jinete al camino. Los otros reaccionaron de forma similar, Fueron tres los soldados derribadospor la reacción de los animales, que no dejaban de relinchar, despavoridos. —Disparen ahora —dijo Claire y los tres gatillaron sus armas sobre los soldadossorprendidos. Y sólo tres de ellos llegaron a desenfundar y a disparar sin lograr hacer puntería.McKenzie y Claire los abatieron sin esfuerzo. Charlie sólo pudo herir a uno en una pierna, perocuando estaba escapando, el viejo bandido lo remató por la espalda. Enoch Hays no dejaba demirar con una mezcla de horror y asombro a ese grupo improvisado de tiradores que hacía unashoras discutían como enemigos mortales y terminaron siendo toda una familia de pistoleros.Cuando quedaban sólo dos, Claire Higgins saltó al medio del camino y les disparó con certezamortal. Ahora sólo los caballos ocupaban el sendero en medio de una nube de polvo y junto a lapila de cadáveres. Charlie se acercó a su hija y la observó buscando algún disparo o herida, perola chica había resultado ilesa. Sus ojos también volvían a tener el color normal. Buscó laserpiente en el camino, pero ya no había nada y la prueba la daban los propios caballos quepermanecían quietos. — ¿Dónde está? ¿Dónde fue ese bicho en medio del camino que apareció tanoportunamente? —preguntó McKenzie. Claire enfundó su arma. —Supongo que se habrá espantado —dijo guiñando un ojo a su abuelo—. Como sea nossacó de un gran apuro, ¿verdad? Los tres hombres se miraron entre sí, por primera vez se percataron de que estaban frente aun fenómeno muy difícil de explicar. Hays no le daba paz a su cerebro intentando dar con unaexplicación razonable. Fue hacia el lugar en el que había aparecido la serpiente y que todospudieron ver. No había ni siquiera rastros de su desplazamiento. Las huellas de cascosenloquecidos de los caballos, en cambio, estaban sembradas por todo el lugar. —Muy bien —dijo tratando de mantener la calma— Todos vimos la serpiente, eso descartaque haya sido una ilusión, porque de hecho tanto a los caballos como a los jinetes también lesocurrió y definió su suerte. Eso quiere decir que existió. ¿Dónde fue? Pues bien, no es muydifícil escurrirse u ocultarse por aquí. De hecho, nos estábamos escondiendo con bastante éxitosin tener el tamaño de esas criaturas. Tuvimos suerte, eso fue todo. Charlie pensó en cómo le cambiaron los ojos de color a Claire mientras aparecía el reptil.Miró fijo a su hija como a la espera de una respuesta. Ella le sostuvo la mirada. —Te dije que hay cosas que no puedo explicar. Sólo suceden. Tomemos sus armas yvolvamos al campamento. Querrán saber que estos asesinos ya no podrán molestar. Los hombres hicieron caso a la chica y se hicieron de varios rifles y algunas dagas yrevólveres. Enoch se vio obligado a llevar algunas por solidaridad a pesar de haber dicho variasveces que no portaba armas. Y todavía le faltaba incursionar en territorio indio.
CAPÍTULO 9 — PREDICADOR 1 Dorak estaba desolado; en poco tiempo había perdido a su mentor, el jefe Kodai y ahora, apunto de acompañar a su otra líder en batalla, se enfrentaba a una tragedia de pérdidas masivasen su propio campamento. No sólo algunos guerreros habían muerto sino también niños y dosmujeres que trataban de protegerlos. Habían perdido la pólvora que era uno de los elementos quepodían darles la victoria y también varias armas que guardaban allí mismo. Sus huéspedesblancos parecían haber salido ilesos. Por un momento los envidió, aunque luego cayó en cuentaque gracias a ellos las pérdidas en su propia gente no fueron mayores. Duncan se aproximó congesto adusto. Detrás venía Imalá, que con su arco también había abatido a varios enemigos. Eranun equipo poderoso a pesar de lo reducido del número. — ¿Qué haremos, hermano Halcón? —Debemos ir ahora mismo a atacarlos. Nos creerán debilitados y desvalidos, no nosesperan —La idea era una locura si uno observaba el estado de la aldea en ese momento, pero nodejaba de ser lógico al mismo tiempo—. Iremos antes de que salga el sol, todavía será de noche yle causaremos todas las bajas que podamos. Será una batalla que no olvidarán. Dorak dudó un momento, pero de inmediato se contagió de la determinación de su viejocompañero. No podían dejarse abatir o que la noche terminara y se dejaran caer derrotados. —De acuerdo, Halcón. Nuestro destino está en tus manos. Dorak se fue corriendo a cumplir con la orden. Duncan tomó por los brazos a Imalá. — ¿De verdad te parece una buena idea? Creo que es lo que debemos hacer, pero tu genteacaba de ser atacada y no sé si su moral sea la mejor para luchar. —Debe serlo, debemos aprovechar esa furia y convertirla en victoria. —Está bien, me ocuparé de mis hombres. Duncan se alejó llamando a Templeton y al resto para ponerlos al día sobre la decisión delataque nocturno. Dolan estuvo de acuerdo, ya se sentía repuesto y no podía quejarse mucho encomparación, el propio Bennet llevaba un balazo reciente en el hombro y ni lo hacía notar. Maríatenía mucha adrenalina encima y no veía la hora de defender a su pueblo de los tiranos. Sería suregreso triunfal y, si salía bien, la oportunidad de comenzar una nueva vida como mujer deacción. —Señor Nixon, ¿está de acuerdo con pelear en esta causa? Entenderé si quiere mantenerseal margen. Lance se veía algo desbordado. Se suponía que tenía que colectar información para llevarlea Eldmon y que luego pueda actualizarle a Morrow, pero nunca creyó que las cosas se diesen tanrápido y que ahora tenga que simular pelear contra la gente a la que estaba aliada. Por otra parte,no podía negar que Templeton le caía bien y admiraba su coraje y habilidad con las armas. Notenía ánimos para traicionarlo, pero tampoco había renunciado del todo a su cometido. —Cuente conmigo, Bennet. Si por mi fuese sería más prudente y esperaría para uncontraataque, pero no es mi decisión. —Gracias por su ayuda. ¿Alguien más tiene algo para decir? Todos guardaron silencio, algunos ya preparaban sus armas.
—Muy bien, en marcha entonces, Imalá, Dorak y yo iremos al frente. Respondan acualquiera de nuestras voces. Cuando se dispersaron para buscar sus caballos, María tomó a Dolan del brazo. —Oye, mantente a mi lado, ¿sí? No estás al cien por ciento y no quiero perderte por undescuido. Nick hizo una sonrisa torcida. — ¿No quieres perderme? María le dio un beso muy rápido y sorpresivo. —No, tonto. Odio admitirlo, pero eres importante para mí —pretendió retirarse al deciresto, pero Nick la tomó de nuevo y la atrajo para darle otro beso más prolongado. — ¡Señores, estamos en guerra! —les gritó Hutch con tono divertido, pero a ellos nopareció importarle. —No vamos a morir, al menos no por separado. Y yo también te necesito. Cuando estaban a punto de partir, otro grupo de jinetes se acercaba a tranco lento. Claire,Charlie, McKenzie y Hays acababan de llegar al campamento. *** 2 El predicador Mark Posey se sentó por quinta vez en la escalinata de la iglesia en lo queiba del día, con su petaca en la mano y jugando a buscar diferencias en la calle principal desde laúltima vez que se ubicó allí. Hacía varios meses que no ofrecía ningún sermón, en gran parte porfalta de concurrencia. La gente había perdido el interés por escucharlo y él no podía culparlos,tampoco sentía esa pasión por tocar el espíritu de sus feligreses porque él mismo no sentía lapresencia divina interior necesaria. A pesar de eso su respuesta preferida cuando le preguntabanel porqué de la ausencia de ceremonias y reuniones en su capilla era: “son gente tan sana que nonecesitan que Dios les diga qué hacer” y si bien era una humorada, lo único que lograba erareafirmar lo inútil de su papel en ese lugar. Observó cómo cambiaban la guardia militar en algún que otro tejado. Esos hombresllevaban varios días haciendo vigilancia y habían puesto en alerta a todos, pero en definitiva noparecía que fuese a ocurrir algo parecido a un ataque indio. La señora Linney venía hacia él por el medio de la calle. Admiraba su temple, luego dellorar a su hijo lo mínimo necesario siguió con su vida y más activa que antes. Recordó que éltenía tres a los que no veía desde hacía cuatro años, cuando su mujer decidió dejarlo en esepueblo en el que jamás ocurría nada, al menos hasta hace unos días que pareció convertirse en unfoco de enfrentamientos violentos. Al recordarlos se le hizo un nudo en la garganta, pero lodesató con otro trago de la petaca. Cuando la bajó luego de beber, Betty Linney estaba paradafrente a él. —Predicador, ¿puedo hablar unos minutos con usted? Posey miró a la mujer, como intentando escudriñar el motivo de su visita. Por su actitud deaparente apremio descartó que buscase alivio espiritual por la muerte de Tom. —No se me ocurre ninguna excusa para negarme, Betty, tendré que escucharte —la mujersonrió, muchos veían a Posey como un bueno para nada, pero no dejaba de ser agradablesorprenderse con sus salidas jocosas—. Pasemos a la capilla, para que el señor me siga teniendoen cuenta como su intermediario.
El interior seguía siendo acogedor a pesar de la falta de visitas. Algunas mujeresvoluntarias que iban a diario a rezar se encargaban de limpiar el lugar y de colocar algún arreglofloral en fechas especiales como en el día de acción de gracias. Posey le indicó a Betty un bancopara que se sentara y se acomodó junto a ella. —No sé si este sea el mejor lugar para hablar de esto, pero debo advertirle que la guerra eneste pueblo es inminente, predicador. —La guerra es inherente a los hombres, Betty. El señor lo sabe y lo entiende. Si hubiesequerido que el hombre no pelee, no lo permitiría. Pero, ¿qué tienes tú que ver con esto? —Se lo diré, pero antes necesito saber su opinión sobre el sheriff. Posey se echó hacia atrás, era una pregunta directa que impedía que mantuviese suneutralidad. Estaba cómodo en ella y si bien no había mantenido diálogo directo con Morrowtampoco se había metido con él. Por lo visto la iglesia no era un factor estratégico en lo que seaque se propongan. Y estaba claro por qué era así. —Estoy tentado a decir “parece un buen hombre” para evitar problemas, pero la realidadmarca que no lo es; ejecutó gente sin motivo incluyendo a tu hijo y eliminó con una trampamortal al jefe apache de la tribu vecina. No entiendo cómo los indios aún no intentaron arrasarcon este pueblo. Y cuando eso suceda, porque ocurrirá de todos modos, será su fin dado el nivelde ocupación militar que tenemos. Pero insisto, Betty, ¿en qué te has metido? ¿Esto es por lo quele sucedió a Tom? —No, aunque no niego que sea parte de lo mismo. Morrow ejecutó a Tom para hacer queregrese Bennet y pueda matarlo. Ese es uno de sus objetivos, el otro es que vengan los apachespara exterminarlos y que la compañía minera avance sin dificultad. El gobernador puso a estehombre para que El Charco vuelva a ser lo que era cuando el sheriff era Reginald Bennet y,sinceramente, no quisiera que vuelvan esos días. —Por Dios que no. Por lo que pude observar, la huida de la chica india evitó que Bennetcaiga en la trampa. Me preguntó quién estuvo detrás de eso —Betty lo miró con picardía. Poseyla conocía lo suficiente para saber que ella pudo haber sido parte—. Mujer, ¿has perdido lacabeza? La camarera de Eldmon que sirvió el menú que durmió al sheriff está prófuga y quiénsabe si no muerta. —Descuida, ella está bien. Posey se sintió algo aliviado, si en algo se beneficiaba de su situación de ministro religiosoera en las chicas que Eldmon le enviaba a discreción a la capilla para que una o dos veces a lasemana tenga su desahogo. Laura Connors era camarera y no se prostituía con los clientes, perodesde el día en que fue a pedirle consejo y terminaron acostándose, no podía dejar de pensar enella. Si bien la situación no se había repetido, quizás por vergüenza de la muchacha, le teníaaprecio. —Eres todo un caso, Betty. Entonces, dime, ¿a qué viene la pregunta? ¿Qué tienes enmente? —Si los indios no han atacado aún es porque el mismo Duncan Bennet los estáorganizando junto a la hija del cacique. Ellos robaron parte de la pólvora y cuando avancen loharán con un plan. No son muchos, no tienen el poderío del ejército de Morrow, pero lointentarán. Y si la gente del pueblo no ayuda, será una masacre, un sacrificio, un suicidio. — ¿Y qué tengo que ver yo con eso? ¿Quieres que rece por ellos? —No, Mark Posey, es hora de ayudar con algo más que eso. Necesito que celebre unareunión para que la gente se informe y pronuncie: quienes quieran ayudar a defender su pueblo,que lo hagan de la gente que realmente les hará daño.
—No lo sé, Betty, no creo que goce de mucha popularidad ahora mismo como para que mehagan caso y vengan como si fuese a decirles algo que les interese. —Lo ayudaré. Avisaré que dará un sermón, le diré a mis vecinas que vengan con susmaridos. Les advertiré que es importante, pero sin dar muchos detalles. Luego, una vez aquí,usted hace la introducción y yo me encargaré del resto. ¿Le parece bien? — ¿Tengo elección? —Puede negarse, pero quiero seguir estimándolo, predicador. Quiero que nos acerque atodos a Dios, si es que existe, y nos dé una mano. —Su casa es la de todos, que así sea. La señora Linney saludó al hombre con su mejor sonrisa. Él no dejó de figurarse en lopoco que les quedaba de tranquilidad o de vida, a ambos y al pueblo en general. *** 3 Cuando Claire Higgins pisó tierra india al llegar al campamento, escuchó la voz en sucabeza y dejó de percibir todo contacto con su entorno real. No pudo ver nada más que un azulintenso rodeándola, como si estuviese parada en medio de un extraño universo. Sus compañerosse habían desvanecido en el aire y nada más parecía visible o palpable a su alrededor. Una vozsonó en su cabeza logrando que vibrara cada parte de su cuerpo. — ¿Eres tú? ¿Por qué te siento tan claro en mi cabeza? —No lo sé —se encontró respondiendo sin mover los labios—, no estoy segura de porquetodo lo que escucho es a ti. Y te estoy respondiendo sin mover los labios. —Me pasa lo mismo. Pero sé exactamente quién eres, que te ocurrió y porqué estamosconectadas. Imalá se materializó frente a ella. Era la primera vez que la veía, pero sin embargo la sentíacomo parte de su propio ser. —Podría decir lo mismo. Fue ella. —Sí, la serpiente madre nos ha unido en este destino. —Cada una de nosotras… es una parte. —Una blanca y otra negra. —Ahora veo todo con mucha claridad, pero supongo que estoy soñando. —No lo estamos, es un trance. Estamos en un nivel de conciencia profundo. — ¿Por qué nosotras? —Yo misma busqué este destino; mi brujo me dio la opción ante la urgencia de lo quepasaría en El Charco. El tuyo fue fortuito. O al menos eso parece. Quizá hayas sido elegida de lamisma manera, quizás tu mensajero haya sido el niño que te derribó al pasar o… el mismoconejo —Claire recordó a Alice, se sintió mal por no haberle dedicado ni siquiera un minuto desus pensamientos desde que todo sucedió—. Veo que durante mucho tiempo no has sido túmisma, has vivido para satisfacer a tu padre y para intentar mitigar el dolor de su pérdida, pero lamujer que estabas destinada a ser, es la que se ve ahora. La serpiente negra se manifestó paradártelo. Te trajo de la muerte para que lo veas y seas quien debas ser. —Pero cuando esto termine, me dejará. Y partiré para siempre. —No. Una de nosotras lo hará, pero no está escrito cual. La serpiente sólo se ha divididopara lograr esto. Cuando se unifique, sólo necesita un huésped.
