El cochero abrió los ojos con sorpresa cuando vio llegar a la banda. Pensó que regresaríanpara darle el tiro de gracia, pero luego divisó entre los jinetes a María y se recompuso. Estabajunto al cuerpo de Dolan, que seguía apoyando en una de las paredes de la diligencia volcada,inconsciente. María se apeó del caballo, seguida por Claire y McKenzie. El resto iba a hacer lomismo pero el jefe estiró el brazo ordenando que no desmonten. María miró al cochero, luego a Claire y volvió sobre el anciano. —Diablos, no sé ni su nombre, disculpe señor… —Clark, Donald Clark, señorita. —Bien, Sr. Clark ellos nos ayudarán como les sea posible. Ya lo he arreglado. El cochero volvió a mirar a los hombres en los caballos. Tragó saliva cuando identificó aMcKenzie, sabía bien de quién se trataba y las pocas probabilidades de salir vivo que tenía deaquel encuentro. Le tomó el brazo a María para que lo ayude a ponerse de pie, mientras seacercaba con disimulo a su oído. —Espero que sepa lo que hace, señorita. Conozco a ese hombre. —Descuide, yo también. Calculé los riesgos. Claire se acercó a Dolan. Tomó del bolsillo de su propia chaqueta un pequeño frasco, lequitó el tapón y lo acercó a la nariz del hombre herido. El vaquero pegó un brinco y despertó.María respiró aliviada. Dolan entrecerró los ojos para hacer foco, hizo una mueca de dolor y pasó la vista de Maríaal cochero y luego a la mujer que tenía a su lado. Alzó las cejas en gesto de sorpresa. —Te conozco. La mujer parpadeó, un poco confundida. —Yo no, señor, quizás esté delirando. Acabo de llegar. —Te recuerdo perfectamente, aunque… no puede ser. Eres… eres la chica que perdió alconejo hace unos días y luego apareció muerta. Te… mataron… —de inmediato se percató deque había más gente detrás. Y también de que estaba a punto de nombrarlos. —Maldita sea, estodebe ser una pesadilla. —Es probable que alucine, ha perdido mucha sangre. —No. Tú eres Claire Higgins, asesinada por ese sujeto que está detrás, Trevor McKenzie.Y no sé qué diablos hacen ellos aquí. Ni tampoco porque estoy vivo, si de verdad lo estoy. María se sorprendió al escuchar el nombre de Claire, la había nombrado Osman la primeravez que la contactó y confirmando lo que acababa de decir Dolan, debería estar muerta a manosde los hombres que la acompañaban y no cabalgando junto a ellos. —Colega —dijo Dolan, casi jadeando en dirección a María—, tienes mucho que explicar. *** 8 Edward Pud sostenía un pañuelo lo más alto que podía, estirando su brazo. Algunosparroquianos comenzaron a bromear pidiéndole que lo suba aún más para que se viera mejor. —Señores, dijo Pud casi en un grito, cuando el pañuelo toque el suelo, podrándesenfundar. Morgan se desplazó casi a tropezones hacia el medio de la calle, con su cuerpo másexpuesto por su tamaño, desalineado y cubierto de sudor, producto de todo lo que había bebidomás el breve enfrentamiento con su desafiante. Ubicó las manos abiertas a los costados a pocos
centímetros de sus muslos. Tenía un cinturón con cartuchera doble que le había prestado uno delos jugadores de póker. El revólver que le dio su rival apenas si cabía en una de ellas. Aunque suestado de ebriedad lo hacía dar más gracia que miedo, luego del botellazo la adrenalina lo pusoen alerta y lo preparó para el enfrentamiento. Templeton no se dejó engañar por esa aparentedebilidad, vestido de impecable negro como si estuviese de fiesta, sostenía con tranquilidad unpalillo entre sus dientes. Una de sus manos se tomaba el ala del sombrero mientras que laderecha se mantenía cerca de su revólver, guardado en la muslera del mismo lado. Se ubicó endiagonal a su oponente para darle un blanco de menor tamaño. No era faltar a la regla mientrassu contraparte no se opusiera. Se distanciaron a unas veinte yardas. La gente los miraba desde lagalería del salón, dándoles espacio suficiente y tratando de evitar salir heridos por el rebote deuna bala. Imalá observaba inquieta la escena desde la puerta del salón. Tenía una energía contenidaque se le hacía extraña, una euforia que no podía interpretar. La concurrencia de la cantina habíadejado de prestarle atención para ir a presenciar el duelo. Pensó en marcharse para seguirbuscando a Bennet a pesar de que ya se hacía de noche, pero cuando se giró se topó contra unhombre bastante más alto que ella, que miraba desde atrás y le impidió el paso. —Le pido que me aguarde un minuto, señorita, debo hablar con usted, si es tan amable.Pero antes comprenderá que necesito ver el enfrentamiento. Imalá asintió. El hombre había sidoamable y llevaba uniforme, quizás él sí pudiera decirle donde se encontraba su Halcón Rojo. Miraron hacia la calle. Pud arrojó el pañuelo. Ni bien tocó el piso Morgan desenfundó y ledisparó a Templeton, que permaneció inmóvil. Todos se quedaron petrificados, o el grandulónerró el disparo o Templeton era a prueba de balas. Morgan volvió a martillar el arma, pero estavez su oponente desenfundó a una velocidad que logró que pocos pudieran apreciar elmovimiento. Disparó una vez y voló el arma de la mano de Morgan arrancándole un dedo conella. Disparó otra vez y le quitó el sombrero. El tercer disparo le separó una de las cartucherasdel cinturón, que cayó al piso. La gente comenzó a reír ante semejante proeza. El cuarto disparoentró en medio de la frente y lo derribó de espaldas, matándolo en el acto. Entonces se hizosilencio. Templeton guardó su arma no sin antes practicar un molinete entre sus dedos. Huboalgunos aplausos, el joven hizo una reverencia y se encaminó al salón, hacia donde se encontrabaImalá, pero el hombre uniformado se le interpuso. — ¡Sheriff! Supongo que habrá visto que el enfrentamiento fue justo, ¿verdad? —Así es, señor. No tengo objeciones. Pero si me permite, me gustaría invitarlo a que seentreviste conmigo mañana en mi oficina. Necesito un ayudante y su habilidad con las armas esdestacable. Templeton estiró su boca en una sonrisa amplia. —Muchas gracias, sheriff –dijo volviendo su atención a Imalá—, ¿puedo divertirme con lachica? Ese bruto quería maltratarla y yo la saqué del apuro. —La señorita es mi invitada, le ruego que busque otra compañera esta noche. Al muchacho se le borró la sonrisa, estaba saboreando el premio desde que comenzó adisparar, pero entonces recordó la oferta del sheriff y olvidó el asunto. Como ayudante tendríamuchos más privilegios, incluidos el de servirse de la mujer que quisiera en el salón a futuro, sinpagos ni cuestionamientos. —De acuerdo, jefe, mañana lo veré en su oficina. Cuando quedaron solos, Morrow invitó a Imalá a sentarse en una de las mesas. Le ofrecióun trago, pero ella se rehusó a aceptar nada. —Me enteré de que está buscando al señor Bennet, señorita…
—Imalá, hija del jefe Kodai. —Ajá, bien, de nuestros amigos apaches. Entenderá que, si bien no hemos tenidoincidentes entre su pueblo y el mío desde hace mucho tiempo, la gente de por aquí no los ve conmuy buenos ojos. Los rencores que dejaron los últimos incidentes están frescos, a pesar deltiempo transcurrido. —Lo sé, señor. Pero es urgente que contacte al señor Bennet. Corre peligro. Morrow la observó unos instantes en silencio. No solía reparar en como lucían lasaborígenes, no le atraían por lo general, pero tenía que reconocer que esta muchacha era muybella. Su melena azabache larguísima y brillosa le daba una apariencia casi sobrenaturalcomparada con los arreglos y tocados artificiales que llevaban las mujeres del pueblo. Su pielaceitunada y tersa contrastaba con su cuerpo, delgado pero musculado y firme, más parecido alde un joven granjero que al de una blanca meretriz de las que los rodeaban. Aun así, los ojoscolor almendra, grandes y rasgados de Imalá no podían ocultar una sensibilidad especial, algoque Morrow intuía tenía que ver con el antiguo sheriff. Si de eso se trataba debía usarlo a sufavor. —Si me permite la indiscreción: ¿cuál es su relación con Duncan Bennet y por qué creeque está en peligro? Imalá permaneció en silencio, mirando a la mesa. El hombre blanco no entendía de losconjuros que practicaban sus brujos, chamanes y hechiceros. No los creían posibles y se burlabande ellos. No creía que fuese prudente hablar de su vínculo con Halcón Rojo en base a losdescubrimientos de Skah, aunque debía intentar ser franca. —El señor Bennet es amigo de nuestro pueblo. Hace años vivió con nosotros y nosjuramos lealtad mutua. Y ahora nuestro brujo vio algo que lo preocupó con respecto a la salud deBennet y entonces vine a advertirle. Morrow intentó sonreír, aunque lo único que logró fue una mueca forzada. —Su amigo fue sheriff hasta que yo llegara y vivió muchas situaciones de peligro. Y ahoramismo su paradero es desconocido, pero existen rumores de que está tras una pandilla deforajidos. La misma que se escapó de su propia cárcel. Lamento decirle que el señor Benneteligió al peligro como forma de vida. Imalá asintió, no quería ser demasiado demostrativa, no sabía si confiar en ese hombre. —Le propongo algo, señorita. La ayudaré a buscar a su amigo, pero intentaré que suestadía no sea tan conflictiva. Ya ha visto como ha reaccionado la gente de por aquí. No creo quele hagan pasar una estadía demasiado amigable. Venga conmigo a mi oficina y le prepararé unlugar en el que pueda quedarse. Un catre con ropa de cama limpia y un lugar con agua frescadonde higienizarse, ¿le parece? —De acuerdo, señor sheriff. Agradezco su ayuda. Imalá intuyó que a pesar de la oferta no podía confiar mucho en ese hombre, pero tambiénsupo que le convenía tenerlo cerca. *** 9 El edificio en ruinas pertenecía a un parador de los obreros de la mina cuando estafuncionaba a pleno, años atrás. Bennet sabía que a menudo era utilizado como refugio poralgunos rufianes que de ninguna manera podían asomar sus narices en el pueblo, como no fuesen
organizados y armados para dar un golpe. Consistía en una construcción rectangular con techo deadobe y paja y una sola división que daba a una dependencia más pequeña, similar a un pañol deherramientas. La noche había caído sobre su equipo mientras barrían la zona y cuando ya nocreían poder encontrar a nadie, ese obrador apareció ante ellos despidiendo una fina columna dehumo y un resplandor a través de sus pequeñas ventanas en plena noche. Charlie permanecía a sulado, el resto del grupo se abrió en abanico, un poco más alejados. Todos tenían su arma en lamano. —No pueden ser ellos, sólo hay dos caballos —dijo Bennet. —Pueden haberse dividido. Sería lo más prudente. —Es posible, pero estos animales tampoco son de los miembros de su banda. Los vi bienmientras estuvieron detenidos. —Muy observador, sheriff. ¿Qué sugiere? Bennet suspiró, no le gustaba que Higgins siguiera llamándole por el cargo que ya no tenía,pero ¿cómo sacarle el capricho a un viejo sufrido como aquel? —Los rodearemos acercándonos despacio, no queremos un tiroteo por pura confusión. Sino son quienes buscamos, trataremos de sacarles la información que tengan. De lo contrario,seguiremos. Sin importar que estén haciendo. Comenzaron a caminar agazapados hacia el parador. Los otros atendieron la señal deBennet de quedarse en sus lugares y no avanzaron, cada uno se ubicó detrás de un arbusto oárbol. Bennet se iba incorporando a medida que se acercaba y no veía ninguna silueta humana. Amedida que se acercaba sentía el crepitar de una fogata que venía del interior. Se asomó por laventana y vio a un hombre recostado dormido en el piso, junto al fuego. Volvió a ponerse encuclillas y le hizo una señal a Charlie indicando que sólo se encontraba un hombre dentro. Elotro debía estar… —Será mejor que me digan quiénes son y qué quieren antes de recibir un balazo cada uno. Bennet giró su cabeza hacia el hombre que sostenía su revolver al tiempo que intentabasubir sus pantalones. Debió estar haciendo sus necesidades del otro lado de la construcción y porese detalle no cayó en la emboscada. Bennet se preguntaba para que había dejado al resto de sushombres vigilando si… — ¡Quieto vaquero! no somos una visita que llega con las manos vacías. —dijo Ray Stone,impostando la voz. Bennet hubiese apostado a que fue el primero en acudir en su ayuda cuandovio al sujeto que se les aproximaba. El hombre sorprendido arrojó su arma y pidió permisos conseñas para acomodarse los pantalones. Charlie lo hizo entrar y le pidió que despierte a sucompañero. Lo hizo de una patada. — ¡Despierta de una vez! Tenemos visitas, idiota, gracias a tu atenta vigilancia. El dormilón se sobresaltó, era un poco más pesado que su compañero y le costó unossegundos incorporarse y tomar conciencia de la situación. — ¿Quiénes son? —Por ahora, amigos —Dijo Bennet—, pero dependerá de su voluntad de cooperación. —Ah, sí. Usted es Duncan Bennet, el ex sheriff. ¿Aún sigue buscando a los que se lesperdieron? —los dos rieron burlándose—. Lamento decirle que no somos ellos. Salvo que norecuerde las caras de sus prisioneros. —Hubo más risas. Mientras hablaban, Charlie examinabael lugar. Había un par de alforjas con billetes asomando y una caja con cartuchos de dinamita. Lehizo una seña a Duncan que se decidió a esperar que esos dos terminaran de burlarse mientrasdivisaba en la penumbra lo mismo que su compañero.
—Parece que han estado trabajando. Apuesto a que un banquero al que conozcoreconocería algunas de estas cosas. El dormilón puso cara de pánico, aunque enseguida pareció recordar el detalle de que notenía enfrente a un representante de la ley. —No es algo que le incumba, señor ex sheriff. No puede detenernos. —Tienes razón, ahora sólo puedo matarlos y repartir el botín con mis muchachos. Los dos prisioneros se miraron, ¿acaso Bennet se había vuelto un ladrón asesino? —No sería capaz. —Caballeros, sé que no son de las mentes más brillantes de la zona, pero piensen en esto:no tendría sentido que esté recorriendo lugares desiertos por la noche con un pequeño ejército sino buscara algo de rédito. ¿No creen que este dinero nos serviría igual que a ustedes? ¿No creenque si aparecieran muertos y despojados de su botín mañana no culparían a alguien más, muchoantes que al ex sheriff? — ¡Está bien, está bien! Si nos quisiese muertos ya habría disparado. ¿Qué quiere? —seimpacientó el hombre de los pantalones caídos. —Sólo las respuestas a dos preguntas: ¿quién los contrató y qué saben de los McKenzie? —Y una mierda. Trabajamos solos. Bennet martilló su arma y la acercó a la cabeza del hombre que había intentadosorprenderlos. —Omití un pequeño detalle: si no les creo, se mueren. Pero no sin antes sentir un poco dedolor para que valga el esfuerzo. El chico Stone estaba fascinado, le gustaba ese perfil sádico de Bennet, hasta ese momentolo había visto muy medido y controlado. —Le repito trabajamos so… —Bennet disparó el revólver pegado a su oreja y apoyó elcaño caliente en su cara. El otro gritó, un poco por dolor y otro por el susto. — ¡Está bien, está bien! — ¡No, hermano, no digas nada! Charlie sonrió satisfecho, sabía que la sospecha de Bennet de que alguien poderoso estabadetrás del robo de la diligencia era sólo intuición, pero estos dos inútiles acababan deconfirmárselo. —Hablen ya y se van vivos y con su botín. Callen y los enterraremos esta misma noche. —No entiende, nos matarán de todas maneras. —De acuerdo, entonces ganarán unas horas para irse lo más lejos que puedan. Preguntaréuna vez más, ¿quién los contrató y dónde está la banda de McKenzie? Los dos se miraron, algo desconcertados. —La verdad es que teníamos dos tareas: la primera era liberar a los McKenzie de laprisión, pero se nos adelantaron. Y eso echó por tierra el resto del plan, porque supuestamente labanda sabía por dónde y cuándo pasaría la diligencia. Debíamos sacarles el dato, matarlos yenterrarlos en el desierto. —Volvieron a mirarse, el gordo estaba diciendo demasiado y el otro nosabía cómo hacer que se calle. — No íbamos a hacerlo nosotros, Allison… — ¿Quién es ese? —Nuestro jefe. O el que trae los trabajos. Él consiguió la dinamita. Dijo que los ataríamosa todos juntos y volaríamos este lugar, para no tener que dispararles. Verá, nosotros somosladrones, pero no nos gusta matar. Allison encontró la manera para no tener que dispararles. —Sin dudas es muy noble de su parte. Ahora, ¿cómo llegaron a la diligencia si no pudieronsacar a la banda.
El gordo se encogió de hombros. —Un golpe de suerte. Estábamos yendo por el camino cuando escuchamos que seaproximaba. Allison se escondió detrás de un risco y les arrojó un cartucho de dinamita. Salvo lamujer, a la que tuvimos que desmayar de un golpe, los otros dos quedaron inconscientes, pero nomatamos a nadie. Buscamos todo lo que tenía la diligencia en joyas y dinero y nos marchamos deinmediato a llevarle parte del botín a… —se detuvo, dudando de continuar la frase. —Estás a un nombre de irte vivo o de recibir una bala. —A Osman, el ayudante del banquero. *** 10 Nick Dolan volvió a perder la conciencia cuando la chica que llegó con los McKenzie y eraidéntica a Claire Higgins le dio algo de beber para calmar el dolor. Se hubiese resistido antes desaber algo sobre sus pretensiones reales, pero su pierna parecía querer estallar. Cuando se durmiócomenzó a bucear en sueños profundos: allí sus ropas eran blancas, así como todo lo que lorodeaba. El paisaje estaba compuesto por lo habitual, césped, árboles, pasto, roca… pero todo enniveles de blanco, apenas distinguibles por suaves líneas de contorno. Siguió investigando suentorno cuando se presentó un elemento que hacía la gran diferencia: una serpiente negra queavanzaba con resolución hacia él. Quiso retroceder, pero sus pies estaban pegados al suelorocoso. Apenas si podía mover las manos, pero ni siquiera tenía su revólver. La serpiente siguióavanzando y él comenzó a ahogarse de la desesperación. —No tienes nada que temer, dijo el animal con una voz que Dolan no reconoció. — ¿Qué hago aquí? ¿Qué me está pasando? —Es hora de que tomes decisiones. — ¿Estoy muerto? —No aún. Un círculo debe cerrarse. Y debes ayudar. —Ayudaría que me des más detalles. Como, por ejemplo, ¿qué hago hablando con unaserpiente? La serpiente comenzó a deformarse hasta transformarse en un búho. — ¿Así está mejor? —Lo siento, pero sigue pareciéndome raro. —No es importante mi forma, sino lo que tengo para decirte. No recordarás nada de estocuando despiertes. —Al menos despertaré, eso ya me deja tranquilo. —Si no se hace lo correcto, mucha gente sufrirá y morirá. — ¿Qué necesitas que haga? —Nada que te pida ahora podrá ser utilizado por tu ser consciente. Sólo recuerda unsímbolo. Presta atención para que pase del otro lado. Quien lo tenga sabrá que hacer, sólo debesseguirlo. —El búho desapareció, luego el suelo en el que estaba pisando y los árboles y rocas queveía se desvanecieron. Dolan cayó al vacío y eso lo hizo despertar. Cuando se reincorporó vio alos demás rodeándolo. —Serpiente. — ¿Cómo dices? —preguntó María. —Serpiente, algo con serpientes.
