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DOS BALAS PARA CLAIRE

Published by farmavideo, 2017-07-23 13:49:04

Description: Weird Western que que se sitúa en pueblo texano "El Charco" y narra el asesinato de la inocente campesina Claire Higgins y su regreso como forajida.

Keywords: weird western,balas,cowboys,Texas

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que estuviesen rodeados. Kodai tenía la certeza de que así era y por eso mismo jugó la carta desecuestrar al banquero. Fue un golpe de suerte porque sus hombres vieron el carruaje, pero nosabían quién iba dentro, aunque suponían que debía ser importante. Y no se equivocaron. Kodai se aproximó al caballo que sostenía Hanke y apoyó su navaja en el cuello del rehén. — ¡No queremos una masacre, sheriff! ¡Entregue a mi hija y este hombre regresará conustedes! ¡Último aviso! Ante la falta de respuesta, el jefe bajó de su caballo y caminó hacia la entrada. Su segundole advirtió que no lo hiciera, pero Kodai estaba decidido, pateó la puerta y entró. Miró hacia lasceldas, pero su hija no se encontraba allí. Cuando divisó los barriles de pólvora en medio de laestancia ya era tarde. Por una de las ventanas laterales cayó una antorcha encendida, como todarespuesta a su irrupción. Cuando tocó el piso, en medio de un reguero de polvo explosivo, laprimera chispa marcó su destino. La explosión voló los cristales y gran parte de la mampostería del frente. Las llamassalieron por la ventana y los restos cayeron sobre los indios apostados en el frente y sobre eljinete más expuesto. Ellison Hanke fue quien recibió más impactos de roca y metal hirviendo envarias partes de su cuerpo. Los hombres apostados en los techos comenzaron a disparar aquemarropa sobre los indios restantes, que cayeron en segundos, a excepción de Dorak que pudoalejarse de la emboscada a todo galope. El jefe Kodai nunca salió del lugar, convertido en un infierno en llamas. *** 4 Morrow escuchó la explosión sentado en el escritorio de la casa de Hanke. No hizo ningúncomentario hasta que uno de sus hombres le hizo una señal a través de la ventana, entonces dejóde mirar hacia afuera y se concentró en Imalá, que seguía sentada en una esquina de la oficinacon las manos y los pies atados a una silla de estilo. Osman los había dejado solos para retirarse asu oficina en el banco. —Mi querida, creo que tu tribu ha perdido la primera batalla. Ah, y debo felicitarte, no sécómo manejen las jerarquías en tu tribu, pero supongo que, ante la muerte de tu padre, debes serla nueva “cacique”. Imalá sintió como su sangre bullía por dentro y las lágrimas estallaban en su rostro. Gritócon todas sus fuerzas mirando hacia arriba. —Sé que no es el mejor momento para pedirte calma, pero tranquilízate. Créeme que aúntienes mucho que perder. —Ella siguió llorando, pero sin gritar. Comenzó a hablar en mescal,maldiciendo. Morrow la miraba fijo. No le gustaban esas maldiciones proferidas en un idiomaque no entendía, pero había aprendido a convivir con ellas. Además, cada vez que un indio habíaosado amenazarlo o maldecirlo, no vivía mucho más para contarlo. El caso de Imalá era distinto,seguía siendo su carnada y no le había ido mal manteniéndola en esa condición. Sólo faltaba queBennet pique y acuda al rescate. Eliminar al resto de la aldea apache era cuestión de tiempo,acababan de ser descabezados. Uno de sus hombres entró, agitado y lleno de hollín. —Permiso para hablar, señor. —Adelante, soldado, ¿cuál es el problema?

—El señor Hanke había sido tomado como rehén por los indios, sólo uno de ellos escapó,pero el banquero está malherido y atado a un caballo. Morrow trató de analizar la situación en pocos segundos. El banquero iba a reunirse con elgobernador a pedido suyo y para generar una distracción. Su verdadero aliado en El pueblo eraZeke Osman y para tener libertad de acción debían allanar el camino quitándoselo de encima. Enel fondo le convenía que Hanke estuviese convaleciente o en agonía. —Trasládenlo de inmediato al domicilio del doctor. Si él designa otro lugar más adecuadoque lo interne allí y que se ocupe en persona. No lo traigan aquí, es peligroso y estamosocupando la propiedad del señor Hanke como oficina provisional del sheriff. —De acuerdo, señor. Cuando se marchó el soldado, Morrow se relajó, a pesar de los imponderables todo ibaresultando a su favor. No creyó que fuese tan fácil deshacerse del jefe indio, sin embargo, yapodía tacharlo de su lista de enemigos de cuidado. Y no veía la hora de comprobar que lequedaba como fortaleza a ese ejército apache acéfalo. Los aplastaría como a hormigas. *** 5 Dorak cabalgó a toda velocidad para alejarse del ataque. Tenía una bala incrustada en suscostillas y una de sus piernas quemadas por la explosión. En la cabeza también exhibía un corteprofundo que lo hacía sangrar y le impedía ver a través de uno de sus ojos. Al parecer nadie loperseguía, pero no cesó de apurar a su caballo. Tampoco llevaba armas, las había perdido en elataque y sólo le quedaba su arco cruzado en la espalda, aunque sin flechas. Se dirigió hacia elmonte más cercano, no quería seguir siendo blanco fácil, creyó lograrlo hasta que se percató deque allí también había caballos y hombres blancos. No parecían del ejército. Buscó en su cinturay sacó el cuchillo; si fuera necesario moriría peleando como su jefe Kodai, su espíritu libre lomerecía. Pero la vista se le seguía nublando y su cuerpo se hacía más y más débil. Soltó lasriendas y se desplomó hacia el suelo. No perdió la conciencia por lo que pudo ver como uno delos hombres se aproximaba. Aferró su cuchillo, si tenía suerte y no le disparaban, lo degollaríacuando estuviese encima. Al ver el rostro que se asomó sobre el suyo, no pudo más que aliviarse. — ¡Dorak! —dijo el vaquero. —Halcón Rojo, sabía que te vería otra vez… antes de morir. —el indio se desvaneció, peroseguía con vida. Bennet le pidió a Templeton que lo ayude a trasladarlo bajo la sombra de unárbol. También ocultaron el caballo para que no sea distinguible desde la calle principal. Duncan puso al corriente a los presentes sobre su relación con Dorak, el segundo del JefeKodai. Cuando vivió en su aldea, era como su hermano de sangre. Kodai también lo quería comoa un hijo ya que con su mujer sólo pudo concebir a Imalá antes de que muriera. Al fallecer suesposa, el jefe ya no estuvo interesado en seguir buscando perpetuar el linaje engendrando a otrohijo. Entonces decidió que Dorak sería su heredero, tenía todo lo necesario: era intrépido,inquieto y de corazón noble. Al principio Duncan creía que su amigo codiciaba el corazón deImalá por la manera en que la celaba cuando estaban juntos, pero luego entendió que el amor quele tenía el joven indio era fraternal. Dorak extrañaba mucho a su hermano blanco Halcón Rojo ypensó varias veces en ir a visitarlo, pero Kodai le aconsejaba tomar distancia de cualquierasentamiento de hombres blancos mientras estuvieran en paz. Ahora todo eso había acabado de la peor manera.

—No muchos pueden presumir de semejante vínculo con alguna tribu india, Duncan,realmente eres alguien especial —dijo María, con admiración. —Las cosas se dieron así. Si el viejo Reginald Bennet hubiera sido una persona de bien,jamás me hubiese ido del pueblo y no los conocería tanto y tan bien. —Se lo debes —agregó Dolan. Quizás eso termine salvando unas cuantas vidas, dado loque está pasando. —Que francamente, no termino de entender —Duncan apuntó los binoculares que le trajoTempleton, pero no pudo apreciar más que una columna de humo en la oficina del sheriff desdedonde estaba. La voz familiar sonó detrás suyo. —Mataron al jefe Kodai, hermano Halcón. Los cobardes nos tendieron una emboscada. Duncan se inclinó sobre el indio. Le sonrió con amargura. —Hermano Dorak, a pesar de todo esto, me alegro de volver a verte. Dorak tenía los ojos llorosos. —Lo mataron, hermanito, mataron a Kodai. Y quizás Imalá esté muerta también. Duncan tomó la cabeza del indio con ambas manos y lo miró directo a los ojos. —No, Imalá está viva. La he visto, quédate tranquilo. La trasladaron antes de tender latrampa para Kodai —Dorak sonrió como pudo y luego no logró contener la mueca de dolor—.Debo regresar a la aldea. Debo… —se desmayó de nuevo antes de poder continuar. Bennet comenzaba a ver las cosas con mayor claridad. La crisis era tan profunda que loobligaba a tomar decisiones instantáneas. Debía llevar a Dorak a la aldea para que lo curen ytambién puedan reorganizarse. Sin dudas ese indio era el único sucesor de Kodai y quien de unmodo u otro podía rearmar su ejército, ya no para atacar El Charco y vengar a Kodai, que sinduda estaría en sus planes, sino para cuidar la aldea de una probable invasión del ejército texano. Charlie se acercó al ver el estado pensativo de su amigo. —Sheriff, tenemos que hacer algo, no me animo a sugerirle nada, pero supongo que ustedlo sabrá mejor que yo. Duncan se puso de pie. Todos lo observaban atentamente. —Sr. Templeton, necesito encomendarle una tarea que puede costarle la vida, aunquesupongo que estará preparado para eso. Mis hombres lo asistirán. Hutch Templeton asintió, tragando saliva. —María, Nick, Charlie, nosotros llevaremos a Dorak a su tribu. Si no lo hacemos sushombres sin líder vendrán a vengarse con compulsión y serán aniquilados sin piedad. LuegoMorrow hará del lugar tierra arrasada. Este hombre —dijo señalando al apache— es el caciqueque necesitan, pero su brujo debe curarlo. Y, por cierto, hasta podrá ayudar a Dolan arecuperarse. Sé de lo que es capaz. — ¿Y cuál es mi tarea, Sr. Bennet? –inquirió Templeton. —No la tienes fácil, debes rescatar a Imalá. *** 6 —Lo siento —dijo el cochero con gesto apesadumbrado—. No puedo llevarlo hasta ElCharco hoy. Está bajo asedio apache. Enoch Hays no podía creer en lo que estaba escuchando, casi finales del siglo XIX y aúntener que lidiar con aborígenes salvajes.

— ¿Qué clase de pueblo es ese? ¿O debo decir “tribu”? —No lo creo, es un lugar tranquilo, señor, de hecho, tenían una buena relación con losapaches de la región, aun cuando funcionaba la mina cerca, no sé qué habrá sucedido luego. —De acuerdo, ¿cuánto es lo más que puede acercarme? El cochero lo pensó unos segundos. Hay una posada a unas cuantas millas. El problema es que si la situación no se resuelvequedará aislado y sin poder regresar. Quizás puedan venderle un caballo allí mismo, pero ya notengo la seguridad de que puedan hacerlo. —De acuerdo, lléveme lo más pronto posible. En su cabeza pensó que quizás esto tuviese que ver con su misión. Luego creyó que loestaba forzando para llenar sus expectativas y no era prudente. También evaluó la posibilidad deque Pinkerton supiese de esto y lo haya engañado para que cumpla una función más cercana alespionaje. No creía que quisiese utilizarlo como soldado o pistolero de campo, no se le dabanmuy bien las armas. En el transcurso también tuvo algunos minutos para pensar en la dama a laque le había dado la tarjeta. Ni siquiera le había preguntado su nombre y resultó que ahora esehecho le molestaba. La lucha que solían mantener su carácter obsesivo y sus emociones entre síle daban esa clase de debates. Ahora la pensaba como a una mujer hermosa y lo que había sidoincordio y molestia le parecieron, a la distancia, signos de arrojo y valentía para una mujer solaen viaje. Independencia como signo de inteligencia. Después de todo, ¿a cuántas mujeres élhubiese sido capaz de abordar de esa manera? Sus parejas siempre habían surgido de amistadesen común o contactos que le dieron la oportunidad, pero no podría decir que fuese un seductorespontáneo nato. Y cuando tuvo la oportunidad de que eso cambiara, una mujer por poco searroja a sus pies y él se hizo el interesante. Patético. Trató de despejar su mente y focalizarse en su misión. Tomó de nuevo el sobre y buscó sihabía más material. Encontró una tercera hoja en la cual se describían detalles de la vida de lachica. Figuraban hasta sus hábitos de vestimenta y algunos datos alimenticios. Pensó en lacantidad de recursos que la agencia utilizaba y que quizás no terminaran sirviendo a ningún finresolutivo. Evaluó si sería conveniente utilizar su misma identidad o un alias. Volvió a revisar elsobre y su jefe se había anticipado. Tenía un documento nuevo a nombre de Oliver Tusk,vendedor de seguros. Le gustó el nombre, aunque no tanto la profesión. Cuando se entrevistarade nuevo con Pinkerton le haría algunas sugerencias al respecto. Mientras tanto, el sueño loinvadió. Ni siquiera se percató de cuando cerró los ojos con los papeles aún en sus manos. A lospocos minutos comenzó a tener pesadillas. Pesadillas con serpientes blancas y negras. *** 7 El grupo de hombres llegó a la aldea con un aspecto de agotamiento general. Se vieronobligados a mantener un ritmo acelerado de cabalgata y tanto ellos como los animales estabansedientos y exhaustos. Dorak bajó del caballo casi desplomándose. Skah lo asistió de inmediato yle pidió al chaman que trate de curar sus heridas. El brujo se alegró a ver a Bennet y lo estrechóen un abrazo. Eso logró que el resto de los apaches dejaran de ver a los forasteros con hostilidad.Bennet presentó a sus compañeros y comenzó a hablar de lo sucedido, dejó que Dorak lescomunique de la muerte de Kodai, lo cual conmocionó a todos.

El brujo Skah y el hechicero Lootah coincidieron con que Dorak debía ser quien sucedieraa Kodai, al menos hasta reunir una asamblea que pueda elegir un nuevo líder o determinar si éldebía serlo de manera permanente. Bennet también los puso al tanto de la situación de Imalá ycómo había delegado su rescate. —No entiendo porque no fuiste tú quien se encargue de traerla a nosotros, Halcón Rojo,ella fue a buscarte. —Tuve que contenerme para no hacerlo, Skah, pero la verdad, en el fondo de esto, es queel capitán Morrow quiere que sea yo quien lo intente para poder neutralizarme. Y una vezlogrado, la vida de Imalá no tendría más valor para él. Mis hombres son tan valerosos comoprescindibles, dadas las circunstancias. No quieren morir, pero están dispuestos a hacerlo parasalvar vidas inocentes, no sólo de El Charco sino de su tribu. — ¿Y por qué querrían eso? —Porque yo se los he pedido. Y porque, al igual que ustedes mismos me han enseñado aver, también llevan nobleza en su corazón. Luego vino otra discusión sobre cómo seguir la batalla sin cuartel que se estaba dando enEl Charco. Bennet les habló de lo que para él era el avance del gobernador de Texas sobre sutribu con la intención de despejar el área para la instalación de otra compañía minera y cómodebían ocuparse de impedirlo. En ese momento Dorak se puso de pie con gran esfuerzo y miró atodos los presentes. —Propongo que aunemos fuerzas con Halcón Rojo y nos comande para derrotar a lostiranos que quieren eliminar a nuestra gente. Tiene un puñado de hombres valientes, conoce aquienes están haciéndonos esto y quiere que nuestra tribu sobreviva. No hay otra salida. Skah se mantuvo prudente. —Eso debemos votarlo en el Concejo. —No hay tiempo, brujo. En menos de un sol tendremos a los ejércitos del hombre blancosobre nuestro pueblo. — ¿Y tú que crees, Halcón Rojo? Bennet estaba un poco sorprendido por la ocurrencia de Dorak, pero a su mente no veníaotra alternativa que tuviese mayor claridad. —Creo que tampoco tenemos tiempo de evaluar otras opciones y no nos queda otrocamino que pelear juntos. Pero no como si fuese parte de una tregua, sino de un lazo permanenteque nos separe de la injusticia. Mi intención es desplazar al sheriff y demostrarle al gobernadorque no nos dejaremos pisotear. Ese mismo gobernador que apoyó mi gestión es quien ahoraquiere allanar el camino para que se instale una compañía que solo traerá más muerte ydestrucción, al margen de llenar bolsillos de gente a la que no le importamos. Estoy dispuesto aluchar por nuestros pueblos y a liderar con la asistencia de Dorak y la de toda tu tribu. Skah suspiró profundamente. —No hay mucho que agregar, entonces. Tus palabras revisten sabiduría a pesar de la faltade tiempo para meditar todo este asunto. Que el dios sol esté contigo y con tus hombres, Halcón.Y que proteja a nuestra Imalá de la amenaza blanca. *** 8

Nick Dolan estaba en medio del sueño provocado por el emplasto que le colocó en laherida el chamán de la tribu apache. Ya no sentía dolor agudo, pero si una ensoñación constante.Apoyado en un árbol, lejos de sus compañeros, comenzó a oír el sonido del arroyo próximo y elagitar de las aguas. Preocupado por la posibilidad de estar acechado por intrusos, se levantó ycaminó hacia la orilla para comprobarlo. Al llegar a otro árbol cercano, pudo ver a ClaireHiggins en cuclillas, sola, refrescándose el rostro y los brazos. Luego la chica miró hacia amboslados, se quitó el cinturón con la pistolera, las botas, los pantalones y la camisa y se metió alagua para gozar de su frescura. El arroyo no era demasiado profundo, por lo que el nivel lellegaba a la cintura, suficiente para que Nick pudiese apreciar la belleza de su desnudez. Al nosaberse observada, Claire disfrutaba de cada gota resbalando sobre su cuerpo sin pudor y del solpegándole en la cara y en su torso, tan blancos que no parecían haber sido expuestos hasta esemomento. Absorto, Nick se apoyó en una rama que tuvo la inoportunidad de romperse y hacer unruido revelador. Claire se llevó las manos a sus pechos tapándose y mirando hacia donde estabaél, con recelo. Nick decidió mostrarse. —Lo siento princesa, es que estás dando todo un espectáculo al que no me pude resistir.Me iré si te molesto. Claire abrió la boca mostrando sorpresa. —Me molesta que no dijeras que estabas allí. Te haría bien un baño, ¿por qué no vienes? El hombre miró hacia atrás, no había rastros de sus compañeros, y no sabía cuántas vecesen la vida se le presentaría la oportunidad de ceder a esa tentación, no porque no tuviese acceso amujeres hermosas, sino porque Claire era a la mujer que deseaba más allá de sus enigmas. — ¿Eres consciente de lo que puede pasar? —Relájate, prometo que si te tengo que ahogar no te haré sufrir más de lo necesario. Dolan llegó a su límite del juego verbal, además los pechos de Claire, otra vez a la vista, lodistraían demasiado. Se quitó la camisa y se metió en el agua junto a ella. —Oye, no es justo, yo no tengo ninguna prenda. Tus pantalones sobran. —Es que me aún me duele un poco la pierna y me lleva tiempo quitarlos. —Te ayudaré. Claire comenzó a bajar los pantalones de su compañero rozando toda su cintura con losdedos con mucha lentitud, luego los dejó caer, no sin antes notar la excitación que le habíaprovocado. Abrió la boca con un gesto de picardía. —Vaquero, ¿me estás queriendo dar un mensaje? —Niña, estás jugando con fuego. —Dejé de ser una niña, hace rato —Se tiró sobre Nick pasándole el brazo por el cuello.Pegó su cuerpo al de él y dejó su cara a milímetros de su boca, a la cual no llegaba si él norespondía de la misma manera. Pero Nick no vaciló y bajó su cabeza para besarla con intensidad,pasó sus manos por su cintura y las hizo bajar a su trasero voluminoso y firme. La chicareaccionaba con risas al notar la gigantesca erección que tenía al estar pegado a ella. Se despegódel beso, pero lo tomó de la mano para arrastrarlo a la orilla, lo ayudó a recostarse sobre la roca yse le sentó encima de sus piernas. — ¡Cuidado, muñeca! Recuerda… —Sí, tranquilo, haré que te olvides del dolor. Claire se inclinó para besarlo nuevamente,esta vez tomando la iniciativa. A Nick lo enloquecía sentir su cabello empapado rozándole lasmejillas. Ella siguió mordiendo su labio inferior y luego atacó el cuello mientras sus manossuaves iban recorriendo el torso. —Vas a hacerme explotar.