—Siento como si… pase lo que pase fuese a morir algo en mí. —Es natural, somos una sola entidad y cuando una de las dos no esté, lo sentiremos. —Pase lo que pase, dejaremos a alguien sufriendo. Mi padre o Halcón rojo… siento comosi lo conociera de siempre y jamás lo había visto. Igual que al brujo y a tu propio padre. —Será duro, como bien dijiste, cualquiera sea el resultado. ¿Crees que podrás resistirlo? —No veo opción. Y desde que resucité, recuperé viejas habilidades y me comporto con unnivel de coraje que desconocía. Y ahora mismo sumo tus propias cualidades, siento que hastapuedo manejar el arco o el cuchillo con tu misma destreza. —Así es, pero también tienes mis debilidades; de aquí hasta el final seremos una. Esnuestro destino. — ¿Debemos decirlo a los demás? —No. Será una ventaja que debemos aprovechar. Mucho menos mencionemos que una delas dos no llegará al final, no queremos que se distraigan por nosotras. —No entiendo porque la serpiente nos ayuda. —No es ayuda, es un sacrificio. La serpiente vive en nosotras luego de acudir al llamado,habitará en una hasta que se cumpla el objetivo y luego se llevará a la otra. —Yo no pedí esto. —Yo tampoco, pero alguien lo hizo. Y siento que no se equivocó. ¿Estás de acuerdo? —No podría disentir, entiendo cada cosa que te ocurre y pasa por tu mente. —Ni siquiera esta conversación es necesaria. —Lo sé, pero es adaptación. Cuando despertemos, no habrá sorpresas. Imalá levantó la mano derecha con su palma abierta hacia Claire, que hizo lo mismo con laizquierda, en espejo. Cuando se tocaron, todo lo que las rodeaba se fundió en un destello blanco. Claire despertó en el suelo con varias cabezas asomadas sobre ella, observándola, la máscercana era de Charlie. —Hija, ¿estás bien? —Sí, fue sólo un desmayo, pudo haber sido algo en el aire a lo que no estoy acostumbrada—se puso de pie. Pudo ver a Duncan Bennet junto a su padre—. Sheriff Bennet, un gusto deverlo —dijo estirando la mano. Bennet se la estrechó con mirada incrédula. —Srta. Higgins, si no me ve más sorprendido es porque su historia, por desconcertante quesea, me ha llegado antes de conocerla. —Prometo que le explicaré lo que pueda. Creo que conoce ya a mi abuelo… McKenzie miró a Duncan entrecerrando los ojos, pero sin altanería, con una actitud muydiferente a la que tenía en prisión. —Sheriff Bennet, así como Claire Higgins es otra mujer de la que se conocía, podría decirlo mismo de mí. No trato de evadir mi responsabilidad, sé que soy un criminal, pero ahora, ygracias a ella, estoy en posición de ofrecerle mi ayuda. Duncan miró a Charlie, no creía posible verlo tan cerca del asesino de su hija, aunque todotenía más sentido al no estar ella muerta. —Todo es muy complicado —dijo Charlie—. Este sujeto resultó ser el padre de mi esposaa quien jamás conocí por su propia voluntad. Y ahora mi hija lo adopta como a su abuelo sindemasiados reparos. Dicen que no quiso dispararle, que no provocó su muerte. Estoy confundidoy soy demasiado viejo para estas cosas. Pero quiero a Claire y le creo, Duncan. Si ella confía eneste rufián, al menos en esta situación, yo también lo haré. McKenzie se balanceaba de un pie al otro, con las manos en sus bolsillos. —No me hubiese molestado si hablaban eso un poco más lejos de mí, señores.
Duncan lo miró fijo. —Señor McKenzie no puedo olvidar que estuve a punto de colgarlo por asesinato y graciasa su fuga no sólo consiguió que yo no sea más el sheriff de El Charco sino que me convierta enprófugo y además, que mi ayudante esté muerto. Con esa situación, propició que el gobernadorponga a un tirano al mando del pueblo en mi lugar y esté por desatar una guerra. No entiendo lode Claire, y sé que ella también es responsable por ayudarlo a escapar. Créame que si fuesesheriff no dejaría que nadie deje de pagar por lo que hizo, pero ahora tenemos un problemamayor como consecuencia de todo eso. Y necesitamos cada revólver disponible para liberar ElCharco y ayudar a que la tribu del difunto jefe Kodai no sea extinguida por el ejército. Si usted yClaire Higgins combaten bajo mi mando y sin objeciones, serán bienvenidos. —Entendido. Y sólo por curiosidad; ¿qué pasará cuando vuelva a ser el sheriff yrestablezca su función en el pueblo? —Supongo que dada su voluntad de sacrificio no podré más que otorgarle una amnistía.Pero sepa que, hasta llegar a ese punto, la situación no es nada fácil. —Soy consciente de eso, Bennet, pero tampoco me asusta. *** 4 El Dr. Percy se derrumbó en el sillón de su oficina luego de ir a avisarle a Zeke Osman deque el trabajo estaba hecho. Le pidió que se encargara de los arreglos y se llevaran el cuerpo loantes posible. El doctor consideraba que el cadáver de Hanke debía ser tratado con el mayor delos cuidados y su funeral merecía llevarse a cabo con el máximo ceremonial. No obstante,Osman minimizó el hecho en virtud de los tiempos difíciles y convulsivos por los que atravesabaEl Charco. Tampoco pudo disimular la alegría en su rostro al saber que ocuparía el puesto deldifunto. La realidad es que el doctor estaba preocupado por su asistente, sentía que el resto de suvida estaría en deuda con ella por lo que hizo y no le gustaba esa situación. No la creía capaz deextorsionarlo, pero había pasado un límite que no lo dejaba en una buena posición. Se sirvió unwhisky, el cuarto en lo que iba del día, cuando ella entró como si nada hubiese ocurrido. —Me marcho, ¿necesitas algo más? —Percy sonrió amargamente, pensó en, a modo debroma macabra, darle un par de nombres más a los que pudiese asesinar. —Creo que ya has hecho más suficiente por hoy. ¿Cómo te sientes? Ella suspiró mirando hacia abajo. —No lo sé todavía. Pensé mucho en que nadie, ni siquiera él, merecía la vida que leesperaba. Me apoyé en convencerme de que en realidad estaba haciéndole un bien. —Fue exactamente la motivación que me dio Osman para que lo intentara, pero no mealcanzó, aunque debía hacerlo de todos modos. Pero hay algo que quisiera preguntarte, siéntatepor favor. Cassie accedió, algo dubitativa. —No sé si convenga hablar de esto hoy. —Sólo quiero saber cómo te sientes con respecto a mí; no quiero ser insolente, pero desdetu perspectiva, ¿crees que te debo algo muy importante después de lo que has hecho? Ella apretó los dientes y frunció el ceño. — ¿Piensas que lo hice para que estés en deuda conmigo? ¿De verdad eres tan… tan…egoísta?
—No, por favor, no me malinterpretes. Es que quiero entender por qué lo has hecho, ni enmil años te hubiese creído capaz de algo así. Incluso me hiciste dudar antes de que yo mismofuese a intentarlo. —Entonces te debe parecer que ahora puedo extorsionarte, puedo decir incluso que meobligaste a hacerlo o contarle todo a tu esposa si decidieras dejarme. ¿Ese es tu temor? —No, por favor. Soy un tonto, formulé muy mal la pregunta. Discúlpame. Cassie se puso de pie, al borde de las lágrimas. —Lo hice porque te amo, idiota. Lo hice porque no podría soportar que te conviertas en unasesino y preferí hacerlo yo y que la culpa me pese por las noches. Claro que por lo visto lo quemás te preocupa es que te descubra tu esposa. Debí suponerlo —se dirigió a la puerta—. No tepreocupes, todos tus secretos están a salvo, acabo de ejecutar lo peor que podía hacer en la vida,no me rebajaré a nada más. Y, por cierto, renuncio. No quiero saber más nada contigo. Graciaspor todo. Se fue azotando la puerta, por primera vez desde que la conocía. Percy no intentódetenerla. Pensó que quizás al día siguiente su temperamento se calmaría, pero no podíaasegurarlo, en apariencia no la conocía tan bien. Había tocado las teclas equivocadas y quizáseso le costó haber perdido a una de las personas más valiosas que tenía. A los pocos minutos golpearon a la puerta: dos hombres vestidos de fajina venían a buscarel cadáver de Ellison Hanke, enviados por Osman. Les señaló el camino a la habitación y volvióa su oficina pero no llegó a acomodarse. Uno de ellos se asomó a su puerta. —Doc., no hay ningún cadáver en esa habitación. Percy saltó de su asiento y corrió al cuarto en el que debía estar el cuerpo de Hanke. Enlugar de eso, sólo encontró una cama vacía con las sábanas revueltas y manchadas por la sangredel banquero. Miró a los hombres con desesperación. —Busquen al señor Osman, díganle que venga cuanto antes, él sabrá que hacer. Ninguno de ellos intentó asomarse por la ventana, de hacerlo, se hubiesen encontrado conuna figura alta y envuelta en vendas, alejándose de allí a paso errante. *** 5 El predicador subió al púlpito y casi se cae del vértigo que le produjo estar en presencia detanta gente. No recordaba la última vez que la capilla albergó a tantas almas. Luego, haciendomemoria, recordó que fue el día que anunció que su esposa lo había abandonado llevándose a sustres hijos. En esa oportunidad se quebró en el sermón y sus feligreses mostraban rostros de pena,aunque él mismo sabía que los movilizaba el morbo. Ese día era distinto; esos mismos rostros seveían curiosos, llenos de ansiedad, pero no exentos de miedo. Habían sido testigos de lasacciones temerarias del sheriff Morrow y no podían hacer más que acatar las órdenes impartidaspara evitar problemas y cuidar sus vidas, familias y bienes. Betty Linney los había hecho entrarpor la parte trasera, sabía cómo evitar los puntos de vigilancia y que la treintena de personascitadas pasara casi desapercibida una vez en el interior. Había pedido que dejen a los niños ensus casas para no hacer más barullo del necesario. Así y todo, los murmullos no cesaban. Desdeel extremo de la puerta de entrada que permanecía cerrada, Betty le hizo una seña al predicadorpara que comience. —Señores, les pido un poco de silencio, por favor.
Todos callaron, Posey vio la curiosidad en sus rostros y supo que radicaba más en saberqué clase de nuevo compromiso asumiría él en su calidad de religioso ebrio alejado de sus tareashabituales. —Me gustaría anunciarles que esta reunión es para reanudar mis sermones y que puedanhallar en ellos algo de paz espiritual. Y aprovecho para anunciar que así será en breve, pero antesdebemos tener que pasar por una difícil prueba. Quisiera saber, con toda honestidad, quiénes deustedes creen que el nuevo sheriff traerá paz y bienestar a El Charco —el silencio se rompiónuevamente para dar paso a murmullos, esta vez más incesantes. —Disculpe, predicador —dijo Daniel Mollins, granjero de la zona más alejada del puebloy cercana a la reserva apache— pero ¿cómo sabemos que podemos decirle lo que opinamoslibremente y que no sea una trampa para que se nos acuse de traidores. Los murmullos se acrecentaron. —Pues, no lo saben. Sólo pueden guiarse por mi proceder, que no ha sido el mejor. Dehecho, fue bastante cobarde porque no intercedí por ninguna de las víctimas hasta hoy. No puedopedirles que me crean, pero… —Pero yo sí puedo hacerlo —dijo Betty Linney avanzando por el pasillo hacia el púlpito—Todos ustedes me conocen y de hecho han venido aquí porque confían en mí. Y yo les digo quepueden confiar en el predicador Posey. Es verdad que estuvo ausente hasta ahora, pero nosayudará. Y, sobre todo, les digo que pueden confiar en él. — ¿Y qué tanto podemos hacerlo en usted, señora Linney? Sólo hemos escuchado historiassobre lo que hizo. — ¿Historias como la que dice que ayudé a la hija del apache Kodai a escapar? Pues esverdad. Y volvería a hacerlo. Mi hijo murió para tenderle una trampa a Bennet, ¿alguno deustedes estuvo de acuerdo en que se lo destituyera? Nadie levantó la mano, aunque un anciano en el fondo habló. —Si Charlie Higgins estuviese aquí, quizás tendría sus objeciones a eso. Bennet no pudoretener a los asesinos de su hija. Betty sonrió, esa gente tenía información muy desactualizada. —Charlie Higgins cabalga junto a Bennet desde que la banda escapó. Nunca dejó deapoyarlo. Bennet es un hombre justo, muy diferente a su abuelo, no tengo que recordárselos, lamayoría de ustedes o de sus familias lo han padecido. Duncan trajo algo de justicia a este puebloy además logró que el mismo gobernador lo apoye. Pero todo eso cambió. El gobernador no esun buen hombre, pero no quiere dejar de ser popular. Puso a Morrow para que limpie la zona yse pueda instalar la compañía minera, y ya saben lo que viene después. Si no quieren que esopase, es hora de ayudar. Si están dispuestos, seguimos hablando, si no, por favor, dejen el recintopor el bien de todos. Nadie se movió de su asiento. Parecían querer prestar más atención. Betty les habló de losplanes de Bennet de recuperar el pueblo y de llamar a elecciones para legitimar su autoridad yque luego el gobernador termine apoyándolo. Les habló de su alianza con los apaches, algo que amuchos les pareció reprochable, pero terminaron accediendo, sobre todo por el accionar bestialde Morrow contra el jefe indio. —Morrow descabezó a su pueblo matando a traición a su jefe. Sepan que si Bennet nohubiese intercedido tendríamos en este momento una batalla campal en la que nadie respetaría anadie. Debemos estar preparados para que no se convierta en todos contra todos. Debemos saberque los apaches no son nuestros enemigos, y si vamos a temerle a alguien, es a quienes, en estemomento, ocupan nuestros techos.
