Rubén Darío. La grandeza de los destinos literarios, comode todos los destinos humanos, tiene una parteque procede de circunstancias exteriores, inde-pendientes de la voluntad y del genio. Es la ar-monía dichosa entre el momento en que se llegay el género de obra de que se es capaz; es lacumplida adecuación de la índole de las propiasfacultades a la oportunidad del tiempo y del lu-gar en que ellas han de revelarse, lo que aseguraal escritor y al. artista la plenitud de su destinoy la culminación de su gloria. Aquellos que lle-garon demasiado temprano o demasiado tarde;
148 RUBÉN DARÍOaquellos que, nacidos en el seno de otra gene-ración, hubieran sido grandes y gloriosos, y vie-ron rebajada su talla por la discordia entre lanaturaleza de su genio y el carácter de la obraartística o social que la necesidad de su épocareclamaban, forman legión entre los incompren-didos y los fracasados a medias. En cambio hayseres de elección que vienen cuando son espe-rados; que traen dentro de sí la respuesta para lapregunta que encuentran en los labios de todos;la manera de verdad o belleza en que han dereconocer sus contemporáneos la parte de idealque les estaba reservada en el tiempo. El gran poeta que hoy lloramos fué de estosbienvenidos a la realidad del mundo. Llegó a lahora en que su portentosa fuerza personal podíarealizar obra más oportuna y conquistar fama másexcelsa. En días de poesía apasionada o de poe-sía tribunicia; en días como los de Ricardo G u -tiérrez o de Andrade, su numen se hubiera amen-guado en la violenta adaptación a tonos que noeran los suyos; o bien, cediendo a lo espontá-neo de su instinto y permaneciendo solo, hubie-
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS 149ra quedado sin correspondencia ni eficacia. Vinocuando la necesidad temporal, en poesía de ha-bla española, era la tendencia a la selección, alrefinamiento; la reacción contra la espontanei-dad vulgar y la abundancia viciosa; el predomi-nio de lo que en la poesía hay de arte sobre loque hay en ella de confesión sentimental o deenergía de propaganda y de combate. Apareciócuando era necesario que repercutiese, en len-gua de Qóngora y Quevedo, un movimiento deliberación y aristocracia artística que había triun-fado en casi todo idioma culto. Y nunca se viotan preciso acuerdo entre las condiciones de laobra que había de cumplirse y la natural dispo-sición del llamado a ejecutarla. Jamás hubo poetaamericano que como él anticipase los caracterespropios de un ambiente dé cultura multisecular;que tuviera como él el sentido de lo precioso yexquisito; que manejara el oro de los ritmos contan sutil primor de artífice, que concibiera y di-bujara y colorease la imagen con tal delicadezay tal entendimiento del matiz. Grande es el poeta por su obra personal; pero
150 RUBÉN DARÍOel agitador en el campo del Arte y propagadorde formas nuevas, el pontífice lírico, el César dedos generaciones subyugadas por la extraordi-naria simpatía de su imaginación, vincula aún,si cabe, mayor prestigio de triunfo y maravilla.Ninguna otra influencia individual se había pro-pagado en América con tal extensión, tal celeri-dad y tan avasallador imperio. Durante veinteaños, no ha habido, de uno a otro confín delContinente, poeta que no llevase, más o menoshonda, en el alma la estampa de aquella garrainnovadora. Su dominio trascendió más allá, ypor vez primera, en España, el ingenio america-no fué acatado y seguido como iniciador. Por élla ruta de los conquistadores se tornó del ocasoal naciente. Y esta soberanía irresistible es tantomás excepcional y peregrina, cuanto que fué al-canzada por la virtud del arte puro, sin la fuerzamagnética de un ideal de humanidad o de raza,de esos que convierten el canto del poeta enverbo de una conciencia colectiva. Su nombre, que ya tenía, en vida de él, ciertavibración de nombre ideal y legendario, resona-
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS 151rá en el tiempo con el poder evocador de unsímbolo de renovación y poesía, como el delApolo Hiperbóreo, que el mito clásico repre-sentó sobre aéreo carro de cisnes, difundiendonueva belleza y nueva vida en el seno de la na-turaleza arrancada al letargo del invierno.JOSÉ ENRIQUE RODÓ.