—Tranquilo, chico dinamita… Claire siguió bajando con su boca hasta el pecho y luego hacia el abdomen. Entonces Nicksintió un dolor intenso en esa zona, dejó su ensoñación y miró lo que estaba haciendo sucompañera. —Oye, me estás haciendo doler. Claire levantó la cabeza, sus ojos estaban rojos y sus dientes habían desarrollado un filoque les daba apariencia de colmillos de lobo. Su lengua parecía la de un bífido y salía de su bocaa mucha más distancia que cualquiera que fuese humana. Cuando volvió a hablar, su voz eraronca y sibilante a la vez. —Quieto, vaquero, te comeré entero antes de que te des cuenta. Nick pegó el grito al tiempo que abrió los ojos, pero ya no estaba con Claire, sino apoyadoen el árbol en el que se estaba durmiendo antes de bajar al arroyo. María lo observaba, sentada asu lado. —Tranquilízate, el chamán dijo que podrías tener algunas pesadillas o alucinaciones. Dolan sudaba a mares. —Fue todo muy real. — ¿Lo recuerdas? —Esta vez sí —Se tomó unos segundos para elegir las palabras—. Vi a una versión deClaire Higgins con grandes colmillos y lengua de serpiente a punto de devorarme. —Vaya, ¡qué mal te trae esa chica! Toda una alegoría. —No, es algo malo, de verdad. Una presencia demoníaca. — ¿Y tú crees en esas cosas? —No, hasta que las veo. —En una pesadilla. —Como sea. Oye, ¿me haces un favor?, lo necesito. Dime. Nick tomó el pañuelo del cuello de María y la atrajo hacia sí, pegó su boca a la de la rangery comenzó a besarla con pasión. Ella no ocultó su sorpresa y permaneció con los ojos abiertos,pero a los pocos segundos se relajó y respondió al beso, incluso acariciando su cabeza conternura. Cuando él la soltó, le faltaba el aire. — ¿Tienes abstinencia? —No es eso, quería besarte. A ti, no a nadie más. María se sonrojó, hubiese querido minimizar el beso y la ponía nerviosa que Dolan siguieraponiéndose sentimental. —Insisto en que eres un hombre solo y soy la única mujer por aquí. El chamán habló deque podías alucinar, ¿recuerdas? — ¿Tanto te cuesta aceptar que le gustes a alguien y que te quiera bien? —Ella miró haciaabajo, con aire triste. Pensó que quizás su compañero tuviese razón y todo el tiempo se pusiera ala defensiva. —Perdóname. A veces siento que es muy peligroso bajar la guardia. — ¿Entonces? Ella se abalanzó y le dio otro beso, más largo y profundo que el anterior. —Nada, no me hagas caso —Se paró y lo dejó en ese mismo árbol, saboreando de la dulceconfusión—. ***

9 La calle principal de El Charco permanecía desierta por dos razones: la primera era la grancantidad de soldados apostados en todos los techos apuntando hacia ella en franca espera delinminente ataque indio. Habían eliminado a su jefe, lo cual era señal de una represalia inmediata.La segunda razón era que el propio sheriff había instalado una suerte de estado de sitio en el quecada habitante debía justificar su tránsito por la zona. Varios hombres de guardia en las esquinasy puestos principales se encargaban de increpar a los peatones, que no eran demasiados, dada lasituación. Hutch Templeton, Walton, Stone, Sánchez y Williams se ubicaron detrás de la galería delsalón. La idea era no ser vistos por los soldados e intentar el rescate de la chica india, que sabíanque se encontraba en la casa de Ellison Hanke, ahora ocupada por el sheriff Morrow. Hankehabía sido trasladado al consultorio del Dr. Harlow, que estaba tratando las quemaduras ylesiones más graves. Sobreviviría, pero con un aspecto muy diferente al que solía tener. A Hutchse le había ocurrido crear una distracción a partir del estado del banquero, intentando sacar aMorrow del lugar. Enviaría a alguien que Morrow no conociera para que golpee la puerta de lacasa y le avise que Hanke estaba en muy mal estado y necesitaba darle algunas órdenesimportantes, sólo a él. Morrow no dejaría a Imalá sola, sí en compañía de Osman y quizás algúnotro hombre, pero no muchos más, lo cual haría la tarea más fácil. —Don Williams golpeó la puerta de la residencia Hanke. Osman atendió. Pidió hablar conMorrow y el ayudante del banquero lo llamó. —Sheriff, lo necesitan en el consultorio del Dr. Harlow, es probable que el Sr. Hanke nosobreviva y debe darle algunas instrucciones personalmente. Morrow miró detenidamente al hombre: era corpulento, podría haber sido militar. Sumente programada para la selección de soldados lo consideró un desperdicio. — ¿Y tú quién eres? —Don Williams, señor, ayudo al doctor a trasladar cuerpos, me llama cuando me necesita. El sheriff lo miró unos segundos, evaluando si debía creerle. —Muy bien, aguarda —Volvió a entrar, salió con uno de sus soldados al que dejó en lapuerta y comenzó a caminar con él en el sentido en el que se ubicaba el consultorio, a un par decalles. Cuando estuvieron a una distancia prudencial, Templeton les hizo señas a los tres hombresque le quedaban para acercarse a la puerta. Walton sorprendió al soldado que hacía la custodiacon un golpe en el mentón, mientras Stone lo desarmaba quitándole el rifle. Sánchez pateó lapuerta y los cuatro entraron, arrastrando el cuerpo desmayado del guardia. Adentro, Osman sehabía incorporado de su asiento con las manos en alto. —Por favor no disparen, sólo llévense lo que han venido a buscar. — ¡Señor Templeton! —exclamó Imalá con una mezcla de miedo y entusiasmo. — ¿Estás bien? ¿Te han hecho daño? —Han matado a mi padre, nadie sanará eso. —Lo siento mucho, vi la explosión desde afuera, pero será mejor que nos vayamos. Tomó a la chica del brazo sin mediar más palabra, una vez que la hubo desatado. El restoseguía apuntando a Osman que no parecía tener intenciones de resistirse. Llegaron al fondo de lavivienda, a la puerta que habían visto con Bennet desde el monte y por donde el sheriff trajo aImalá. Al abrirla, Templeton sintió que se le aflojaban las piernas.

Morrow estaba de pie a unas pocas yardas, esperándolos. A su lado, de rodillas y con lasmanos atadas a la espalda, Don Williams esperaba su destino. Hutch y sus hombres quedaronestáticos. —Señor Templeton, ¿sabe lo único que me queda por hacer cuando me subestiman comousted lo ha hecho? —Hutch guardó silencio—. Sólo esto —dijo desenfundando y dándole un tiroa Williams en la sien. Cayó al piso levantando una nube de polvo, sin emitir más que un ruido agolpe seco. Hutch se mordió para no gritar por el dolor que le causó la ejecución de su amigo. —Le aconsejaría medir sus movimientos —dijo señalando el tejado—. Mis hombres tienenorden de disparar a lo que les parezca hostil. Y usted definitivamente no es un buen ayudante,disculpe que lo mencione. ¿Señor Osman, sigue vivo? —Si señor —gritó Zeke desde atrás, ya sin tono temeroso. El guardia también está vivo,sólo fue golpeado. —Muy bien, usted y sus hombres tiren las armas a mis pies. Hoy vivirán porque no soy tanmalo después de todo y no han hecho más que hacerme perder el tiempo. Su compañero pagó elprecio de intentar engañarme cara a cara, como si fuese un niño. Ahora retírense. No haymensaje para el Sr. Bennet. O tal vez sí; sólo díganle que su prometida sigue con vida, pero sólohasta que me aburra de esperarlo. Y ya me estoy cansando. Si no viene personalmente pues, norespondo de lo que haga. El tiempo es oro —les apuntó mientras señalaba con su revólver elcamino para que se vayan, sin armas y también despojados de sus caballos. Osman volvió atomar a Imalá para llevarla adentro. Los hombres de Templeton comenzaron a caminar hacia el monte. —No, señores, vayan por la calle principal. Quiero que sepan cómo se ve la humillación yque mis hombres se diviertan. Tomaron el pasaje y fueron por el centro del camino. La gente los observaba con pena. Ytambién con la incertidumbre de no saber que podían esperar de aquí en más. — ¡No se preocupen, habitantes de El Charco! —gritó Hutch—. Alguien cuida aún poreste pueblo. Ya lo verán. Los soldados en los techos rieron, pero Templeton hablaba muy en serio. *** 10 La posada de los Bentley era acogedora y similar a una residencia de campo de cualquierterrateniente de la zona. No parecía un parador de emergencia sino un lugar vacacional. Linda yDerek Bentley eran dos cordiales sexagenarios que disfrutaban de atender a sus huéspedes,contando con apenas dos empleados más para ocuparse de las habitaciones, de la cocina y de lalimpieza en general. Linda hacía a las veces de conserje. Derek, en cambio, cubría los trámitesadministrativos, aunque no dejaba de departir con alguno de los huéspedes si lo encontrabainteresante. Tal parecía ser el caso de Enoch Hays, cuya actividad lo intrigaba. Linda estabaexplicándole cómo funcionaba el parador cuando el hombre se acercó de manera intempestiva. —Hazme el favor de no atosigar al señor con tanta cháchara, Linda, déjame que termine deexplicarle que entre hombres nos entenderemos mejor. Hays se mostró sorprendido, Linda estaba haciendo un buen trabajo y era muy amena paraexplicar y atender las necesidades del pasajero, sin embargo, la actitud de Derek le pareció

descortés. No obstante, extendió la mano hacia el hombre, solía intentar enseñar modales afuerza de pura cortesía. —Enoch Hays, señor. Por favor déjeme decirle que la señora estaba haciendo un excelentetrabajo, ¿cómo es su nombre? —Derek Bentley. Desde luego que sí, señor Hays, Linda es mi esposa y estoy orgulloso deella —la mujer se sonrojó un poco. Hays le guiño un ojo expresando complicidad—. Es sólo queme movió la curiosidad ¿es usted de la agencia Pinkerton? —Así es, ¿conoce a alguien allí? —No, pero su reputación la precede. Siempre estuve con la Unión y sé de los valores quehan aportado para la consolidación de nuestro gobierno. El Sr. Pinkerton es un héroe nacional. —Ojalá todos pensaran como usted, tendríamos menos trabajo. Ambos rieron, Derek invitó a su huésped a fumar un puro en el hall mientras preparaban sucuarto. Hays sabía que se venía un interrogatorio por parte del dueño de casa, pero tenía muchosrecursos para hablar sin decir nada concluyente y, por el contrario, podía intentar extraer elmáximo de información. — ¿Qué sucede en realidad, Sr. Hays? Sabemos que desde que la mina no funciona máscerca de El Charco se ha convertido en un pueblo fantasma. ¿Cuál es el interés de la agenciacomo para verse motivada a enviar a un espía? Enoch sonrió. A la gente le parecía natural que los espías vayan identificándose por allí. —Le confiaré algo: mi jefe, el señor Pinkerton, me ha dado documentación para ocultar miidentidad y así trabajar en el anonimato, pero ¿sabe qué? No tengo por qué hacerlo porque no soyun espía. Soy más bien un hombre de ciencia contratado por la agencia para casos específicos. —Usted es una persona muy independiente y criteriosa, amigo. Ya que no tieneintenciones de ocultar su trabajo, ¿puede comentarme cuál sería esa labor encomendada? Enoch sabía que lo mejor de su profesión era el hecho de poder rodearse de colaboradoresespontáneos con gran facilidad. Un espía debía recabar información con sumo cuidado, encambio él podía preguntar con total desparpajo y que nadie desconfíe. Cuanto más frontal fuese,mejor. — ¿Conoce a Claire Higgins? El rostro de su anfitrión se ensombreció. —Conozco a su padre. Un gran hombre, me proveía de legumbres de su granja. Queda amitad de camino. Ella murió hace muy poco, a manos de una banda de rufianes. Dicen que erauna chica encantadora, no tuve el gusto de conocerla. —Y sobre lo que pasó después, ¿escuchó algo? Bentley apuró el trago del whisky que se había servido. Hays sólo fumaba. —Creo que son tonterías. Fábulas de algún campesino trasnochado. La chica está muerta yenterrada en la granja de su padre. —Los rumores dicen que estaba cabalgando con sus mismos asesinos, la banda de un talMcKenzie, ¿a ellos los conoce? —De oídas. Son de lo peor. De hecho, el único que sigue siendo el mismo es TrevorMcKenzie en ese grupo, al resto los va matando y cambiando él mismo, por tonterías que le caenmal según su estado de ánimo. Por eso no me creo ni que la chica haya sobrevivido ni que estécon ellos. Sería propio de una mente enferma. Además… —Lo escucho.

—Dicen que Claire tenía algo así como un leve retraso, con más de veinte años vestía y secomportaba como una niña. Como si hubiese dejado de crecer luego de la muerte de su madre,hace unos años atrás. —Hays no tomaba notas, pero tenía mucha memoria para esos detalles. Su anfitrión estabasiendo de gran ayuda. Decidió que ya tenía como para empezar, en cierto modo le convenía noestar en el mismo pueblo. De pronto recordó porqué. Bentley tampoco parecía estar al tanto delasedio indio. — ¿Sabe si hay algún problema serio en El Charco en estos momentos? —Ayer explotó la comisaría, aparentemente fue un ataque apache. El nuevo sheriff pidiórefuerzos y el pueblo está militarizado. — ¿Quiere decir que esperan más ataques? —No se sabe, si me pregunta la tribu apache más cercana nunca fue peligrosa. El sheriffanterior tenía buena relación con ellos. No creo que las autoridades actuales crean que sí lo son.No entiendo el ataque. —Muy bien, Sr. Bentley, le agradezco la plática. Aprovecharé para descansar. Hays rodeó el sillón de estilo y le hizo un gesto amistoso a Linda que aún permanecía en labarra de entrada. Estaba girando para subir por la escalera cuando quedó paralizado en el primerescalón. Por el ventanal de entrada se apreciaba la llegada de cuatro jinetes. Uno de ellos era elfugitivo Trevor McKenzie y a su lado, la misteriosa mujer que respondía a los rasgos de sudibujo. Técnicamente estaba en presencia de un fantasma. *** 11 En el momento en que su visitante más reciente hubo desaparecido, nuevos forasteroshicieron su ingreso a la posada Bentley. Derek se puso de pie y quiso ser el primero en recibirlos.Cuando vio de quien se trataba se le erizó la piel y no pudo disimular su espanto. —Buenas tardes, señor… —Derek Bentley, para servirlo. —Señor Bentley, he notado en su rostro que le soy familiar a pesar de que, si mal norecuerdo, no nos conocíamos, ¿me equivoco? —No, señor… —Vamos, diga mi apellido. Sé que lo sabe. —McKenzie. —Nos vamos entendiendo. ¿Usted está a cargo de este lugar? —Así es, soy el propietario. —Muy bonito. No se preocupe, lo dejaré tranquilo, no he venido a asaltarlos. Mis hombresse quedarán afuera y dormirán en sus caballos. Pero, ¿ve esta preciosura de aquí? –dijoseñalando a la chica que vestía como una forajida más, con ropa oscura, sombrero y bandolera.Bentley tragó saliva ¿los cuentos serían realidad? —. Es mi nieta y quiero darle algo decomodidad y la intimidad que merece una dama. Así que rentaremos dos cuartos a preciopromocional, ¿le parece? —Sí, señor, dígame de cuánto dinero dispone y…

—No me está entendiendo. La promoción es que los dejemos vivir. A usted y a susempleados, familia, huéspedes o lo que sea que esté bajo este techo, ¿me explico? Si tuviesedinero y menos complicaciones no vendría justamente a este sucucho. —Sí, señor. Linda, por favor, dales los mejores cuartos que haya disponibles. ¿El nombrede la señorita es…? —” No es mi maldito asunto” Escríbalo, así como suena. —Cómo usted diga, señor. McKenzie y Claire subieron por la misma escalera que utilizó Enoch, quien escuchó todala conversación. Era la primera vez que su trabajo iba hacia él y no al revés. Rogó que su cuartoquedase lindero al de los recién llegados para poder escuchar, aunque mas no sea pegando unvaso a la pared. Sólo había cuatro puertas en el piso así que seguro que tendría suerte en ese sentido.También había pensado en encarar a la chica y preguntarle directamente pero su “abuelo” si esque en realidad lo era, no parecía tener mucha paciencia para atender investigadores. De hecho,pensaba que, si llegaba a saber que tenía un vecino de la Agencia Pinkerton, dispararía sinpreguntar. Enoch abrió apenas un hilo de luz de su propia puerta como para ver cuál utilizabacada uno, y comprobó que, para su poca fortuna, la chica tomaba la del otro extremo de lahabitación. Pensó en cuál sería la mejor manera de extraer la información. ¿Debía insistir con lasinceridad y tratar de hablar con la chica a solas para averiguar de primera mano, o montar algúntruco? Pinkerton lo había enviado a investigar sobre Claire Higgins pensando en que sería difícilubicarla, lo que menos hubiesen imaginado es en que ella se le acercaría de esta manera.También cabía la posibilidad de que fuera rehén del viejo, pero no daba esa impresión. Y conrespecto a lo de que fuese su nieta, pues, era causa de mayores intrigas. Inspiró varias veces, esperó hasta escuchar que ambos entraran a sus habitaciones y cuandose hizo silencio, decidió ir a golpear a la habitación de la supuesta Claire. Higgins. Paraconseguir que le abriera, utilizó un truco: Bentley le había dicho que aún no había extraído aguadel pozo porque tenían problemas con la bomba, entonces llamaría diciendo que traía agua.Garabateó un papel y salió de su habitación. Apoyó la oreja en el cuarto de McKenzie y escuchóronquidos: buena señal. Cuando estuvo frente al de Claire, golpeó con suavidad y sostuvo en altola hoja. — ¿Quién es? —preguntó la mujer sin abrir. —De la casa, señorita, le traigo agua fresca –escuchó la llave, surtió efecto. Ella abrió,pero se sobresaltó cuando vio a Enoch sosteniendo el papel. En él decía: “CLAIRE HIGGINS, ESTOY AQUÍ PARA AYUDARLA”. Con la otra mano cruzó el dedo sobre su boca para que la chica mantuviese silencio. Otrogolpe de suerte quiso que ella le hiciese caso y lo haga pasar. Una vez dentro, Claire echó llave yle pidió al desconocido que le explique de qué se trataba todo eso. —Me han enviado a investigar su caso, ¿es usted Claire Higgins? —Creo que al menos lo era. Se está arriesgando mucho, señor, ¿quién es usted, algunaclase de militar o mercenario contratado? —Agencia Pinkerton —Claire revoleó los ojos; era como estar tratando con el mismogobierno—. Investigo el posible suceso por el cual usted haya sido enterrada por su propio padreluego de que la asesinaran y ahora esté viva. Y con los cambios evidentes en su personalidad ¿eseso lo que ocurrió? —Voy a pedirle que se retire, señor Pinkerton, corre peligro y me lo hace correr a mí. —No, no soy Pinkerton en persona, mi nombre es…