—Pero son nuestros soldados, ¿cómo nos harían daño? —acotó Hank Dawson, el carnicerodel pueblo que en su momento fuera rechazado del ejército por faltarle un ojo. —Sólo cumplen órdenes, Hank. A mi hijo lo mató el sheriff, no porque lo odiara, sinoporque tenía la orden de atrapar a Bennet y ese era el mejor cebo que pudo utilizar. Eso me diceque a Morrow no le importan los inocentes, sino el cumplimiento de sus órdenes, o bien, suobjetivo estratégico. ¿Creen que están seguros bajo su tutela? El silencio le dio la respuesta. Algunos se miraron, prefirieron callar sobre ciertos hechosde crueldad de los que habían sido testigos. —Pues entonces, es hora de tomar las armas, de prepararse, cada uno en su casa y deactuar cuando las cosas se pongan feas. Debemos defender a nuestro pueblo. Quizás algunos noquieran a Duncan Bennet, quizás crean que la compañía minera traería más beneficios queproblemas, pero eso debe ser porque no recuerdan la esclavitud a la que nos sometieron. Nopodemos volver a caer en esa trampa. No esperen una señal, créanme que sabrán qué hacercuando llegue el momento de actuar y defenderse. Pero por favor, ubíquense del lado correcto. *** 6 Enoch Hays se sumía en una nueva oleada de desconcierto con cada acontecimiento quesucedía a su alrededor. Su teoría sobre la presunta catalepsia de Claire Higgins y la intoxicacióncon hongos que pudo haberla llevado a tener ciertos delirios místicos funcionaba, pero no podíaexplicar de ningún modo la aparición de la serpiente en el momento exacto de la emboscada a lossoldados que les salvó la vida. Sabía que debía apegarse a la chica si quería descubrir la verdad,pero también era consciente de que se acercaba un momento en realidad peligroso como lo erauna batalla armada y no tenía intenciones de someterse a fuego cruzado. Estaba dispuesto adespedirse de todos cuando vio desvanecerse a Claire, para reincorporarse a los pocos segundoscon un semblante más extraño. Luego la india Imalá se acercó a su grupo y la estrechó en unabrazo como si la conociera de siempre, algo que también asombró al resto. No pudo con sugenio y debió acercarse a ambas. — ¿Señoritas, puedo molestarlas un momento? Imalá lo miró como si lo conociera y en realidad era así, pero a través de los ojos de Claire.Desde que se produjo la revelación en ambas, compartían todo el conocimiento mutuo, pasado ypresente. —Señor Hays, gusto en verlo. — ¿Nos conocíamos? —No de la manera usual, pero si a través de los ojos de Claire. Enoch frunció el ceño y abrió la boca como si intentara entender a qué se refería. Clairepuso una mano sobre su hombro. —Sr. Hays, no soy la misma que conocía hace apenas unas horas en el parador. Ya sé cuálserá mi misión en todo esto, así como la de mi hermana Imalá. —Y… ¿no tendrían la amabilidad de compartir la información? Ambas sonrieron. —Esto nos trasciende, Sr. Hays —dijo Claire—. Si le dijéramos de qué se trata, ustedintentaría encontrar una explicación lógica. Y quizás exista algo que pueda servirle, pero no seráajustado a la realidad. Sea testigo, acompáñenos y vea lo que sucede con todo esto. Y quizás en
lugar de investigador se convierta en cronista, ¿acaso no le serviría igual a su jefe y a laAgencia? —Me tienta mucho, no lo crea. Pero dada mi poca experiencia en los campos de batalla,temo que apenas si pueda intentar sobrevivir, mucho menos pueda ocuparme de escribir unacrónica. Merezco, por tanto, que se me tilde de cobarde, pero decididamente la guerra no es lomío. —Lo entiendo, Sr. Hays. Vaya si lo hago, pero recuerde algo: la gente que quede en mediode El Charco, sean hombres mujeres o niños, tampoco tendrán elección, ¿comprende? Muchosde ellos morirán sólo por vivir allí. Considérese afortunado. Enoch se quedó pensativo. La chica le había dado un duro golpe bajo a su moral. Siemprefue pragmático para tomar sus decisiones de vida, pero en ese momento y rodeado de personastan afectadas por la violencia, su perspectiva era diferente. —Lo entiendo. Aun así, esta no es mi guerra. Pido disculpas por ello, pero me marcho.Señoritas —saludó con su sombrero. Luego se dirigió hacia el grupo en el que estaba McKenziey repitió el saludo. Nadie le pidió que se quedara. Subió a su caballo y se internó en el camino, sólo quería volver a la hostería sin serinterceptado y de allí intentar volver a su destino. Hizo cerca de media milla cuando sintió ruidode otros cascos que no provenían de su propio caballo. Decidió ocultarse detrás de los árboles yver de quién se trataba. Provenía del campamento y era un jinete solitario. Pasó junto a él sinverlo, tampoco pudo reconocerlo. Su instinto le dijo que algo allí estaba mal. Nada que leincumbiera, desde ya. Se los había dejado bien en claro a las mujeres del campamento. Así ytodo, se sentía mal por el sólo hecho de no averiguar que se traía entre manos ese jinete. Decidióseguirlo lo más cerca que pudiese sin dejarse ver. Y algo más había cambiado en él, el deseo dellevar un arma. *** 7 Betty acomodaba los bancos mientras miraba de reojo al predicador. Tenía una sonrisamedio boba en su boca y, cuando el hombre se dio cuenta, no pudo dejar de reír también. — ¿Has hecho la buena obra del día, Betty? —Dígamelo usted, se supone que es el intermediario. Posey miró hacia arriba con un rictus amargo. —No creo que me preste demasiada atención. Hace tiempo dejé de rezarle. Siento que heusurpado este lugar por más tiempo del necesario. — ¿Necesario? ¿Buscaba algo así como una redención? —Creía que en algún momento podría volver a dar un sermón. Pero la fe me abandonó. Noes que no crea ya más en él, es que no creo en que le interesemos en realidad. Creo que nos haabandonado porque no merecemos de su cuidado. —No lo sé, Predicador. No puedo decirle mucho al respecto porque no soy muy religiosa.Sólo sé que cada uno de nosotros necesita de cosas diferentes para tener ese impulso tan útil a lahora de buscarle sentido a nuestra vida. Mi Tom… bueno, él era todo para mí desde que murierami esposo hace tantos años. Siempre creí que si lo perdiera no tendría más ganas de vivir. ¿Quépasó luego? Lo lloré y me propuse hacer justicia por su memoria. Mi fe está depositada en lo que
yo misma pueda lograr para que su alma descanse en paz y no mueran más inocentes. Y eso mealcanza y me impulsa como nada en este mundo. Posey la miró con admiración. Y también sintió vergüenza, esa mujer menuda tenía cienveces la fuerza que él debía ostentar a estas alturas, sin embargo, no dejaba de ser el despojohumano en que se había convertido desde hacía años. —Tal vez esto sea lo que me haga falta. Una buena sacudida. Betty largó una carcajada. — ¡Cuidado con lo que desea, Predicador, porque se le puede cumplir más de la cuenta!Realmente estoy muy cansada, ¿le molesta si vuelvo mañana y termino de ayudarle a acomodareste desorden? —Por supuesto, extrañaba un poco el lío, no me hará nada mal. Betty Linney se acercó y le dio un fuerte abrazo. Al predicador le costaba identificar quesentía por esa mujer, pero era algo muy agradable. No tenía que ver con lo sexual o romántico,ella era una mujer bonita y muy vital a sus cincuenta y pico, pero estaba seguro de que la energíaque ella emanaba iba mucho más allá de eso. Como si ella, sin ser creyente, estuviese más ligadaa Dios que él mismo o lo entendiera mejor. También supo que, si hubiese estado casado conBetty Linney, ella jamás lo hubiese abandonado como hizo su ex esposa. Sólo lo sabía. Inclusoaunque fuese culpa de él la crisis que atravesaran, ella se hubiese encargado de mantenerlo en sucarril. Llevaba un buen rato sentado en uno de los bancos y bebiendo de su petaca cuando lapuerta trasera chirrió. Betty había salido hacía rato por lo cual no podía ser ella a no ser que sehaya olvidado de algo. — ¿Betty? No escuchó sonido alguno, giró su cabeza y pudo apreciar como la cortina de la ventanaflameaba por la corriente de aire. La puerta trasera había quedado abierta. Se puso de pie y fue acerrarla, no vio nada raro en el exterior. Cuando se giró hacia el interior se topó con una figuraalta, con el cuerpo cubierto de vendas sangrantes y con un sólo ojo asomando por su máscara detela. El predicador levantó sus manos de manera defensiva ante lo que parecía ser un ataque, peroel hombre sólo quería sostenerse para no caer. Su cara quedó muy cerca y de la boca delaparecido surgieron algunas palabras en muy bajo volumen. —Ayuda, ayuda, pre… pre… predicador. Posey no podía creer lo que veían sus ojos, frente a él tenía al banquero Ellison Hankeconvertido en un monstruo. Había escuchado lo que le había sucedido, pero no creyó que fuesede tamaña magnitud el daño que recibió. — ¿Sr. Hanke? ¿Cómo es que no está bajo atención médica? —Ellison no pudo responder y se desmayó. *** 8 Enoch cabalgó un buen tramo al costado del camino para no perder de vista a superseguido ni tampoco ser descubierto en el intento. Su caballo se agitaba más a medida que loexigía y cuando estuvo a punto de abandonar su cruzada, el jinete aminoró su velocidad y dejó elcamino principal. Enoch bajó de su caballo y comenzó a guiarlo entre los árboles a paso lentohasta llegar a ver al otro. Pudo divisar otro caballo al costado y ató al suyo al árbol contiguo. Se
cruzó corriendo y se detuvo cuando vio al hombre al que seguía hablando con otro uniformado.Estaba confirmando lo peor: ese hombre al que apenas había conocido en el campamento indio,Lance Nixon, era un espía traidor. Caminó ocultándose e intentando minimizar el ruido de suspasos hasta que se detuvo en un tronco caído que le permitía escuchar a ambos hombres. —…pero Morrow tiene dudas, cree que puedes haberte pasado de bando. No son pocas lasveces que ha interrogado a Eldmon sobre el grado de confianza que podía tenerte. —Creí que mi tío le dejaría bien en claro mi rol en esto. ¿Cómo tomó que matara a dos desus hombres? —El sheriff no es precisamente un hombre sensible, Lance, le importó tres rábanos sisirvió para poder infiltrarte. O al menos eso parece, ya sabes que no es alguien que demuestremuchas emociones a no ser que esté muy cabreado. ¿Qué debo decir entonces? —Está todo muy confuso, varias veces estuvieron por salir a atacar, pero siempre aparecealgo. Ahora acaban de llegar al campamento la chica Higgins en compañía de Trevor McKenziey los retrasó de nuevo. —Tienes que estar bromeando. —Te juro que no, es todo muy extraño. La chica está muy cambiada, parece ser unapistolera en lugar de la inocente campesina asesinada. Como sea, ya están por salir. Avísale aMorrow que la hija de Kodai y el mismo Bennet comandarán el ataque. No son muchos, perotienen un equipo bastante agresivo y aún les queda algo de pólvora robada y armas. No pudeescuchar si tienen una estrategia, me da la impresión que van a improvisar. — ¿Eso es todo? Creía que al menos tendrías algo detallado. —Créeme que es sólo caos por allá. Durarán muy poco, hasta me dan pena. —Pues no te encariñes o te les unirás. El soldado de casaca azul le dio la mano a su socio y partió. Enoch no tenía comodetenerlo, pero se quedó con la tranquilidad de que se llevaba poca información, al menos de loque pudo escuchar desde su posición. Ahora debía esperar que Lance regrese, seguirlo a pasoprudencial y contar lo que vio: acababa de pescar a un soplón. O al menos eso creyó hasta que lo tuvo enfrente, mirándolo sin un atisbo de sorpresa. — ¿Lo ayudo a ponerse de pie, señor…? —Enoch Hays, ¿su nombre es Lance? —Así es, Lance Nixon —dijo sin que su semblante parezca alterado. Enoch admiró esacapacidad para ocultar emociones—. Supongo que querrá saber de qué se trata esto. —Antes que nada, déjeme aclararle que no soy un hombre que considere la violencia. Dehecho, estaba dejando el campamento y al verlo irse tan de prisa quise jugar al espía. No tengoque aclararle que lo hice bastante mal, a juzgar por los resultados. No intentaré nada, aunqueentiendo que, si me dejara ir, estaría en problemas. Porque lo más probable es que si prometocallar, no me crea. —No será necesario, Sr. Hays. — ¿Y eso qué significa? —Que volveré con usted y ambos contaremos este encuentro que tuve con ese soldado delejército. Sin mentiras. — ¿Y eso como lo deja? ¿Traicionará a Morrow? Y, aun así, la gente del campamento estámuy golpeada a nivel anímico. Se arriesga a que ellos mismos quieran matarlo o castigarlo de lamanera que sea. Quizás deba considerar escaparse. —En una situación delicada, no lo niego. Tendrán que creerme o bien castigarme porespionaje. Mi coartada es que debía venir a esta reunión para no despertar sospechas.
Enoch se lo quedó mirando. Le costaba un gran esfuerzo escudriñar a su interlocutor, sobretodo siendo las primeras palabras que cruzaba con él. —Pero no entiendo sus intenciones, Sr. Nixon. ¿Para quién está jugando finalmente? —Me llevó un tiempo definirlo, no le mentiré. Pero no puedo ubicarme del lado de los quepretenden imponer un supuesto progreso con tanta muerte. Estuve en el campamento apache enel momento del ataque y fue muy artero. Cobarde. Hice cosas malas en mi vida, pero ya nopuedo ser cómplice de ese juego sucio. Templeton me cayó bien. Es un arma mortal pero tanlleno de entusiasmo como de inocencia. No digo que él me decidió a hacer lo que creo correcto,pero también un aliciente. — ¿Entonces peleará junto a Bennet y a los apaches? —Si me dejan lo haré. No pretendo que me crean, aunque pondré mi mejor esfuerzo. —La tiene difícil. Supongo que el hecho de que no me mate al descubrirlo le suma algúnpunto. — ¿Usted salió del campamento sólo para seguirme? —No, a decir verdad, me fui antes, pero con la idea de volver a San Diego, de donde soy.Mi trabajo aquí finalizó. O eso creía. Y, a decir verdad, mi curiosidad me tentó a saber que setraía al ir tan a prisa. Parece que no me equivocaba. —Para nada. Pero la decisión es suya, ¿se irá o volvemos juntos al campamento? — ¿Me da esa libertad? —No es mi prisionero, de hecho, aunque no pelee y sea un pésimo espía su coraje servirá.¿Me acompaña? —Lance estiró la mano y Enoch la tomó para levantarse—. —No me deja opción. Tendré que controlar que diga lo que pasó realmente, no mequedaría tranquilo si miente. —Me parece bien. De todos modos, habrá escuchado que no le mentí a mi contacto. Serámejor que Bennet trace un plan real de ataque si no quiere que nos masacren. —Señor Nixon, por favor, no me recuerde que me fui corriendo del campo de batalla sólopara tomar impulso y meterme de lleno otra vez. —Se llama destino, Sr. Hays, ¿cree en él? —No mucho, pero ya lo estoy detestando. *** 9 Como dos horas después de llegar a la capilla, Hanke despertó en la cama del reverendo,quien aguardaba que volviera en sí sentado en su silla, a un metro de distancia. No tenía por elbanquero algún otro sentimiento distinto al de cualquier parroquiano del pueblo, le resultaba unapersona despreciable que de manera constante abusaba de su poder y ocultaba, debajo de unmanto de caballerosidad y buenos modales, al monstruo que en realidad era. Y que ahora,además, lucía por fuera, con la piel destruida por las quemaduras y esos vendajes que lo hacíanver aún más horripilante. Posey se quedó a su lado desde que lo puso en su cama y mientrasbebía de su petaca se preguntaba que lo habría hecho escapar de esa manera tan intempestiva yarriesgada. El banquero comenzó a mover su ojo libre tratando de hacer foco en lo que lorodeaba, hasta que lo divisó a su lado. —Predicador, han intentado matarme.
