarando nada. —¿Qué querés saber? — Ah, eso es más difícil —¿No querés cortar, llamar otra vez y empezar de nuevo? —Bueno —y cortó. Esperó unos segundos y trató de clarificarse. Volvió a marcar. —Hola. —Ernesto, decime qué pasó anoche. Lo último que rememoro fue que estabas recordando aquel día en que se cortó la luz en el Cen- tro Médico y yo te pedí auxilio porque estaba sola y… no me acuerdo más… —¡Ah!, ¿hasta allí?... y bueno… —suspiró— no pasó nada más. —Pero hasta allí creo recordar que había tomado media botella… y la encontré vacía. —¡Ah!, ¡traicionera, te la tomaste sola! —Ernesto, …sigue oscuro. —Creo que cuando andábamos por esa parte de la conversación, comencé a darme cuenta de que estabas medio beoda y me pareció poco honroso seguirte escuchando sin poder alejar de vos la botella… Así que, …corté la conexión y no supe más de vos. 75

Más tarde te envié un mensaje de texto y no lo respondiste por lo que deduje que te habías quedado dormida y yo también me fui a dormir. —¿Nada más? —Nada más. —Y… me bajé el resto de la botella sola, tirada en un sillón. —No sabés las ganas que tuve de ir a tu casa. —Ja, ni siquiera te habría podido abrir la puerta. —Y, pensándolo ahora, si hubieras podido, ¿me habrías abierto? —No sé… sigo confundida. —La mente es muy prodigiosa, con el paso del tiempo te irá dando respuestas. —¿Qué respuestas? —Las que necesites. —Bueno, si vos lo decís. —No, lo dicen los científicos. —No estoy para científicos, ahora. —Bueno, viste, algo está cambiando, Sra. investigadora. Tal vez debieras darte una ducha. —Ya me la di. —Y cómo te sentó. —Ahora que lo pienso, muy bien —¿Te ayudó a aclarar algo? —Ahora que lo pienso, sí… Bueno, te agradezco. —Nayeli, ¿no sentís ningún síntoma del covid? —No, pero a veces se da asintomático; … gracias por preguntar… —Lo pienso a cada rato. A la noche te llamo. —¿No te enojás? Lo dejamos para mañana. —Bueno. No te vayas a escapar… ¿Te hiciste traer el helado? —No, no tuve tiempo. 76

—Eso pasa con la gente muy ocupada. Beso. —Otro. Esta vez Nayeli se colocó premeditadamente el tubo entre sus pe- chos… y cerró los ojos. Se quedó como en una ensoñación hasta que volvió en sí. Fue a la cocina y se hizo otro café. Encendió la radio; debía estar atrasada en las noticias. Justo dio con el noticiero del mediodía; el periodista informaba: “El Min. de Educación esta implementado acciones para ir en apoyo de la medida tomada el 15 de marzo respecto a la suspen- sión de clases que se había dictado. También y para evitar la propagación del nuevo coronavirus, se está redactando el DNU 207 sobre licencias y trabajo remoto para el sector público y privado que se podrá consultar en breve en la página del Boletín Oficial. El fondo especial de 1.700 millones de pesos creado el 10 de marzo permite la adquisición de equipamientos e insumos para laboratorios y hospitales. Se recuerda que en el día de ayer se dispuso el cierre de los Parques Nacionales y las áreas protegidas del país. Se está redactando el decreto por el cual se decide el cierre de las fronteras por el plazo de 15 días”. ¡Dios mío!, se dijo Nayeli, después de tantos años, me encuentro pensando un poco en mí y …mirá lo que está pasando a mi alrededor; …qué contradictorio… y qué irónico. El afuera me está necesitando y yo, por primera vez, no puedo responderle. De cualquier forma, si no descarto la posibilidad de un contagio cum- pliendo mi aislamiento, no puedo colaborar. No tengo opción. Aunque, mirándolo bien, la mejor manera de aprovechar esta etapa es sondear mi interior y luego afirmarme, pensó. Bueno, 77

aprovecharé la cuarentena investigando a este invasor viral y a esta pobre mujer que se venía olvidando de sí misma. Se dirigió a la computadora portátil y comenzó a indagar en los sitios científicos que solía consultar y fue armando un archivo con la información más relevante sobre el Covid-19. La tarde la sorprendió con ruidos en el estómago, claro, no había desayunado ni almorzado. Solo el café. Se abrió una lata de du- raznos al natural. Terminó la página que estaba consultando y decidió que ya era suficiente información por el día. Los datos la preocupaban sumamente. Pero antes de apagar, volvió a mirar el archivo Ruins y volvió a intentar abrirlo. Otra vez le fue imposible. Decidió consultar a Ruth y la llamó. —Ruth, que suerte que te encuentro. —Por supuesto, cómo no me vas a encontrar si tenemos la vida trastocada. —¿Por lo del virus? —Claro, los chicos ya no tienen clases y nosotros dos, con Luis, comenzamos a trabajar desde casa. Todavía no pudimos adaptar- nos. Vamos a tener que reacomodar los espacios y tratar de armar dos rincones para nosotros que estén a resguardo de los chicos, que lo tocan todo. Así que, bue, ya va a pasar. —Seguro, Ruth. Y yo molestándote por una pavada. —No, dale, comentame qué pasa. ¡Ah! vos volviste en estos días. —Sí, llegué el 9 y estoy en mis 14 días de aislamiento. Me mandan mensajes oficiales al celu para que cumpla con las normas; no, bien, dentro de todo. —¿Tu marido, con vos? —No, justo había viajado a Italia… —¡A Italia!, que joda, ¿ya está por volver? 78