Rubén Darío. Aquí, frente al mar inmenso — eternamenterumoroso —, que él amó y cantó en estrofasllenas de soberana armonía, me llega la noticiade la muerte de Rubén Darío — de nuestro que-rido Rubén—; poeta excelso, espíritu genial devisiones altísimas, artista poderoso, que dio alasy matices nuevos al verso arcaico, reformadorafortunado del idioma castellano, forjador de ex-trañas formas métricas, maestro y amigo, quedespertó en nosotros el amor a la belleza y albien, dulcificó amarguras con el bálsamo de laPiedad y encendió en nuestro cerebro la llama
154 RUBÉN DARÍOde celeste Idealismo, que en él era como unafuerza de la Naturaleza. Darío poseía el secreto de abarcar en síntesismagníficas el Universo entero, desde el hombreal átomo, y el don supremo de irradiar la luz queatesoraba su mente, devolviendo la chispa en unincendio, e iluminando con su verbo alado losespacios etéreos. Los soñadores inquietos, atormentados por losproblemas del más allá, los enfermos de ideal,los vates incipientes, heridos por el escepticis-mo o extraviados en la selva dantesca de las filo-sofías y de las negaciones, solían asomarse a sualma y descubrían en su fondo diamantes y koi-nores, cristalinos oasis en que abrevar la sed,milagrosas islas de encantamiento y ciudades deensueños, cuajadas de extraordinarios tesoros. ¡Y singular y extraño fenómeno! Ante cual-quier filisteo ajeno a su comunión espiritual, antecualquier pedante académico, pescador de pre-suntos gazapos en sus rimas áureas, o frente auno de esos improvisados snobs, flatachados devulgaridad, Darío se encerraba en su Tebaida,
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS 155impasible como un estoico, impenetrable comoun arcano, mudo como una esfinge. ¿Qué decir de su genio poético? ¿Qué agre-gar a los mil y un análisis de que ha sido objetoen distintas lenguas en la hoja volante, en la re-vista, en la cátedra, en el libro, su compleja per-sonalidad, durante cerca de cuarenta años delabor titánica, en que exprimió su inteligenciahasta el martirio? ¿Qué decir de Azul, que levantó en Américaun himno entusiasta; de Prosas profanas, que ledieron resonancia europea; de Cantos de vida yesperanza, que cierran la curva del vuelo y quelo consagraron poeta mundial? ¿A qué citar La canción del oro, El rey bur-gués, El buen Dios, Palomas blancas y garzasmorenas, La muerte de la emperatriz de Ja Chi-na, A una estrella y tantas otras concepcionesde su prosa escultural, ya fina y tersa, ya vibran-te y cálida, ya ligera y sutil, veteada de cambian-tes líricos y encantadoras filigranas, revelaciónde un temperamento artístico prodigioso? Sensual y místico a la vez, por extraña amal-
156 RUBÉN DARÍOgama cerebral, Dado fundió en las retortas desu ingenio las esmeraldas y los zafiros, los páli-dos topacios y los rubíes sangrientos, extrayen-do de esa mezcla de piedras preciosas una raragema de fulgor insólito. Fué, a mi juicio, el úni-co escritor latinoamericano que realizó el idealde Rodó : «Cincelar con el cincel de Heredia lacarne viva de Musset.» ¿Cómo pintar ahora la duda tremenda que ate-naceaba incesantemente su pensamiento cuandoen sus peregrinaciones atrevidas subía al infinitoen pos de la Verdad absoluta, o descendía a losabismos de Psiquis en busca del enigma interiory se perdía en los limbos del Nirvana, en cuyasherméticas brumas naufragaron pensadores y sa-bios videntes y profetas? ¿ Y su desmedido temor a la muerte, que en élera como una obsesión? Darío la veía en sueñosy a veces también despierto; adquiría a sus ojosformas apocalípticas o actitudes macabras, y en-tonces temblaba como la hierba azotada^por elhuracán, y se defendía de ella con el escudo dela plegaria. Pero la Muerte, en sus últimos poe-
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS 157mas, no constituía ya un leit-motiv desolado ydoliente, ni era ya la pesadilla pavorosa, sinomás bien una especie de ángel tutelar, que exal-taba su fantasía y aguzaba las facultades de suimaginación creadora. Desaparece el artista en la plenitud de su glo-ria, cristalizado en su propia materia radiante yenvuelto en su resplandor. El destino, que le fuétan cruelmente adverso y se ensañó en él confuror diabólico, desde la cuna al sepulcro, estáa su vez vencido; el poeta ha rasgado los velosde Isis y sabrá por fin «adonde vamos y de dón-de venimos», y si detrás de esa muralla dondese cuaja la tiniebla reina la espantable nochesin término o el deslumbramiento de la eternaaurora. Darío entra en «la sombra sin orillas», queanhelaba para sí Gutiérrez y Nájera, con fe, por-que en medio de sus tribulaciones era creyente,y ya sin temor, en un instante en que las mira- das de la Humanidad están suspensas del san-griento drama que incendia un mundo y hunde una civilización; pero a pesar de ello, en todos
158 RUBÉN DARÍOlos rincones del planeta donde llegaron los ecosde sus inspiraciones soberbias y de sus cantosimperecederos, habrá para su tumba palmas yflores, laureles y mirtos, blancas siemprevivas yazucenas incólumes y el homenaje fervoroso delos aedas, para su memoria augusta. En nuestro corazón atribulado perdurará, alpar del sentimiento de perenne y honda admi-ración por su talento, el del cariño sincero porel escritor y el hombre, ajeno a las emulacionesbastardas y a la rastrera envidia, optimista y alen-tador siempre, como todos los grandes y los fuer-tes; y que, malgrado las malignas embestidas delodio, atravesó la vida sonriente y sereno hastala hora postrera y pasó a la inmortalidad sinmanchar en el fango el lirio de sus alas, ¡con laalegría de un niño y la majestad de un Dios! Luis BERISSO.Mar del Plata.
Eí significado de la obra de Rubén Darío. Tengo para mí que el mérito principal de laobra de Rubén Darío reside en el hecho de ha-ber restaurado en nuestra edad el genuino y puroconcepto del clasicismo; es decir, en haber des-cubierto un Mediterráneo sagrado. Esta afirmación, que a primera vista pudieraparecer paradojal, es, sin embargo, la que mejorexplica e ilumina su obra de renovación de'laliteratura castellana. Siempre me he inclinado aver en ella, al través de la modernidad de la for-ma, un fondo clásico.