—No me interesa, señor, nadie puede ayudarme más que yo misma. — ¿Su padre sabe que está con vida? Ese fue un golpe bajo, y dada la reacción, la mejor prueba de que esa mujer podía serClaire. —No, ni debe saberlo. Todavía no sé porque estoy viva aún. O si lo estoy, pero debocumplir con algo que me supera. Que nos supera. No pretendo que lo entienda, pero mi padredebe creer que sigo muerta porque, cuando esto termine probablemente lo esté para siempre. —Señorita, la veo y la siento en este mundo. Tiene que existir una explicación para lo quele pasó. ¿Sabe exactamente qué es? —De manera vaga. Pero entendí que no podía ser la misma que era, ni arrastrar a mi padreo a otros inocentes conmigo. Debo hacerlo sola. —De acuerdo, le haré sólo una pregunta más y me iré: ¿qué hace con este asesino deMcKenzie? ¿De verdad tiene un parentesco? —Así es. Se trata de mi abuelo materno. No lo sabía en el momento de mi muerte.Tampoco comparto nada de lo que hizo y tarde o temprano deberá pagar por sus crímenes, pero,por ahora, es parte de esto también. Ahora retírese, por favor. No quisiera que se convierta enuna víctima más, he visto demasiada muerte. —De acuerdo, seguiré con mi trabajo. Le agradezco su atención. En completo silencio, Claire abrió la puerta y dejó salir a Enoch, quien a paso lento ysilencioso volvió a su habitación. O al menos eso intentó, hasta que al tomar el pomo de la puertasintió el acero frío de una revolver en su cabeza. *** 12 Betty Linney no era una de esas mujeres que se dejan ganar por la vida. Creció con supadre en San Antonio y cuando este falleció siguió viviendo sola, evitando ser internada en unorfanato, desde los diez años. A los quince conoció a su esposo y padre de Tom, con quienvivieron doce años más juntos, la mitad de ellos en El Charco a donde se mudaron cuando élconsiguió trabajo en la mina con la promesa de hacerse rico. Lejos de que eso suceda, enfermóde pulmonía y murió cuando su hijo aún era pequeño. Y así ella crió al chico protegiéndolocuanto pudo y hasta que Reginald Bennet quiso darle una mano haciéndolo ayudante, ya en suadolescencia. La señora Linney temía por la vida de su hijo por lo riesgoso del trabajo, pero la realidadera que Bennet mantenía un nivel de tranquilidad pasmoso en el pueblo. Los hombres trabajabantodo el día en la mina, los indios no se metían con ellos desde hacía tiempo y el salón era unlugar en el que los vicios se contenían sin que pasen el límite de las puertas vaivén. De todosmodos, Tom fue un ayudante ejemplar y su inocencia evidente más la protección del sheriff lollevaron a mantenerse a salvo. Cuando asumió Duncan Bennet parecía que las cosas cambiaríanpara peor por el carácter justiciero y combativo del nieto de Reginald, pero una vez más y a pesarde los profundos cambios económicos que se produjeron con la retirada de las mineras, elgobernador decidió respetar la política del nuevo sheriff y respaldarlo. Y Tom una vez másestuvo a salvo, hasta ese día en que la huida de esa pandilla todo lo cambió. Betty podía haberculpado a Bennet de lo sucedido con su hijo. Por dejarlo solo, por exponerlo a ese riesgo y cosasque sólo una madre entendería, pero no era esa clase de mujer. Sabía que el sheriff estaba siendo

acorralado por lo que hizo por el pueblo y su hijo fue el primer mártir para intentar vencerlo.Creía en eso con firmeza tal como se lo dijo al joven Templeton cuando le entregó su cadáver. Por eso mismo seguía atentamente las acciones del sheriff actual, así como de su nuevoayudante a quien creyó haber persuadido para que evite que Bennet caiga en la trampa. Desdeque Tom no estaba con ella pasaba su tiempo en el pueblo, yendo de local en local hablandotrivialidades con sus vecinos, pero por sobre todo recolectando información. Había visto comohabían emboscado al jefe indio con una treta ruin y también como el chico Templeton fueexiliado de manera humillante con sus hombres y luego de perder a uno a manos de Morrow,cuando intentó liberar a la joven india. Había llegado la hora de actuar por su cuenta. Desde que Morrow ocupara la casa delbanquero y la usara de prisión para la chica, seguía sus movimientos. La comida provenía de lacocina del salón de Eldmon. El Charco tenía otro restaurante, pero estaba más lejos y no tenía elhorario de cobertura del salón, que abarcaba casi todo el día. Y además estaba en la misma calle.Betty había pergeñado un plan: conocía a la chica que se encargaba de llevar la bandeja con elalmuerzo a Morrow y a sus hombres. Eran tres platos que iban destinados al sheriff, a unapersona más que podía ser un guardia o el mismo Osman, y a la prisionera. La camarera habíasido amiga de Tom y no podía creer lo que le habían hecho, por eso accedió al pedido de Bettycuando quiso interceptar la comida y mezclarle un condimento con algunos efectos colaterales. —Señora Linney ¿va a querer usted matarlos? — ¡Ni Dios lo permita, niña! Sólo los necesito dormidos un buen rato. La india a la queMorrow mantiene encerrada es una pieza clave para evitar un ataque apache y a la vez que nosuceda una masacre en la que muera mucha gente, que es hacia dónde vamos. ¿Me ayudarás? La chica estuvo de acuerdo, Por fortuna no había un solo camino por el cual tomar desde lasalida del salón y hasta llegar a la casa de Hanke. La camarera salió por la puerta trasera y tomóel pasillo que daba con la zapatería, en el cual quedaba fuera de la vista de los tiradoresapostados en el techo y en varios tramos por la avenida principal. Allí la esperaba Betty con unespeciero y una cuchara lista para mezclar. Una vez que lo hizo, dejó que la chica siga sucamino, luego de hacerle alguna advertencia. —No temas, tiene un olor agradable. La porción más pequeña dásela a Imalá, en ella nopuse somnífero. La camarera fue hasta su destino. Betty sabía que si todo salía bien tendría unos cuantosminutos para lograr lo que se proponía: liberar a Imalá y conseguir que se reúna con Bennet. Sitenía éxito, quizás entre ambos, pudiesen evitar la guerra.

CAPÍTULO 7 —DETECTIVE 1 Trevor McKenzie se había ubicado con mucha comodidad en el sillón de la habitación deHays, pero no por eso dejaba de apuntarlo con su revólver. Incluso hasta le había aceptado untrago del botellón de whisky que los Bentley dejaban en cada cuarto. A pesar de la situacióndesventajosa Enoch pidió permiso para sentarse frente a él para poder dialogar. A lo largo de suvida había desarrollado por intuición la habilidad de interpretar el lenguaje corporal de susinterlocutores. Y así fue como de inmediato supo que McKenzie, si bien era una bomba a puntode estallar, en esas instancias todavía mostraba curiosidad por saber las motivaciones de su presaeventual, es decir, de las suyas. —No soy un hombre paciente, señor Hays. Mi valor más preciado es el tiempo. Y cuandolo pierdo sufro. Y luego me desquito trasladando ese sufrimiento a los demás. Quizás puedaevitármelo. ¿Me dirá que es exactamente lo que hace aquí y que quería de la chica? —Con gusto, no tengo porqué mentirle. Trabajo con la agencia Pinkerton —McKenzie sepuso en alerta y aferró más la empuñadura de su arma, pero Enoch sabía que con la verdadganaría tiempo y confianza—. Sé que lo primero que debe pensar es que soy un espía o quetrabajo para el gobierno, pero nada más alejado de la realidad. Si me permite… —hizo el gestode meter la mano en su bolsillo. — ¡Cuidado, forastero! —Sólo quiero darle mi tarjeta. El viejo asintió y tomó el cartón que le extendía Hays. Lo leyó sin bajar su arma. — ¿Científico? Y bien, sigo sin entender por qué está aquí. —A eso voy. Naturalmente he sido puesto al tanto de lo que sucedió con Claire Higgins ysu presunta resurrección. — ¿Puesto al tanto por quién? —Mi agencia, claro. Ellos me encomendaron la investigación. No sé quién sea el cliente —esa fue su primera mentira, sabía que el interesado era el gobernador de Texas—, pero quiere unaexplicación lógica sobre lo que le pasó a Claire. ¿Usted la tiene? Me ahorraría mucho tiempo enmi trabajo. —Soy yo quien hace las preguntas, patán. No me creo eso de que no sabe quién locontrató, ¿acaso trabaja para cualquiera? —No señor, sólo para la agencia y ellos se cuidan de no trasladarme esa información paraevitar que establezca vínculos con el cliente y sea demasiado subjetivo, ¿me sigue? —Me está hablando muy difícil, no me gusta que me enreden con palabras. Y tampoco megusta saber que alguien investiga a mi nieta y no tener su nombre para coserlo a balazos. —Pues, aquí me tiene señor. Pero si me mata enviarán a alguien más, sólo contribuirá aagrandar el misterio y a que se extienda la persecución. En cambio… —hizo un silenciodramático. Solía causar efecto en la mayoría de la gente, aunque el criminal que tenía en frenteparecía bastante difícil de manipular. — ¿En cambio qué? —Podría ayudarle a usted, antes que a nadie a saber qué es lo que sucedió con la chica. Sies su nieta y usted permitió hasta ahora que la acompañe, sin dudas el vínculo es fuerte.

Personalmente no creo en la resurrección ni soy religioso. Mucho menos creo en brujerías. Poreso mismo tengo una teoría sobre lo que pudo haber pasado con Claire. —No necesito ayuda de nadie. Tampoco Claire. ¿Acaso lo manda su padre o ese sheriffbobo que no supo tenernos entre rejas? —Señor McKenzie, créame que desconozco la historia y no he tenido contacto con elpadre de la chica. De hecho, creí que el mismo podía ser el cliente en principio, pero no es unhombre adinerado y los servicios de la agencia son costosos. A usted, en cambio, miinvestigación le saldría gratis. — ¿Me ve cara de querer pagarle? —Si viera lo que soy capaz de hacer, ¿por qué no? McKenzie sonrió. Pensó que ese tipo era intrigante, pero demostraba tener bolas. —Le daré una oportunidad, quizás me pueda decir lo que está pasando. Cuando aparecióno sabía que ella era mi nieta; se metió en donde no debía, parecía una niña asustadiza a pesar deque ya no tiene edad para comportarse así. Nos espiaba mientras interrogábamos a alguien.Cuando le disparé a nuestro prisionero su conejo saltó y también le di un tiro. Ella gritó y alrevelarse la capturamos. Intenté que razonara para que no nos delate, pero insistía en que diríaexactamente lo que vio. No era que me importara demasiado, mi cabeza ya tenía precio, pero noquería ser manejado por una chiquilla. Tampoco quería matarla. No dejaba de forcejear, uno demis hombres quiso tomarme del brazo y mi arma se disparó. Le di en la cabeza y cayódesplomada a mis pies, en medio de un charco de sangre. Le tomamos el pulso, no lo tenía.Mientras decidíamos que hacer, llegó el sheriff y nos capturó. —hizo silencio, se veíaconcentrado en el recuerdo y había bajado el arma. — ¿La bala dejó orificio de salida en la cabeza de Claire? —No lo creo —McKenzie lo miró a los ojos, tenía los suyos brillosos—, pero no puedoasegurárselo. Luego estuvimos unos seis días en prisión, en la oficina del sheriff, un lugarincómodo, pero de tránsito breve porque él había pedido un juicio abreviado para colgarme juntoa mis hombres. El asesinato de la chica era lo suficientemente serio para que fuese aprobado. Yasí se dispuso. Al día siguiente seríamos ejecutados, pero ese momento nunca llegó: una pistoleraenmascarada nos liberó de prisión con un par de cartuchos de dinamita y sin matar a nadie. Alsalir me mostró su rostro. Me llamaba “abuelo” y se comportaba como si siempre hubiese sidouna forajida, nada tenía en común con la chica muerta a excepción de su rostro. Mi confusión fuetan grande que sólo atiné a cabalgar con ella y hacer caso a sus requerimientos. — ¿Le dio alguna explicación? —No, dice no saber que le ocurrió, pero piensa que ha regresado “por algo superior”. Nocreo en esas idioteces, pero tampoco puedo contradecirla demasiado, no tengo como. —Quizás allí pueda ayudarle. ¿Ha escuchado alguna vez sobre la catalepsia? —No. —Es un trastorno, digamos una enfermedad para que lo entienda mejor, por la cual unapersona que haya sufrido un shock emocional cae como si estuviese muerta, sin pulso, pero a laspocas horas, recobra la conciencia. — ¿Y también se recupera de las balas? —Usted me dice que le disparó por accidente, dice que ella tiene una marca en la frente,pero no es un orificio de entrada, ¿podría ser que la bala sólo la haya rozado? McKenzie puso cara de asombro, no podía descartar eso, aunque no se le hubiera ocurrido. —Sería raro, pero posible.

—La catalepsia no es un estado mortal, ni tampoco comprende daños al organismo. No esalguna clase de inmortalidad, es un nivel engañoso de pérdida de conciencia. De hecho, desdehace unos tres años se celebran velatorios para que quienes la padecen puedan “volver a la vida”sin que hayan sido enterrados y sufran una segunda muerte mucho más espantosa, ahogados ensus tumbas bajo tierra. ¿No había escuchado sobre esto? —No. — ¿Puedo proponerle algo? —Debo reconocer que tiene mi atención. —Vayamos a buscar la tumba de Claire Higgins y así podremos comprobar si su nieta esquien dice ser. *** 2 Imalá vio como Morrow y Osman engullían sus platos con fruición. Ella había desistido decomer del suyo; tenía el estómago cerrado y los nervios la estaban consumiendo. De todosmodos, el exquisito aroma del guisado le abrió el apetito. Estaba a punto de pedirle a Morrowque le deje probar sólo un poco, algo que no podía hacer si seguía atada, cuando Osman sedisculpó a poco de comenzar para retirarse a su habitación. El sheriff miró a Imalá invitándola aque coma con un gesto rápido, pero ella, luego de pensarlo mejor, siguió negándose. —Hagblsba sentgh —dijo Morrow sorprendiéndose a sí mismo de lo que salía de su boca.Imalá lo miró con gesto extrañado. De pronto el capitán cerró los ojos y se desplomó sobre lamesa, hundiendo media cara en el platillo aún con salsa. Imalá se quedó tiesa, ¿estaría muerto?Se acercó con la silla pensando en que esa sería su única oportunidad. Tomó con dificultad elcuchillo de la mano de Morrow, que seguía inmóvil, y comenzó a desgastar la soga con la cualestaba atada. Cuando tuvo las manos libres siguió con sus pies, amarrados de la misma forma ala silla. Ya libre, se aproximó al pasillo por el cual había salido Osman, pero no estaba allí.Siguió un metro más y pudo divisarlo en el piso, caído de espaldas como si se hubiese lanzado ala cama y le hubiera errado por poco. La situación le causó gracia, pero no se permitió aflojarselo suficiente para soltar la risa. Afuera habría soldados dispuestos a dispararle si notaban loocurrido, ella misma había escuchado dar la orden en su momento de boca de Morrow, porvaliosa que fuese como prisionera. Descartó de plano salir por el frente. No quería preguntarsepor lo ocurrido, aunque no lo atribuía a su buena fortuna, sabía que alguien la estaba ayudando.Antes de intentar salir por la puerta trasera tomó con cuidado el revólver del sheriff, no podíadarse el lujo de fugarse desarmada. Asió el pomo de la puerta y la abrió apenas, sin dejar de sostener el arma a la altura de sucintura. Se sorprendió al ver a esa mujer de aspecto fuerte pero menudo sonriendo en medio de lahierba. —Me alegro de que hayas tomado el camino correcto, ven conmigo —dijo en susurros. —Pero… ¿quién es usted? —Soy la madre de Tom Linney, el anterior ayudante del sheriff. Morrow y Osmancomieron su plato con un somnífero potente. Fue una suerte que no hayas probado la comida ohubiese tenido que arrastrarte. — ¡Oh, señora, de verdad siento lo que le ocurrió! Pude conocer a Tom y sentí que era unbuen hombre. No merecía lo que le hicieron.

—Claro que lo era. Al igual que Duncan Bennet. Sé que lo buscas y por eso te has metidoen este problema. Tú y tu gente. —Así es, mi padre… —Lo sé, querida, lo sé. —dijo estrechándola en un abrazo. Imalá se sintió contenida poresa pequeña pero valiente mujer—. Ahora debes irte. En aquel monte escondí un caballo quetraje de mi granja. No quise ir a buscar el tuyo para no despertar sospechas. Ve y trae a Bennet,habla con tu gente, diles que no todos los hombres blancos somos asesinos, no queremos unaguerra con ellos. Imalá le dio un último abrazo a su salvadora y corrió agazapada a buscar el caballo. Loconsiguió sin problemas. Se giró una vez más para saludar con la mano, pero la señora Linney yano estaba. Se puso en marcha a lo más rápido que dio el animal, tenía mucho por hacer y pocotiempo para evitar lo peor. *** 3 Cuando McKenzie y Hays bajaron juntos por la escalera el rostro de Bentley pareciódesencajarse a causa del desconcierto. Enoch le guiño un ojo mientras que el bandido se limitó amirarlo fijo cuando se paró frente a él. —Antes de que se sienta tentado de preguntar de qué va esto, le daré una respuesta que loconformará: “nada que le importe” —dijo y apoyó la mano en la culata de su revolver—. Cuandola señorita despierte, quiero que le diga que estaré de regreso en un rato, que espere en su cuarto.Mis hombres quedarán afuera, por si se le ocurre hacer alguna tontería. Enoch no podía negar la fascinación que sentía por la impunidad con la que se manejabaese hombre. Era un completo rufián, pero no podía dejar de reconocerle cierta honorabilidad.Quizás para que pudiera considerarse que el villano fuese capaz de ostentar ese valor, tuviese quedesarrollar algo afectivo, pero Enoch entendía que había llegado a descifrar parte de su código ycomo recompensa ahora le estaba ayudando a cumplir su misión. También debía reconocer queel factor suerte tuvo su peso ¿Cuántas posibilidades tenía de cruzarse con el objeto de suinvestigación en el mismo lugar de hospedaje? Los hombres de la banda que estaban en la puerta también se mostraron algodesconcertados. Uno de ellos dormía apoyado en la pared de entrada mientras el otro hacía unasuerte de vigilancia muy distendida. —Ya regreso, tengan un ojo en Claire, no dejen que salga hasta que regresemos. El hombre de guardia asintió, pero miró con desconfianza a Hays, que saludó con unmovimiento de cabeza, de todas maneras. Cabalgaron unas cuantas millas en la dirección que marcó McKenzie. Mientras lo hacían,Hays esperaba que fuese cierto lo que sostenía el bandido: era más probable que Charles Higginsestuviese cabalgando junto al ex sheriff buscando al propio McKenzie que en su granja. Enoch,preocupado, le preguntó si en el hipotético caso que encontrara al hombre podría dispararle oprovocar una disputa, pero se sorprendió cuando le respondió que no pretendía dejar de nuevohuérfana a su nieta. Al aproximarse pudieron apreciar una arboleda importante junto a la casa y a pocas yardasdel granero. También un cerco que albergaba algunas cabezas de ganado y los sembradíos que

ocupaban cerca del doble de espacio destinado a los animales. Si Higgins no se encontraba allí,alguien se encargaba de cuidar de eso al menos una vez al día, debían mantenerse alertas. — ¿Está seguro de lo que vamos a hacer? ¿El terrible McKenzie estaba expresando algo parecido al miedo? Hays se relamió en suinterior de lo que había conseguido hacer con el temple de ese forajido. —Claro que sí. Pero sólo si está de acuerdo, al fin y al cabo, usted es el único familiarpresente. —Ya deje esas tonterías, sólo sería un cadáver a medio podrir si es que está allí. Avanzaron más despacio, la granja no parecía albergar a nadie en ese momento. De todosmodos, el viejo bajó de su caballo, revisó el granero y luego echó un vistazo a la casa principal.Todo vacío. Hays seguía recorriendo la propiedad sobre su montura y había encontrado lo quebuscaban. Dos cruces se erigían con prolijidad detrás de la granja. Una de ellas era la que parecíahaber sido removida hacía poco tiempo. —Será mejor que busque una pala. Debiéramos terminar antes de que caiga la noche —dijo Hays. McKenzie asintió sin despegar la vista de la tumba. Enoch encontró lo que buscaba en el granero. También encendió una lámpara de aceite y latomó consigo para no perder visibilidad. Llegó a la tumba y comenzó a cavar. —Hijo, será mejor que sepa lo que está haciendo. Enoch sonrió, sabía reconocer el miedo y eso era, con innegable precisión, lo que invadíaal anciano. Siguió cavando. Le llevó un buen rato dar con la superficie dura del cajón; sudabapor el esfuerzo cuando lo logró. —Creo que llegamos. Por favor, Sr. McKenzie, sostenga la lámpara. —Enoch despejó dela tierra húmeda la tapa del cajón, una pieza sencilla pero artesanal elaborada por el propioHiggins. Tanteó los bordes con los dedos, como calculaba, la tapa permanecía clavada a su base.Si alguien había escapado de su tumba, no había sido de esa misma. — ¿Me hace el favor de buscar en el granero una barreta o algo con filo? —le pidió a sucompañero—. No tengo forma de hacer palanca para abrir la tapa. Enoch notó que el viejo miraba absorto hacia la otra tumba, que en la cruz decía “ELLE”.Era probable que se tratara de la de su propia hija. Cuando por fin pudo forzar la tapa y levantarla, la noche había caído sobre ellos. Lamadera chirrió, pero luego cedió sin demasiado esfuerzo. Enoch la quitó de un tirón y, en parte,lo que vio era lo que esperaba. La tumba estaba vacía. *** 4 Templeton casi rompió en llanto tratando de explicar cómo fracasó su misión en la queWilliams resultó muerto en el frustrado rescate. Duncan intentó tranquilizarlo, todo estaba dentrode las posibilidades y él sabía que según la estrategia que utilizaran, alguien podía salir herido omuerto como ocurrió. Estaban aún en el campamento apache, junto a Dorak, Skah y su gente ymientras caía la noche. Ya estaba decidido que atacarían a la madrugada. —La muerte de su hombre, así como la de nuestro jefe, es la prueba de que no podemosactuar en solitario, Halcón Rojo. Ya no puede haber dudas sobre eso.

