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DESNUDEZ - ANTOLOGÍA CAUTIVA EDICIONES

Published by Gunrag Sigh, 2021-12-09 17:55:47

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DESNUDEZ Antología 2do. Aniversario

Desnudez / Erica Zabala ... [et al.]. - 1a ed. - Longchamps: LENÚ; José Mármol: Cautiva Ediciones, 2021. 132 p.; 20 x 14 cm. ISBN 978-987-4983-84-8 1. Antología Literaria Argentina. I. Zabala, Erica. CDD A860 Título original: “Desnudez” Poesía – Narrativa © Erica Zabala, Claudia Tejeda, Sil Pérez, Antonio Papalia, Elizabeth Ojeda, Germán Masgoret, Graciela Marcos, Jésica Fernández, Cynthia Fenza, Vilma Bugallo, Anna Agostino. Arte de portada y logo: Elizabeth Ojeda Corrección: Antonio Papalia ([email protected]) Primera edición diciembre 2021 CAUTIVA EDICIONES Trabajo de edición a cargo de Ediciones Lenú Mail: [email protected] Facebook: Ediciones Lenú Aclaración: en determinadas expresiones y/o criterios narrativos, así como el vocabulario utilizado en todo el texto, se respetaron los gustos y deseos del propio autor. Hecho el depósito que previene la Ley N° 11.723 Esta obra se terminó de imprimir en talleres gráficos de Ediciones del País. Impreso en Argentina. Queda prohibido sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento comprendidos reprografía, tratamiento informático ni en otro sistema mecánico, fotocopias, ni otros medios, como también la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

Dedicatoria y agradecimientos Es un honor regresar a ustedes con nuestra segunda antología, poder reencontrarnos, redescubrirnos, desnudando la esencia del ser y del existir como escritores. En esta nueva obra vamos a su encuentro libremente con el alma al descubierto y ustedes se presentan como una oleada interminable en un nuevo camino donde todos somos uno. Cada uno de los participantes en esta nueva entrega literaria, hemos de- jado un regalo invaluable escondido en nuestras poesías e historias. Jugando a encontrarnos, escribimos cada línea con la consigna del viejo dicho popular entre escritores que proclama: “No somos lo que escribimos, somos lo que sienten al leernos”. “Desnudez” es la entrega de plumas sangrantes para todos aquellos que sientan la necesidad de ver qué y cómo somos más allá de nuestros nombres. Como Directora y Fundadora de Cautiva Ediciones quiero dedicar esta antología a mis amigos y familia literaria que, desde un principio, hicieron que Cautiva fuera posible y día a día nos regalan la magia de sus letras. ¡Larga vida a ustedes y sus maravillosas creaciones! Y, en nombre de todos los integrantes de Cautiva Ediciones, eternas gracias a Dios por permitirnos seguir cumpliendo sueños. Gracias a to- dos los seres queridos que nos apoyan, acompañan y celebran nuestros logros como propios. Para concluir, agradecemos a nuestros amados lectores que son el motor que nos estimula a ser quienes hoy somos, soñadores que ven sus anhelos hechos realidad. ¡Será hasta pronto! Esperamos que esta nueva obra les invada el alma y habite en ustedes como letras perennes. Jesica Cuello Directora de Cautiva Ediciones 5

“Desnudez es la voz de protesta por todas aquellas personas que no tienen la opción de poder expresar sus sentimientos”. (Diego Reyes Reyes) 6

Erica Zabala Oriunda de General Villegas, localidad al noroeste de la Provincia de Buenos Aires. Es amante de la literatura e incursiona por diversas ex- presiones del arte. Nacida en la década del 70, estudiante de bellas artes en la ciudad de La Plata. Actualmente, además, comerciante. El primer libro de su autoría: Ethereal, está basado totalmente en el sentido del alma. Participó en la primera antología de Cautiva Edicio- nes, Sueños y plumas. Gracias a sus amigos, Antonio Papalia y Ely Ojeda, el sueño de escri- tora se hizo realidad. Es madre, hija, hermana y amiga incondicional, defensora de los dere- chos de la mujer y de los niños. Hoy lo hace en esta segunda antología de Cautiva Ediciones. 7

Enamoramiento Estar enamorado es encontrar el significado a la vida. Es dar al fin, con la valentía para permitir ser enamorado y enamorar. Es levantarse de la tierra con una fuerza que reclama desde arriba, es tomarse el tiempo para respirar el amplio viento que por encima de los cuerpos se exhala. Es advertir en unos ojos una mirada verdadera y con razón para curar las heridas, es escuchar en una boca la propia voz profundamente repetida. Estar enamorada es descubrir dónde se juntan cuerpos y almas, es apoyar los ojos tristes en un paisaje lleno de emotividad. Es ocupar territorios donde conviven los aromas y perfumes. Es comprender perfectamente que no hay fronteras entre los sueños y la realidad. Estoy... En ocasiones, me cruzo con la ira…, y ella porfía con tomarme el brazo, pero le digo: “¡No puedo irme contigo… trata de compren- der...!”. Otras veces la duda me visita intentando enredarme en su fracaso, y de la misma forma me disculpo: “Perdóname”. Algunos días, es la intolerancia quien trata de envolverme con su abrazo, pero también me niego a recibirla: “Tendrás que disculparme…”. Y hay circunstancias en que el sufrimiento es el que intenta llenar mi vaso, mas sé de su carácter ilusorio y no le doy cabida... Incluso cuando arriban los temores —esos que asustan siempre por si acaso, con su catarata de preocupaciones— tampoco los atiendo… No quiero demorarme en pequeñeces… ¡Cada minuto es un tesoro escaso que se va entre los dedos como el viento! Soy invisible, esa que siempre quiso ser y no fue. Aquella que no aparenta en fotos porque la rareza no encaja en este mundo. Juzgan, y jamás se ponen en el lugar del otro. Aparecen de la nada y se apropian de todas las emociones. Marioneta invisible, poco valorada, me siento desde hace mucho tiempo y podría evitarlo, pero mis fuerzas, 8

muchas veces me derrotan y me dejo derrumbar. Triste es tener que ir por la vida sacudiendo mis miserias sin que nadie se tome el tiempo en mirarme a los ojos, los que van pidiendo clemencia. Pena, es que el tiempo pasa para todos y sin marcha atrás. Que no puedo abrir los ojos y hacer que me vean más y que sepan que siempre he estado, estuve y me queda por estar, pero que tengo mi límite también... Hoy me cansé de insistir, de gritar después de años que estoy aquí y que quiero, que amo, pero es inútil… no me ven, sólo me miran de vez en cuando o eso creo notar. Van echando culpas una y otra vez, sin tener sus propias culpas resueltas. Yo voy por la vida sin ver o escuchar lo que piensan los demás. Me esconden y jamás se ponen en mi lugar. Aparecen de la nada cuando tienen problemas y no se van. Triste es tener que lidiar a trompicones, sin una mano que se atreva a no esconder la vulnerabilidad, mostrando tal cual somos y seremos. Cuando sabemos que los días en la vida ya no se cuentan y desconoce- mos cuál es nuestro final. Yo quiero con toda mi alma y de eso jamás nadie podrá dudar, pero también me quiero ante todo, porque de otra manera, nadie lo hará. Y no pido nada, sólo quiero buscar la pureza de esta invisibilidad, siento tan parte de mí, todas las emociones como nunca imaginé. No es que sea caprichosa Soy una mezcla de dulzura y temor. No soy simple como muchos lo creen. Soy una mujer fuerte y valiente que recibe golpes bajos de la vida, pero no me dejo derrotar. Soy una mezcla de luz y oscuridad, es difícil de entenderme y no necesito que lo hagan. Soy firme en mis decisiones, no me pueden intimidar. Para muchos soy una persona fría, pero se equivocan; es solo mi escudo que me permite bloquear mis miedos y mis sentimientos. Yo no nací fría como me llaman, mucho menos, sin corazón. Fría soy con quienes me hicieron así y muestro mi corazón sólo a quienes lo merecen, que son muy pocos. 9

Puedo equivocarme muchas veces, pero créeme, soy muy frontal y leal, yo no traiciono a los míos. Pero si ellos me traicionan reciben de mí solo indiferencia y de la más mortal \"LEY DE HIELO\". Cada quién recibe de mí lo que merece, y no es que sea mezquina, soy real. Puedes verme eufórica por más que me esté derrumbando. Quizás verás en mis mejillas algunas lágrimas deslizarse, pero es parte del maquillaje. Sentirás mi libertad en mis alocadas decisiones, pero si te detienes verás en mis miradas todas aquellas batallas que aún no me han vencido. Simplemente soy así, y en verdad, no necesito aprobación de nadie, me da igual. Desaparezco sin razón, pero por causas muy íntimas y nadie merece ver mis altibajos emocionales. Surjo de mis cenizas airosamente y me convierto en mi mejor versión. Simplemente soy yo.... Simplemente una misma Me estoy dando el permiso de ir a mi propio ritmo, ya no quiero apurar nada, me agotaron las comparaciones, mi mundo interior es sagrado y no tiene precio... estoy dando el permiso a mi corazón de tener relacio- nes sanas, verdaderas, donde todo sea mutuo, ya no quiero exigirme y ni exigir nada. Me estoy dando el permiso de dejar de sostener lo insostenible, de respetar lo que mi cuerpo experimenta y aceptar a ser yo en todo momento, me estoy dando la libertad de tomar decisiones, aunque a veces cueste, ya que por algún tiempo mis elecciones dependieron de cómo el otro reaccionaría ante ellas, entregándoles mi poder personal y recibiendo la incredulidad absoluta. Me estoy dando el placer de ser yo misma, y por momentos, me sorprende, me siento más liviana, con paz interior. Mis emociones lloran si lo necesitan, ven mi parte oscura y me acobijo con mi amor. No sé si es bueno o malo o algo pasajero, pero me doy el permiso de seguir descubriendo mi sótano, ese lugar que está lleno de lo que por mucho tiempo no quise ver o me incomodaba. 10

