qué es la alianza de hermandad y confianza. Cuando un hermano se va te gustaría tomar su mano, como cuando pequeños compartiendo travesuras en un mundo de aventuras. No quisieras la realidad de pensar que no está el hermano amado, socio de las vivencias, artífice de tu historia, el lazo indestructible de la memoria. Cuando un hermano se va el corazón se ahueca, en infinita congoja, es sangre de tu sangre es caminos y pasos juntos. El mundo se vuelve imperfecto, se fue el cómplice, el protector, el amigo que jamás falló el incondicional compañero. Cuando un hermano se va una parte del alma se lleva pero otra parte queda en cada recuerdo, mirando el cielo, las almas se encontrarán, porque el amor de hermanos jamás del corazón se marchará… Ángel de la guerra ¿Quién… podría, recomponer 51
esas alitas rotas? Y poner en tus ojitos ausentes, otro mundo… en donde, juguetes de colores, en lugar de miedo y terror... que la maldita guerra devasta, en marcas de horror, en silencios. ¿Si en tus manitos un arma es tu aurora? ¿Quién podría regalarte un mañana, si el olvido se funde en tu niñez ángel de la guerra, eco de cuerpos muertos? ¿Quién podría... una acuarela de paz y una estrella de sonrisas cambiar… por las cenizas de tu aliento, habitado por heridas que desgarran tu corazón de niño? ¡Tu alma de ángel de guerra! 52
¡Réquiem a tus ojos! Si el viento, fuese grito de la noche… universo de calendarios que arrastran espacios, en el cristal de tus ojos. Soñadora, de vacías agendas... la soledad me convoca, en fantasmas de silencios... En un julio dormido, sintiendo tanto frío en momentos recordar siempre… tus ojos miel, tus tristes ojos… erizar mi piel. Y siempre llueve, Y duele... cada segundo, cada lágrima. Y en gestos de horas, tus ojos vuelven, habitando la melancolía, lacerando el alma mía. Alas... que se desprenden de las sombras, que te nombran en un vacío. O en el brillo desde un cielo en el réquiem de la aurora 53
que repite asombrada el color de tu mirada. ¿A dónde va el amor? ¿A dónde va el amor, cuándo se aleja? ¿Se volverá brisa, que acaricia, nuestras manos vacías? ¿A dónde va el amor? ¿Será luz encendida, en el sueño del olvido? ¿Volará en una nube de ilusión, o será un pajarillo sin tiempo de cantar? ¿A dónde va el amor? ¿Será átomo… convertido en muro por donde escapan momentos? ¿O será risa de un bohemio llorando, luchas y ayeres del ahora de una aurora? ¿A dónde va el amor cuándo se marcha? Quizás en los vientos, o en atardeceres de lluvia… ¿A dónde va el amor cuándo se escapa y nos hace llorar ausencia se transforma en canción o triste melodía? ¿Será que el amor cuándo nos deja se vuelve pluma y letra de un pensamiento que nace en un sentimiento que se llama poesía? 54
RENZO DE TELLERIA Renzo de Tellería, artísticamente conocido como Renato, nació y se crio en la ciudad de Cañuelas, Provincia de Buenos Aires. Actualmente se domicilia en CABA, es un actor de 30 años de edad. Si bien le cuesta definirse como escritor, lo ha hecho desde muy pe- queño inspirado en las historias narradas por un tío abuelo o de su madre al leerle cuentos clásicos imitando voces de los personajes a la hora de dormir. De pequeño se avergonzaba de sus primeros poemas escondién- dolos debajo del colchón. Fuera de esta anécdota, hasta poco tiempo atrás publicaba un blog narrando historias personales en un diario local: Infocañuelas. Es adicto a todo tipo de género literario, aunque siente más comodi- dad en la prosa, cuentos o relatos, sin descartar la intención de escribir una novela. Tiene especial inclinación por el realismo mágico y le gus- tan autores como Isabel Allende, Hermann Hesse, Julio Cortázar, entre otros. En todo momento, y aún más de noche, le es propicio para escribir por placer y la gustaría hondar más ya que la considera su segunda pasión, inspirándose en situaciones cotidianas, entre personas o lugares que lo motiven. Como integrante de Cautiva Ediciones nos hace honor con estos títulos para esta antología: “Alfonsina” “Hora clave” “Caminando sin rumbo” “Té para dos” “A ella” “Me quieren vender” “Cuestión de perspectiva” “La última palabra” 55
Alfonsina A Alfonsina Storni Ella se adentró en el mar y este la abrazó desde la cintura. De su espuma le hizo una falda larga hasta el suelo, así la envolvió como si fuera ella criatura. Las olas se deslizaban como pliegues que descansaban en sus pies descalzos. Cansada cruzó sola la costanera acostumbrada a ver infinidad de ocasos. El sol esta vez despuntaba sus primeros rayos dorados. Atrás quedaban los últimos versos recién terminados, escritos en puño y lágrimas de sal. Quiso sanar así una vieja herida. Todos la acusaron de cobarde, pero no entendían que su actitud era genuina, verdadera. Había luchado la vida entera, mujer y madre soltera. Ella amante de ese espejo y en ese fiel reflejo, vio a su nueva compañera. La enfermedad, suplicó piedad, era toda una quimera. La arena borraba atrás de ella cada huella, y el mar ya empezaba a coronarla, algunos peces se atrevieron a escoltarla, tenía ya los labios anacarados, y párpados ya tornasolados. Quiso despertar, pero ya era tarde... Estuvo internada todo el día en Alta Mar. 56
Hora clave Supe que todo era mentira. Nadie me lo podía ocultar ya más. Can- sado, bajé sigilosamente por las escaleras: peldaño, por peldaño. Sus- piré hondo, sabiendo que me iba a enfrentar a la cruda realidad. Llevaba en mis manos temblorosas ese dinero sucio, procuré acercarme hasta mi madre, despacio. Ella podría, quien más, dar fe de lo que decía. Me miró a los ojos, como intentando justificarse y pidiendo perdón tan solo con la mirada, pero ya no había nada más por hacer. Juntó coraje, inspiró y pronunció esas palabras. Me quedó un sabor amargo, creer tantos años en ello, se me desvane- cía todo como un mal recuerdo, mis pies estaban descalzos en una noche sin luna, sin estrellas, no eran momentos de pretextos. Me dijo sin rodeos luego la verdad; esa que yo quería, pero tenía que enfrentar como de lugar. Sentí tragar alquitrán. Una parte de mí murió aquel día, si pienso todavía se me hacen fríos los baldosones que tenía aquella cocina. Y mamá con ese aire vital que tenía, testigo muda de una ilusión que se desvaneció, así de repente, mientras que yo estaba mordiéndome los labios, impotente, vulnerable ante la burla ajena, a una realidad cruda y pensando cómo rearmar mi vida. Minutos antes en esa noche, envuelto entre el sueño pesado y el murmullo de grillos, había sentido como una sombra hurgaba entre mis sábanas. Quise tocarla en un arrebato desesperado, pero en cuanto pudo se escurrió entre las otras sombras lejanas y a cambio de esa recom- pensa, me estaba haciendo un favor, pero yo no sabía. —Martín, el Ratón Pérez no existe —me dijo mamá. Y ahí com- prendí. Mi diente no se había extraviado en vano. 57
Caminando sin rumbo Pasé de nuevo por ese pasaje, donde altos árboles lo bordeaban a uno y resignados de soportar tantos inviernos ya se reclinaban; así como haciendo una especie de reverencia al pasajero. Los había algunos to- davía con sus hojas verdes, otros dorados, que fueron desnudando sus copas de dorados y anaranjados pigmentos, porque es temporada. Entre edificios altos de gruesas y detalladas molduras, pesadas puer- tas de madera doble hoja y también labradas, rejas forjadas y balcones vacíos, el camino serpentea hasta su desembocadura. Está adoquinado y con lucecitas incrustadas en el piso. De noche parece el cielo, con las estrellas que lo guían a uno, salpicando todo el trayecto. Aisladas, una de la otra. Ese pasaje donde arriba se ve escondida una torre pintada a brocha- zos con un sol de otoño, las casas todavía dejan a sus ventanas filtrar algunos rayos y el viento se cuela por entre los rincones y rendijas. Aquel corredor ancho, peatonal, libre al paso, susurra historias, se atrin- cheraron algunos sinsabores seguramente, y del que una vez, pasó un tranvía. Lo sé porque todavía están los restos metálicos de los rieles, vaya uno a saber dónde iba ese, a quiénes transportó y porqué lleva tanto tiempo sin funcionar. Aquel estrecho pasaje que empieza en una ave- nida para terminar en otra, cambiando el sentido, cambiando la perspec- tiva, cambiando tal vez el orden, pero no el nombre. Y allí, en un cartelito se lee, y de pronto los faroles dejan ver sus luces cálidas, sorprendiendo a amantes furtivos, vagabundos que se refugian cegados y pájaros que vuelven a sus nidos. Ese pasaje suspira secretos, momentos y algunas historias que también empezaron, y vaya uno a saber cómo y dónde, si es que terminaron. Té para dos Dorotea visitó a su madre en el asilo. El Hogar estaba alejado del casco céntrico; lo habían edificado en un predio cercado donde los 58