—Tienes toda la razón, Skah, pero no podía evitar intentar un rescate a Imalá. Si sigue vivaes porque Morrow necesita que yo vaya en persona a buscarla. —Ya no será necesario —dijo la voz templada y serena proveniente de la figura que surgíade los matorrales. La princesa Imalá tenía el aspecto de una diosa resurrecta al ser iluminada conel rojo intenso de las llamas de la hoguera. Todos quedaron estupefactos, como si fuesenvíctimas de una alucinación. Duncan se puso de pie con un rostro desdibujado por el asombro. — ¡Imalá! ¿Cómo es posible? Se acercó, pero dudó antes de tocarla. Ella se mantuvo solemne, viéndolo a los ojos, hastaque se le echó encima y se fundió con él en un largo abrazo. Se mantuvieron un rato en silencio,disfrutando de ese contacto que llevaba años sin producirse. Luego se recompuso y se dirigió asu gente. —El jefe Kodai, líder de nuestra tribu, ha muerto. He sido tomada prisionera paraprovocarlo y que terminara siendo asesinado, al igual que pretendían hacer con Halcón Rojo.Quieren exterminar a nuestro pueblo y volver a sumir a El Charco en la esclavitud de una nuevaempresa minera. Y para eso necesitan matar a quienes se les opongan, y aplastar a nuestrocampamento para que nadie los moleste y poder utilizar estas tierras. Yo, Imalá, me declarosucesora legítima del jefe Kodai y líder de nuestro ejército. Mi hermano Dorak me ayudará en latarea y si el concejo supremo lo aprueba, uniremos nuestro ejército a las fuerzas de Halcón Rojopara defendernos. Todos se miraron entre sí, a pesar de que la princesa estuviese fuera de la ecuación hastaese momento, era justo lo que habían decidido. Claro que no a todos les entusiasmaba que Imaláfuera al frente del ejército apache. Duncan Bennet fue el primero en objetarlo. —Princesa, sé que no soy quien, para contradecirte, pero habiendo perdido a su jefe, eres laprincipal motivación de tu pueblo. La figura del gran Kodai debe permanecer viva con laheredera de su linaje y su espíritu alimentar a su gente. Si algo te pasara… —Si no voy a luchar por ellos y somos vencidos de igual manera, de nada servirá. Desde elmomento en que la vida de mi padre fue tomada por esos demonios blancos, tengo unaresponsabilidad que no puedo evadir, Halcón Rojo. Tú debes comprenderlo mejor que nadie. Imalá tenía toda la razón, pero no dejaba de pensar en ella siendo masacrada por susenemigos. —Dorak es un buen líder, princesa, puede hacer un buen trabajo liderando. —Dorak combatirá a mi lado. Lo veo herido, pero con la misma furia y determinación quetengo en mis ojos. Él es parte de esto y mi compañero, como tú Halcón. Necesito que me apoyes. —Bennet no podía seguir tensando la cuerda. Y veía en los ojos de su antiguo amor tantola firmeza como la necesidad de que avale su decisión. —Así será, mi gran jefa Imalá —hizo una reverencia y puso una rodilla en tierra en señalde respeto—. Mis hombres y yo nos unimos a la causa, sin condiciones. Dorak se acercó y abrazó a Imalá, al igual que Skah. Había una ceremonia que debíacelebrarse para la consagración de la nueva Jefa, pero no podían dejar de manifestar su alegríapor el regreso de la princesa. Más tarde, cuando llegó la hora de dormir, algunos seguían en torno a la fogata, Imalá yHalcón Rojo se retiraron a la carpa de la chica, a la que el brujo había mantenido libre de visitasextrañas. Estuvieron un largo rato sentados, uno frente al otro, acariciándose las caras ybesándose casi sin pronunciar palabra. — ¿Por qué fuiste por mí?

—Skah me lo pidió. Te vio correr peligro, nunca me dijo que sería lo que te pondría en esasituación, pero ahora todos lo vemos claramente. —Sólo pienso que, si no hubieses ido a buscarme, tu padre viviría. —No digas eso, no tomes culpa o responsabilidad por los malos hombres. Ellos lohubiesen intentado de todos modos, desde que te despidieron y reemplazaron lo tuvierondecidido. —Te extrañé mucho, ¿sabes? Imalá se puso seria y distante. —No lo creo, no has dado un solo paso todos estos años para reunirte conmigo. —Tienes razón, pero tampoco he formado pareja. Y eso es porque he tenido un solo amorverdadero y perdurable. —La chica sintió que se derretía con la confesión. Ella tampoco había buscado emparejarsea pesar del tiempo transcurrido, no podía olvidarlo. — ¿Será como dice el brujo, que nos pertenecemos por la eternidad? —Ese brujo tuyo es una desgracia, me debe haber dado algo de beber para que tepertenezca siempre. Le pediré un antídoto. Ella se acercó a su boca y lo miró con deseo. —Puedo hacer que te arrepientas. Duncan la besó de nuevo y sin despegarse de ella comenzó a desnudarla, desatando conlentitud su única prenda, un vestido de falda corta de hilo. El cuerpo de Imalá podía ser un pocomás grande o desarrollado a como lo recordaba, pero acariciarlo le erizaba la piel al igual queentonces. Sólo dejó de besarla por un momento para quitarse su propia ropa y tenderse sobre ella,sintiendo a pleno el contacto de su desnudez. Ambos recorrieron el cuerpo del otro con susdedos, explorando las cicatrices nuevas desde la última vez que lo hicieron, que no eran pocas. yprovocándose una excitación creciente y sostenida. La humedad en el pubis de Imalá era unbálsamo para la inevitable erección de Duncan. Respiraban de modo entrecortado hasta que lesfaltó el aire y llegaron los jadeos. Cuando él la penetró se movían tan despacio que parecíanintentar recuperar el tiempo perdido y retener cada instante de gozo, hasta que casi pudierandetenerse por completo en ese presente añorado. Hicieron el amor varias veces hasta quedarrendidos, ya cuando el crepitar del fuego de la hoguera se hubo convertido en cenizas. *** 5 Claire despertó de su largo sueño con un mal presentimiento. Sentía que algo estabaescapando de las posibilidades de lograr su objetivo, que a esas alturas tampoco comprendía deltodo bien. Ese hombre en el cuarto vecino la perturbó y le hizo sentir que quizás las cosas nofuesen como las imaginaba. ¿A quién podía interesarle saber si estaba muerta o no además de supadre o del sheriff? ¿Y por qué razón sería? También temía que su abuelo matara al investigadorsólo por estar merodeando sobre ellos. Ya le había demostrado que no tenía ningún problema enmatar hasta a sus más cercanos, mucho menos dudaría con un desconocido. Al menos suscompañeros eran asesinos y forajidos como él, pero este hombre era distinto, era un inocente. Uninvestigador metiche, sí, pero ni siquiera se trataba de un agente armado del gobierno queestuviese acostumbrado a dar o recibir algún grado de violencia.

Comenzó a vestirse frente al espejo en la pared. Hacía rato que no podía apreciarse decuerpo entero. Se veía tal como lucía antes de morir, salvo por alguna que otra cicatriz o moretónreciente. El cambio principal radicaba en su vestimenta y actitud, con esos pantalones vaqueros,la camisa ceñida rematada con el pañuelo al cuello y su sombrero de ala ancha. Recordó comolos había obtenido. Esa noche se había despertado por el sonido de un disparo. Era muy tarde y se hallabarecostada junto a un árbol y vestida con lo que llevaba en el momento de su muerte; un faldónlargo y floreado que se ajustaba sólo en su cintura y era cerrado hasta el cuello. Tenía la bocapegajosa y un gusto amargo en el paladar, como si hubiese comido algo con compulsión que norecordaba. Estaba en el monte próximo a la casa de su padre. Se levantó y corrió hacia el lugarde donde provino el disparo. En él había un hombre tirado en medio del camino con un orificiode bala en su cabeza. Cuando llegó hasta él aún se escuchaba el galope de quien, quizás, fuese elasesino. Se inclinó hacia el cuerpo y observó su rostro. No lo conocía. Era un hombre como deunos cuarenta años, de complexión menuda. Iba a tomarle el pulso, pero le pareció ridículo dadala evidencia del balazo en la frente que era probable que lo hubiese matado en el acto. Pegó unsalto cuando la mano del hombre se estiró y la tomó de la muñeca. Sus ojos se habían abierto ylos globos oculares estaban inyectados de sangre. —Toma mi ropa y póntela. Vete en mi caballo y busca a Trevor McKenzie —dijo elcadáver, como si fuera normal que pudiese hablar en ese estado. Claire quedó paralizada por el horror, se soltó de la mano que la aferraba y se deslizó haciaatrás, arrastrándose sobre el polvo. Volvió a estremecerse cuando algo caliente y húmedo empujósu espalda. Contuvo el grito al ver que se trataba del hocico del caballo del muerto y volvió agirarse hacia el cuerpo. El rostro del hombre había cambiado a uno más familiar; ahora era el desu madre, aunque seguía luciendo los ojos rojos y el disparo en la frente. —Es hora, hija. Busca a McKenzie, mi padre, tu abuelo. Él te ayudará a cumplir tupropósito. No tenía idea de a qué se refería su madre con “su propósito” pero fue muy fuerte para ellaverla de nuevo. Sus ojos se llenaron de lágrimas, cambiando angustia por miedo. El cuerpovolvió a caer, inerte y con los ojos cerrados, ya de su rostro original. Claire miró a su alrededor ydecidió hacer caso al mensaje, tomó las ropas del extraño, su revólver, un Colt .45 con el queestaba familiarizada de sus épocas de práctica, y montó el caballo, que parecía complacido deque ella fuera su nuevo jinete. Apartó la vista del espejo, no recordaba que todo hubiese sucedido de esa manera hasta esemomento. Cuando liberó a McKenzie sabía que se trataba de su abuelo, pero no recordaba elepisodio del rostro de su madre ocupando el de un cadáver para darle la información. Tuvo, derepente, la esperanza de recordar todo lo referente a su resurrección. Quizás sólo necesitaratiempo, si es que lo tenía. Buscó en su bolsillo el cristal del camafeo. No recordó nada quetuviese que ver con él, ni quién le dijo que debía obtenerlo en principio. Tal vez más adelante lellegaría, no quería volverse loca intentando hurgar en su memoria. Salió de su cuarto y golpeó enel de su abuelo. No hubo respuesta. Repitió el llamado y se retiró extrañada. Bajó las escaleras yse encontró con el rostro del anfitrión, que parecía haber visto un fantasma. Entonces recordóque, para muchos, ella era eso mismo. —Buenos días, señor, ¿ha visto a McKenzie? Bentley negó con la cabeza. —No, señorita, pero me ha pedido expresamente que le pida que no salga hasta que regrese—Claire miró hacia la entrada, por la ventana se veía la espalda de Halsey.

— ¿Y se supone que usted me lo impediría? Bentley tragó saliva. Por un momento Claire sintió piedad por él. —No, señorita, es más bien una súplica. No quiero problemas y usted mejor que yo debesaber cómo actúa su abuelo. —Descuide, veré que no le pase nada, no tema. Preguntaré a sus hombres si saben a dóndefue. Claire se asomó y pegó el grito preguntando si sabían dónde estaba su jefe. Lerespondieron con evasivas. Decidió volver un rato arriba. Subió y golpeó en el cuarto de suvecino. Le contaría lo que recordó, quizás pudiesen ayudarse entre sí. Golpeó de nuevo, perotampoco obtuvo respuesta. Todo esto comenzaba a oler raro. *** 6 De manera tácita todos en el campamento habían decidido postergar el ataque a El Charco.La llegada de Imalá y su deseo de ocupar el lugar de su padre como jefa de la tribu y líder de suejército merecían que la partida se retrasara al menos unas horas. La joven puso al tanto a Bennetde todo lo sucedido desde que llegó al pueblo, le dio detalles de cómo Morrow fue manipulandola situación y los utilizó tanto a Templeton como a ella para que lo llevaran a un rescate suicida. —También conocí a Tom Linney, estuve con él en sus últimos momentos. Era un hombrenoble, me dolió la forma en que lo ejecutó Morrow. —Mucha gente buena ha muerto, princesa, por eso mismo es que debemos pelear, para quesus vidas hayan sido entregadas por una buena razón. —O, mejor dicho, arrebatadas. Ni mi padre ni Tom tuvieron oportunidad de pelear. —Morrow es de cuidado, no es honorable sino un tramposo al que hay que vencer conastucia —Imalá sonrió, recordó cómo pudo engañarlo la señora Linney con la comida—. ¿Qué tehace gracia? —La madre de Tom, fue ella la que le tendió la trampa al sheriff y logró rescatarme sinhacer un solo disparo. Ojalá todos tuviésemos su coraje e inteligencia. Duncan se quedó pensando. Betty Linney era una persona que podía ayudarlo mucho másde lo que se imaginaba. Y sin dudas la pérdida de Tom sería la motivación más grande para quelo haga, ya había dado pruebas de eso. —Debemos darnos prisa, temo que cuando Morrow descubra lo que pasó vaya tras laseñora Linney o se desquite con quien la haya ayudado. —Tienes razón, no lo había pensado. Volvieron a reunir a todos en el campamento con posibilidades de unirse a la lucha,excluyendo niños y mujeres, aunque más de una quisiera colaborar, y a trazar un plan que noconsistiera sólo en atacar en malón. Imalá estuvo de acuerdo en que Bennet marque la estrategiay que su tropa haga caso a sus órdenes directas. Algunos de los apaches tenían cierto recelo, peroImalá y Dorak se encargaron de dejar bien claro que Halcón Rojo era de su absoluta confianza. Bennet habló de los recursos del ejército, tenían soldados que iban llegando en númeropreocupante y pólvora casi sin límites. El hecho de que hayan destinado varios barriles parahacer explotar la oficina del sheriff y así poder matar al jefe apache, daba cuenta de lo poco quecuidaban los recursos.

—Tenemos rifles, revólveres, arcos y lanzas en cantidad. Caballos tampoco nos faltan. —dijo Dorak con entusiasmo. —Perfecto, pero recuerda que hablo de que enfrente hay recursos de poder de fuegoilimitados. Sería bueno que algunos de tus hombres se encarguen de interceptar carros conpólvora. Sé que tienes algunos cubriendo los caminos, pero redóblalos y dale más armas porquelos transportes van fuertemente custodiados. Cuando tengamos al menos seis u ocho barriles,podemos hablar de hacer un ataque casi directo. Mientras tanto, trataremos de buscar la ayuda delos vecinos y residentes del pueblo. Es importante que ningún apache ataque a un blanco sinuniforme. No queremos que la gente de El Charco esté atemorizada al ver apaches, sino quequiera ayudarlos. Ahora mismo deben ser un puñado de gente asustada por un sheriff tirano quellenó todo de soldados y alteró su modo de vida. Debemos usar eso en nuestro favor. Hutch,debes regresar y combinar alguna acción con la señora Linney, es un elemento valioso. De pasola protegerás. Templeton se sintió reconfortado, Bennet seguía confiando en él a pesar de lo sucedido. —Claro que sí, jefe, si no fuese por Betty Linney, aún estaría ayudando al asesino deMorrow. Imalá miró a Hutch y asintió, le reconfortaba el cambio del muchacho que, en un principio,se batió a duelo para tenerla a ella como esclava, aquella noche en el salón. La paradoja residíaen que su salvador había resultado ser Morrow, que hoy era el enemigo de ambos. —De acuerdo, caballeros, en marcha. Hay mucho por hacer. Templeton se apuró a buscar su caballo. Bennet lo miró asintiendo. — ¿No llevas a nadie para acompañarte? —No, señor. No quiero que muera nadie más por mi culpa. —Espoleó al animal y partió atoda marcha, como para evitar que alguien quisiera cambiar sus intenciones. Trabajando solo seencontraba mejor. *** 7 Enoch Hays examinó el cajón vacío. No tenía marcas por dentro, ni tampoco el aspecto dehaber sido forzado. Cuando lo abrió se encontró con el mismo estado que era probable quetuviese al ser enterrado. No había rastros de materia cadavérica, como si jamás hubiese alojadoun cuerpo. Hays pensó en la hipótesis de la catalepsia; tenía sentido en tanto y en cuanto lapersona afectada hubiese despertado dejando rastros de su regreso a la vida. Aquí había varioselementos que no cerraban. —No entiendo que está pasando, Hays, no esperaba ver el cadáver, pero ahora estoy másdesconcertado, ¿qué se supone que significa esto? —En principio que alguien enterró un cajón vacío. — ¿Y qué clase de enfermo haría eso? ¿Su padre? —Supongo. Quizás creyó que el cadáver estaba dentro. — ¿Y el peso? No puedo creer que lo transportara vacío sin notarlo. Enoch fue hasta el granero. Vio el espacio de trabajo del Sr. Higgins, había tablas de variostamaños por todos lados y una mesa enorme. Las herramientas estaban apiladas en un cajón enuno de los laterales. Junto a él, un par de botellas vacías. También vio la soga anudada colgandodel tirante. Luego regresó a la fosa en la que yacía el ataúd.

—Tengo una teoría. —Alúmbreme. —Es un principio, si tiene objeciones, dígalas. Suele ayudar a completar el cuadro, ¿deacuerdo? —Adelante. Hays comenzó a mover los brazos, señalando tanto a la fosa como al granero para apoyarlo que estaba por decir. —El Sr. Higgins decidió enterrar a su hija sin ninguna clase de ceremonia. Cuando elsheriff le trajo el cuerpo lo dejó en el granero mientras preparaba el cajón. Limpió el cuerpo yquizás le haya dejado la misma ropa. Cuando terminó el ataúd, lo llevó y midió en la fosa quehabía hecho antes. También calculó que, estando solo, sería mejor colocar el cuerpo de su hijadentro ya en su destino final para no tener que cargar tanto peso. Y eso hizo. Luego quiso ponerla tapa, quizás fuese ya tarde y había bebido demasiado, presa del dolor. Al colocar el primerclavo para cerrarlo, se lastimó la mano —señaló la punta del cajón, tenía una mancha de rojooscuro en la zona del agujero donde iría un clavo—, entonces consideró que sería mejor terminarde enterrar a su hija por la mañana, cuando estuviese más sobrio —McKenzie escuchaba conatención. No sabía si el hombre estaba fabulando, pero su teoría sonaba lógica—. Si misuposición sobre la catalepsia fuese real, Claire pudo despertar, levantarse a la noche en el ataúdsin cerrar, y huir. Quizás despertó amnésica, no lo sabemos, pero su transformación sugiere queya no se comporta como era antes, ¿verdad? —El viejo asintió, le constaba ese cambio deconducta—. Al amanecer, Higgins despertó y decidió terminar su trabajo. No destapó el cajón,no necesitaba prolongar ni revivir el dolor del día anterior, así que decidió clavar la tapa yterminar de enterrar a su hija. Mientras tanto, la chica circulaba viva por ahí jugando al fantasmagracias a su estado amnésico. —Rebuscado, pero tiene algo de sentido. A mí no se me hubiese ocurrido. Claro quetendría que haber salido tan prolijamente que hasta colocó la tapa para que no se notara, ¿no eseso muy extraño? —Si despertó creyendo que estaba siendo retenida prisionera o castigada de algún modo,no. Lo más probable es que pensando eso quisiese alejarse sin dejar ningún rastro de la huida. Nodigo que haya pasado exactamente así, pero es más factible eso a que alguien haya enterrado unataúd vacío o que el cadáver se haya evaporado sin dejar rastros. — ¿Y qué piensa de esos delirios que tiene sobre “algo mayor” que debe cumplir? A vecesparece poseída cuando habla de su “misión”. Enoch miró a su alrededor, observó el monte que tenía cerca, en el lugar en el que habíandejado descansar a sus caballos. Comenzó a caminar hacia allí. McKenzie lo siguió de cerca. Sedetuvo al llegar a donde las copas de los árboles comenzaban a dar sombra. Se agachó y arrancóalgo muy pequeño. — ¿Reconoce esto? McKenzie lo olfateó. —Parece un hongo. —Así es, y es de los del tipo alucinógeno. Quizás haya comido alguno y por eso susdelirios místicos de ese momento se convirtieron en un recuerdo palpable. Sé que estoypresumiendo mucho, pero cualquiera de estas teorías es más aceptable que una resurrección ouna aparición fantasmal, ¿no cree? Antes de que el bandido pudiese responder alguien apareció de entre los árboles apuntandoa los dos hombres con un rifle.