María miró a Claire, que aplicaba paños en la frente de Dolan. — ¿Está delirando? —No lo creo, sólo debe ser un mal sueño. La noche había caído sobre ellos. McKenzie ordenó a sus hombres que monten otrocampamento para pasar la noche. Hicieron un fogón y compartieron las provisiones. María se lesunió, les prometió que ni bien sus compañeros estuviesen fuera de peligro, les daría loconvenido. McKenzie sólo tenía paciencia por la influencia de la extraña que los rescató quedecía ser Claire. Reconocía para sus adentros que si no fuese por ella estarían ya muertos. Dolan miró a la chica. — ¿Y bien? ¿Eres ella o no? —Si te lo dijera, tendría que matarte —bromeó. —No sé qué pudo haberte pasado, pero recuerdo que sentí un gran remordimiento esa tardecuando no te vi más luego de que perdieras a tu conejo. Pude haberte ayudado y no lo hice porseguir al caprichoso de mi jefe y a sus urgencias que nunca son de vida o muerte. Luego meenteré de lo que te habían hecho y me sentí mucho peor. —Claire lo miró con expresión algoconmovida—. Está bien, no te presionaré para que me digas nada. No sé qué te pasó, pero porextraño que sea y por cambiada que estés, cuídate. No soportaría verte morir de nuevo. Claire le tocó la pierna para controlar el vendaje y ajustó de un tirón el torniquete. Nick sequejó sin gritar, pero apretando los dientes. —Creo que tú estás más cerca de esa instancia, galán. Mejor trata de recuperarte y luegointenta ayudar a los demás. La muchacha se puso de pie y marchó al encuentro de sus compañeros. Dolan estabafascinado con el enigma que representaba. Y se propuso descifrarlo. *** 11 Beth miró a Hanke con una mezcla de miedo y repulsión contenidos. Ella era una de lasmás buscadas del salón por varias razones. En principio era una pelirroja muy bonita, de cararedonda, labios muy expresivos y ojos grandes de un gris acerado hipnótico. Tenía unos pechosenormes que rebalsaban cualquier vestido que intentara lucir con algo de elegancia, una cinturaafinada a fuerza de corsés y un trasero de volumen considerable. No era demasiado alta pero loszapatos de taco ayudaban a darle la notoriedad que le faltaba en ese aspecto. —Ellison, querido, ¡qué gusto tenerte otra vez de visita! —Ahórrate los elogios, Beth, sólo he venido por un buen polvo, ¿estás preparada para mí? La pregunta, que hubiese sonado trivial o pretenciosa en cualquier otro cliente, en Hankeresultaba inquietante. El banquero tenía un miembro inusualmente largo, lo cual hubiera sidoalgo disfrutable entre las mujeres del salón —y porque no del pueblo— pero existía unproblema: Hanke era un bruto con costumbres bastante sádicas que solía utilizar esacaracterística física a modo de herramienta para infringir dolor. Cuando se apareció por primeravez en el salón de Eldmon y eligió su acompañante, le tocó sufrirlo a la pequeña Sandrine, unajovencita recién llegada que luego de la experiencia tuvo que ir a visitar al médico de urgencia,con un desgarro y hemorragias. La chica no volvió a trabajar allí, ni se la volvió a ver por ElCharco jamás.
Cuando le tocó el turno a Beth, ya tenía ese antecedente. Le pidió al banquero con todadelicadeza que tuviese cuidado, pero una vez encima de ella, Hanke arremetió con fuerza en esaocasión. Beth grito de dolor, pero se zafó como pudo y le encajó una cachetada. El banquerorespondió con un golpe de puño muy fuerte en su rostro. Y luego de dejarla casi desvanecida,Hanke la apoyó de espaldas en la cama y se sirvió de ella, de todos modos. Cuando terminó, sacóde su bolsillo el equivalente en dinero a quince veces más de lo que le pidió con anterioridad porel servicio. Al día siguiente Eldmon interrogó a Beth y le pidió detalles sobre el moretón en surostro, pero la mujer no quiso hablar y prefirió mantener el silencio por la diferencia económicarecibida. Y ya a la distancia, Beth se había acostumbrado a tratar con Hanke y a soportarlo. Leexpuso que tener esa clase de relaciones la inhabilitaba por varios días y el banquero, lejos deavergonzarse se sintió orgulloso de su poderío sexual. Su comprensión se limitó a prometerle aBeth cubrir sus ganancias por unos veinte días, luego de cada encuentro, lo cual una vez más fueaceptado por la mujer. Pero hoy intentaría minimizar los daños. —De acuerdo, chico duro, pero… ¿me dejas hacerlo con un poco más de lentitud? Es quequiero disfrutarte. El banquero asintió mientras Beth se quitaba los zapatos y las medias de red sin apuro,comenzando a moverse al ritmo del piano del salón que se filtraba por la puerta e improvisandoun striptease. Se quitó el faldón y apoyó su trasero contra la cintura del hombre, empujándolosuavemente para que se siente en la cama. La estrategia era excitarlo para que cuando llegara elmomento de la penetración dure menos y, por ende, sea menos doloroso. Beth se giró y bajó losbreteles de su sostén, los pechos blanquísimos y enormes asomaron por encima de su corsé.Hanke se abalanzó sobre ellos y comenzó a morderlos. — ¡Tranquilo, vaquero! No iré a ningún lado hasta agotarte. Se sentó sobre él y notó como ya se había excitado. Quizás ni siquiera llegara a penetrarla,¿sería muy ilusa al creerlo? Hanke estaba perdiendo la paciencia; no era de disfrutar de los juegos previos y mientrasella lo volvía loco rozándolo con su sexo por encima de los pantalones, el azotaba su trasero conambas manos. De repente se incorporó. —Ya es suficiente. La colocó boca abajo en la cama y la elevó por la cintura con un brazo. Con la otra mano learrancó la bombacha dejando a la vista las enormes nalgas, sólo enrojecidas por sus propiascachetadas previas. Comenzó a desabrochar su pantalón, pero se detuvo cuando alguien golpeóla puerta. Hanke soltó a Beth y lanzó un alarido. — ¡¿Quién mierda es?! — ¡Soy yo, señor! ¡Zeke! Disculpe la interrupción, pero… —Hanke tomó la silla junto a lacama y la arrojó contra la puerta, destrozándola. —No hubiese venido si no fuese necesario, señor. El banquero hizo un sonido gutural y volvió a abrochar sus pantalones. Su erección eraindisimulable. Osman tenía razón. Jamás lo había interrumpido antes de esa manera, y aunque loodiara en ese mismo momento, era evidente que sería por algo importante. Fue hacia la puerta yabrió. Su ayudante se veía muy mortificado. — ¿Ves a esa mujer, Zeke? Estaba a punto de recibir el polvo de su vida. Ahora, por tuculpa se quedará sin eso y sin dinero.
Beth se incorporó en la cama, sin cubrirse. Osman disfrutó de su desnudez. Antes sólohabía visitado el burdel para ir a ver a María así que no conocía a las mujeres que trabajaban allí.La pelirroja era de verdad muy hermosa para su gusto. —Oye, ¿qué quieres decir con “sin dinero”? Mi tiempo vale. — ¡Cierra la puta boca! —Beth obedeció sin dudar—. Ahora vete, necesito hablar con miasistente. La mujer juntó su ropa y salió con rapidez. Considero no alterar más a ese psicópata y queluego quiera desquitarse con ella. Hanke se desplomó en la cama, todavía molesto. —Ahora habla. Y más vale que valga la pena. —Señor, pude recuperar casi todo el botín, a excepción de una cosa. —No, por Dios, no me digas que todo salió mal. *** 12 Imalá despertó en el camastro de una celda y le costó un poco recordar cómo llegó allí. Loúltimo que tenía en su cabeza era que se hizo de noche y el sheriff la llevó a su oficina. Comoestaba en reparaciones luego de los destrozos que causó el ataque la semana pasada, le ofrecióque se quede en una de las celdas. La otra la ocupaba Tom Linney, aguardando su suerte en eljuicio. Ambas celdas estaban con cerradas con llave, Morrow le dijo a Imalá que debía cerrartambién la suya para protegerla de cualquier eventualidad, Y que ningún lugar era más seguroque esa celda por la noche, como argumento para convencerla. Pero ahora era de día, habíadespertado y no tenía como salir de allí porque el sheriff no estaba cerca. Notó que del otro ladode la reja el muchacho la observaba. —Mi nombre es Tom Linney, ¿y el tuyo? —Imalá, de la tribu del jefe Kodai. ¿Dónde está el sheriff? —Aún no ha regresado. ¿Por qué te encerraron? —No estoy encerrada —ni bien lo dijo, se dio cuenta de lo ridículo que sonaban suspalabras—, quiero decir, no me encerraron por hacer nada malo sino para protegerme. El sheriffme trajo aquí porque en el pueblo estaba en peligro. —Ya veo. ¿Y qué haces en el pueblo? —Busco a Duncan Bennet, ¿lo conoces? A Tom se le iluminaron los ojos. Quizás esa india fuese la señal de esperanza quenecesitaba. — ¿A Bennet? Claro que lo conozco, fue mi jefe cuando era sheriff, hasta hace unos días.Pero, espera… ¿tú eres… su novia india? Imalá sintió que el corazón le saltaba del pecho. El muchacho no sólo le confirmó queBennet estaba cerca, sino que de algún modo su Halcón Rojo había compartido sus sentimientospor ella con alguien. Sus ojos se llenaron de lágrimas de emoción. Asintió con la cabeza. —Sí, eso fuimos. Creí que al volver al pueblo me olvidaría. O al menos lo intentaría, perote lo ha contado. Te ha confiado sus sentimientos Eso… me hace muy feliz. ¿Sabes dónde está?Pero… oye, ¿por qué estás encerrado? ¿A ti también te protege el sheriff? Tom sonrió con amargura.
—Al contrario. Creen que tengo que ver con la huida de una banda que encarceló Bennetpor asesinar a una chica. Van a enjuiciarme y puede que hasta me cuelguen. Mi madre cree quelo hacen para escarmentar a Bennet. ¡Cómo si no bastara con haberlo despedido! — ¡Oh, no! ¿Y Duncan lo sabe? ¿Cómo es que aún no ha venido a tratar de ayudarte? — Dijo que lo haría. Pero cuando se fue del pueblo a buscar a los forajidos yo aún estabaen mi casa, herido. Quise venir a entregarme voluntariamente pero no creí que fuesen aenjuiciarme. No hay manera de que haya podido querer ayudar a esos bandidos. —Imalá miró almuchacho con tristeza. No conocía la historia, pero no le quedaban dudas de que ese chico decíala verdad—. ¿Así que vienes a visitarlo? Lo hará muy feliz, siempre me pareció muy solitario ytriste. —Sí, vine a verlo, pero no en plan de una visita. Mi brujo Skah me advirtió que estaba enpeligro. Y me pidió que venga para ayudarlo. Aún no sé de qué se trata, ni cómo podré hacerpara impedir lo que le suceda. Tom la miró con admiración. —Eres muy bonita y dulce, además de valiente. Espero que Bennet deje que lo acompañespor el resto de su vida. Se lo merece. Imalá estaba a punto de responder con algo que expresara su gratitud cuando escuchó quealguien se aproximaba al galope. A los pocos segundos, el sheriff Morrow entraba por la puertaprincipal. —Sheriff, por favor, ábrame. —Discúlpeme un momento, señorita, debo ocuparme de algo urgente. Imalá sintió que el estómago le daba un vuelco. Acababa de darse cuenta de que eraprisionera de la voluntad de ese hombre. — ¡Sheriff! ¡Déjeme salir ya mismo, no soy su prisionera! —insistió. Morrow la ignoró yse dirigió a la celda de Linney. —Tom Linney, tengo malas noticias para usted: el gobernador acaba de enviar un decretoque ordena su inmediata ejecución. Lo siento mucho. Tom se aferró a los barrotes, agachó la cabeza y rompió en llanto. Imalá no podía creer loque estaba presenciando. — ¡Sheriff, libéreme ya mismo! Debo ir a buscar a Bennet para que aclare estemalentendido. El muchacho es inocente. Morrow la miró por primera vez, con cierta sorpresa. — ¡Vaya, la india que recién llega de su tribu y ya pretende saber más de nuestrosproblemas que nosotros mismos! Señorita, permanezca en su celda y cuando cumpla con estetrámite podrá seguir su camino. Insisto con que la mantengo allí por su propia seguridad. —Imalá siguió gritando y pidiendo por su libertad. Tom se acercó a la reja que lo separabade ella. —No te preocupes por mí. Busca a Bennet y ayúdalo. Tu brujo tiene razón. —Imalá tomóla mano del muchacho, pero Morrow lo asió con fuerza del torso para sacarlo de la celda y losseparó. De pronto entró otro hombre, más alto y viejo. Se trataba del verdugo. Parecía saber conprecisión lo que tenía que hacer porque ignoró lo que lo rodeaba y se focalizó en su tarea deinmovilizar al prisionero para llevárselo. Tom no se resistió, pero de todos modos le ató lasmanos. Salieron los tres por la puerta principal. Sin saber que más podía hacer para evitar el desastre, Imalá se paró sobre el camastro depuntas de pie para poder ver por la pequeña abertura que tenía por respiradero. Apenas distinguíala entrada. Divisó dos caballos, un par de edificaciones y un árbol viejo. Por la izquierda
aparecieron los tres que recién salían de la oficina. Morrow tomó su caballo y lo incorporó a lamarcha. Siguieron hasta el árbol, de copa frondosa y gran altura. El sheriff tiró una soga porencima de la rama más alta del árbol. El verdugo tomó un extremo y lo ató a un saliente de hierroen la tierra a pocos metros, luego hizo un nudo en el otro y lo colocó en el cuello al muchacho.Ambos lo ayudaron a montar al caballo y lo acercaron a la base del árbol. Morrow se colocó a uncostado, sacó su revólver, apuntó al aire y disparó. El caballo salió al galope dejando a su jinetedetrás. Imalá no pudo, desde donde estaba, sentir el chasquido del cuello de Tom Linney alquebrarse cuando quedó colgando de la soga, pero no tuvo dudas de que había muerto.
CAPÍTULO 4 — EXILIADOS 1 —Muy bien, llegó la hora de la verdad. McKenzie se paró cruzado de brazos delante de Claire y de María. Sus hombres ya habíandescansado lo suficiente, Dolan estaba repuesto y en apariencia, fuera de peligro mientras que elcochero nunca pareció correr riesgo. La mujer que fue a su encuentro podía darse por satisfecha.Sólo debían tomar sus caballos y volver por donde vinieron, lo que les ocurriera después de tenerque afrontar las pérdidas del atraco, ya no era su problema. De hecho, quedaba algo por resolver,el tema de lo que les tocaba. Claire lo miró y supo de inmediato a que se refería, volvió suatención a María. — ¿Lo tienes? —Claro que sí —metió dos dedos en su bota izquierda y tiró de un cordón. El camafeoapareció del otro extremo. Se lo entregó a Claire, quien lo examinó con atención. Al abrirloaparecía el retrato de una mujer. No la reconoció, pero tampoco esperaba hacerlo. Claire lo pusoen el piso, tomó una piedra y le dio dos veces con ella hasta romperlo, entre las tapas y la imagenapareció un cristal ovalado opaco, con una textura en relieve. Lo tomó entre sus dedos por elborde y lo elevó hacia el sol. Cuando los rayos lo atravesaron, un dibujo similar a un mapaapareció proyectado en la roca. La superficie parecía surcada por una línea que podríarepresentar algo así como un río sinuoso y a los costados, un óvalo alargado de un lado y unamontaña de doble pico del otro. María y McKenzie se lo quedaron mirando con ciertafascinación. — ¿Reconocen el lugar? —preguntó Claire. McKenzie respiró profundo. —No. No tengo idea de lo que sea. Debiera tratarse de un mapa, podría representar un río,un ojo de agua y una montaña, pero no sé de un lugar en que las tres cosas aparezcan tan juntas.Y ya comienzo a perder la paciencia, mis bolsillos siguen vacíos. Dolan, que permanecía parado a un costado intentando recobrar el movimiento de supierna, miraba de reojo la proyección. McKenzie lo increpó. — ¿Y tú, niño bonito, ¿qué dices? Seguro has estado en un lugar como este. Creo que nosmerecemos que nos digas dónde es luego de que nuestra nueva amiga te salvó la vida. —Con gusto se lo diría, pero no me recuerda a ningún lugar conocido. —Claro que sí, apuesto que estarías ansioso de hacerlo —señaló con ironía McKenzie.Luego miró a Claire—. Es tu turno, muñeca. Dime hacia donde iremos. Y si no está allí lo quebuscamos, quizás esa sea tu última morada. María se puso en alerta. Colocó su mano sobre la cartuchera. —Aguarde, no puede hacerle nada, ya cumplió con su palabra como hicimos nosotros, yaes tiempo de que la deje ir. —Señora, no querrá seguir tentando su suerte. Quite su mano de allí si no quiere lucir unagujero en la frente. Los hombres de la banda estaban alineados y listos para recibir la orden de disparar, comosiempre. Y también como siempre, el más preocupado en que eso no suceda parecía Quarry.Claire se adelantó y puso su mano en el hombro de María.
—Descuida, estoy con ellos por mi voluntad. Recuerda que fui yo quien los sacó deprisión. María no entendió nunca las intenciones de Claire, pero de algún modo creía que no podíatener un fin que la perjudicara. Quizás estuviese jugando con fuego, pero no parecía tonta. —Pero está diciendo que, si no consigue lo que busca, te matará. —Ya lo ha hecho una vez. No es tan grave. —Le guiñó un ojo sonriendo y fue hacia sucaballo al que montó de un salto limpio. Miró a McKenzie aún con la sonrisa en su rostro. —Vámonos entonces, no entiendo la demora. La banda completa se fue a toda marcha por donde llegaron. Mientras se disipaba el polvoMaría seguía con una expresión de desconcierto, pero Dolan, en cambio, lucía una mueca pícara. —No entiendo la gracia, ¿acaso descifraste la ubicación del mapa y no se las diste? —No es un mapa, están mirando mal. — ¿Y por qué no se los dijiste? Si tanto te interesa la vida de Claire, era algo relevante, ¿note parece? —Claire lo sabía mejor que yo. —No entiendo nada. —Tampoco yo, pero esa chica ya no es tan inocente. Deberíamos dejar de preocuparnos. María se cruzó de brazos y lo miró con seriedad. —Sin embargo, te vi muy preocupado por ella hace un rato. Dolan lanzó una carcajada. —No es para que te pongas celosa, la veo como una hermana menor. María no pudo evitar que se enrojecieran sus mejillas, abrió la boca con desmesura. — ¿Celosa? ¡Eres un idiota creído! —Ya hablaremos de eso, no hago lo que debería ahora porque no me sobra sangre, yasabes. La mujer se giró hacia el cochero para no mostrar más su evidente molestia. —Sr. Clark, ¿podemos irnos? ¿Puede cabalgar? —Sí, señorita. ¿El señor ya está en condiciones? —Supongo que sí, de lo contrario lo dejaremos que se desangre en el camino, no es nuestroproblema. —Dolan volvió a reír, tenía a María en su bolsillo, aunque no sabía realmente quésentía por ella. O por Claire, su enigmática salvadora. Montó su caballo con esfuerzo. —No podemos regresar a El Charco. María, recuerda que ya no tenemos lo que debemosdevolver como parte del trato con Osman, acabas de entregárselo a la banda. —Era tu vida, o más bien la de todos, por esa chuchería. No teníamos alternativa. —Pues ahora nos quedan menos opciones. Mira, tenía un trabajo estable en lo de Eldmon,tú también, aunque no fuese la gran cosa y no me causa gracia no poder volver. Pero algo medice que no podemos hacerlo ahora o se las arreglaran para hacernos pagar lo que nos pasó. Dehecho, Osman planeó el asalto y casi nos matan cuando nos dijeron que sería muy diferente.Algo limpio y sin daños. — ¡Por todos los cielos! ¿Qué está diciendo, caballero? —exclamó el cochero. Dolan hablaba como si el viejo hubiese estado al tanto desde el principio de la situación,pero no era así, nunca participó de la charla con Osman. —Lo lamento, Clark, pero el asalto ocurriría de todos modos de acuerdo al plan original,sólo que no se suponía que destruirían la diligencia y sólo se llevarían la carga. O bien quisieronmatarnos y algo salió muy mal. María tenía una expresión pensativa.