160 RUBÉN DARÍO Aclararé mi idea. No hay sino una sola escue-la clásica, un solo clasicismo verdadero; peroexisten dos interpretaciones del canon del arteclásico: una, esencialmente espiritual, y otra,meramente externa. La primera, que es para míla única admisible, como que atiende al espíritudel clasicismo, lo hace estribar, no en la inmo-vilidad hierática de la forma, sino en la concep-ción armoniosa y serena de la belleza. Clásicoes el artista que ve la realidad tal como es, leparece ser o debe ser. En el primer caso, se con-creta a pintar la Naturaleza así como sus ojosmateriales la ven; en el segundo, se limita a re-presentarla, lo cual es bien distinto de reprodu-cirla, y en el tercero, la idealiza, retocándola. Elclasicismo es la imitación de la Naturaleza ensus leyes eternas y en sus relaciones de orden,de gracia y de sabiduría. Se inclina por lo comúna concebirla como un equilibrio perfecto que seconoce con el nombre de economía de las par- es. Nada sin medida, todo proporcionado, l ategunda interpretación viene a ser la degenera-ción híbrida de la primera y cabe decir de ella
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS 161que es contemporánea de la Poética de Aristó-teles, el legislador del arte griego, que es paranosotros el arte clásico por excelencia, como loera ya para los latinos, imitadores más o menosserviles de los helenos, esto es, creadores delseudoclasicismo. Cuando los primeros poetasgriegos se entregaron a la creación espontáneay libre, dóciles a las leyes de la inspiración y dela armonía, establecieron sin saberlo las reglasde la imitación de la Naturaleza, que promulga-ría más tarde el Estagirita. Dichas reglas, antesde llegar a ser tales, no fueron más que la visiónserena, el sentimiento simple, la forma sencilla,la analogía pintoresca, el enlace inteligente, elespanto sagrado de los primitivos poetas. Muchotiempo después se convirtieron en preceptos rígi-dos e inviolables, verdaderas leyes de la natura-leza artística, los caracteres comunes a los poetasantiguos, pues antes de la aparición del princi-pium auctoritatis que explica toda la Retórica ytoda la Escolástica, lo antiguo fué lo respetabley lo establecido. Horacio aconsejaba aún en suArte poética que era preferible espigar en el cam- 11
162 RUBÉN DARÍOpo de los mitos tradicionales, a inventar fábulasnuevas. Aristóteles ordenó las reglas y dio nacimientocon su Poética a la preceptiva retórica, la imita-ción latina, las instituciones de Quintiliano, todaslas cuales pretendieron someter a pautas fijas ycánones preestablecidos la soberana y absolutalibertad del artista. No se vio en las obras maes-tras de la poesía primitiva, ricas de personalidad,de acento tónico, de movimiento, de color y devida, sino la forma, en ellas expresiva y en lasposteriores inerte. Así corno antiguamente sesostenía que la palabra evocaba el objeto deno-tado conjurándolo por onomatopeya o por no séqué relación mágica entre el verbo y las cosasinanimadas, creyóse también que bastaba la for-ma para expresar el espíritu, lo anímico y vita!de las obras de arte, y así un autor de nuestrosdías, M . Remy de Gourmont, caro a Rubén Da-río, pudo afirmar en el primer capítulo de La cul-ture des idees que la forma era lo esencial y per-manente. Sin duda, la forma bella, original ynueva, es lo imperecedero; mas ¿qué vida, qué
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS 163esencia, qué inmortalidad puede yacer en el fon-do muerto de las formas estereotipadas, trivialesy milenarias del neoclasicismo, condenado a roerlas migajas de la gran escuela clásica? ¿Qué se-mejanza tiene con el Apolo que adoraron losgriegos la copia de su simulacro hecha por unalumno de la Academia de Bellas Artes? En contra de este falso clasicismo, cultilatini-parlante o helenizaníe, que estriba en el amane-ramiento de las formas artísticas, se alzó RubénDarío bajo el influjo de los modernos poetas yescritores franceses, combatiéndolo con las mis-mas armas, esto es, empleando formas nuevas, através de las cuales se percibían los principiosfundamentales del clasicismo, que son las basesmismas del Arte. Muchos de los que siguieron aRubén Darío sólo acertaron a ver la revoluciónverbal en su campaña restauradora, del propiomodo que ciertos discípulos de Verlaine inter-pretaron el famoso precepto de la musique avanttóate chose en un sentido literal, distantes de per-cibir la música a que alude Darío en el prólogode Prosas profanas.