— ¿Qué hacen en mi propiedad? —Charlie Higgins tenía la furia tallada en su rostro—. ¿Yqué diablos hicieron con la tumba de mi hija? —Señor Higgins, supongo —respondió Hays levantando las manos—. Tranquilícese,hemos venido a ayudarlo. — ¿Quién es usted, y de qué está hablando? McKenzie aprovechó que Higgins estaba distraído con su compañero y se adelantó y le dioun manotazo al rifle, al mismo tiempo que le propinó un puñetazo en el rostro, arrojándolo alsuelo. Tomó el arma y se agachó para mirar al dueño de casa a la cara. — ¡Pero miren quién tiene la desfachatez de hablar de robar hijas! *** 8 El salón de Eldmon se había transformado en una suerte de sala de descanso de la miliciade Morrow. No tenía por qué quejarse, su recaudación se elevó por las nubes y consiguió doschicas más que lograban que nadie se quedara sin sus servicios. Lamentaba aún la pérdida deBeth, aunque en su momento había sido recompensado por su ausencia unos cuantos meses más.A diferencia de lo que hacía tiempo atrás, en lugar de permanecer en su oficina la mayor partedel tiempo, ahora le gustaba departir con los soldados y hasta jugar alguna partida de póker conellos mientras se divertían en su salón. Disfrutaba de las historias de guerra y esos hombres lastenían en cantidad y estaban dispuestos a compartirlas. Cada tanto también les invitaba algunaronda extra de whisky. También tuvo que contratar a un nuevo hombre en la seguridad, dada ladesaparición de Nick Dolan, que vaya a saber si aún estaba vivo, al igual que la indómita MaríaEspinoza. Lance Nixon parecía apto para cubrir la vacante de seguridad, pero lo conocía poco y nada.Sólo sabía que había llegado al pueblo en un momento en que lo mejor era irse bien lejos.Tampoco lo preocupaba su idoneidad para la tarea, de momento había tanta presencia militar quede mediar un conflicto terminaría solucionándose en una corte marcial y no a los tiros en susalón. Ese día, Eldmon estaba de tan buen humor que se había llevado a una de sus mujeres másjovencitas a un cuarto para pasar un rato. No solía hacerlo muy a menudo, pero tenía ganas dedivertirse y de paso enseñarle a su empleada a dar un buen servicio. La virtud más grande de lachica era su sonrisa natural, un buen humor sin posturas falsas. Eldmon ya estaba un pococansado de que sus empleadas consideraran que sus cuerpos eran más importantes que susclientes e intentaran lucir mejores que sus compañeras y la competencia no se ciñera a quienfuese capaz de dar el mejor servicio. Como Loretta era principiante, él la cuidaba dándosela a losclientes más conservadores y menos violentos, ella debía disfrutar de su trabajo y no considerarlouna condena, al menos mientras se iniciara. — ¿Cómo te sientes, preciosa? No tienes que mentirme. Loretta sonrió para variar, de verdad era encantadora. —Feliz, señor Eldmon, debo agradecerle por esta oportunidad. Gracias a usted podréayudar a mi madre para que no nos falte nada. Ya sabe de sus problemas de salud. —Claro que sí, de eso me ocuparé personalmente. Pero, además, debes disfrutar de tutrabajo, ¿lo haces? —Loretta sonrió otra vez, asintiendo. Eldmon dudó de si no sería un esfuerzomecánico al que manejaba de manera impecable.

—Muy bien, entonces nos ocuparemos de que mejores, ven aquí. —Palmeó la cama parainvitarla a sentarse junto a él—. Cuanto más servicial seas, más te buscarán. Y eso nos favorece aambos. La chica se quitó los zapatos de taco y estaba bajándose las bragas cuando se escuchó elprimer disparo. *** 9 Hutch Templeton cruzó la puerta de entrada del salón con aire sobrador. Saludó en generaltomando con sus dedos el ala de su sombrero y se dirigió a la barra. En ella atendía el mismohombrecillo de siempre que fregaba con frenesí cada vaso con su repasador. —Whisky —pidió de un modo seco. Detrás de él se produjo un murmullo general. Habíauna veintena de personas entre soldados, mujeres y parroquianos. Pudo ver donde estabanubicados cada uno de ellos por el gran espejo colgado sobre y a lo largo de la barra. — ¿Qué pasó, niño? ¿Otra vez escapaste de tu casa? Te equivocaste de lugar, la lechería esen la otra calle. Sus compañeros de mesa largaron la carcajada. Hutch tomó el vaso que le sirvió elcantinero y lo apuró de un trago. — ¿Me habla a mí, señor? —dijo sin volverse. Pudo identificar por el reflejo a varios delos que le gritaban desde los tejados el día anterior, en el que se frustró su rescate y murió suamigo. —En este momento le hablo a tu culo, idiota —más risas—. Si quieres crecer paramantener una charla debes mirar de frente. Pero en este caso no es necesario, me gusta hablarle aun culo antes de que sea mío. Tres de los hombres que estaban en la misma mesa del eran los quemás reían. Hutch midió, por la forma de reír, su estado de ebriedad. Por el contrario, dossoldados más alejados seguían con atención el diálogo con sus armas cerca. Otros estaban muyalejados o hundidos en los pechos de alguna de las prostitutas que los acompañaban. —Cuidado, señor. Su deseo por el cuerpo de un hombre puede hacer que lo tome por unmarica. –Volvieron a escucharse risas, esta vez con el doble de intensidad. El soldadoprovocador se puso de pie. En el salón se hizo silencio. —Podría arrestarte por esas palabras, idiota. ¿Quieres eso? —Soldado, lamento que sea tan cobarde al abusar de su uniforme. ¿De verdad le gustan loshombres? —Maldito… —hizo el gesto de desenfundar, pero antes de que pudiera sacar su arma,Hutch giró con la suya y le disparó en el pecho. El hombre, de volumen importante, cayó sobrela mesa y desparramó lo que había sobre ella. Los demás soldados que estaban atentos a laescena ya tenían su revolver en la mano, pero Hutch se agachó y les disparó en menos de unsegundo a las rodillas. Uno de ellos llegó a presionar el gatillo, pero sólo le dio al espejo. Elmuchacho saltó sobre la barra y dio un rápido vistazo; un soldado estaba intentando subirse lospantalones, tarea difícil con la erección que exhibía, su chica había salido corriendo al primerdisparo. Otro a la izquierda estaba subiendo un rifle para tirarle mientras que un tercero tomabaun revolver de la mesa y también lo giraba hacia él. Hutch les disparó a ambos antes de quepudieran hacerlo ellos. Y también le dio un tiro en los genitales al soldado que tenía problemascon sus pantalones. De pronto se abrió una puerta de los cuartos de arriba y otro militar asomó su

rifle, tratando de localizar de dónde venían las balas. Hutch se dejó caer detrás de la barra ycargó su revolver con otros seis proyectiles. Se asomó y le dio tres disparos a la puerta de la queasomaba el rifle, al momento cayó el cuerpo de un hombre de grandes bigotes en calzoncillosmientras se escuchaba un grito de mujer detrás de él. Miró hacia el espejo, ahora por encima dedonde se ubicaba; había quedado como una telaraña producto del disparo anterior, no pudodistinguir nada. El cantinero estaba a su lado, hecho una bola para evitar recibir una bala derebote. — ¡Entréguese, no tiene chances de salir con vida de esto! La voz salía de su derecha, si se asomaba apenas podía llegar a darle al portador, el riesgoera no saber cuántos más habría a su lado. Respiró hondo y saltó por la izquierda apuntando adonde creía estaba su agresor. Disparó dándole en el hombro, pero a dos metros hacia la derechase encontraban dos hombres más con sus rifles alzados. Ya se veía acribillado por las balas deambos cuando la cabeza del primero estalló y al segundo le nació una flor roja en el estómago.Del otro extremo apareció un hombre de negro con el brazo extendido hacia ellos y su armatodavía humeante. Se dirigió a Hutch. — ¿Estás bien, chico? —Templeton sabía que ese hombre le había salvado la vida, perodetestaba que lo llamaran así. —Sí, señor. Le agradezco. —No lo hagas, detesto a estos imbéciles. Mi nombre es Lance. Hutch miró lo que quedaba en pie en el salón, no era mucho. La mayoría de los bebedorespresentes habían salido corriendo y los ocho uniformados en el lugar habían sido abatidos. El querecibió el disparo en el hombro se había recuperado y estaba levantando su arma en dirección deLance. Hutch le disparó en la cabeza. —Estamos a mano —dijo el pistolero. A Hutch le recordó a Nick Dolan, sin dudas era elperfil de empleado de seguridad que buscaba Eldmon, lo curioso era que consiguiera reemplazosde manera tan fácil. — ¿Es el nuevo encargado del salón? —Lo era, supongo que estoy despedido. De lo contrario renunciaré: esto apesta. Hutch sonrió. —Si quiere un nuevo trabajo, venga conmigo. La paga es recuperar El Charco de la manode estos tiranos, ¿qué me dice? —Suena bien, pero hablemos después; en minutos esto estará infectado de casacas azules.—Lance lo dirigió hacia la puerta trasera. Abrieron apenas y vieron una fila de soldados que ibapegando la vuelta para entrar al salón. Cuando se perdieron de vista, salieron. —Mi caballo está en la entrada. —Olvídalo, caminemos. Tengo una casa segura cerca —señaló Hutch pensando en laseñora Linney, de la que esperaba que hubiese hecho su parte. Cruzaron la calle trasera sin ser vistos, al menos no por los soldados, aunque Eldmon losseguía desde la ventana de arriba con atención. *** 10 McKenzie le ofreció la mano para que Charlie Bennet se levantara. Luego le devolvió elrifle.

—No estoy aquí para matarte, ni para que me mates. Hemos venido a tratar de averiguarqué pasó con tu hija. —Entonces, ¿es cierto? ¿Los rumores de que mi hija está viva y cabalgando a su lado?¿Cómo es posible? —Charlie tenía el rostro desfigurado por el espanto y el dolor. —Nada es tan simple, granjero. Y deja de lloriquear. El señor y yo estamos sacandoconclusiones que quizás nos ayudes a confirmar. — ¿Dónde está mi hija, ahora? —A salvo. No es mi prisionera, nunca lo fue. Y tampoco quise matarla. ¿Te queda claro?Fue un puto accidente. — ¿Cómo quiere que le crea? Usted es un asesino criminal con quien jamás me hubiesecruzado, hasta que mi hija decidió unírsele. Oh, Dios, no puedo creer estar hablando así de miClaire. La creía en esa tumba, junto a su madre. McKenzie guardó unos segundos de silencio. Respetaba el dolor de ese hombre porque enun momento fue el suyo propio. —No tienes idea de quién soy, ¿verdad? Charlie lo miró con desconcierto. — ¿A qué se refiere? Sé que es el bandido más buscado de la zona, eso es lo que sé y mealcanza. —No soy sólo eso. Esa tumba que está junto a la de tu hija, ¿es de tu esposa? —Sí. —Pues, también es la de mi hija. A Charlie se le aflojaron las piernas. Tenía delante al padre de su mujer, de quien nuncaquiso saber ni siquiera su nombre para no ir a tomar venganza con quien había hecho sufrir tantoa la persona que más había querido en su vida. Ahora regresaba para reavivar ese dolor y paraarrebatarle a su hija. Por un momento deseó haberse colgado de la soga de su granero. — ¿Cómo es posible? Maldito desgraciado, nunca he querido saber ni quién eras para quemi deseo de venganza no llene mi corazón de odio y quiera matarte. Y ahora apareces en el peormomento de mi vida. McKenzie se acercó al rostro de Charlie hasta casi tocarlo, mirándolo muy fijo. — ¿Crees que eres el único que sufre? No importa cual haya sido tu camino, las cosas nosduelen a todos. No te atrevas a juzgarme, no te atrevas a pensar que mi dolor vale menos que eltuyo. Elle… lo era todo para mí. Intenté estar cerca para poder verla convertirse en mujer. La vicasarse contigo, la vi escapar de su destino, de la vida miserable que tenía por mi culpa. Ytambién la vi morir por imprudente, por su inocencia al creer que podía vivir sin cuidarse de losriesgos. Si no te busqué antes para matarte, Charles Higgins, fue porque en el fondo te respeto unpoco y sé que amaste a mi hija. Pero si te atreves a juzgarme una vez más, me desquitaré contigopor todo —el viejo bandido se alejó, se veía muy alterado, respirando entrecortado—. Cuando tupropia hija entró en ese granero sin que pudiera reconocerla, sólo quise asustarla para que olvidelo que había visto. La fatalidad quiso que haya recibido un disparo. Lo demás, quizás puedaexplicarlo mejor él que yo. Mi mente no está lúcida. Enoch se había mantenido al margen de la discusión. Estaba fascinado por la escena deconfesiones familiares que había contemplado. No mucha gente tenía acceso a ser testigo desemejantes revelaciones. Se acercó a Higgins con toda la amabilidad a su alcance. —Creemos que su hija pudo tener un ataque de catalepsia, ¿ha escuchado sobre eso? No esuna enfermedad peligrosa, sólo un estado por el cual el cuerpo parece muerto, pero no lo está,

¿conoce alguna de esas historias? —Charlie parpadeó, tratando de hacer memoria, tambiénestaba confundido. —No lo recuerdo ahora, ¿qué tiene que ver eso con mi Claire? —Que quizás ella haya sufrido un ataque de catalepsia y usted, sin darse cuenta, hayaenterrado un ataúd vacío. ¿Recuerda haber perdido de vista el cajón antes de clavar la tapa yenterrarlo? —Es posible —dijo el hombre, muy afectado—. Es posible. *** 11 Betty Linney esperaba a Hutch en su cabaña con mucha precaución. No quería que nadiesiguiera al muchacho y los conectara porque sabía que sería sentencia de muerte para ambos, yles quedaba mucho por hacer antes que descansar bajo tierra. Le llamó la atención que llegaraacompañado de Lance Nixon, el nuevo encargado de seguridad de Eldmon, pero supuso que dealguna manera se habría ganado la confianza de Templeton. Les abrió la puerta verificando queestuvieran libres de seguidores. Hutch la saludó con un abrazo, como ya se les había hechocostumbre. —Él es el señor Lance Nixon, está con nosotros. —Lo he visto en el salón de Eldmon, ¿está seguro de que está del lado correcto? Lance sonrió, merecía la reticencia de la mujer, de hecho no era la primera persona en ElCharco que lo veía como una especie de traidor o militar que vestía de civil. —Tiene razón en desconfiar, señora. La realidad es que trabajaba en el salón porque lapaga es buena pero al ver a este chico en acción, me hirvió la sangre y no pude evitar echarle unamano. —Me salvó la vida, Betty, no tenía por qué hacerlo, pero mató a un par de soldados que metenían en la mira. —Bueno, luego él me devolvió el favor, no fue para tanto. —Muy bien, señor Nixon, espero que no nos defraude. Adelante. Betty les preparó una sopa bien caliente y bromeó sobre el hecho de no haber utilizadoningún condimento “especial”. También puso al tanto a Hutch sobre las repercusiones de la fugade Imalá. Le reveló que la camarera que llevó la comida a lo de Morrow tuvo que huir delpueblo. Era viuda y no tenía familia en la zona por lo cual el sheriff no tenía manera de ubicarlao de que alguien le ayude a localizarla para que responda por lo que hizo. Algunos soldadosdejaron trascender que Morrow se desquitó a golpes con Osman, haciéndolo responsable, peroeran sólo rumores. —Más allá de la anécdota, lo preocupante es que Morrow ha solicitado al gobernador mástropas, que llegarán esta misma semana. —Seguro que traerán pólvora —dijo Hutch con entusiasmo. — ¿Y por qué eso sería bueno? —Porque ya tenemos hombres en los caminos preparados para robarla. Si contamos consuficiente pólvora la lucha no sería tan desigual. Betty no pudo dejar de estremecerse, que estén emparejados por tener mayor poder defuego no garantizaba que no hubiese menos muerte, sino todo lo contrario. — ¿Y usted que piensa hacer, señor Nixon? ¿Tiene familia o casa en la región?

—Pues no, sólo probaba suerte. Vengo de Arizona y escuché el rumor de que volvía ainstalarse la mina por aquí entonces me atrajo la idea. Y ahora este jovencito me recluta para quelo impida. Muy irónico. Hutch sonrió, ese hombre le inspiraba confianza y esperaba que a Bennet le pareciera lomismo. No obstante, notó que Betty se mostraba con reservas. Una vez que terminaron la sopa, la mujer trajo a la mesa unos lienzos marcados concarbonilla. En ellos estaban trazados, de manera grosera pero entendible, los lugares en los quelos hombres de Morrow ocupaban puestos de vigilancia. También le dio a Hutch dos llaves desendos depósitos de armamentos. Le advirtió que las utilice cuanto antes, ya que cuando sedieran cuenta de que las habían perdido seguramente cambiaran las combinaciones y la forma deprotegerlos. —No se preocupe, Betty, esta misma noche nos haremos de esa carga y luego volveremosal campamento apache. Por fortuna los indios ven a un líder que los respeta en Bennet y loquieren de sheriff tanto como nosotros. —Muy bien, hijo, entonces apúrense. Los dos hombres partieron de su refugio ocasional. No notaron, en ningún momento, alsoldado de casaca azul que se ocultaba al costado de la cabaña de la señora Linney. *** 12 Cuando Betty Linney quedó sola en su cabaña se dispuso a irse a dormir. Estos días erande máxima actividad y necesitaba tener sus energías intactas. Estaba por quitarse la ropa paracalzarse su camisón, cuando un ruido de cristales rotos se produjo en su cocina. Se asomó y sólopudo ver la cortina flameando por el viento y el brillo de los vidrios en el piso. Mantuvo lalámpara de aceite cerca pero no quiso revelar su posición, sabía que, si había alguien por allí,podía aprovechar la luz que le diera desde el interior para ubicar a su blanco. Pensó en tomar uncuchillo del cajón de la cocina, pero era la zona de su hogar que había sido vulnerada. Decidiópermanecer unos minutos allí, en el umbral de su dormitorio, cuando la puerta se abrió de unsólo golpe y apareció un soldado en el frente. —Elizabeth Linney, queda arrestada por traición al gobierno de la Unión. —el soldadosostenía su rifle en alto, aunque se notaba que le era dificultoso apuntar en la oscuridad. Depronto, un ruido seco estalló por detrás del oficial. De su boca salió sangre y cayó de rodillas alsuelo, hasta desplomarse por completo. El rostro familiar de una mujer apareció por detrás, conun tronco en su mano derecha. —Cielos, Betty, hasta hace unas horas era una camarera, ¿en qué me has convertido? Laura Connors, que en teoría había abandonado la región por haber engañado al sheriff, enrealidad se refugiaba en el pequeño granero de la señora Linney. Entre las dos sacaron el cuerpoy lo llevaron allí. Laura le pidió si esa noche podía dormir con ella para evitar compartir el sueñocon el cadáver de un soldado. —Acabas de salvarme la vida, es lo menos que puedo hacer. Además, no quiero dormirsola después de esto. ¿Crees que no había más hombres con él? —En apariencia no, aunque me resulte raro. Nunca he visto que un solo hombre seencargue de un arresto sin refuerzos. Sólo a Duncan Bennet y a veces ni siquiera iba armado. —

Betty rio al recordar alguno de esos episodios, Bennet era muy persuasivo y alguien que se hacíarespetar, más allá de su revólver. —Tienes razón, esperemos que pueda volver a ser el sheriff, sería lo mejor para todos. Porcierto, lamento haberte metido en este lío. Debí suponer que Morrow saldría enseguida a buscarresponsables por esto que hicimos y que no culparía a Eldmon, que no tenía razones paraemprender semejante acción. —Soy una mujer grande, Betty, lo hice porque creí que era lo correcto, ya deja de tratarmecomo si fueses mi madre. ¿Les dijiste a tus visitantes de esta noche que yo estaba aquí? —Claro que no. Confío en Hutch Templeton, pero no en su nuevo compañero. Supongoque te lo habrás cruzado en algún momento. —Así es. Me resulta guapo y es bastante simpático, pero no podría decir de qué lado está. —Si fuese mal pensada, su visita coincidió con la llegada de este soldado, ¿no es algo quepor lo menos debiera llamar la atención? Laura suspiró. Acababa de matar a un hombre y lo peor es que no estaba ni siquieraalterada. No podía decir que es lo que en ese momento le llamaría la atención como si fuesefuera de lo normal. —No lo sé, Betty, me da la impresión de que nos falta ver muchas cosas extrañas, aún.Creo que esta noche me quedaré haciendo guardia en la cocina mientras duermes y descansaré enel día. Me cuesta creer que como dijiste antes, sea un justiciero aislado que no se haya reportadoo pedido ayuda para tu arresto. —Me acusó de traición al gobierno. Ojalá hubiese podido decir algo más, por lo menoscual fue mi delito. —No me pidas que lamente el haberme apurado, ¿o sí? —Claro que no. Te debo la vida, aunque no sea gran cosa. Ambas rieron, Betty terminó de limpiar, como había dicho y se fue a dormir. Laura seacomodó en una mecedora con el rifle del soldado en su regazo, para pasar la noche, a la cual yale quedaban pocas horas.