—Tienes razón. Si no le llevamos el camafeo a Osman, no nos protegerá y su jefe podráacusarnos de conspiración o lo que se le ocurra. ¿Qué propones? —Descifrar el enigma del camafeo, y si hay un tesoro llevárselo a Osman. —Ya no lo tenemos. —Pero lo vimos. Y creo que sé de lo que habla. *** 2 EL CHARCO, OTOÑO DE 1869 Barry Sow limpió su mesa de trabajo guardando todos los restos de joyas, piedras ymetales que utilizó de la última bolsa que le trajo su proveedor. Si bien debía reconocer que granparte de su prosperidad como orfebre se debía a la cantidad de piezas que Trevor McKenzie letraía para fundir o convertir en joyas, su trato en principio ventajoso, se había vuelto una cargaque cada vez le exigía más y más. Sow sabía que se trataba de objetos robados, pero debióacceder a trabajar con ellos por varias razones; la primera era su propia ascendencia africana: eranegro y había sido esclavo hasta hacía unos años en los que su último amo, un apasionado de laorfebrería como él, le enseño el oficio y le otorgó la libertad en su testamento. Pero antes de quepudiera buscar la independencia económica su suerte quiso que la guerra de la secesión loobligara a enrolarse con los confederados. Sobrevivió sin desertar hasta el final, cuando pudodedicarse a lo suyo. A partir de ese momento trabajó reparando joyas y creando artesanías y luego hasta seatrevió a formar una familia con Sue, la criada de la familia vecina de su anterior amo, a la quecompró y dio su libertad después de trabajar durante un año completo para juntar el dineronecesario. De esa unión vendría la pequeña Elisa, la primera de la familia en nacer libre en sueloamericano. Ya se había acostumbrado a que todo le costara más por ser negro, por eso mismo laoferta del bandido de reciclar objetos robados le sirvió para mantener a los suyos con ciertaestabilidad. Hasta tenía su propio negocio en la avenida principal de El Charco. Al establecersetuvo el temor de que el sheriff, Reginald Bennet, fuera por él y le pidiera explicaciones sobre elorigen de la mercadería que ofrecía, pero McKenzie le dio la seguridad de que el viejo dejabaque cada uno hiciera su trabajo si nadie moría en sus narices y lo obligaba a actuar. Por esomismo el peligroso delincuente jamás le llevaba mercadería que haya robado en el mismopueblo. Pero desde hacía un tiempo McKenzie se había puesto más y más exigente, le habíacambiado el precio al que le dejaba las bolsas de objetos robados por uno mucho mayor y leexigía los pagos con mayor premura. Sow ni siquiera llegaba a repararlos y a exhibirlos para suventa cuando su proveedor ya pasaba a recaudar dinero que ni siquiera tenía entre sus ahorros.Por eso mismo había comenzado a trabajar para terceros y a buscar una alternativa, una que lepermitiera escapar de esas presiones. La salida se la dio un cliente especial, Michael Robinson,quien le pidió un camafeo para obsequiarle a su esposa. Robinson no sólo era rico sino tambiénafable y amistoso, que valoraba mucho la historia de vida que tenía Barry y siempre compartíamomentos de charla amena con él. Tanta era la confianza y la admiración por su trabajo, que leofreció que se sirviera en préstamo de la colección de joyas de su esposa para inspirarse en algúnmodelo y crear piezas distinguidas. Sow accedió y comenzó a elaborar verdaderas obras de arte.
Fue entonces cuando Robinson le pidió que le hiciese un camafeo para su esposa con el retratode su hija en el interior. Y allí fue donde se le ocurrió un truco para poder deshacerse de sumayor presión. Decidió grabar en el camafeo un cristal con un pictograma, algo que no sólo seríauna solución para él o su familia, sino para mucha gente. Le dedicó muchas horas deinvestigación y trabajo. Incluso reuniones secretas cuyos participantes no podía permitir que sedivulgaran. Su esposa estaba algo intrigada por el tiempo que le dedicaba a esa pieza y un día selo preguntó, aunque Barry respondió con evasivas. Pero luego lo pensó mejor y se dijo que seríamejor compartir algo con ella. —Querida, esta es la pieza más valiosa que haya producido jamás. En su interior,escondida, tiene la ruta hacia un tesoro inapreciable. La mujer asintió, aunque estaba más fascinada por la pasión de su esposo por su trabajoque por la pieza en sí misma. Michael Robinson le caía muy bien a Sue, pero por alguna razónno cuajaba con su esposa por más que el Sr. Robinson haya intentado fomentar ese vínculoamistoso entre mujeres. La señora la miraba con un desdén demasiado evidente. No entendíatampoco porque su esposo decidiría esconder algo tan valioso y caro a su trabajo en una piezaque luciría justamente ella. Iba a preguntarle por qué no dedicaba el mismo tiempo y esfuerzo auna pieza dedicada a su hija o a ella misma, pero si algo había aprendido con el tiempo era a noforzar las situaciones. Barry era un hombre especial y así lo aceptaba. Por eso mismo fue que cuando McKenzie llegó ese día más tarde dispuesto a cobrar yterminara ejecutando a su esposo, todo lo que tenía para decir ella junto al cadáver fue que esecamafeo escondía una especie de mapa del tesoro. Pero no del tipo de que un rufián como aquel pretendía, algo que ninguno de los dossospechaba. *** 3 Allison esperaba con su rifle apoyado en la muralla superior de la ruina de un convento, aunas veinte yardas del camino. Según pudo comprobar hacia una hora, Duncan Bennet pasaríacon su grupo por allí y sería su oportunidad de hacer su trabajo. Solo tendría una chance dedisparar, dos a lo sumo por la distancia y su ruta de escape. Hubiese querido encontrar a sublanco aislado, pero desde que había dejado la oficina del sheriff, Bennet no hacía más quepasearse de aquí para allá con la banda de justicieros que había armado. Un águila apareció porel norte y se aproximaba hacia él, casi marcando el camino que tomarían los hombres a loscuales esperaba. Del otro lado de la construcción estaba su caballo. Todo lo que debía hacer eratenerlo preparado para emprender la huida, una vez que hubiera disparado. El viejo convento locubriría un buen tiempo hasta que luego de lo que suponía como un gran desconcierto, algunosde los jinetes decidieran buscar y perseguir al tirador. A los pocos minutos, tal como pensó, el pelotón de hombres apareció en el horizonte. Nollegaba a distinguir quien iba adelante porque el sol sólo le permitía ver las siluetas recortadas,pero descontaba que fuese Bennet. Contó cuatro hombres más, que se hicieron cinco cuando unode los de atrás se despegó de la fila. Debía ser rápido y preciso si quería salir con vida de allí. Los jinetes ya casi llegaban al monte que anticipaba la entrada al convento. Sólo esperabaque no hiciesen una parada allí. Si bien para dispararle a su blanco sería más fácil si dejaba demoverse, la persecución que se le vendría encima luego sería más inminente y peligrosa.
Agudizó la vista y confirmó que Bennet encabezaba el pelotón. Lo había visto varias vecesen el pueblo y si le hubiesen quedado dudas con su cara, su ropa clara y más elegante hacia todopor distinguirlo del resto, que parecía un hato de campesinos apenas prolijos. Ya estaba casi ensu línea de tiro. Sólo un poco más… Disparó. El caballo que iba al frente dio un corcovo y tiró a su jinete, que de inmediato lució elhombro manchado de rojo. Los demás se detuvieron y comenzaron a mirar hacia alrededor. Unode ellos lo señaló, quizás un reflejo del sol sobre el caño del rifle pudo haberlo delatado. Allisontomó el arma y retrocedió unos pasos manteniéndose encorvado para no ofrecer un blanco fácil.Los disparos comenzaron a sonar a sus espaldas, pero no eran más que intentos a ciegas porqueél ya no estaba visible. Lamentó no poder confirmar si su objetivo había muerto. Pegó un saltohacia el piso del patio de la construcción y cruzó hacia donde estaba su caballo. Seguían sonandobalazos, pero aún nadie lo seguía. Recién cuando montó su caballo y salió por el otro lado, escuchó cascos que se acercaban. *** 4 Hutch Templeton entró a la oficina del sheriff. Examinó el lugar, aún en reparación, y lepareció más chico de lo que creía que era. El joven lucía una sonrisa radiante que cambió asorpresa cuando vio a la chica india que conoció la noche anterior en el duelo, alojada en una delas celdas. Estaba sentada en su catre con las piernas cruzadas y aspecto muy cansado. —Vaya, vaya, ¡qué sorpresa! —El joven pistolero se acercó a los barrotes que lo separabande la chica. — ¿Qué te pasó, encanto? ¿Hiciste enojar al nuevo sheriff? Imalá lo miró con resentimiento. Decidió en ese momento que no hablaría con nadie máshasta salir de allí, si es que lo hacía con vida. Morrow salió de la cocina, que ahora usaba a modode lugar privado. De hecho, lo primero que hizo la noche anterior fue ofrecerle a Imalá laposibilidad de dormir allí, aunque luego le diera como opción el catre de la celda, que a su juicioera más cómodo y seguro. Ella cayó en la burda trampa y posibilitó que pudiera hacerlaprisionera. —Señor Templeton, lo esperaba. Ha llegado en el momento justo. —Me alegro de que así sea, sheriff. ¿Debo responder algunas preguntas o hacer unexamen? —No será necesario, su destreza en el duelo de ayer me convenció de su capacidad. Esperoque no me defraude. —El muchacho sonrió con la boca aún más abierta, se veía feliz. —Claro que no, sheriff Morrow, ¿qué necesita de mí? —Hace un rato tuvimos una ejecución, ¿ha visto el cuerpo colgado? Templeton cambió el gesto por uno de asombro. — ¿Aquí? No vi ningún cadalso. —No hubo tiempo para montarlo. Llegó una orden del gobernador para ejecutar a TomLinney, el ayudante del sheriff anterior. — ¡Dios mío! Conocía a Linney, ¿qué pudo haber hecho para merecer la muerte? —Fue cómplice de la fuga de la banda de McKenzie. —Templeton tragó saliva. Morrownotó la preocupación en su rostro.
— ¿Será un problema para usted? Mientras se apegue a mis órdenes no correrá riesgoscomo el que mató al Sr. Linney, ¿lo comprende o debo buscar a otro ayudante? —No señor, no será necesario. Es un honor para mí. —Bien, su primera asignación es la de llevar el cuerpo de Linney a la casa de su madre.¿Tiene algún inconveniente? Templeton se sintió muy angustiado, pero no se dejaría desanimar, era su primera prueba yno pensaba reprobarla, por dura que fuese. —De acuerdo, sheriff. Cumpliré con ese recado. ¿Debo llevar algún papel? —No. Sólo dígale que la ejecución de Tom Linney se debió a una orden directa y urgentedel gobernador. El nuevo ayudante se preparó para cumplir la orden. Miró por la ventana y vio el cuerpo deTom, aun colgando. Lo había tratado hacía un tiempo y siempre le había parecido un muchachoinocentón con quien tenía cierta afinidad. Y hasta le tenía algo de envidia ya que desde queBennet era sheriff, él mismo quería ocupar ese cargo. No podía creer que estuviese muerto, dehecho, podía aceptar que por cobardía no se hubiese resistido, pero ¿complicidad? Algo le decíaque no podía ser cierto. —Maldita sea, Tom, maldita sea. —masculló por lo bajo. Morrow se había retirado y nopodía escucharlo. —Es una mentira. —susurró Imalá para que sólo la escuchara Templeton—. Tom muriópara que pudiesen presionar a Bennet para que regrese y puedan deshacerse de él. Y yo estoyprisionera aquí por la misma razón. El muchacho no pudo resistir más desafíos a sus convicciones, bastante tenía con lamolesta voz de su conciencia, que parecía recién despierta. —Cierra la boca, zorra. No sabes nada de estas cosas. —dijo y se fue dando un portazo. Hutch lidió con el cadáver de Tom Linney un buen rato hasta que pudo bajarlo del árbol.Puso el caballo debajo para que al cortar la soga el cuerpo no caiga al piso, pero lejos de lograrloal quedar liberado rebotó en la montura y cayó hacia un lado. Lo miró aún impresionado, nopudo evitar soltar una lágrima y estuvo a punto de dejar todo e irse, pero si algo no aceptaba eraverse a sí mismo actuando como un cobarde, por lo que tomó el cuerpo inerte y logró fijarlo porfin al caballo, con sus extremidades colgando a ambos lados de la montura y atadas por debajopara que no se deslizara en el viaje y cayera de nuevo. Ese era el caballo del mismo Tom, así quefue a buscar el suyo y lo acercó poniéndolo a la par, cabalgaría despacio con ambos para evitaraccidentes. La casa de los Linney no estaba lejos, aunque sí fuera de los límites del pueblo, Hutch sefue acercando por el descampado en medio de un viento molesto que arrastraba arena y algunosolores de desayuno del tipo tocino frito y huevos con café. El estómago se le revolvió, si algo notenía en ese momento era apetito. Al ir aproximándose pudo divisar a la madre de Tom afuera dela cabaña, colgando ropa. La mujer se detuvo unos segundos cuando divisó al jinete con los doscaballos, luego se dio cuenta de lo que estaba pasando y se llevó las manos a la boca. Se arrodillóy comenzó a gritar. Y el primer día de Hutch Templeton como ayudante del sheriff recién comenzaba. *** 5
Duncan Bennet sintió el golpe seco en el hombro y no pudo mantener el equilibrio. Sucaballo se asustó por el ruido del disparo y se levantó en sus patas delanteras, arrojándolo haciaatrás. Por muy poco la pata delantera del caballo de Charlie Higgins no le aplastó el cráneo. — ¡No desmonten! —gritó desde el piso—, ¡Charlie, quédate conmigo! ¡El resto, ubiquenal tirador! Tengan cuidado, puede haber más de uno. ¡No lo maten, lo necesitamos vivo! Si bien el disparo sorprendió a todos, que el jefe que lo recibió estuviese dando órdenesdesde el suelo, no los dejó vacilar. Williams señaló el recorte del caño de un rifle en lo alto y alsombrero que se movía a su lado frente a ellos, junto a la torre del campanario. Señaló con subrazo y Sánchez disparó, haciendo caso omiso a lo que ordenara Bennet. Ambos salieron al trotehacia el convento mientras Stone y Walton los seguían de cerca. Charlie se arrodilló junto a Bennet. —No se mueva, jefe, la bala puede estar dentro, todavía. Duncan transpiraba y jadeaba casi al límite de no soportar el dolor y de perder el sentido. —No deje que me desmaye, Charlie. —No lo hará, tome esto —le acercó una petaca a la boca. El hombre herido bebió y luegotosió. El ron era muy fuerte. —Creí que era agua. —No querrá que su último trago sea tan triste, sheriff. —Duncan sonrió, a veces le costabaentender el humor de su nuevo amigo—. Sobrevivirá, por la sangre que veo por detrás de suespalda la bala lo atravesó. Trataré de llevarlo a aquel árbol para que pueda apoyarse lejos delpiso y no se le infecte la herida, ¿podrá moverse? —Bennet asintió y rodeó el hombro de Charliepara caminar. Hicieron unos metros y escucharon dos nuevos disparos. Se apoyó en el tronco ytrató de ver que tan grande era el daño en su hombro. No lo parecía tanto. Charlie le quitó elchaleco y la camisa y le limpió la herida con el mismo líquido que le convidó antes. No pudoevitar pegar un grito de dolor. De repente el caballo de Sánchez salió por detrás del convento, llevaba una soga yarrastraba a alguien atado corriendo detrás, intentando no caerse. Se trataba del tirador. El restogritaba animándolo y riendo. —Esto es lo que obtienes cuando contratas gente sin poder pagarles. Y luego los apachesson los salvajes. Charlie hizo una mueca divertida. —Al menos cumplieron en atraparlo vivo. Sánchez se acercó hacia donde estaban y bajó del caballo, con orgullo en el rostro. Luegopareció recordar que su líder estaba herido al verlo y se acercó. — ¿Está bien, jefe? —Digamos que sí. ¿Quién es tu nuevo amigo? Sánchez se acercó al prisionero, tenía las manos atadas y la soga aún unida al caballo. —Lo tomó de los pelos y le señaló a Bennet—. Estás vivo porque él lo pidió, idiota. Eres elcobarde que intentó matar a un hombre tan grande que ordenó que no te eliminemos, ¿entiendes?—lo arrojó al polvo, la cara del asesino quedó a pocos pasos de Bennet, que seguía recostado enel árbol. No pudo evitar sonreír al reconocer a su atacante. —Muy bien, señor Allison, es toda una sorpresa que quiera matarme ahora que no soy elsheriff y que ya no tengo interés en sus actividades, ¿no lo cree así? —Allison se sorprendió aloír su nombre, no creía que Bennet fuese a reconocerlo—. También es una desgracia porque miapego a la ley me hubiera impedido antes desquitarme de su intento de asesinato y hubiese tenidoque contenerme ¿comprende? —El hombre estaba algo desconcertado, no pronunciaba palabra y
era evidente que temía por su suerte—. Eso significa que usted no está muerto aún sólo por unacosa: necesito saber quién lo envió. Allison sonrió con algo de amargura. —Da lo mismo, si se lo digo y luego no me mata usted o alguno de sus hombres, él lo hará. — ¿Él mismo? ¿o irá por usted otro contratado? —Sigue dando igual, sheriff. — ¿Sabe que es lo gracioso, Allison? Que ya sé quién fue su contratante. De hecho, sé quefue usted quien robó la diligencia que envió el banquero. Ni siquiera tuve que regresar al pueblopara saber que sucedió todo eso en estas pocas horas. Allison se quedó en silencio, sorprendido por la información que manejaba su fallidavíctima. —Zeke Osman los contrató. A usted y a los inútiles que nos cruzamos antes en la mina.Aun no entiendo con qué retorcidos motivos mandaría a robar la diligencia de su propio jefe,Ellison Hanke, sin correr el riesgo de que gente tan estúpida como usted o sus secuaces terminenarruinándolo. Cuando fui sheriff no debía diferenciar entre ciudadanos al aplicar la ley, peroOsman me caía muy mal. Peor que cualquier otro delincuente de poca monta, como usted, porejemplo. Llámelo instinto. No obstante, jamás le descubrí ninguna jugada sucia. Pero en cuestiónde horas organizó un rescate de prisioneros, un asalto y ahora un asesinato de alguien que ya notiene autoridad sobre él. Si regresara en este momento a El Charco, sólo me bastaría condenunciarlo con Hanke y luego con el nuevo sheriff para que termine preso y tal vez colgado. —Allison esbozó una sonrisa torcida. —A no ser que… —dijo Duncan reparando en esa sonrisa tan particular— …usted mismome confirme lo que supuse con ese sólo gesto que acaba de hacer. —No sé de qué habla. —Osman no es el jefe de la banda, él mueve los hilos para alguien más. Y usted lo sabe. Siregresáramos al pueblo, los colgados seríamos nosotros porque… hágame el favor de continuarla frase. Allison hizo silencio, pero no pudo evitar tragar saliva, Duncan hizo un gesto y Williamssacó su pistola y le disparó a un pie. El hombre cayó al piso en medio de un grito. — ¿Por qué nos castigarían, señor Allison? ¡Usted tiene la respuesta! No nos hagadispararle a cada una de sus extremidades. — ¡El gobernador lo quiere muerto, Bennet! ¡Y no parará hasta que lo logre con usted ycada uno de sus hombres! ¡Es una puta molestia para él! Todos permanecieron unos segundos en silencio. Los hombres de Bennet se miraron entresí. De trabajar casi sin paga pasaban a ser condenados a muerte. Las cosas estaban tan mal quesólo podían mejorar. —Le agradezco mucho, señor Allison. Ahora le diré algo: si yo fuese sheriff aún, y con lavenia del gobernador, por este delito que acaba de cometer contra mí, sumado al robo de ladiligencia, lo estaría colgando. Pero ya no tengo esa responsabilidad, aunque he jurado junto aestos hombres, proteger a mi pueblo de los hombres como usted, ¿me comprende? Allison trataba de entender la arenga, pero sólo mostraba incertidumbre. Su sonrisasocarrona se había desvanecido por completo. —Pues bien, siendo que según la ley merece la horca, me veo en la obligación desimplificar el método para cumplir la sentencia. Que en paz descanse, señor Allison. —Bennethizo un gesto y Williams volvió a disparar, esta vez al pecho. Dos tiros hasta derribarlo yasegurarse de que no se moviera más.