164 RUBÉN DARÍO ¿Cuál es la primera ley del creador? Crear,dice Rubén Darío. Y esta ley primera de la crea-ción, de la verdadera poesía, está por encima delas pretendidas leyes de la naturaleza artística yno reconoce otro límite que-el impulso incons-ciente del artista hacia la personalidad, el pr'm-cipiam individuationis de que habla Schopen-hauer, y que se cumple y se realiza tanto en lacriatura humana como en la obra de arte salidade su espíritu. Esta ley de la creación, de la originalidad, tanelemental y evidente, fué desconocida, sin em-bargo, por el arte latino, el cual señala la deca-dencia del arte clásico pagano. Los griegos crea-ron; los latinos imitaron. Atenas concibió arque-tipos; Roma nos legó copias. Hizo más todavía:transmitió a las lenguas románicas sus institu-ciones retóricas, sus conceptos poéticos. Y frayLuis de León imitó a Horacio por las mismasrazones por que Horacio imitó a Píndaro y Virgi-lio a Homero. Y todos los escritores posteriores,sin excluir algunos del siglo de oro de las letrascastellanas, se imitaron unos a otros o siguie-
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS 165ron las rutas trazadas por Aristóteles, Horacioy Quintiliano, por análogo motivo. Cuando noimitaron a nadie, surgieron las novelas picares-cas o aparecieron individualidades desmedidas,como Quevedo, Góngora y Gracián. El día en que surgió Rubén Darío, la literatu-ra castellana, fiel a la doctrina de la imitaciónlatina, vacilaba entre los maestros del siglo deoro y los románticos. La magna cuestión a re-solverse era si entre dos poetas preponderantes,moderno el uno y antiguo el otro, por cuál deambos había de optarse. Los llamados clásicosy románticos peleaban por una norma de imita-ción, un lugar común y un canon de belleza. ¿ Yla libertad del artista, de ver y sentir el mundocon sus propios ojos y su propia sensibilidad?¿Y el derecho del creador, de modelar la arci-lla de la belleza a imagen y semejanza de su pro-pio ser? En un siglo de libertades como el extinguido,todo se respetó y reconoció, menos la libertaddel Arte. Promulgados los derechos del hombrepolítico, .restaba por proclamar los derechos del
166 RUBÉN DARlOhombre artístico. ¿Y cuáles eran esos derechos?Eran derechos de libertad contra la esclavitudque la Retórica imponía a los prosadores y poe-tas en nombre del principio de autoridad que laEscolástica hiciera prevalecer sobre los siglospasados hasta el advenimiento del principio dela razón. Rubén Darío preconizó aquellos derechos yfué el primer poeta americano libre. Al alzarseen contra del neoclasicismo académico penin-sular, emancipó a la América de origen hispanodel vasallaje rendido y reconocido a la antiguametrópoli. Y como los derechos proclamadospor el poeta nicaragüense eran universales, lasnuevas generaciones españolas no tardaron enabrazarlos también. Y de este modo, lo que alprincipio parecía destinado a ser una simpleconquista de la América hispana, se convirtióen un gran triunfo de toda la raza que habla elidioma castellano. No es posible desconocer que la libertad pre-gonada por Rubén Darío, dio origen a la licen-cia y la anarquía; pero allí queda el principio
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS 167fecundo de la libertad en el orden, en la armo-nía, en la proporción, en la sencillez y en elequilibrio, defendido y practicado por él, y queno es, en síntesis, sino el fondo eterno del cla-sicismo. Yo admiro a Rubén Darío en la maestría su-prema del verso y de la prosa, y lo consideroel artista por excelencia; pero no creo que, a sumuerte, se olvide la lengua castellana en Amé-rica y España. Lugones, que no es ni puede serRubén Darío, lo completa, a mi entender. Elmagno poeta muerto representa el florecimientodel Arte, la melodía de la gaya ciencia, el en-canto refinado y exquisito de la palabra alada;Lugones es la fuerza expresiva, la violencia sin-fónica, el deslumbramiento genial. El dios deBeethoven está con Darío, y el de Wagner conLugones. Tal es, según mi pensar, el significado de laobra de Rubén \"Darío.ELOY FARIÑA NÚÑEZ.
impresión personal. El clisé verbal es dañoso porque encierra en sí el clisé mental, y juntos perpetúan la anquilosis, la inmovilidad. — RUBÉN DARÍO. La muerte de un gran espíritu con quien seha estado en contacto, en lo que los espíritustienen de más puro y duradero, su obra intelec-tual, es siempre un motivo de meditación y tris-teza. Todo un fondo de recuerdos y sensacionesse despierta de golpe y nos da, en medio de larealidad de hoy, absorbente y despiadada, la im-presión viva de nuestra formación espiritual. Así Darío. Le conocí en sus libros, en el alborde mi primera juventud, hace casi diez años,cuando en un buscar afanoso y vacilante a la
170 RUBÉN DARÍOvez, íbamos un grupo de muchachos al encuen-tro de esos dos bienes que nunca se alcanzandel todo: libertad y cultura. Zola, Almafuerte,Verlaine y un editorial de La Vanguardia: «todobella cosecha.» Horas de exaltación y de fiebre,de remoción profunda, de perspectivas impre-vistas, de horizontes insospechados, de revela-ciones ingenuas, de puras emociones, en que ellibro era el único bien y la alegría única... La poesía de Darío, con sus libres modos deexpresión y su clasicismo impecable y severo,con su música delicada y ligera de mandolinasy sus sones graves y pausados de órgano queentona responsos, con sus motivos griegos y suingenuo erotismo, con sus fantasías extrañas ysu simbolismo transparente, producía en nos-otros admiración y desconcierto. Creíamos quesu arte era una revolución. La poesía investidade audacia nos parecía más bella. ¿Era una revolución? El tiempo y la admira-ción más reflexiva imponen la pregunta. Nadietan rico de cultura literaria clásica y modernacomo ese peligroso innovador. Nadie conocía
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS Vilmejor la vieja literatura castellana, en que elgenio de la poesía popular ha dejado, como entodas, su huella imborrable. Y por eso, herma-nados en su temperamento estético y en su sen-sibilidad exquisita, iban el exámetro griego y laseguidilla gitana, el endecasílabo de gaita galle-ga y el alejandrino del viejo Berceo, el versolibre que sigue caprichosamente el ritmo variode la idea o emoción y el soneto de corte clási-co, tortura de poetas, modelado como una ánfo-ra. Por eso saltaba desde el Romancero a Ver-laine, pasando por Hugo y abarcando siglos. Él mismo lo ha dicho en cortas y modestasfrases que definen toda su estética: «Mi versoha nacido siempre con su cuerpo y su alma, yno le he aplicado ninguna clase de ortopedia.He, sí, cantado aires antiguos; y he querido irhacia el porvenir siempre bajo el divino impe-rio de la música: música de las ideas, músicadel verbo. He impuesto al instrumento lírico mivoluntad del momento, siendo' a mi vez órga-no de los instantes, vario y variable, según ladirección que imprime el inexplicable Destino.