Me estoy dando el permiso de decir “no”, esta vez sin culpas, de poner límites, de tener el pelo despeinado de vez en cuando, de mostrarme vulnerable, de saber que no puedo con todo y que eso está bien... Me estoy dando el permiso de merecer lo que sueño, de avanzar por este camino en el que mis piernas, hoy más que nunca, caminan con firmeza, y si me equivoco, aprendo. Y si no sé qué hacer, respiro. Y si las tormentas de la vida me desespe- ran, cierro los ojos y espero. Y si no tengo las respuestas, confío. No es fácil, pero tal vez sea más simple de lo que pienso cuando finalmente arriesgarme sea la salida sin mi permiso. Búscame Me he perdido entre mis sentimientos y mis deseos, que aún no están claros. Vagabunda de mis propios desequilibrios emocionales que no me dejan tomar la decisión faltante. Camino sin rumbo pero sabiendo que mi fortaleza va detrás de mis pasos inseguros, desechando las posibilidades de entorpecer mi andar. Retraída en mis sueños, ando mendigando un poco de sensatez para que el miedo se vuelva rencoroso de mí. Desconfianza total al acecho y en plenas condiciones de no saber lo que debo hacer. Mis puntos negati- vos se vuelven mis mayores armas a la hora de ser desafiante en mi plenitud y al éxtasis que me afronta a cada andar. He tenido días malos, pero los de glorias no alcanzan la imaginación absoluta. Desengaños acumulados por doquier que buscan salir, pero el destino perdió las llaves en un juego de azar. Mi rumbo está claro, y he de venir con la dicha que nada ha sido en vano, que lo perdido, perdido está y lo ganado nadie lo sabrá. Búscame entre la gente, entre los cielos azules, en las praderas, y por último, búscame en tu corazón porque el mío lo di y se echó a volar sin mí... 11

Enloquecida Enloquecida de amor anda por la vida, tuvieron que atarla para que ella no se alejara. Sus manos vacías por dar más de lo que corresponde, y aún así no pudieron cambiar su forma de ser. Su mirada, por momentos, se pierde en esos sueños que la hacen sonreír y que muchos no entienden. Mas va por la vida como quiere y sin pedir nada a cambio. En las noches, grita con fuerza pero nadie la escucha, ella le grita al amor. ¿Verdad qué es bonita?, tiene esa luz propia que sólo ella sabe llevar. La llamarán loca porque no encaja en los estereotipos establecidos. Ella provoca al qué dirán y se llena de ego para no parecer una vulgar. Sonríe más así... Mira más así... Siente más tus manos y acaricia tu alma que el amor será tuyo. El licor de la vida rejuvenece en cada amanecer. Has hecho perder la razón a cuántos han querido enamorarte, sólo quieres buscar un pretexto para perderte en tu ser interior y que no pese tanto tu forma de ser. ¡Por favor, no cambies por el qué dirán! Pronto todos aquellos sabrán que tú eres única. Devuélveles la posibilidad de que no te llamen loca, que te miren, que te envidien, que te vean… Y que sepan que tú no cambiarás. Las circunstancias les agobia y tu destino sólo tuyo es. Morocha de ojos brillantes y sonrisa cálida con andar de leona y sigilosa al qué dirán, sublime como la diosa de los olimpos. Inolvidable como la luna en noches de verano de aquellos carnavales... Empedernida Empedernida me hago llamar, pues así mis respetos tendrán, embuste- ros son mis sentimientos y egoísta mi forma de pensar. Ando por estas tierras engañándome del qué dirán y lo que es, reafirmado en hechos ajenos y sepultando mi verdad. Apática, adjetivo denunciante por el que no me conoce, y eficaz a la hora de criticar. Malhumorada empedernida pero con las convicciones a flor de piel. Soberbia con razones bien enfundadas en mi personalidad, abocados 12

son mis días en líneas no comprendidas, que renacerán después de un huracán emocional. Desconocida, audaz y un tanto caprichosa me podrás ver, pero nunca llegarás a comprender mi razón de ser. Desfachatada en mis creencias que se convierten en mis mayores decepciones mejores pagas y que la vida se encarga de hacerlo sin nin- gún remordimiento. Afortunada por todo mi ser que me hace diferente y única a la hora de dar pelea, con tantas ganadas y muchas perdidas. Lo que soy es lo que quiero ser... Y estás libre de verme como quieras. Yo, mi visión, la tengo súper aprobada. Sábelo. Si pudiera Me habría quedado más tiempo conmigo misma cuando estaba desorientada en vez de pensar que el mundo se derrumbaría si yo no estaba el cien por ciento cada día. Hubiera encendido la vela rosa tallada en forma de flor antes de que se derritiera por estar guardada. Habría dicho menos y escuchado más, hubiera invitado amigos a cenar aunque mi casa era un caos compartir el aire y hasta las carcajadas sin motivo alguno. Hubiera comido palomitas en la sala y me preocuparía mucho menos la mugre cuando alguien quisiera encender la chimenea y el olor a quemado y el humo nos desconocían. Habría escuchado con más aten- ción las historias que mi padre contaba sobre su juventud y todos aquellos consejos de mi madre con su voz tan serena. Hubiera compar- tido más responsabilidades con mis hijas. Nunca insistiría en que las ventanas del auto fueran cerradas en un día de verano porque mi cabello estaba bien peinado. Hubiera reído más y llorado menos frente a la televisión y más mientras observaba la vida, hubiese visto mi realidad escondida. Me habría sentado en el pasto aunque tuviera la ropa impecable, pisar las arenas e internarme al mar a buscar mis sueños. Nunca habría com- prado algo sólo por ser práctico, disfrazar la suciedad o con garantía de duración de toda la vida. Nunca hubiese sido yo sin saber los límites, no hubiese soñado 13

sabiendo que los sueños tal vez buscaban otros dueños. En lugar de desear que pasaran pronto los nueve meses de embarazo, habría apreciado cada momento y comprendido que la maravilla que crecía dentro de mí era mi única oportunidad en la vida de ayudar a Dios a hacer un milagro. Cuando mis hijas me besaran con fuerza, nunca diría: “Después. Ahora ve a lavarte las manos para la cena”. Habría más “Te amo”. Más “Lo siento”. Sin embargo, más que nada, si tuviera otra oportunidad, aprovecharía cada minuto, viviría intensamente. Aun con mis errores y mis miles de defectos escabullidos. Dejaría de preocuparme por cosas insignificantes. No le daría impor- tancia a quien no le gustas, a quien tiene más, o a quien esté haciendo lo que fuese. En cambio, apreciaría y valoraría relaciones que vienen para darte y quererte el bien. Soy esa, que con mis cincuenta años bien llevados dejaría de vincularse con lo que no se puede y con lo que sí, soy la que ama cada estría de su cuerpo, soy esa, de los pechos no tan firmes y la de la piel medio cansada, esa que en los ojos lleva ya las marcas de tantas risas y de tantas lágrimas. Soy esa que ha dejado que el invierno se asome entre sus cabellos, la mirada siempre triste, pero con la sonrisa siempre puesta, soy esa niña que parece mujer y esa hembra que es sumamente intensa, dejaré que el cuerpo se mime como nadie lo ha hecho. Dejaré por enterado que sí conoce de mentiras y fracasos, de decepcio- nes y dolor, soy esa que sigue siendo confiada y cree en el amor, soy esa a la que le han roto muchas veces sus alas y ha tenido que aprender a repararlas, soy la que conoce de alegrías y tristezas, de amor y desa- mor, de caídas y lo duro que puede ser levantarse y seguir. Dejaré que las heridas mal cicatrizadas se curen con el tiempo, la del dolor en el alma. Me gustaría poder una vez en mi vida ser acariciada con sabor a otoño y los besos con olor a café, no dejaría de ser incendio, pero no cualquiera se deja arder, dejaría que mis caderas anchas y pier- nas fuertes, sean libres. Soy esa, la de las manías absurdas, y el caos en la cabeza, la que tiene infinidad de miedos, pero aun con ellos siempre se anima. Si pudiera 14

saber que la verdad huele a revolución, si hubiese sabido que la que es media arrebatada siempre ha tenido los pies sobre la tierra, tan solo si pudiera no cambiaría nada de lo vivido. Desolación imperfecta El mundo nos romperá el corazón de todas las formas imaginables. Eso está garantizado y no puedo explicarlo, como tampoco la locura que llevo dentro ni la locura que llevan los demás. La vida nunca es justa pero debes afrontar los golpes y seguir adelante. Y cuando tengas el corazón roto tendrás que volver a construirlo y, no solo eso, tendrás que volver a confiar y esta es la parte más difícil. A pesar de todo esto, aunque la vida rompa todas nuestras ilusiones debemos seguir soñando, ¿sabes por qué? Porque si no hay ilusiones o si no amamos, ¿qué clase de vida estarás viviendo? ¿Para qué queremos una vida si no la estamos aprovechando? La vida es así: te caes, te levantas y te vuelves a caer. Pero, si ni siquie- ra te mueves por temor a caerte serás eso que no quieres ser. Hay días que el desorden complica el corazón más de lo normal, y la vida deja de sonreír y todo se convierte en un acertijo y nos desencajamos más. Con el tiempo, se aprende si es lo correcto o es el mismo cansancio el resultado de entrar en la madurez siendo inmaduros, y ya no tenemos las mismas prioridades. Los días se tornan fáciles aun con sus dificultades, la gente se vuelve rígida, ausentes previamente, después el colapso. Nos convertirnos en gladiadores del sistema y vamos prefiriendo la intensidad ante las emo- ciones y tan solo nos queda nuestra esencia. Desafiando lo imposible haciéndolo posible para poder explicar el sentido de la vida, la tristeza nos envuelve el alma y el corazón es el refugio de nuestras tantas desilusiones. Resurgiendo de nuestras triste- zas nos convertimos en nuestros propios avatares. La mira es la mismí- sima desolación de la incredulidad ante todo lo vivido. 15