La afirmación sonó tan obvia como risueña al nivel de una broma macabra. Era evidenteque ese hombre no era consciente de lo mal que lucía. —Creo que es evidente, Sr. Hanke. No creo que tenga que darme muchas explicaciones alrespecto. Hanke trató de hablar más fuerte y se agitó. Tuvo un acceso de tos y escupió sangre en sumano. —No, no sea tonto. Hablo de lo que me sucedió en la casa del Dr. Percy. Su ayudante, esamujer que también era su amante, quiso ahogarme. El reverendo se sorprendió al tiempo que evaluó el nivel de cordura de tal declaración.Conocía algo a Cassie y hubiese jurado que no era capaz de hacer semejante cosa, le creeríamucho más fácil a ella que al inescrupuloso que tenía a su lado, si se veía enfrentado a un careo. — ¿Está seguro de lo que me dice? ¿Por qué intentaría hacer algo así? —No lo sé, aunque puedo suponerlo. El doctor tenía una hipoteca con el banco. Debenhaberle ofrecido levantarla si me quitaba del medio. Y sé perfectamente quien pudo haber sido. —Pero me está diciendo que fue la ayudante del doctor, no él. —Su amante, su cómplice, quien haría el trabajo sucio por él, tiene sentido. De todosmodos, ya no importa. — ¿A qué se refiere? —Ahorqué a la perra cuando escapé. La vi salir de la casa de Percy y la seguí. Casi notenía fuerzas, pero mi furia… se hizo incontrolable. Al quedar fuera de cualquier vista indiscretame arrojé sobre ella, la empujé al piso y la ahorqué con mis manos, asegurándome de que meviese a la cara y sufra cada segundo que le quedara de vida. Posey sentía algo que le quemaba por dentro. Aunque le creyera, aunque la mujer hubieseintentado ahogarlo antes, el relato del banquero le parecía el de un asesino despiadado quedisfrutaba de su obra. — ¿Por qué me cuenta esto? ¿Qué pretende que haga? —Que me ayude, debo ir por Zeke Osman, quiere quedarse con mi lugar en el banco. Debomatarlo, debe pagar por lo que hizo. Y una vez que acabe con él me encargaré del Dr. Percy,menudo hijo de puta. Pagarán todos por lo que hicieron. Posey respiró hondo, ese hombre estaba sacando lo peor de sí. No tenía idea de si podíacreerle, pero sólo al escuchar su relato, lleno de odio y deseos de venganza por paranoia, lohacían sentir lo más alejado a Dios que pudiese estar. — ¿Dónde dice que mató a Cassie? Debió ser cerca de aquí, dada la poca distancia que nossepara de la casa del doctor y de la propia ayudante. —Tiene razón —dijo Hanke, sin poder dejar de sonar agitado—, tan cerca que arrastré sucuerpo hacia detrás de la capilla. Está apoyada en su pared exterior, predicador. Si no quiereayudarme se verá muy mal para usted. Quizás no deba dudar tanto de lo que le estoy pidiendo. —Soy un religioso, me está pidiendo que le ayude a comenzar una matanza. Hanke hizo una mueca parecida a una sonrisa. —Usted es un pobre borracho irredento, predicador. Si me ayuda le dará un poco desentido a su vida. Y olvídese de los problemas de dinero, sé recompensar a quien me ayuda conmás de lo que pueda necesitar. Posey se vio obligado a corroborar lo que le estaba confesando el banquero. Dejó lahabitación y salió de la capilla por la puerta trasera por la cual había entrado. Miró hacia amboslados, sobre la derecha, el cuerpo de Cassie yacía inerte, con su torso apoyado contra la pared yla cabeza laxa sobre un hombro. Se acercó a ella y le tomó el pulso, mientras lo hacía pudo ver el
cuello enrojecido por el ahorcamiento. No había señal ni de latidos ni de respiración. Miró a sualrededor y no divisó a nadie cerca, lo cual lo decidió a tomar el cuerpo de la mujer y cargarlosobre su hombro. Entró y lo recostó sobre una silla de la cocina. Se detuvo a mirarla de nuevo,era una muchacha joven y bella y por lo que sabía hasta entonces, una buena mujer. Hanke encambio… Fue hacía el mueble en el que guardaba sus utensilios y tomó del cajón el cuchillo másgrande, que por lo general utilizaba para faenar algún animal pequeño cuando se le antojaba unguisado. Volvió a la habitación. La poca luz ocultaba su cuerpo por debajo de la cintura, por loque Hanke no vio lo que traía en sus manos. Tosió de nuevo. —Apuesto a que fue a corroborar lo que le dije, ¿estaba esa perra allí todavía o ya se lacomieron los buitres? ¿Qué dice, reverendo? ¿Me ayudará? No creo que tenga muchas opcio… Posey se arrojó sobre él y le clavó el cuchillo en el pecho, Se acercó al rostro vendado desu víctima y pudo distinguir la perplejidad en su ojo descubierto. Movió el mango hasta que notóque entraba aire por la herida y luego lo retiró, cuando el banquero ya no pudo hacer ningúnmovimiento, ni siquiera espasmódico. —Lo lamento, señor Hanke, hace tiempo que Dios no me guía y debo decidir yo mismo loque debo hacer para que este sea un mundo mejor. *** 10 Enoch Hays y Lance Nixon no habían hecho más de media milla cuando la columna dehombres liderada por Duncan Bennet e Imalá se les acercaba por el camino. El detectivecientífico tragó saliva y no pudo despejar el nudo que se le había formado en la garganta. Miró aLance, pero como era de esperarse, se veía muy tranquilo. —Parece que no será juzgado en tierra india, Sr. Nixon. Lance sonrió, dejando entrever por primera vez un atisbo de emoción. Enoch distinguió porfin el miedo debajo de varias capas. Templeton se adelantó ni bien los vio, se lo notaba serio ydesconcertado. — ¿Que hacían ustedes dos fuera del campamento? —dijo Bennet haciendo una señal. Lacolumna de guerreros se detuvo—. Supongo que tienen algo que decirnos, ¿no es así? Enoch, titubeó, aunque le parecía que debía ser el primero en hablar. —Al salir del campamento me encontré con el Sr. Nixon, a quien no conocía, por cierto, yme convenció de que regresara a asistirlos como pueda. Saben que lo mío no es la guerra, pero… —Está bien, Hays, dejemos que él mismo se explique —dijo Bennet sin perder latranquilidad. Nixon no dejaba de mirarlo fijo. —Cuando ayudé a Templeton y me ofreció unirme a ustedes, lo hice en calidad de espía,Sr. Bennet —dijo buscando a Hutch con la mirada—. Lo lamento, chico. Salvé tu vida yentiendo que hayas confiado en mí por eso mismo, pero sirvió para que me creas con mayorfacilidad. Morrow mismo tomó esas bajas como un precio razonable para que me gane suconfianza. —Eres un maldito —dijo Templeton con un rictus amargo mientras desenfundaba su armay le apuntaba. Bennet lo detuvo con un gesto. —Tranquilo. Escuchemos lo que tenga para decir, no tenía razón para confesarnos esto, sinembargo, lo está haciendo.
—Seré aún más franco; el señor Hays me sorprendió hablando con un soldado de la Unión.Le estaba pasando información como habíamos convenido. Mi plan era regresar al campamentoy pelear junto a ustedes como me comprometí hasta el final y que ellos fuesen los sorprendidosal verme hacerlo. Lo que le dije al soldado fue poco sustancial. De hecho, dije que estabandebilitados y casi sin pólvora para que tomen menos precauciones. Tampoco di precisiones delmomento del ataque. El señor Hays fue testigo oculto de la charla. Si el soldado lo hubieradescubierto estaba dispuesto a matarlo, por suerte no hubo necesidad porque hubiera complicadodemasiado las cosas. Hace unos minutos le expliqué el motivo por el cual tomé esa decisión.Sólo acepté el trabajo por dinero y porque Eldmon es mi tío, pero el ataque al campamento indiome pareció un golpe bajo y cobarde. Están en su derecho de no creerme. Hutch puede darme unbalazo en el pecho y lo merecería, pero no me hubiese arriesgado tanto si no creyera que aúnpuedo ayudarlos. Bennet lo miró con frialdad. —No seré yo quien tenga que decidir su destino —se volvió a sus hombres—. Ya loescucharon, tuvimos un traidor en el campamento. Ahora nos está diciendo que está de nuestrolado y que quiere pelear junto a nosotros. El silencio se apoderó del grupo, sólo hubo algunos cuchicheos. De pronto y sin que nadiepueda advertirlo, McKenzie sacó su revólver y le disparó. Lance cayó desde su caballo al suelo ycomenzó a derramar sangre en el camino. Hutch abrió la boca sin poder ocultar su conmoción. — ¿Qué has hecho? —gritó Claire— Nadie ordenó que lo mataras. —No lo hice —dijo el viejo bandido. Bajó del caballo y se acercó a Lance. Sacó unpañuelo de su bolsillo y se lo colocó al costado de su cabeza—. Sólo te he rozado la oreja, peroparece que te hubiese herido de muerte por el sangrado. No es nada —lo ayudó a incorporarse—.Sr. Bennet, mi sugerencia es que mande a este sujeto a hablar directamente con el capitánMorrow, le diga que ha sido descubierto y que le pase toda la información falsa que puedaasimilarse. Incluido el momento del ataque, para que de verdad sea una sorpresa. En unas horasestaremos allí, pero eso nos dará una distracción muy útil. Nadie podía salir de su sorpresa, comenzando por el propio Enoch Hays que creyó que elviejo loco había matado a su nuevo socio. Bennet miró al hombre herido. —No quedan muchas alternativas, ¿qué piensa al respecto, Sr. Nixon? —Por mucho que lo sienta, el viejo tiene razón –dijo Lance, tomándose la oreja herida—.Estaba dispuesto a morir cuando me enfrenté a ustedes, creo que merezco esto, aunque me hayasorprendido. Y un diablo… ¡cómo duele, maldito sea, viejo idiota! —Por radical que haya sido la medida tomada, seguimos sin saber si podemos confiar en él—dijo Dolan desde atrás—. Discúlpame, pero nunca me caíste bien. Supongo que de algunamanera supe que algo escondías. Sin que nadie lo notara, Imalá y Claire intercambiaban miradas. Sus ojos cambiaban decolor y de brillo mientras lo hacían. Mantenían un diálogo silencioso. “Mi serpiente sabe que Nixon dice la verdad” —dijo Imalá. “La mía también lo asegura, no debemos perder más tiempo” —respondió Claire. Imalá se acercó a Duncan con su caballo y le habló en voz baja. —Puedes confiar en él. Envíalo ya mismo y preparémonos para el combate. Bennet no discutió más. Asintió con su cabeza para que todos lo vieran. —Muy bien, señor Nixon, tiene la gran oportunidad de devolvernos la paz. Vaya a ver aMorrow y fabule. Fabule mucho, de estrategias de ataque falsas, mienta sobre el número de
hombres, de armas, de pólvora. Invente, pero no anticipe el momento del ataque hasta dentro deun día. ¿Contamos con usted? —Al dejarme ir, ya sabe la respuesta. Deme dos horas para iniciar el ataque. Tambiénadvertiré a la Sra. Linney sin que me vean, ella sabrá cómo ayudar —miró a Hutch, que de apoco salía de su estado de perplejidad—. Lo siento mucho, chico, haré lo mejor para enmendaresto. —Sigo debiéndote la vida. No puedo prometer que tampoco olvide esto, pero no dejes deintentarlo, por todos los que morirán —Hutch extendió su mano y Lance se la estrechó. Luegopartió a todo galope. *** 11 Lance llegó al pueblo un poco más tarde de lo que había calculado, cansado y cubierto desangre, lo cual le daba un aspecto apto para lo que habían planeado. Calculó que haría apenas unrato que su contacto fue a darle datos de su encuentro a Morrow. Si se hacía ver ahora, crearíamás confusión y quizás el capitán no le creyera. La idea de McKenzie no era mala, pero porapresurarse no mejoraría la situación. Decidió pasar antes a la casa de la Sra. Linney. Entró a la finca deslizándose por la paredexterior del granero, ya estaba cayendo la noche y no veía ninguna lámpara encendida en lacabaña. Sintió ruidos dentro del granero, se asomó y encontró una vista impensada; una mujerjoven, de cabellos rojizos y curvas pronunciadas se bañaba en una tina mientras canturreaba. Enapariencia estaba terminando el ritual porque se había puesto de pie y trataba de alcanzar la toallaque tenía colgada de un clavo en la columna principal, a más de un metro de distancia. No queríasalir de la tina y pisar el heno, estaba claro, y por eso mismo le dio a Lance un espectáculo queno esperaba. Una chica hermosa, desnuda y empapada estirando su cuerpo era algo disfrutablecualquiera fuese el momento en que se presentara. — ¿Me permite que le alcance la toalla? La mujer pegó un grito y se dejó caer de nuevo en la tina, desalojando una buena cantidadde agua. — ¿Quién…? ¿Quién es usted? —dijo ella que no distinguía entre las sombras. —Lance hizo una reverencia. Dio dos pasos y tomó la toalla para luego ofrecérsela. Reciénallí ella pareció reconocerlo. —Lance Nixon, lamento haberla molestado en este momento que debía ser de relax eintimidad. ¿Nos conocemos? —Claro que sí, estúpido, eres el nuevo de seguridad que entró a lo de Eldmon enreemplazo de Nick Dolan. Y yo la camarera. — ¿De verdad? Qué crimen es no recordar semejante belleza. —Supongo que al no llevar las tetas al aire como las demás en el salón no tuve oportunidadde que me reconocieras. Y hoy cumplo el requisito. Da la vuelta, ya estuvo bien, me vestiré yluego me dirás que estás haciendo por aquí. —Por supuesto. En realidad, vine a ver a Betty Linney, ¿eres su huésped? —Algo así. Te vi el otro día con el chico Templeton. ¿En qué andan? —No sé hasta qué punto pueda confiar en ti, pero asumo que estamos del mismo lado. ¿Nofuiste quien ayudó a lograr que se escape la chica india?
—Preguntas demasiado, me toca a mí, ¿para qué quieres hablar con Betty? Lance su puso más cómodo sentándose en el borde de la tina de hierro. Ella lo miródesafiante, como si no estuviese desnuda y con sólo una toalla en la mano para poder defenderse. —En menos de dos horas se producirá el ataque al pueblo. Los hombres de Bennet y los dela tribu apache vienen armados a recuperar el mando de la jefatura de Morrow. Las cosas sepondrán feas. — ¡Mierda, y así me lo dices! La chica pegó un salto de la bañera, ya sin importarle que Lance la estuviese viendo ycorrió hacia el rincón en el que estaba su ropa, rociando el camino de agua. Se vistió con mucharapidez con su única prenda, un vestido apenas entallado que le había prestado la dueña de casa. —Debemos avisarle urgente a Betty, ella ya estuvo previniendo a algunos para que ayuden. — ¿En el pueblo? Sería importante para reducir las bajas. —Así es, vamos ya. Oye, ¿qué es toda esa sangre? ¿Estás herido? —Me alegro de que lo hayas notado, no, es sólo mi oreja. Un precio bajo por hacer deespía. —De acuerdo, señor Nixon, un precio muy bajo por algo que no sabemos que es. Betty Linney apareció en la puerta con su rifle apuntando hacia el hombre. — Laura, ¿estás bien, querida? —Sí, Betty, y creo… creo que el señor Nixon está de nuestro lado. —Eso ya lo veremos. ¿Qué ha pasado con el muchacho? ¿por qué no está contigo? —Si se refiere a Hutch, en este preciso momento está cabalgando con el resto del grupo,vienen a atacar El Charco y a intentar que Morrow deponga su actitud. Betty dudó un segundo, pero luego bajó su arma. Debemos apurarnos, Laura, lleva al señor Lance a la cabaña y revísale esa herida. Luegoprepárense para lo que se viene. Yo iré a ver a un aliado reciente. Creo que nos será de muchaayuda. — ¿Y quién podrá ser? —Quisiera decir que Dios está de nuestro lado, pero sólo es su predicador. En marcha. Betty salió y montó su caballo en menos de lo que duró una exhalación. Lance miró aLaura, algo intrigado. Conocía poco a Posey y no tenía idea de qué manera podía ayudarles. — ¿Dijo al “predicador”? ¿Pretenderá que nos defendamos con oraciones? —Los caminos del señor son misteriosos, forastero. *** 12 Betty Linney llegó a la parte trasera de la capilla sintiéndose agitada. El camino de su casaa la capilla era corto, pero no tenía tiempo que perder y por eso cogió su caballo y cruzó esadistancia lo más rápido que pudo. La sorprendió el hecho de encontrar la puerta trasera con llave,Posey no era un hombre demasiado apegado a la seguridad al punto de convertir su casa en unacaja fuerte. Rodeó la estancia y encontró al predicador en la puerta, con su petaca en alto, comosiempre, aunque parecía algo perdido. — ¡Predicador! Sabrá disculparme, pero no es hora de mostrarse autoindulgente. Posey la miró sin prestarle demasiada atención, extraviado en sus pensamientos. —Betty. Lamento no estar atento. Es que… han pasado cosas que… lo siento de verdad.