—Tenía pasaje para mañana… si lo dejan viajar; …viste que hay todo un conflicto. —Me imagino cómo estarás… —Sí, con preocupaciones. Bueno, te comento brevemente. Viste que vos tenés el código para entrar a mi computadora… bueno, en la notebook tengo un archivo que no puedo abrir y quería ver si me ayudás… cuando puedas. —Ahora es un buen momento porque Luis les está dando de cenar a los chicos; te lo veo un momentito; ¿la tenés prendida? — Sí. —Ahora, cuando te pregunte, cliqueas OK… Ahí va. — Ya te habilité. —Decime cuál es. —Es esa carpeta que dice Ruins. —A ver… dejame ver; …parece que no responde; …dejame otro poquito; vamos a ir por aquí; …tampoco… ¡Qué raro!... ¿Qué es- condiste? —No, sabés que no reconozco el archivo y menos ese título. —Ruins… en inglés es ruinas… o restos… ¿no es así? —Sí. —No, no me deja. Mirá, ahora más tarde hablo con un amigo que la va de hacker; te digo que me ha averiguado cosas increíbles. Le consulto y combinamos una triangulación para mañana, total, las dos estamos en casa; que él ponga la hora y vemos qué pasa con la misteriosa carpeta. —Dale, de acuerdo. ¡Ah!, ¿te puedo pasar el celu de mi papá para que lo asesores sobre cómo crearse un sitio para sus publicacio- nes? —Sí, me encantaría ayudarlo. Nayeli le pasó el dato, se saludaron y apagó todo. 79

Abrió la heladera y sacó arroz que había hervido. Si tuviera ganas se armaría unos sushis, pero no, pensó. Abrió una lata de atún y lo mezcló con el arroz, agregó mayonesa de oliva, decoró con rodajas de tomate; organizó una ensalada con la rúcula, que ya estaba pidiendo que la usen, rayándole escamas de parmesano. Se sentó en la cocina y movió el dial de la radio en busca de música. Así terminó su cena y cuando lavó todo se sentó en el sillón a pensar. DÍA MARTES 17 DE MARZO Ya no sabía en qué día vivía, por eso cada vez que se levantaba miraba su celular para tomar conciencia del tiempo. Por otro lado, el tiempo subjetivo le jugaba mala pasada haciendo que esa semana le pareciera larguísima. Se vistió con unas calzas y una blusa mexicana bordada, se recogió el cabello hacia un costado y colocó en su muñeca una pulsera. Era evidente que no pensaba seguir con la jardinería. Recordó el asadito que se había prometido y fue a sacar la tira de costilla del freezer; mientras, eligió unas frutas para el desayuno. Miró el cielo desde el ventanal; estaba nublado. ¿La acompañaría el clima en sus ganas de oler el perfume de la carne cocinándose a fuego lento? Al volver en busca del celular descubrió que había entrado un mensaje de Raúl, decía: al mediodía te llamo. ¿Qué mediodía, el de ella o el de él? Ahí recordó que supuestamente debía viajar hoy. Bueno, por fin todo volvería a la normalidad. Estaría más tranquila si Raúl salía de aquel país. 80

Pero otra complicación se avecinaba. Él tendría que hacer su pro- pia cuarentena… y complicaría la de ella; sería un incordio generar dos zonas para que no se acercaran ejerciendo un supues- to contagio entre los dos. Además, ella no estaba dispuesta a “perder” la semana que ya tenía de aislación; deseaba cumplir el plazo y salir a ayudar en donde la necesitaran. Entonces pensó en la casa de Caballito, donde habían vivido antes de mudarse a Libertador. Llamó a Rita. —Hola, señora, ¿cómo la está pasando? —Muy bien, Rita, ¿y Uds? —Bien, yo aprovechando a dar vuelta la casa, limpiar y ordenar lo que siempre voy dejando para otro día. —Y yo te vengo a molestar. —No, Nayeli, dígame qué necesita. —Se supone que hoy tendría que llegar el señor Raúl. Pero él debería cumplir los catorce días de aislamiento como yo. No lo podría hacer acá porque complicaría el mío. Entonces pensé que se fuera a la casa de Caballito por esos días. Y es aquí donde viene mi pedido. Necesitaría que vayas a repasarla un poco, airearla, tender una cama y cargarle la heladera porque este irresponsable es capaz de salir al supermercado y desparramar virus a diestra y siniestra. —Bueno, sí señora. En un momento me cambio y voy para allá. Le voy a decir a mi nena mayor que me acompañe. —Yo te voy a transferir una buena suma de dinero para que compres de todo. No olvides que hace mucho que no vamos allá y no sé qué provisión haya en las alacenas. —No se preocupe, primero hago el inventario y luego voy al su- per. Espero que haya bebidas porque son más molestas para comprar. 81