abuelos internados, y con más posibilidades, podían recorrerlo sin pro- blemas, un camino pedestre y serpenteante conducía hasta la puerta de entrada y de forma aislada se habían plantado algunos árboles, también debajo de amplios ventanales descansaban algunos canteros con flores de estación. Colocaron algunas mesitas con incrustaciones de pedazos de azule- jos irregulares como motivo decorativo, rodeando los mismos, dos ban- quitos en cada una. La madre, una mujer que estaba pronta a cumplir los noventa años, era como un pequeño gorrión, resguardándose de la tormenta; con sus manos artríticas, encogida de hombros y el cabello cano por completo. Tenía arrugas muy marcadas, en especial sus labios, frente y curtidos también el contorno de sus párpados, en especial los superiores ya empezaban a ceder, haciendo de su mirada, triste. Y había empequeñe- cido un poco más los últimos años. Llevaba puesta una bata rosa pálido al igual que el color de sus pantuflas que cubrían sus pies, envueltos en medias de toalla varios talles más grandes. La vieja tenía la mirada perdida, al estirar el cuello se le veían dos pliegues de piel que colgaban de los mismos. No le gustaba usar joyas, hacía tiempo que las había abandonado, incluso, varios años antes de enviudar. Felisa, la enfermera que llevaba tiempo cuidándola esperaba a un costado. Paciente, aunque sabía lo fastidiosa que se podía poner doña Bárbara. Una mujer de pocas pulgas. Felisa esperaba a Dorotea, habían acordado reencontrarse. —Quiero más té —ordenó doña Bárbara con una voz quebrada pero firme. —Apenas llegué su hija le traigo a ambas —contestó Felisa, ella tan pulcra, con su peinado atado en rodete, labios gruesos y delicadamente pintados, apenas los frunció. A doña Bárbara le pareció una estupidez. Esperó. Dorotea llegó enseguida, bajó del auto de forma glamorosa, se veía de lejos el arco de su capelina asomarse, su larga cabellera suelta y esas gafas negras. Sin dudas era ella. Doña Bárbara revoleó los ojos. 59
Apenas llegó Dorotea, con ese cuerpo sensual pese a que ya había dejado de ser muy joven, trabajado a base de horas de gimnasio y es- trictas dietas que la hacía matarse de hambre, con alguna que otra ciru- gía estética, sobre todo en su rostro pero imperceptible, cosa de mante- ner la frescura; lo suficiente como para no perder su fisonomía natural; intercambió saludos de cortesía con Felisa y luego besó a su madre. El perfume que llevaba puesto y el olor a cigarrillo que tenía hizo estornudar a doña Bárbara. Dorotea se percató, Felisa dijo que volvía enseguida con un té para ambas y Dorotea aprovechó el tiempo a solas para hablar con su madre. — ¿Cómo estás? —quiso saber. Doña Bárbara se encogió de hombros: —Como ves, como pan que no se vende y harina que no se amasa —contestó. —¡Ay mamita, no te enojes! Sabes que esto es lo mejor para ambas. Pero sobre todo por tu bien, me dijo Felisa que no estás tomando las pastillas, ella no haría nada para lastimarte. —¡Esa alcahuete, soreta! —protestó Bárbara. —Mamá, sabes que no me gusta que hables así, no hables así. Vos no sos así. Escúchame, el finde vengo a buscarte y vamos a conocer a tu bisnieto. ¿Querés? Pero me tenés que prometer que vas a tomar las pastillas porque estás muy rebelde —explicó parsimoniosamente su hija. —Me haces sentir una tarada hablando así —se enojó la abuela. —Mamá, vos no sos ninguna tarada. Lo digo porque te quiero, quier- o verte bien. Por eso tenés que hacer caso —dijo Dorotea paciente- mente. — Así te decía yo cuando eras chiquita y no me querías hacer caso. —reconoció doña Bárbara. A Dorotea ese comentario la conmovió. No esperaba una acotación semejante, cuando en el último tiempo le habían hecho saber que su madre estaba muy olvidadiza. Enseguida se vieron interrumpidas por- que Felisa traía la bandeja junto a las tazas de té, pero la enfermera no quiso perturbar ese momento de intimidad y se retiró en cuanto pudo. 60
Apenas consideró necesario volvió, se sorprendió cuando no encontró ni a doña Bárbara, como tampoco a la señora Dorotea. Los abuelos que estaban cerca tampoco las vieron, el resto del personal menos. Y en la mesa estaban tal y como la mujer había dejado sobre la mesita de con- creto, ambas infusiones enfriándose. A ella No la juzgo porque se haya ido, tampoco pretendí buscarla cuando ella se fue sin avisar siquiera. Aunque admito que me gustaría tenerla aquí nomás, presente, como siempre estaba, ocupando no solo un espacio físico más allá de lo que me permite la fantasía; ahí donde ron- da, se enreda en mis pensamientos y se entorpece con confusos senti- mientos que me son difíciles a la hora de llevar a cabo. Me cuesta verla en brazos de otro —ni eso siquiera— reconocer su sombra que no haya sido una vaga idea ni un mero recuerdo, que de buenas a primeras, se esfumó como por arte de magia, que haya sido como la llama de una vela que se extinguió de un solo soplido o por culpa de un vendaval que sacudió las sábanas, abrió las persianas de par en par y cuando menos lo esperábamos, no solo arrasó con todo, sino también a ella la arrastró. A veces pienso, en aquellas noches en qué quedaron esos momentos que vivimos, las palabras que nos dijimos quizás queden grabadas en la memoria, en un silencio que se conoce a la distancia pero que está aún lejos de nosotros, te imagino y sé que si voy por vos, es como remar sobre el desierto, en un pantano del que hemos encallado, intentar reunir las historias que arrastra el viento, inmerso en un calor que sofoca, coser las heridas que el mismo tiempo a veces olvida, o intentar tapar el sol con un solo dedo. Aquí me hallo, a la espera de la nada y a la deriva de todo, me en- cuentro sabiendo que voy a ciegas, mi confianza es obsoleta, mi vida limitada y mi corazón aún quiere seguir latiendo, aunque te hayas ido, aunque no pueda recuperarte... 61
Así, aunque hayas sido una sonrisa que se dibuja en esa media luna, coronada de estrellas, vistiendo de noche y especial musa de esperanza, espero que donde quiera que estés te glorifiquen y honren sabiendo que no todos los días uno suele toparse con alguien como vos... simplemente un ángel. Me quieren vender Ya mi dueño tiene todos los papeles pertinentes para que la opera- ción se lleve a cabo. Parece que ya no le importo, que mi tiempo ha caducado, que todo aquello que le di, lo desperdició o simplemente echó a perder. Pero quiero que sepa, que no solo fui suya; pertenecí también a sus padres y a sus abuelos. Estoy impregnada de recuerdos aunque él no quiera reconocerlo, inundada de vivencias y atestada de momentos, ¿eso no tiene algún valor, acaso? Y estoy hablando desde lo emocional, no económico. Si supiera lo que llevo muy dentro de mí, en mis entrañas, en esos rincones, y escondrijos. Yo lo he visto llorar, lo cobijé cuando se enfermó, lo con- templé mientras comía con toda la familia reunida y también velé por sus familiares cuando partieron de este mundo y ahora se deshace de mí, como un par de zapatos viejos, ignorando que estos cimientos se sostienen desde que se formó su familia, toda. Soy vieja, pero he sabido cosechar raíces. Estas paredes, por más descascaradas y carcomidas, son y serán parte de su historia, tengo mis años lo sé, pero no por eso voy a permitir que se aprovechen de mí; porque aunque no parezca, también tengo sentimientos. ¿Quién veló cuando su abuelo enfermó y todos lo rodearon para despedirse de él? Estuve en penumbras durante días, y no me quejé. Cuando se vio llegar a la pequeña Mercedes, me permití ser un desfiladero de gente, todos agasajando emocionados a la recién nacida, o la vez que la señora Su- sana se fue del país, entendí el dolor de sus padres, la impotencia de sus hermanas, pero no me dejé caer. Y ahora soy una migaja de escombros, un pedazo de cemento, olvidando que alguna vez fui también punto de reunión en las fiestas, 62
agasajo para la reconciliación entre la señora Petrona y el señor Herminio, testigo del enlace de la pequeña Eliza y aun así, me abando- nan. Todos creen que soy una simple y ordinaria casa, pero lo que olvidan de que en realidad, he sido un hogar y eso no se vende ni se va a comprar jamás, a nadie. Cuestión de perspectiva Un duende vio una escalera altísima que llegaba hasta el cielo, notando que de ella bajaba otro duende: —¿Qué hacés? —preguntó el primero. —Pinto las estrellas —respondió el otro. —¡Pero no se ven! —exclamó el primer hombrecillo algo incrédulo. —Pasa que es de día... —contestó su compañero alejándose. La última palabra Llevaba cartas escritas. No importa para quién, sino muchas, y de puño y letra. Describía a las personas que apreciaba como solo ella las veía, (quizás y solo por modestia uno hubiera obviado ciertos calificati- vos, pero no ella). Tenía letra legible, cursiva y se notaban algunos errores menores de ortografía. Pero se esmeraba en escribir con cuida- do, midiéndose en las palabras, respetando los espacios, y hasta firmaba con su nombre de casada, tal vez para sumarle un poco más de catego- ría, vaya uno a saber. Sé que era vecina del barrio, vivía a pocas cuadras, pero no la veía- mos ni en la puerta, ni cuando sus parientes pasaban las tardes sentados en la vereda. Rara vez deambulaba sola por la calle, envuelta en chales, entretenida en sus ensoñaciones y llevaba las esquelas ataditas de un piolín, y que entregaba personalmente. Un día la encerraron porque, según dicen, desde que enviudó su familia la hizo a un lado y de buenas a primeras enloqueció. Todos, igual vivían a sus costillas, ella perdonaba y hasta muchas veces se olvidaba. Cuentan que después de que murió encontraron un armario 63