Aquel vestido Cuántos años han pasado, cuánto tiempo encerrado en un placard antiguo con ese aroma que me hace recordarte. El valor llegó después de verte en una vieja foto guardada entre tus cosas. Abrir ese cajón, animarme a reencontrarme, era todo un desafío que ya pedía a gritos que lo hiciera. Todo estaba como tú lo habías dejado, hoy tuve ese valor y aquí estoy envuelta entre tu esencia y ese aroma a mamá. Todo de golpe se vino hacía mí y me embriagué sin tener en cuenta las circunstancias. Fui sacando suavemente cada cosa sin ajar colocán- dolas sobre mi falda, en cada una venía ese recuerdo de tu presencia. Entre tus pañuelos y ropa de cama tuve la sensación que recorría toda nuestra vida, ahí estaban esos garabatos míos que tú amabas tanto y en los que yo invertía todo mi amor. Y ahí estaba doblado tan solo como lo hacías tú, mil doblajes correcta- mente hechos, envuelto en un papel amarillento por el tiempo. Recuer- do que me decías: “Algún día tuyo será”, y una lágrima recorrió mi mejilla. Siempre que me quedaba sola intentaba sacarlo y verlo, pero estaba tan perfectamente guardado que sólo era un desafío no cumplido. Lentamente fui desenvolviéndolo y encontré unas cuantas cartas ata- das con un hilo rojo, divididas en dos grupos. Eran cartas de mis padres de cuando eran novios. Me perdí leyéndolas y el tiempo se paró en aquella habitación. Oliendo tu aroma intenté ponerme aquel vestido y sin querer sentí tus abrazos acurrucados entre mi cuerpo y mis recuer- dos. Aquel vestido me devolvió, por un instante, tu presencia y cerrando mis ojos te dije: “Te extraño”. Todo lo tuyo lo tengo, todo tú me lo dejaste, pero olvidaste de dejarme la fórmula para poder vivir sin ti, y cada día, cada mes y cada año te extraño más. Aquel vestido que nunca me puse... Un día me iré Un día me iré, entonces dejaré de abrazar a los que amo y también 16

dejaré de pelearme con lo que no amo tanto. Un día ya no volveré a probar café, ni beber vino, ni comer mis comidas favoritas, dejaré de contemplar los atardeceres y también de escribir mis reflexiones. Dejaré de cantar las letras que amo, las que, aunque desafinadas, canto con el alma. Un día será la última vez que vea esa película que tanto amo. Que lea esos libros que nutrieron profundamente mi alma; y dejaré de existir en este cuerpo. Simplemente todo un día habrá terminado y eso estará bien, pues el simple hecho de que en esta encarnación, saboreé la vida, des- perté mi conciencia, habrá sido suficiente. Un día que desconozco pero ya existe, este viaje habrá terminado y poco habrán importado mis creencias, mis miedos, mis errores, pero mucho habrán valido mis abra- zos, mis caricias, mi amor. Esta vida me ha dado más de lo que pude haber imaginado y eso es más que suficiente para vivir agradecida lo que me resta de vida. Esta vida me ha dado lo más preciado, la oportunidad de amar y saberme amada. Gracias vida, por mi vida y por la vida en esta tierra. Estados No quisiera hacer ruido, quiero y deseo quedarme agazapada abra- zando lo que siento, eso que es muy mío. No quiero agrandar el ego de los que me han hecho daño, ignorarlos sería lo mejor. Ahora que me encuentro recluida en este dolor, sé que ninguno se parece a otro. Es tono despectivo de esas voces al decir: \"te comprendo, yo pasé por lo mismo\". En realidad cada quien siente lo que vive de manera diferente. No po- demos decir: “me pongo en tus zapatos”, pues en ocasiones quedan grande. A veces el silencio sana más rápido que las palabras y saberlo escuchar es de sabios... Sin embargo, me ahogo en llanto hasta quedar dormida, luchando contra mis demonios, y de paso, con la risa burlona de los que esperan mis despojos. ¡Nada me hace más fuerte que eso que tan celosamente cubro! 17

La situación confunde los actos realizados y los proyectados se en- vuelven con la sintonía del despecho. La conciencia me susurra tran- quila, “no eres tú la confusión” y sigo mi ritmo. Mal aventurados aque- llos que frustraron la armonía de mi amor, bienaventurados los que un día fingieron ser el ser amado, porque aún no se dieron cuenta que ya estoy en otro nivel. Soy de esas que le dicen: “antisocial”. Me alejo... Callo... Cubro mi rostro para no mostrar mis ojos llorosos, pero mi ausencia grita mi tristeza. ¡Ay vida...! A veces no comprendo, pero el dolor me hace sentir tan de nadie, y nada es tan real como la ausencia. Me arrodillo y beso los recuerdos... y allá en el horizonte seguiré buscando hasta el último respiro a mis estados emocionales. Mi propia realidad Hoy, tan solo por hoy me prometo respirar más amaneceres, desayu- nos en la cama entre semana, suspirar atardeceres de colores y cada noche con esa sabia loca, que es la luna, reír a carcajadas, ser cómplice y amantes con secretos e historias. Me prometo abrir los ojos, y así con un café bien cargado cantarme todas mis verdades y que la almohada sea mi confesora. Me prometo patear las piedras del camino y así alcanzar la máxima distancia sin mirar hacia atrás. Me prometo momentos fértiles de vida, esos remoli- nos del alma que me recuerdan cuál es el camino y hacerlos sólo míos. Me prometo surfear la ola más extrema, surgir y dejar de andar en aguas lentas. Me prometo imaginar, vivir, desear, creer, crear, actuar y así lograr sin pedir nada a nadie. Me prometo escribirle a la vida con trazos indefinidos resistentes al olvido. Me prometo escribir en el alma y con el alma. Me prometo dejar de usar reloj y disfrutar del tiempo y su grandeza. Me prometo abrazar almas, defender, sostener y arrimar mi hombro y así juntos celebrar cada instante. Me prometo no aferrarme a nada, perdonar, olvidar y cada vez que sea necesario comenzar de cero y por lo bueno y no tan bueno, siempre dar las gracias solo por mi respeto. 18

¡Para qué tanto rodeo, para qué tanta promesa! Fui y soy libre, con mi propia dignidad. Dejé de pensar en ilusiones y hacer realidad mis días complaciéndome y atendiendo todo. Ahí empecé a olvidarme de las injusticias que me rodeaban. Me olvidé de mi egocentrismo para ser una sobreviviente sin pasado. Me olvidé de mí. ¿Engañar a mi amor? ¡Jamás!, yo ya le pertenecía desde mis antepasados. Me olvidé de mí durante muchos años, tal vez décadas. Algo me indicaba que no estaba bien. Sin embargo, no oí a mi espíritu y abandoné aquello que me daba un poco de independencia y hoy estoy aquí renaciendo. ¿Seguiré olvidándome de mí? No, ya no. Me convertí en una sombra que se dedica a satisfacer mi necesidad cuidando mis sueños y acariciándome los recuerdos, acompañados de gritos y maltratos por aquellos a los que les di tanto amor. Me olvidé de mí y hoy quiero emprender un viaje. Me olvidé de mí y no me di cuenta que ya no tenía metas, suficiente argumento para que yo pusiera los pies en la tierra. Ahora, sola, a la puerta de la madurez y llena de enfermedades, que en su gran mayoría vienen de mi mente. Volteo hacia atrás y veo que antes de ser una buena hija y amiga, debí ser mujer. La que necesitaba más, ante todo y antes que todos, debía ser yo. Si te pudiera dar un consejo sería este: No te olvides de ser mujer, no te olvides de ti. Eres la única que nunca te abandonará. Vuela, arranca, arrebátale a la vida tus mejores días que son los del presente. No te des por vencida, habrá días grises de muerte, habrá lágrimas y mucho llanto. Por un instante frente al espejo y con una hoja en blanco... No pude escribir, me miré con un nudo en la garganta y los ojos llorando. Me vi llorar y me pedí perdón. 19

Claudia Tejeda Claudia Tejeda, Oriunda de Alta Gracia, nacida en 1969. Poeta, narradora, gestora cultural. Coordina el Café literario de las “Malas Compañías” y el Taller de escritura creativa del “Paseo Nicolasa”, en Alta Gracia. Participa de encuentros nacionales e internacionales. Sus libros edita- dos son: De hiedras y grietas, poemas y relatos editado en el 2004. Como racimo de abejas, narrativa breve editado en el 2009, Andamios de pan, poesía nacido en el 2012. El Rayo imperfecto, también poesía (premio edición) en el año 2014. Un ojo con patio, libro de poesía nacido en el 2016. Los ángeles no tienen tumba, poesía, año 2018. Trencadís, poemas de amor irregular, poesía 2018. Mentiritas y enredos para leer panza arriba, infantil, año 2019. Libreta de almacén, poesía editado en 2020. También integra varias antologías y hoy lo hace en la segunda de Cautiva Ediciones. 20

Colibrí El corazón parece chiquito una vibración de colibrí en lo remoto del pecho. Pero yo sé que tiene forma de acordeón un poco viejo y maltratado todavía se estira para dar su mejor nota empuja la sangre hasta mis uñas con su oficio de cincuenta años. Y en su dorso infinito caben todos los nombres las heridas, los abrazos de mi tribu. Peso muerto Hasta aquí la baba, el esperma, la lágrima el pan vertical, el sudor por herencia el resorte en la risa los pies bisagras. No hay más puchos en el insomnio ni paraguas para la sequía. Te crece un silencio de maxilares cementados y pestañas sin agenda una barba que ignora el trámite administrativo y los sellos de defunción. Un último viaje en coche y todo tu peso en mis hombros todo tu peso en cenizas. 21