Bennet miró a sus hombres con gesto de preocupación. —Señores, estamos en problemas. El estado de Texas nos quiere muertos. El juego hacambiado. Hagan el favor de darle a este hombre una sepultura digna. *** 6 Al llegar a la parte superior del cañón pudieron apreciar lo que Claire había visto desdelejos. Un arroyuelo de cauce sinuoso cortaba el valle y se escondía entre los árboles del montemás cercano, impidiendo ver su desembocadura. El sol de la tarde los estaba afectando y loscaballos estaban cansados. Iba siendo hora de tomar un descanso, pero era mucho mejor poderhacerlo con un hallazgo como aquel. — ¿Y qué se supone que encontremos aquí además de agua para los caballos? —ladróMcKenzie con su impaciencia acostumbrada. — ¿No lo notas? —replicó Claire. —observa el arroyo desde aquí. — ¿Dices que este arroyo es el que representan las líneas del mapa? —Para mí es más que evidente —respondió, resuelta—. Propongo que exploremos paraver si podemos completar el paisaje completo. Bajaron al valle y se ubicaron cerca del cauce de agua. Los hombres ya estaban inquietosde ir de aquí para allá con la naturaleza como todo entorno. Extrañaban el paso por algún pueblo,emborracharse e ir por mujeres. Murray había estado mirando a Claire con lujuria. Esperaba, ensecreto, poder echarle un polvo lo antes posible, el sólo hecho de que se paseara cerca suyomeneando sus caderas se la ponía dura. No intentaría nada hasta que el jefe decidiera acabar conella, no tenía idea de si esa mujer era la misma a la que le dispararon, pero tampoco le interesabamucho averiguarlo. Claire sugirió que se separaran en equipos o de a dos, la idea era buscar los otros elementosdel mapa, a cada costado del arroyuelo, si es que simbolizaban algún accidente geográfico.McKenzie iría con Halsey hacia el oeste, del mismo lado, pero al norte caminarían Quarry yDeckard y del otro lado del cauce Claire buscaría con Murray. Ella misma lo propuso comocompañero y al más desequilibrado del grupo le parecía un sueño. Ya se veía echándose sobre larubia contra las piedras y convenciéndola para que mantenga la boca cerrada luego de montárselaa lo bestia. Después de todo a cada prostituta que le dio por el culo la dejó satisfecha, y estacampesina con aires de pistolera no tenía que ser diferente. —Bien, recuerden que lo que buscamos puede parecerse a una montaña o risco bajo condos picos, o a un ojo de agua o formación de otro tipo, pero con forma oblicua. Ya tenemos elarroyo que se parece bastante al del dibujo, si encontramos al menos uno de los demáselementos, sabremos que estamos cerca de lo que buscamos. Los hombres asintieron, algunos de mala gana. McKenzie estaba algo sorprendido porqueno pensó en que tan cerca encontrarían algo similar a lo que sugería el dibujo. Por unas horaslogró renovar su confianza en la chica. —En marcha, tratemos de conseguir algo antes de que anochezca. —ordenó y todospartieron hacia su destino. Claire caminó por delante de Murray, buscando un claro entre un número grande deárboles que se iba haciendo más denso en cantidad. El hombre estaba perdido, no podía dejar deverse sobre ella y esperaba la oportunidad para atacarla. Sólo debían alejarse un poco más para
que sus compañeros no escuchasen los gritos. Claire se giró hacia él. Notó la expresióndesencajada de ansiedad que llevaba el hombre. — ¿Te sientes bien, Murray? —Sí, muñeca, mejor que nunca. Sigamos. Hicieron unas cuantas yardas más cuando Claire pareció tropezar con una rama y perdió elequilibrio. Murray se abalanzó, la sostuvo del brazo y la atrajo hacia él antes de que pudiese caer. —Gracias. Ya puedes soltarme. —No creo que lo haga —dijo sintiendo como su excitación iba creciendo. Claire no se amilanó. No tenía ni por asomo la actitud de la niña inocente de aquella tardeen el granero. — ¿Qué piensas hacer, Murray? —preguntó mirándolo fijo, sin miedo, desafiante.Intentaba ponérselo difícil, siendo consciente de que, tal vez, eso lo excitaría aún más. —Eres una perra lista, seguro que me escogiste porque querías un buen polvo conmigo,¿no es así? Claire sonrió como si él hubiese contado una broma. —Apuesto que te quedaste con ganas aquel día, ¿verdad? —él la miró algo desconcertado,aún no aceptaba que fuese la misma. No podía serlo—. ¿Qué pasaría si te digo que estoy muerta?¿Qué pasaría si te digo que quiero echar un polvo contigo, pero se la estarías metiendo a uncadáver? Murray parpadeó, confundido. No creía en brujerías, pero tampoco le gustaba ese tipo dejueguitos. — ¿Cómo se vería mi cuerpo después de una semana de muerta, lo has pensado? Quizáslos gusanos ya hayan hecho varios agujeros en él. ¿No sería lo más probable? Él puso cara de asco. —Eres una zorra inteligente. Pero no me convencerás fácil, voy a dártela igual. Claire no intentó soltarse ni retrocedió. Por el contrario, puso su mano por detrás de lacabeza del hombre. — ¿De verdad harías eso por mí? ¿Aunque esté fría y viscosa como todo cadáver? — ¡Basta! No veo que estés muerta ni podrida. Al contrario, eres una mujercita muycaliente. — ¿Me has visto bien, Murray? ¿De verdad has mirado bien? Claire tomó su cabeza con ambas manos y la acercó a la suya. Murray observó sus ojos,que parecieron transformarse en un mar de hielo. Ella acercó su boca y antes de besarlo, lesusurró. —Cierra los ojos, es la única manera de apreciar la verdad. Él hizo caso y dejó que lo besara. Ni bien abrió la boca para recibir su lengua, la suya secongeló, un aire helado entró en su cuerpo y lo dejó casi sin poder respirar. Abrió los ojos y seechó hacia atrás. El rostro de Claire se había transformado en una máscara huesuda gris, llena deheridas infectas y agusanadas. El cabello que supo ser fino y brilloso se había convertido en unconjunto de mechones secos y sucios de tierra. Sus ojos se habían convertido en dos huecos porlos que sólo se veía el horror. Murray recuperó el aire y gritó. Gritó tan fuerte como para ser escuchado por suscompañeros, pero nada salió de su garganta. La imagen que tenía enfrente era la de un espectro,un fantasma de aspecto cadavérico que recordaba con vaguedad a la chica del granero a la quehabían asesinado. Si le quedaban dudas, una marca en la frente se lo confirmó. Esa cosa, que nopodía estar viva ni de pie, siguió hablándole con la misma serena voz.
—Hazme el amor, Murray. O échame ese polvo que prometiste, no importa que no puedasser romántico, pero ven, lo necesito. El pistolero comenzó a retroceder con cara de espanto, Claire, o su esqueleto andrajoso,avanzó hacia él sin prisa. Él tropezó y cayó, jadeando de miedo y sudando frío. Intentaba decir“no” pero de su garganta helada no salía palabra. Ella se inclinó, parecía sonreír, pero en realidadexhibía su dentadura casi completa asomando entre los pedazos de carne de su rostro que aún nohabían caído. Con su mano huesuda le quitó el sombrero y lo acarició ignorando su cara deespanto. Tomó su cabeza por el cabello y lo golpeó contra la roca que tenía detrás. Él hizo ungesto de dolor. Insistió con otro golpe. Y otro más. Y así siguió dándolos por cuatro, cinco, seis ysiete veces más. El cuero cabelludo comenzó a rasgarse y a sangrar. Murray revoleó los ojos,pero sin poder resistirse y sólo atinó a babear mientras trataba de articula palabra. Las falangescrispadas que sostenían su cráneo, ahora deshaciéndose en pedazos, se alzaron por última vez ydieron un empujón más fuerte, que esta vez partió la corteza y dejó salir sangre y restos decerebro. Claire se reincorporó algo aturdida. Miró sus manos y tenían un aspecto normal. Observópor última vez a su víctima y decidió volver al arroyo para contarles a sus compañeros su versiónde lo sucedido. *** 7 Hutch Templeton se sentía devastado. Sin dudas había sido la peor experiencia de su vida.Betty Linney se había desahogado con él, pero sin hacerlo responsable por lo ocurrido. Conocíade vista al chico, alguna que otra vez que lo había visto con su hijo. No eran amigos, pero teníanun trato cordial. Betty no podía dejar de llorar al tiempo que no dejaba de acariciar el cuerpo deTom, al que el propio Templeton había acomodado en su cama. —De verdad, lo siento mucho, señora. —Sabía que esto pasaría, desde el momento en el que el maldito Bennet vino acomunicarme lo que harían con Tom. — ¿Cree que Bennet sea responsable? — ¡Claro que no! Lo maldigo porque mi hijo está muerto por consecuencia de susacciones, pero no es un mal hombre. No puedo decir lo mismo de tu jefe. —El sheriff Morrow es un hombre justo, señora Linney, no debería… — ¡Justo, una mierda! ¿Has visto la orden del gobernador para ejecutar a mi hijo? ¿AcasoMorrow te la mostró o te dio el documento para que me lo enseñes? —Pues no, pero supongo… —Ve y búscalo. Pídeselo. Presiónalo para que te lo muestre. Dile que yo, ElizabethLinney, madre de Thomas Linney quiero saber quien dispuso la muerte de mi hijo de maneralegal. ¿Crees que tengo ese derecho? Hutch se llenó de dudas y tribulaciones de nuevo. Ya no podía sostener la imagen que teníade Morrow. —Por supuesto que lo tiene, Sra. Linney. Iré por los papeles y se los traeré. El muchacho se colocó el sombrero y fue hacia la puerta, pero Betty se arrojó sobre él y ledio un abrazo largo y sentido.
—Escúchame con atención. Olvida el papel. Olvídate de contradecir a Morrow. Sólo hayuna cosa que nos puede salvar, no a mí ni a ti, sino al pueblo de El Charco entero. Ese animal deMorrow sólo quiere seguir provocando a Bennet para que regrese y pueda matarlo. Siempresupimos que los poderosos mineros y delincuentes a los que combatió se lo cobrarían. Losmineros no pudieron seguir esclavizando gente gracias a Bennet y el Gobernador se puso de sulado porque de esa manera tendría a los habitantes del pueblo conformes. Pero todo tiene un fin yahora que Bennet no es más el sheriff, el Gobernador puso a uno de sus vasallos para que haga loque no pudo todos estos años. No permitirá que recupere con una votación su puesto,aprovechará que ahora es un marginal para matarlo. Hutch estaba shockeado. Recibía información que ni siquiera había considerado. — ¿Qué quiere que haga, entonces, señora? —Ve y busca a Duncan Bennet. Cuéntale todo esto que te dije y sobre lo que pasó con mihijo. Dile lo que viste con tus propios ojos —se quebró y comenzó a llorar de nuevo—. Pero porfavor, no dejes que siga pasando esto. No quiero que otra madre, otra mujer u otra niña sufra loque estoy sufriendo. Templeton llenó sus pulmones de aire, tomó a Betty de los brazos y la miró a los ojos. —Señora Linney, iré por Duncan Bennet. Se lo prometo. Lo haré por usted y por lamemoria de Tom. —Gracias hijo. Por favor, cuídate. Hutch salió de la cabaña y montó su caballo con un alivio que no creyó que sentiría. Pensóen regresar a la oficina y renunciar, pero si lo que decía la Sra. Linney era cierto, pondría enalerta al sheriff Morrow. De todos modos, debía volver y dar el parte de su tarea cumplida, ahoratambién temía por la vida de la joven india. Se sintió muy mal por cómo había actuado con ella.La charla con Betty le había abierto los ojos o la conciencia y ahora sentía que debía ayudar ahacer lo correcto, que, por desgracia, en este momento no significaba obedecer la ley. *** 8 Claire emprendió el regreso por el sendero que daba al arroyo. Trató de recordar en dondehabía quedado el cadáver de Murray porque sabía que McKenzie querría verlo, era consciente deque ese tipo era su segundo de confianza y si bien ella cabalgaba a su lado desde que los liberó,no podía dejar de suponer que el viejo lo lamentaría. Estaba por cruzar un enorme tronco caídocuando una sombra la cubrió y dejó en total oscuridad. El sol que la acariciaba y le daba unasensación de calor agradable había desaparecido en ese pequeño espacio que la rodeaba. Lasilueta que emergió delante de ella era la de un hombre corpulento, envuelto en una capa oponcho y con una corona emplumada. Sus rasgos eran inequívocamente indígenas y su rangoalto, por lo imponente de su presencia. — ¿Quién eres? —preguntó Claire sin temor, pero con un tono respetuoso. —Alguien que sabe quién eres tú. Debería bastarte. La voz del indio era suave y rasposa, pero contundente como su apariencia. —Pues entonces debes explicármelo porque si bien sé lo que quiero, hay muchas cosas queescapan a mi comprensión. —No estoy aquí para responder preguntas, sino para que tú misma te las hagas. Y puedasdescubrir que harás con lo que tienes y con lo que lograste.
— ¿Tú me has hecho esto? ¿Tú me has traído de la muerte? —No tengo ese poder. Sólo recibo señales y las comunico. —Entonces, ¿qué sabes de mí y de lo que me pasó? —Sólo que eres parte de algo más grande. —Eso no me dice nada, no quiero ser un monstruo por la eternidad. Ni siquiera sé lo queme sucedió… —Tendrás tus respuestas. Pero ahora piensa que la razón por la que estás entre los vivos,no es para buscar venganza. Claire se sintió desfallecer, la aparición de ese sabio indio era su única esperanza parasaber que le había sucedido y sin embargo seguía sin respuestas y ahora también sin saber sihacía lo correcto. Desde que reapareciera con vida luego del incidente del granero creyó que suúnico objetivo era vengarse y luego volver a su tranquila vida con su padre, pero ahora no estabatan segura. De hecho, cuando su madre había muerto ella se retrajo a su vida de niña, quiso sercomo su padre siempre la amó y cuidó, quiso que Charles Higgins sepa que podía verla siemprecomo a su niña y que no creyera que había perdido un ápice de inocencia. Por eso mismo, desdeque faltaba su madre, había enterrado en lo profundo de su ser su habilidad con las armas y sucomportamiento temerario para convertirse en la niña—mujer que parecía ante el mundo. Al menos hasta que murió y alguien decidió que tenía que regresar. Se había inclinado sobre la hierba mientras todo esto pasaba por su cabeza y miraba haciaabajo pensando en cuál sería la próxima pregunta que le formularía al brujo, pero cuando levantóla vista ya no estaba. —Gracias por todas esas dudas —dijo al viento. Una rama se quebró y cayó sobre la hierbacomo toda respuesta. Emprendió el regreso evaluando lo que le diría a McKenzie sobre la muerte de sucolaborador más cercano. Pensó en una verdad a medias, pero le preocupaba el estallido de furiadel viejo pistolero, que, aunque no tuviese algo que la impulsara a quererlo, era su abuelo, elpadre de su madre, y que ni siquiera sabía de la existencia de una nieta hasta que la conoció. Sinembargo, Claire lo supo desde su resurrección, su mente había despertado tan limpia y despejadacomo llena de recuerdos y elementos que facilitaban su asimilación de los hechos. Cuando seencontró al anciano la primera vez le causó miedo y repulsión, pero una vez que el disparo ladejó sin conciencia y volvió a despertar, tuvo la revelación del vínculo que la unía a ese hombre,y fue sólo a partir de la observación de los elementos que se le presentaron en el incidente. Cruzó el arroyo y McKenzie ya estaba regresando de su periplo, con cara de fastidio. Laobservó escudriñando en su rostro por algún rastro de información. Ella ya le conocía esaexpresión. —Espero que hayas tenido mejor suerte, no vimos nada ni parecido a lo que figura en eldibujo. ¿Dónde está Murray? —Quiso violarme y tuve que matarlo —dijo casi sin pensar. Se ajustaba bastante a larealidad sin entrar en detalles. — ¿Estás de broma? —No. Creí que te habías percatado de sus intenciones por cómo me miraba. Supuse que terespetaba lo suficiente como para no intentarlo, sin embargo, no pudo contenerse y en cuantoestuvimos solos, se me arrojó encima mientras simulaba intentar evitar que me cayera —mirópara abajo sólo para que él no pudiese leer más detalles en sus ojos. — ¿Y bien?
—Lo empujé para quitármelo de encima y cayó de espaldas sobre las rocas, golpeándose lanuca. Pero no pude resistir el miedo y la furia y fui a tomarlo de la cabeza para golpearla denuevo, una y otra vez hasta verlo sangrar. Así fue que lo maté. McKenzie se quedó mirándola, estupefacto. —Pudiste haberme mentido, no tenías por qué darme tanto detalle. Claire se encogió de hombros. —Así fueron las cosas. Perdona si te quité a un hombre importante. El viejo rufián parecía impresionado. —Tal vez después de todo sí seas mi nieta. —dijo y desenfundó su revólver y disparó dosveces al cielo. Sus hombres aparecieron a los pocos minutos. —Escuchen todos; ella es mi nieta Claire. A partir de ahora es mi hombre de confianza ysegundo al mando, ¿entendieron? Acaba de despacharse al idiota de Murray partiendo su cabezacontra una roca porque no él pudo mantener su pito quieto. Así que acostúmbrense a respetarla sino quieren que les pase algo similar. Y si ella no lo logra, estaré yo para ponerlos en su lugar.¿Queda claro? —les miró las caras sin esperar respuesta, aunque tampoco parecía que la habría—. Ahora vayan y entierren a ese estúpido. No sería muy cuerdo, pero tenía lo suyo. Luegoseguiremos. Claire respiró aliviada, tenía sus propios planes y aunque vacilara gracias a la aparición delindio que le sembró más dudas, no tenía por qué dejar de intentar ponerlos en práctica. *** 9 Templeton entró a la oficina del sheriff con un semblante muy diferente al de hacía unashoras. Se mostraba serio y apesadumbrado, pero a la vez en alerta. Imalá lo observó con atencióny notó el cambio. Morrow había terminado de afeitarse hacía un rato y ahora su barba parecíamás prolija y a la vez lo revestía con un carácter de mayor autoridad. Salió a recibirlo mientras secolocaba la chaqueta. — ¿Cómo fue la asignación, ayudante? —Como era de esperarse, señor. La señora Linney quedó muy afectada, pero el cuerpo desu hijo le fue entregado. —Lamento que haya pasado por eso, pero es nuestro deber y no podemos dejar de hacerlo.Saldré unos momentos, ¿puede encargarse de la oficina? Templeton dudó, quería ir cuanto antes a buscar a Bennet, aunque a decir verdad no sabíani por dónde empezar. Pero tampoco podía despertar sospechas sobre su cambio de actitud. —Por supuesto, señor. El sheriff Morrow salió y recién cuando lo escuchó montar su caballo, Hutch se lanzósobre la celda de Imalá. —Tengo que hablar contigo. Creo que no estuve haciendo las cosas bien. — ¿De qué hablas? Puedo notar que no eres el mismo que llegó esta mañana. ¿Qué pasó? —Lo soy, pero estaba equivocado. Quizás ayudando al sheriff Morrow esté haciendocumplir la ley, pero no haciendo el bien. —Díselo a la gente de mi tribu. O mejor deja que se lo diga yo, ¿vas a liberarme? —No, lo haría sin pensar. Pero no puedo despertar sospechas. —No entiendo que es lo que viste que te hizo cambiar de opinión sobre Morrow.