172 RUBÉN DARÍOHe cantado en diferentes modos el espectáculomultiforme de la Naturaleza y su inmenso mis-terio.» Es que Darío aportó en su tiempo una nota quefué una renovación. Por eso provocó—él, que nodio nunca un manifiesto ni creía en las escuelasliterarias — admiradores que se decían discí-pulos. Y por eso, la crítica consagrada a rumiarsiempre el mismo pienso, le lanzó sus dardos.Difundió en América y llevó después a Españael movimiento de reacción estética que en losúltimos cuarenta años sacudió la literatura fran-cesa, haciéndola más rica, subjetiva y sensible. Este movimiento, a pesar de las inevitablesexageraciones, consagró en la poesía una notahondamente humana que no cultivaron tanto losclásicos ni los románticos: la nota íntima, per-sonal, la nota del lirismo subjetivo, en que elsentimiento, si puedo expresarme así, no estallaen largos lamentos o en forma grandilocuentey declamatoria, sino que se muestra casi pudo-roso en su encantadora vaguedad. Y reivindicótambién para la poesía el encanto de la música
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS 173verbal, haciendo del idioma un instrumento ma-leable, casi sensitivo, que alcanza, en la combi-nación de imágenes y palabras, a ser melódico,ágil y suave: trino, espuma, encaje... La fuerzade esa reacción literaria estaba en que era másinstintiva que dogmática. La musa popular, consus canciones rústicas, concisas, ingenuas y sim-ples, acordadas casi siempre al ritmo de la danzae impregnadas de simbolismo, dio un gran ma-terial a sus cultivadores. La poesía americana y española, bajo sus in-flujos se ha enriquecido. El ritmo y la rima tie-nen ahora una libertad que es fuerza y belleza,sin más limitaciones que las impuestas por elbuen gusto y el asunto que se trata: no se tra-duce el dolor en un metro «balzante» y ágil... Se le ha hecho y se le hace la objeción deque su poesía no expresó los sentires y aspira-ciones del siglo. Los que tal dicen rebajan elArte al querer asignarle una sola misión. Cadaartista siente de acuerdo con su modalidad per-sonal, y traduce, en su estética, el espectáculode la Naturaleza o de la vida que más impre-
174 RUBÉN DARÍOsiona su espíritu. Al poeta le basta, para cum-plir su misión y perdurar aumentando el caudalemocional de los hombres, con ser humano. Elamor y el dolor, con su gama infinita, siemprecambiante y siempre perdurable; con su signi-ficación universal y eterna, y con su dominioimplacable de las almas, esclavas de su ley im-periosa, han inspirado eternamente la Poesía.Rubén Darío los ha recogido en su verso cince-lado y en su música armoniosa. Y poco importaque haya visto sólo el aspecto individual o ínti-mo, porque el amor y el dolor son idiomas enque se comunican todas las almas. La Poesía tiene su finalidad en sí misma. Y,como alguien lo ha dicho, ella vivirá, no porquesea social, mística o pagana, sino porque seabella. Y de mí sé decir que admiro al poeta Ver-haeren, poeta de mi siglo y de mis ideales, quepara expresarlos revoluciona el ritmo e innovaen la forma; pero lo iguala en mi admiración elviejo Verlaine, cuya poesía de intimidad y desentimiento ingenuo ejercerá siempre un inven-cible atractivo.
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS 175 Tuvo Darío, como casi todos los poetas, esedesequilibrio que es su fuerza en el Arte y su de-bilidad en la vida. Hay en ellos un predominioexclusivo del sentimiento. Y por eso escollan enlos menesteres a que el vivir diario nos obliga,y circulan entre los demás como con azora-miento y tropezando. ¿Les haremos un repro-che por eso? Fué un laborioso. Su labio se aplicó a la flau-ta pánica con la persistencia que sólo dan losgrandes amores. Y sin querer imitadores y di-ciendo de su poesía «es mía en mí», cantabacon la serenidad de los que saben que crean:«Voy diciendo mi verso con una modestia tanorgullosa que solamente las espigas compren-den.» Por eso su vida es un ejemplo, en cuantocreyó en su arte intensamente y lo cultivó im-perturbable y fiero. Este poeta, que fué discu-tido e inició un movimiento de libertad, nos hadicho en estrofas divinas lo que debe ser ladivisa de los que estamos empeñados en una
RUBÉN DARlO Pasó una piedra que lanzó una honda;Pasó una flecha que aguzó un violento.La piedra de la honda fué a la onda,Y la flecha del odio fuese al viento. La virtud está en ser tranquilo y fuerte;Con el fuego interior todo se abrasa;Se triunfa del rencor y de la muerte,Y hacia Belén... la caravana pasa. ANTONIO DE TOMASO.