Trapos al sol Nuestra casa empieza y termina en la soga de la ropa. Ese hilo horizontal entre dos clavos es otro cimiento que sostiene la estructura de los días con su intermitencia lúdica de colores y tamaños medidor de soledades y de colmos. Es notable el ritmo cardíaco de los piyamas bailando en el viento. Son un gráfico de la población que pasa blusas de trabajo, dos baberos un disfraz de hada la camiseta de fútbol el overol gigante tantos corpiños y un aroma a jabón que los iguala. A pesar de las manchas que dejan las peleas son banderitas de paz ondeando al sol. Crepuscular La tarde tiene forma de nido y un sol incubado recoge su plumaje para regresar a su yema de poniente ceñido. Hora en que mi madre curvaba sus enaguas y en su regazo brillante me estiraba el cabello. 22

La tarde tiene forma de nido. El sol es un pájaro que se encoge en un huevo. Sublime y perfecto sería si tanta intemperie pudiera peinarme el alma. Limosnita El hueco de la mano /no está en la palma Marta Elena Guzmán El niño pide. Las miradas van del bolsillo a su mano. En su espera no hay truco de magia ni admiración. Podría hacerle un barquito de papel con el billete antes que naufrague toda su infancia. Pero no hay tiempo de involucrarse. Los dos nos vaciamos en el mismo gesto. Trampa para ratones Para ir del punto a al punto b hay que trazar una línea imaginaria y usted puede inventarse atajos de ratón morder los tabiques o quedarse en la ruedita tenerse lástima porque después de todo se llama movimiento eso de correr en el mismo sitio sin avanzar. Vamos rebotando en los pasillos contra el espejismo de los vecindarios. 23

La puerta es para los cerrajeros. El poema es la salida. Pasodoble Atravesar la membrana con un paso de baile del comedor diario al salón luminoso. Giramos sincronizados entre satélites de vajilla maltrecha. Vuelvo a pisarte los pies vas para el lado que no. Nos reímos de los errores como si fuera fácil. La felicidad no es una destreza de los expertos lo dice nuestro amor que es puro ensayo. 24

Sil Pérez Sil Pérez autora de Banfield se encuentra abocada a la escritura de poemas, prosas poéticas, relatos y cuentos breves. Es titular de la obra literaria de poemas y narrativa: Huellas del deseo (2018), y de Tú y Vos, vínculos (2020) Obra de coautoría argentino- española. Ex colaboradora en la comunicación y difusión literaria del periódico digital El Banfileño (2018). Columnista del portal de noticias Posdata Digital Press, La Cima del Tiempo. Autora de los prólogos del autor valenciano Luis García Orihuela, en las siguientes obras literarias: poemarios: Así lo siento (2019), Añoranzas (2019) y Como agua de mayo (2020). Y en las novelas: Libro de arena y mar (2019 - 2° edición) y Viur, memorias de un viajero (en proceso de edición). Actual miembro de la comisión directiva de la Asociación Argentina de Escritores (SADE) Lomas de Zamora y titular del Consejo Consultivo SADE Nacional. Ex Jurado de honor en género ensayo, para la entrega de La Faja de Honor 2019. Prologuista del escritor independiente Antonio Papalia, en su séptima obra: Te espero en tu sueño (2019). Participante de las Antologías lite- rarias Crepúsculo, de la Asociación Argentina de Escritores filial Mo- reno (años: 2019 y 2020); Antologías Taller Escuela de Arte Banfield Teatro Ensamble VII y VIII (2018-2019); Antología Sueños y Plumas 2020, de Cautiva Ediciones; Revista cultura Lomas y su gente: 2018- 2020-2021; Antología Letras del Mundo, del ciclo de entrevistas a autores nacionales e internacionales de Gabriel Díaz 2020; Libro Poesía Federal Sade Lugones 2020; Periódico La Unión 2018-2019; partici- pante de las antologías en proceso de edición de Cautiva Ediciones 2021, y de Crepúsculo, Sade Moreno 2021. Titular de las Columnas de opinión En Perspectiva, y de narrativa creativa La Cima del Tiempo, del portal de noticias Posdata Digital Press, hasta la actualidad. En 2019 intervino en las licencias literarias de la obra teatral Canillita, del autor rioplatense Florencio Sánchez. Dirigida por el director, actor y productor Aníbal Manzi, con patrocinio de Literatura Lomas. (Obra 25

reconocida de interés municipal, mediante el Decreto Ordenanza n° 17251/HCD/19, sancionado por el Honorable Concejo Deliberante de Lomas de Zamora). Sus trabajos se difunden a través de la revista gráfica y digital Per- cepciones Literarias; Cautiva Ediciones; Lomas y su gente, y del portal de noticias Posdata Digital. Participó como miembro de jurado de los concursos literarios de cuento y fotografía 2020, organizado por Literatura Lomas; y de cuento y poesía Julio Cortázar 2020, de la Asociación Argentina de Escritores Lomas de Zamora. Recientemente convocada por Literatura Lomas, de la Secretaría de Cultura y Educación del Municipio de Lomas de Zamora para participar como miembro del Jurado de Honor del concurso literario de cuento Julio Cortázar 2021. 26

Un mural en sepia Asomaba con la mirada atenta y con el cuerpo inquieto. Parecía una marioneta en pleno dominio de escena. Con su cuerpo delgado y leve- mente arqueado, se paseaba soberano entre la muchedumbre nocturna. Al final, se sentaba a la mesa rústica de siempre y se pedía un Martini doble con hielo. Él no lo sabía, pero Jorobita era el apodo que discretamente le habían asignado. Por aquel entonces era frecuente bautizar a los habitúes de un bar… Aperitivos picarescos de pueblerinos ferroviarios… Al fin y al cabo, en aquellos talleres de Escalada, el entretenimiento había que hacerlo andar como una locomotora. La cuestión es que ya, a las siete de la tarde, la muchachada del barrio comenzaba a acercarse al tradicional bar El Andén, un típico restaurante de paredes color maíz. Un toldo de color verde militar propiciaba el ingreso a los comensales. Su acceso lo facilitaba una puerta de madera de vidrios repartidos en seis. Ya en su interior, la barra soberbia frenaba el paso a los indecisos. El despliegue ostentoso de bebidas distribuidas en perfecto orden obnubilaba a cualquier vecino, especialmente a los débiles de paladar. Si el frenético encuentro con ese mueble de roble no era suficiente, el mural en gigantografía de la vieja estación Remedios de Escalada, plantado omnipotente sobre su lateral izquierdo, seducía a cualquier curioso transeúnte. Los techos de chapa de los salones de espera parecían caer al precipicio de la nostalgia. El relieve pictórico en sepia integraba opulento el escenario habitual de charlas, entre cortados, medialunas y cervezas futboleras. El barrio era un recoveco de pasos y de voces anglosajonas que guardaba, en el fondo de su calma, una historia de rieles y de ladrillos Morrison, edificación de la esperanza inmigrante. En la barra fileteada con tonos verde militar, el mozo de bigotes prominentes preparaba los tragos largos más buscados. Por esa cercanía asomaba Pañalín, un hombre de estatura baja que promediaba los sesenta. Solía llevar pantalones pinzados negros que ajustaban su trasero como un pañal de bebé. Era muy cómico verlo caminar con ese 27

andar compadrito. Solía juntarse con sus amigos, quienes lo respetaban por sus ademanes de enojo al hablar. Es que en El Andén se entretejían reuniones futbolísticas a toda hora y, aunque la fisonomía del barrio era propiamente inglesa, los tanos mantenían viva la efusiva tradición nata de la gesticulación. En fin, nadie escapaba de las miradas criticonas a la hora del encuentro. Pero también eso tenía su punto, ya que todos esperaban a los clientes para hacer la previa de la ronda vespertina. Seguidamente, atravesaba la opulenta puerta rústica el hombre del gran misterio, un robusto chueco de pelo largo hasta la nuca y con una pachorra que hasta daba envidia. Solía asomar acompañado de una señorita, a quien notablemente la duplicaba en edad. En ese rincón, los costosos platos y bebidas consumidos a lo largo de la noche eran motivo suficiente para hacer de las opiniones un monumento a la reserva. Las horas iniciaban su trayecto, y el bullicio iba tomando a El Andén, protagonista de la noche. Las primeras mesas se habían dispuesto en círculo para bordear la acústica de la banda que daría la exclusividad. Ese sábado invernal, como muchos otros, tocaba nada menos que Cándida Eréndira, un grupo integrado por tres músicos de percusión, guitarra y voz, que abrían tablas con temas de trova cubana, rock, blues, jazz y algunas baladas. La pueblada contaba los minutos para reunirse en el único bar que rodeaba los tradicionales talleres. Extirpar el letargo semanal era un objetivo colectivo. Afuera, el frío carcomía los huesos de los transeún- tes que merodeaban, con ganas de atravesar el portal. El clima nocturno comenzaba a ahondar las primeras exaltaciones. El sonido de la viola se discurría entre la muchedumbre como tenues gotas de lluvia. El ambiente se imponía con aromas de sabrosos solomillos de ternera, y con coloridas copas de Cabernet Sauvignon. Aunque más de uno optaba por los imperdibles chivitos uruguayos y por las jugosas empanadas criollas. Todo en su sabia armonía se disponía para dar inicio a la tertulia del placer. Hay locuras sin nombres, sin fechas, sin curas, que no vale la pena curar… 28