CAPÍTULO 8 — COMUNIÓN 1 Nick Dolan se encontraba incómodo e inquieto en el campamento indio. Siempre habíaconsiderado hostiles a los apaches y esta suerte de convivencia no lo dejaba muy tranquilo,aunque confiara en Bennet, y María parecía hacerlo también. No obstante, ella notaba su rechazoa confraternizar con los indios e intentaba limar las asperezas. Se acercó una vez más a él parachequear como evolucionaba su pierna herida. —La verdad es que ya casi no duele. Tampoco la siento, creo que se ha convertido enmadera. —Eres un tonto, ¿todo sea por no agradecerle favores al chamán? — ¿Por qué lo dices? —María sonrió, por esos días más allá de ese beso intempestivo quese dieran el día anterior ambos parecían estar conectados a un nivel de conocimiento que loshacía entenderse sin palabras—. Está bien, sé que no soy el mejor amigo de los apaches, nopuedo disimularlo, pero a ellos también les sucede, ¿no notaste sus caras? Cuando decidieron queDuncan fuese el líder casi comienzan a matarnos a flechazos a todos. María largó una carcajada breve y luego un suspiro. —Estoy preocupada, Nick. No sé cómo saldremos de esta. — ¿Nosotros dos? —No, suelo ver un poco más allá de mi ombligo —dijo en tono de reproche—. Hablo deEl Charco, de nuestra gente. Y de la tribu, no veo que podamos resistir a semejante poderíobélico. —Yo tampoco, a decir verdad. Ni siquiera tenemos la garantía de que el gobernador aceptela jefatura de Bennet cuando destrone a Morrow. Podría mandar a diez más como él y terminarcon el problema de una vez, luego instalar las minas que quiera y fundar otros pueblos fantasmascomo El Charco que funcionen con trabajadores esclavos que simulen una vida feliz y guarden laesperanza de convertirse en millonarios si los dejaran sus propios dueños avariciosos. —Y creía que yo era la pesimista. —Es la cruda verdad, primor. No la tenemos fácil, estamos sentados sobre un barril depólvora. O unos cuantos, en breve. — ¿Qué hay de ese dibujo del cristal? ¿Lograste entender algo más? —No, sólo tuve ese sueño extraño en el que Claire era una especie de monstruo. Como sea,resulta menos esperanzador. No creo que ella sea una salvadora, quizás todo lo contrario. A todoesto, vi salir a Charlie temprano, ¿sabes dónde iría? —Supongo que a su granja. No tiene empleados y debe ir cada tanto a atender a susanimales. —Ya debería haber regresado, ¿quieres que vayamos a ver? No me aguanto mucho máspor aquí y su granja no está lejos. —Está bien, le diré a Bennet. Por otra parte, necesitas moverte y cabalgar para recuperartedel todo. En unos minutos estuvieron montando sus caballos y en camino a la granja de Higgins. Noapuraron el tranco para que Dolan pudiese mantener el ritmo, decidieron dejar los rifles y llevarsólo un revólver cada uno. A lo largo del camino se toparon con varios indios apostados en lo

alto de los riscos, esperando el paso de algún cargamento militar de armas o de pólvora. Dolansaludaba siempre con el mismo movimiento leve de cabeza. En el cuarto puesto de vigilanciauno de ellos llamó su atención lanzando una flecha al suelo por delante de su paso. Miraron haciaarriba y el apache que parecía un mono ejecutando una coreografía extraña intentaba avisarles dealgo, señalando en el sentido en el que se dirigían. —Creo que están diciendo que se aproxima un transporte —dijo María, no porqueentendiera el idioma mescal sino por aplicar el sentido común a lo que parecían decir aquelloshombres. Salieron del camino y escondieron como pudieron sus caballos tras los árboles. Seocultaron, pero sin dejar de apuntar con sus armas hacia el lado del camino en el que apareceríael vehículo. No dispararían ni intervendrían a menos que fuesen vistos. Comenzó a escucharse el ruido de los cascos hasta que unos ocho caballos montados porsoldados aparecieron abriendo la caravana. Detrás venía una carreta de lona blanca en la que casicon seguridad iría el preciado cargamento. Dolan quedó sorprendido cuando vio como cuatroflechas, que partieron de lo alto casi en simultáneo, atravesaron a los primeros hombres de la fila.Uno la recibió en el cuello, otro en el pecho, el tercero en la espalda y el último en la rodilla. Depronto el apache pequeño que había dado el aviso saltó sobre el soldado con la flecha en lapierna y colgándose de sus hombros lo degolló. Pero el grito que llegó a emitir la víctima antesde morir alertó a los hombres dentro del coche y tres de ellos salieron disparando hacia arriba,presumiendo que sus atacantes estaban apostados allí. El error les costó demasiado caro ya que lamisma cantidad de apaches salió por debajo de ellos y los apuñalaron o cortaron sus gargantascasi en el mismo momento. El último soldado de la caravana permanecía dentro con su riflelevantado y sentado junto a los barriles de pólvora. El indio más pequeño volvió a actuar ytomando una lanza, la arrojó desde una distancia considerable y se la incrustó en el pecho. Enmenos de un minuto, los apaches habían acabado con ocho hombres armados sin necesidad dedisparar armas de fuego. Los cuatro aborígenes saltaron y danzaron en franco festejo, sobre lasangre caliente que aún derramaban los cadáveres de sus enemigos. — ¿Te parece que aún no tenemos posibilidades de vencer al ejército de Morrow? —preguntó María, sin dejar de mostrarse impresionada. —No lo sé, pero estoy seguro de que quiero a estos de mi lado. Volvamos al campamento,no quiero ver más sorpresas. *** 2 Morrow permanecía frente a sus soldados con las manos detrás, con una expresión queparecía neutra, pero en realidad era de las más severas que podía exhibir. A sus espaldas se habíaemplazado un cadalso del cual colgaban cinco hombres con sogas alrededor de sus cuellos. Elsexto hombre ubicado en la plataforma sobrepasaba a todos en altura, llevaba una capucha decuero y tenía la mano sobre la palanca, preparado para moverla ni bien recibiese la orden. —Señores, estas personas que ven aquí y visten uniforme al igual que ustedes, juraron enalgún momento defender a su gobierno y a su país. —Osman parpadeó inquieto, él era uno de losque tenía una soga en el cuello, pero no llevaba uniforme. Sabía que había metido la pata y nosólo una vez, pero no creyó que el sheriff lo condenaría a muerte. A su lado se encontraban unpar de hombres de los que se tirotearon con Templeton en la cantina, el guardia que dejó pasar ala mujer con la comida que los durmió, y también el que más estuvo custodiando a la india,

acusado y condenado por complicidad en la fuga. El verdugo había sido conminado a armar elcadalso en menos de cuatro horas, sino quería ser uno de los colgados. El Sr. Pennywhitecumplió, no porque le temiera a la muerte sino porque amaba esa clase de desafíos. —Cualquiera de ustedes puede ser el siguiente. Sus vidas no valen nada si no son capacesde ser útiles en esta campaña. El que no esté de acuerdo, puede irse ahora mismo. Es cierto queserá ejecutado por la espalda mientras corre porque los desertores me producen asco, pero almenos no me hará perder más el tiempo ni contribuirá a que este pueblo siga sin poder vivir enpaz. ¿Comprenden? —Sí, mi capitán —dijeron todos al unísono. —Ahora, les pido que no vean a estos hombres como a sus compañeros. Me fallaron a mí,les fallaron a ustedes. Son tan traidores y cobardes como quien se aprovechó de ellos. Y elmundo de los vivos, no les pertenece. ¿Estamos de acuerdo? —Sí, señor. —Pues entonces, miren al frente y vean como se hace justicia con ellos. Morrow levantó el brazo para dar la orden de ejecución al verdugo, pero en ese mismomomento otro soldado llegó con su caballo a galope rápido. Morrow aguardó con la mano en altohasta que el hombre desmontó y fue hacia él. El jinete hizo el saludo con su mano en la frentemientras recuperaba un poco de aire. —Tengo un mensaje para el señor Zeke Osman, directo del gobernador, señor. —El Sr. Osman está a punto de ser ejecutado, puede dármelo directamente a mí. —Pero el gobernador pidió expresamente que el Sr. Osman… —Soldado, hay lugar para uno más en ese cadalso, ¿lo quiere o prefiere darme el recado? —Sí, señor, lo siento. Es que el gobernador dice que hay un ataque apache inminente a ElCharco con artillería robada y ayuda de rebeldes blancos y necesita que el Sr. Osman superviselas acciones en consecuencia. —Morrow resopló fastidiado, volvió a levantar la mano y luego la bajó para que elverdugo tirara de la palanca. Al mismo tiempo sacó su revólver y apunto al lugar que ocupabaOsman. —Los cinco cuerpos cayeron al vacío ni bien se abrió la trampilla, consistente en una solapuerta que les daba pie a todos. Pero el único que llegó a tocar el suelo fue Osman, cuya soga secortó en el mismo momento en el que la atravesó la bala disparada por el sheriff Morrow. —Los soldados quedaron impresionados, a pesar de temerle y mucho, admiraron la sangrefría y puntería de aquel hombre. La espantosa muerte de sus cuatro compañeros pasó a unsegundo plano. —Pues bien, vaya y dele a ese inútil en el piso el recado. El mensajero ayudó a Osman a recuperarse y le dio de modo formal el mensaje delgobernador. Osman sacudió sus ropas y se dirigió a Morrow. Sacó sus anteojos del bolsillo de suchaleco y se acomodó el cabello, como si hubiese olvidado en el acto de que el hombre que teníaenfrente estuvo a punto de colgarlo. —Ante todo, gracias por reconsiderar su orden, señor. No lo defraudaré de nuevo. —Créame que no. ¿Qué más tiene para decirle el gobernador? —El gobernador dice que los últimos tres cargamentos de pólvora y municiones han sidorobados por los apaches, y los soldados que los traían, muertos por sus manos. Cree que DuncanBennet los está ayudando a organizarse y en cualquier momento comenzarán a atacar. Morrow respiró hondo. Lamentó no tener aún a la india de rehén, era su carta fuerte contraBennet y ahora, al estar ella en su tribu y a su lado, ambos eran más poderosos. Sabía que el

gobernador estaba con él, aunque quizás hubiese subestimado la conexión con Osman, pero sejuró retener a ese pueblo bajo su mando o hacerlo arder con su gente hasta convertirlo en cenizas. —Muy bien. Sr. Osman, tome esta nueva oportunidad como la última. El gobernador loquiere vivo, pero no me costará nada convencerlo de su incapacidad si debo hacer que loejecuten nuevamente, ¿de acuerdo? —Sí, sheriff. —Zeke esbozó media sonrisa, antes creyó que de verdad moriría allí, perotoda esa jugada sin dudas le mostró a Morrow de sus influencias e importancia en el juego.Quizás el próximo en la horca sea el propio capitán y no él, que tampoco se veía tan mal con laestrella de sheriff en el pecho. *** 3 Cuando Claire perdió la paciencia se preguntó a si misma si estaba lista para liquidar a losdos hombres en la puerta a balazos. Era evidente que cuando debía defenderse no le temblaba lamano, pero no quería convertirse en una asesina despiadada y compulsiva. Quizás estuviese enlos genes y fuera como su abuelo, pero se resistía a admitirlo, aunque la pusieran a prueba demanera constante. De todos modos, debía salir de allí a como diese lugar, así que terminó decalzar su pistolera y volvió a bajar. Bentley tragó saliva una vez más al verla tan decidida afranquear la puerta. —Descuide, le diré a mi abuelo que no pudo hacer nada para impedirme el paso, ¿o acasomiento? —No, señorita. Le agradezco eso. Claire abrió la puerta y vio a los dos hombres recostados contra la pared y agotados deaburrimiento. Sin detenerse a hablar con ellos saltó sobre su caballo. Lance sacó su arma y leapuntó. El otro hizo lo mismo, pero más dubitativo. —Tu abuelo nos ordenó impedirte que salgas. —Si vas a dispararme hazlo ahora, grandulón. No voy a perder más tiempo hablandocontigo. Lamentaré no ver tu cuerpo cosido a balazos cuando regrese McKenzie y vea a su nietamuerta por los mismos hombres a los que les pidió que la cuiden. Halsey se rascó la cabeza con la mano libre. Por fortuna no tuvo que tomar una decisión,McKenzie se aproximaba cabalgando junto a dos personas más. —Ya bajen las armas idiotas, ella y yo sabemos que no dispararán. El viejo regresaba conel extraño que los investigaba y a su lado, Charles Higgins, cuyo rostro no daba crédito a lo queveía. Claire lo miró y no pudo evitar que sus ojos de llenen de lágrimas y se cierre su garganta.El hombre bajó del caballo y ella hizo lo propio, corriendo a sus brazos. —Hija, no entiendo qué pasó, ¿cómo es posible? —No lo sé, estoy comenzando a recordar, pero no lo sé aún. — ¿Por qué no regresaste a casa, por qué vistes y te comportas así? —No lo sé, papá, te juro que no lo sé. Pero estoy aquí por una razón. Es lo único que tengoclaro. Tampoco sé si puedo quedarme, una vez que cumpla con lo que debo hacer. Por eso noquería verte, no quería que sufras mi muerte dos veces. —Tonterías, ya nada te arrancará de mi lado —dijo Charlie, abrazándola. McKenzie teníala vista en el horizonte, no podía evitar recordar cuánto extrañaba a su propia hija, y por mucho

que detestara a Charles Higgins, no trataría de arruinar la relación que tenía con Claire. Charliese volvió hacia el forastero. —Quizás el señor Hays puede explicarte lo que él cree que te ha sucedido, ¿estás dispuestaa aceptarlo? Claire miró a Enoch con algo de curiosidad, pero sin entusiasmo. —El señor puede tratar de convencerme con alguna teoría que parezca lógica, pero eso nola convertirá en verdad instantánea. Solo les pido a los tres que, si necesito hacer algo, nointerfieran en mi camino, ¿puede ser? Charlie y Enoch asintieron, McKenzie seguía con su aparente distracción. A Claire no lemolestó ya que, hasta el momento, era quien menos le había impedido seguir con lo que tuvieseque hacer. — ¿Qué pasó en el pueblo? ¿El sheriff sigue prófugo? —En realidad todo es mucho más grave que eso —explicó Higgins—, el nuevo sheriff esun militar que con el apoyo del gobernador ha instalado una tiranía consistente en matar a todo elque se le oponga. El capitán Morrow trata de eliminar a Bennet para que no se le ocurra volver areclamar o postularse para el puesto de sheriff. Pensamos que intenta despejar el camino para quede nuevo se instale una compañía minera, dado que el principal opositor era Duncan Bennet.Para eso tomó de rehén a la hija del cacique Kodai y con eso logró eliminarlo. Colgó a TomLinney, el ex ayudante de Duncan y llenó de soldados al pueblo. Por suerte ella pudo escapar yahora está rearmándose con la ayuda del propio Bennet para intentar recuperar El Charco.Morrow busca provocar a los apaches para exterminarlos y así hacer que la mina regrese yexplote la zona, hombres incluidos, como en el pasado, en la época del abuelo de Duncan,cuando tenía la estrella y negociaba con los peores criminales. Y eso está costándonos demasiadasangre, mi niña. No podemos permitirlo. —Dios, ¿un puñado de indios y rebeldes contra el ejército? ¿Alguien cree que tienenposibilidades? —Charlie miró a su hija sin poder creer su manera de expresarse. Cuando la viopor última vez con vida, era apenas una niña con ganas de complacer a su padre con una recetade cocina. Y ahora la escuchaba hablar como si se tratara de una estratega militar—. Unmomento, dijo como si recordara algo. Extrajo de su bolsillo el cristal del camafeo. Lo levantópara verlo al trasluz—. Esto tiene que ver con lo que está sucediendo. No era un mapa comocreíamos, es… una pluma, una serpiente y un sombrero. Aquí está el resultado delenfrentamiento, o lo que hay que hacer para resolverlo. McKenzie puso su mejor cara de “lo sabía”. —Claro que no es un mapa del tesoro, de lo contrario estaríamos nadando en monedas deoro. Lo que no sé es porqué todavía sea importante. Enoch se acercó y le pidió la pieza a Claire. Hizo lo mismo que ella la primera vez, la pusoal trasluz y trató de proyectarla, pero no había demasiado sol, parecía que, en cambio, estaba apunto de llover y hasta que no sucediera, la luz era insuficiente. —Las figuras de la pluma, la serpiente y el sombrero son inconfundibles —dijo elinvestigador logrando que McKenzie se avergonzara de no haberlas distinguido desde unprincipio—. Sólo debemos averiguar a qué se refieren. Puede tratarse tanto de una profecía comode un deseo de armonía entre los pueblos. Los aborígenes ven en las serpientes a una divinidadmaligna y al hombre blanco como a su enemigo. Tal vez se trate de un deseo de unidadmanifiesto en una joya.