—Sí, yo también creo que la vinoteca y el bar deben estar surtidos. Tal vez alguna gaseosa y agua mineral. Ah, y si vas a llevar a la nena quiero que le pagues. —Mi nena no cobra por ayudarme. —Bueno, entonces quiero hacerle un regalo. Sacás dinero de más y le comprás algo que necesite; …mirá que la voy a llamar para saber si lo recibió. —Bien, Nayeli, despreocúpese. ¡Ah!, ¿no necesita nada para su departamento? —No, todo bien. Por cualquier duda me llamás. Gracias. Hasta luego. Había solucionado el inconveniente. Llevó las frutas en una fuente y se acomodó en su centro de operaciones dispuesta a continuar con el Power Point familiar. Se encontraba mirando fotos cuando llamó Raúl. —Hola, querida ¿cómo estás? Si ya sé, no te enojes. No me comuniqué con vos porque estuve gestionando lo del pasaje. —¿Estás todavía ahí? —preguntó observando que su fondo de pantalla seguía siendo una pared blanca. —Sí, en Roma. Creo que te enteraste que no puedo viajar. Al suspenderse los viajes, tengo que esperar a que Aerolíneas Argentinas organice los próximos regresos. —Eso yo ya te lo había advertido; por esa causa te pedí que adelantaras el viaje. Bueno, pero vos escuchás a quien te conviene y yo no estoy en ese estatus. —No te enojes; yo estoy acá, en el hotel, no ando por ahí, me cuido. —Y así estás feliz… ¿pensaste en mí, por un momento? Estoy encerrada en casa, sola, cumpliendo un aislamiento sin saber si estoy contaminada o no, sin contacto real con el afuera. 82

—¿Pero no está Rita? —¡Cómo voy a dejar que Rita conviva conmigo! La mandé a su casa. —Bueno, vos te la buscás, también. —Yo soy responsable. Y, en todo caso, me la busqué haciendo mi trabajo… lo mismo que vos. Con la diferencia de que yo volví apenas supe la gravedad del virus. —Bueno, chiquita, no peleemos más. Mirá, te estoy mandando las fotos que saqué en nuestro último viaje a Guatemala, vas a ver qué lindas, así te entretenés. —Me estoy entreteniendo con las fotos que tengo en mi compu- tadora y descubriendo alguna gente que no conocía. —¿Qué gente? —Te dije, que no conocía… y estoy averiguando quienes son. —Si te puedo ayudar, mandame la foto y veo si los conozco. —Bueno, lo voy a tener en cuenta… Bueno, me tenés al tanto. —Por supuesto. Parece que AA va a organizar viajes para ir repatriando gente; pero se supone que primero serán los que estén dentro del grupo de riesgo. —Sí, ya lo sé. Bueno cuidate. Hasta la próxima. Beso Bajó la tapa de la notebook. Aparte de su indolencia respecto a su vuelta, otra cosa la inquietaba y no terminaba de detectar qué era. De pronto tuvo un sobresalto: lo que la incomodaba era el fondo neutro de la pantalla. Sí. Era eso. Recordó que cada vez que Raúl viajaba y se comunicaban por video llamadas tenía la costumbre de pasear con la cámara mostrando su entorno, era una manera de compartir con ella el espacio donde estaba desarrollando sus actividades. Solía mostrarle estilos de la ambientación, detalles de la habitación donde se alojaba, las salas del hotel donde conferenciaban, los servicios de confort que ofrecían: pileta 83

climatizada, sauna u otros. A veces le mostraba una pintura o la forma en que habían resuelto la ubicación de plantas en el interior, porque sabía que era un tema que a ella le interesaba. Sí. Allí estaba lo raro. Todas las visualizaciones mostraban un fondo de pared blanco y en ningún momento él se desplazó del frente de la pantalla. Algo le resonaba mal. Se fue a almorzar algo. Al rato sonó el celular, era Ruth. —Hablé con este amigo que te dije; le expliqué todos los intentos y caminos que activé ayer para poder abrir el archivo. Me hizo muchas preguntas; consideró que por la forma en que estaba protegido debe guardar contenido relevante. Me dijo también que ese trabajo solo podía hacerlo una persona de su conocimiento, que era muy difícil llegar a él y que ibas a tener que mandarle tu computadora. Me advirtió que pensaras bien si todo eso valía la pena. Porque después, tendrías que hacerte cargo de lo que revelara el archivo… y del costo. Yo te aconsejo que lo pienses bien, Nayeli. —¿Y vos qué pensás? —No sé, depende de lo que vos sospeches que contenga. Yo me siento intrigada, como en una película. —Bueno, lo pienso y hablamos. Gracias Ruth. Nayeli se quedó meditando. Por su cabeza volvieron a pasar las fotos de Guatemala que contenía su celular, las actitudes intrigantes de su marido. Enton- ces, recordó que él le había enviado las fotos sacadas con su cámara y se puso a buscar el archivo que le envió. Ahí estaba. Comenzó a mirar las imágenes con detenimiento. Había muchas parecidas a las que ella había sacado, otras de vistas generales. De pronto, comenzó a ver algunas donde se fotografiaban esculturas 84