—Tom Linney no era ningún delincuente, ni podía ser cómplice de alguno. Lo conocí ycuando estuve con su madre, me di cuenta de que todo esto no tiene nada que ver con la justicia.Si te libero, Morrow irá detrás de mí sin pensarlo. Y necesito tiempo para encontrar a Bennet. — ¿Has dicho a Bennet? ¿Para qué quieres encontrarlo? —Porque creo que todo esto es para sacárselo de encima, como me has dicho y comotambién me señaló la señora Linney. Debo ir a buscarlo y a advertirle. Debo decirle que intentantraerlo para matarlo, así que si vuelve que sea preparado. Le diré que estás aquí. — ¡No! Por favor, no se lo digas, lo pondrás en peligro porque no lo pensará y vendrá abuscarme. Morrow lo estará esperando y será más fácil que lo maten. A mí no me hará dañoporque me necesita viva y sana para que sea su cebo. Y si bien quiero y necesito salir, tienesrazón. Mejor es que el sheriff crea que tiene una ventaja conmigo y, en definitiva, tú harás mejorla búsqueda. —De acuerdo. No puedo irme ahora, debo cuidar la oficina hasta que vuelva el sheriff yluego partiré con cualquier excusa. Pero necesito que me cuentes algo. —Dime. — ¿Cuál es tu historia con Bennet? — ¿Tanto te interesa? —Es que necesito detalles para encontrarlo, y una vez que lo haga le diré que estuvecontigo. Tranquila, no mencionaré que estás encerrada, sólo que te vi en El Charco buscándolo.Y necesito que me crea para ganarme su confianza. —De acuerdo, te diré un par de cosas para que te ayuden. Templeton se sentó en una banqueta junto a la celda e Imalá hizo lo propio en su camastro.Parecían grandes amigos en plática amable, impensada hacía un par de horas atrás. Sin embargo,ahora entre ambos tenían en sus manos el destino de un pueblo entero. *** 10 Bennet y su equipo cabalgaban a ritmo lento por la zona árida que bordeaba el arroyo.Estaban cansados y pendientes de que el jefe no empeore su situación por la bala que habíarecibido, pero lejos de eso, parecía mejorar a medida que pasaba el tiempo. Charlieinspeccionaba la herida cada tanto cuidando de que no se infectara. Cada vez que lo hacíaaclaraba que no era médico. Siempre le gustó aprender un poco sobre cada tema y en su casatenía algunos libros de medicina que había heredado de su padre, sin que tampoco fuese unmatasanos de profesión. Llegado el caso, en esta situación le bastaba con que Duncan confiara enél, lo cual tenía sentido dado lo acotado de las opciones. En estas instancias estaban algo perdidos, no habían dado con ningún indicio de la bandade McKenzie y hasta se habían enterado de que ellos no habían sido los responsables del robo dela diligencia. Y que fueron liberados por alguien externo, que no tenía que ver ni con el difuntoAllison ni sus dos secuaces, que ahora gozaban del dinero obtenido y de sus vidas gracias alperdón de Bennet, que no parecía tener demasiada paciencia como pudieron atestiguar suscompañeros con la ejecución del criminal. Charlie había dado su opinión al respecto, en privado. —Honestamente, jefe, hubiese preferido que Allison muera en un tiroteo o en un duelomano a mano con usted, pero no puedo reprocharle que lo hiciera ejecutar. Perdonarlo hubiese
sido condenarnos a males mayores y a tener que lamentar más víctimas. Era un mercenario ypagó los riesgos de sus acciones. A Bennet no le gustaba matar o dar la orden de hacerlo, pero también evaluó todas lasposibilidades antes. También había demostrado con aquello que no sólo tenía autoridad sobreaquel equipo que no cuestionó ni dudó jamás una orden, sino la solidez y seriedad que necesitabapara actuar. Ya no cabalgaban tanto divididos ya que las dos parejas de hombres que se habíanpresentado juntos al reclutamiento, intercambiaban charla amistosa y bromas entre todos. Eranjóvenes y decididos y a Bennet si bien le daba un poco de tristeza haberlos sacado de sushogares, también lo llenaban de confianza. —Disculpe que pregunte, jefe, pero ¿cómo haremos para regresar si es que nos quierenmatar? —se acercó a preguntar un preocupado Peke Walton. —No es que nos quieran muertos a todos, Peke, sólo a mí. Si ustedes regresaran en estemismo momento por su cuenta y separados, nadie haría más que preguntarles si me vieron y sisaben qué me pasó. Y tal vez… —mientras lo iba diciendo se le estaba ocurriendo la mejorforma de actuar —tal vez esa sea la mejor salida, ¿Qué crees, Charlie? Higgins mostró un brillo de esperanza en sus ojos. —No estaría mal. Si ellos llegan por separado y van volviendo a sus hogares, nadie losmolestará. Sólo deben tener una idea unificada para responder por su posición sin levantarsospechas y eso nos daría una ventaja para actuar. —Debemos trazar un plan. La prioridad sigue siendo cazar a los McKenzie, pero nopodemos ignorar que me han convertido en presa. Y los estoy arrastrando conmigo en esto. Siseguimos a lo loco cabalgando por el desierto, tarde o temprano nos cazarán y nadie se enterarámás que quienes mandaron a hacerlo. Contraatacando en El Charco tendremos una posibilidad. —Pero jefe —dijo Williams con gesto desconfiado—. Quizás evitemos que lo maten, perono que lo encierren. Si llega una orden del gobernador o el mismo sheriff nuevo lo dispone,¿cómo nos opondremos sin convertirnos en forajidos? —Habrá que jugar con eso. Aún no lo somos. El único que podría decir algo de nosotrosestá enterrado allí atrás, sus secuaces no serían buenos testigos y tampoco les robamos niatacamos. Pero si existe alguien que sabe toda la verdad y a quien debemos exponer para que lagente sepa que el gobernador me quiere muerto. — ¿Osman? —Tú lo has dicho, Peke. La única chance que tenemos es hacer que Osman confiese enpúblico. Luego debemos organizar una elección pública y que la gente elija un nuevo sheriff. Nome importaría no ser yo el elegido, pero sí que salga alguien a quien no patrocine el mismogobernador para que sea su títere como el actual. —Por Dios, jefe, no suena muy fácil eso. Tener al gobernador en contra es una soga alcuello todo el tiempo. —Tal vez, de hecho, ahora sé que la tuve mientras fui sheriff. Y también sé que, si vuelvoa serlo en mejores condiciones, en lugar de una condena será una protección, para mí y para todoel pueblo. —Entonces, ¿el nuevo objetivo sería pelear por que vuelva a ser sheriff? —dijo Williams,algo confundido. —Nunca lo fue, Don. Pero se me ocurre que es de la única manera que podremos recuperarnuestras vidas. Al menos démosle a la gente la posibilidad de que puedan elegir y luego se verá.En cualquier caso, si tenemos una elección, ustedes ya estarán protegidos al igual que el resto deEl Charco. ¿Están todos de acuerdo en intentarlo?
—Los muchachos se miraron entre sí. Algunos asintieron con la cabeza. — ¿Seguiremos echando un ojo para atrapar a los McKenzie? —Siguen siendo una amenaza, Ray. No los quiero en acción. Y se lo debemos a Charlie ya la memoria de su hija. —No, a mí no me deben nada, chicos. Sólo quiero que haya paz y justicia. Y si losenemigos cambian, nos adaptaremos a la lucha. —De acuerdo, ahora, hagamos unas millas más antes de que nos sorprenda la noche —dijoBennet dando por concluida la charla y mostrando una energía como si su herida ya no existiera. *** 11 Osman tenía una expresión de pánico ante la furia de su jefe. Ellison Hanke iba y venía deun lado a otro de su oficina sin dejar de quejarse de su ineptitud. Si no fuera por la cantidad desecretos que tenía sobre él, sabía que se habría ganado el despido. —Eres un inútil, Osman, un verdadero inútil. Has urdido una trama compleja sólo paracaer en el ridículo y hacerme perder lo más valioso que tenía en este banco. Estaba en mi cajafuerte en mi maldito banco y todo lo que has conseguido ha sido que se pierda, ¿te das cuenta delo que lograste? —Señor, sé que está enfadado, pero… — ¿Enfadado? ¿Dijiste enfadado, idiota? ¡Te sacaría la cabeza con mis propias manos,ahora mismo! Ese es el nivel de “enfado” que tengo. De hecho, te aconsejaría que te retires portu propio bien, pero lo mínimo que mereces es que me descargue contigo. Osman no tenía recuerdos de haber visto así a su jefe alguna vez. — ¿Dónde está el maldito camafeo, ahora mismo? —Si todo salió como esperábamos, la prostituta ranger lo tiene consigo. Hanke largó una carcajada. —” La prostituta ranger” ¿Te das cuenta de cómo has jugado conmigo? Tu nivel deinoperancia es tan grande que el destino de ese camafeo cayó en manos de una golfa que se dicepistolera pero que en apariencia no tuvo la más mínima posibilidad frente a un tipo cualquieracon un cartucho de dinamita. ¿Qué pasó con su Romeo? ¿Por qué ninguno de los dos está aquíahora entregando la pieza si es que siguen vivos? —No sabemos dónde están, señor. Pero no debe ser por decisión suya, sabían que lo mejorque podían hacer era regresar luego del robo. Espero que no estén muertos y que sigan encamino. —Planeaste un robo que me hiciste creer que sería real para “proteger” el objeto que estabaen mi caja fuerte y que ahora está perdido. La culpa es mía por haberte dado tanto vuelo. Eres miperdición, Zeke. Incluso eso costó que una banda de forajidos como la de los McKenzie estélibre, sólo para que pese más en mi conciencia. —No, señor, créame si le digo que no fueron mis hombres los que liberaron a losMcKenzie. —Entonces, ¿quién lo hizo? —Si me permite, creo que en este momento esa es la menor de nuestras preocupaciones. ***
12 Templeton no había salido tan preparado para una larga cabalgata en el desierto. Confiabaen que Duncan Bennet no estuviese muy lejos y se valió de un par de consejos de la propiaImalá, que, si bien aún no lo había encontrado, lo conocía mejor para tratar de ubicarlo con unpoco de intuición. Luego de pasar por varias ruinas, llegó a la de la mina y entró al mismoedificio en el que habían estado los delincuentes que asaltaron la diligencia y el propio Bennet.Templeton no tenía modo de saber todo aquello, pero notó los restos de la fogata reciente, loscasquillos de un revolver que bien podía ser el del ex sheriff y hasta pedazos de un billetequemado. No se le ocurría nada que pudiese unir los elementos y que le den una pista, pero lesirvió saber que alguien estuvo acampando allí y que existía la posibilidad de que fuese Bennet.Sabía que no estaría sólo porque lo último que se supo de él, era su intención de formar unequipo para atrapar a los McKenzie. McKenzie. De tan sólo pensar que un asesino como él y su banda pudieran cruzársele en su camino ladaba escalofríos. Se sentía seguro con las armas, pero sabía que no tenía posibilidades frente acinco pistoleros cruentos y salvajes como los de aquella pandilla. Lo mejor sería estar atento yevitarlos. Aunque le pareciera una estupidez, hizo caso a Imalá, detuvo su caballo cuando estuvototalmente desorientado y, cerrando los ojos, trató de escuchar. Y sucedió lo impensado, elsusurro del cauce de un arroyo llegó a sus oídos. Sin dudas debía estar detrás del monte que teníaenfrente, aunque le parecía muy extraño que pudiese escucharlo sólo al cerrar los ojos. Siguióavanzando hasta introducirse en los árboles que se formaban cada vez con mayor densidad.Parecía tener un claro más adelante, un lugar en el que desmontaría y descansaría junto a sucaballo por unos minutos. Cuando llegó se percató de que el claro era un círculo perfecto y enmedio tenía un tronco seco caído y a su lado, una piedra en la que se veía una gran mancha desangre. Se aproximó porque le pareció verla brillar y al tocarla sus dedos quedaron manchados.Estaba fresca. El pecho se le cerró y comenzó a respirar con dificultad. Cuando volvió a ver el troncojunto a la piedra en medio de la arboleda le pareció un altar de sacrificios. Y cuando creía que las cosas no podían empeorar, la enorme silueta apareció ante él.
CAPÍTULO 5 — APACHES 1 María, Dolan y el cochero, cabalgaban lentamente en dirección al pueblo, aunque habíanacordado en que no les convenía regresar sin el camafeo. Dolan parecía seguro sobre lo que sabíaen cuanto a la proyección que Claire había logrado del cristal, pero ella seguía intrigada y no seaguantaba las ganas de acribillar a su compañero a preguntas. El sol iba ocultándose y en brevedeberían acampar con lo poco que tenían. — ¿Y bien, no vas a decirme lo que sabes? Dolan la miró con cara neutra, como si la pregunta no fuese importante. —Es sólo una teoría, puedo equivocarme. —Bueno, quizás si la compartieras podría decir que tan equivocado puedas estar. El vaquero suspiró con resignación. — ¿Recuerdas que cuando desperté dije algo extraño? — ¿Cuándo despertaste en cuál de las tantas veces? Delirabas mucho. —Una de las últimas, ya casi no tenía fiebre —María trató de hacer memoria, pero no pudoadivinar—. Mencioné a un animal. — ¡Serpientes! ¡Dijiste algo de serpientes! —Exacto, no muchas sino una sola. Una serpiente negra. María frunció el ceño, luego abrió la boca muy grande cuando cayó en la cuenta. — ¡Dios, el dibujo del cristal del camafeo no es de un arroyo o río! ¡Es una serpiente! Dolan sonrió satisfecho. —Muy bien, ahora piensa en ese dibujo como si lo hubiese hecho un niño, ¿qué máshabía? —Una especie de ojo de agua y una montaña de dos picos a los lados. —No, olvídate de que sea un mapa. El arroyo era una serpiente, ¿a qué se parecen los otrosdos dibujos? —Podrían ser un ojo y un… ¿elefante? —No, al menos no creo que se trate otro animal. Dolan se quitó el sombrero y lo sostuvo en la línea de visión de María para que notara eldetalle sobre lo que estaba hablando. La mujer volvió a abrir la boca. —Vaquero, eres un genio, ¡no es una montaña, es un puto sombrero! —Muy bien, entonces, ¿qué podría ser lo que está del otro lado? —Ya dilo, no creo que tengas algo parecido a ese ojo en la mano. —Tampoco te equivocas en eso. Para mi es una pluma, una pluma india. Apache, si me dasa elegir, que es la tribu que tenemos más cerca. —Vaya, eres todo un detective. ¿Y qué significa eso? —No tengo la menor idea. —Inútil. Dolan largó una carcajada, tenía que reconocer que esa chica le cambiaba el humor. —Lo cierto es que la banda de McKenzie se fue creyendo que seguía un mapa. Pero estoyseguro de que Claire Higgins sabía que no lo era.
María se quedó pensativa. Si bien no estaba muy al tanto de lo que sucedió con Claireantes de su muerte, no podía entender nada de lo que le había sucedido como para que terminaracabalgando junto a sus asesinos. — ¿Claire será una especie de agente secreto? —Nada tan sofisticado, intuyo que sólo se está vengando, pero a su ritmo. Lo que sí puedodecir es que logró engañarme cuando la vi por primera vez con ese aspecto campesino, jamáshubiese imaginado su potencial. —No hay caso, te tiene prendado. —No voy a negarte que la miro como a la mujer hermosa que es, pero es sólo puracuriosidad. Tú en cambio… —No estamos hablando de mí. Y no me pondré en la mesa para que compares o elijascomo si fuésemos platos de comida. Dolan se contuvo de responderle, hasta hace unas horas esa mujer era una prostituta quevendía su intimidad por monedas, pero ahora que se había descubierto su fachada distaba muchode parecer alguien que entregara su cuerpo y alma por tan poca cosa. —Creía que me conocías mejor, hieres mis sentimientos. —Lo dudo, pero no me gusta verte esas caritas de hombre codiciado que tiene que elegirentre pretendientes. Siguieron un rato más cabalgando en silencio, Clark no era muy hablador antes de perderla diligencia, mucho menos ahora. Dolan lo miraba de a ratos para saber si aún vivía. Toca al viejo y ve si respira —bromeó en un susurro y María le devolvió una patada,ambos rieron mientras el cochero seguía abstraído en el camino. Al rato de oscurecer por completo, divisaron una sombra que se les acercaba por el camino.Dolan distinguió un caballo que parecía no tener jinete. María le hizo un gesto en silencio de quetambién lo había visto. Le dio un toque al cochero que a su vez también intentaba divisar qué eraaquello. María desenfundó. —No dispares —dijo Dolan—, aún no sabemos de qué se trata. —No me atraparán de nuevo. No me extrañaría que el taimado de Osman haya enviado unsegundo grupo a recuperar el camafeo —María levantó el arma y alargó el brazo apuntandohacia el caballo que avanzaba muy lentamente. La oscuridad ya les impedía casi toda visibilidadmás allá de unas pocas yardas. Dolan la imitó y sacó su revolver también. El cochero sólo selimitó a abrir más los ojos. El caballo siguió avanzando sin que se distinguiera nada a sualrededor. — ¿Y si en las alforjas lleva dinamita y explota cuando llegue a nosotros? Dolan miró a María entrecerrando los ojos. — ¿De verdad eres una ranger? ¿Imaginar tonterías era parte del entrenamiento? El caballo siguió aproximándose. — ¡Quieto, quien sea que venga por el camino, estamos armados y apuntándole! —gritóMaría. Como el animal seguía su camino, decidió saltar de su montura y abrirse caminando alcostado del sendero. Se apoyó contra la roca y comenzó a avanzar. Dolan se abrió por el otrocostado, pero sin desmontar. Clark quedó solo en la caravana marchando por el medio, pero sinque parezca importarle. María se arrojó sobre el animal sin dejar de apuntarle, allí se dio cuenta de que alguien lomontaba, pero estaba muerto o sin consciencia. Dolan se acercó y tomó las riendas paradetenerlo. María le levantó la cabeza, que no mostró la más mínima reacción. —Conozco al sujeto— señaló Dolan.