—Pues el idiota que la hizo pudo haber tallado “haya paz” en una piedra a lo alto de unrisco y no nos hubiese hecho perder tanto tiempo —lanzó el bandido con un súbito estallido decólera. Enoch sonrió. —Es probable pero no creo que se trate sólo de un deseo. Esto es un recurso, un mensaje adescifrar con un objetivo. — ¿Está hablando de algo sobrenatural? —No necesariamente. Imaginemos que esto es algo a lo que haya que acudir en caso deemergencia. Si no me han puesto mal al tanto, este camafeo estaba siendo enviado lejos delpueblo, ¿correcto? —Claire asintió—. Alguien lo quería lejos por un motivo. Y una guerra está apunto de comenzar, sin que este elemento haya podido ser excluido. Y tiene indios, tienehombres blancos, sólo nos faltan las serpientes. *** 4 Eldmon parecía más nervioso que de costumbre mientras permanecía sentado frente a lamáxima autoridad en El Charco. Y para quien la ley, de paso, era un argumento antojadizo quesiempre jugaba a su favor. Había sido llamado por la masacre en su salón, en la que murieronvarios soldados y de la cual el ahora fugitivo Hutch Templeton era el responsable principal. Porun lado, Morrow tenía bien en claro que él mismo era en parte responsable por haberlo dejado ircon vida, siendo que lo había visto manejar con tanta pericia su revólver en el duelo. Le pareciófácil de manipular por su osadía y juventud, pero eso le costó ocho soldados y la destrucciónparcial del salón en la que sus hombres encontraban el único lugar de reposo y distracción. —Sheriff Morrow, lamento lo sucedido en mi local. Sabe que desde que llegaron sustropas siempre intenté que encontraran su lugar de descanso ideal. No creí que las cosas pudiesendesmadrarse de tal manera. —Claro que sí, Sr. Eldmon, jamás lo puse en duda. Templeton es un elemento de cuidado,lo tuve en mis manos y lo dejé ir. El precio fue éste. Dispondré de algunos hombres para queayuden a reparar los daños en su salón. —Oh, por favor, no se preocupe… —No, es mi deber hacerlo, Templeton fue a buscar provocación en donde hubiese soldadospara quitarse la espina clavada en su ego y ellos cayeron en la trampa. Se supone que el ejércitodebería estar más allá de la provocación de un pendenciero, ¿no cree? —Sí, sheriff, en eso tiene razón. Eran buenos hombres, pero algo temperamentales. Y labebida debió contribuir, además. —Señor Eldmon, usted siempre supo estar del lado correcto. Es por eso que le pido que mesiga acompañando. Mis hombres harán algunas modificaciones en su salón para que seainexpugnable. No sólo para que no vuelva a repetirse lo sucedido, sino para que, en el inminenteataque que sufriremos, se convierta en un punto seguro para repeler fuerzas enemigas, ¿mesigue? —Sí, señor. Lo que crea conveniente —En realidad el viejo comerciante no se sentía tan agusto con estar rodeado de armas y de pólvora, pero ¿cómo negarse a la voluntad de semejanteautoridad? Morrow no aceptaba otra forma de alianza que no fuese plegándose a sus órdenes. Sucortesía era una pantalla engañosa.

—Sé que al principio no será cómodo para usted. Las chicas quizás estén más expuestasque de costumbre, aunque no creo que les importe, ¿verdad? —Ambos rieron, aunque Eldmonsiempre se sentía desconcertado por los gustos y placeres de ese hombre que jamás habíautilizado el servicio de alguna de sus mujeres. Tampoco hablaba de alguna esposa o novia que loestuviese esperando. Era llamativo, aunque poco prudente abordarlo como tema de conversación. —Sheriff, no tiene que justificarse, mi salón queda a disposición de lo que necesite hacer.En tiempos de paz hablaremos de comodidad, hoy es otra la urgencia. —Señor Eldmon, es usted un verdadero patriota —dijo estrechándole la mano yponiéndose de pie —Por cierto, ¿qué novedades tiene de su agente? Eldmon sonrió una vez más. No pensaba sacar el tema hasta tener noticias sustanciales,pero entendía la necesidad de novedades del capitán. —Oh, todo ha salido perfecto. Lamento que dos de las bajas de sus hombres se debieran alas acciones de Nixon, pero fue de la única manera en que podía ganarse la confianza de HutchTempleton. Cuando hablábamos de la infiltración solíamos planear algo mucho más complejo,pero el destino quiso que se diese así y le diera una oportunidad de oro para lucirse ybeneficiarnos. — ¿Y usted confía en él? —Naturalmente, es mi sobrino. Por fortuna no venía a visitarme muy seguido, no creo quepuedan reconocerlo. Morrow asintió satisfecho. —También debió engañar a la señora Linney, sé que se reunieron con ella ayer. Sacrifiquéa otro hombre para que no resulte sospechoso para ella misma. Le hubiese llamado la atenciónque no tuviese vigilancia. Esa mujer es de cuidado, le ordené a mi hombre arrestarla luego deque se fueran Templeton y su nuevo amigo, pero no he tenido noticias. Betty Linney es muyastuta y si no se fue del pueblo es porque pretende seguir asistiendo a los rebeldes. No puedodemostrarlo, pero creo que debió tener que ver con la huida de la apache. —Pero esa fue mi camarera, sheriff, por eso mismo huyó ¿dice que tuvo cómplices oalguien la instigó? —No creo que esa mujer haya tenido motivaciones propias para intentar algo así, la señoraLinney, en cambio, perdió a su hijo y lo que intente en mi contra siempre tendrá unajustificación. Vaya tranquilo y espere la visita de mis hombres cuanto antes para reacondicionarsu lugar. Eldmon se retiró sin saber si debía sentirse más agradecido o preocupado por esa oferta queno podía rechazar. *** 5 A diferencia de la vez anterior, Hutch Templeton regresó al campamento con aire triunfal.Los apaches vieron con desconfianza al nuevo acompañante que traía, pero el entusiasmo deHutch cuando contó cómo su reciente aliado le había salvado la vida, calmó los ánimos de lamayoría. Bennet le hizo un breve interrogatorio de rigor a Nixon y le estrechó su mano dando aentender que le conformaron sus respuestas. María y Dolan, por otra parte, no dejaban decuchichear al respecto, sin haberse dado a conocer aún ante el recién llegado. — ¿Qué opinas? No lo había visto antes en el pueblo —preguntó ella.

—Yo sí creo haberlo visto pero no recuerdo las circunstancias. De todos modos, no meinspira confianza. —Vaya, ¡que implacable! ¿Y eso por qué sería? —Dolan miró a los ojos a su compañera.Ella quería confiar en todo aquel que pudiese ayudarles, él en cambio era desconfiado pornaturaleza. —Llámale intuición. Por otra parte, ¿no crees que si Morrow es tan taimado como dicen nointentaría una acción de espionaje con alguno de sus hombres? Recuerda que lo apoya el mismogobernador. María resopló. —No dejas que nada me entusiasme. Al menos es guapo. —Pues aprovecha, quizás le saques algo con tus encantos —María le propinó un golpe consu puño en el brazo. — ¿Y eso por qué es? —Porque quise. Y tal vez lo intente, todos hacemos cosas por la causa, ¿verdad? Dolan la observó con aire risueño. No podía dejar de pensar que, como prostituta que habíasido, le sería fácil abordar al recién llegado para tratar de desenmascararlo, pero tampoco podíadejar de verla como a una mujer apasionada capaz de entregar su cuerpo y alma sólo a unhombre, que llegado al caso podía ser él si se decidiera a ser más claro al demostrar susintenciones. —En este caso preferiría que me dejes averiguarlo a mí. Ella abrió la boca, con gesto de asombro. — ¿Acaso estás celoso? — ¿No tengo derecho a estarlo? —Pues… ¡no! Aunque me divierta más que molestarme. —Con eso me alcanza, por ahora. María se incorporó y fue al encuentro de Nixon, le dio un apretón de manos y comenzó unacharla casual sobre el lugar de trabajo que compartían, aunque en diferentes tiempos. Allí fuedonde ella señaló a Dolan y Nixon se acercó a saludarlo. —No te levantes, veo que estás herido. Dolan hizo caso omiso y se puso de pie. —Ya va siendo hora de que me recupere sin que provoque pena, ¿qué tal ese trabajo en elsalón? —Pues, me ha durado poco, como ves. De todos modos, ya se había convertido en uncuartel militar, demasiadas casacas. Estaba comenzando a tenerles alergia. El chico me dio unbuen empujón. Claro que ahora usaré mis armas sin que nadie me pague y eso no deja de ser unproblema. —Tengo la impresión de que te he visto antes, ¿solías frecuentar el salón como cliente? —Poco y nada, hacía mucho que no merodeaba por allí. Igual, recuerdo haberte visto.Eldmon sintió tu pérdida. De hecho, cree que estás muerto, al igual que María. Supongo que creeque ustedes no tendrían razones para quedarse fuera de su ámbito, pero por lo visto hanencontrado un motivo para el exilio. Y en un campamento indio, por raro que suene. —Créeme que a mí también me suena raro. Pero no es permanente, espero. — ¿Cuál es el plan? Dolan se encogió de hombros. Sabía que no debía hablar más de la cuenta. —Supongo que derrotar a Morrow y a sus hombres. Su visión de cómo aplicar la ley se leestá yendo de las manos.

— ¿Y creen que será posible? —Has visto en acción a Templeton, todos son un poco así por aquí. La mentira fue descarada, Templeton era por lejos el mejor tirador que tenían, seguido porél mismo y por pura suposición, el propio Bennet. Y no había visto en acción a María, aunquefuese una ranger. A excepción de los apaches a los que había visto actuar con salvaje eficaciamás temprano, el resto era un hato de voluntades apenas calificadas para alguna clase deenfrentamiento. Pero no podía darse el lujo de hablar de debilidades con un extraño. —Vaya, si son sólo el diez por ciento de lo que es ese chico, aquí tienen a todo un ejércitocapaz de hacer de Texas, una vez más, otro estado independiente. Dolan asintió, Nixon se retiró a seguir conversando de modo muy animado con suanfitrión, el joven con mayor puntería y rapidez del campamento que no dejaba de arriesgar suvida de manera irresponsable. Nick fue a ver a Bennet que, desde que llegara Imalá tampocoparecía tener su capacidad de atención al máximo. Pensó que su principal problema en esemomento era cierto exceso de confianza en el grupo. —Jefe, ¿puedo hablar un minuto con usted? —Bennet asintió, separándose un poco delresto para que nadie los oyera —No confío en el tipo nuevo—. — ¿Por algo en especial? —No, pero hace muchas preguntas y creo haberlo visto antes en el salón, aunque norecuerde con exactitud en qué situación. Hutch es nuestro mejor pistolero, pero a la vezdemasiado confiado. Quizás sea un espía de Morrow, me pareció demasiado oportuna suaparición. —De acuerdo, me parece sensato no abrirnos del todo a él. ¿Puedes echarle un ojo? ¿Maríasabe de tus sospechas? —Lo haré. Le he dicho algo, creo que ella tiene sus propios métodos para sondearlo.¿Cómo van las cosas con la Sra. Bennet? —dijo con ánimos de bromear y señalando a Imalá.Duncan sonrió, pero luego se puso solemne. —Me preocupa. Ambos estamos liderando a un grupo de hombres que lejos de pelearjuntos han luchado entre sí por siglos, o bien se han mantenido en treguas en las que lo mejor eraque no tuviesen ninguna clase de contacto. Sabemos que la prioridad no es cuidarnos entre sí,pero sé que será difícil disociarlo y no pensar que ni ella ni yo estamos en condiciones de cuidaral otro más que a cualquiera de nuestros hombres. No sé si lo entiendes. —Mucho. Espero que todo salga bien, jefe. —Y si no, convertiremos a El Charco en un pueblo fantasma y listo para ser aplastado.Nuestro esfuerzo debe ser mejor que eso. *** 6 Zeke Osman entró a su oficina distraído y se llevó un nuevo susto: Sam Hastings, elsecretario privado del gobernador, lo esperaba otra vez sentado detrás de su escritorio. —No hace falta que me lo agradezcas. Osman esbozó una sonrisa mientras se tocaba el cuello enrojecido. —Debí suponer que fuiste tú, la orden de ejecución de Morrow fue intempestiva y no habíamodo de que el gobernador supiese que estaba a punto de colgarme. Te debo la vida, esinnegable.

—No me lo agradezcas mucho, fue una decisión que tomé para hacer cumplir una ordenmayor. Al gobernador no le sirves muerto, Zeke. De hecho, el caballo desbocado en que se estáconvirtiendo Morrow necesita un freno. Sabemos que habrá enfrentamientos y correrá sangre,pero no queremos que la gente de El Charco viva en estado de pánico permanente. Y ni siquierapudiste ocuparte de matar a Bennet mientras se te escapó su india de las manos. De verdad quehas perdido el control de todo esto, eres un bicho de escritorio que se maneja mejor llevando ytrayendo chismes. —Las cosas no son tan simples, Sam. Mira como terminó Ellison Hanke, convertido en unmonstruo deforme que lucha por su vida. —Ocúpate de eso, dale una muerte digna y de inmediato el gobernador te nombrará comosu sucesor en el banco. Será mucho más fácil para ti y te dará cierta inmunidad. Osman puso cara de ilusión y sorpresa. — ¿Lo dices de verdad? —No bromeo con esas cosas. Pero ocúpate en persona, no quiero mercenarios inútilescomo el pistolero que mandaste a liquidar a Bennet. Es la única condición. —No, claro que no. Lo haré lo antes posible. —Te quitaré también de las espaldas el peso de averiguar lo de la chica fantasma, elgobernador ya se encargó de investigar eso. —Vaya, ¿hay alguna novedad? —No por ahora, pero Allan Pinkerton tiene un hombre en el terreno. Pronto sabremos quéhay de cierto en toda esa charlatanería. —Bien, Sam, me alegro de que tengas todo bajo control. ¿Quieres un trago? —Ya tomé, gracias —Osman siempre se ponía incómodo ante las visitas de Hastings,sentía que perdía el control por completo, hasta como anfitrión. Y encima, ahora le debía la vida.Por otra parte, ese ascenso a banquero lo hacía muy feliz—. Sólo te pediré algo más. Elgobernador siente que no puede controlar a Morrow como lo necesita. Le ha enviado y sigueenviando recursos en armas y soldados, pero la situación se está extendiendo demasiado. Elsheriff cree que debe esperar un ataque y repelerlo para que sea más legítimo el exterminio, perolos apaches ya han robado varios cargamentos de pólvora y se van haciendo más peligrosos.¿Estás al tanto de esto? —Sí, lamentablemente. —Bien, debes convencer a Morrow de que avance sobre el campamento indio y lo arrasepor sorpresa. De hecho, si tienen pólvora robada será más fácil hacerlos volar por los aires. Yquizás sorprendan también a Bennet y a sus secuaces. Si sobreviven algunos apaches para atacarEl Charco, serán sólo un puñado y no se librará una batalla que dañe civiles aquí. ¿No es unaacción en la que todos ganan? —Así como lo planteas, sin dudas. Me sorprende que Morrow no lo haya pensado antes. —Es un tanto tozudo. Quiere que el pueblo sea su fortaleza y tener una excusa perfectapara exterminarlos luego de un ataque. Quiere que los libros de historia lo recuerden como a unhéroe que resistió el asedio indio y no como a un genocida. ¿No es evidente? —Dicho así, sin lugar a dudas. Veré que puedo hacer. —Haz que suceda, simplemente. De lo contrario, ya ves cómo termina hasta un “intocable”como Ellison Hanke. No te conviertas en otro. Osman tragó saliva. Siempre se supo prescindible, pero trabajaba duro para no serlo. Esetipo de comentarios le hacían notar que le faltaba mucho más por hacer.

—De acuerdo, Sam, será un desafío en el que mi vida esté en juego, una vez más. Ya mequedó claro, hoy más que nunca. *** 7 Cuando Enoch Hays les pidió a todos que se tomaran un momento y lo dejaran tener unaexperiencia que podía ser reveladora, no sospechaban lo que estaba por hacer: el investigadortomó el cristal y se dirigió al monte más cercano, con uno de los hongos que había arrancado delas afueras de la granja Higgins. Entonces se sentó al pie de uno de los árboles y comenzó amasticarlo, sin dejar de tener el cristal entre sus dedos. — ¿Están viendo lo mismo que yo? —dijo Claire, anonadada. Su padre y su abuelo, porprimera vez juntos, tenían la misma mirada atónita. —Me dijo que no creía en lo sobrenatural, que su trabajo era demostrar que no existía nadade eso y buscarle el lado razonable y lógico. Para mí él ya es algo raro de por sí en este mundo. Enoch mantenía los ojos cerrados, había cruzado las piernas como en pose de monje enmeditación mientras no paraba de masticar ese hongo alucinógeno. — ¿Cuánto creen que le llevará esto? —preguntó Charlie. Claire se volvió hacia él, conmirada tierna. —Papá, debes regresar a la granja. Ocúpate de tus animales, no dejes que esta locura deviolencia te afecte. Te prometo que, si Dios decide que debo seguir en este mundo, iré aquedarme contigo por el resto de los días. Bennet sonrió con algo de amargura. —Ahora hasta eres religiosa, no entiendo cómo se lleve de bien eso con portar un revólver,pero ya renuncié a preguntarte cosas que no tienen sentido. No puedo regresar a la granja acosechar, pastar vacas y sentarme en la mecedora por las noches, estamos por entrar en guerra yBennet me necesita. A mí y a cada revólver que pueda defender El Charco de una invasióndevastadora. McKenzie seguía mirando absorto a su nuevo compañero detective que entraba en trancedebajo del árbol. Parecía balbucear algo mientras movía de aquí para allá el cristal. —Papá, comprende que estoy pasando por algo que no entiendo todavía. —Pues, deja que te ayude a entenderlo al menos. Ese hombre… —dijo señalando a Hays— puede tener la clave de lo sucedido. Claire lo miró y dudó de que así fuera. El numerito que estaba montando no hacía quepareciera una fuente demasiado confiable. — ¿Y estás peleando junto a Bennet? Tú no eres un pistolero. —Claro que no lo soy, de hecho, cuando creí que te perdía iba a quitarme la vida. Ya notenía nada a lo que aferrarme. Pero mi deseo de reparar el daño, de querer que quienes te habíanasesinado paguen su crimen me fue devuelto por Duncan Bennet. Luego eso cambió y surgióesto que no es más que proteger a nuestra gente, a nuestro pueblo, a punto de ser arrasado. McKenzie comenzó a prestar atención a lo que decía Charlie. —No sabía que era tan grave. ¿De verdad planean hacerle frente al ejército? Higgins se volvió hacia él.