tomando los detalles del esculpido; también había algunas de pie- zas cerámicas, cuencos, vasijas, platos y ella no registraba cuándo las había sacado. En ningún momento habían estado en un lugar donde hubiera podido sacar esas fotos. Se quedó hurgueteando en su memoria. Ahí fue cuando recordó que, en ese viaje, una de las tardes le avisó que se iba un rato con el guía pues éste le quería mostrar algo. Al salir le avisó que se llevaba su notebook y se fue con ella y la cámara. Ella alcanzó a gritarle: “Mirá que allí tengo guardados todos los datos de las investigaciones”. —Descuidá, la cuidaré como la mía. Volvió casi cuatro horas más tarde y, en ese tiempo, ella aprovechó para dormir un rato y luego, esperarlo, con su preciosa solera, paseando por las callecitas de alrededor. En ese momento nada le pareció extraño. Pero ahora dudaba de todo. ¿Para qué se había llevado su ordenador?, justo el que tenía en este momento el archivo fantasma. ¿El archivo en cuestión habría sido cargado por Raúl? ¿Por qué en su ordenador? Si con- tenía fotos de su paseo, ¿por qué tan fuertemente blindado? Ese paquete de turismo arqueológico, ¿perseguía un fin que ella no alcanzaba a desentrañar? Pensó las palabras de Ruth: “me siento intrigada como en una película”. Ella no podría decir que se estaba aburriendo en esta cuarentena. Encendió el plasma. Necesitaba cambiar de tema, visualizar un poco de la realidad de su afuera y miró un rato el noticiero. En un reportaje, el titular del Renaper (Registro Nacional de las Personas) destacaba el trabajo llevado a cabo junto a la Dirección Nacional de Migraciones y señaló que “el objetivo es concientizar al ciudadano o residente argentino que regresa a nuestro país pro- veniente del exterior, sobre las últimas medidas de prevención adoptadas por el Gobierno Nacional en el marco de un escenario 85

dinámico y cambiante. Estamos haciendo más eficiente y eficaz el uso de los recursos públicos en campañas de información y prevención, brindando información de primera mano con reco- mendaciones para cuidarse y cuidar a los demás\", completó. Se sucedían las imágenes del Presidente con diferentes funciona- rios, equipos de investigadores, profesionales de diversas discipli- nas además de su gabinete. Se explicaba el nuevo esquema de atención en AFIP y ANSES. “También y en consonancia con las medidas adoptadas en el marco de la emergencia sanitaria, y de manera concertada con la Asociación del Fútbol Argentino y la Superliga Argentina de Fútbol, el Ministerio de Turismo y Deporte resolvió suspender los partidos de todas las categorías desde ahora hasta el 31 de marzo. Hasta la misma fecha se dictan restricciones en hoteles para alojar a argentinos/as”. También informaron acerca de refuerzos en la política de protec- ción social: habría incremento en las partidas para asistir a come- dores escolares, comunitarios y merenderos. A su vez se dictaban nuevas disposiciones para el transporte pú- blico como así también se implantaría un paquete de medidas para proteger la producción, el trabajo y el abastecimiento con el obje- tivo de minimizar el impacto de la crisis sanitaria. Nayeli pensó que los datos que debía manejar el gobierno serían más preocupantes de lo que ella pensaba; se vislumbraba que tra- bajaban para que no se les escapase ningún detalle y que estaban dispuestos a dar una gran batalla. ¿Viste?, se dijo, acá sí que se puede usar ese sentido figurado de los médicos, porque, seguro, será una gran pelea y este equipo se ve que está totalmente deci- dido a darla. Me gusta. Y yo voy a estar en “el frente” dentro de unos días, se dijo emocionada. Le hizo bien pensar en otras cosas. 86

Estaba anocheciendo y ella tenía defrizando el asado. Le mandó un mensaje a Ernesto: “¿Me vas a ayudar a hacer el asadito?” Y él le contestó con un “Sí, prendé la notebook que te guío”. Al rato ya estaba en línea. —Hola, ¿cómo andás? Te veo muy linda, demasiado para andar con el carbón. Bueno, llevá tu aparato a la parrilla y colocalo donde no le salten las chispas. Nayeli siguió las indicaciones, abrió los ventanales que daban a la terraza y colocó una mesita y ubicó el ordenador para que se viera la zona de operaciones. —¿Acá ves bien? —Perfecto. Viste que vos tenés dos parrillas. Bueno, primero va- mos a trabajar sobre la de la izquierda. Sobre ella, poné unos bollos de papel… —¿Arriba de la parrilla? —Sí, ahora buscá que en el bajo-mesada seguro tenés algunas maderas de cajón, sí, ahí las veo, …rompelas y hacé una carpita sobre el papel, …después, colocá despacio los trozos de carbón, los más chicos abajo y los más grandes arriba y alrededor. Así, muy bien señorita Hidalgo… Ahora lávese las manos y vaya a buscar su secador de pelo. —¿Y para qué quiero el secador? —dijo. —Ya vas a ver. Y cuando vuelvas, mirá que en el costado tenés un tomacorriente; enchúfalo. Traé fósforos o un encendedor. Nayeli cumplió rápidamente la orden y, aparato y demás meneste- res en mano, miró la cámara. —Encendé el papel, después, el secador, y dale aire de abajo hacia arriba para activar el fuego… Bien, tratá de que el aire no lo apague sino que lo provoque —Y se puso a cantar— “…volver a empezar… que no se apague el fuego”. 87