—Yo también, iba a la cantina seguido. Es Hutch Templeton. —Vaya, ¿cliente tuyo? —No, siempre elegía a Beth. Pero iba todas las semanas —le puso la mano en el cuello yle tomó el pulso. Está vivo, bajémoslo y veamos si reacciona. *** 2 Zeke Osman entró a la oficina del sheriff mirando con asombro el estado de destrucción,como cada persona que pasaba por allí por esos días. Cuando reparó en la celda y a su ocupante,la chica india, supo que aquello debía tener que ver con algo que le concerniera. Segundosdespués de que cruzara el umbral, el sheriff estaba delante de él, con un aspecto muy distinto alque presentaba cuando llegó. Su uniforme estaba impecable y la estrella de cinco puntas brillabaen su pecho sin disimulo. Osman sabía que ese hombre podía ser su nuevo socio aún con másrapidez que su jefe en el banco, sólo debía sondear el estado de situación. — ¿En qué puedo ayudarlo, señor? —Zeke Osman, sheriff —dijo estirando la mano—. Un gusto recibirlo en El Charco. Morrow le estrecho la suya y le hizo un gesto para que tome asiento. Osman accedió. —El gobernador me habló de usted, Sr. Osman. —Vaya, que bueno es escuchar eso. Espero que no haya sido con quejas. —En absoluto. De hecho, me causó curiosidad que siendo usted un simple ayudante delbanquero del pueblo goce tanto de su confianza. Osman tragó saliva, el sheriff no se andaba con vueltas. Mientras hablaba le clavaba losojos de un frío azulado, como escudriñando su comportamiento. Zeke también solía estudiar asus interlocutores, pero con mucha mayor discreción. Decidió ser franco y dejar la falsahumildad de lado. —Muchas veces las posiciones de poder no coinciden con el puesto o cargo ostentado,sheriff, ¿no le parece? Entiendo que en el ejército quizás sea mucho más vertical, pero en lapolítica y en los negocios… —Ya —marcó el sheriff como si Osman estuviese a punto de faltarle el respeto—. Tengaen cuenta que también hay gente que supone que ocupa un lugar y termina siendo uninstrumento, ¿no es eso también verdad? —Claro que sí, sheriff. Lo importante es que cada uno sepa cumplir su rol lo mejor posible. —En eso estamos de acuerdo, Sr. Osman. Supongo que no estará aquí sólo para darme labienvenida. —Lamentablemente no, sheriff. Creo que es crucial que nos ocupemos de ciertos temas enconjunto. Por ejemplo, el caso Bennet. Sé que ha estado haciendo algo al respecto y que suantiguo ayudante ya no está entre nosotros —Morrow señaló a la celda en la que estaba Imalá,quien no dejaba de observarlos. Desde esa distancia no era posible que los escuchara, sobre todoen el tono de susurro en el que hablaba Osman. El sheriff decidió imitarlo para minimizar eseriesgo. —No sólo la ejecución de Tom Linney formó parte de las acciones que tomé al asumir, Sr.Osman, la prisionera aquí presente buscaba a Bennet en el salón y tuve la fortuna de cruzármela. Osman se mostró tan interesado como preocupado a la vez. — ¿No es posible que nos escuche?
—No desde aquí. Y si así fuera, no tendrá forma de avisarle a Bennet de nada mientras estéencerrada allí. —Y si puedo ser curioso, ¿bajo qué cargos la tiene encerrada, sheriff? —No necesito que un indio cometa un delito para encerrarlo, pero si le preocupa mucho lediré que dos hombres se batieron a duelo por ella: uno murió, el otro es mi nuevo ayudante —Morrow sonrió, Osman no pudo evitar reconocer el ingenio o la suerte de ese hombre para que sele dieran las cosas a su favor. También pensó que su carácter omnipotente y vanidoso era unflanco que en algún momento podría explotar. —Es usted un hombre muy listo, sheriff. El gobernador no se equivocó al designarlo.¿Cómo piensa hacer que Bennet regrese? Ha matado a su ayudante y tiene a su novia presa perono tenemos modo de que se entere rápido. —Por eso le comentaba lo de mi nuevo ayudante, Sr. Osman. Resultó ser un peón muyfácil de manejar. Lo hice llevar a su madre el cadáver de Tom Linney y luego lo dejé conversarcon la india para que lo pusiera al tanto. Él mismo le llevará el chisme a Bennet, ya va encamino. Osman hizo un nuevo gesto de admiración. —Pero, ¿no cree que lo descubrirán? —No hay nada que descubrir, se fue de aquí convencido de que podía traicionarme. Se veque los ayudantes de sheriff ya no vienen como antes. Osman sonrió con satisfacción, el sheriff Morrow era un completo perverso y eso hizo quelo apreciara más. Imalá había cerrado los ojos mientras permanecía sentada en su celda. Relajó su cuerpo ycuando hubo de escuchar hasta el más pequeño susurro de las aves de la zona, focalizó suatención en la charla de los dos hombres. Y supo con exactitud que no podía permanecer muchomás tiempo allí. Templeton y ella fueron marionetas de aquel hombre maligno una vez más, y seiban sumando las personas que corrían peligro. *** 3 Skah sabía que el jefe Kodai estaría furioso cuando se enterara del viaje de Imalá al pueblo,pero no preveía que tanto, ni que su furia se centrara en él. Había interrumpido sus ceremonialescon el hechicero principal cuando se enteró de que Imalá ya no estaba en el asentamiento. Hacíaunos cuantos días que no la veía, pero la joven era escurridiza y nunca se buscaba ocupacionesque la ubicaran en un mismo lugar. Siempre era difícil localizar a Imalá, su padre lo sabía y lohabía aceptado hacía años. Cuando se enteró de que ella ya no estaba ni allí ni en la periferia,sino que había acudido a buscar a su viejo amor al pueblo del hombre blanco, lamentó no haberestado más al pendiente. —Te dices Brujo del amor y eres un encantador de serpientes, Skah, eres el responsable deque mi hija se haya puesto en peligro, ¿lo reconoces? ¿Reconoces que mi hija está en un lugarhostil en el que cualquiera la mataría sólo por mostrarse? ¿Olvidaste lo que hicieron con nuestrasmujeres cuando estuvimos en guerra? No hay tregua que me haga olvidar eso ¿En qué pensabas,Skah, cuando apañaste su huida? —Jefe Kodai, Imalá está sirviendo a un bien que nos trasciende. Algo superior, inclusomás allá de nuestra tribu. Su unión pasada con Halcón Rojo fue el principio y en algún momento
de sus vidas debía retomarse. La gran serpiente blanca se me ha aparecido, aliada del sol, paradecirme que su némesis, la diabólica serpiente negra, ha encontrado cauce para hacer su mal,para sumir en las sombras a los hombres buenos y justos. Imalá y Halcón Rojo, juntos, puedenimpedirlo. No sé de qué manera, pero si siguen sin que sus caminos se crucen, el mal vencerá. Yaun no lo han logrado. La magia para unirlos que puedo hacer está bloqueada o limitada por algosiniestro y oscuro. —Imalá era sólo una niña tonta cuando apareció en su vida Halcón Rojo. Hoy es una mujerque ha tomado su camino en soledad y de aquel muchacho no sabemos nada desde hace muchossoles. La serpiente diosa de la confusión te ha envenenado para que envíes a mi hija a una muertesegura y que de nada servirá. Mis guerreros me acompañarán a traer a mi hija de regreso. Y queel dios Sol se ampare del hombre blanco que se cruce en mi camino. Skah no supo agregar más a lo dicho por su colérico jefe. Al menos pudo darle un par dedías a Imalá para que intente su cometido. Sólo esperaba que lo haya logrado. *** 4 Hutch Templeton sintió que se ahogaba en un río helado cuando el agua le cubrió la cara yparte del torso, despertándolo de su estado de inconsciencia. Abrió la boca y gritó con fuerza conlos ojos cerrados como si alguien lo fuese a apuñalar. Dolan le tocó el hombro paratranquilizarlo, pero sólo logró espantarlo más. María fue más precisa y le dio una bofetada.Logró que callara de inmediato. —Tranquilo, héroe, estás entre amigos, siempre y cuando demuestres buenas intenciones—dijo Dolan—, ¿qué te sucedió? Templeton abrió los ojos y trató de ver en qué lugar estaba. Luego reparó en susacompañantes. —Los conozco, son de la taberna de Eldmon. —Así es, en El Charco éramos celebridades, hasta que nos exiliaron ¿qué hacías aquí? —Busco… al ex sheriff Bennet. Está en peligro. — ¿Ex sheriff? ¿Desde cuándo? — ¿Cuánto hace que no están en el pueblo? Bueno, quizás haya sido todo un poco rápido,pero Bennet fue destituido por un mensajero del gobernador; un militar llamado Morrow. Colgóal ayudante de Bennet y tiene prisionera a su novia india. María se llevó la mano a la boca. — ¿Colgó al ayudante? ¿A Tom Linney? —Así es, por complicidad con la banda McKenzie. Dolan y María cruzaron miradas, en El Charco la situación era peor de la que esperaban.Dolan tenía muchas preguntas para hacerle a aquel muchacho. — ¿Y tú que haces por aquí? ¿Cómo llegaste a ese estado? —Aguarda —interrumpió, María—. ¿Novia india de Bennet dijiste? ¿De dónde salió eso? —No lo sé, —replicó Hutch—, hay muchas cosas que no sé ni entiendo, pero estoy segurode que Tom no era un criminal y ahora también de que esa chica india en la prisión es inocente yla están usando de cebo para atrapar a Bennet y matarlo. —Chico, ¿el desmayo fue por un golpe en la cabeza?
—No, estoy bien. Fue sólo sueño. —Dolan sabía que no era sólo eso, Templeton habíavisto algo en el bosque, pero no quería hablar de eso—. No estoy delirando. El sheriff Morrowno es una buena persona. Y debo apurarme y seguir mi camino, si me disculpan. Dolan y María volvieron a mirarse mientras el muchacho intentaba subir de nuevo a sucaballo. Dolan suspiró y habló, exponiendo su mejor razonamiento. —Muchacho, aguarda. Nosotros regresábamos al pueblo, pero creíamos que la situaciónera muy distinta. Dices que el ex sheriff está en peligro y que el nuevo es un asesino. Acabamosde ser asaltados y vaciados del botín que custodiábamos. No nos queda nada para entregar ninada por lo cual rendir cuentas. Creo que te ayudaremos a encontrar a Bennet, luego veremosqué tan mala es la situación. ¿Por qué crees que está por esta zona? —Duncan Bennet estaba reclutando hombres para ir tras la banda McKenzie luego delasesinato de la chica Higgins. Se decía que estaba en rebeldía porque ni siquiera había unarecompensa por la banda. Lo cierto es que él, junto al padre de Claire Higgins y un par dehombres más estarían rastrillando la zona. Y además… dudó antes de decir lo que seguía—,Imalá, la chica india, me enseño un par de trucos para rastrearlo. María ya estaba ubicándose en su caballo junto al muchacho. —Muy bien, “Toro Sentado”, será mejor que nos guíes bien. —No tan rápido —dijo Dolan—. ¿Qué hacemos con Clark? —Seguiré hasta el pueblo, señores –dijo el cochero que parecía atento a todo a pesar de suslargos silencios—, no se preocupen por mí. Ya estuvo bien de aventuras. Sólo espero que laaseguradora cubra mis pérdidas con la diligencia. Toda mi vida estaba puesta en eso. ¿Usted seencuentra bien, señor Dolan? —Sí, mi pierna ya obedece y no tira tanto. Necesito algo de comida sustanciosa pararecuperar lo que sangré, pero no estoy mal, gracias. Los caballos son suyos, pero no podemosdevolvérselos ahora. —Claro que no, Sr. Dolan. Si nos vemos en mejores circunstancias hablaremos de eso. Porel momento cuídense. Se despidieron con amabilidad y separaron sus caminos, seguían siendo tres jinetes, peroahora con un objetivo muy definido. —Muchacho… —Llámeme Hutch. Y si estuviésemos en el pueblo le aceptaría solo un “ayudanteTempleton” pero no es el caso. Ya no llevo el cargo con nada parecido al orgullo. —Vaya, vaya, Hutch, eres una caja de sorpresas, ¿también eres bueno con el revólver? —No soy bueno, señor, soy el mejor –respondió con media sonrisa. —Dolan y María se miraron por tercera vez, rebosando de complicidad. Y ahora tambiéncompartiendo algo de esperanza. *** 5 Ni bien cayó la noche, McKenzie ordenó a sus hombres hacer un nuevo campamento.Todos estaban un poco alterados y un tanto desconcertados por la muerte de Murray. Mirabancon recelo a Claire y algunos de ellos no podían creer que la chica lo haya matado sola. Quarrytenía sus dudas. No soportaba demasiado al difunto, pero desde que era miembro de esa pandilla
se había jurado a sí mismo cuidar de las espaldas de cualquiera de sus compañeros. Claire no erauna de ellos y a pesar del extraño parentesco con el jefe no terminaba de cerrarle la explicación.Cuando estuvieron reunidos en torno al fuego, comiendo los pocos frijoles repartidos yrecalentados que les quedaban, no pudo contenerse. — ¿Y bien, Claire, ¿qué pasó allí atrás con Murray? ¿Llegó a metértela al menos? ¿Lodejaste morir contento? Lance rio, el resto miraba fijo a la chica. McKenzie parecía algo irritado. — ¿Qué pasa, vaquero, quieres una historia para poder toquetearte? —dijo Claire. Quarryla miró sin responder, escupió al costado sin contener la bronca—. ¿Quieres intentarlo, quieresprobar si puedes entrar tu cosita en mí? —dijo “cosita” haciendo un mohín, como si de verdadcreyera que el miembro de Quarry fuese insignificante. —Podría probar. —de pronto miró a McKenzie. Disculpe, jefe, pero no le creo. Ni siquieracreo que sea la misma que matamos en aquel granero. La tensión iba creciendo, nadie más decía nada y Lance había dejado de reír como el tontoque parecía siempre. Claire se puso de pie. Levantó una mano y le hizo un gesto a Quarry para que se acercara. —Vamos, Alan, intenta lo que quieras y te mostraré lo que le pasó a tu amigo. Los otros aullaron, aquella era una provocación que no podía ser ignorada. Quarry se pusode pie y se acercó a Claire, hasta llegar a centímetros de su rostro. — ¿Estás segura de esto, pequeña? Tuviste suerte con Murray, pero te aconsejo que no metientes. —Hagas lo que hagas, el arrepentido serás tú. Con gran velocidad, Quarry sacó una navaja de su mano derecha y la colocó en el cuello dela chica, que se quedó inmóvil. — ¿Sigues pensando lo mismo, pequeña? Claire dio un giro aún más rápido para apartarse y tomó el brazo derecho de su rivaltrabándolo con el suyo. La mano de Quarry quedó laxa y la navaja cayó, pero antes de que toqueel suelo, Claire la tomó con sin dejar de ejercer presión sobre su oponente. Inclinó su espalda ydeslizó el cuerpo del hombre por encima suyo y hacia el suelo. Quarry cayó desplomado deespaldas, antes de que pudiese incorporarse, la chica estaba sobre él apoyando la navaja en sumejilla. La deslizó apenas y le hizo un pequeño corte sangrante. —Con esto me recordarás. —dijo guiñándole un ojo. Se puso de pie y volvió a su lugar enla fogata. Quarry se levantó con aire avergonzado. McKenzie lo observaba con semblante dereproche. — ¿Conforme, patán? ¿Disfrutas que te humille una niña? Quarry se sacudió la ropa al mismo tiempo que se daba cuenta de que estaba sangrandoaún de la mejilla. —Sigo sin confiar en ella. —De acuerdo, tú ganas —McKenzie sacó su revólver y le descargó dos disparos. Unoentró en el pecho y el otro en la frente. El bandido cayó con rostro de perplejidad y los ojos bienabiertos. —Claire se sobresaltó. El resto de los hombres se quedó atónito. El viejo enfundó su armay volvió a prestarle atención a su plato. —Saben que apreciaba a ese cabrón. Pero se los avisé. Les dije que, si se metían con ella,luego se las verían conmigo, sin importar cómo salieran. Murray no lo entendió. Quarry
tampoco. Ustedes, bastardos, será mejor que me digan ahora si tienen un problema con mi nietaporque estoy perdiendo la paciencia. Todos negaron con la cabeza. Nadie más dijo nada. Cuando McKenzie se fue a dormir, sushombres tomaron el cuerpo de Quarry y lo llevaron a un costado del campamento para enterrarlo.Lo hicieron sólo superficialmente, colocándole rocas arriba. Luego se fueron a descansar,dispersos en el terreno como para no ser presa fácil y mantener un mínimo de seguridad. A pesarde eso Claire pudo escuchar como el grandote Lance Halsey sollozaba en la oscuridad. *** 6 Bennet organizó una práctica de tiro discreta para ver el estado de sus hombres. Teniendoen cuenta que salvo Charlie y él, el resto eran un poco más que niños, no venía mal un repaso.Sólo un par de tiros bastarían. No podían desperdiciar munición, aunque les habían quitado unascuantas balas a los asaltantes que encontraron en la mina y además se quedaron con el rifle y lasdos pistolas que tenía Allison en el momento en que intentó acabar con su vida. Una vez quehicieron una ronda de disparos con algunas latas y rocas como objetivo, Bennet intercambiómiradas con Charlie Higgins, a ambos les pareció que los hombres mejoraron de manerasustancial. Quizás fuera la presión o el hecho de que hayan asumido la gran responsabilidad queahora les cabía, pero estaban mucho más certeros. —Ya es suficiente, sólo falta que uno que yo sé mejore su puntería con el cuchillo yseremos un equipo mortal —Todos rieron y miraron a Walton que había demostrado antes tenerun pésimo dominio del arma que presumía manejar—. —Estoy en eso, jefe. De pronto escucharon un galope sostenido, al otro lado de donde estaban. Bennet lesordenó que se arrojen al piso en donde estuvieran con sus armas desenfundadas. En cincosegundos se veían sólo pastizales a su alrededor. Duncan y Charlie se escondieron detrás de dosárboles, también con sus armas desenfundadas. Tres caballos aparecieron al trote desde el otrolado de la cantera. Bennet reconoció a María y a Dolan. Luego también identifico al chicoTempleton. Decidió exponerse, sabía que ninguno de los tres era un forajido. Alzó la mano parahacerse ver. Dolan frenó su caballo y el resto hizo lo mismo. — ¡Sheriff Bennet! ¡A usted lo buscaba! —grito Templeton con entusiasmo—. Tengo unmensaje urgente. Los tres bajaron de su caballo. Bennet hizo una señal y sus hombres se incorporaron.Algunos aun apuntaban a los recién llegados. —Bajen sus armas, conozco a esta gente. Dolan bajó rengueando, extendió su mano a Bennet y este se la estrechó. Miró la herida enel hombro y la señaló. —Parece que la vida ya no es tan segura fuera del pueblo, Sr. Bennet. —Usted lo ha dicho, Sr. Dolan. Ustedes también han tenido unos días un tanto movidos,por lo que se ve. —Ni lo diga, ¿ya conocía a María Espinoza y a Hutch Templeton? —Sólo de vista, un placer conocerlos. Señor Templeton, decía que tenía algo para mí. —Sí, señor. Usted está en peligro. Y el pueblo mismo, en este momento, está bajo laautoridad de un asesino.