En una nota de sol amanecían las primeras ilusiones. El guitarrista apropiaba sus manos al culto caribeño que con acentuada voz desafiaba al cubano Silvio Rodríguez. Ahora que la noche es un rumor de risa ajena, que se aleja por la calle y nos congela el corazón… Las neuronas comenzaban a tiritar cuando las cuerdas cautelosas tributaban a Ismael Serrano. Por esas horas, el tumulto era ya asombro de la concurrencia. Las mesas dispuestas en círculos se disponían a la liturgia anunciada. Nadie quedaría librado de esta maraña de poesía trovadoresca que abrazaba el ambiente amaderado del viejo Andén. Jorobita solía andar de aquí para allá en busca de charlas con los amigos del barrio, que no serían otros que los mismos con quienes había compartido café por la mañana. Encuentros revestidos de anécdotas, con ruidos a copas y con desafinados tarareos eran los ingredientes infaltables de cada mesa. Aun así, el bochinche era ciertamente favora- ble para este personaje de lentes y cabellera a la gomina, quien, inmis- cuido en los vericuetos políticos, solía hacer alarde de contactos y pro- yectos en curso. Su balbuceo era confuso y entrecortado, cosa de dis- traer a la gilada que hacía un soberano esfuerzo inútil por seguir el ritmo de sus palabras inconclusas. ¡Qué personaje, Jorobita! Sabía todo de antemano. Cuentan que, una noche de intenso calor, se había cortado la luz en todo el vecindario y, en medio de la oscuridad absoluta, apareció descalzo y de bermudas por la calle Beltrán, asegurando que la luz retomaría a las 02.15 de la madrugada. Nadie lo pudo creer cuando en verdad ocurrió con idéntica exactitud. Pero la noche en El Andén no hacía promesas en vano. Rauda y frené- tica, la voz del cantante ascendía aguda hasta la cima del deseo. El mú- sico, además de ser dueño de una voz aguda sobresaliente, tenía un as- pecto seductor que atraía a más de una. Los temas de Sabina le queda- ban pintados. Y ni que hablar de su fisonomía exótica. ¡Estaba más bue- no que comer pollo con la mano! Lo nuestro duró lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rocks, en vez de fingir, o, estrellarme una copa de celos, le dio por reír. Sonaban las primeras notas; la letra era un coro compacto que 29

estremecía a todos con simultánea intensidad. Norberto, el dueño del emprendimiento, agasajaba a los concurrentes con una copa invitación de la casa. Los cánticos y la euforia ocasionada por las rítmicas palmadas acústicas en el bombo daban paso al efusivo despliegue escénico del barman quien, con una gorra de guarda azul bordada con finos hilos color bronce, hacía maniobras sobre su melena color habano y agitaba con fuerza los tragos más apetecibles. Norbert, como solían llamarlo los allegados, era un querido bohemio de ojos almendrados y barba pronunciada. Se lo veía muy cerca de la barra observando discreto la distribución del espacio y las necesidades de cada comensal. Generoso y servicial, había anclado en el barrio una misión terrenal: instalar la felicidad en el pueblo ferroviario. El Pueblo de los Talleres había dado origen a su colonia allá por el mil novecientos. Las viviendas de arquitectura inglesa habían sido destinadas a los jefes de tracción y a los almacenes. Se habían cons- truido casas para los auxiliares del jefe, para los encargados y para los inspectores de locomotoras. No era casual el encuentro de sus descen- dientes en el bar, ni que ese reducto gastronómico se denominara El Andén. A la música trova los acoplaba la historia y la tradición de abrazarse a los murmullos del pasado. Al decir verdad, todo era un re- gresar continuo. Pero la muerte suele traducir el lenguaje rudo de la existencia para situar al ser en su levedad finita. Sin Norberto, ya nada volvió a ser lo mismo. Cándida Eréndira, ese grupo llamado así en ho- nor a una novela de García Márquez, emigró como las golondrinas a otros horizontes. Y, aunque los encuentros sociales intentaron replicar los momentos vividos, la magia nunca regresó. Cuentan quienes aún conservan vestigios de sus recuerdos que el viento pampeano suele atraer, al imponente edificio vidriado, los aplau- sos y las voces tarareadas de los vecinos de antaño. Y que las ráfagas suelen llegar hasta el último piso donde, implacables, yacen los balbu- ceos confusos de Jorobita. Los ladrillos de Morrison ya no edificarán casas inglesas, pero los carriles del tiempo tampoco derrumbarán los momentos vividos en los cimientos del legendario Andén. 30

Ausencia Me recuesto en medio de tus ojos para sumergir mis días en la duda. Observo apacible el andar del tiempo, que tan solo recoge del viento, sus migajas. La tarde es hoy la excusa donde habita la herida. No hay luz más allá del bostezo del crepúsculo. El silencio espera atravesar el umbral, que no es más que mi alma desierta. Me recuesto en medio de tus ojos, para que mi piel por fin resista tu ausencia. El ocaso Nadie vio a la luna escondida detrás de tu boca. Sin embargo sé que jugó a las escondidas. Nadie percibió si la noche es una cáscara marchita. O si el olvido se refugia en la piel de la sombra. Nadie puede juzgar al viento por ser testigo del frío. No hay destino sin verdad. No hay refugio sin deseo. Nadie trepa por los muros del tiempo. Sin embargo, es en cada rincón del mañana, donde el sol alza su espejo para ver el día. Piblio, el testigo Estaba nublado como la mayoría de los días en agosto. Aun así el sol oculto recorría las paredes de las tabernas a orillas de la Campania y caía vencido sobre los techos tejados, como un manto ardiente de ribe- tes. Los gorriones Moruños refrescaban sus mejillas blancas en los canales fluviales que trazaba la costa pedregosa del Tirreno. Plinio ha- bía decido emprender un viaje breve hacia Miceno. La mañana se 31

anunciaba y Duilio, como de costumbre se encontraba en el macellium, el mercado de alimentos donde a orillas del Monte vendía las bebidas frías a los asiduos transeúntes. La Campania era una ciudad fértil donde sus vinos Falerno ardían en el paladar con el sabor amaderado que propiciaba su tono blanco refinado. Por las calles de piedra, rectas y multitudinarias Eligio trazaba rombos en el aire con una rueda de arcilla que llevaba consigo como un tesoro divino. No era fácil ser niño pobre pero su madre Gaia no perdía las esperanzas de enlazar el futuro de su primogénito a la vida próspera de Hebe. La niña de pies descalzos y rasgados por la aspereza de las piedras, solía pasearse con curiosidad por el Templo de Júpiter. La adoración a Juno y a Minerva conspiraba con su corta rebeldía. Su andar inquieto sellaba sobre su piel el ajuar de la fertilidad y de la deidad de Harpócrates. Dalmacio un hombre de facciones agrietadas era un comerciante del legendario termopolio romano. Solía distribuir las mesas y banquetas para exponer soberbio sus quesos, panes y olivas a los transeúntes samnitas. A metros de su prominente negocio se imponía una puerta de bronce que se abría fastuoso al Foro donde los pompeyanos se deslum- braban con Plauto, y se estremecían con las luchas de los fornidos gladiadores, como Mirmillón. Promediaba la noche. Los pájaros se habían adueñado del silencio abismal que cruzaba las regiones de Herculano y Pompeya. De repente, como de las garras de un dragón oculto emergió una nubosidad negra que dibujó en el cielo lenguas de llamas, humo y lava. A lo lejos del pueblo, y sobre la planicie de un Tirreno aún dormido, una bocanada de fuego se abría solemne al universo. Un espejo de sangre ardiente descendía abrupto por las laderas del Monte pletórico de almas. Los pies de Hebe descalzos se perdían ante los ojos impotentes de Piblio. El poeta, testigo del rostro tembloroso de un Vulcano que sepultó en sus látigos de llamas los sueños de aquel verano. El tiempo calcinó el instante e inmortalizó en cenizas las huellas y las voces agónicas que aún hoy tronan en la garganta voraz de un Vesubio durmiente. 32

Antonio Papalia Italiano, llegado al país en 1950 y desde 1957 radicado en el Partido de Alte. Brown de la Pcia. de Buenos Aires. Es miembro y referente de Autores Independientes del mismo Partido, miembro de la Comisión Directiva de la Asociación de la Biblioteca Esteban Adrogué. Asimis- mo, miembro fundador y Administrador del Grupo: “Cautiva edicio- nes” y miembro activo de más de cien grupos literarios. A la fecha, su actividad literaria se resume en la edición de los siguien- tes libros: El ángel y la amapola (Cuentos- narrativa- Año 2011). Como brasas por debajo de la piel (Novela- Año 2012). ¡Haya luz! (Narrativa cristiana- Año 2013). El siervo (Narrativa -Enseñanza cristiana – Año 2017). Reminiscencia y algo más (Relatos y cuentos – Año 2018). Pecado pendiente (Relatos y cuentos – Año 2019). Te espero en tu sueño (Relatos y cuentos – Año 2019). Eternidad sin paraíso (Novela psicológica – Año 2020). Lo escondido (Selección de cuentos – Año 2021). Insomnios fragmentados (Narrativa — Año 2021). Caminos de tinta (Participación Antología Lenú – Año 2018). Sueños y plumas (Participación 1ra Antología Cautiva 2020). Escritor libre internacional I (Antología 2020). En la presente edición participa con 4 microrrelatos sobre un tema único: Amor imposible. Luego con una selección limitada de microrrelatos con una caracterís- tica muy peculiar: Todos poseen 105 palabras incluyendo el título. Y por último, dos relatos que abren y cierran esta edición. 33