—¡Ah! Con canción y todo… —¡Ah! ...sí …Qué bien… ¿Viste?, …descubriste otra capacidad tuya: …la de avivar el fuego… —No sabía de esta capacidad. —Yo sí… —Hubo un silencio significativo que Nayeli rompió. —Mientras se encienden los carbones, voy a condimentar la carne. ¿Te llevo o te quedás acá? —Me quedo. Nayeli comprobó que algunas gotas de lluvia se esparcían sobre la terraza. “Suerte que la zona de la parrilla tiene techo y no hace frío”, pensó. Condimentó la carne con chimichurri sobre una fuente. Descorchó una botella de vino, apartó dos copas, volvió con todo a la terraza y levantó la botella frente a la pantalla. —Vos parece que no escarmentás… y volvés a provocarme — dijo Ernesto. —Entonces, reconocés que te provoqué. —No, no; no quise decir que me provocaste vos; me provocó el vino… Pero hoy, no tengo ganas de abrir mi botella. —Jajaja, ¿no te quedó un poco en la de anteanoche? —No. —Entonces reconocés que, vos también, dejaste exhausta la tuya. —Sí, la botella y yo quedamos exhaustas— y cambió de tema— Veamos el fuego, ¿están todos los carbones encendidos? —Sí. Mirá qué rápido que encendieron. —Mi método es infalible. Con la palita y las herramientas que tenés allí, llevá los carbones debajo de la otra parrilla. Bajala para que se queme un poco. Después, le pasás un papel arriba, tal vez un poco de grasa del asado para que quede limpia. 88

Nayeli siguió los pasos. Colocó las dos tiras de asado sobre la parrilla. Después, vertió el vino en las dos copas, se acercó a la pantalla y dijo: —Salud. —Nayeli, otra vez no, por favor. —Yo soy responsable de haberme tomado toda mi botella, pero no tengo la culpa de que vos te hayas tomado toda la tuya. —Vos no sos culpable de nada… Pero no voy a compartir esta noche. —¿No me vas a acompañar? Entonces bajo la tapa y te apago. —Sí, mejor, sí… ¡Ah!, ¿te dije que estabas muy linda? …Hasta mañana. Chau —Y la pantalla se oscureció. Nayeli sintió una fuerte congoja. Bebió un sorbo de vino y se quedó mirando la plaza cuya arboleda el viento mecía trayendo un olor híbrido y húmedo que venía del río. Un circuito de luces competía recorriendo Libertador y los ronquidos de los motores apenas llegaban allá arriba. Bajó la cabeza y una lágrima cayó dentro del vino. Tomó otro sorbo y levantó la copa saludando a Artigas. —A tu salud, luchador. Una lluvia indiferente y triste, con un sonido monótono, tedioso, comenzó a derramarse sobre Buenos Aires. DÍA MIÉRCOLES 18 DE MARZO Nayeli se fue a merendar frente al ventanal de la terraza. Llovía sin ganas, como desconociendo su destino de enriquecer la vege- tación. Abrió un poco la puerta corrediza, necesitaba el perfume 89

a tierra mojada que llegaba de las plazas. Se recostó en otro de los sillones y repasó su mañana. Se había levantado con la decisión de abrir ese archivo y saber lo que contenía. Asumiría la responsabilidad, costara lo que costara. El nombre del archivo “Ruins”, el repaso de las fotos el día anterior y el recuerdo de las acciones sospechosas de Raúl le permitían reconocer demasiados puntos oscuros que se asociaban entre sí. Intuía que ese archivo vendría a aclararle sus dudas. Había sido una decisión tomada en absoluta soledad. No quería preocupar a ninguna de las dos personas con quien hubiera com- partido su inquietud: su padre y Ernesto. Debió decidirlo sola. Había llamado temprano a Ruth quien le dijo finalmente que una persona, cuya identidad no debía ser revelada, podía abrir ese archivo. Pero necesitaba que le enviara el ordenador pues, para esas acciones, tendría que conectar elementos tecnológicos al mismo y luego integrarlo a un sistema más complicado que revelaría los datos. Nayeli pidió la dirección donde hacerlo llegar. Le dieron una clave con la cual debía identificarse para dejarle, a quien la recibiera, la notebook. Le recomendaron enviar a su computadora fija todos los archivos que pudieran interesarle porque podrían contaminarse o perderse. Así fue como Nayeli transfirió todos sus archivos, dejando solo “el fantasma”, y colocó la notebook en su funda. Preparó todo cerca de la puerta vaporizando lo usado con alcohol. Llevó un par de sandalias, se cambió de ropa cerca de la puerta, mudó el calzado, tomó las llaves del auto, su bolso y un paraguas. Se colocó guantes y barbijo, y bajó con el ascensor hasta el sub- suelo, hacia la cochera. Subió al auto, activó el portón electrónica- mente y cumplió los pasos indicados al pie de la letra volviendo en menos de una hora. Estaba mal lo que había hecho, pero no 90

tenía opción; de todas formas, había guardado los recaudos nece- sarios. Lo único no desinfectado era su auto, pero nadie subiría a él aparte de ella. Al volver, deshizo los pasos fumigando lo necesario y mandando las prendas al lavarropas. Le latía fuertemente el corazón. Habría necesitado que alguien la abrazara fuertemente, habría necesitado llorar. Lo primero no podía ser, lo segundo no le salía. Se sentó en el sillón jadeando. Si hubiera tenido un cigarrillo se lo habría fumado de buena gana. Hacía casi ocho años que había dejado, pero no olvidaba la des- carga que brindaba en esos momentos. Entonces decidió darse una buena ducha. Salió del baño más relajada; casi como si sus actos hubieran quedado en el pasado o en manos del destino. Por la radio, se había enterado que el total de casos había ascen- dido a noventa y siete de los cuales, solo uno, era incierto su con- tagio pues los otros eran importados o de contacto con aquellos. También se lamentaba la tercera muerte. Sintió necesidad de reconfortarse así que llamó a Ernesto y conversó con él largamente. Y ahora estaba ahí, frente a la terraza, relajada, auscultando en su interior. Sin darse cuenta se encontró repasando esa charla. No sabía qué le había preguntado ella, pero terminaron haciendo una cronolo- gía de su relación. En realidad, era Ernesto el que tenía claras las secuencias, los sucesos, su actuación, sus motivos. Ella, esos casi diez años, los tenía confusos, mezclados con otros hechos. Lo sucedido pertenecía a los recuerdos de Ernesto; para ella, estaban allí, entre otro montón de sucesos que, luego de esa conversación, fueron apareciendo como por arte de magia. Por eso, el relato que 91