lleno de cartas, algunas ya amarillentas de tanto tiempo que llevaban guardadas, otras todavía dentro de sobres membretado con cera caliente de una vela. Llevaron todo a quemar, afuera, lejos. Desde donde uno estaba, po- día apreciar esa gran columna negra de humo elevarse y con el correr de los minutos disiparse. Aquel día llovió, como para terminar de dejar rastros, fueron ríos de tinta y cenizas. Ahora parece que el viento recogió las historias, y anda susurrándolas por las esquinas... pero para escucharlas hay que prestar mucha atención y aprender a captar las señales. 64
MIRTA SUSANA ERRANTE Mirta Susana Errante es oriunda de Mendoza, Argentina. De adoles- cente le gustaba leer todo tipo de poesías, poemas. En aquella época no existían aún las computadoras, por lo tanto, ella copiaba en cuadernos todos los poemas que le agradaban. Así es que tiene varios cuadernos. Y un día, con motivo de una reunión con amigos, cena de fin de año, le obsequió un versito a cada uno. Luego fueron poesías para cumpleaños, para la familia, a pedido y continuó escribiendo. Hoy se siente feliz haciéndolo, preparando material para editar próximamente su libro. Como integrante de Cautiva Ediciones, nos obsequia los siguientes títulos para esta antología: “Viaje imaginario” “No se dejen intimidar” “Ara San Juan” “Recuerdos…” “El planeta” “Te estoy viendo” “Otra noche” “¡Amaneció domingo!” “Madre” “Desamparado” “La manta” 65
Viaje Imaginario Hice un viaje imaginario, recorriendo todo el mundo. Y vi cosas increíbles, las vi en cuestión de segundos: Vi en muchas miradas llantos y en otras alegrías. Vi una mariposa volando y también vi una herida. Vi el cielo azul intenso, también muy oscuro lucía. Vi muchas flores de colores y vi otras marchitas. Vi una madre amamantando y una mujer abortando. El que mamaba feliz sonreía mientras el feto moría. Vi muchos chicos jugando, vi otros sin zapatillas. Vi gente feliz festejando, vi en muchos ojos angustia. Vi pueblos que viven en paz y vi los que están en lucha. Vi potencias fabricando armas de guerra. Vi labriegos cultivando la tierra. Vi un cazador al lado de su presa. Vi muchos hombres devolviendo al mar una ballena. Vi… el mundo entero vi, pero lo vi dividido. En una parte riqueza y poder, otra parte hambre y frío. Vi pueblos arrasados por catástrofes o por el agua. Vi edificios cuyos últimos pisos las nubes tapan. Vi hombres tratando de conquistar el espacio. Vi los que mueren, porque el cáncer no tiene remedio. Vi a gente famosa custodiada y aclamada. Vi muchas personas discriminadas. Vi… el mundo entero vi, pero lo vi dividido… ¡No se dejen intimidar! Tus huellas, estoy borrando tus huellas, las que dejaste al partir, cuando decidiste abandonarme para olvidarte de mí. 66
Sobre mi mejilla las marcas que dejabas al golpearme. Sobre la mesa tu puño haciéndote el dominante. En cada rincón de la casa aún se oyen tus gritos, esos que no te importaba, escucharan los vecinos. Todavía se huele el alcohol, según tú, el culpable de que te enojaras por todo y te animaras a pegarme. Tus platos y cubiertos hoy tiro, solo en ellos debía servirte. No querías contagiarte, ni mi humor ni mi carácter. Yo no tenía un nombre, tú me llamabas espectro. Me impedías salir a la calle, decías que asustaba mi aspecto. Y fui perdiendo nociones, de entablar una charla. Hay palabras que no entiendo, cuando hoy alguien me habla. Me sumiste en la ignorancia tratándome como un objeto. Hoy termina mi condena, ¡hoy… empiezo de cero! Ara San Juan Termina una semana cargada de emociones, de angustias, esperanzas, dolor, desilusiones. 67
El pueblo entero llora la pérdida de aquellos que por bien del país custodian mares nuestros. ¿Mala suerte? ¿Destino? ¿Se sabrá la verdad? Muy triste pero nadie nos puede explicar. Sabemos que en el cielo sus almas ya se encuentran. Que los dioses den consuelo a quienes hoy lloran sus pérdidas. QEPD. Recuerdos... Debajo del pino estaba la casa de los abuelos los nietos la visitaban disfrutando de los juegos. De los sauces pendía una hermosa hamaca, los mayores se recostaban y hacían una pausa. Detrás de los girasoles, el bellísimo jardín ¡cuántas horas admirando las violetas y el jazmín! Los ciruelos daban sus frutos, que luego eran mermelada, lo comían con tostadas y también a cucharadas. Al costado de la casa, hicieron el horno y la parrilla. Pusieron tablero con mantel y a su alrededor las sillas. La enredadera falsa parra, cubría todo el espacio proporcionando hermosa sombra y el clima esperado. Y en el medio de los jardines se encontraba la pileta había muchas reposeras y también alguna banqueta. En un lugar en el fondo, estaba armado el huerto 68
y en él se cultivaban tomates, cebollas, puerro, verduras y hortalizas, que se usaban en la comida, cocinada por la abuela para toda la familia. También estaba el corral, donde se criaban los cerdos, para el famoso carneo, se arrimaba todo el pueblo. Se hacía un gran asado, trabajaban todo el día preparando los jamones, los chorizos, las morcillas. Envasaban duraznos y hacían mucha salsa de manera que en invierno, no les faltara nada. Yo me pasaba mirando todo el tiempo aquella casa. ¡Ellos eran los patrones, nosotros... la peonada! El planeta El planeta está avisando que está cansado de tanto daño. Llora e implora que lo cuidemos pues es el único que tenemos. ¿De qué sirven tantas peleas? ¿A dónde lleva tanto poder? ¿Mostrar a otros alguna fuerza? ¿Qué todo así se puede obtener? La vida es lo único que nos pertenece, y que tendremos mientras estemos. Si protegemos nuestro planeta preservaremos nuestra existencia. ¿Por qué elegimos lo que comemos? Para cuidar nuestro organismo. Del mismo modo nuestras acciones dañan o cuidan donde vivimos. Huracanes, terremotos, inundaciones son hechos devastadores, que se llevan vidas inocentes. Pero misiles, bombas, guerras, 69
también devastan a nuestra tierra. Los habitantes todos de este planeta debiéramos unirnos en son de paz. E informar a los poderosos que queremos un mundo de libertad. Te estoy viendo... Te estoy viendo y no lo creo se supone que me amas y solamente me engañas y me mientes y convences y nuevamente perdono. Una y otra vez lo hago y me alegro y soy feliz. Y después desapareces como hiciste tantas veces pero no puedo enojarme. Puede más el sentimiento que el deseo de olvidarte. Me odio y me arrepiento por vivir siempre lo mismo pensando que has cambiado hasta siento optimismo. Vuelvo a creer en la vida vuelvo a mirar las estrellas veo el brillo del sol y caigo otra vez al abismo de decepción, desilusión de lágrimas derramadas del amargo sinsabor de haberte perdonado y sufrir un nuevo dolor. 70
Otra noche Otra noche sin soñarte, sin tenerte ni abrazarte. ¿Cómo he de conseguirlo? Me pregunto a cada instante. Todo el tiempo imaginando que te veo, que me miras. Que me abrazas y me besas y es solo en la mente mía. En las nubes veo tu cara. El viento me habla de ti. En el lago te reflejas, te veo detrás de mí. Te imagino ahí con ella, sin contarle de lo nuestro. Te imagino entre sus brazos, y todo lo que le has de decir. Que la quieres, que la amas, que no existe otra mujer. Y hace tan pocas horas… ¡Estuviste conmigo ayer! Cómo hago con todo esto. ¿Qué empuja por fluir? Quiero gritar tu nombre, quiero contarle a todos. Deseo nos vayamos lejos. Que estemos tú y yo solos, y entonces en mi mente se aclaran las ideas. Sé que nunca he de tenerte, como sí te tiene ella. 71
¡Amaneció Domingo! El día de la familia. Temprano dejó el diario el amigo canillita. Los pájaros cantan una dulce melodía. Mucha gente se acerca a rezar en la capilla. ¡Amaneció Domingo! Los niños festejan: Saben que hoy hay placita, jugarán en la maroma, darán vueltas en calesita. Las amas de casa cocinan su receta favorita. ¡Amaneció Domingo! Los obreros descansan de la rutina. Y un altavoz por las calles, música pública. En los sanatorios es día de visita. ¡Amaneció Domingo! Los artesanos venden en una esquina. Donde también hay puestos de florería. Se pasa el domingo, ya es la tardecita. Los jóvenes practican fútbol en la canchita. En las mesas no faltan el mate y torta frita. Algunos hombres juegan truco en la cantina. ¡Y pasará otro domingo de cargar energía! Madre Madre tú que me escuchas estando cerca o lejos de mí yo hoy te quiero decir “muchas gracias por tus luchas”. Lo que soy, a ti lo debo imposible comparar 72