Destino constructivo Un momento en el tiempo de los últimos ocho años: —Sabes que después de lo que hiciste, nunca más te va a dar bolilla. —¿Hiciste? En todo caso, hicimos. El hecho de ocultar nuestra amis- tad no es tan grave en sí. Ella sabía que éramos amigos. —¡Sí! De tú y yo, sí sabía, pero de “tu personaje” y yo, no. Te acepté igual cuando me lo confesaste, incluso lo sospechaba, pero ella no lo pudo soportar. —Yo podría entenderlo, si te hubiese causado daño y bien sabes que fue todo lo contrario. ¿Lo hablamos ese día, recuerdas? —Debo aceptar que fui yo quien impidió que mi madre supiera la verdad, tal vez en ese momento, entre ambos, hubiera sido más entendi- ble el efecto de la confesión, pero… —Ya sé… temías que tu padre reaccionara. Pero, en todo caso era mi responsabilidad, y si me di a conocer contigo, es porque estaba dispues- to a asumirla. —Ellos no saben que después de tanto tiempo, seguimos manteniendo la amistad. Todo lo que hiciste para que ellos no se separaran me con- venció que siempre obraste de buena fe en todo. —Me di cuenta que ellos no evaluaron esa situación. Creo que en el fondo, no fue más que una situación de celos. —¿Celos? ¿Celos de qué? —No te olvides, que mi “personaje” era ser tu “oreja”, y las cosas que debían aconsejarte ellos, lo hacía yo. En ese sentido, los comprendo, y por eso sólo atiné a pedir disculpas sin ofrecer defensa alguna. —¿Y qué hubieras dicho, para defenderte? —Así como fui tu “oreja”, simultáneamente lo fui de tu madre y de tu padre. Separadamente, les podía dar una explicación. Fueron sus mie- dos que me indujeron a actuar de una manera no convencional por fuera de la amistad de más de veinte años que llevábamos. —¿Miedos, a qué? —Sí, al igual que los tuyos. Cada uno con su argumento. Así como soy fiel contigo, lo fui con ellos. Así que no podía defenderme sin 34

delatar a uno y a otra. Tal vez algún día haya oportunidad… —¡Ja ja…! Atrévete y vas a ver que ya no podrás convencerla. *** Un treinta de diciembre, tardecita muy calurosa y yo viajando en micro rumbo a mi domicilio. Vibró mi celular. Esperaba un mensaje muy importante. Normalmente no atiendo mientras viajo, y menos aún, en situación de incomodidad como se presentaba en ese momento. Dada la urgencia lo hice, pero no era el mensaje deseado; se trataba de un video de salutación de fin de año vía WhatsApp. En el intento de escucharlo, y entre alguna frenada brusca y algún arranque precipitado, el video fue enviado al contacto inmediato inferior del cual lo hube recibido. No pasaron tres minutos, que un nuevo mensaje se instaló en el celular. Grande fue mi sorpresa al reconocer al contacto al cual se envió el video y más aún, que haya respondido… era ella. —¿Quién sos, no te tengo agendado/a? Gracias por el video, es hermoso. Todo lo mejor también para vos. Yo no podía contestar sin tomarme del pasamano y no era tan hábil como para escribir con una sola mano. Por fortuna bajaba en la próxima parada y al momento de hacerlo, llegó un mensaje más. —¿No me vas a decir quién sos? Cambié el celular y perdí muchos contactos. —Perdón, estaba viajando y se me hacía difícil contestar. Soy Ángel. —¿Qué Ángel? —Veinte años de trabajar juntos y leíste un libro mío. No hay muchos con esas referencias. —¡Ah, sí! *** Treinta de diciembre por la noche. Nueva sorpresa en mi chat. —¿Así que hoy le enviaste un video a mi mamá? 35

—Sí, recibí ese video y accidentalmente terminó en el contacto de tu madre. Además, no hay nada de extraño, yo no estoy enojado con ella. —¿Y qué te dijo? ¿Obtuviste la respuesta que esperabas? —No esperaba ninguna respuesta, pero me deseó todo lo mejor, sin saber quién era yo. Luego se enteró. —¡Ja, ja! ¡Y allí se acabaron los buenos deseos! —No seas pesimista… —¿Pero no fue así? ¿Te siguió escribiendo? —Digamos que me tocaba seguir escribiendo a mí, y no lo hice, es decir, puede quedar la duda sobre tu apreciación. —¡Ja, ja! Tampoco te sacó conversación, entonces no hay duda. —No lo hizo, pero ya no está en mí. Quise empezar un año bien con todos. Para mí, eso es lo que vale. —Valdría si todo te hubiera salido bien. —Creo que las cosas por algo suceden. *** Primer día del nuevo año por la tarde. Sorpresa mayúscula. Mensaje en mi celular de mi amiga, la madre. —¡Feliz año nuevo! —¡Gracias! Muy amable de tu parte. Que sea un buen año junto a tu familia. Ha pasado un corto tiempo. Debo inferir que este saludo ha dejado entreabierta la puerta a un posible diálogo y tal vez, a un futuro reen- cuentro con mi amiga, la madre. Como siempre, yo guardaré el secreto. Mi amiga, la hija, nunca mencionó saber que su madre optó por dirigirme la palabra, y además con buenos deseos, y aunque nuestros diálogos siempre partían desde un llamado de ella, estoy seguro que mi amiga, la madre, jamás podría sospecharlo. Tal cual, como al principio. 36

Amor imposible I Primavera. Jardín rebosante, fragancia persistente. Deshielo. Fluye el río, con néctar transparente. Huelo, observo. Inhalo, mojo mis manos. Regreso. Amor imposible, de besos fugaces y un adiós en el alma. Amor imposible II Espero… esperas, nos esperamos… un verbo sin sentido. Un tiempo sin presente, un pasado olvidado, un futuro ausente. Almas en soledad para tres, para dos, indiferentes, y la mía, la más doliente. El reloj marcó un destino, ni tú, ni él, ni yo, por el mismo camino. Amor imposible III Miradas sin luz como llamas sin calor. Insensibles y clementes, sin ataduras. Allá, el horizonte en pausa, aquí, el alma clama. Suspiran profundos los corazones lastimados. Los dedos se rozan, silenciosa despedida, se mata al sentimiento, se inmola el amor. Ambos impasibles como latidos suspendidos. Sin fuerza en la voz, ahogando un “no te vayas”. Amor imposible IV Amor de leños verdes con brotes incipientes. Hoguera ausente, latente, por tu presencia encendida. Sofoca el humo a la noche, mi silencio es manto, que cubre el desahogo y calma tus aguas. Llegas a mi orilla, el calor nos abraza. Las llamas iluminan, un beso sin 37

cenizas. Torbellino fugaz, mezquino. Luna roja en lágrimas, gotas descolgadas en dos corazones inertes. Compañera Siempre fuiste la diferente, la distante y la cercana, como si la distancia fuese, entre nosotros, una elíptica en un universo de sentimientos escon- didos en la puerta trasera del alma. Eras previsible, contigo no existían dos caminos. ¿Para qué? Ambos sabíamos cuál era el único y aun así, en nuestras miradas siempre hubo un cortejo de ternura. Tal vez sabíamos qué cosas faltaban dentro del otro y cuáles estaban disponibles para ser tomadas sin permiso. No existían equivocaciones ni pedidos de perdón, madurábamos a ritmos cambiantes según el sol nos fue dando su calor. Nos pertenecía- mos, aunque de árboles diferentes, éramos injertos de amistad. Completo Estoy con el alma llena, decías en mis oídos, en una noche luminosa entre sombras plateadas y luciérnagas traviesas. Tus ojos brillaban irradiando paz, alegres con sonrisa del corazón, acariciándome con un sentimiento sublime desde la profundidad íntima y secreta. Sé bien que era amor, de esos irrenunciables, de los eternos, de los que se muere antes de claudicar, de abandonar. Me hacías bien rodeándome el cuello con tus brazos como si fueras el candado de tu cárcel de placer… y yo sólo me hundía en el mar de tus pupilas. ¡Reviví! Ya nada me faltaba, mi orfandad había cruzado el umbral del olvido. ¿Qué? ¿Qué soy?, ¿qué busco?, ¿qué amo?, ¿qué deseo? ¡Qué, qué, qué…! Siempre un qué me acompaña en mi filosofía de vida, me abstrae de lo 38

simple, me adhiere al pensamiento complejo, me personaliza e identi- fica la esencia interior. Soy único, pensante. Salgo al encuentro de mi espejo, de ese doble que existe en el otro. Amo la vida por su natural plenitud, deseo la amistad pura sin idolatrías hipócritas. Los qué se atoran para hallar su complemento, forman en mí, el perfil humano que sueña, que no sabe cambiar el mundo sin antes mudar la injusticia. Los qué taladran, abren caminos y perforan horizontes. Mitad Estoy partido en dos. El segundero es la espada que ha herido mi corazón. El antes y el después, el pasado y el futuro, un eterno recorrido que me aleja de ti… y sé qué esperas sin que sepas qué me detiene. No encuentro razón para no correr a tu encuentro, hallé el equilibrio pisoteando las dudas tendidas sobre el abismo. No caí al vacío, no estaba abajo sino dentro de mí. Mis latidos son parte de ese reloj que observas a cada momento. No puedes adelantarlo ni retener la impaciencia, sólo yo debo llenar la copa con sabor del amor perdido por error. Puede ser Puede ser que esté enamorado de ti y no lo sepas. Que tu dolor que hiere mi corazón ya hubiese estado sanado con sólo ver el brillo de mis ojos al contemplarte. Puede ser que los pensamientos que te atormentan se transformen en orquídeas con tan solo visitar el jardín de mi soledad. Puede ser que el amor de tus sueños no vuele alto si el abrazo que necesitas ya mis manos rodean tu cuerpo. Puede ser que nuestro café no se enfríe y el banco de la plaza no quede solitario. Todo puede ser, si no derramas lágrimas creyendo en mi olvido. 39