él hizo de esos tiempos a Nayeli le permitió redescubrir su rela- ción y redescubrirse ella. Allá por el 2010, ambos colaboraban con el padre Tomás traba- jando en la villa, cada uno en su especialidad; algunas veces se cruzaban, pero sin intercambiar palabras, solo saludos. Hasta que un día, Nayeli tuvo que atender un parto en la salita y el único que estaba para ayudarla era Ernesto. Fue un trabajo complicado que los unió en la acción y las palabras que se cruzaban con nervio- sismo: él preguntando, ella ordenando, él sugiriendo, ella consin- tiendo. Finalmente, todo salió bien. El padre Tomás llegó cuando ambos estaban juntos, lavándose las manos, contentos de haber sido parte del hermoso proceso de habilitar la vida. El padre se les acercó con una toalla y, advirtiendo que era la primera vez que intercambiaban una actividad, los presentó con formalidad: “la Dra. Nayeli Hidalgo virtuosa profesional, Ernesto Yañez, soció- logo, investigador, flamante profesor de la UBA” y mientras les extendía la toalla, les recitó: …“Yo quiero que las vidas se integren encendiendo los besos hasta ahora apagados. Yo soy el buen poeta casamentero. Tengo novias para todos los hombres. Todos los días veo mujeres solitarias que por ti me preguntan. Te casaré, si quieres”. Y corto ahí… Oda a la pareja, dijo, Pablo Neruda. 92

A Nayeli le subieron los colores y Ernesto le espetó: ¡Ah!, miren al padre casamentero” y ambos lo abrazaron y juntos volvieron a ver al bebé acurrucado en los pechos de la madre. Ese día, salieron caminando de la villa, en una tarde apacible y con cielo enrojecido. Fue el primer beso de amigos, un sencillo beso en la mejilla. Una semana más tarde, él le ofreció llevarla en su auto; pero mientras volvían, la invitó a bajar en Puerto Madero. Anduvieron por el borde del río, comiendo pochoclo. Visitaron la Fragata Sar- miento, pues ella no lo había hecho nunca. Finalmente, la condujo al Puente de la Mujer donde el paisaje, colorido en luces de Buenos Aires y reflejado en el río, temblaba con la brisa. Gozaron del momento en silencio hasta que a ella la recorrió un escalofrío y él la cobijó con su campera y la llevó al auto. En el resto del viaje no cruzaron palabra. Cuando creó el Centro Integral de la Mujer, él colaboró y asesoró; solía socorrerla en situaciones de emergencia. Con él compartió algunos contenidos de su posgrado durante dos años, encontrándose en bares para intercambiar bibliografía, to- mar un café y comer alguna ricura gastronómica. Ella lo admiraba porque, a todas sus quejas y rebeliones, él le encontraba un ca- mino que la obligaba a razonar, a rastrear en otras fuentes, a integrar conceptos. Ella le decía: “Profe, me vas a tener que co- brar la clase” y él le contestaba: “Bueno, invítame a cenar”. Pero cuando salían a cenar, él no la dejaba pagar la cena. —¡No! —rezongaba ella— ¡Eso es traición! —¡Ojalá que en tu vida, todas las traiciones sean como éstas! En esas cenas, se entreveraban con conversaciones que discurrían por los más variados temas. Pero cuando la charla viraba hacia temas del corazón, los dos perdían capacidad; toda la riqueza 93

intelectual que condimentaba sus argumentos se trababa cuando andaban por el camino hacia lo sensible. ¿Temían romper ese en- tramado armonioso de su amistad? Las familias de ambos indagaban respecto a amores, y ambas familias se desilusionaban con sus respuestas evasivas. Ernesto tuvo amores pasajeros, ella también, pero tampoco com- partían esas experiencias. El lazo fuerte era el trabajo social que realizaban en la villa junto al padre Tomás y el entramado de ideas y concepciones que am- bos sustentaban. En la villa, no solo desempeñaban sus activi- dades, sino que muchas veces participaban de diversiones y jue- gos con los adolescentes y los niños. Los más chicos adoraban a Ernesto; se trepaban a sus fornidas espaldas y él los llevaba a jinetear por el patio de tierra relinchando y dando saltos que se coronaban con las carcajadas de los niños. A veces, se colgaban de su barba para no caerse y él gritaba más fuerte. Ernesto nunca le comentó que se estaba construyendo su casa propia, mucho menos la fantasía que acunaba su mente y que fue el motivo que lo condujo a poner tanto empeño en ello. Un día, Nayeli le dijo que iba a pedirle algo muy importante y él, siempre atento, preguntó qué era. Entonces, ella le pidió que fuera testigo de su boda. Él se tomó su tiempo para responder y final- mente le dijo que no podía negarse a su solicitud. Nayeli había conocido a Raúl, su prometido, en una reunión que organizara su mamá en la quinta. Era el hijo de un nuevo amigo de ella, que desde 2002, ya estaba separada de su padre. Su madre había incentivado la relación y Nayeli cedió ante las circunstan- cias. Raúl le pareció un muchacho atractivo; la fatigaba la insis- tencia de su madre por ser abuela y Raúl, había sabido aprovechar las dudas de ella, para avanzar. Fue así que se casaron en 2015. 94