el amor que una madre da por ti mi plegaria elevo. De tu mano aprendí a dar mis primeros pasos, aún siento sobre mis hombros la protección de tu abrazo. Hoy como madre comprendo que por tus hijos has sufrido pero siempre has sonreído guardando tu dolor por dentro. Amor de madre puro y eterno amor incondicional, no tiene raza ni credo es amor universal. Madre querida es tu día, pero todos son tus días pues una madre a sus hijos los ama toda la vida. Desamparado Ni un perro le ladra, y nadie lo mira. Quién sabe cuánto hace que no prueba comida. No nos acercamos porque le tememos. ¿Qué puede hacernos un pobre indefenso? Dejemos en su banco un poco de pan y algo de agua, que lo agradecerá. Tal vez una manta para el frío invierno y será menos triste su posible infierno. La Manta Me cubrí con aquella manta que a tu cuerpo había abrigado, 73
y sentí que eran tus brazos que me estaban arropando. Y sobre la almohada tu aroma comenzó a darle forma a la pasión que noche tras noche nos quemaba arrolladora. Y mis manos comenzaron a recorrer mi cuerpo entero, simulando tus caricias que encendían nuestro caldero. Cada centímetro de mi piel se erizó ante la fantasía de que eras tú que ardientemente con el tacto me cubría. Y con pasión desenfrenada entró el volcán en erupción, dando paso a la locura que vivimos tu y yo. 74
CYNTHIA FENZA Cynthia Fenza nacida en el barrio porteño de Devoto, en Argentina, actualmente con residencia en la Pcia. de Buenos Aires. Es docente, Licenciada en Educación, con una diplomatura superior en evaluación educativa. Esta es su primera participación activa en un libro; aunque es escritora amateur desde hace más de veinte años. Realizó coparticipación en trabajos de edición. Dictó clases en di- versas instituciones incluyendo talleres de escritura e inclusión en la UBA en el año 2019. Es amante de los animales, del arte en todo su esplendor, aficionada al baile y a la literatura; se destaca porque sus letras están colmadas de suspenso, realismo, amor y desamor con un toque de locura, en las cuales siempre las firma como... Amapola Merile. En esta antología participa con dos de sus títulos: “Condenada cordura” “El abismo de sucumbir” 75
Condenada cordura Estoy acorralada entre cuatro paredes, no es la primera vez que tengo esta sensación pero sí la de no saber qué hacer. Junto a mí, una familia que no conozco y quienes dicen que me vie- ron crecer desde niña. Frente al espejo no me reconozco y hay vestigios de alguien que quizás conocí... pero estas marcas no dejan dilucidar quién soy. Me llaman a su lado personas que son extrañas, estoy ahí y de re- pente ellos son otros y todo se torna oscuro; no hay una luz que alumbre y los que parecían \"amigables\" se vuelven mis opresores. No recuerdo quién soy y mejor que sea así, no quiero saber qué me pasó, al fin y al cabo todos esperan a que recuerde. Estoy acorralada gritando dentro de mí con mis labios sellados... todos me ven pero nadie hace nada. Quiero llorar pero rio de tristeza. Es aquí que me despierto envuelta en sábanas que alguna vez fueron blancas y hoy se tiñeron de rojo. Por primera vez quiero desaparecer, no es cierto, fantaseé con la idea varias veces... solo que en otras circunstancias. Cierro los ojos y de nuevo en otro sitio, me pregunto qué clase de embrujo es este; duermo y me torturan, despierto y lo olvido. Quiero permanecer así para siempre hasta morir, tendida en el suelo y que tan solo el dolor se percate de mí. Inmóvil, de los pies a la cabeza, con mis ojos sin lágrimas y tan solo con los cabellos puestos, me dejo dormir para no volver a sentir. Despierto y es de día, ya estoy vestida con nueva gente que me ob- serva cuan mejor postor. Con marcas en mis brazos, miro hacia todos lados desesperada sin recibir ayuda alguna y me vuelvo a caer, con ganas de que esta vez termine para siempre el dolor. No quiero que me toquen, mucho menos que me hablen, deseo que el tiempo pase carcomiéndome suavemente como si todo fuese una mentira y lo que veo ya no existiese. Es tan difícil convivir con quien no está, con aquel que todos niegan y lastima tanto... si estás en frente de mí impoluto, inimputable, cobar- demente audaz, desfachatado, clavándome la mirada. 76
Nadie se percata de vos ni de lo que sos capaz de hacer, si ellos pudieran verte como lo hago yo; no creo que pensarían lo mismo de mí y mucho menos de vos. Solemnemente sentada mientras desayuno, lo miro fijamente, eva- lúo cada uno de sus movimientos. Sé que está ahí aunque todos nieguen su existencia. Salgo al patio, trato de ver con claridad la situación y él, no sé cómo, ya me estaba esperando... enciende un cigarro y me ofrece, le dije “gracias” sin mirarlo, su sola presencia me daba asco; me preguntó qué me pasaba, por qué lo esquivaba si ya me había olvidado de él... A lo que respondo que eso trataba de hacer. Se acercó, puso sus manos sobre mis rodillas y juntó su cara a la mía, juro que náuseas me da su aroma a poder impune, solo lo hace para amedrentarme porque no omite palabras... me mira fijamente y da una pitada a su cigarrillo echándose el humo en la cara; luego se aleja al ver que mi madre me llama. La inercia de lo impostergable no servía en este caso, debía correr y alejarme de él lo más pronto posible aunque muriera por dentro de temor. Salí ocultando mi desespero y me fui hacia mi cuarto, no me importó quién me llamase, al fin y al cabo son todos impostores a quien no reco- nozco. Ese al que todos ignoran como el vil y siniestro hombre que es, fue quien robó mi inocencia, a quien debo todas mis desgracias, su fétido aroma me persigue día y noche sin cesar, y no logro con estos cortes quitar de mí las marcas invisibles de sus ardientes manos; la sangre no quita sus vestigios en mi cuerpo y sigo sintiendo cómo me recorría cuando yo gritaba basta. Es iluso pensar que alguien va hacer algo... cuando la única protagonista de todo soy yo. Estoy en una etapa donde los sentimientos huyeron de mí, eso me permite ser calculadora y planear mi venganza lentamente. Tendida en el suelo logro ver que perdí mucha sangre pero no me alcanzan las fuerzas para incorporarme, entonces me dejo yacer en el piso, sintiendo un gran alivio al pensar que todo acabó al fin; cuando de 77
repente, con la mirada casi perdida y los ojos medios abiertos, veo que abren la puerta y escucho un grito de socorro a lo lejos. Ya no recuerdo nada más... De pronto, no sé cómo sucedió, puedo verme bilocada en la cama de un hospital con ambas manos vendadas y amarradas, estoy llena de cables, conectada... parece por lo que entiendo, que pudieron salvarme, escucho a los médicos decir que \"unos minutos más y no contaba el cuento\". Recorro cada espacio en ese lugar y me hallo con más personas co- mo yo, en este estado, y noto que no podemos hablarnos ni tocarnos, deambulamos de un lado hacia otro sin percibir nada... penamos sin destino hasta que llegue nuestro llamado final; así debe ser cuando nuestra alma no tiene descanso y desafiamos el orden divino decidiendo cuando llega nuestro último desenlace. Repentinamente siento como si una gran fuerza me arrastrara sin po- der impedirlo y me absorbe en un aliento devolviéndome a mi cuerpo físico. Es allí que despierto fugazmente. Estaba sola en ese momento en el cuarto y comencé a gritar con las pocas fuerzas que tenía, que ya no quería verlo más, que lo alejen de mí, que ya no me tocase. Parecía que nadie me escuchase, cuando de repente, veo venir varias personas de blanco a socorrerme. Sin preguntarme nada me sostienen e inyectan algo en mí, eso logró calmar mi ira y miedo pero él seguía riéndose de mí desde lejos. Todavía sigo algo lúcida, pero no logro entender aún dónde estoy, creo que son las drogas las que no me dejan pensar ni actuar demasiado. Veo a las personas que convivían conmigo desde una ventana de vidrio que hay aquí, junto a mi cama, toman turnos para cuidarme de a ratos, escucho decir que temen que atente nuevamente contra mi vida... Posiblemente es una absurda broma pero a mí no me da gracia, ¿cómo atentaría contra mi vida?, ¿acaso no entienden que solo quería borrar las marcas de mi piel de aquel hombre? Pasaron horas, días, semanas, realmente no sé cuánto tiempo fue, pero de a poco logré incorporarme de ese lecho que para mí era un logro... pero veo que no fue gracias a mi esfuerzo sino a la falta de 78