Rubén Darío. Rubén Darío, con el ejemplo de su obra, consu actitud espiritual, su probidad mental, su dis-tinción, su buen gusto, su gracia, su amor porla síntesis, su equilibrio, su armonía, ha ense-ñado, en calidad y cantidad, como nadie supohacerlo nunca, y ha influenciado con profundoprovecho todas las generaciones de escritoresdesde más de veinte años a esta parte en Amé-rica y España. Es el más grande innovador dela forma poética y el más consumado maestrode la versificación castellana que haya existido.Es el autor de la más importante evolución de 12
178 RUBÉN DARÍOnuestro idioma, al que prestó, en el verso y enla prosa, desconocida musicalidad, soltura, ma-tices, plasticidad, y es, en fin, quien dio el másvigoroso impulso a la renovación literaria quehoy prospera en los países de nuestra habla.Pero por lo que le estamos reconocidos eterna-mente, por lo que le exaltamos, es por habernosdado a manos llenas inéditos sujetos propios dela Poesía, por habernos revelado múltiples as-pectos de la belleza, que fué a buscar y extrajode las fuentes de la literatura, la leyenda, lasreligiones, la historia, el arte todo, calmandonuestro inmenso anhelo de perfección. Ello leconsagra su inmortalidad. Rubén Darío ha sido el poeta más grande ymás humano de los tiempos actuales. A él le fuédado hacer más lírico el lirismo; nos ofreciócomo nadie tan pura su emoción, que regía unasinceridad absoluta; nos mostró su estado dealma vestido con un ropaje tan rico de imáge-nes, novedad, armonía y poder verbal, que cadauna de sus producciones nos sorprende de ma-nera particular y distinta, y adquieren valor de
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS 179piezas únicas en la literatura del Continente yla Península. Es que el divino poeta hermanaba al don apo-líneo una sabiduría imponderable, y es que elhombre, hondamente sensible y verdadero, fuéprecoz en el dolor que presta la suma clarivi-dencia, el dolor que le fué dado con la virtuddel canto. Desde su adolescencia, y para siem-pre, le martirizó el mal de la vida; le torturó nosaber la razón del existir; le angustió la incerti-dumbre de la vida y la certidumbre de la muer-te; envenenó su corazón el prematuro convenci-miento y la constante comprobación de la vani-dad de todo; le convirtió en un ser errante y enun misántropo la incapacidad espiritual y físicapara adaptarse a la existencia. Su tristeza no se curó nunca. De ella, en formade melancolía sutilísima en unos, decepción yamargura en otros, aspiración a lo irreal, ansia de nunca visto y de nunca más, están impregna- dos todos sus poemas subjetivos. Su manera de ver y de sentir era y es todavía la de sus contemporáneos, y acaso lo sea siem-
180 RUBÉN DARÍOpre, porque Rubén Darío es un poeta eterno. Erael intérprete de nuestro sentimiento de hombres«llegados demasiado tarde», corroídos por lite-raturas filosóficas de negación. Comulguemos,pues, enhorabuena, con Rubén Darío. Dejemosaparte a D. Juan Valera, que no conoció otracosa que su primigenio Azul... y estuvo lejos depresentir al insigne domador de Pegaso de mástarde; dejemos al castizo académico, que no fuésino el puente entre el extraño cantor y las Ocasnormales. Dejemos a José Enrique Rodó, que ensu hora puso magnífico escolio a las Prosas pro-fanas para el universal personaje que no com-prende, y dejemos a Andrés González-Blanco,que sabe muy poco más que los Sres. Prudhom-me y Homais. Sin comentarista alguno entregué-monos al hondo y perfecto artista de los Cantosde vida y esperanza, y pasando por El Cantoerrante, pongamos nuestras almas al unísonodel poeta, del filósofo, del hombre lleno de me-lancolía viril que en el Poema de Otoño alcanzatan alta y noble expresión, en el desconcierto desu dolor: ciencia de la vida.
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS 181 Y, por sobre todo, sigamos su ejemplo; sepa-mos renovarnos y ser; natos herederos suyos,vigilemos su magnífico legado; tengamos en altosu nombre, orgullo de la estirpe, y su obra, queaún no ha dado todos sus frutos, y los dará porsiglos. EVAR MÉNDEZ.
Rubén Darío. Os magna sonafurum. Venía rosa el alba; azul estaba el cielo;Las ramas florecían; cantaba el ruiseñor...Y entonces dijo el vate:«La vida es pura y bella*;Y al son de aquel concierto vibró, sonó y cantó. Y forjó la palabra que bendice las cosas;Y la empapó en la savia divina del amor;Y puso en ella un suave calor de luz del alma,Y un sonoro latir de corazón. En la flauta de Pan palpitó de armonía,Y suspiró en las cuerdas de su magno laúd.Y en el albo corcel de las alas vibrantes Cabalgó por ía vida, y con hambre de luzFué subiendo al Parnaso, y al llegar a la cumbreSe lanzó a lo infinito y se perdió en lo azul. CAMPOAMOR DE LAFUENTE.
Rubén Darío. A media noche me llega un número de LaRazón. Lo abro, y doy con el último retrato deRubén Darío. Creo que lo publican con motivode su venida a Buenos Aires, y la realidad dela fúnebre noticia me sorprende y me consterna.Me mira desde la hoja de papel, con sus grandesojos abiertos: «¡Oh, mi amigo, mi amigo desiempre!, ya poseen mis pálidas manos las llavesde la Esfinge...» Su voz resuena entre los perfu-mes de los jazmines y las sombras de los árbo-les; las estrellas tienen más solemnidad y la lunamás melancolía. Ha concluido lo que fué ley de