— ¿Podemos hablar de eso más tarde? Ha llegado la hora. — ¿A qué te refieres? —A lo que estábamos esperando. El ataque. Bennet y sus hombres se dirigen hacia aquí. Ynecesitan que avisemos a nuestra gente para que esté prevenida y podamos ayudarlos entre todos.Para eso fue la reunión de ayer. —Oh, Dios. Ya es la hora. —Tenemos que avisarles a todos que en muy poco tiempo se viene el ataque. Debenprepararse para actuar contra el ejército y no repeler a los indios que, en este caso, nos estaránayudando. ¿Ha pensado en algo para avisarles? ¿Una señal? —No, creí que tendríamos algo más de tiempo. Y además surgieron algunos problemas. — ¿Algo que no pueda resolver? Posey se quedó mirando al horizonte. Pudo haberse sentido abrumado hacía unos instantes,pero ahora sabía exactamente qué hacer. — ¿Cuánto tiempo tenemos? —Menos de una hora, no sé qué tendrá en mente, pero iré a avisarle a mis vecinos mientrastanto. Espero que cada uno tenga algo conque defenderse, al menos. Betty salió disparada otra vez hacia su caballo y desapareció por detrás de la capilla. Elpredicador se puso de pie y observó el frente de su edificio. Lo que se le ocurrió no erademasiado sutil, pero le permitiría matar dos pájaros de un tiro. Entró y contempló con atencióncada detalle del interior, como si fuese la última vez que lo vería. El altar, las ventanas decoradascon intento de vitrales que algunas señoras le habían ayudado a confeccionar, las flores, las velasy el tapete, todo un compuesto de cosas que ayudaban a ver a ese lugar como un refugioespiritual. Claro que, del otro lado, las cosas se veían ligeramente distintas. En su cuarto, lasangre derramada por el cadáver de Ellison Hanke casi cubría el piso. Y a pocos metros, endonde comía a diario, el cuerpo rígido sin vida de la ayudante del doctor lo esperaba en suasiento por toda la eternidad. No tenía como explicar ese escenario con un argumento razonable, por lo cual ensayó lamejor salida. Tomó las tres lámparas de aceite que tenía y las encendió. Luego derramó elcombustible restante sobre los cuerpos y marcó un rastro sobre el tapete del camino central de lacapilla. Regreso hasta donde estaban las lámparas. Tomó del estante del ropero de su habitaciónsu rifle y una caja de cartuchos. Luego se sentó y esperó unos minutos. Miró el desastre en quese había convertido su morada una vez más, tomó una de las lámparas y la estrelló contra lapared de su dormitorio, provocando que todo arda casi en el mismo instante. Se dirigió hacia elaltar de la capilla y allí arrojó la siguiente, el piso se levantó en llamas en las zonas en las que elcombustible lo había cubierto. Cargó su escopeta y salió con la tercera lámpara hacia el frente.Una vez allí la arrojo hacia la pared y vio como las llamas se expandían con igual rapidez. En elfondo, el fuego ya estaba envolviendo al resto. La columna de humo que se erigía en la noche sehacía más y más imponente, difícil de ignorar a pesar de su negrura. De inmediato, al menosmedia docena de los soldados que estaban en los tejados comenzaban a bajar para auxiliarlo. Notenía idea de si alguno de ellos había visto que el fuego había sido intencional, pero todo eso sindudas generaba una gigantesca distracción. Y un par de cadáveres menos por los cualesresponder, además.
CAPÍTULO 10 — HERMANA SERPIENTE 1 La capilla crepitaba como si fuese parte de una celebración con fuegos de artificio. Elpredicador la miraba extasiado porque sentía que, de alguna manera, estaba exorcizando muchosde sus males personales. La pérdida de su familia y su incapacidad de cumplir la misión que lehabía sido encomendada entre ellos. Y ahora también se constituía en la oportunidad paraconvertirse en un hombre de acción dispuesto a proteger a su pueblo más allá de las oraciones.Cuando escuchó los pasos ágiles de varios hombres a de Morrow su alrededor, se giró con laescopeta apoyada en su hombro. No quería morir allí mismo sólo porque el ejército del sheriffcreyera que se había convertido en un suicida. — ¿Qué pasó, predicador? ¿Por qué lleva el arma? —Escuché ruidos y salí a ver si alguien andaba husmeando. En ese momento el vientodebe haber volteado una lámpara. Y como le di una mano de pintura hace poco, parece queconvertí a la capilla en una antorcha perfecta, ¿me ayudarían a salvar lo que se pueda? —Desde luego —dijo el soldado y comenzó a darle indicaciones al resto para que llenaranbaldes de agua en los bebederos y en la bomba que se encontraba a unas pocas yardas en supropio patio lateral. Uno de los hombres se dirigió con un par de baldes a la parte trasera. Poseylo siguió, no quería que descubra que las llamas eran, en verdad, el escondite de un par decadáveres. El soldado miró por la ventana y por su gesto de sorpresa, el predicador notó quehabía descubierto a los cuerpos de Ellison Hanke y de la ayudante del doctor. — ¡Predicador, hay gente dentro de la capilla! —No puede ser —dijo Posey y se acercó por detrás. Cuando quedó a espaldas del soldadotomó su escopeta por el caño y le dio en la cabeza con la culata. El hombre cayó al pisodesvanecido. Lo tomó de los hombros y lo alejó del fuego, no quería que tenga una muerte atrozquemándose vivo. En todo caso prefería que caiga bajo las balas, de manera más rápida ypiadosa. Volvió hacia el frente, parte del techo estaba desapareciendo consumido por las llamas,la columna de humo y fuego era tan alta que sin dudas podía tomarse como la señal que elpueblo y el propio ejército de Bennet, necesitaban para coordinar el ataque. Se preguntó cuántotardaría Morrow en salir de su madriguera. A pocos metros de la capilla, Lance Nixon se había encaramado sobre uno de los tejadosque aún tenían centinelas apostados. Se aproximó por detrás del más cercano, que, como losotros dos, miraban hacia el fuego y lo tomó por la cabeza, tapándole la boca. Forcejeó hasta quecon un movimiento rápido le quebró el cuello. Avanzó a paso de hormiga hacia el siguiente, sacósu revólver y se lo apoyó en la espalda, luego llamo a su compañero con un silbido. El aludidoreaccionó y levantó su rifle para apuntarlo. —Supongo que aprecias a tu compañero. Antes de que puedas tirar del gatillo lo mataré aél y al mismo tiempo será mi escudo para atajar tu disparo y luego terminar contigo, ¿puedes verque no hay otra salida? Por otro lado, si llegas a llamar a tus colegas, serías el primero en morir. El soldado miró hacia atrás, todos sus compañeros parecían atentos al fuego en la capilla.Nixon le dio un culatazo en la cabeza al hombre que sostenía y cuando cayó desmayado, apuntoal único que le quedaba. —Ahora desvístete despacio y dame tu uniforme.
El soldado le hizo caso y levantó las manos, Lance le señaló el borde del tejado, haciéndoleuna seña para que salte. El soldado negó con la cabeza. —Es muy alto, puedo matarme o lastimarme. — ¿Prefieres recibir un disparo? —No lo hará, se escucharía y alertaría a los demás. —Tienes razón —dijo Nixon y lo empujó de una patada. El soldado cayó junto al otrocuerpo y dio contra el suelo con un sonido sordo. Se movió apenas, hasta quedarse inmóvil caside inmediato. Cuando Lance estuvo seguro de que no se movería más se vistió con el uniforme yse echó en el tejado apuntando hacia abajo. Pensó en que la idea del incendio de la capilla fuebuena, él solo pudo reducir a tres soldados sin que nadie lo notara, y el resto de los tejados ypuestos de observación estaban vacíos. Esbozó una sonrisa cuando escuchó el ruido de cascos asu espalda, los hombres de Bennet y los apaches habían llegado. *** 2 El sheriff Morrow no pudo dejar de ver el resplandor del fuego en su ventana en laoscuridad de la noche y también como sus hombres abandonaban sus puestos sin que él les diesela orden. Tomó su arma y estaba dispuesto a salir a enviar de regreso a punta de pistola a lossoldados que ayudaban a apagar el fuego, cuando Zeke Osman entró agitado por la puertaprincipal. Sudaba mares. —Espero que usted no tenga nada que ver con lo que está pasando afuera, Sr. Osman. Porsu propio bienestar. —No… no, señor, a decir verdad, me preocupa algo que no tiene que ver con esto. —No sé qué pueda ser peor, debo hacer que los hombres vuelvan a sus puestos cuantoantes. —Ellison Hanke, el doctor me notificó de su muerte pero su cadáver ha desaparecido. Morrow escudriñó el rostro sudoroso y regordete de su socio, no entendía la magnitud delproblema ni la preocupación de su ayudante, que le parecía excesiva. —Bien, está muerto, ¿qué importa donde fue a parar el cadáver de una momia con lamayoría de su cuerpo quemado? —Que, si no murió, si llegó a escapar, sabrá que lo quisimos matar. Lo siento, sé que ustedno sabía, pero recibí una orden para hacerlo del gobernador. Si Hanke se fue del pueblo con esainformación… —Olvídelo. Tenemos un problema más grande con la guerra que se nos viene. Ayúdeme aque cada hombre regrese a ocupar su puesto. Si salgo yo, mataré a varios de mis soldados porestúpidos, pero preferiría evitarlo porque aun así los necesito vivos. —Pero, señor, no tengo la autoridad para ordenarles. —Se la confiero. Ahora vaya y en dos minutos quiero que cada soldado esté de nuevo ensu puesto. Comuníquele al predicador que nos encargaremos de reconstruir su capilla para quetermine de dejarla arder. A decir verdad, pediré su traslado, pero necesitamos que ahora nointerfiera. Zeke asintió con la cabeza y salió a enfrentarse al pandemónium. La idea de dejar arder la capilla no era tan sencilla en cuanto a lo que implicaba en susconsecuencias, en el lote adjunto vivía una familia y los restos de madera ardiendo ya caían
sobre su tejado. Y como se trataba de una construcción muy sencilla, al borde de la precariedad,era probable que se incendiara aún más rápido. El predicador parecía entregado a que su lugar seconsumiera entero, no así algunos soldados que aún intentaban llenar baldes para seguircombatiendo el fuego. Osman pensó que esos hombres estaban tan cansados de su inactividadque no veían la hora de entrar en acción, aunque sea apagando incendios. —Predicador, siento mucho lo ocurrido. El sheriff dice que no se preocupe, se construiráuna nueva capilla en breve. —Gracias, Sr. Osman. Aprecio eso. —Necesito que los hombres retomen sus puestos, ¿está de acuerdo con eso? Posey miró al hombrecito, su diplomacia resultaba irritante y burocrática en momentoscomo ése. —No pedí que estos hombres me ayuden, pero no puedo ordenarles por la misma razón,que dejen de hacerlo. —No se preocupe, yo me encargo. Osman sacó del puño de su chaqueta la pequeña pistolaDerringer y disparó al aire. Los soldados se detuvieron en el acto y se volvieron hacia él. —Señores, el sheriff Morrow ordena que regresen a sus puestos. La capilla seráreconstruida, ya no hay nada más que hacer. Gracias por su solidaridad, pero es hora de volver asus puestos. Los soldados comenzaron a recuperar sus armas y las casacas de los uniformes que habíandejado a un lado para trabajar. En ese preciso momento, un pelotón de jinetes ingresó por la calleprincipal. *** 3 Betty Linney y Laura Connors se preparaban para salir a advertirle a la gente del puebloque se aproximaban los hombres de Bennet, cuando vieron las llamas y a los pocos minutosescucharon a los caballos yendo hacia la avenida principal. Se miraron y sin que medie palabrapartieron a pie, estaban cerca y no querían exponerse yendo en sus caballos. Luego de avisar aquien pudieran, se apostarían en algún lugar seguro para ayudar a abatir soldados o para evitarque maten a los hombres de Bennet o a los apaches aliados. Corrieron escondiéndose por lospatios traseros o graneros de las cabañas que se ubicaban en el trayecto. Nixon les habíaanticipado su plan de ocupar el lugar de alguno de los uniformados, pero no sabían si habíatenido éxito. Siguieron un tramo más y apoyaron sus espaldas contra la pared de un granero queparecía vacío. Laura estaba agitadísima, Betty en cambio mostraba una energía a toda prueba. — ¿Nunca te cansas, mujer? —Es un lujo que no me puedo dar. Pero honestamente, no sé si podré disparar como tú lohiciste para salvarme la vida. Te admiro por eso. —Créeme que no lo pensé. Y te pasará lo mismo. Cada una de esas casacas es un símbolode muerte para nosotros. Se supone que debieran protegernos, pero en realidad están al serviciode quien nos convertirá en esclavos. Tenlo presente a la hora de tirar del gatillo. Iban a continuar cuando un jinete en solitario las alcanzó. Se trataba de Hutch Templeton.Betty se alegró de saber que seguía con vida. —Señoras, un gusto de verlas. ¿Cómo es la situación por aquí?
—No lo sé, ahora mismo. Convencí al predicador para organizar una pequeña reunión en lacapilla y advertí a los vecinos de los motivos reales de Morrow para iniciar esta masacre. Poseyse comprometió a dar una señal para que la gente se prepare para la resistencia y para ayudarlos austedes cuando llegaran, pero hizo algo más que eso. — ¿Se refiere a la iglesia? —Sí, el muy loco la prendió fuego y logró que casi todos los soldados bajen de los tejados.Ahora están muy vulnerables. — ¿Qué hay de Nixon? ¿Lo han visto? —Podría decirse que él nos vio antes —acotó Laura con gesto risueño—, planeabasuplantar a uno de los soldados y ayudar desde arriba. No sé si lo haya logrado, ya lo verás. —Muy bien, señoras, ha llegado el momento. Mucha suerte. Hutch se reincorporó en el momento en el que sonaron dos disparos en la calle principal. *** 4 Duncan Bennet, Imalá y un pelotón de treinta hombres entraron cabalgando por la calleprincipal y se detuvieron en la puerta de la residencia provisoria y cuartel general del sheriffMorrow. Los soldados que estaban recomponiéndose del incendio y se disponían a retomar suspuestos, quedaron paralizados. Los hombres de Bennet los apuntaron desde sus caballos parahacerles entender que no les convenía hacer movimiento de defensa alguno. Zeke Osman levantósus manos, ya había replegado otra vez su pequeña pistola, no pensaba tenerla como alternativa. Duncan Bennet disparó dos veces al aire. —Soldados, he venido a exigirle al Sheriff Morrow que deje su puesto. Eso incluye queustedes depongan sus armas. No queremos que nadie salga herido, no hay necesidad deenfrentamientos. Pero ante el menor movimiento, mis hombres harán fuego. Y nuestros aliadosapaches, los coserán a flechas. Les sugiero que permanezcan quietos y aguarden a la resoluciónfinal de este conflicto. Los soldados no hicieron ningún ademán ni movimiento. Bennet bajó de su caballo y fuehacia la puerta de Morrow, que se abrió, antes de que pudiera llamar. —Vaya, sí que sabe llegar sin avisar, señor Bennet. Imagino que cree que todo lo que ve eslo que tenemos para acabar con usted y su pandilla. —Capitán Morrow, le aconsejo que renuncie ya mismo a su jefatura, que de todos modoses provisional. Me haré cargo hasta que llamemos a elecciones. El gobernador lo sabrá deinmediato para que pueda seguir el proceso legal. Morrow escupió a sus pies. —Usted es un bandido prófugo, Bennet, un ex funcionario inoperante que se convirtió enun pistolero violento. Su cabeza tiene precio, sueñe con que este pueblo estará otra vez bajo sucomando. Si se rinde ahora, lo colgaré al amanecer y quizás perdone a sus hombres. ¿Le parecejusto? —No esperaba menos de usted, alguien para quien la vida de sus subordinados, ni siquierala de inocentes como Tom Linney, valen nada. Por él y por la gente que ha perdido la vida en susmanos, le reitero mi pedido. Acceda o lo tomaré prisionero junto a sus hombres, ya mismo. —De acuerdo, diviértanse.