Bennet los invitó a que se pusiesen cómodos. Como seguían bordeando un arroyo, todosaprovecharon para refrescarse. Templeton le contó sobre la muerte de Tom Linney y lo quepensaba su madre al respecto. Lamentó mucho no haber podido acudir a ayudar al chico antes,pero tampoco creyó que corría un real peligro de muerte. Luego María y Dolan lo pusieron altanto de lo sucedido con la diligencia. Le contaron que creían que los responsables serían de labanda de McKenzie hasta que los encontraron y cayeron en la cuenta de que ellos no tuvieronnada que ver. Bennet se los confirmó cuando les dijo que encontró a los autores y se loconfesaron. También los puso al tanto del atentado a cargo del jefe de la pandilla, Allison, y derevelador su final. Todo era fluir de información hasta que María mencionó a Claire, en el mismomomento en que cayó en la cuenta de que su padre estaba presente. *** 7 El jefe Kodai llegó cabalgando con dos de sus hombres hasta la puerta de la oficina delsheriff. Si bien llevaba tanto su arco como un rifle de repetición, esperaba poder ubicar a su hijaen ese lugar sin que medie el menor conflicto. No le gustaba visitar al hombre blanco. Susdisputas y batallas habían quedado en parte en el pasado y muchas de ellas se solucionaroncuando la mina dejó de operar en la zona. El Charco era un pueblo con muy pocos residentes,que vivían de la ganadería, agricultura y de un pequeño circuito comercial que no tenía entre susplanes la expansión que fuese a molestar a la población apache más cercana, como lo era la suya. Desmontó y ordenó a sus hombres que aguarden atentos sólo con una señal. Kodai hablabala lengua del hombre blanco casi desde que aprendió la suya propia. De niño había pasado porvarios enfrentamientos entre su tribu y los ejércitos americanos y allí aprendió que no todos loshombres de piel blanca eran iguales. Quizás sus valores y creencias fuesen muy diferentes a lossuyos, pero varias personas de corazón noble pasaron por la vida de Kodai y por esa mismarazón acogió a Halcón Rojo cuando en su momento necesitó ayuda. A pesar de lo que su hijahabía sufrido luego de su partida, jamás se arrepintió de haberlo hecho, Halcón Rojo o DuncanBennet como lo conocían allí, era un buen hombre. Sólo esperaba que toda aquella parte de lahistoria no le costase la vida de su propia hija. Cuando ingresó, vio la estancia vacía hasta que la voz familiar le hizo recorrer unescalofrío. — ¡Padre! Kodai no dejó de prestar atención a su entorno, el sheriff aún no había aparecido, pero elhecho de que Imalá esté encerrada lo convertía en su enemigo sin reparos. Se acercó a la celdacon sigilo. —Hija, ¿qué te han hecho? ¿Por qué estás aquí? — ¡Por favor, debes irte, corres peligro! —No importa que hayas hecho, vendrás conmigo si quien te encerró no pretende queentremos en guerra —Kodai apretaba los dientes y los puños mientras hablaba. No estabaenojado con su hija sino con su captor. El sheriff Morrow salió del cuarto contiguo. —Buenas tardes, jefe. ¿A qué debo su visita? Kodai se giró mirándolo con los ojos desorbitados. Su furia era tan evidente comocontenida.
—Libere a mi hija ya mismo, si no quiere que esta oficina arda en llamas con usted dentro.Y luego queme a todo el pueblo y a su gente. —Jefe… ¿me dice su nombre por favor? —Soy el Jefe Kodai, padre de Imalá y líder la tribu apache que rodea a su pueblo. Noquerrá que se rompa esta convivencia de años entre su gente y la nuestra. —Claro que no, pero aquí tenemos leyes. Y su hija las ha infringido —Kodai miró a lachica que no quiso hacer ningún gesto, conocía a su padre y sabía que, si ella negaba los cargos,era probable que él matara al sheriff allí mismo y con sus propias manos—. Provocó una disputaentre dos hombres y uno de ellos terminó muerto en un duelo. Eso a poco de llegar y sin teneralojamiento. La ubiqué aquí por seguridad, por la suya y la de mis ciudadanos. No queríamosque la situación empeore. El jefe indio volvió a mirar a Imalá, no podía creer eso. Ella susurró. —Padre, será mejor que te retires, nada me pasará. —Libérela, se irá conmigo a mi tribu y dejará de ser un problema para usted. Y al contrariode lo que dije antes, olvidaré este incidente. Morrow negó con la cabeza. —Ojalá fuese tan fácil, sheriff. Tomaré su pedido de liberación y lo enviaré al gobernador.Diré en él que usted se hace responsable por la buena conducta de la chica al menos hasta salirde El Charco. Ni bien regrese mi ayudante lo mandaré a la terminal de telégrafos para que lohaga. El gobernador analizará su caso y créame que en un par de días estará todo resuelto y elincidente superado. Y desde ya, su hija en camino a casa. Imalá sabía que Morrow quería retenerla lo más posible para “pescar” a Bennet y podereliminarlo en un eventual rescate. Pero las cosas habían empeorado mucho con la visita de supadre, él no se quedaría de brazos cruzados, ni permitiría que siga encerrada. Kodai se acercóhacia Morrow, que siendo alto quedaba dos cabezas por debajo del indio. —Última oportunidad, sheriff, entrégueme a mi hija ahora o regresaré para que lo lamente. —Lo lamento ahora mismo, ni usted ni yo estamos por encima de la ley. Aguarde un parde días y la chica estará libre. Kodai permaneció en silencio, mirando sin pestañear a su rival. Se retiró sin que mediepalabra. Tampoco miró a su hija, no podía dejar que nada lo distraiga de lo que debía hacer.Montó su caballo y dijo al hombre a su lado: —Imalá está prisionera y se niegan a entregarla. La tregua ha terminado. *** 8 Morrow se aflojó ni bien el gigante apache se retiró de su oficina. Miró a la india y vio quecompartía la furia de su padre, sólo que ella también albergaba en su mirada preocupación. —Es hombre muerto, sheriff, no debió provocar así a mi padre. —Todos moriremos alguna vez. Fue extraño que no desmientas los cargos por los cuales sete mantiene encerrada, ¿acaso estás de acuerdo? —Sólo estaba prolongándole la vida, si yo decía que sus palabras eran pura mentira, mipadre le hubiese arrancado el espinazo con sus propias manos. Y no es un juego de palabras, lohe visto hacerlo por mucho menos de lo que usted nos está provocando. Morrow se acercó a la celda. Se veía demasiado tranquilo para la situación.
—Tienes que valorar lo bien que se te ha tratado aquí. Estaban a punto de violarte en eseantro y te traje a un lugar al que nadie te puede tocar. Yo mismo he sido un caballero contigo yno me he propasado de ningún modo, ¿no crees que estás siendo injusta? —Sé lo que pretende, quiere usarme de rehén para que Bennet venga a rescatarme y puedamatarlo, no tiene que hacerse el bueno conmigo, veo la clase de porquería que es. —Como quieras. — ¿Qué hay de su ayudante? Ese pedante que quiso propasarse conmigo en el salón y lopremió con el puesto. Desde ayer que no lo veo. Morrow sonrió con satisfacción. —Tengo que reconocer que te debo mucho la ayuda que me has dado con él. Es probableque haya encontrado a Bennet y le haya dado tu mensaje. Como le dije al Sr. Osman, es difícilencontrar un buen ayudante. Imalá se derrumbó y lloró en silencio. El sheriff los había manipulado a ella y a Hutch paraque lograran traer a Bennet. Lo que sería un asalto sorpresa se convertiría en una emboscada. Yya no tenía forma de evitar nada de lo que pase, sea a Bennet o a su propio padre. Un soldado entro a la oficina, llevaba un uniforme del ejército idéntico al del sheriff. Hizoel saludo militar y bajó el brazo en cuanto Morrow le ordenó que descanse. —Capitán, Lorre, señor, acabo de llegar con mis hombres, permiso para descansar delviaje. —De acuerdo, pero no se relajen demasiado, capitán, lleve a sus hombres al hotel de la otracalle y pida alojamiento para todos bajo mi solicitud. Tómese una hora y repórtese para recibirórdenes. Estamos a punto de recibir un ataque indio. El hombre pareció confundido. Era joven y lucia más ingenuo que Morrow. —Perdón, señor, ¿dijo indios? Creí que en la región no había conflictos. Morrow señaló a la celda, Lorre abrió la boca en señal de comprensión. —El jefe apache es el padre de esta mujer. No está dispuesto a esperar que el gobernador ladeje en libertad para recuperarla. No podemos permitirlo. —De acuerdo, señor, en una hora estaremos de regreso. El capitán se retiró y Morrow hizo lo propio, Imalá subió a su catre y espió por la ventana,pudo ver a una cincuentena de hombres marchando hacia la calle principal. No se le ocurrió dequé otro modo la situación podría empeorar. *** 9 El jefe Kodai pidió al hechicero que inicie el ceremonial para que sus hombres seanprotegidos por los dioses de la guerra. Lootah no podía ocultar su excitación, ansiaba quehubiese enfrentamientos que propiciaran que pueda demostrar su poder. Creía con firmeza que ladiosa serpiente estaba de su lado y que su fuerza letal guiaría a sus hombres hacia una victoriasegura, sea contra quien fuese la lucha. Una vez que hizo el rito, dio de beber a cada guerrero unbrebaje a base de mezcal que acababa de preparar. Algunos de los indios no pudieron contener lamueca de disgusto por el sabor amargo y la textura espesa de la preparación. Todos ellos ibanpintados para la guerra y tenían pecheras protectoras, arcos y un surtido de rifles y escopetascuya heterogeneidad respondía a distintos momentos en los que le fueron arrebatados al hombre
blanco. Habían aprendido a usarlas, mantenerlas y cargarlas como si las hubiesen fabricado ellosmismos. —Ya están listos, gran jefe Kodai. Su puño valeroso puede guiarlos hacia la victoria, y arecuperar a nuestra princesa Imalá de las garras del hombre blanco. Kodai bebió una vez más del brebaje, aunque el hechicero no se lo pidiera. Luego lanzó ungrito de guerra que fue imitado por sus hombres. —Mis valientes guerreros, algunos de ustedes no sobrevivirán, soy consciente de eso, perose perpetuarán en la memoria de nuestra Imalá, que los llevará por siempre en su corazón. Hoyvolvemos a pelear, pero no sólo por ella, sino por la provocación del hombre blanco que vuelve aintentar avanzar sobre nuestro pueblo. No podemos ser tan inocentes para creer que Imalá es lacausa de su afrenta, la usan de excusa para provocarnos y han tenido éxito. No podemos hacerotra cosa que actuar. ¿Están conmigo? Los hombres lo vitorearon y levantaron sus armas. Eran una cincuentena, más de la mitadde los que estaban en condiciones de luchar. Si bien la aldea de Kodai se había independizado dela de Gerónimo hacía muchos años, el hecho de que no hayan tenido mayores enfrentamientoslos había diezmado en su potencial bélico. Muchos de los hombres que lo acompañarían nisiquiera se habían enfrentado a un hombre blanco en un incidente aislado. Kodai montó a sucaballo, blanco y de largo pelaje como el de su hija Imalá y lideró a la tropa. *** 10 Claire y McKenzie fueron los primeros en despertar a la mañana y por un rato quedaronsolos frente al fuego, que la chica avivó para calentar un poco de té. Si bien su abuelo se habíamostrado más que dispuesto a apoyarla, había sido esquivo con ella y casi no la miraba a losojos. — ¿No tienes ninguna pregunta para hacerme? McKenzie sonrió, un poco sorprendido. —Niña, eres una puta pregunta caminando, ¿de qué me hablas? Fuiste clara cuando dijisteque nadie debía hacértelas. —Lo sé. Pero ahora dos de tus hombres han muerto por mi culpa y… —No lo hagas, no te culpes. Al primero le diste su merecido y del segundo me encarguéporque no supo respetar una advertencia. —De acuerdo. Pero creo que te has ganado que te cuente algunas cosas. — ¿Qué me lo he ganado? Mira que tienes cara de piedra… ¿Vas a contarme como es quesobreviviste, acaso? Porque sigo sin creer que eres un fantasma. —No es de eso que quiero hablar, fundamentalmente porque no lo tengo claro. Quierodecirte que lo que buscamos no es un mapa. — ¿Te refieres al cristal del camafeo? —Así es. Nunca ha sido un mapa del tesoro. Es algo mucho más grande, pero sin valoreconómico. Al menos no en los términos en los que se generó. McKenzie se tomó la cabeza, hasta ahora fue todo pérdida y no había modo de que esachica que decía ser su nieta le diera algo sustancioso. — ¿Cómo puedes saber eso? La misma mujer del orfebre me dijo que ocultaba un tesoro.
—Hay dos posibilidades para eso: que su esposo no le haya dicho de lo que realmente setrataba, o que hayas entendido mal. Quizás te dijo “algo de un valor incalculable” y sólo pensasteen monedas de oro. Y no todo es dinero en la vida. Hubiese convenido que aclares tus dudasantes de matarlos, ¿verdad? — ¿Vas a sermonearme? ¿Acaso pretendes reformarme a mi edad? —No, no soy tan ingenua. —Entonces deja de engañarme y dime que es esa cosa y porqué habría de interesarme. Claire dejó su jarro abollado junto al fuego y se puso de pie, necesitaba mostrar ladimensión de aquello con más expresividad. —Suponte que soy la muestra viviente de que algo nos trasciende, que se me ha devuelto aeste mundo para que los hombres vean que hay algo más allá de sus vidas mezquinas y lucha porel poder. —Pues para mí no tiene sentido, eres como un accidente que me está costando mucho. —Pero que te salvó la vida y te reveló la existencia de una nieta, ¿ni siquiera eso puedesver? —El viejo guardó silencio, su desparpajo para descartar las cosas que no le servían tenía unlímite. Y era la primera vez que la chica le hablaba con total sinceridad, al menos en apariencia. —Sigue. —No sólo aparecí viva sino con mucha información que no sabes de donde saqué. Yotampoco lo sé, pero la tengo y la utilizo para llegar a un punto en concreto. Lo del camafeo esuna prueba más, cuando desperté supe que debía rescatarte de la horca y pedirte que me ayudes aasaltar la diligencia. Lo primero se dio, lo segundo no, pero de un modo u otro, el camafeo acabóen mis manos, ¿no es eso al menos raro? —Mucho, debo reconocerlo. Pero ¿tú sabías que esa cosa no tenía valor desde antes o loentiendes ahora? Claire resopló con impaciencia. —El que debe entender eres tú, el valor que tenga esto es otro al que pretendes, pero nocarece de él. De hecho, mira a ese pobre diablo al que mataste porque me faltó el respeto, ¿dequé le sirve el dinero que robó hasta hoy en esa tumba? —De acuerdo, ya lo entendí. El dinero no lo es todo, sólo tienes que demostrarme de quesirve llegar al centro de eso que dices es tan importante. Porque lamentablemente, tusinformantes del más allá te dieron la información incompleta. —Porque es evidente que debemos aprender algo en el camino. —No recuerdo que tu madre fuese tan mística. —No recuerdas a mi madre, porque apenas si la conociste. Por alguna razón a McKenzie le dolió el golpe bajo y dio por terminada la charla. —Es hora de ponerse en marcha. No sé a dónde nos llevará esto, pero espero que setermine de una vez para seguir haciendo dinero, porque de los misterios no se vive. Con dos hombres menos, la banda McKenzie adaptada a los designios de su nuevaintegrante, montaron en silencio y abandonaron su último campamento antes de regresar a laciudad. *** 11 Charlie Bennet no daba crédito a lo que acababa de escuchar.
—Señorita, no la conozco, pero le pido por favor que no juegue con eso. Yo mismo enterréa mi hija, lo hice con mis propias manos. No es justo que alguien juegue con su memoria. —Lo entiendo, señor, pero no hay otra forma de decirle esto. Ella se presentó como Claire,yo no la conocía, pero Dolan… —No lo sé, María, realmente la vi sólo un par de veces y de lejos. Ni siquiera conocía alseñor Higgins, pude equivocarme. María trató de entender por qué su compañero se estaba desdiciendo, estuvieron variashoras con esa mujer y nunca pareció dudar de que fuese Claire. Si hasta recordaba ese discursoseductor que intentaba que la chica se conmoviera a su favor. Luego prestó atención a comoDolan la fulminaba con la mirada y cayó en la cuenta de que no quería dañar al pobre CharlieHiggins con cosas que escapaban a la comprensión de todos los presentes. —De acuerdo, lo siento —dijo María—, quizás se trate de una usurpadora, no tenemosderecho a decir que de verdad se trate de ella. Disculpe señor Higgins. Charlie se limitó a mirar hacia abajo. Bennet se sentía tan incómodo como desconcertado,al igual que sus hombres. Formaron un equipo de justicieros que ni siquiera tuvieron oportunidadde comenzar a actuar y ahora se enteraban de que la víctima a la que estaban intentando vengarestaría viva y cabalgando junto a sus asesinos. —Llegaremos a la verdad de esto, pero tenemos algo de que ocuparnos antes —dijoBennet—. Aquí el señor Templeton nos ha dado la terrible noticia de la ejecución de TomLinney. Tom era ayudante desde antes de que Reginald Bennet, mi abuelo, me nombrara sheriff.Nunca tuve dudas sobre su inocencia. Era un hombre de bien y con buena voluntad. Fue mi pilary consejero, alguien en quien podía confiar siempre —miró hacia abajo, María podía intuir quesus ojos se habían humedecido—. Y lo mataron. No sé si sólo Morrow haya sido el responsable,pero lo averiguaremos. Por otra parte, sospecho que Osman, quizás su jefe el banquero y sindudas el gobernador a quien no le conocemos el rostro porque no ha venido a El Charco a dar lacara, estén detrás de esto. —puso la mano en el hombro de Charlie Higgins—. Mi amigo merecesaber lo que pasó con su hija, y no cesaremos en buscar la verdad. Pero El Charco nos necesita ydebemos ayudar a que vuelva a ser el lugar justo que se merecen sus habitantes. Si estánconmigo, les propongo derrocar de inmediato al tirano Morrow y restablecer el orden para podernegociar con el gobernador sobre las próximas elecciones. Es probable que nos estén esperando,pero seguimos pudiendo elegir el momento en el que ataquemos. Somos pocos y mal armados.Morrow debe haberse rodeado de un ejército así que las posibilidades que tenemos siguen siendomínimas, por eso mismo no puedo obligarlos a que me sigan. Si alguien decide abandonar elequipo, este es el momento. —Pues yo me sumo —dijo con entusiasmo Templeton. —El Sr. Dolan y yo estamos dentro —añadió María descontando la voluntad positiva de sucompañero. — ¿Desde cuándo nos hemos casado para que ya no tenga poder de decisión? —susurróNick en su oído, provocando una sonrisa. Bennet asintió satisfecho. Sus hombres no se levantaron ni hicieron gesto alguno, quizásaún conmocionados por la noticia de la reaparición fantasmal de Claire. Al final, Don Williamstomó la palabra. —Como usted dijo, jefe, nuestro objetivo era vengar a Claire, Charlie lo sigue mereciendopase lo que pase. Pero nuestro hogar está en peligro y es hora de que nos ocupemos. Sé que miscompañeros y yo seguimos siendo fieles a sus órdenes —Todos asintieron, Duncan también lohizo, agradecido.