186 RUBÉN DARfOsu existencia: ha dejado de peregrinar; pero noha concluido lo que fué su razón de vivir, y enel silencio de la noche levántase el coro de susarmonías con el séquito de sus sueños. Se levan-tan los antiguos acordes bajo estas mismas fron-das que los oyeron triunfales de sus labios ar-dientes en días que nunca volverán; se levantansobre algo más que sobre los despojos del poeta:se levantan sobre los jirones de nuestra juventudy sobre la mente de toda una generación que em-belleció sus mejores horas con los ritmos de suscantos. ¡Ah!, no es extraño que entre los perfu-mes de los jazmines y las sombras de los árbo-les, tengan las estrellas más solemnidad y la lunamás melancolía. * Solitario y espléndido vivió en- país tropical,donde las flores y las frutas, mimadas de la Na-turaleza, se nutren de sus más fértiles saviaspara eclipsar a los hombres... Una vez, en supresencia, en torno de una mesa del bulevar delas Capuchinas, un compatriota que se había de-
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS 187dicado a la piscicultura nos contaba que entrelos peces gríseos de su estanque le había naci-do uno de púrpura. Se devanaba los sesos sindar con la causa, cuando vio a un martín pesca-dor sumergirse en las aguas: en sus proximida-des otro amigo cultivaba los ejemplares rojos.Y o sonreí' imperceptiblemente mirando a Darío.¿Qué martín pescador de cuento de Las mil yuna noches se había llevado del Sena a Nicara-gua aquel huevo mágico en que había de estallaruna chispa del genio de Francia? Y no sólo apa-reció como ave extraña en la literatura de supaís, sino en la de toda tierra española. Cuandose sintió impregnado de su propia luz, arreba-tado por sus propias alas, conmovió los círculosplanetarios. Mas no aplastó a los Martes de lasodas guerreras ni a las Venus de sus álbumesgalantes, pues la única belleza de su rostro, susonrisa de inteligencia cortés, se traslucía hastaen sus ataques; y saludando reverente a Queve-do en Júpiter, o a Góngora en Saturno, se escapóde las órbitas. Dejó de ser el astro clasificadopara convertirse en el meteoro intangible. Voló
188 RUBÉN DARÍOpor los espacios de los dos hemisferios, impelidopor los cuatro vientos del espíritu. Se le vio bri-llar en Europa, se le vio resplandecer en Amé-rica: cada una de sus luces era una armonía.Pero las armonías levantaban coros de denues-tos entre himnos de admiraciones. Hasta que loshombres vencidos y las ciudades conquistadashicieron un voto de justicia: «Que triunfe la ver-dad vestida de hermosura.» Y en esta noche entodas las latitudes de la Tierra refulgen procesio-nes de lámparas encendidas por sus destellos...¿En dónde habrá ido a caer? Recojo el diario, ysu lectura me conmueve. El instinto de la muertele ha llevado a la tumba de sus padres: el mag-nífico meteoro de los cielos ha concluido comohumilde chispa del hogar de su casa... Si él pu-diese resucitar, nos diría con sus amables graciasde letrado cuál es la gran belleza de este tiernosímbolo. ** Venturosas noches pasadas a su lado entre losfantasmas brillantes de la imaginación y del
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS 189Arte; interminables charlas por el Palermo deBuenos Aires, por el Bosque de París, por lossalones y los teatros, en compañía de los ensue-ños y las quimeras que ayudan a olvidar y avivir; y cien anécdotas y mil recuerdos del bata-llar literario acuden a nuestra mente, vestidos yvestidas con ropajes de duelo, únicos que anuestro nombre van quedando en el telar de lashadas. Y de todas esas evocaciones, algunasse sobreponen constantemente, para traérmelocon la transparencia de las sombras eliseanasdesde el borde de la eternidad a las realidadesde su vida. Este gran poeta no dejó de ser nuncaun gran niño. De modo tal, que me obsesionauna frase leída ha tiempo sobre la muerte de SanJuan de la Cruz. El místico de la llama de Amorviva cerró con la tranquilidad de una criaturaque se duerme «los dulces ojos de mirar cansa-dos». Darío, maravillándose siempre, miró loque era hermoso, sin perder jamás la frescura de sus visiones. En tiempos en que los incapaces de escribir un libro, y a veces un artículo, se llamaban en Buenos Aires intelectuales, convir-
190 RUBÉN DARÍOtiendo a la ironía en máscara de su eunuquismo;en que se compraba esa careta en la tienda quellevaba por enseña: «A la sonrisa de AnatoleFrance»; en que el juego consistía en vilipendiara todo lo que fuese obra entre los desdenes dela barata literatura de sobremesa, y en que nadieparecía decirse que el dueño de la tienda habíaadquirido el difícil derecho de sonreír sobre elpedestal de veinte volúmenes; en esos tiempos ydespués, el poeta no perdió nunca su ingenuo,su ardiente, su infatigable entusiasmo. A las ve-ces no sabía romper las recles de una hábil mix-tificación, y quedaba preso como una mariposaen las telas de un nido de murciélago. Eso no senos importaba y resultaba más simpático, porqueel exceso del amor signo es de riqueza del tem-peramento. Y él era ante todo un poeta, aunquelas necesidades de la lucha le obligasen a lastareas del analista. Si las ideas, desenvolviéndose entre las teo-rías y los hechos, tienen en la prosa su historiaprofana y en la poesía su historia sagrada, comolo han creído y lo creen muchos espíritus, hay
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS 191que añadir que Darío lo creía con fanatismo. Sihubiese recitado los himnos de Orfeo, hubiesesido la cuerda y el eco; sentía como el hiero-íante y como la cosa; en su naturaleza se fundíael círculo de las correspondencias: habría quizásquerido corregir al Génesis, porque no refiereque el Universo brotó de un canto. Podía sumusa, coronada de rosas, volar risueña entre losmirtos de Versalles; podía oír los alegres tumul-tos del patio andaluz; podía, envuelta en trivia-les serpentinas, unirse a las risas del Carnaval;siempre en el respeto por su arte, persistía algodel antiguo estupor sagrado. Si traía para unamigo un volumen de Moreas, nuevo, una viejaedición de Ronsard hallada en los malecones,depositaba los libros sobre la mesa con misterioy solemnidad. Llevaba por las calles un Baude-laire ilustrado por Rop, como una hostia consa-grada en una custodia de Cellini. Lo que en otrohubiese parecido o tontería o farsa, en él, por losincero, causaba encanto. Al verle ciertos aspa-vientos candorosos ante el espíritu de ciertosraros, se le quería más. Este hombre tímido, casi