Morrow volvió a entrar sin dejar que nadie pueda actuar a modo preventivo. Sonaronvarios disparos y cascos de caballos que llegaban por el otro extremo de la calle. Un nuevopelotón del ejército de Morrow que permanecía oculto y a la espera de una orden, hacía suingreso para emboscar a los invasores. — ¡Dispérsense y busquen una posición para disparar a cubierto! Dolan, encárgate de losprisioneros y del Sr. Osman, llévalos a un lugar cerrado. Los demás, conmigo —ordenó Bennet. Duncan enfiló con su grupo hacia el lugar por el que habían ingresado, pero se encontrócon los primeros soldados que entraban disparando sobre sus posiciones. Desmontó y comenzó agatillar sin apuntar a conciencia. De todos modos, logró abatir a dos enemigos. Uno de sushombres no llegó a cubrirse y cayó de su caballo con un disparo en el estómago. Del otro lado dela calle, Stone respondía al fuego con pericia, pero a punto de ser desbordado por las balasenemigas. Luego los disparos se hicieron más espaciados, Duncan se asomó y vio a los apacheslanzando flechas desde atrás de los soldados y generando una masacre. Si bien se sentía aliviado,no dejaba de pensar que esos hombres eran simples servidores del ejército cumpliendo con sudeber y no podía dejar de sentirse culpable. Cuando quedaron los últimos tres, Dorak apareció para ofrecerles la rendición. Aun así,todos sabían que apenas comenzaban a desfilar los hombres de Morrow, debían ser muchos mássegún sus cálculos y esos eran sólo los que se encontraban de guardia. También lo preocupabaque Imalá y Claire estuviesen tan tranquilas y decidieran, sin discutirlo con él, quedar relegadashasta encontrar el momento oportuno para atacar con sus propios métodos, sea lo que fuese queeso significase. McKenzie, Charlie y Hays también estaban en la retaguardia, aguardando ocultostras un monte con otro puñado de hombres para atacar. Hasta ahora, el primer grupo había sidoreducido al ser sorprendidos en el incendio de la capilla. El segundo fue aniquilado por elpelotón apache que había tomado distancia para lograr el efecto sorpresa. El tercero se hizopresente sin demora con una ráfaga de disparos que anunciaba que se trataba del más numeroso. *** 5 Dolan y María condujeron a los soldados que ayudaban en el incendio a la casa contigua.Los recibió una mujer de gesto angustiado que intentaba cubrir a sus dos hijos pequeños de todaaquella violencia con sus brazos. María la tomó de los hombros para tranquilizarla. —Por favor, mantenga la calma y lleve a sus hijos a su habitación. ¿Tiene granero o algunadependencia externa? —Sí, detrás de la casa, es bastante chico —No se preocupe, nos servirá. María le hizo una seña a Dolan para que dirija a los hombres a la parte trasera. Siguióhaciendo sonrisas cómplices a los niños que se veían asustados. El más pequeño parecíafascinado, además. Dolan seguía arriando soldados cuando se percató de que faltaba alguien. — ¡María!, ¿Osman está contigo? La ranger miró a su alrededor, pero no vio a nadie más que a la dueña de casa y a sus hijos. — ¡No! — ¡Por favor revisa alrededor, no puede estar lejos, y es peligroso! María maldijo por lo bajo y volvió su atención a la dueña de casa.
— ¿Estará bien? Debo ocuparme de algo —la mujer asintió. La ranger salió de la cabañaempuñando su arma y con los dientes apretados. A pocas yardas se estaba librando una batallasangrienta. Pudo apreciar como varias flechas atravesaban a los hombres de Morrow que habíaningresado a caballo, pero también como algunos de los chicos de Bennet caían acribillados.Corrió hacía el bebedero. No la separaba mucha distancia del refugio de Morrow y suponía quehacía allí se dirigía Osman, si es que ya no había llegado. Se incorporó y siguió caminandodespacio pero atenta, ya que quedaba demasiado expuesta. Y pudo comprobarlo con una bala quepicó cerca de su pie. Alzó la cabeza y pudo ver al soldado que le disparó en un tejado. Parecíaquerer volver a intentarlo. Se tiró rodando al piso y en un truco, ensayado varias veces en suépoca de entrenamiento, salió de la voltereta con la punta de su revolver hacia el cielo ydisparando. El tirador se arqueó luego de recibir la bala en su pecho y cayó al camino en mediode un ruido seco y una nube de polvo. Otro uniformado quiso sorprender a María desde atrás,ella pudo ver la sombra recortada sobre su hombro y se arrojó de nuevo al piso, pero quedandode espaldas con la comodidad suficiente para dispararle en la cabeza. Y luego en el estómago delsegundo detrás de él cuando cayó. Se puso de pie y pudo distinguir la sombra de Osmancorriendo agazapado contra las edificaciones, le faltaba poco para llegar a su destino. Maríacorrió y se zambulló en la galería sin mucha discreción, pero no pudo verlo. Tampoco cabía laposibilidad de que se hubiera metido en la casa de Morrow, no podía ser tan rápido. Siguiócaminando viendo hacia el frente, tratando de divisarlo, cuando por delante surgió el mismoZeke Osman apuntándole con su diminuta Derringer. —Señorita Espinoza, lamento que no sea este un encuentro más íntimo y agradable. —Sucia rata, debí saber que nunca estarías del lado de los buenos. —Es cuestión de óptica, en este preciso momento los uniformados están de mi lado, y sólohacen cumplir la ley, ¿está segura de que usted se encuentra del lado correcto, María? ¿Acaso noera una ranger al servicio de la comunidad? —Al servicio de la justicia. Y que sea para todos, incluidos nuestros hermanos apaches alos que tu jefe quiere arrasar. Zeke esbozó una sonrisa amplia. —Querrá decir a los salvajes. Y el hombre no hace más que progresar erradicando labarbarie. Lamento que no lo vea así. Y ahora, si me disculpa, tengo cosas que atender. —No tan rápido. ¿Ni siquiera te interesa saber que ocurrió con el camafeo? —Lamento decirle esto pero ya carece de valor. Al igual que su vida —Osman disparósobre María. La bala se introdujo en su cuello dejando una pequeña nube de humo detrás. Ella selo tomó, sorprendida con la mano libre mientras dejaba caer el arma de la otra—. De verdad losiento, señorita. Espinoza, sobre todo porque no podré tenerla ninguna otra vez en la cama. El asesino se retiró mientras María caía sobre las tablas de la galería al tiempo que sugarganta se llenaba de sangre y bloqueaba su respiración. *** 6 Hacía una semana exacta que el brujo Skah imploraba por lluvia, no para mejorarcosechas, sino para que juegue a su favor en la dura batalla a librarse. Los apaches celebraban elagua llegada del cielo como sucedía con todo elemento natural y puesto a su servicio. Por ellopodían manejarse con cierta ventaja si la utilizaban como marco en la lucha. Imalá, y ahora
también Claire, lo sabían y esperaban ese evento. La india aguardó el momento en que cayera laprimera gota desde lo más alto del tejado del mismo hotel que había rechazado hospedarla, lasemana anterior. Debajo podía ver como varios soldados se enfrentaban a puñetazos con apachesy vaqueros por igual, mientras en paralelo se producían tiroteos aislados entre quienes todavíaposeían munición. En algunas ventanas se apreciaba la silueta de vecinos armados apuntando y disparando.Imalá hubiera creído que apoyaban al ejército, pero notó como uno de ellos terminó con la vidade un soldado de Morrow, y no por mala puntería. Intuyó que la señora Linney tenía mucho quever con eso. Más allá, el fuego en la capilla seguía ardiendo con intensidad, pero ya habíadevorado la mayor parte de la edificación que parecía a punto de ceder. Giró la cabeza hacia elotro extremo y pudo ver, también sobre otro tejado, a Claire Higgins, tan dispuesta al ataquecomo ella cuando el dios de la lluvia hiciese su aparición. Claire tenía una pistola en su mano yun hacha en la otra, al igual que su hermana serpiente. La primera gota cayó en la hilera de tejas que la hija de Kodai tenía enfrente. Sonrió, tomóaire inspirando varias veces con los ojos cerrados y cuando los abrió el agua se había convertidoen una cortina. Extendió los brazos armados y se arrojó al medio del fango. Aterrizó sobre su pieizquierdo, su rodilla derecha y la mano que empuñaba el hacha. Miró a su alrededor, algunosdetuvieron sus acciones para contemplar su irrupción. Sin perder tiempo levantó la mano con elhacha y cortó la garganta del soldado que tenía más cerca. El segundo la tomó del otro brazo yella lo repelió con una patada y luego un balazo en su cabeza. Giró y vio a dos uniformadosdesconcertados por la lluvia, tan poco frecuente desde que llegaron. Les gritó para llamar suatención y cuando ambos intentaron apuntarle, recibieron las balas de la india cuya nuevadestreza era la misma que poseía Claire. Un círculo iba formándose en torno a ella, cada vez másamplio y con algunos combatientes intentando huir. Se había instalado como un remolino demuerte implacable. Algunas yardas por detrás, Claire tuvo una entrada similar a la de su par apache, peroprefirió disparar antes de utilizar el arma con hoja. Una bala rozó su brazo, pero ni siquiera lahizo sangrar, giró para ubicar el origen y hacía allí arrojó el hacha que se clavó en la cabeza delagresor. Tanto ella como Imalá contaban además con la ventaja de la reacción tardía de loshombres que las enfrentaban, que con literalidad no se animaban a ser los primeros en atacar yasí iban cayendo. A pocos pasos de donde estaba peleando su hija, Charlie Higgins se encontraba parapetadotras la puerta de la zapatería, que había arrancado de sus goznes y utilizaba a modo de barricada.El propietario había querido ayudar, pero antes de poder disparar su vieja y pesada carabinarecibió un tiro en la cabeza, y su cadáver yacía en el fondo del local. Charlie quiso homenajearlocombatiendo desde su espacio y hasta ese momento no le iba mal. Al menos hasta que vio a sudulce Claire pelear como si fuese una guerrera apache y eso lo llenó de desesperación. Asomar lacabeza para ver mejor no fue una buena idea, su sombrero voló de un disparo, tuvo suerte de noterminar herido. Volvió a esconderse y sólo asomó su mano un par de veces para intentarapuntar, pero ya no pudo dejar de pensar el riesgo inminente que corría su hija, aunque no fuesela misma criatura ingenua y frágil que había creído estar criando. Duncan intentaba obtener una visión periférica de la escena, no accedía a todo desde dondeestaba, pero podía apreciar como sus amazonas estaban en plena lucha, con actitud de poseídas ytambién podía ver el puesto de Charlie y su resistencia. Dorak traía un puñado de hombres paracada pelotón de soldados que llegaba, los dejaba peleando y partía luego a buscar refuerzos.Manejaba el arte del combate como si hubiese vivido en guerra. Duncan sabía que no era así,
supuso que se trataba de cierta predisposición natural. Creyó que la lluvia empeoraría las cosas,pero cuando vio cómo se movían los apaches como peces en el agua, entendió que se trataba desu elemento. Se sintió optimista a pesar de las bajas, pero ese sentimiento cambió de maneraabrupta cuando divisó el cuerpo de María en la galería que estaba detrás de la suya. *** 7 McKenzie estaba harto de no poder entrar en combate, iba de un lado al otro debajo delmonte sin entender porque lo tenían a la retaguardia esperando alguna orden. Enoch Hays nodejaba de observar todo a la distancia con cierta fascinación, como si se tratara de unarepresentación en alguna práctica del ejército. Sólo que las bajas eran reales. —No puedo soportar que haya gente de nuestro bando muriendo allí y no esté haciendonada. —Me sorprende su nivel de empatía, Sr. McKenzie. Un mes atrás cualquiera de esoshombres hubiese sido su enemigo. —Lo sé, supongo que la aparición de Claire tiene que ver con esto. ¿Y usted? ¿qué harácuando nos toque avanzar? ¿Está seguro de que quiere hacer esto? —Tenga por seguro que no seré el primero en disparar, pero estoy con usted. McKenzie negó con la cabeza, no tenía muchos hombres detrás, pero servirían paracerrarle la salida al próximo grupo. La lluvia comenzó a intensificarse y la visibilidad se les hizocompleja. Una explosión marcó la señal para que se pongan en marcha. El siguiente pelotón desoldados, mucho menor en cantidad de hombres, venía provisto de lanzadores de cartuchos dedinamita. El primero había dado en el corazón de un combate mano a mano entre soldados yapaches y una vez que se disipó el humo, muy pocos se levantaron del suelo. —Es nuestra señal. —No estoy seguro de que… —Lo es, Hays, no podemos seguir de brazos cruzados cuando llegó el máximo poder defuego para hacer estragos. Tome —dijo extendiéndole un saco de lona. Dentro había variosatados de dinamita listos para ser encendidos y arrojados—. Encárguese de darle al medio delprimer batallón de soldados que tenga cerca. No requiere de puntería, sólo procure encenderlosantes. El viejo espoleó el caballo y salió con el resto de sus hombres detrás. Hays vaciló sobre lamejor forma de acomodar la bolsa y cuando creyó tenerla en un lugar seguro como para que nogolpee al cabalgar más de lo necesario, los siguió. Mackenzie comenzó a disparar cuando divisó la primera casaca y calculó que el alcance desu arma era el óptimo. No dio al primer intento y sólo consiguió que los hombres se percatarande su llegada, con lo cual comenzaron a recibir la respuesta. — ¡Ábranse! —gritó a sus jinetes— ¡No les den la oportunidad de que usen dinamita connosotros! Siguieron en formación de línea frontal. El único rezagado era Hays que seguía haciendocálculos para arrojar el primer atado de explosivos. No veía un hueco y mientras su miedocreciera, no estaba seguro de poder mantener el pulso para hacerlo tampoco. Se acercó al primertejado y sobre él, vio a alguien que le pareció familiar. Se trataba de Lance Nixon, llevaba ununiforme, lo cual lo preocupó, ¿sería una señal de que se había infiltrado o de que había
cambiado una vez más de bando? Se abrió por la izquierda e intentó alejarse de su grupo paraarrimarse lo más que podía al edificio en el que estaba el supuesto aliado. Se colocó a la par de lapared intentando evitar el fuego cruzado. — ¿Señor Nixon? ¿Cuento con que no vaya a dispararme? Lance reconoció al hombre que quiso pescarlo in fraganti en el camino el día anterior yque, en cierta forma, lo había empujado a cambiar de opinión. — ¿Qué intenta hacer? nos matarán a los dos. —Tengo una idea, traigo dinamita conmigo, pero su posición es ideal para utilizarla ylograr algo mejor. —Adelante, arrójela con cuidado. Hays tiró la bolsa con el temor de provocar un estallido, gracias a su torpeza. Por fortunaNixon la tomó con un movimiento diestro y no pasó nada grave. —Me alegro de que no nos haya defraudado, Sr. Nixon. —Pues, yo me alegraré cuando ganemos, no me queda claro aún. Enoch se retiró tratando de ubicar un lugar en el que pudiese apostarse para disparar sin serun blanco fácil. Mientras tanto McKenzie ya estaba enzarzado en un tiroteo con el pelotónentrante. No había bajado de su caballo y tenía la estampa de un conquistador furibundo. El ruidode los disparos se mezclaba con el del chapoteo frenético de los cascos, y no pudo dejar deapreciar la belleza en todo eso. *** 8 Duncan se arrojó sobre el cuerpo agonizante de María. Apenas podía mover los labios,mucho menos incorporarse. —No trates de hablar, buscaré ayuda —dijo Duncan, sabiendo que sólo lo hacía para quetranquilizarla, porque su muerte le pareció inminente. Ella le hizo un gesto con la cabeza yseñaló el bolsillo de su pantalón. El metió su propia mano en él y sacó un disco de metal queencerraba una estrella de cinco puntas, su insignia de Ranger. — ¿Quieres que se la dé a Nick? María asintió sin poder hablar, luego dejó escapar una lágrima y su cabeza cayó al piso.Duncan apretó los dientes y se incorporó mientras guardaba en su bolsillo la insignia. Se dirigióhacia la casa de Morrow, pateó la puerta y entró. Lo primero que vio fue a un soldado que estabaa punto de desenfundar. En lugar de conseguirlo recibió un tiro entre los ojos. Luego vio aOsman que, rápido de reflejos, levantó sus manos rindiéndose y por último a Morrow, sentado ensu sillón, casi inmutable. — ¿Se da cuenta de que acaba de morir mucha gente y estamos igual a cuando llegué?Podría ejecutarlo ya mismo y terminar con esto de una vez. —Vacila usted demasiado, señor Bennet. Un soldado salió desde atrás de la puerta y golpeó en la cabeza a Duncan con la culata desu arma, desmayándolo. Morrow se puso de pie. —Ayúdele, Osman, átenlo a la silla. Daré por resuelto este problema de una vez. Morrow salió a la galería. Sus soldados estaban siendo diezmados y ahora el combateestaba disperso y consistía en peleas individuales y en tiroteos entre no más de tres o cuatrocombatientes por sector. El fuego de la iglesia se había extinguido merced al agua, que también
parecía estar mermando. A pocos pasos se encontraba el cadáver de la ranger, en medio de uncharco de sangre, diluida por el agua de lluvia. El capitán no pudo evitar sonreír al pensar en laironía de la mujer que escapó de una ciudad grande para morir en medio de un “charco”, literal.Avanzó hacia el centro de la calle y disparó su revólver al aire. — ¡Invasores de El Charco, presten atención! Su líder, Duncan Bennet, ha sido tomadoprisionero. Con la autoridad que me confiere el gobernador del estado de Texas, en pocas horasserá ejecutado por la horca o en fusilamiento. Sugiero que depongan las armas y se retiren encalidad de fugitivos o se entreguen para ser juzgados. De hecho, ofrezco amnistía a aquellos quese rindan ahora mismo. Los apaches podrán volver a su campamento, pero si regresan al pueblo,por el motivo que sea, serán ejecutados. Los ataques, que habían cesado con su discurso, se reiniciaron con una flecha que se clavóen el suelo a muy poca distancia de sus botas. Morrow subió la vista y se encontró con Doraksosteniendo el arco que marcaba el origen del proyectil, en la azotea de la botica. —Si no libera a su prisionero ahora mismo, arrasaremos con este pueblo, quemaremoshasta la última vivienda, mataremos hasta el último perro que habite aquí. Y, por último, sheriff,lo colgaremos a usted boca abajo y lo cortaremos hasta que se desangre, gota por gota. No nosiremos hasta que todo eso pase. O sus hombres, si lo logran, nos maten en el intento. Morrow miró con frialdad al indio. —Como prefiera. Alzó su mano y a los pocos instantes se escuchó otra explosión. La construcción sobre laque estaba Dorak cedió cuando las ventanas estallaron por debajo y el indio cayó entre losescombros. Morrow volvió a su oficina mientras seguía sonando la dinamita en otros puntos. Notenía problemas en volar cada casa o local de ese maldito pueblo para enterrar a sus enemigos. Ysus hombres habían preparado todo para hacerlo con cada señal que diera. Ya era el segundolíder apache que eliminaba de esa manera, le estaba resultando demasiado fácil ocuparse de lossalvajes. *** 9 El predicador aún no había tomado partido de modo explícito en la batalla, no porque nosupiera de qué lado debía colocarse, sino porque no quería quedar expuesto antes de poderactuar. La jugada del incendio en la iglesia le había salido muy bien, pero no era suficiente.Tampoco pudo evitarse la masacre, ni que todo termine antes de que siga habiendo más muerte.Ahora se sumaron las explosiones a causa de la dinamita y eso no sólo provocaba heridos demuerte sino también mutilados, de las peores maneras posibles. Caminó hacia la casa de BettyLinney, sabiendo que quizás no estuviese allí, pero debía ubicarla para saber cómo seguir. Al finy al cabo, ya había aceptado que él no era más que un guía espiritual cuya brújula estaba ancladaen una mujer tan valiente y fuerte como menuda. Mientras se dirigía al trote y sin soltar su riflehacia allí, pudo ver a Betty y a la joven Laura escondidas detrás de un granero, a la expectativa. —Betty, ¿cómo van las cosas por aquí? —Oh, predicador, siento mucho lo de la capilla, ¿fue intencional? —Entre nosotros, fue la única manera que se me ocurrió como distracción. Si gana Bennetseguramente me ayudará a construir una, si gana Morrow, también lo prometió. No tengo nadaque perder.