Y, como testigo de bodas, Ernesto pasó a ser el amigo preferido de la nueva familia. Raúl lo invitaba no solo a las fiestas sino a reuniones más acotadas o comidas informales. Nayeli iba repasando esos recuerdos que solo Ernesto tenía tan aferrados. Volvía una y otra vez a su relato. Lo sentía dentro de ella, con su voz, con esas inflexiones, con esa cadencia que siempre daba a lo que traía al presente a través de su relato permitiéndole sentirlo vívido y cercano. Lo escuchaba, lo tenía cerca de su oído dicién- dole: “…y ahí siempre estuve yo… el amigo”. Cerró los ojos y proyectó las imágenes como una película: riendo con los chicos de la villa, charlando en un café, discutiendo con apuntes en mano, en medio del humo de un asado, en el brindis de una fiesta. Y en todas las imágenes, veía sus ojos, sus ojos color licor buscándola con una sonrisa, con una mirada acoge- dora, una mirada cordial, afable. ¿Por qué, recién ahora, redescu- bría su mirada? ¡La podía evocar con tanta nitidez! Entonces, se la había querido ocultar a ella misma. Se había negado a descifrar el mensaje. ¡Ay, Ernesto! Y sintió congoja… y se apretó el pecho… porque le dolía… porque le producía angustia… porque se había negado a ver… porque había inhibido sus percepciones, porque había reprimido sus sensaciones. Y sintió pena… sí, sintió pena por ella. DÍA JUEVES 19 DE MARZO Se había levantado temprano y daba vueltas por la casa como un oso enjaulado. Era el décimo día de su aislamiento y el primero en sentirse encerrada. No, era el primero en que el encierro físico 95

y la percepción de encierro dentro de sus emociones, se ensam- blaban. Pero, ¿estaba mal que se pudiera concentrar en las sensaciones que estaba vivenciando? ¿No había estado, tal vez, transitando etapas de su vida en las cuales no se había atrevido a mirarse interiormente? Sí, eso era lo que le impedía sentirse libre. Había tenido coraje y determinación para elegir su carrera, decidir dónde ejercerla, abonar sus principios altruistas, enfrentar enor- mes escollos y la crítica de la mayor parte de la familia materna. Y se sentía orgullosa de su voluntad y de sus principios; había tomado todas esas situaciones como promotoras de enseñanzas. En cambio, no había tenido la misma actitud en su vida íntima. Y era allí donde debía penetrar, donde debía encontrar el campo de aprendizaje que no había descubierto hasta el momento. No le vendría mal cuestionarse honestamente y analizar qué tan real y objetivamente estaba pensando este presente. Volvía a encontrar en su sillón predilecto el lugar que cobijaba sus meditaciones, recogidas las piernas, la vista perdida, la respiración profunda, a veces intercalada con algún suspiro. Le había enviado un mensaje de texto a Ernesto y verificó la falta de respuesta. Dejó el celular descansando en un almohadón y volvió a introducirse en ese mundo de recuerdos y vivencias. No sabía cuánto tiempo había pasado cuando sonó la llamada. Atendió rápidamente creyendo que era él, pero sonó la voz de Ruth. —Hola, Nayeli, ¿cómo andás? —Acá estoy, tirada en un sillón. —Pero físicamente, ¿estás bien, me refiero a que no apareció nin- gún síntoma? 96

—Por suerte no, parece que voy zafando. Igual, no sé si sabés que hay contagios asintomáticos, así que debo esperar y después hacerme el test. Uds, ¿bien? —Sí, bastante más acomodados. Te llamaba porque parece que el hacker necesita comunicarse con vos, ¿me pemitís darle tu celular? —Siiii, cómo no —dijo incorporándose. Media hora después recibió el llamado. —¿La dra, Hidalgo? —sonó una voz cavernosa. —Sí, ella habla. —Dra, voy a ser sintético. Aquí le abrí el archivo y le voy a enviar su ordenador con un apéndice que le apliqué para que Ud. lo pueda ver. En el archivo hay documentación que demuestran negocios clandestinos, operaciones a nivel internacional que evaden las normas legales, depósitos en paraísos fiscales, etc. La firma que se repite es Álvarez Castro & Cía. y aparecen otros particulares. Quédese tranquila que no hay nada que la compro- meta a Ud. directamente. Yo le aconsejaría que no se quede con este material en su casa, es muy riesgoso. Pero, como supongo que querrá más detalles le sugiero llamar a un contador de su confianza para que vea el contenido y le informe más detallada- mente. ¿Ud. tiene una caja de seguridad en algún banco? —Sí. —Entonces voy a poner todo en un maletín; Ud. lo destraba, abre su ordenador, no toque el apéndice, vea todo lo que quiera ver, luego vuelve a cerrar todo y lleva el maletín a su caja de seguridad privada. Le envío también la llave del mismo. ¿Nadie más tiene acceso a esa caja fuerte? —No, mi contador está registrado como apoderado; puede hacer ingresar algo, previa comunicación mía con el gerente, pero no 97