192 RUBÉN DARÍOsiempre mudo, que no se libraba sino a sus muyíntimos, se ha llevado el secreto de hablar de laPoesía como un sacerdote. Entre las inquietudesde su temperamento torturante, la adoraba con lainteligencia esclarecida de un Santo Tomás y lasuperstición irreductible de un indio de su tierra.Y aun—para volver al principio—con el amor deun niño siempre maravillado de sus colores, susritmos y sus perfumes. Por eso fué tan fuerte: laincomprensión lo asombraba; al oír las diatribasaumentaba las riquezas de sus camellos; volvíalos ojos a su astro, y murmurábase menos poé-ticamente, pero más gráficamente que en supoema: los perros ladran; la caravana pasa. ** No ha habido en este siglo de Baudelaire—yen el caso empleo expresamente este nombre— un poeta más angustiado que Darío por el enig- ma del mundo y los misterios de la muerte. En su sombra, ya fuese sobre la luna melancólica, como bajo el sol triunfal, veía perennemente la
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS 193mortaja inseparable de sus pasos. Y así, en susnecrologías de los grandes escritores juntába-se la sinceridad de su admiración al estremeci-miento de su atormentado espíritu para impro-v i s a r a s frases más hondas, más vibrantes, másaladas. En un mes de enero de hace muchosaños, varios amigos nos habíamos reunido conobjeto de retratarnos. Un repórter de La Nación,que sabía dónde estábamos, telefoneó a Daríoque Verlaine había muerto y que se esperabasu artículo. Schiaffino, Escalada, Leopoldo Díaz,Belisario Montero, Ballerini, Della Valle, De laCárcova, todos se pusieron a comentar la vida yla obra del poeta. Sólo Darío no hablaba; no vol-vía de su asombro; escuchaba sin comprender,con angustia no fingida, estupefacto cual si estu-viese en presencia del cadáver. Callado duranteel resto del día, pedía algún libro para buscar undato; y silenciosamente improvisó la intensa ora-ción fúnebre. Luego volvió a su mutismo, y esanoche más que nunca esperó sin acostarse la luzdel alba, acariciado sin duda por los ritmos desu Responso. Vivía entonces en mi barrio, y a la 13
194 RUBÉN DARÍOsiguiente tarde se me presentó con un aire demisterio que me era muy conocido. «¿Qué traede nuevo el conspirador?», le dije. Sin contes-tarme tiró de su bolsillo la hoja y se puso a reci-tar: «Padre y maestro mágico, liróforo celeste...» Aquel hombre, artista en todo, tenía verdade-ras ternuras para sus pasiones literarias; aun meparece oírle el acento conmovido de la voz tré-mula: ¡nunca un reverente silencio fuera rotoante mí por una más hermosa y singular armo-nía! Y nunca un poema de Rubén Darío fué dis-cutido con mayor saña. El «liróforo celeste» inyectaba hidrofobia roja;el «panida, Pan tú mismo» envenenaba el pan,la sopa y el postre; el «Pan bicorne» hería comoun Miura; «la siringa agreste» llevaba al paro-xismo del desconcierto; el «culto oculto y flores-tal» pedía fuego para la selva; hasta el inocente«son del sistro» gozaba del privilegio de blan-quear a los purpúreos y enrojecer a los exan-gües. Hoy se lee el poema con su ritmo y supensamiento tan bien fundidos, con su claridadtan transparente, con sus epítetos tan pintores-
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS !95eos y significativos, con su amplio tiempo deandante tan armonioso y tan grave, y no se com-prenden aquellas iras. ¿Por qué la banda delAteneo, desde su decano Carlos Vega a Lugones,su Benjamín, tronaba exasperando a los detrac-tores? ¿Por qué Schiaffino, De la Cárcova y Sí-vori libraban un combate diario en sus talleres?¿Por qué Mariano de Vedia y Julio Piquet losostenían bravamente en las redacciones de losperiódicos? ¿Por qué Belisario Montero aprove-chaba de su licencia consular para defenderle enla Casa de Gobierno? ¿Por qué al llegar yo a lasplayas de Quequén y Necochea me las hallabaardiendo contra Miguel Escalada? ¿Por qué nosera cosa útil saber el Responso de memoria,obligados a citarlo con fuego hasta en medio delas aguas? ¿Por qué la palabra decadente, em-pleada sin ton ni son, se prendía a las espaldascomo un cascabel de leprosos? ¿Por qué en am-bientes tan diversos se hablaba con igual enco-no, y si los hombres de letras querían arrojar alCalibán del reino de Ariel, los hombres de mundoquerían desollarlo como a Marcias? Rubén Da-
198 RUBÉN DARÍOrío poseía, sin duda, un don que singulariza aciertos escritores: el de encandecer la atmósferamental, expandir las controversias y comunicarfiebre a las ideas. Cuando la Dalila, de Perú y Moreno, sin co-queterías ni mimos, con sus medios resueltos ycaracterísticos, cortó a nuestro Sansón algunosmechones de pelo raro, se alzó un himno degozo y alabanza en las tiendas filisteas; perocuando el maestro francés, temiendo quizá quesin distingos se abusase de su gran nombre con-tra un luchador sincero, se apresuró a escribirque en el Aire suave los pausados giros lo erande talento y arte, los mismos filisteos, al ver re-toñar el pelo del poeta, gritaron que el críticoestaba loco. Así la pasión encendía los ánimos,y nosotros no siempre respetábamos en el cam-po adverso a hombres cargados de servicios alas letras, a quienes hoy reconocemos con afectotodos sus méritos. Darío, en tanto, permanecíainalterable, tal el astro sereno que levanta lasmareas. En las más febriles discusiones rompíasus silencios de Buda con distraídos «desde
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