—La iglesia siempre cae bien parada ¿verdad? Posey se encogió de hombros. —Pongámoslo así. Los caminos del señor… —…son misteriosos, ya lo sé. Al menos espero que si hay alguien allí arriba, nos ayude aterminar con esto. Hace un rato que no escucho explosiones ni disparos, ¿qué sucedió? —Creo que atraparon a Bennet y cayó uno de los jefes indios. —No pinta bien. Será mejor que hagamos algo, ¿vienes Laura? —Por supuesto, no estoy aquí para espiar escondida detrás de unas tablas. —Esperen, mujeres, no es para nada seguro allí. — ¿Por eso vino hacia aquí, predicador? —No, pues, quería saber cómo estaban. —Muy bien, gracias. Ahora en marcha. Hutch Templeton había visto como Bennet cayó en las garras de Morrow luego de tratar deasistir a María. Si bien estaba en medio de fuego cruzado, también pensó en que lo mejor seríaanalizar la situación antes de actuar y no precipitarse y que todo le salga mal como en el fallidorescate de Imalá. También fue testigo de cómo cayó Dorak sin que pudiese hacer nada. Si en esemomento llegaban más hombres del ejército, sería el fin del intento por recuperar el pueblo. Lasúnicas sin problemas parecían ser Claire y su nueva amiga apache Imalá, que se movían comobailarinas mortales, matando oponentes con golpes de hacha y balas por igual. Pero eso sólo noles alcanzaría para ganar. También vio como Lance Nixon, vestido como soldado, no dejaba dearrojar cartuchos de dinamita a sus supuestos pares. Lo hacía con tanta discreción que nadiepodía creer que fuese él y eso le permitía actuar con impunidad. Hutch se distrajo y una bala casi le arranca el brazo. Estaba oculto en la medianera de labarbería y el bebedero en el que se había escondido antes era un colador. Uno de suscontendientes estaba en el tanque de agua sobre el hotel, y el otro, sobre la pared siguiente de lamisma barbería. Decidió terminar de una vez con el asedio. Rodó hacia el medio de la calle y sinlevantarse, se echó boca abajo y le apuntó al que estaba más cerca, ni bien le quedó a la vista. Loderribó con un tiro en la cabeza. Luego volvió a rodar y se apoyó en una de las columnas delhotel. Desde allí disparó otra vez, pero sobre el hombre del tanque de agua, dándole en el pecho.Cayó muerto a pocos pasos. Ahora, con el camino libre, debía dirigirse hacia la guarida deMorrow. Pero esta vez pensó en una estrategia diferente, sería él quien los sorprendería por laentrada trasera. Cuando dio la vuelta le costó creer lo que veían sus ojos: Duncan Bennet habíasido montado a un caballo con las manos atadas. Llevaba un rollo de cuerda que nacía en sucuello, en un lazo de verdugo. Era claro que pretendían colgarlo sin que nadie lo notara y luegodar la noticia para marcar el fin del conflicto. Había sólo dos soldados junto a Morrow y alperverso de Osman. Hutch hubiese emprendido a balazos con el grupo, pero se detuvo unosinstantes al pensar en la vez anterior y en cómo le costó la vida de su compañero. —No tan aprisa, jovencito. Hutch se dio vuelta y se encontró con la sorpresa de tener a Betty Linney a su espalda.Venía acompañada de Laura y del predicador. — ¡Señora Linney! ¡Mi eterna salvadora! Betty le hizo un gesto para que guardara silencio. —Saldremos en línea, somos cuatro con armas, le apuntaremos a cada uno de ellos,incluido Osman. Le pediremos que desaten a Bennet y luego los ataremos a ellos. Fin de laguerra. —Lo hace sonar muy fácil.
—Lo es, sólo mantengamos la concentración. Contaron hasta tres y salieron como sugirió Betty, los cuatro armados con sus pistolas yrifles apuntando a los dos soldados, a Morrow y a Osman. —Señores, esto se termina aquí —dijo Templeton, con el pecho henchido por lasatisfacción de tener su revancha—. Dejen sus armas y desaten al señor Bennet, todo muylentamente. Osman, como siempre, fue el primero en levantar sus manos. Los dos soldados esperaron aque Morrow asienta con la cabeza para soltar sus rifles. —Ahora desaten a Bennet, con cuidado. Morrow tenía una sonrisa torcida que a Betty no le gustaba nada. —Señora Linney, me alegro de saber finalmente de qué lado está. Predicador, lo suyo esuna sorpresa. —Los caminos del señor… —Por Dios, no sea tan básico —lo cortó con fastidio—. Seguro que lo decidió luego deuna borrachera. Posey volvió a encogerse de hombros. —No soy yo quien está del otro lado del cañón del rifle, capitán. Ni bien Bennet quedó liberado, le quitó las pistolas que llevaban a los soldados por debajodel propio uniforme. Luego los apuntó y ordenó al equipo. —Me quedo con Morrow, saldré a la calle principal a pedir la rendición. Lleven al resto algranero en el que está Dolan con los prisioneros. — ¿Está bien, señor Bennet? ¿No quiere que me quede junto a usted? —dijo Hutch. —Descuida, yo me encargo. Sólo ayuda a que estos lleguen al granero. *** 10 Imalá estaba cubierta de sangre enemiga, su hacha y su cuchillo, al que reemplazó por lapistola cuando se quedó sin municiones, casi perdieron el filo luego de semejante carnicería.Tenía la respiración agitada y sangraba de varios cortes en su cuerpo, pero se sentía intacta y conla furia a flor de piel. Tardó un poco en darse cuenta de que Dorak no estaba en donde lo habíavisto y en su lugar se hallaba una pila de escombros. Corrió hacia allí, saltando por encima de loscuerpos de los soldados mientras esperaba que no hubiese más en camino, que las fuerzas deMorrow no tuviesen más refuerzos. Tenía las esperanzas puestas en eso. Comenzó a removerpiedras y tablas, se desesperó al no encontrar nada hasta que vio una mano asomando con lapulsera de Dorak. Siguió removiendo restos hasta descubrir su cuerpo. —Dorak, hermano, dime que estás entre nosotros, aún. El indio se movió apenas, hizo una mueca de dolor, estaba cubierto de polvo de pies acabeza, pero también tenía un trozo de madera clavado en su estómago. —Mi valiente jefa y hermana. Por favor… asegúrate de proteger a nuestra tribu. —No digas, eso, te sacaremos de aquí. Imalá posó su mano a escasa distancia del cuerpo de su compañero. Una luz parecióresplandecer por debajo de ella. Cerró los ojos y vio a la serpiente negra enroscándose en sucintura y luego subiendo hasta posar la cabeza en el cuello. Habló en su cabeza. “Es tarde. Nada puede hacerse. Morirá”.
“Pero hemos hecho todo lo que nos pediste ¡Sálvalo!”. “No es posible”. A muy poca distancia, Claire contemplaba la escena, aunque no de manera directa sino através de los ojos de su aliada apache. Sintió el mismo dolor y angustia que ella. Vio como lavida del guerrero indio se apagaba. Y también a la serpiente negra y por primera vez, temió. Elfinal estaba cerca y llegaba la hora de pagar. Era imperioso que buscara a Duncan y lo ayudara aterminar lo que habían comenzado. No tuvo que hacer nada, el antiguo sheriff venía trayendo altirano de Morrow reducido, hacia el centro de la calle. Se detuvo junto a Claire. Imalá regresópara pararse junto a ellos. Miró a Morrow con desprecio y sin anticipar el movimiento, le dio unpuñetazo en la cara. El capitán quedó sorprendido, aunque no pudo evitar sonreír con cinismo. — ¿Esto es lo que quería, asesino? ¿Librar una batalla en la que todos perdiéramos anuestra gente? ¿Será porque a usted nadie le importa? ¿Será porque su miserable vida no tienemás objetivo que el de arruinar las ajenas? —sacó su cuchillo de la cintura y se lo colocó en elcuello. —Imalá, ya está bien. La forma de mostrarles que somos una alternativa es no siendo comoellos. Queremos la paz, y la estamos logrando —dijo Bennet. Bajó el cuchillo y se alejó, no quería perder el control. — ¿Sabe, Bennet?, quizás aún no esté todo dicho… Morrow señaló con la cabeza hacia la zapatería, de allí salía un soldado, tomando a Charliepor el brazo y apuntándole a la cabeza. — ¡Papá! —gritó Claire, al tiempo que levantaba su arma y apuntaba al soldado. —Yo no lo intentaría, señorita. Estoy aquí para morir y antes de que pueda darme mellevaré a su padre conmigo. Duncan presionó su revólver en la sien de Morrow, con los dientes apretados. —Dígale a su hombre que suelte a Higgins o lo lamentará. Morrow sonrió con cinismo. —Debe entender que no nos importa morir por la causa, Sr. Bennet. No hay sentimientoque nos embargue. Esa es su debilidad y por eso mismo fue un pésimo sheriff. Duncan vio la desesperación de Claire y pensó en el mismo Charlie muriendo de esaforma, delante de su hija. El capitán estaba dispuesto a dispararle sin más o a la orden deMorrow, no podía permitirlo. Pensó en que el grupo de Betty y Hutch estaban cerca y podríanasistirlos en un rato si no se dejaban sorprender. —Está bien —dijo y le entregó el arma a Morrow, quien se giró y miró a los ojos a surival. —Acepte este consejo, señor Bennet; deje de ser tan sentimental –dijo mientras se volvíacon el arma en la mano. Le disparó a Higgins en el pecho, que cayó deslizándose del brazo de sucaptor. Claire abrió la boca para gritar, pero Morrow volvió a descargar el arma en su estómago.Imalá sintió el mismo dolor en el abdomen, como si ella misma hubiese recibido el disparo. Serepuso y arrojó su cuchillo hacia Morrow. El capitán pudo esquivarlo apenas con un movimientoy se clavó en el cuello del soldado que había capturado a Charlie. Bennet aprovechó la distracción y se arrojó sobre Morrow, le dio un puñetazo volando susombrero. El capitán retrocedió, pero no lo suficiente para recibir otro y caer al lodo. Duncan searrojó sobre él y siguió dándole un golpe tras otro, hasta que la sangre brotó en manantiales de sunariz y boca. Luego tomó el arma de su mano y se puso de pie. Claire estaba en el suelo, al igualque su padre, inmóvil. Imalá se había arrodillado junto a ella. La chica aún agonizaba.
—Vamos, sheriff, termine de una vez lo que empezó. Máteme si tiene bolas para hacerlo—desafió Morrow. —De acuerdo —dijo caminando hacia donde estaba el cuerpo del soldado con el cuchilloen la frente para tomar su revólver—. Pero no así. Arrojó el revólver sobre el pecho de Morrow y le hizo una seña para que se incorpore. Elcapitán sonrió y le hizo caso. Se pararon a pocas yardas y ambos enfundaron. Se miraron unoscuantos segundos, estudiándose con frialdad, pero reteniendo el aire en los pulmones. Morrowjugó acercando su mano con lentitud a la cartuchera, la sangre le cubría parte de la nariz y laboca y cuando mostraba los dientes parecía un monstruo despellejado. Duncan permanecióinalterable, pero no perdía de vista el camino que hacían los dedos de su oponente, lo había vistohacía minutos disparar como un relámpago. — ¿Qué pasa, Bennet? ¿ha perdido los reflejos? Duncan no respondió, pero siguió atento. De pronto, como si hubiese tenido un ataque lamano del capitán desapareció y surgió de la funda con su revólver. Antes de que pudiesemartillar, Duncan Bennet sacó el suyo y comenzó a disparar en secuencia, martillando sin parar.La primera bala se metió en el hombro izquierdo del capitán, la segunda en el pecho, la terceraen el cuello y la cuarta y última en medio de los ojos. El sheriff Morrow cesó sus funciones almismo tiempo en que su vida se apagaba. Y todo terminó. O al menos, eso parecía. *** 11 Imalá tomó la mano de Claire, aún caliente, a pesar de que su corazón se había detenido.Tenía los ojos aún abiertos y llenos de la sorpresa de ver morir a su padre antes de recibir susegunda bala. El dolor de la apache era más grande que cualquier cosa que haya conocido, quizásequiparable al de perder un hijo de sus propias entrañas, si lo hubiese tenido. Todas lasexperiencias, vivencias y sentimientos de Claire también eran suyos y se estaba yendo una partede sí misma. Así de intensa era la comunión propuesta por la serpiente. Necesitaba hablar conella y pedir explicaciones. “Por favor, tráela a la vida. Hagamos otro pacto. Algo más ventajoso para ti, pero, te losuplico, no dejes morir a Claire” “Claire ya está muerta. Cumplió con su parte. A cambio, liberó a su pueblo y también altuyo. Cumplí con el pacto”. “Pero Dorak también ha muerto y del mismo modo el padre de Claire. Eso no entraba enlos planes, nuestros seres queridos nunca fueron parte de esto”. “Así es la guerra” “Toma mi vida por la de ellos, te lo imploro, diosa serpiente” “¿Y por qué habría de interesarme ese sacrificio?” “Porque también dejaré un alma vacía, mi gran amor, Halcón Rojo, sufrirá mi pérdida yeso te alimentará” “Percibo un vínculo fuerte. Son varias vidas, pero quizás valga la pena. ¿Estás segura deque quieres hacerlo?”. “Sí, en absoluto”.