medicación. Cada vez me invade más el odio y la ira, aunque no debo demostrarlo si quiero salir de ahí y fingir, es mi única opción. Creyeron cada una de mis palabras, así que con un poco de suerte, pronto saldré de este agujero... Aparentemente tengo una especie de enfermedad psiquiátrica por lo que escuché decir a mi familia en secreto, murmuran cada vez peor, pero entendí que deben mantenerme controlada. Estoy medicada pero él no desaparece solo miento que todo pasó, él se ríe desde una esquina de mi cuarto y observa cómo duermo cada noche; a veces suelo sentir como su barba roza mi rostro y me estremezco, eso a él le encanta... mi temor desmedido. Tengo pánico por mi hermana menor, Carmen, a ella sí la recuerdo, sé que no es una impostora. Muchas veces lo encuentro mirándola, trato de hacer que pierda su interés rápidamente y deje de verla, prefiero que me lastime a mí, antes que a Carmen, me sacrificaría mil veces por ella. No quiero alarmarla porque quizás no me creería, pero ¿cómo alertarla del peligro inminente que corre? Así comenzó conmigo, me miraba desde lejos hasta que tomó coraje y comenzó a hablarme; al principio era cordial y creía que sus intenciones eran buenas... hasta que de pronto no sé bien cómo sucedió, pero empecé a sentirme hostigada y su trato cálido se transformó en un acecho constante. Donde iba estaba, sentía que me perseguía, incluso me siguió hasta mi casa y desde ese momento no me dejó en paz jamás. Se escondía para que nadie lo viera, y pensé que quizás se había enamorado de mí y estaba obsesionado hasta que un día noté que no fue así, comenzó a ultrajarme y de ahí en más no hubo vuelta atrás. Nadie me creyó y eso partió mi alma. ¿Y si eso le pasara a ella? Juro que no me lo perdonaría, sería todo por mi culpa, yo lo traje sin querer a nuestras vidas, a nuestra casa. Por eso ahora, voy a vigilarlo yo a él, no me importan las consecuencias, sé que puedo acabar con su vida en cualquier momento; ahora soy fuerte y puedo defenderme, sé cómo hacerlo. Vengo planeando su muerte hace tiempo pero no puedo contarlo... no me creerían. Guardo cuchillas bajo mi cama y algunos destornillado- res en la mesita de luz. Una vez intenté clavárselo cuando estaba entre 79
mis piernas, esa vez no me había atado, pero es tan sigiloso y rápido que sin querer en el forcejeo me lo clavó a mí. Grité tan fuerte que él corrió hacia la ventana y saltó. Mis padres entraron a mi habitación y me vieron gritar llena de san- gre y semi desnuda, eso fue tan bochornoso, aunque pareció que no lo notaron, solo lloraban y gritaban tratando de socorrerme. Me llevaron a la guardia, y es ahí que empezaron a vigilarme \"te- mían que me haga daño\", los doctores le sugirieron ver a un especialista en psiquiatría. Nadie me cree y eso duele, tendré que cuidarme sola, pensé en su momento, y ahora ya lo asumí... mi temor es cómo lo haré con mi hermana. De noche ya casi no duermo, estoy en vigilia tratando de ver si él regresa. Una vez lo vi a través de mi ventana como espiaba la sombra de Carmen que se refleja desde afuera, le grité tan fuerte que se asustó y corrió... nuevamente acudieron a mi habitación mis padres a ver qué me sucedía, ya ni me preocupaba en explicarles, aludía a algún insecto mi grito... eso parecía conformarlos. Otro día quise sorprender a Carmen y fui a buscarla al colegio y vi que estaba en la puerta entre el tumulto de los padres, enloquecí lo juro; corrí y atolondrada atropellé a todos vociferando que se aleje de mi hermana, lloré tanto y fue tan grande el estrés que me desmayé. No sé cómo aparecí en mi casa con todos preocupados a mi alrededor. Sin que nadie escuchara ni viera me acerqué a mi hermana y le advertí que hoy lo había visto en la puerta de su escuela y que hace días que comenzó a acecharla; parece molestarle lo que digo, bufó y me dio un tirón de donde le sostenía el brazo para decirle en secreto, se levantó enojada y se fue. La veo charlando con ellos, les dice que comencé de nuevo con las alucinaciones, quiero gritar de impotencia lo juro, pero ¿por qué nadie me cree? ¿Cómo jugaría con algo así?, ¿por qué les resulta tan inverosí- mil lo que les digo...? Comencé con guardias pequeñas en la puerta de su habitación, nadie debía verme, vigilaba casi toda la noche; dormía solo lapsos de quince minutos por cada hora para que nada le sucediera. A veces creí que me 80
volvería loca si seguía así, pero era más fuerte mis ansias de cuidarla que mi salud mental. No iba prestar atención a lo que me dijesen, yo debía velar por ella sin importar más nada. Pasaron semanas así, casi un mes, y para felicidad ya no aparecía, asumo que tenía temor a que lo denunciásemos si lo atrapábamos ace- chando; así que al fin decidí intentar dormir por una noche, supuse que no sabría justo el día exacto en que yo lo hiciera. Para mi desgracia y la de todos, esa noche apareció y fue la última en que lo hizo. Escuché ruidos que provenían del interior de su habita- ción, estaba continuamente alerta; ante el más mínimo ruido corría a socorrerla, preparada como les conté antes... con las cuchillas y los destornilladores siempre a mano. Ella y los otros en la casa me dijeron que temían por mí, creían que podría lastimarme, intentaron varias veces quitármelos pero no lo per- mití y creo que se resignaron. Esa noche recuerdo que corrí como loca hacia su habitación, nunca me había parecido tan largo y eterno ese pasillo que nos separaba. Sentí su voz y me desperté exaltada, lo escuché entre dormida, sabía que intentaría atacarla, pero esta vez le ganaría de mano y me vengaría. Abrí la puerta y lo vi sobre la pequeña. —¡Carmen! Grité desesperadamente, y sin dudarlo me abalancé sobre él... no le di tiempo a defenderse lo tomé desprevenido. Tomé el cuchillo y comencé a darle puñaladas por la espalda una y otra vez; sentí que con cada cuchillada me liberaba un poco más... me sentía libre. Luego logré clavarle un destornillador en la pantorrilla, intentó defenderse el desgra- ciado, pero había tanta sangre que se resbaló y cayó al suelo. No sentí remordimiento ni por un instante, y aun sabiendo que estaba muerto, no podía parar de cortarlo. Tomé una de sus manos y le amputé varios dedos, no sé con exactitud cuántos, estaba tan cegada que no podía parar... recuerdo la alegría que sentía al hacerlo, jamás había experi- mentado tanto placer, lo juro. Sentí un golpe fuerte en la cabeza y caí al suelo estaba en un estado de shock, jamás pensé que me atacarían los que decían ser mi familia, 81
mucho menos que me insultarían y gritarían asesina. Defendí a mi her- mana de un agresor, no quería que le pasase lo mismo que a mí... sé de lo que era capaz ese bastardo. Llegó la policía, ambulancia y no logré ver qué era toda esa gente. Entraron, me maniataron e inyectaron no sé qué cosa... ya no podía mo- verme, es más, casi ni sentía. Me dormí y aparecí acá, ¿alguien me puede explicar qué es lo que pasa? Ya sin los efectos del sedante, lo único que hago es preguntar por mi hermana, realmente me acongoja pensar por lo que tuvo que pasar, ver semejante suceso... lloro y pido verla. Ellos, mis padres y médicos, me dicen que eso no podrá ser nunca más posible, que haga memoria de lo que sucedió... ¿acaso esa vil basura logró dañarla?, se lo pregunto una y otra vez y nadie responde. Mis padres lloran, me insultan y hasta me pegaron una cachetada diciéndome asesina... y lloro. Realmente no entiendo qué está suce- diendo, el porqué estoy con custodios, e incluso está la policía junto a muchos más que no conozco. Mis padres abandonan la habitación y vienen unas personas a preguntarme qué recuerdo de esa noche, les conté lo mismo de antes, una y otra vez, pero ellos me hicieron una pregunta que no supe respon- der... qué hacía mi hermana cuando yo atacaba al agresor, y si la vi después de haberlo matado. Mi mente quedó en blanco y no supe qué responder, todos mis recuerdos son de mi ataque hacia él y perdí de foco lo que hacía ella; eso mismo respondí. Ellos insisten en que haga memoria en cómo fueron los hechos... pero realmente no sé qué quieren que les inventé. Me declaro asesina de haber matado al hombre que abuso de mí y que estaba a punto de hacerle lo mismo a Carmen, acepto mi responsabili- dad y sé que debo ir presa... Vuelvo a preguntar por ella preocupada de saber cómo está, mientras se miran entre ellos se levantan y se van sin emitir palabra. Comienzo realmente a preocuparme, no sé dónde está mi hermana y nadie quiere decirme nada, ¿será que él logró hacerle algún daño y me lo están ocultando? ¿Acaso mi esfuerzo por salvaguardarla no sirvió 82