puede extraer nada. Y ninguna otra persona más. Ese es el acuer- do que tengo firmado con el banco. —Bien. Tendría que hacer las cosas rápido para poder ingresarlo al banco, hoy; no estoy seguro de que mañana abran los bancos. Sé que Ud, está en cuarentena, por lo que voy a enviarle una per- sona de mi confianza que, dentro de un rato, le va a dejar el male- tín en la puerta de su departamento. Avise al encargado que lo deje pasar. Luego haga lo que ya le aconsejé. ¿Quedó todo claro? ¿Desea preguntarme algo más? —Sí, sus honorarios, por favor. —Mire, haga un cheque de cinco cifras y envíelo a la fundación comunitaria de la villa donde Ud colabora. El padre Tomás se lo va a agradecer. —¿Ud, lo conoce? —Quién no. Bueno, espero que salga todo bien. Suerte. ¡Ah! Solo por curiosidad, ¿Ud conoce a algunas de las personas involucra- das? —Lamentablemente sí, mi marido dirige la empresa que men- cionó, supongo que Ud. ya lo sabía. —Me olvidé de averiguarlo —dijo riendo— Otra vez, suerte. —Mil gracias. Dio la orden al encargado y rápidamente llamó a su contador, Eduardo; era una persona de confianza que también prestaba servicios a su padre. Respondió al instante. Le contó somera- mente avisándole que debía llevar una cosa al banco antes de su cierre. Explicó que estaba en aislamiento, pero lo iba a recibir con guantes y barbijo y no se iban a acercar. Prácticamente llegaron juntos: Eduardo y el maletín. En minutos el contador ya estaba indagando el archivo. 98

Leía las planillas, las comparaba, buscaba datos, consultaba otras páginas, iba y volvía. Primero lo vio mirar, después lo observó inclinarse hacia la panta- lla, luego buscó su cara como necesitando que convalidara que no era un juego. Ella hizo un gesto de confirmación. Entonces, le contó cómo descubrió el archivo en su computadora y la manera poco ortodoxa en que había podido acceder a su contenido. —Bueno, Nayeli. Lo que hay aquí adentro son cosas muy graves; en palabras que vos puedas entender, son operaciones en negro, en paraísos fiscales, transferencias truchas, negocios turbios… todas esas lindeces. A Nayeli se le incomodaba respirar. —¿Y sabés quienes las realizan, los datos los dejan en descubierto? —Sí, por lo que yo sé, porque he hecho operaciones con ellos, la empresa de tu marido está comprometida, …después, hay otras, …también, hay cuentas personales de él y de otros particulares. —¿Hay alguno que conozca? —No sé, aparece un tal Renzo Cicciotti… un Giancarlo Onetti… y otros. Hay cuentas de Italia y otras en paraísos fiscales. Hay una cuenta muy reciente en Guatemala. A Nayeli se le encogió el corazón. —Y acá, hay un archivo, que está anexado a uno de ellos, con fotos; si querés, mirá de lejos. Le fue mostrando las imágenes. Eran fotos de restos arqueológi- cos, vasijas de cerámica, trozos de piedras talladas, una tapa de barro, un cuenco, un plato trípode bicromático, piezas de obsidiana. Nayeli no quiso ver más. En un segundo recordó los días en Guatemala, encontró la respuesta para ese tipo de “turismo 99

arqueológico” con que la engañó su marido y asoció su conducta, poco habitual respecto a los campesinos y cuidadores. Recordó también el día que la dejó en el hospedaje de Flores y se fue volviendo cuatro horas más tarde. —¿Te sentís bien?, te veo un poco pálida, ¿por qué no te sentás? —…Mi necesidad es salir corriendo; …correr como una loca a ver si se me pasa la bronca. —Sí… entiendo… debe ser duro. —¿Sabés qué es lo peor?, que me hizo dejar el trabajo de ayuda humanitaria para que lo acompañara a Guatemala a hacer esos negocios sucios y le sirviera de pantalla. —¿Y dónde está él? —Quedó varado en Italia… parece que con ese tal Renzo. Por ahora no creo que vuelva; seguro que me va a avisar. Mirá Eduardo, las personas que hackearon el archivo, porque yo no podía abrirlo, me aconsejaron llevar esto, así como está, y depositarlo en mi caja de seguridad del banco. No quiero tenerlo en casa. Vos, que sos mi apoderado en el banco, ¿podrías ponerlo en mi caja fuerte?, ya tendría que llamar al gerente porque parece que mañana no abrirán. —Sí, si confiás en mí. —Si confía en vos mi papá, yo también —lo miró con los ojos llenos de lágrimas— No quiero que mi papá se entere, por ahora. Por favor, anotame algunos datos para que yo los pueda manejar cuando le pregunte a mi marido. Mientras el contador extraía los datos más importantes y los es- cribía en un anotador, Nayeli habló con el gerente informándole que debía depositar un maletín en su caja de seguridad; le informó su situación sanitaria y la necesidad de que la gestión la hiciera su apoderado. El gerente dijo que, si mal no recordaba, en el acuerdo 100


Like this book? You can publish your book online for free in a few minutes!
Create your own flipbook