Una luz se encendió en su interior, pudo ver como subía de su abdomen y salía por suboca, convirtiéndose en el último suspiro que exhalaría. Al mismo tiempo que ella se desvanecía,la luz entró en el cuerpo de Claire. La herida de su estómago sanó y sus tejidos se regeneraron,hasta que despertó. Se incorporó y vio a Imalá tendida a su lado, sus ojos se llenaron de lágrimasal tiempo que asumió el sacrificio, tenía hasta el último recuerdo de la india en su memoria y esoincluía el reciente pacto con la serpiente. Se incorporó y fue hacia donde estaba su padre. Colocósu mano en el pecho y la luz le quitó la bala y el daño producido. Charlie abrió los ojossorprendido, Ella lo ayudó a incorporarse y lo abrazó con fuerza. —Todo terminó, papá. Claire acudió en ayuda de Dorak. Hizo lo mismo que con su padre y la luz que pudo emitirlogró el resto. Lo hubiese repetido con cada muerto en esa guerra, pero el trato era sólo por esasdos vidas. Dorak lloró al enterarse de la muerte de Imalá, Claire prefirió evitar decirle lascondiciones del trato por el cual dio su vida. Ahora debía hacer algo más importante, terminar deayudar a Bennet a restablecer el orden. *** 12 Duncan Bennet abrió el portón del granero en el que permanecían encerrados los primerossoldados que fueron tomados prisioneros. Algunos de ellos se veían aliviados ya que ni siquierallegaron a entrar en combate. De todos modos, parecían exhaustos. Betty Linney seguía alerta yen guardia al igual que Dolan, Templeton y el predicador. —La guerra ha terminado. Morrow ha muerto. Betty lanzó el primer grito de victoria, luego se lanzó a abrazar a Hutch y al predicador.Bennet seguía serio. —Soldados, ustedes ya no tienen la obligación de permanecer aquí. Ni de seguir elcombate. Les sugiero que regresen a la oficina del gobernador con el mensaje de que en ElCharco ha sido restablecido el orden y el nuevo sheriff es Duncan Bennet. Si el gobernador estáde acuerdo en aceptarlo, no hay nada más que hablar, pero si decide intentar otro ataque, quizásnos veamos de nuevo. Por otro lado, si alguno de ustedes o todos, desean establecerse en ElCharco como ciudadanos civiles, están invitados. Hubo murmullos, los doce hombres en esa situación se mostraron desconcertados. — ¿No somos prisioneros? ¿Estamos en libertad? —Así es. Sus armas quedarán aquí. Y con la condición de que asuman que el conflictoterminó. Ya hubo demasiada muerte hoy. Dolan se adelantó. —Muy bien, creo que mi trabajo terminó. Iré a buscar a María. Duncan lo tomó del brazo, con fuerza. Lo miró a los ojos e intentó transmitirle su dolor. — ¿Qué pasa, jefe? —Lo siento, Nick, no lo logró. María murió luchando —tomó su mano y puso en ella laestrella de cinco puntas calada en el círculo de metal, el símbolo que la Ranger le pidió que lediese— Quiso que tú lo conservaras. Nick se soltó y salió a toda prisa, cruzó la calle y comenzó a buscar en el caos de cuerpos yescombros. Ubicó el sombrero de María cerca de la entrada de la casa ocupada por Morrow.
Corrió y se agachó junto a ella. Tomó su mano y la llevó a su pecho. Lloró mientras la observabay recordaba su último beso, en el campamento indio. —Hasta siempre, bonita. Desde que te conocí, mi corazón fue tuyo. Espero que lo hayasnotado. Y discúlpame por no haberlo dicho antes. Colocó la placa en el pecho de la mujer. Por más que ella hubiese querido dársela, lo másdigno era que la luciera en su lecho póstumo. Una lágrima negra de hollín cayó sobre la estrella.Cuando la tomó para limpiarla notó que en el reverso tenía una marca. Se trataba de una especiede símbolo garabateado que María había dibujado con su sangre, antes de morir. No cabíandudas de que se trataba de un mensaje para él. Nick apretó la placa en su mano, tapó el rostro de la chica con su sombrero y se sentó a sulado. Bennet pasó junto a Dolan sin interrumpirlo y observó el lugar que ocupó Morrow duranteel ataque. Pensaba instalarse allí hasta reconstruir su oficina. Había mucho por hacer y esperabacontar con la ayuda de sus amigos apaches, a quienes pensaba retribuir con mercadería y algunaclase de servicio que mejorara sus vidas. Cuando estaba por llegar a la zona en la que se produjoel duelo con Morrow, vio muchas cosas que no entendió. La primera era Claire saliéndole alpaso, sana y salva. Y más allá… —Sheriff, debo decirle algo. …Charlie también aparecía vivo, mientras que Imalá… — ¿Qué pasó aquí, Claire? —Ella se sacrificó por nosotros. Sé que será difícil de entenderlo, pero… hubo una especiede conjuro que nos permitió luchar juntas y nos dio fuerzas para hacerlo. Fuimos comohermanas, de hecho, sé y siento todo lo que ella hizo y fue. —No… no entiendo. —Ella eligió entregar su vida a la serpiente por las vidas de mi padre, la mía y la de Dorak.No sé muy bien porqué, pero la serpiente accedió. Lo siento mucho. Duncan se arrodilló junto al cuerpo de Imalá. Sus fuerzas lo abandonaban por completo.Sintió morir junto a ella y casi sin pensarlo, comenzó a deslizar los dedos hacia su cartuchera.Acabaría su vida de un tiro y se uniría a la mujer a la que nunca debió dejar. Le había falladoaños atrás, y ahora repitió ese terrible error. Una mano se posó en su hombro. Cuando pudolevantar la vista, vio recortada contra el sol, la figura de su Imalá. —Mi querido Halcón Rojo… —Duncan amagó a ponerse de pie pero la mano en suhombro lo retuvo—. No, no lo hagas, esto es… demasiado frágil. Déjame hablar. Mi lazo conClaire es eterno. Nos hicimos una sola entidad gracias al conjuro de la serpiente. Una de nosotrasdebía dejar su existencia física para pagar la ofrenda. El destino quiso que fuese Claire, pero ellano merecía ni siquiera una bala, mucho menos dos, ¿no te parece? Además, Dorak debía liderarnuestra tribu, así como Charlie disfrutar de su hija. No fue tan mal negocio. Amor, sé que te hedejado sin que puedas hacer nada, pero, de algo debes estar seguro —le quito la mano delhombro y lo ayudó a levantarse. Al hacerlo, la figura de Imalá se transformó ante sus ojos en lade Claire. Duncan estaba desconcertado; la mirada aún era la de su mujer india—. Imalá vive enClaire, y Claire no estaría viva si no fuese por Imalá. Somos una, con todo lo que eso implica.Duncan… o Halcón rojo, como prefieras que te llame. Tengo los mismos recuerdos ysentimientos de Imalá, si sabes lo que eso significa. Duncan cerró los ojos, los apretó y volvió a abrirlos, como tratando de enfocar la vista enlo que no podía creer que estaba viendo. —Lo siento, esto… es muy difícil para mí.
Claire le tomó la mano, Duncan se estremeció porque también la sentía como si fuese deImalá. —Lo sé. Y no pretendo que pase nada que no puedas aceptar. Tampoco soy sureencarnación, sino que soy Claire y también soy Imalá, por raro que suene. Pero lo que quieroque sepas, es que siempre estaré para ti. Y me quedaré en El Charco, ayudándote a poner esto enorden, desde el lugar que me toque, siempre que estés de acuerdo. Y teniendo en cuenta queestabas por meter una bala en tu cabeza, creo que merezco que lo pienses. Todos lo merecemos. Duncan dudó de cómo debía sentirse ante todo eso, acababa de librar una batalla épica enla que vio morir amigos y enemigos de la peor manera, pero a la vez, se veía imposibilitado demanejar esto. —De acuerdo, Claire. Haré lo posible por poner las cosas en El Charco en orden. Respectoa lo otro, no lo sé. Sólo espero que pueda entenderlo y aceptarlo alguna vez. Claire asintió conuna sonrisa, se separó de su lado y fue a ver a su padre, que se mostraba igual de desconcertado.Duncan Bennet se dirigió a su nueva oficina, pero antes se inclinó sobre el cadáver de Morrow yle arrancó la estrella del pecho. El Charco volvía a tener a otro Bennet al frente, su desafío era que fuese mucho mejor quelos anteriores.
EPÍLOGO OCHO MESES DESPUÉS Zeke Osman acomodaba los papeles en su despacho antes de recibir a su siguiente visita.Se trataba de un fabricante de jabones y perfumes que pensaba invertir en una fábrica ynecesitaba un crédito abultado, según le dijo su secretaria, Page Evans. Page era una de laschicas de Eldmon cedida para que el banquero tuviese una secretaria que pudiera ejecutar esetrabajo administrativo y, de paso, brindarle algunos placeres sin que tuviera que salir de suoficina. Osman se miró al espejo y acicaló como para estar a la altura y causar una impresión deformalidad y pulcritud. Golpearon a la puerta, el banquero dio un pequeño grito invitando apasar. Su rostro fue de total asombro cuando quien asomó la cabeza fue Nick Dolan. —Señor Dolan, ¡Qué agradable sorpresa! No sé a qué se deba su visita, pero esperabagente… —Descuide, seré breve. —Muy bien, tome asiento por favor. —Así estoy bien. — ¿En qué puedo ayudarlo? —Sólo quería despejar algunas dudas sobre lo que pasó en la asunción del sheriff Bennet.Hubo muchos muertos a raíz del combate, pero también algunos que podían denominarsecrímenes de guerra, de los cuales el sheriff me delego su investigación. —Caramba, ¿a cuál de esas muertes podría considerarse así, en medio de tanta confusión yfuego cruzado? —Un asesinato a sangre fría o a traición. Por parte de gente que quizás haya podidoacomodarse gracias al poder de turno, como de costumbre y así evadir la responsabilidad de lasconsecuencias de un acto cobarde. —No lo entiendo, señor Dolan. — ¿Sabe cómo murió la señorita Espinoza, por ejemplo? Osman tragó saliva. Creía que ese tema ya estaba enterrado como la mismísima María. De un tiro en la garganta, proveniente de un arma pequeña. Algo utilizado para simpledefensa personal o bien por asesinos furtivos. El mejor ejemplo es el asesinato del presidenteLincoln, ¿lo recuerda? Fue ese mismo tipo de arma la que acabó con la vida de la señoritaEspinoza. No creo que ningún soldado haya tenido una de esas. Ni siquiera ninguno de nuestroshombres. Tampoco pudo ser producto de una bala perdida. Por otro lado, y disculpe que lo saquedel tema, sigo sin entender como Bennet le permitió conservar su puesto. —Eso es fácil, Sr. Dolan, me ofrecí en calidad de gerente interino. El señor Bennet puedepedir mi reemplazo cuando lo considere necesario o consiga personal idóneo. Pero no entiendoque tenga que ver eso con la muerte de la señora Espinoza, que, a pesar de lo que cree,probablemente haya fallecido por una bala perdida. —No señor, Osman. No fue una bala perdida, no me tome por idiota. —No sé por qué lo haría, ¿qué es lo que me quiere decir?
Dolan tomó de su bolsillo la estrella que le dejó María, la insignia legítima de los Rangersde Texas, y la colocó en el escritorio. Osman lo miró con cara de preocupación. —Tómela, señor Osman, por favor. El banquero la levantó. —Gírela. Osman la dio vuelta y observó que estaba manchada, tenía una especie de signo raro en lachapa, de color morado. — ¿Puede distinguir de qué se trata esa marca? —No tengo la menor idea. —Le cuento; se trata del último trazo que pudo efectuar la señorita Espinoza con su dedo,embebido en su propia sangre. Debo reconocer que me confundió bastante y no supe que quisodecir con eso, hasta que un amigo detective, un tanto más listo que yo, me lo hizo ver. Dolan puso el dedo sobre la marca. —” ZO” Son sus iniciales, ¿verdad? Osman rio, nervioso. —Usted está loco, eso es ridículo. —María trató de decirnos quién la mató, Sr. Osman, porque si hubiese caído por balasenemigas, su muerte hubiese sido honorable, para eso estuvo allí. Pero esa marca, sumado a esto—extrajo de su bolsillo un proyectil pequeño—, no lo dejan muy bien parado, ¿aún tiene esahermosa Derringer que ocultaba en su manga? —Sr. Dolan, me está insultando con sus teorías descabelladas. —Saque su arma y desmiéntame, Osman, varios lo vieron empuñarla cuando la capillaardía. Nick lo tomó del brazo y lo palpó buscando la pequeña pistola, sin éxito. Lo soltó y luegofue al cajón del escritorio. Allí estaba, apenas cubierta por algunos papeles. — ¡Sorpresa! ¿Sigue negando que usted mató a María Espinoza a sangre fría? —De acuerdo, deténgame y lléveme ante el sheriff. Me someteré a un juicio justo. —No será tan fácil, ¿sigue negándolo? —Por supuesto, loco delirante. —Muy bien, hagamos una cosa —Nick tomó la Derringer y se la colocó en la mano aOsman —. Dispáreme en el cuello, hagamos una recreación. No me defenderé. —No sea estúpido. No lo mataré. —No digo que vaya a hacerlo, sólo inténtelo. Dispare o lo haré yo. Nick sacó su arma y le apuntó. —Podrá decir que me volví loco y quise matarlo. Dispare y sáquese el problema deencima. Osman presionó el gatillo, pero sólo obtuvo un clic, indicándole que no tenía proyectil enla cámara. —Maldición, ni siquiera está cargada. —Una pena, porque la mía siempre lo está. Osman abrió los ojos cuando entendió lo que implicaban esas palabras, pero no pudo evitarque Nick Dolan descargue tres balas en su abdomen y pecho. Se desplomó en su sillón, con supequeña pistola aún en la mano. A los pocos segundos, Page abrió la puerta y profirió un grito alver la escena. —Tranquila, Page, el señor Osman se vio acorralado y quiso dispararme. No lo consiguió.
La mujer se quedó junto al cadáver sin saber qué hacer, mientras Dolan se retiraba contotal tranquilidad. Recorrió la larga galería y prendió un cigarro ni bien le dio el sol en la cara, alsalir. Allí lo esperaba su nuevo amigo, el primer consultor científico residente en El Charco,Enoch Hays. —¡Señor Hays! ¿cómo le fue en la oficina del sheriff con la renovación de su permiso? —Quisiera decirle que fue un trámite rápido, pero me temo que tendré que regresar en otraocasión a completarlo. —¿Tantos problemas tiene el pueblo que no alcanza con Duncan y Claire para mantener elorden? —Pues, quizás sea a la inversa. Hay escasez de problemas en El Charco, al punto que elsheriff y su ayudante cerraron la oficina para celebrar alguna clase de entrenamiento privado.Supe que estaban dentro, inmersos en una gran actividad. Se los escuchaba, ya sabes, pero noquise interrumpirlos. Nick largó una carcajada. —¡Finalmente! Hays hizo una mueca divertida. —Ya sabremos a su tiempo el tipo de entrenamiento que practican esos dos. Volviendo alo tuyo, no sé si hice bien en orientarte en este asunto, a juzgar por los disparos que acabo deescuchar. Pensé que detendrías a Osman sin violencia. Dolan ensayó media sonrisa con un rictus amargo. Recordó a María y pensó que quizásahora su alma pueda descansar en paz. Eso no sanó su corazón, pero le dio algo de alivio, sobretodo pensando en las víctimas que pudo evitar con su decisión. —Créeme, Enoch, sin Zeke Osman, este mundo es un lugar mejor. ###
Acerca del autor:Henry Drae es un editor, guionista y crítico de cine argentino. En esta obra presenta su primera novela en tono de western fantástico. Nació y vive en Mar del Plata, Argentina, la ciudad costera que ha elegido como su lugar en el mundo. Para contactarse en línea: Twitter: http://twitter.com/@henrydrae Facebook: https://www.facebook.com/henrydrae Smashwords: https://www.smashwords.com/profile/view/HenryDrae
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