Siento ¡No sabes cuánto! Describirlo no puedo, es un desencuentro de palabras coordinadas por la locura. No cualquiera, sino aquella que produce el amor de raíz profunda, de tallo fuerte y flor perenne. Mi quietud no es temor, tal vez contemplación en un sagrario de donde tu luz me transforma, me invita a sostener la mirada y profundizar el sentimiento hasta límites paradisíacos. Necesito más, salir a tu encuentro, buscarte en este ancho espacio que nos separa, por este camino que nos une, en soledad, en silencio, en espera. Sólo así, en movimiento, las ansias dejan de clamar por lágrimas tristes embebidas por besos lejanos. Títeres Ella, la bruja, de mirada fija y penetrante; él un ogro de esos que dan temor con sólo verlo. Una mano para cada uno, un diálogo nacido de la misma mente. Días, meses y años, siempre igual; jamás un final feliz. Aun así, los aplausos finales nunca faltaron. Eran títeres sobrevivientes al tiempo, la memoria y al alma en movimiento entre dos manos. Las tres cosas amasaban en su interior, un nuevo y complejo senti- miento. Secreto que las manos no descubrirían en el día a día. Por las noches, ya libres, ella era princesa, él su enamorado. El amor esperado había mudado de corazones. Todavía Si creías que el amor moriría de un día para otro, ya te habrás dado cuenta que no. Poco prestabas atención a mis palabras sólo porque veías en mí ese temple que fortalece al débil en su ahogo, en la muerte prematura de las ilusiones, en la ausencia vestida de recuerdos. Hoy tú estás en mi lugar, erguido pero cabizbajo, la vida te pintó una 40

mueca por sonrisa y cierto dolor te atraviesa el alma marcando surcos florecidos de espinas. Duele, claro que duele. Hay sangre que corre por los lagrimales que opacan los sentimientos cual roja mortaja. La palabra amor no muere… todavía. Trampa Tu vida es una trampa más peligrosa que jugar a la ruleta rusa. Tú misma cargas el arma invirtiendo las reglas, aun jactándote que la fortuna siempre te sonríe, aunque nunca has visto tal efecto en el rostro de la muerte. Quizás, ella se presente así, te engañe con un disfraz de esplendor y te haga creer en tu infalibilidad. Entonces, la única bala hallada fuera del tambor del arma reirá a carcajadas como fiel testigo de tu necedad. Suelo tener temor al momento que pides ayuda extendiéndome la mano. Nunca sé si la oruga desea ser mariposa o la ciénaga espera por noso- tros. Trinchera El hombre sobreviviente, acorralado en su propia muralla, vio a la muerte galopar hacía él. Sabía de su destino final, podía entregar su espada, no su anhelo del corazón. El reloj de bolsillo marcó el crepúsculo con siete pasos sonoros, la foto de ella, incrustada, los escuchó desde la eternidad… y abrió su puerta cuando el disparo mortal cruzó los vientos. Entre las arenas del tiempo nació la ciudad y de la pala mecánica, la fosa para los nuevos cimientos del museo. La espada, el casco y el reloj fueron los primeros objetos para su inauguración. La foto tenía nombre y la ciudad, historia. 41

Trozos Hoy vi trozos de cristales esparcidos desde lo alto de la escalera hasta el piso del sótano, entremezclados con retazos de telas negras como si fuera un rompecabezas de un luto por armar. Tu sombra estaba sobre ellos como un contorno amorfo. De a poco, se iba comprimiendo sobre sí; rearmando el cuadro de tu cuerpo, enca- jando pieza con pieza del cristal, y de la tela, un zurcido nuevo al cora- zón roto. Nada te parece extraño, como si la muerte y la resurrección te fueran cosas habituales, te resignas y vuelves a tu lugar de siempre. Hoy el espejo se cerró tras de ti. Tú En la calma te he mirado escudriñando las voces de tus silencios, platea- das noches estrelladas es manto de tu misterio. El amor es tu tifón natu- ral y a su paso, las palabras se cortan en suspiros profundos que te place escuchar. Te rodea la magia, evaporas lágrimas de mejillas sufrientes, las nuestras cuando nos sentimos sin pertenecernos, al ser todo y nada a la vez. El abrazo profundo, duradero de los instantes sin memoria, nos hace otros, desconocidos, hojas blancas sin historia. Si algo habíamos sido, ya no lo somos. Las pupilas exaltan brillos desconocidos rebobinando la película desde el principio. ¿Amor, eres tú? Tu puente No puedo contar nuestra historia sin antes explicar ciertos misterios que nos han encadenado a este destino común. Algunos son entendibles, comprensibles, hasta cotidianos si se presta atención. Enfrentados por un abismo, nada hacía suponer que el tú y yo se transformase en nosotros. 42

La distancia no significaba un problema, la profundidad tampoco, pero la tempestad interna en ellos nos hacía tambalear. Soledades en pánico nos cubrían con sus alas, la nube gris persistente mataba la esperanza de nuestra luz propia. Tu fortaleza fue parte del puente y mi constancia la soga de amarre… y mientras lo recorríamos se sustentaba bajo nuestros pies. Última vez Fue por la mañana, después del desayudo y antes del mediodía. Sentí el peso del ocaso sin haber presenciado el amanecer, incluso la noche dejó un estigma perdurable en toda mi esencia perceptiva. El intervalo tuvo todos los matices, uno tan extremo como el silencio, otro tan breve como una mirada profunda, instantánea y esquiva. El resto, la mezcla agradable de combinaciones posibles para formar una única imposibilidad que atravesara los tiempos. Por eso la mirada y el silencio gélido. Nadie fue culpable, ni siquiera se crearon las circunstancias, la vorágine nos sumió a lo impensado y el infierno nos abrió las puertas. Verdad Gotas, son gotas pequeñas, quienes lentamente, horadan las fuertes rocas al final de la húmeda caverna. Así como son largas las espinas que penetran en la carne cada vez que descuidamos nuestra forma de ser de luz. Las gotas son pacientes, logran su objetivo final. Siembran constante- mente lo bueno o lo malo y de ello, surge inevitablemente, el resultado esperado. La sangre vertida es fiel testigo: la luz no estuvo presente, la gota, en su pensamiento, fue mentira tras mentira hasta quebrar la resistencia de la verdad. El agua se evapora, la sangre derramada es muerte. La verdad siempre es verdad, aun siendo arenilla. 43

Vibración Te soñaba a menudo, eras una imagen escurridiza que dejabas una estela al pasar. Zigzagueando a la deriva sobre el horizonte, permane- cías vibrando en la retina con tus claros oscuros, tus ecos de sinfonías. El despertar no asimilaba la frecuencia de tu esencia placentera, el pre- sente aún dormido no podía comprender el significado de tu aparición. Estabas ahí, rondando muy dentro de mí, como un carretel que desnuda el color de su lana tejiendo el velo de un futuro en tiempo de cicatrices curadas. Dormía placentero en cubierta del viejo velero esperando en sueños las olas vibrar, al pasar tu aleteo, sirena del mar. Vigía El anciano estaba confinado al altillo, como aquellas cosas que guardamos de recuerdo o lo inútil para no deshacernos por algún apego sentimental. Las cuatro pequeñas ventanas daban a los puntos cardina- les. Él los conocía bien, su telescopio manual indagaba sus lejanos hori- zontes. La familia lo tenía por maniático, excéntrico, loco… pero no molestaba. Él sonreía para sí, sabiendo lo que hacía manteniendo su rutina diaria. El este relucía sus ojos mañaneros, alegres. El norte, frescura en la fluidez de las olas de la playa. El oeste, la caricia del ocaso en su despe- dida. El sur escondía su secreto nocturno: la desnudez de ella. Volver La promesa había sido hecha, a pesar de la pérdida, del tiempo transcu- rrido y de la imposibilidad material. Lo descubrió cuando el recuerdo latente afloró en la superficie de su vida. “Volveré”, sonido a profecía quedó en sus oídos abriendo la puerta de la esperanza como quien separa las hojas de un libro en donde el miste- rio llama a voces silenciosas. 44

La rosa marchita olía a pasión, su tallo espinoso sobresalía de entre las páginas centrales. Cada espina había perforado, al azar, las letras de aquella carta de amor. Siete espinas, siete letras, una palabra… una ilusión, un tiempo eterno para esperar una llegada. *** La foto Fue Santiago quien minutos antes de 7:30hs. tocó a mi puerta, y tal como estaba previsto, todos mis implementos estaban preparados para el inicio de la travesía, a excepto de la comida que retiraríamos después del desayuno. Nos encaminamos hacia la posada tras saludar al nuevo guardia que ya había tomado su turno matutino. La mañana prometía un día bien luminoso, soleado y con temperatura ideal. Ya se escuchaban los trinos de los primeros pájaros al despertar rompiendo el monótono silencio de los últimos pasos de la aurora hacia un nuevo encuentro con el sol naciente. Sin brisa traviesa y, por arriba, mechones blanquecinos con incipientes dorados, mostraba un paisaje celestial digno de ser fotografiado. Nuestra mesa estaba reservada, al igual que la noche anterior. Ya había gente desayunando entre conversaciones dialécticas no entendi- bles, así que asentíamos con la cabeza a modo de saludo atravesando el recorrido hasta nuestra ubicación. Éramos extranjeros en todo el sentido de la palabra. La mesera nos divisó y al momento ya estaba ofreciéndonos un variado desayuno, que si bien estaba contemplado en la carta, ella se prodigó en leérnosla sin que nosotros nos molestáramos. Café doble era lo habitual, pero lo especial del lugar eran unas rosquillas dulces con miel y canela, y cuya apariencia invitaba a no negarse a consumirlas. Y así fue como probamos esa exquisitez. Santiago, conocedor de aquello que íbamos a afrontar montaña arriba, diseñaba una estrategia, tanto para no estorbar a los penitentes, como definir la mejor forma de convertir esa aventura en un proyecto fotográ- fico de mi agrado. Mi escaso conocimiento en aquellas costumbres sólo 45