para nada? Volvieron con alguien más tras varias horas de haberme dejado sola encerrada en esa habitación; traen consigo una carpeta que tiran brus- camente sobre la mesa, de allí se asomó un extremo de una foto que tan solo se ve un charco de sangre y un pie, me pareció aberrante la escena y más que dejen ver la intimidad y el dolor que seguramente debe estar pasando alguna familia en algún lado. Yo la miré por un instante y me dediqué a verlos a ellos, estaban mudos parecían atónitos, claro debe ser que les resulta raro mi confe- sión tan explícita. Comenzó a hablar una mujer, me preguntó cuál era mi relación con ese tipo, a lo que solo le respondí que ninguna, que él fue mi acechador durante tiempo hasta que logró ultrajarme... De nuevo ese silencio incómodo hasta que, de pronto se abre la puerta y entra mi psiquiatra, la bolilla que faltaba pensé. Enseguida empezó a decirme que recapacite de todas nuestras sesiones de lo que habíamos hablado y pronunció una frase que me exasperó terriblemente: \"te acordás que habíamos hablado de lo que es real y de lo que no\". Di un grito tan eufórico que abrieron la puerta deprisa, y fue ahí que mostré las marcas que él me había hecho y seguía alegando que era producto de mi imaginación. Volví a gritar, pero esta vez llorando de impotencia para recordarles lo que él le habría hecho a Carmen si no llegaba justo a salvarla... Ahí me calló y me dijo: —¡Basta Elizabeth! —Eufóricamente—, esto es lo que vos le hiciste a ella pensando que era él —Y arrojó las fotos en frente de mí. Era ella, mi pequeña hermana, no podía creerlo, abracé las fotos y caí al suelo. No podía con tanto dolor, se había salido con la suya, él había ganado, logró su cometido y más... no pude ayudarla y todo mi esfuerzo había sido en vano, tantas noches en vela, en alerta para nada... Veo su rostro desecho en su lecho, con múltiples puñaladas en todo su pequeño cuerpo, con sus manos mutiladas, no podía creer que este mal nacido se haya ensañado tanto con ella... tenía sus propios dedos en 83
la boca, ¡por Dios!, por qué tuvo que hacerle tanto daño... la había las- timado con las armas que yo había llevado para defenderla, tenía el destornillador en su pierna; y sus ojos, aparte de dolor tenían tristeza, lo odio juro que lo odio... Deseo morir, no puedo creer que ya no esté conmigo y arremetí contra el doctor, golpeé su pecho con mis puños recriminándole que no me escuchó a tiempo, que sino ella estaría viva... Entraron varios a la habitación, me redujeron y a punto de sedarme, con mis últimas fuerzas, tomé dos lapiceras que tenía el doctor en su bolsillo y me las clavé en el cuello, ya no quería vivir más sin ella y menos sabiendo que él seguía vivo y que la próxima sería yo... lo último que vi fueron grandes borbotones de sangre manchando el piso donde caí. El abismo de sucumbir Acorralada en medio de la nada muriendo en mi existencia, el abismo se apodera… y cada centímetro se vuelve suyo. Estoy sin un amor encima, y ya quemé la poca vida que tenía. Si mañana durmiera para siempre… definitivamente sería igual que hoy. La risa heroica, lunática, de nuevo allí y sus voces jamás callan… cada vez gritan más y más no sé si seguir obviándolas o simplemente… hundirme en el abismo placentero que conlleva tenerlas eternamente conmigo. 84
JESICA FERNÁNDEZ Jesica Elizabeth Cuello, bajo el seudónimo de Jesica Fernández (Gi- tana) es escritora, miembro fundadora y administradora del Grupo “Cautiva Ediciones”. Miembro activa de innumerables grupos literarios en donde difunde su obra intelectual. Nació y se formó en Alta Gracia, provincia de Córdoba. Desde pequeña, sus letras provienen de los recuerdos de quienes tanto amó. “Cautiva de tu alma”, su primer libro reciente, fue un regalo para los amores de su vida, los que están y para los que ya partieron hacia la eternidad. En esta oportunidad, la Antología contará con un relato caracterís- tico del estilo gótico. Su título: “La muerte de la condesa”. 85
La muerte de la condesa “El brindis” Morgana pertenecía a una antigua familia gitana, su nacimiento ha- bía sido maldecido, pues se decía que en ella reinaría la luz hasta que un día, la oscuridad que llevaba dentro, la dominara para destruir todo a su paso. Arrasaría con su pueblo y hasta con sus ancestros, cuando su oscuridad reinará nada quedaría en pie. Sus padres, ahogados en la amargura y el terror, decidieron que era mejor llevarla lejos para salvarla o salvar a todo su pueblo. Morgana tenía solo 3 años cuando una noche perdió todo lo que conocía, suplicó a la luna que la alumbrara pero solo la refugió la oscuri- dad. Dicen que esa misma noche Marcel la vio, ante sus ojos era solo una criatura indefensa, la cubrió del frío y le ofreció su protección. Marcel pertenecía al Aquelarre más poderoso y respetado de todos los tiempos, ningún vampiro se atrevería a contradecir una orden suya, nadie sería capaz de cuestionar lo que él decidiera. No existieron pre- guntas por responder, Morgana fue acogida con los honores que no cualquiera podía recibir. Fue educada y preparada para ser leal a la fa- milia, creció con una belleza inigualable para ser el orgullo y la luz de los ojos de Marcel. Katrina, quien había sido la predilecta de Marcel antes de la llegada de Morgana, era ahora solo una más entre tantas y no estaba dispuesta a soportarlo. Marcel sería de ella o de nadie y no importaba el precio que debiera pagar. Urdió su plan cuidadosamente, ya que Morgana era presa fácil y nada le costaría ganarse su corazón. Después de todo, sabía que Morgana jamás traicionaría el cariño que ellos le ofrecieran, pues habían aceptado su llegada y ella, tan solo por eso, les entregaría su lealtad. Katrina la llevó al lado preferido de su juego y le ofreció el cariño que nunca había tenido, el de una madre. La iniciación de Morgana llegaría en dos lunas más, todo estaría preparado. Marcel no estaba seguro si era conveniente que ella se convirtiera en el monstruo, que a veces, todos ellos eran cuando los 86
desesperaba el hambre y la sed. Morgana acarició sus cabellos canos, besó su mano en señal de obe- diencia y le dijo: \"Este es mi destino, viviré por ti y para ti padre, por los siglos de los siglos\". Él no necesitaba verla transformarse, ella era perfecta tal cual se veía pero las leyes de los vampiros debían cumplirse, y aunque algo le advertía de un peligro, aceptó el ritual que se aproximaba. Katrina la vistió para la ocasión, pronto empezaría a llevar a cabo lo que había planeado tan cuidadosamente, una poción dejaría a Morgana a su merced, un veneno lento pero eficaz pronto correría por su cuerpo y corrompería su existencia. La luna roja llegó y los portales se abrie- ron, todo estaba listo. A Marcel se lo veía demasiado nervioso como presintiendo algo, pero... ¿qué podría salir mal?, después de todo finalmente Morgana sería la hija de su sangre y el regalo más preciado para él. El círculo se formó y ella fue puesta en el centro, el viejo libro fue abierto bajo esa luna, y antes del amanecer, fue preparada para ella la copa sagrada en donde el sacrificio había sido depositado. Fue Marcel el primero en ofrecerle beber su sangre, corto su mano derecha y se la dio a beber. Katrina le besó la frente y le susurró: \"Ahora más que antes me perteneces, haré de ti grandes cosas\", y le dio de probar su sangre. Acto seguido fue colocado ante ella la copa sagrada, el contenido que bebería sellaría su inmortalidad. Morgana sintió algo extraño al tocar la copa, imágenes muy lejanas venían a ella, y por primera vez, pudo ver el origen del cual provenía. ¿Pero era esto real? Rostros desconocidos se dibujaban en aquella copa, pero algo en su corazón le gritaba que tenían que ver con ella. Le causó dolor beber el contenido de la copa, sus lágrimas brotaban sin cesar, pero a pesar de ello, bebió hasta la última gota. Marcel secó cada una de sus lágrimas, él no sabía que tipo de sangre contenía aquella copa. Katrina la acurrucó en sus brazos y le dijo: \"Cumplido está, has bebido la sangre de tus ancestros, de tu pasado, has bebido la sangre de tu origen, esta copa contenía la sangre de tu pueblo Gitano. ¡Ahora me perteneces!”. 87
Era ley primera en el aquelarre que, quien corrompiera la pureza im- poniendo su poder, sería la autoridad suprema. De ahora en más Katrina sería conocida como “La condesa” y nadie estaría por sobre ella, todos quedarían a su lado o con la cabeza debajo de sus pies. Una asunción surgió esa noche, una traición que por Marcel no sería perdonada. Un brindis marcado por la desgracia sería el disparador de tiempos infernales por venir, porque cuando la copa sagrada es profa- nada por la avaricia, escrito también está: \"Lo que la sangre maldecida mancha, tormentas impiadosas desata”. Después de aquella noche nadie se podría salvar, tarde o temprano solo ruinas quedarían de aquello que antes había sido. Caería sobre ellos la peor maldición jamás conocida. Devastación \"Guerra inminente” Parte I \"(El clan ravnos) Un aviso ancestral despertó al más antiguo y respetado anciano del clan. Bravol sintió un extenso escalofrío que lo perturbó, una reunión debía realizarse pues el día tan temido por aquella profecía se acercaba de manera inminente. La palabra estaba dicha y no podría cuestionarse, tenían que prepa- rarse para la guerra, sin garantía alguna de poder ganarla. Cada miembro de la comunidad utilizaría sus dravas (amuletos que contenían dentro de sí, la gran magia). Pero muchas veces el estar pre- parados no es suficiente y esta vez el enemigo les llevaba una ventaja. El aquelarre de las siete lunas: \"El que a hierro mata, a hierro muere\". Katrina había perdido la razón, ya no podía contener dentro de sí tanta furia, se veía opacada, se sentía invisible, el amor de Marcel ya no le pertenecía; una forastera, una sangre sucia se lo había robado. Marcel miraba a Morgana con un cariño que para Katrina era inacep- table. Ya no tenía descanso, ni un momento de paz que le permitiera sentir empatía. Su amor había sufrido la traición y ella se atrevería a jugar sutilmente el que creía era el mismo juego. 88