—Jefe, debo decirle algo antes. Quizás traicione a alguien, pero no puedo callarlo más. — ¿Qué pasa, señor Templeton? —La persona que me decidió a que venga a buscarlo, usted la conoce y está prisionera, enla cárcel del sheriff. Me pidió que no se lo diga para no presionarlo aún más. — ¿De quién hablas? —Se trata de la chica india, Imalá. Su… novia. *** 12 La calle principal amaneció ese día sin diferencias notables, a excepción de la presenciamilitar. Los hombres de Morrow habían llegado el día anterior, se habían registrado en el HotelCentennial, regresado a la oficina del sheriff, vuelto a dormir y ahora iban de nuevo a la oficina.Hacía rato que el pueblo no tenía tanta presencia armada, en los tiempos de Duncan Bennet, unavez que se desplazó a los mineros la paz reinó y la violencia era un tema aislado, solo presente enalgunos borrachos sin remedio que la taberna de Eldmon no podía contener. Ahora todo parecíaestar cambiando, se comentaba que Duncan Bennet estaba prófugo, que la india que el nuevosheriff mantenía prisionera era su novia y que esto era motivo de un enfrentamiento inminente.Pero pocos pensaban en la violencia que podía desatarse, la realidad que la actividad económicade El Charco era más bien escasa y si bien nadie moría de hambre podían hacerlo deaburrimiento. Las chicas del salón no podían dejar de coquetear con los soldados recién llegadosy recibían constantes llamados de atención de Eldmon sobre los servicios que pudieran dar sincobrarles. El pelotón marchó por el medio de manera distendida, pero al aproximarse a la oficina delsheriff se dispusieron en formación. Morrow tenía fama de ser muy severo y cultor de ladisciplina más rígida. Al llegar, el capitán Lorre encontró al sheriff esperando en posición defirme. —Capitán Lorre, espero que usted y sus hombres hayan descansado lo suficiente, será unajornada difícil la de hoy. —Preparados para la acción, señor. —De acuerdo, ordene a la mitad de sus hombres que se aposten entre la terraza de esteedificio, en el tanque de agua y en los tejados de las primeras casas de la calle principal. Quealgunos también se ubiquen a los costados del único paso por el que pueden llegar los apaches.Yo saldré en un rato con la prisionera, me iré por detrás y la ocultaré en otro lugar paraprotegerla del rescate. Lorre asintió y salió a preparar a sus hombres. Morrow desenfundó su revólver y abrió lacelda apuntándole a Imalá, que seguía tan furiosa pero ahora le sumaba el desconcierto a su listade sentimientos. Le ató las manos y la tomó del brazo para sacarla por la parte posterior deledificio en el que aguardaban dos caballos, el suyo y el de la propia Imalá. Cuando ella se acercóel animal la saludo con un relincho y comenzó a acariciarla con el hocico. Morrow la apuró paraque suba. El sheriff tomó las riendas de ambos caballos y comenzó a cabalgar por detrás de lacalle hacia el banco, por donde nadie los observaba. —Mi padre lo matará. Morrow sonrió.
—Compórtate como la mujer que eres. Tu padre y yo estamos listos para el combate,siempre. La muerte es una posibilidad que no se niega en esas circunstancias. —Entonces es egoísta, la guerra entre pueblos volverá y usted quizás ni siquiera vea eldesastre que ha iniciado. Morirá mucha de mi gente y quizás la mayor parte de este pueblo poralgo que no entiendo. —No te preocupes; si sobrevives, lo entenderás. Siguieron cabalgando en silencio hasta el edificio del banco y se detuvieron en la partetrasera de la residencia del banquero Hanke. La puerta se abrió y apareció Osman, haciendogestos para indicarles que se apuren. —Por aquí, sheriff. Ellison Hanke viajó a entrevistarse con el gobernador. Me dejó alcuidado de su residencia así que su huésped estará seguro, aquí. Imalá sonrió mostrando todos sus dientes al ayudante. —Usted también morirá. Si no lo hace mi padre, yo misma me encargaré de quitarle lalengua. Osman tragó saliva, no era un hombre de acción a quienes no le afecten ese tipo deamenazas, sobre todo viniendo de una apache furiosa. Decidió no contestarle y dejarlos pasarseñalándoles el camino. A lo lejos, en el monte más cercano dos hombres observaban la maniobra, el que vestía denegro le pasó los binoculares al otro. —Le dije que allí estaba, Jefe. Imalá apareció en la lente, entrando en la casa contigua al banco. Ni la furia ni su aspectodescuidado luego de esa amarga estancia en la celda opacaban su belleza para su observador.Tenía si, otra expresión en su mirada y en sus rasgos que ahora parecían más endurecidos ytemerarios, producto de los años transcurridos. Bennet sintió como su corazón palpitaba con másfuerza. Amaba a esa mujer como en el mismo día en que la conoció, pero debía impedir que esose convierta en su debilidad. — ¿Quiere que los sorprendamos ahora, jefe? —dijo Templeton, entusiasta como siempre—. Sabe que incluso desde aquí puedo darle al maldito en la cabeza. —No. Has visto la cantidad de hombres que han plantado. Tienen un capitán al queseguirán, aunque Morrow muera. Tenemos que saber bien para que se están preparando antes deatacar. —De repente, mientras observaba, Duncan tuvo una revelación—. No tiene prisionera aImalá sólo por mí. Quiere que la tribu venga a rescatarla. Quiere eliminar a los apaches de lazona para poder reinstalar la mina. — ¿Por qué piensa eso, jefe? ¿Cómo se enterarían que ella está prisionera? —No lo sé, pero ya viste la cantidad de hombres que hay en los techos. No están allí pornosotros, no somos tan peligrosos para Morrow por más que quiera quitarme del camino. Loimportante es tener una excusa para sacarse de encima a los apaches del jefe Kodai, si es quesigue con vida. Vámonos, debemos ir a la tribu y advertirles. — ¿Quiere que vayamos a ver a los apaches? No… no estoy seguro de que nos vayan arecibir muy bien. —No te preocupes por eso, son mejores que nosotros te lo aseguro. Sólo trata de noencabronarlos. Con todo cuidado, ambos retrocedieron hacia donde estaban sus caballos y regresaron, unavez que Morrow, Imalá y Osman habían ingresado a esa casa. A unas pocas yardas los esperabael resto, sin haber desmontado. A Dolan comenzaba a dolerle la pierna demasiado, pero noquería quejarse. Hubiese dado lo que fuera por pasar por la botica a buscar algo que lo ayudara a
soportar su dolor, pero sabía que se exponía demasiado si lo hacía. Rogaba que Bennet hayavisto algo que los ayudara a definir su siguiente paso. —Señores, tenemos tiempo escaso para evitar una guerra. Y si no podemos, no nosquedará otra alternativa que meternos de lleno en ella.
CAPÍTULO 6 — HEREDEROS 1 Ellison Hanke se acomodó en el asiento de la diligencia como pudo y pensando que erabastante incómoda por tratarse de un coche de lujo. Siempre que se veía obligado a desplazarsede esa manera terminaba con su espalda hecha trizas. Como no quería aburrirse en el viaje lepidió a su amigo Eldmon un favor especial: que dejara que la ampulosa Beth lo acompañe en suviaje, que no duraría más de tres o cuatro días. Eldmon se puso un tanto incómodo, había perdidoa dos de sus empleados en el incidente del atraco y ahora la chica más codiciada de su salón severía también afectada por las bajas gracias a un capricho del banquero. Antes de que pudieraprotestar, Hanke le puso una buena cantidad de billetes en la mesa y con eso se terminaron lasposibilidades de discusión. Poco importaba que el dueño del antro debiera contratar a másmujeres con urgencia, sobre todo con la milicia dando vueltas que se había tornado muydemandante. Hanke viajaba a ver al gobernador a pedido del propio mandatario, pero no sabíacon certeza cuál era el tema por el que se lo requería. Miró a Beth que, como de costumbre, sóloparecía estar a gusto cuando él se dirigía hacia ella. Le resultaba un tanto irritante que nodisimulara que su complacencia no tenía más motivación que el dinero recibido. Claro que erauna prostituta de alquiler, pero por lo que le pagaba podía esforzarse un poco más en disimularlo. — ¿Estás cómoda, querida? Beth dejó de mirar el paisaje y le dirigió una sonrisa fingida. —De maravillas, Ellison, es un hermoso páramo. Bastante monótono, pero tiene suencanto. —Bien, disfrútalo. Podría decirse que te he ascendido, ya eres toda una dama de compañía. — ¿Y no me lo merecía? Hanke sonrió. —Por supuesto. ¿Qué te parece si jugamos un poco? Falta mucho para que lleguemos ynecesito que mi sangre se acumule dónde debe y le dé descanso a mi cabeza, ¿qué dices? Beth lo miró con gesto de negociación. —Mano y boca, no te daré nada más en este ambiente movedizo para que me terminesmatando con tu… cosa. —Lo que tú digas, princesa. Por mí está bien. Beth se acomodó el cabello hacia atrás y se arrodilló entre las piernas de Hanke. Lo mirócon picardía mientras le iba desabrochando el pantalón con delicadeza. Él comenzó a respirarprofundo. En ese estado de excitación el banquero no percibió que los caballos de la diligenciaparecían tomar cada vez más velocidad. Mucho menos podía escuchar el galope de otros quevenían por detrás, en fila para no ser descubiertos. Tres apaches del ejército de Kodai habían sidoenviados por su jefe para interceptar el carruaje y estaban a punto de conseguirlo. El más alto deellos, que se acercaba más rápido, saltó desde su caballo a la parte superior. Pasó por el techoesquivando las valijas y llegó hasta el cochero que, al no detectarlo, siguió conduciendo ydándole la espalda. El indio sacó su cuchillo de la cintura, aferró la cabeza del hombre con suotro brazo y lo degolló con un corte rápido y profundo. El cochero comenzó a bambolearsemientras perdía sangre a borbotones. El atacante desplazó el cuerpo para acomodarse, pero lo
dejó apenas apoyado en su asiento, mientras tomaba las riendas para que los caballos no sedesboquen. El segundo de los jinetes furtivos siguió el mismo camino, pero se detuvo a mitad deltecho. Cuando el tercero estuvo también aferrado al soporte trasero de la diligencia, el que estabasobre el techo asomó su cabeza por la ventanilla. Vio al banquero con los ojos cerrados y la bocaabierta y a la mujer que estaba sumergida y concentrada en su entrepierna. No pudo dejar de reírcon un gruñido, que provocó que Hanke abriera los ojos y gritara. El banquero quiso tomar surevólver, pero no lo encontró tanteando a su alrededor. El indio tomó la cabeza de la mujer por lacabellera y la despegó de su tarea, arrastrándola hacia la puerta. Ella gritó del dolor y no pudoevitar caer rodando con su torso desnudo en el camino áspero y pedregoso. El cochero improvisado que tiraba de los caballos al fin logró detener el carruaje. Dijo algoen apache mescalero que Hanke no supo interpretar. El otro respondió desde atrás y el que habíaarrojado a Beth de la diligencia giró para sumarse a la conversación. En ese momento Ellisonencontró el revolver en el piso, lo tomó y lo descargó sobre el hombro del atacante que tenía máscerca. El conductor pegó el salto para ayudarlo, pero casi recibe el segundo balazo. El terceropudo meterse por el otro lado del carruaje y quitarle el arma. Cuando estaba a punto de clavarlesu navaja, el apache herido que aún yacía en el piso le ordenó algo y su compañero desistió. Ensu lugar arrastró al banquero tomándolo del cabello hacia fuera de la diligencia y le puso el piesobre la cabeza para que no la pudiese levantar. Beth se había incorporado, tenía el rostro desfigurado y marcas y sangre por todo su torsoUno de sus pechos sangraba de un corte feo. Comenzó a caminar despacio hacia el ladocontrario, intentando escapar sin ser vista. El apache en el asiento del cochero tomó su arco yapuntó hacia ella. La flecha se incrustó en la parte posterior de su cabeza y la hizo caer derodillas, hasta que terminó siendo un horroroso cadáver tendido en el asfalto. Al fin entre los tresindios tomaron a Hanke, lo montaron en uno de los caballos de la diligencia, y se lo llevaron. *** 2 Enoch Hays saltó del vagón del tren con ganas de besar el suelo, ya estaba fastidiado por ellargo viaje y de su compañera de asiento que no hacía más que cotillear sobre cosas que a élpoco le interesaban. La mujer, de edad intermedia y aspecto muy agradable, lo había abordadodesde que subió con una charla superflua que en principio le cayó bien y a los pocos minutoscomenzó a alienarlo. A mitad de camino él sacó un libro como para dar a entender que sesumergiría en la lectura y necesitaría concentración, pero la mujer seguía haciendo observacionessobre su propio material de lectura. No le gustaba ser descortés, pero representaba la imagen vivadel incordio. Se despidió de ella antes de bajar y de todos modos lo siguió hasta dentro de laplataforma. —Señor, realmente me ha caído muy bien —dijo como si él hubiese respondido conentusiasmo a alguno de sus comentarios—. ¿Se quedará por aquí un tiempo? —Estoy de paso en San Antonio, madame. Tengo un asunto que atender al sur de aquí. Ysaldré de inmediato —La mujer no disimuló su decepción—. Perfecto, fue un placer conocerlo,entonces. Hays no quiso terminar pareciéndole descortés. Después de todo había hecho lo posiblepara evadirla sin ser grosero y no quería que ella se quedara con esa imagen.
—Aguarde, le daré una tarjeta —buscó en su bolsillo derecho y sacó un pequeño cartóncolor madera con letras en relieve doradas, extendiéndoselo. En él se leía “ENOCH W. HAYS”INVESTIGADOR CIENTÍFICO — AGENCIA PINKERTON” y debajo en letra más pequeñasu dirección postal. — ¡Vaya, que profesión excitante! Quizás pueda escribirle y si tiene tiempo, meresponderá con la narración de alguna de sus aventuras. —Claro que sí, madame, “sólo para sus ojos” —respondió con un guiño. La mujer parecióderretirse en la mirada que le dedicó. Ahora, menos fastidiado, pensó que ella no estaba nadamal, le agradaba a la vista, pero su insistencia en el parloteo la ubicaba al límite de lainsoportabilidad. Imaginó lo difícil de tratar que sería una vez establecida cierta confianza. Al margen de eso, le dio la tarjeta porque no tenía razones para ocultar su profesión. Sibien Allan Pinkerton y su agencia se dedicaban al espionaje y habían estrechado vínculosformales con el gobierno luego de la guerra al favorecer a la Unión, Hays se abocaba a otro tipode investigaciones menos sensibles de ser expuestas. Era un científico que trabajaba rebatiendoteorías de naturaleza inexplicable: milagros religiosos, apariciones fantasmales, monstruos,brujas, hechizos y un largo etc. en supersticiones. Residía en la ciudad de Austin, pero viajabacada vez que se lo requería a cualquier lugar que estuviese a su alcance. — ¿Y la señora Hays está de acuerdo con su vida aventurera? Enoch sonrió ante la pregunta tan poco sutil. —No hay señora Hays que pueda lidiar con eso, madame —Le tomó la mano y se la besó,se permitió el jugueteo por la gracia de saber que no la vería nunca más y le divirtió creer que,con la intensidad emocional que exhibía esa mujer, fuese probable que le haya roto el corazóncon ese único gesto. —Escríbame, seguro tendré algo para contarle en mi respuesta y serámaterial de primera mano. Se alejó hacia el hall central de la estación, en donde lo esperaría su cochero. No loconocía, pero seguro se haría identificar. Sólo esperaba que el carruaje fuese cómodo. Nadie a la vista. Extrajo su reloj de cadena, regalo del propio Pinkerton para sucumpleaños e inseparable compañero de viaje, y al ver la hora se extrañó de la ausencia de quiendebía recibirlo. Se sentaría a esperarlo, quizás leyendo lo que no pudo en el tren. Sacó su libro,pero a los pocos segundos tuvo una nueva interrupción. — ¿Señor Hays? —dijo un hombre con un tono de voz muy cordial. Enoch levantó lavista, se trataba de un sujeto calvo como de cincuenta años y mediana estatura que llevaba puestoun traje impecable, recién planchado, y zapatos negros tan brillosos que por poco reflejaban lacúpula de la estación. En sus manos traía un sobre. Pudo intuir que no se trataba de su cochero. —El mismo, señor. ¿Y cómo es que me conoce? —El hombre se sentó a su lado, señal deque no quería seguir llamando la atención con una charla a boca de jarro. —Vengo de la agencia. Sé que está en medio de otro tema, pero hay algo que debe atendercon mayor urgencia. Enoch lo miró extrañado, en el directorio sabían a que se dedicaba y que por eso mismo norecibía presiones políticas o casos que no incluyeran elementos sobrenaturales. Si era urgente,Pinkerton no querría otra cosa que derivarlo a una misión de espionaje, liso y llano. —En su momento dejé bien establecido que no soy un espía, señor… ¿cómo es su nombre? —Matt Lawrence —respondió con automatismo—, pero no se preocupe, no es para tareaencubierta y tampoco deja de ser algo del área que lo ocupa. —Está logrando intrigarme —Lawrence le extendió el sobre.
—Allí está todo explicado en detalle. Su diligencia arribará en unos minutos. Saldrá deinmediato para la localidad de El Charco. — ¿Eso es en América? —dijo frunciendo la nariz. —Así es señor, le deseo buena suerte. Le ruego espere a que me retire para ver elcontenido del sobre —le extendió la mano y Enoch le respondió estrechándosela sin pensar—.Que tenga un viaje agradable. Una vez que su contacto se perdió de vista, abrió el sobre. Dentro había una carta firmadapor el propio Allan Pinkerton y un dibujo a lápiz de una chica de unos veinte años más un afichede recompensa por un forajido que lucía como Buffalo Bill. “Querido Enoch: lamento interrumpir tus quehaceres, pero es imperante que te ocupes deun caso que el mismo gobernador de Texas me ha pedido que esclarezca. La mujer de la imagenresponde al nombre de Claire Higgins y fue asesinada hace menos de un mes por el bandido enel retrato del cartel que adjunto, Trevor McKenzie. Cuando él y su banda estaban a punto de sercolgados por ese mismo crimen, fueron liberados de prisión por un delincuente enmascarado.Lo curioso es que estos forajidos, de quienes se sospecha que sean autores de un asalto recientea una diligencia con valores del banco de El Charco, cabalgan junto a una mujer muy similarfísicamente a la que mataron y cuyo cuerpo yace en la granja de su padre, Charles Higgins. Seao no la misma, esta mujer asiste y comparte intereses con los bandidos. Te pido que averigües la verdad detrás de esto y confirmes si la señorita Higgins siguecon vida o sólo se trata de una simple impostora. No hay otros resultados que no surjan de unaexplicación tangible, cuya resolución dejo en tus manos. Afectuosamente: Allan Pinkerton” SI bien la carta era muy explícita y concisa en el requerimiento, su cabeza se llenó deinterrogantes. Antes de leerla sólo sentía incordio, ahora no veía el momento de llegar a destino yponerse a trabajar. *** 3 El caballo que lideraba el pelotón era el más visible, no sólo por su ubicación, sino por loque llevaba encima para exhibir a su jinete. El mismo no sólo estaba amarrado a su montura, sinoque además colgaba de una cruz en su espalda que mantenía sus brazos en alto. Tenía el torsodesnudo y cubierto de símbolos. El segundo caballo estaba comandado por el jefe Kodai y detrás lo seguían sólo cinco desus hombres. La procesión no avanzó por la calle principal, sino que se detuvo en la oficina delsheriff. Kodai hizo un gesto y uno de sus hombres sacó su arco y lanzó una flecha hacia lacampana que estaba antes del ingreso. El golpe provocó tres campanazos, la flecha quedóclavada sobre la puerta. Kodai colocó una mano al costado de su boca y gritó. — ¡Sheriff, tenemos a alguien de su interés para intercambiar por mi hija sin que llegue aderramarse sangre! ¡Si no le sirve, lo mataré y buscaré a alguien más hasta que encuentre unoque le importe! ¡Es la única salida que me deja! El silencio imperó como respuesta. No se escuchaba nada más que el viento. El segundo enla línea, un joven de nombre Dorak, miró hacia el tejado contiguo y distinguió con claridad lapunta de un rifle que desapareció de inmediato. Se acercó al jefe para decirle que era probable
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