—No existe alternativa. Arrasarán con nuestras tierras para que funcione la mina, tomarána nuestros hombres como esclavos para que trabajen en ella y matarán a cada apache que siga enalgún campamento de la zona. —Bueno, eso último no me desagrada tanto –dijo casi pensando en voz alta. —Estos días he convivido con algunos de ellos, gracias a Bennet y a Imalá. Los apaches dela tribu Kodai sólo quieren vivir tranquilos y que se los respete. Atacan sólo cuando sonagredidos Y de eso debemos hacernos cargo. Han accedido a que Bennet los lidere en esteenfrentamiento. — ¿Un sheriff blanco conduciendo pieles rojas a una lucha contra el ejército de las casacasazules? No creí vivir para ver esto. —Pues, lo verás más cerca de lo que crees —dijo Claire que no parecía estar tanconfundida como hasta hacía un rato— ahora todo tiene más sentido. — ¿De qué estás hablando, niña chalada? —De que nos uniremos a Bennet en la lucha. McKenzie rió con una carcajada. —Sigue soñando. —Entonces hasta aquí llegamos, abuelo. El viejo parecía muy contrariado. — ¿Quieres suicidarte? ¿Qué sentido tiene enfrentarse a la muerte así? —La esperanza de que no haya muerte para todos. Y de que los inocentes tengan quien losdefienda. Se giraron al escuchar alguien que se aproximaba, Hays regresaba bamboleándose ysusurrando incoherencias. Claire lo señaló. —Es tu nuevo amigo, ¿no piensas ayudarle? McKenzie se acercó refunfuñando y lo ayudó a montar en su caballo. Hays se rehusabacomo diciendo que podía hacerlo solo, hasta que lo intentó y terminó en el césped. Charlie yClaire rieron mientras el otro lo ayudaba a subir al animal. —Es hora de decidir, abuelo. Ya aclaramos que tú no me disparaste voluntariamente. Esono borra el resto de tus crímenes, pero iban a colgarte por eso. Tal vez sea tu oportunidad derecomponer tu vida. Tal vez ganemos esta batalla y se te conceda una amnistía. Trataríamosdirectamente con Bennet que sería la nueva autoridad del pueblo y quien le tuerza el brazo algobernador, ¿no te parece que vale la pena intentarlo? McKenzie permaneció en silencio unos segundos. — ¿Y mis hombres? —Déjalos ir. A no ser que se nos quieran unir. No lo sé, no puedo insistir por ellos, perome gustaría que tú lo intentes. De modo inesperado, el bandido se dirigió a Charlie. — ¿Y tú que dices? ¿Te molestaría cabalgar y pelear junto a un forajido como yo? Higgins lo miró sin odio, pero con curiosidad. —El futuro es ella, McKenzie. Tú y yo sólo podemos ser de ayuda, convertirnos enobstáculo, o simplemente desaparecer. La decisión una vez más es tuya. —De acuerdo. Cuenten conmigo. *** 8

Morrow seguía utilizando de base la casa de Ellison Hanke, mientras las reformas en laoficina del sheriff terminaran. Había pedido a los hombres que estaban en ella que no se esmerendemasiado ya que era probable que vuelva a sufrir un ataque y quizás hubiese que reconstruirladesde los cimientos. Por otra parte, la casa del banquero estaba a mayor resguardo y era muchomás difícil de atacar que su antigua oficina que se encontraba bastante más expuesta. El rescatede la india había sido una jugada osada o un tiro en la oscuridad que había dado resultado, perosólo fue una excepción y una muestra de que no podían subestimar a su enemigo. Zeke Osman golpeó la puerta con aire intimidado, lo cual era bastante lógico de acuerdo alo que había pasado hacía pocas horas. —Adelante. —Permiso, señor. Traigo novedades de la gobernación. —Ya me queda clara su influencia, Osman. Quiero que sepa que a pesar de la orden que dien cuanto a su ejecución, puedo seguir trabajando con usted sin rencores ni sentimientos deencono. Espero que haya aprendido de su acción negligente y de sus consecuencias. ¿Estamos deacuerdo en eso? —Por supuesto, señor. Créame que lucharé codo a codo con usted para que logre susobjetivos, que sin duda son los mismos que los del gobernador. Con respecto a eso… —Morrowestudió el comportamiento de Osman. Seguía sin confiar en él, pero no podía permitir que learruine su vínculo con el gobernador— tengo una sugerencia estratégica para adelantar losplazos. Hay preocupación por la pólvora robada pero ese hecho puede jugarnos a favor. —Escucho. —Si nos adelantamos y atacamos el campamento, podemos usar esa pólvora para queestalle en su propio lugar y cause más bajas que en el enfrentamiento que se produzca aquí. —Pero también mataríamos mujeres y niños, el costo es muy alto y se verá muy mal.Tanto para mí como para el gobernador. —Señor, podemos actuar con total reserva, un ataque furtivo y sorpresivo a una aldea nodebiera trascender como noticia. De hecho, los apaches sobrevivientes vendrán a contraatacarcasi de inmediato y eso si trascenderá. Pero lo harán muy debilitados en número. Morrow se quedó pensando. Osman consideró que Hastings no se equivocaba en cuanto acómo cuidaba el sheriff su imagen. Personalmente no creía que le importaran demasiado lasmujeres y los niños apaches. —De acuerdo, pero enviaré un pelotón pequeño para que ubiquen y vuelen a los depósitosde pólvora. Si hay bajas, mejor, pero lo más interesante será apurar el ataque a El Charco, que yano podrán demorar. —Muy bien, señor. Si me disculpa iré a ver al señor Hanke. Me preocupa su lentarecuperación. —Dele mis saludos. Osman saludó con una leve inclinación y salió por la puerta principal hacia el domicilio deldoctor en el que estaba convaleciendo Hanke. No tenía idea de qué manera actuaría para eliminaral banquero, pero ya se le ocurriría algo. En los últimos días veía que la improvisación era másfructífera que los planes que solía urdir con tanta antelación. Saludó a dos mujeres que departíanen la puerta del hotel con entusiasmo y al dueño de la zapatería que se hallaban a su paso. Lomiraban con algo de pena. No pudo evaluar si eso era del todo positivo, pero si veía el vasomedio lleno, la piedad en la mirada popular era un valor que tendría su peso tarde o temprano.

El frente de la casa del Dr. Percy era de los más imponentes de la calle principal. Y elmejor mantenido. Zeke se emprolijó el cabello y sacudió sus ropas antes de tocar la puerta. Lasecretaria, lo hizo pasar y le pidió que espere al doctor. A los pocos minutos se hizo presente. —Señor Osman, un gusto tenerlo aquí. —Para mí lo es, señor, más allá de las circunstancias. Imaginará que mi preocupación másimportante, así como la del sheriff, es la de saber de la evolución del señor Hanke. El doctor. cambió la sonrisa de su rostro por un semblante preocupado. —Está delicado, sufre mucho por las quemaduras, pero no puedo administrarle másopiáceos para calmar el dolor, podrían matarlo —Zeke se aproximó y tomó al médico del brazopara llevarlo a un costado y que la secretaria no escuche lo que hablaran—. Dr. ¿qué pasa si serecupera? ¿Sufrirá mucho el resto de su vida? —Sin dudas, su vida no será ni el diez por ciento de lo que era a nivel físico, obviamenterepercutirá en su temperamento. Osman negó con la cabeza con un rictus amargo. Miró otra vez hacia donde estaba lasecretaria y bajó la voz hasta hacerla casi imperceptible. —El señor Hanke no tiene familia, ¿no cree que lo mejor que pueda pasarle sería que lodeje ir y de ese modo ahorrarle una vida repleta de sufrimiento? Percy se sorprendió por la franqueza de su interlocutor. —Sr. Osman, eso sería asesinato. —Por favor, sea práctico. El pobre tendrá una vida de dolor y de resentimiento. No podrádesempeñar su tarea sin culpar a todos de lo que le sucedió. No tome a mal lo que le planteo,pero le pido que lo piense. Si necesita más argumentos… ¿usted tiene una hipoteca? —Claro que sí, sobre esta misma propiedad. —Pues bien, imagine que el Hanke que se recupera y vuelve a su puesto no esté lleno degratitud por sus cuidados, sino de ira por su estado. Lo culpará de sus males. Y quizás ejecute suhipoteca porque será lo que más a mano tenga para castigarlo. Conoce a Ellison, sabe que no esde los mejores enemigos que se puedan tener, ¿me equivoco, doctor.? —Eso que me dice es espantoso. —Pero posible. No es algo que se suela pensar, pero si lo hacemos evitaríamos tantadesgracia. Por otra parte… —Lo escucho. —Si Hanke fallece, el gobernador me nombrará en su lugar, me lo acaban de notificar. Y sieso sucede, tenga por seguro que la hipoteca desaparecerá. Usted lo merece, doctor, se hasacrificado mucho en estos días. El médico intentó medir las implicancias de lo que estaba diciendo ese hombre. Lo estabasobornando para que mate al banquero. Podía decirlo como prefiriera, pero se trataba de eso, yno estaba convencido de tener alguna otra salida que no sea aceptar. —De acuerdo, quizás… quizás sea lo mejor para él. —Lo será. Y quedará en el recuerdo de todos como el amable banquero que era. ¿Cuentocon su ayuda, doctor? —Está bien. Pesará en mi conciencia, pero entiendo que será lo mejor para todos. Osman agradeció al Dr. con un fuerte apretón de manos y luego su saludo habitual tocandoel ala de su sombrero. Fuera de su cambio de visión, la secretaria del doctor Percy supo, sinescuchar la mayor parte de lo expuesto en el diálogo, que esos dos pactaban la muerte de EllisonHanke.

*** 9 El hechicero Lootah estaba celebrando el ritual O-kee-pa de manera resumida. Llevaba almenos cuatro días transferir el espíritu de las aves y búfalos a sus guerreros para hacerlos másfuertes. La ceremonia tenías más de cincuenta años en la tradición apache y de otras tribus de laregión, que algunos habían reemplazado con la danza del sol, pero el viejo hechicero seguíasosteniendo que este acto era más efectivo que cualquiera de sus derivaciones. Skah estaba deacuerdo con eso. Los apaches que irían a combatir estaban presentes y dispuestos e iban pasandode a uno para que el Lootah los ungiera con sus preparados y les diera de beber mezcal. Luegoirían danzando al ritmo de los cantos que mujeres, niños y ancianos entonaban para darle marcoa la celebración. La gran mayoría rodeaba la pira encendida mientras que los hombres blancosque acompañaban a Bennet se situaban fuera de ese radio, alejados, de manera respetuosa. —Me pregunto hasta donde serán efectivos esos rituales —observó Lance Nixon—, tal vezles den fuerzas sólo por creer que tienen alguna clase de ayuda o poder especial. —Si hubieses visto el asalto al último cargamento de pólvora esta tarde, creerías que estascosas son más útiles de lo que parecen —acotó Dolan—, jamás había visto criaturas humanasmoverse con esa rapidez y certeza. Y espero no tener que enfrentarme a ellos en la vida. —Lance se encogió de hombros. Supongo que enfrente no tendrían al pistolero más rápido,¿verdad, chico? Templeton asintió, feliz de ser considerado de esa manera por su reciente salvador. —No se confíen, tengan en cuenta que esos guardias no iban paseando y estaban atentos yarmados —agregó Bennet—, lo único que me preocupa de nuestros aliados es que sean pocos yhasta ahora no sabemos al número exacto de soldados a los que nos enfrentaremos. Mañanadecidiremos el momento justo en el que iremos al ataque. Mientras tanto… —Duncan no pudoterminar la frase, la explosión iluminó el cielo en plena noche. Se escucharon gritos desde sulugar de origen, que era no era otro que el depósito improvisado en el que guardaban la pólvorarobada, a unas cuantas yardas de donde se encontraban. Los gritos decían que alguien habíasalido lastimado. —Dios mío, es la pólvora. Iré a ver —dijo María, pero antes de que pueda ponerse enmarcha, Nick la tomó del brazo. —Espera, voy contigo. Antes de que pudieran ponerse en marcha, sonaron disparos y dos de los guerreros queestaban frente al fogón cayeron malheridos. Las mujeres tomaron a sus hijos más pequeños ycomenzaron a correr hacia el monte, a través de la maleza. Bennet pudo ver como los disparossalían de varios puntos y eran efectuados por gente de uniforme. — ¡Nos atacan los hombres de Morrow, ábranse y disparen sobre los que distingan! —ordenó Duncan. Imalá, que también se encontraba en el fogón, tomó un arco y se dirigió junto aBennet. —Treparé a ese árbol. Será más rápido ubicarlos desde allí. Antes de que pudiese asentir, la india estaba subiendo con mucha agilidad por una rama yluego saltando a otra, más cercana a la copa. Bennet no dejó de pegarle un ojo mientras tratabade dirigir a sus hombres a distintos puntos estratégicos. Divisó a un uniformado saliendo de lamaleza con su arma en la mano y estaba a punto de dispararle cuando vio como un hachaatravesaba su pecho. A su lado emergía otro con el rifle alzado, apuntando a una mujer que

corría con su pequeño en brazos, pero una flecha descendente se clavó en su cabeza: la hija deKodai ya estaba haciendo su trabajo. Se escucharon disparos, eran los Colt de sus hombres quesonaban distintos a los rifles de sus enemigos, señal de que estaban vivos y combatiendo. Subió asu caballo, tendría más control desde allí. Otro uniformado salió por detrás y lo vio a tiempo paradispararle en el pecho. No venían más detrás de él. Buscó por instinto a su amigo Charlie pero nolo vio, luego recordó que no lo ubicaba desde temprano. Las flechas de Imalá seguían silbando a sus espaldas y clavándose en más soldadoshostiles. Se alejó un poco de la zona hacia el lugar de la explosión. Contó al menos seis cuerposabatidos. Una madre apache se aferraba al cuerpo sin vida de su hijo, de no más de siete u ochoaños. Duncan le gritó que se pusiera a cubierto, pero no parecía importarle su propia vida. Undisparo le dio en el pecho e hizo que su cuerpo cayera, inerte, junto al del niño. Bennet observóque el tiro salió de la parte posterior de una tienda, se acercó con su caballo por el otro extremo yle disparó en la cabeza al asesino. Aquel ataque en conjunto era sorpresivo y feroz. Estaba claroque Morrow quería sacarlos de su madriguera cuanto antes y cobrarse el robo de la pólvora.Duncan no podía creer que esos hombres, soldados del ejército de la Unión, no fuesen capaces derespetar ni a mujeres ni a niños. El ruido de las balas fue disminuyendo, se escuchó el galope dealgunos de los atacantes escapando y más gritos de mujeres que veían agonizar a sus hijos oesposos. —Se han ido —dijo Imalá sorprendiéndolo por detrás—, murieron varios de los nuestros yperdimos la pólvora. Halcón, por primera vez siento que todos vamos a morir. —Claro que no. Necesito que reúnas a tus guerreros cuanto antes. No esperarán queataquemos ahora. —Pero… será un suicidio. —No, será justicia. *** 10 Claire vio la columna de humo y se inquietó por cualquier cosa que fuera que esosignificara. Le pregunto a su padre y a su abuelo si tenían idea de dónde provenía. Charlie dijoque parecía ser en el campamento apache. Luego recordó el acopio de pólvora y dijo suponer quequizás haya explotado por un mal manejo de los indios. Enoch Hays escuchaba con atención sinopinar. Los efectos alucinógenos habían desaparecido, pero tuvieron que parar para descansar unpoco en el hotel y comer algo para reponer fuerzas. Si bien ya era tarde para dirigirse alcampamento, no podían permitirse perder más tiempo y nadie sabía a ciencia cierta que teníaBennet en mente o si decidiría atacar a primera hora, así que decidieron no postergar más lasalida. Pero al ver el humo cavilaban en cuanto a los pasos a seguir. De pronto escucharon elgalope de caballos y divisaron una nube de polvo a la distancia en el mismo camino por el queiban. Decidieron apartarse del medio para que no los vieran, mientras se iban aproximando. —Son soldados —dijo Charlie—, apostaría mi vida a que fueron ellos quienes volaron lapólvora. O iniciaron un ataque. —Decidan qué haremos —dijo McKenzie—, no parecen muchos, si los sorprendemos atiros podemos acabar con ellos, o bien ocultarnos y rogar que no nos vean. Claire y Charlie se miraron. Enoch tenía cara de espanto. —Caballeros, no soy amigo de las armas de fuego.

—Bueno para nada –acotó McKenzie—, ¿y bien? —No tengo dudas que vienen de atacar al campamento —dijo Charlie, sin pensarlo mucho. —Muy bien —dijo Claire, bajando de su caballo y desenfundando—, no son más de diez odoce. Si le damos a tres cada uno, los tenemos casi cubiertos. Cuiden sus balas. McKenzie se ubicó en uno de los árboles más cercanos al camino. Claire cruzó y se pusodetrás del más próximo del otro lado. Charlie se ocultó un poco más atrás, sin bajar de sucaballo, pero apuntando en la misma dirección. —Señores —dijo McKenzie—, prepárense a matar o a morir. *** 11 El doctor Adam Percy estuvo inquieto desde que recibió la visita de Zeke Osman y susecretaria Cassie no era ajena a la situación. Se mantuvo callada durante toda la jornada y apenascruzó palabra con él, salvo que fuese necesario. — ¿Y bien? ¿Me dirás lo que sucede o debo adivinar? —dijo el doctor sin mucha intenciónde mostrarse paciente o sutil. A Cassie la tomó de sorpresa la reacción, a pesar de que estabaesperando tener un momento para la charla. — ¿De verdad lo harás? — ¿A qué te refieres? —A matar a Hanke. Percy se puso incómodo, creyó que debía ser el único que tenía que soportar esepensamiento macabro, pero se equivocó. Había subestimado a su secretaria, que no por nada erasu también su amante. La inteligencia lo seducía más que nada en una mujer y Cassie tenía unamente sagaz. — ¡Dios! ¿Quieres cerrar esa boca? No… no tengo nada decidido aún. —Te escuché confirmar que lo harías. Adam, eres mucho mejor que eso. —Pues si escuchaste toda la conversación, sabrás que no fue una propuesta sino unaamenaza. A esta gente no le tiembla el pulso, Cassie. El mismo Osman casi fue colgado, ¿lorecuerdas? ¿Qué crees que me pase si me niego? Incluso hasta tú puedes pagar consecuencias. —No me uses de excusa. Sé que no es fácil, pero te ofreció un soborno. Eso lo hace muchomás ruin. —Son ruines, querida. Osman siempre hace parecer como que tienes opción, pero no esasí. Te preguntaré algo, ¿crees que de verdad me tienta que me quiten la hipoteca? ¿Piensas queharía algo así por dinero? Cassie bajó la mirada, sabía que no y por eso le dolía tanto la situación. Amaba a esehombre y a pesar de resignarse a que jamás sería alguien con quien formaría una familia, noquería decepcionarse de la gran admiración que le tenía. —Rechaza el soborno. Haz lo que tengas que hacer, pero no lo manches con dinero sucio. —No es una buena idea. Si me hago el insobornable me tendrán como alguien de cuidado.Y prescindible, sobre todo. No tengo alternativa, amor. Ella se tiró sobre él y lo abrazó. No solía demostrarle nada de afecto como no fuese en susencuentros secretos en su habitación destinada para eso y a puertas cerradas, pero esa era unaocasión especial. Adam respondió al abrazo y luego la miró a los ojos, llenos de lágrimas. —Querida, estaremos bien. No te preocupes.

Por un rato tampoco se dijeron palabra, pero sin la incomodidad de saber que mediabansecretos entre ellos. Cassie se preguntó cómo llevaría a cabo el doctor la tarea de eliminar aHanke, supuso que, dándole una sobredosis de calmantes, debía ser algo que no despertarasospechas. Entró a la habitación, el banquero estaba sedado, pero sin conciencia. Llevabavendajes en la mayor parte del cuerpo y cubriendo casi el total del rostro a excepción de un ojo yde la boca. Su cabello estaba alborotado y despoblado en zona de quemaduras. No lucía paranada bien. Osman tenía algo de razón al creer que era mejor que no tuviese una vida miserable yque no podían predecir que el colérico Ellison Hanke no fuese a convertirse en un serdespreciable en base a sus desgracias. Era muy coherente a pesar de lo mucho que odiaba a esehombrecillo repugnante. Miró a través de la puerta, Percy no estaba cerca. Le dolió que Adam tuviese que pasar porese trance, que se convierta en un asesino por verse acorralado. Y entonces hizo lo que le pareciómejor: tomó la almohada entre sus manos y la colocó sobre el rostro de Hanke, presionando confuerza. Él despertó y trató de separarla dando manotazos. Su debilidad ayudó a que no loconsiguiera a pesar de la complexión menuda de ella. Siguió presionando, escuchó los gruñidosahogados y una lágrima corrió por su mejilla. Creyó que se rendiría antes, pero seguía tratandode zafarse de la almohada que le quitaba la respiración. Cassie no dejó de presionar. Las manosdel banquero cayeron laxas y al fin pudo quitar la almohada. Ya estaba hecho. Prefería llevar esacarga en su propia conciencia y que no sea Adam quien tuviese el amargo recuerdo, aunque losucedido quedara entre ellos. Salió de la habitación, Adam estaba haciendo un preparado y sesorprendió porque no la había visto entrar. Está hecho —dijo ella sin detenerse. Él abrió la boca, sorprendido. Dejó lo que estabahaciendo y entró en el cuarto. Vio a Hanke con la boca abierta en una mueca desencajada y lasmanos caídas a los lados. Tomó su pulso y comprobó que ya no tenía vida. En ese mismomomento fue consciente de lo que esa mujer hizo y de lo que sería capaz de hacer por él y nopudo más que sentir dolor y remordimiento. *** 12 — ¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó McKenzie con tono preocupadomientras sostenía si arma en dirección a la caballería —Son más de una docena, no creo que nosalcancen las balas o nos dejen recargar a tiempo. Claire siguió mirando hacia el camino polvoriento. Parecía serena y relajada. Ninguno dejóde apuntar, a excepción de Hays que se mantenía asomado desde el árbol más alejado, sin nadaentre sus manos. Cuando estuvieron cerca como para ser divisados en detalle, Claire los observó fijo sinpestañear. Sus ojos cambiaron de color y sus pupilas se tornaron de un tono brumoso, como si sehubiesen cubierto de hielo. A pocos metros de donde iban a pasar los soldados, se materializóuna serpiente blanca. — ¿De dónde salió eso? —preguntó Charlie que la vio aparecer de la nada. Observó a suhija y también notó el cambio en sus ojos. No pudo evitar sentir un escalofrío, pero intentómantener la serenidad para disparar. El pelotón avanzaba a toda marcha. Cuando llegó hasta donde estaba la serpiente, elprimero de los caballos se detuvo en seco y se levantó en sus dos patas traseras, arrojando al


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