Citó a Marcel a solas para tener una conversación, hablarían de Mor- gana y sería él, que sin saberlo, le daría las armas para llevar a cabo su matanza despiadada. En el corazón de Marcel, no había maldad, después de todo había sacrificado su mortalidad por amor, enamorado una vez de una vampira dejó todo lo que conocía por seguirla, se olvidó de quién era, se re inventó. Abrazó a Katrina y en sus brazos le contó el pasado que nadie sabía: —Presiento —dijo—, que pronto tendré que dejar a Morgana, ella solo nos tiene a nosotros, pero no todos la quieren lo sé, pero tú mi querida debes protegerla. Katrina estaba carcomida por el odio que le despertaba sus celos (un sentimiento tan humano y tan destructivo), ella solo podía pensar que lo quería solo para ella, que la llegada de Morgana había sido un error; un error que ella misma debería corregir. No había nada en la oscuridad de sus ojos, nada que pudiera hacer que se pareciera a Morgana, lo sabía y ese era el veneno que la impulsaría a desatar el infierno. —¡Marcel! —exclamó—, quédate conmigo aquí, hoy al menos qué- date —Le suplicó, pero él apartándola, le dijo: —No puedes, no debes verme de otra forma que no sea como un padre, porque para mí nunca existirá otra mujer que no sea… (Y de repente guardó silencio). Silencio al que ella puso un nombre: —Morgana. Marcel volvió sobre sus pasos y le dijo: —Confío en ti, si algo me pasa debes hacer que esto le llegue a Morgana—. Y le entregó un drava. Él le advirtió del gran poder de aquellas monedas, la magia ancestral encerrada en ellas es un arma de destrucción infalible en las manos de la oscuridad. Katrina no había logrado obtener el deseo de Marcel esa noche, pero obtuvo algo que le permitiría llevar a cabo la venganza. Realizó reuniones secretas prometiendo saciar la sed de aquellos que la acompañarían a derrocar a Marcel y tomar el imperio. Los enemigos salieron de las sombras y se unieron a su cruzada. Los meses pasaron y en cuanto supo cómo utilizar el amuleto, dio inicio a la cacería. 89
Parte II \"El engaño hace pactos con la muerte\" Una tormenta se anunciaba por el horizonte, una tempestad que no había sido jamás vista. Los padres protegían a sus hijos, pues se sabía que si una tormenta así llegaba solo podía significar una cosa: Melalo despertaría pronto, trayendo con él, la muerte. Solo una familia del clan podía desear que la muerte viniera por ellos, porque desde aquella no- che en que abandonaron a su hija, el vivir se les había vuelto un castigo. En el clan nadie les hablaba porque se sabía que de ellos había venido la mala semilla de aquella profecía. Pasaron los días y las noches sin que se viera en el firmamento un claro de luz. Aquella madre que entregó a su hija, por las noches conjuraba a la luna aún cuando no podía observarla para que le permitiera ver a su hija una vez más. Sucedió así, que una noche vio llegar a una hermosa joven de pelo renegrido a donde ella estaba. —Madre soy yo —le susurró—, soy tu pequeña, he regresado y necesito ver a mi padre. Dika se secó las lágrimas y la abrazó. Era tal la necesidad de ver a su hija que no fue capaz de percibir el peligro que se acercaba. La envolvió y en la oscuridad llevó a Morgana a su casa, la dejó entrar en su comunidad sin saber que había abierto el portal al Ángel de muerte. El hambre y la sed se apoderaban de su huésped. La joven los abrazó y hundió en ellos, el cuchillo sagrado, dejando que la sangre brotará de sus cuerpos. Caminó por el medio de las calles dándole permiso a otros como ella para alimentarse. Esa noche no bastaron los conjuros, la muerte había llegado implacable, y uno a uno todo el clan fue atravesado por el cuchi- llo sagrado, lo último que escucharon fue simplemente \"yo soy Morgana, la que ustedes desprecian, la misma que maldijeron, la que querían ver sin vida y ahora ustedes me pertenecen. Sus almas son mías y Odell no podrá ayudarlos”. Su victoria había sido perfecta, todo marchaba de acuerdo a lo planeado, solo quedaban dos vidas por tomar antes de reinar 90
eternamente, Katrina había llevado a cabo en absoluto silencio la pri- mera parte de su despiadada venganza. El último pago de un traidor Después de la iniciación de Morgana, Marcel observó a Katrina y la increpó. —¿Qué has hecho? —Solo lo que debía, mi querido Marcel, solo lo que debía —respon- dió satisfecha. Marcel corrió a los brazos de Morgana y le preguntó si acaso ella sabía de quién era la sangre que contenía la copa sagrada. —De mi pasado, de mi verdadero pueblo, de mi propia sangre — balbuceó con la mirada perdida. Marcel se volteó para mirar a Katrina, su traición debía ser castigada, pero antes de poder dar alguna orden. Marcel fue tomado por sus enemigos, ahora... todos visibles. Morgana no pudo reaccionar, aún estaba en su cabeza la muerte de aquel pueblo en el que había nacido. Katrina la durmió el tiempo suficiente como para preparar el final de Marcel. —¿Qué fue lo que hiciste Katrina? —preguntó Marcel entre lágrimas, ella sonriente le respondió: —Ya te lo he dicho, hice lo que debía. Es curioso lo frágil y ciego que vuelve a todos el amor, tan ciegos que no podemos ver ni siquiera la muerte, como pasó con ellos: \"tu pueblo”. Pasó contigo por su cau- sa..., ahora morirás por amarla. Marcel no podía entender la locura que poseía a Katrina, le quiso explicar. —¡Yo la amo sí! Pero no como tú lo ves, yo la amo porque ella es… Y una mordaza en sus labios le impidió terminar de hablar. Fue crucificado frente al ventanal, solo faltaba media hora para el amanecer, media hora para su final. Los gritos de Marcel despertaron a Morgana. —\"A los traidores se los castiga con la muerte\" —rezaba Katrina mientras dejaba entrar los primeros rayos del sol. Él solo clamaba que Morgana huyera para no tener el mismo final. Ella lo observó morir, 91
volverse cenizas, esperó escondida mientras se despertaba en ella la sed de la venganza. De pronto, un recuerdo le llegó, una visión recordó viejos conjuros, vio un antiguo pergamino y un poderoso amuleto convertido en mone- das. Se escondió para esperar el momento preciso para contra atacar. Una noche entera permaneció escondida en aquel lugar que Marcel había construido para ella, miró a la luna y entre danzas la conjuró, pidió fortaleza para impartir la justicia por la vida de Marcel, por su pueblo y pidió perdón. La Luna, a quien no se le puede ocultar la verdad, aceptó su conjuro y como nunca había pasado antes, comenzó a teñirse nuevamente de rojo: esa era la señal que Morgana estaba esperando. Fue uno por uno cazando a los traidores que serían ofrecidos para aplacar a Melalo, el demonio quería su pago y ella estaba dispuesta a dárselo a cambio de conseguir la verdad y la justicia. Así, los traidores, uno a uno fueron muertos por su mano, pero al llegar al último de ellos, este pidió piedad a cambio de contarle lo que hasta entonces había permanecido oculto. —Escucha Morgana y perdona mi vida —dijo arrodillándose ante ella—. Antes que nosotros, alguien más te traicionó, nosotros solo seguimos órdenes. —Ella lo levantó y gritó: — ¡Dime ahora, quién! —él en voz baja dijo: —Katrina, ella es quien dio las ordenes. Esto desconcertó a Morgana pero él continuó —ella mató a Marcel porque él la rechazó, porque ella lo amaba y él te amaba a ti. En Morgana crecía la sed de venganza, mientras decía: —Pero él…, él me amaba como un padre a una hija. Le hervía la sangre pero quería saber toda la verdad. —¡Habla dime ya! ¿Qué más sabes? ¡Habla! —Días atrás, Marcel y Katrina se reunieron y él le confesó su amor por ti e incluso le entrego unas monedas que ella debía darte. —¿Lo mató por esas monedas? ¡Manchó sus manos con sangre por monedas! 92
—Esas monedas no son como cualquier otra, esas monedas le dieron a Katrina el poder y la magia para convertirse en ti, tener tu apariencia y así poder marchar en busca de tu pueblo para matar a tus padres primero, y a todo tu clan, ellos murieron creyendo que su Ángel de la muerte fuiste tú. Esas fueron las últimas palabras pronunciadas por el traidor, antes de que su cuchillo le cortara la cabeza. Sus ojos cambiaron, solo se re- flejaba la oscuridad en ellos, una oscuridad de la que habían hablado los profetas, tanto del pueblo gitano, como del aquelarre. Fue a buscarla, Katrina no tenía idea de que tan poderosa era Morgana. La recibió con los brazos abiertos, Katrina reía presa de su locura. Morgana se paró frente a ella. —Como tú dijiste: “la traición se paga con sangre”, ¿estás lista para pagar la deuda que tienes conmigo? Katrina sintió el terror que la presencia de Morgana imponía. —\"Lo maté”.— Decía entre llanto y risa. —¡Sí, lo mataste porque me amaba! —respondió Morgana con ira. —Lo maté porque no leí esto antes, merezco morir, ven y mátame. Morgana tomó el papiro de las manos de Katrina y leyó una carta escrita por Marcel donde decía: “Mi amada Morgana, sangre de mi sangre eres, porque ambos tenemos el mismo pasado. Yo soy el padre de tu padre, aquel que en tu pueblo natal no se nombraba porque había dejado todo atrás para huir con los hijos de Melalo (es así como el clan llama a los vampiros). Fue un orgullo verte crecer a mi lado”. Las lágrimas rodaban por el rostro de Morgana mientras profesaba: “Por mi pueblo, por mis ancestros, por mi amado Marcel ahora yo tomó tu inmortalidad y te entrego a Melalo como ofrenda de paz”. Morgana bañó el cuchillo sagrado con la última sangre que le faltaba tomar. Había surgido de ella la peor oscuridad. 93