servía para enunciar posibilidades no aptas a mi comprensión y que él se encargaba de darme los porqués correspondientes. Cuarenta y cinco minutos después, nos retirábamos del lugar satisfe- chos por lo ingerido y con nuestras viandas individuales celosamente preparadas según la indicación de mi compañero. Por supuesto, que se complementó con botellas de agua y una bebida energizante conocida por todos los escaladores. Para las 9hs. estaríamos listos para el evento físico. Esta vez fui yo quien tocó a la puerta de la cabaña de Santiago. Ya tenía cargada la mochila sobre mis espaldas y mi cámara fotográfica preparada, colgada hacía adelante y sujetada con un broche, al botón medio de la campera. Al instante, él abrió la puerta, me miró de arriba abajo y con un gesto de espera hecho con su mano, volvió sobre sus pasos para luego retornar con dos bastones de madera semejantes a báculos cortos. —Toma uno, lo necesitarás cuando estemos muy arriba, además, nunca se sabe que alimaña se pueda cruzar entre los pies. Después de mi primera experiencia, siempre tengo uno más de repuesto. Así, que es tu día de suerte. —Gracias. No mencionaste nada sobre este “artefacto”. Es algo nuevo para mí, me siento como un ciego. Dejamos las llaves en la administración bajo la mirada inquisitoria del guardia, quien nos despidió con un: “Buena suerte”. Camino arriba, hacia la otra punta del poblado y al este de las vías ferroviarias, el campamento de carpas asemejaba a un hormiguero de gente moviéndose de un lugar a otro hasta que escuchamos el sonido de varios campanazos, que al parecer, significaba un primer llamado para la peregrinación. A la distancia, se podía percibir una serie de ornamentos con sus for- mas y colores, imágenes diversas sujetas a la devoción de sus pueblos y algunos cánticos con melodía vocalizada como suaves susurros alar- gados en el tiempo. A medida que nos acercábamos, vendedores ambulantes ofrecían todo 46

un amplio catálogo de souvenirs religiosos, en tamaño, formato y mate- riales; y disparidad de devotos adoradores fanatizados adquiriéndolos. Tomé un folleto al azar. Mostraba el contorno de la montaña, la ubica- ción de las diferentes estaciones de descanso y adoración, la distancia entre sí y por último, un claro donde se reservaba para el almuerzo y la pausa previa al descenso. Con todo este panorama enfrente, comprendí mejor las palabras del guardia de la noche anterior: “Mi trabajo está aquí gracias a esto”. *** No pasaron más de quince minutos, cuando la primera columna comenzó a retomar el sendero, aún en la planicie, pero que a unos qui- nientos metros, sería angosto y en subida. Así lo percibía yo con el telémetro de mi cámara y comencé a tomar varias panorámicas para inmortalizar los momentos previos y registrar, más allá de la retina, la idiosincrasia del evento. A medida que nos acercábamos al punto donde la brecha se reducía, y que a cada paso se elevaba, la fila se estrechaba y eran los líderes quienes tomaban la delantera como guías natos del lugar. Allí fue cuan- do decidimos con Santiago hacer un esfuerzo y adelantarnos, para así, captar imágenes hacia delante y hacia atrás. Este esfuerzo no podía ser mediante rudeza, sino preservando la compostura a pesar de ciertos ries- gos que los diferentes idiomas nos imponían por no conocerlos. Y más allá de eso, la algarabía era tal, que si se deslizaba algún empujón, debe- ría ser con una sonrisa amplia y cómplice a la vez. El ascenso era lento, pero ordenado. La pendiente, leve al principio, mostraba su rigurosidad a medida que cada paso deseaba conquistarla. El colorido de las piedras rocosas y vegetación, enmarcaban un reco- rrido de naturaleza viva, de aire oxigenado y de ganas de fluir por sobre ella. En tanto, y cada vez que el ángulo me lo permitía, no dejaba de tomar fotografías. No importaba cuántas, aunque muchas podrían ser descartadas luego, pero los momentos, así lo requerían. A los pocos minutos, ya nos encontrábamos en un espacio más am- plio, el cual se abría entre las rocas y la vegetación, como para dar lugar 47

a una mayor concentración de personas. Se veía, por su contexto, el producto de la mano de obra humana por sobre la naturaleza. En un recodo y escarbado en la roca, se hallaba un primer santuario. Santiago, que ya conocía el lugar, me lo advirtió al instante. — Es el santuario a Buda. Observa y no pierdas detalle. Yo estaba ensimismado por unos cánticos alusivos, en tanto ciertos monjes reverenciaban a una escultura representativa de Buda, y otras, asentían con el rostro bajo y comenzaban su caminata hacía el siguiente santuario. Santiago, me hizo otra acotación. —Con seguridad, en primera fila habrá gente tailandesa, birmana y de Sri Lanka. —¡Ja, ja! Parece que aprendiste la lección. —No, mi amigo, ya conozco sus vestimentas. Sigue tomando fotogra- fías mientras nos escurrimos hacia el otro lado para estar en mejor posi- ción para el siguiente tramo. Evidentemente Santiago era mi guía y mis ojos, mientras yo tomaba fotos saliendo del tumulto y le seguía. El primer grupo comenzó su caminata cuesta arriba, y esta vez, estába- mos más cerca de la cabecera de la peregrinación. El camino se ensan- chaba, con lo cual, corríamos menos riesgos debido a los posibles tu- multos de los más fanatizados. La cuesta, aún no era muy empinada y favorecía la toma de mis fotografías. El báculo, aún sólo representaba un adorno debajo de mi axila izquierda y más de una vez, tuve que disculparme por causa de lo producido por su indebida posición. Si bien el camino se encontraba desmalezado, pequeñas rocas sueltas dificulta- ban apoyar los pies con entera estabilidad. Hasta allí, ese, era el máximo inconveniente. A medida que subíamos, la ladera se ensanchaba artificialmente de- bido que parte de la roca montañosa fue socavada metros adentro y a una altura como de tres metros. Quince minutos más tarde, mi compañero me señalaba la próxima es- tación, la gruta perteneciente a unas tribus africanas de nombres no ha- bituales que no alcancé a entender. Al llegar, se apreciaba una fogata al pie de una columna de humo blanco y alrededor, ancianos brujos con 48

estandartes coloridos y adornados con huesos y piedras de colores. Dan- zaban a un ritmo lento mientras expresaban ciertas oraciones y cánticos en un tono monótono. Mis fotos darían cuenta del tesoro artístico que mi cámara poseía. Para ello, opté por subir a través de un montículo de rocas a la parte más alta con el fin de lograr tomas desde la altura. Allí me percaté que sobre una loza en el piso yacía un guerrero mania- tado sujeto por las extremidades con el pecho descubierto y pintado con vivos colores con líneas transversales como si fuesen serpientes on- deantes. Parado, a su costado, se veía otro guerrero con puñal en mano y en alto, emulando un sacrificio humano ancestral. No podía perder los detalles de esa escena, disparé varias veces el ob- turador de la máquina hasta percibir en los ojos del pseudo sacrificado un brillo de pánico y un grito terrorífico. Todo quedó registrado al mo- mento que levanté mi cabeza y pude comprobar el fatal accidente. Un desprendimiento de rocas se había producido golpeando e hiriendo a varios peregrinos, y en especial, al guerrero indígena, que con su cuchi- llo en mano se desplomó sobre el pecho del guerrero maniatado hun- diéndole la hoja en el pecho. Las fotos posteriores bien podían complementar las crónicas policia- les sobre varias muertes y contusos accidentales, los tumultos acaecidos y la suspensión de la travesía hasta el día siguiente. Mi posición privile- giada lo había registrado todo. Por suerte, Santiago se hallaba lo sufi- cientemente apartado de la escena primaria ya que nada le ocurrió. *** Diversas versiones comenzaron a propagarse dentro y fuera del cam- pamento, casi todas ellas disparatadas, sin sentido, incluso supersticio- sas. Muchos retornarían dejando la peregrinación para otra oportunidad. Nosotros aún teníamos estadía cubierta, y pasados los primeros momen- tos de confusión, nos concentramos en estudiar las fotos obtenidas. Eran más de setenta, y una a una la fuimos observando hasta con su mayor ampliación. Nos detuvimos con mayor precisión en las últimas, desde los instantes 49

previos al accidente hasta la retirada del lugar. Sobremanera nos impac- taron las imágenes del rostro del guerrero a punto de ser imaginaria- mente sacrificado, cosa que luego sucedió con la fatal realidad. Am- pliando la imagen al máximo, el espejo de sus ojos dejaba ver en pri- merísimo plano dos manos alzando una filosa daga y por encima, un aluvión de rocas a medio camino y más en la altura, una sombra negra por debajo del brillo del sol. La misma toma posterior en décimas de segundos mostraba un rostro desencajado, con muecas de pánico y un sordo grito inaudible. En la siguiente, el desenlace inevitable dejaba ver, entre la caída de las rocas, la imagen de un rostro sangrando y unos ojos abiertos al terror del momento. —En esta última foto, ya estaba muerto el pobre hombre —Acotó Santiago, conocedor de situaciones semejantes por haber sido un rescatista en su juventud—. Ellos dirían que en este instante capturaste su alma en la imagen. —No puedo creer que en este siglo aún siguen pensando con tanta ignorancia. —Son sus creencias, es una forma de perdurar. Nosotros también ha- cemos lo mismo sólo que guardamos todo en una “cajita” llamada me- moria y le damos vida con un chip que denominamos “recuerdos”. Ellos, no. Creen que en algún momento la fotografía tomará vida porque esa alma está en ella y despertará. —¿Debo somatizarme por esa creencia? Me parece un absurdo. —Desde nuestro punto de vista, así lo parece, pero en tal caso, ¿no has llevado flores al pie de una lápida de un ser querido? —Sí, claro. Entiendo el concepto, pero no espero que un muerto se levante de la tumba. Ahí radica la diferencia. No podría entender cómo una imagen de una fotografía tomaría vida. —Pues, no lo sé, pero ellos sí lo creen. Tal vez su fuerza espiritual sea de otra esencia, de otra procedencia o simplemente un mito más. —Por ahora sólo me intriga esa pequeña sombra negra en la cumbre, casi un punto diría yo, como si ella fuese la causa del desprendimiento rocoso. 50


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