GRACIELA MARCOS Graciela Alicia Marcos es escritora. Tiene 64 años, nació en Punta Alta, al sur de la provincia de Buenos Aires, Argentina. A partir de los cuatro años de edad, se trasladó con su familia a la ciudad costera de Mar del Plata, donde pasó casi toda su vida. El mar fue su mayor inspi- ración en la mayoría de sus poemas, cuentos y relatos que comenzó a esbozar desde muy temprana edad, siendo las hojas de su diario íntimo, las que llevaron las primeras impresiones. Actualmente vive en la localidad de Villa Luzuriaga, al oeste de dicha provincia donde su inclinación a las letras, sigue siendo una de sus actividades más importantes y la satisfacción más grande. Ha sido reconocida en varios grupos de afinidad y radios culturales, llevándola a conocer gente maravillosa que comparte dicho arte. Gracias a la invitación de colegas y amigos, tiene el placer de poder dejar en esta antología, algunas de sus poesías y escritos que espera sean de vuestro agrado. Nos deja su eterno agradecimiento, tanto a aquellos que han hecho posible este sueño como a sus compañeros de ruta que participan en este evento tan maravilloso en Cautiva Ediciones y a uste- des, queridos lectores, que siempre han sido el gran alimento de su inspiración. En esta oportunidad, participa con los siguientes títulos: “Danza fogosa” “Con alma y vida” “Volver al recuerdo” “Carta a mi amiga” “Carta a Alejandro” “Carta a mis queridos niños pobres” “Una guerra interminable” “El paraíso de los locos” 95
Danza fogosa ¡Te bailo loco amor, en zarzas encendidas! ¡Trayéndote gaviotas y tules opalinos! ¡Con alas! ¡Cara al cielo! ¡Traigo el mar! ¡Lo que más quiero! ¡Rojas lenguas de fuego! ¡Faldones en los ruedos! ¡Y danza Salomé, metiéndose en mis dedos! ¡Mis pies! ¡El cuerpo entero! Al encuentro de tu anhelo. Jadeos desenfrenados…, tocando las castañuelas. Estilizando el talento me evado… ¡Y más me arqueo! Clavándose la mirada, incitando siempre el fuego. Diabólica e incoherente, amor de mis desvelos. ¡Salvaje, amante eterno! ¡Soñarte...! ¡Amor sincero! Deja, lento que termine, mis pies, en raudo vuelo. ¡Caerme exhausta en el suelo, sacando ese miedo extremo, que me causa amar de nuevo! Blancas espumas sin tiempo. ¡Olas que danzarinas, cubren, azul, ese espanto y el rojo fuego se oculta tras el tinte de algo nuevo. Y lleva el mar el recuerdo de ese amor que fue desvelo. 96
Con alma y vida Con alma y vida, vuelca pedazos líquidos de escorias; y corre bajo un árbol quemándole la luna por sus miembros. Cabeza gacha, latidos esperpentos del loco corazón que acelera. Sublimes versos, ante la inmundicia, trajeron el dolor y un grito al viento. Juzgó el clero y aires de sapiencia brotaron rechazando la incoherencia. Bajo las ramas del álamo quedó desparramada y en sábanas de lágrimas se inmola. Se entrega trágica, y aflora su demencia y en su humildad de alma insomne se consuela pensando en su creencia. No tiene religión, tiene su credo. Cree en sus brazos, sus piernas y cabeza. Vuelve a su dios, que guarda con sus letras en su locura presa de experiencias. ¡Mas, qué más da! Mientras, deshecha, bajo la inmensa cortina de hojas negras, escucha al río que corre de costado. Manso, celeste, ávido de dulces páginas de historia. Deja que piensen lo que quieran. Sorteo de emociones. ¡Prefiere dejar correr el río y ver el mar llevarse su navío! 97
Volver al recuerdo ¡La besó un rayo de sol escondido! ¡Trémula, blanca, bajo la cascada de la Gruta oscura! Tejidas sus alas. Sus cabellos largos. Delicada en sueños. Poses danzarinas. ¡Guturales aguas entre gemas puras! ¡Mariposa lánguida de los pies desnudos, que habitas el alma de mi cruel destino! Invisible al ojo y sensible al tacto. Tan suave deslizas esos pies descalzos. Estás en mi pecho agitando ansias; corazón tan rojo golpeando mi pulso, de tinta tan noble con tintero etéreo. ¡Mira dónde pisas! Transparente y fina, como lo es la perla que se enreda y brilla. ¡Gira en la cornisa! Y espera las vueltas de mi gran ruleta. Que nunca termina. ¡Ni se queda quieta! ¡Mariposa! ¡Posa! Esos pies desnudos. ¡Quédate en el ritmo de mis dedos muertos! ¡Y en mis sueños húmedos! ¡Y en mis ojos ciegos! Entra sin tus alas y aguárdame quieta. ¡Comienza tu ciclo en mi alma helada! ¡Mariposa, crece dentro de mi pecho! ¡Y sabré que existo! ¡Y sabré que hay sueños! ¡Y estaré de nuevo volviendo en recuerdos! 98
Carta a mi amiga (Cuento) “… Y entonces, el mar se durmió en los recuerdos. Apacible, balan- cea, náufraga la historia de nuestro inconcluso amor. Y hoy, que de escarbar el dolor de tanto mitigar, trajo aceptarlo, supe de ante mano que ya fue tiempo. Insondables sus olas, tapizó su fondo con ellos a través de mis expensas, pagando su infierno. ¡La única forma que existió de haber amado tanto! Y hoy libera mis despojos en el centro vital de mi existen- cia, comenzando de nuevo; alcanzando ver el cielo. Premio quizá más que merecido, lástima que ha tenido el mismo espíritu del tiempo compartido. Sueños que nuevos se encaraman a mi espalda. Y mi ser, ya transfor- mado, pasó a superar la crisálida a sus alas de brillante color blanco, cruzando todo invierno en veranos permanentes en el alma. A veces sube, a veces baja, corre ligero, y se detiene a medias, el loco sentir que nos produce el ansia de amar la vida a borbotones reales de querer apurar esa distancia, o el solo hecho que la vida se te escapa, rápida, lúcida e irónica, por la tangente real de la existencia misma. ¡Por eso amiga, es hora!\". Carta a Alejandro Querido amigo, yo te cuento… Ayer, yo vi el balanceo de sus cadenas roídas por el sol. Y en su centro de fuego, sus números romanos, estacionaban el tiempo en el azul pastel de sus maderos y en pájaros de bronce ficticio, apenas suena, original, el tiempo de mentira. Pero, en su eternidad, el viento recrea lánguida la soledad con mucho ruido a mar. A pocos pasos, la tranquera, chicharra de los ecos de la casa vieja. Y dentro, la voz de él se siente metálica de sal. Inentendible, balbucea. Al acercarme, mi oído se agudiza y una opresión del pecho estalla en supino estado doloso, que hace temblar los cimientos de su cuerpo que era erguido. 99
Se abrazó a sí mismo mientras el suelo de arena lo atrajo quejoso y encogido. Quién sabe si en realidad, lo descubrió instantáneamente o ella ya no estaba desde siempre. Solo el reloj seguía moviendo sus ma- nivelas muertas en la inconsciencia de su mirar tan quieto. El mar que respiró profundo, exhaló de sus pulmones, por última vez, su aliento a ella. Carta a mis queridos niños pobres ¡Dime! ¿Quién te dará la vida nuevamente, pequeño ser que dentro de un cartón hoy duermes? ¿Y quién será el que te ampare si el mundo no registra tu sombra entre las calles? Sangrando tus pies que hoy descalzos, quisieras los calzados del ocaso. Acusa en tu pobreza los harapos, la luna que ilumina tu cadalso. Tristes tus ojos. Fantasma de tu ser, agónica espera. Duerme y sueña. En botes de basura, risueña tu figura, con otros pobres resignas tu indigencia, jugando a manotazos de locura. Quizá tomando cualquier cosa que al alcance, tus manos flacas se desquitan, en horas lánguidas de espera. Nadie te mira y desapercibido a todo imploras. El sol de la mañana es tu castigo. La tarde es solo para ti, llorando a sabiendas. Tan claro tienes niño que ya no hay indulgen- cias. Mentiras, las palabras con promesas. Dolor, solo dolor de tu alma pura, que limpia en aguas sucias, la premura de no tener bocado, ni un trozo de fruta y su frescura. Creer sentir la dulce miel dentro tu boca de algún escaparate detrás de algún emporio en que te escondes. Estar, detrás de un gran mostrador que nadie observa, en una larga espera y recompensa. Salir corriendo tras un mendrugo seco, que con suerte, te dará la compasión que alguien te ofrece, poniendo sus zapatos en los tuyos. Otoño en tu pelo en grasa pegoteado. Invierno, lluvia ácida, bacte- rias, inmersas en tus pliegues que íntimos se esconden, riendo de aquellos que nunca se oxigenan. Ésos que olvidan tu nombre en N.N. cuando de frío te mueres en las calles del olvido, pagan. 100
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